El kioskero

Mi primera experiencia, casi por casualidad.

EL KIOSKERO

Lo que voy a narrar a continuación es una historia, tan real como extravagante y tan perturbadora como excitante. En primer lugar voy a presentarme, me lamo Alberto y vivo en una pequeña ciudad del norte de España, soy un tío normal, ahora tengo 25 años, aunque esto me sucedió a los 18. Tengo un cuerpo bien formado por el deporte y una cara agradable, pero el resultado de esta historia habría sido el mismo si mi cara hubiera estado deforme y mi yo hubiera sido chepudo como el jorobado de Notre Dame, porque el motor de todo esto no es otro que el puro vicio.

De jovencito, estando salido como estaba (más que el pico de una mesa) solía comprar revistas porno para pajearme tranquilamente en la soledad de mi habitación (nunca olvidaré a la mítica "clima") Siempre las compraba en el mismo kiosco, porque era un tipo que rara vez tenía clientela (quién iba a comprar allí si tenía todas las golosinas revenidas y caducadas) así que yo me sentía mucho más cómodo comprando allí que en cualquier otro sitio, y ese, tal vez, fue el verdadero desencadenante de todo.

Por aquella época comenzaba a sentir curiosidad, excitación tal vez, por la temática gay de las revistas. Por supuesto, yo me consideraba completamente hetero, pero aquello me producía la extraña excitación de lo prohibido. Como dije antes me sentía cómodo comprando en aquel antrucho, así que no pasó demasiado tiempo antes de que me atreviera a comprar una revista gay, incluso cuando la verdad es que necesité reunir bastante valor y no fui capaz de mirar al kiosquero a la cara, ahora no recuerdo el título, pero se que tenía algo que ver con la palabra Leather (cuero en inglés). Así que como os imagináis los tíos que aparecían eran todos tiparracos súper musculosos revestidos de cuero y en posturas de bondage, sumisión, pero todo muy Light. Lo cierto es que la temática me gustó Me excitó como nada lo había hecho antes y comencé a fantasear con todo aquello, así que decidí comprar el siguiente número de la revista, ya lo tenía en la mano, cuando para mi desagradable sorpresa oigo a mi kiosquero decirme: -¡No me digas que te gusta esa porquería! -

Por supuesto yo me quedé sin habla, ahí parado sin saber que decir, recuerdo que solo atiné a decir: -n, no, es solo curiosidad, yo no soy gay. - A lo que el respondió, para dejarme aún más desconcertado y sin creerse mi respuesta: -No, si me refiero a la revista, esos tíos van de duros, de dominar a otros tíos y demás, y luego ni siquiera se la meten, es todo puro teatro, chico. Eso no es real, ahí ni esclavos ni amos ni leches en vinagre. - Antes de que me diera tiempo siquiera a darle la razón me soltó: -Bueno y tú, ¿con cuál de los dos te pajeas? -Yo no entendía lo que me preguntaba y así se lo dije. El continuó: -Si hombre, digo que en la piel de cual te gustaría estar, ¿el que da o el que recibe? ¿El Amo o el esclavo? -Por supuesto yo debí salir pitando de allí con cualquier excusa, pero aquella pregunta me había provocado una gran erección y si bien yo soy el tío más prudente que se pueda imaginar, eso es solo cuando no estoy excitado sexualmente, así que finalmente le respondí: -creo que en el del esclavo - -¿crees? Eso se sabe, chico, eso se sabe, mis esclavos siempre lo tuvieron muy claro.

Yo sabía que aquello era mentira, lo sospeché desde el principio, pero aún así piqué el anzuelo: -¿usted ha tenido esclavos? ¿De verdad ? - -Claro, he tenido varios (siguió con la mentira) Hacerlo de verdad, eso si que es una experiencia excitante. Yo llevo15 años dominando niñatos como tú (comenzaba a subir el tono) de hecho solo acepto a los mejores, a aquellos que se lo merecen. -Mi polla estaba que reventaba en el pantalón, la sangre abandonaba mi cerebro y pensaba con poca claridad, tanto que comencé a creerme su milonga: -¿Los que lo merecen? ¿cómo es eso? – atiné a preguntar.

-Si chico, no vale cualquiera, TIENES que estar dispuesto a hacer lo que tu Amo te ordena, lo que sea – Aquella manera tan evidente de dirigirse a mí, de tratar de picarme, me decía que Él ya me creía en el bote. Y yo me envalentoné por eso y tiré un órdago: - ¡Claro!, para eso SOMOS esclavos -

No podía creer que aquellas palabras hubieran salido de mi boca, pero si, las había pronunciado yo, y sabía que eran mi sentencia: -¡Si eh! Así que crees que eres digno de ser mi puto esclavo (él ya estaba totalmente fuera de si) mi putita maricona esclava- Me decía mientras cerraba la puerta del kiosco con pestillo. Por supuesto yo estaba excitadísimo con esas palabras y le respondí afirmativamente: -Si, puedo serlo, puedo ser tu esclavo sexual.

-¡Pues demuéstralo! ¡¡Vamos a la trastienda perra esclava!!Comenzaba a parecerme mal que me tratase en femenino, pero también me excitaba aún más, así que le seguí.

Lo que sucedió a continuación fue más bien decepcionante, él pareció olvidarse por completo de darme órdenes y de ser sutil y antes de que me diese cuenta ya se había bajado los pantalones y estaba con la polla al aire, una polla normal y no muy gorda que en un primer momento me causó repulsión. Entonces él me ordenó chupársela. En ese momento yo me sorprendí a mí mismo, me agaché a una velocidad increíble, con un ansia sorprendente y comencé a chuparle la polla con todo el ahínco del mundo. Juro que no lo había hecho en la vida, por eso dudo que lo hiciera muy bien, sin embargó el no tardó en agarrarme por los cabellos y empezar a culear, no tardé en sentir su leche en mi garganta, caliente y con un sabor dulce, no hubiera sido desagradable de no ser porque me atraganté, pues él no soltaba mi cabeza.

Así permaneció unos treinta segundos, con su polla en mi boca reblandeciéndose cada vez más, y yo allí, sujeto a sus nalgas, con náuseas y oyendo su fuerte respiración. Fue en ese momento cuando inexplicablemente me corrí, fue un orgasmo sordo, sin mucho fuego artificial, pero allí estuvo, un hombre me había hecho correr por primera vez y no me había tocado ni la polla. Eso fue lo más increíble, por supuesto en ese momento supe con certeza que el kiosquero se había tirado el folio con lo de sus esclavos y demás, pero he de admitir que supo hacérmelo bien. Después de eso, y sin mediar palabra, lo cual agradecí, me abrió la puerta del kiosco después de la de la trastienda y me dejó marchar. Por supuesto yo no tenía intención de volver nunca por allí. Pero por ahora, el kiosquero ya me había mandado para casa con mucho de su semen en mi estómago y con una mancha en mis pantalones inmensa de mi propia corrida. Eso, con el tiempo, me dio mucho que pensar

Alberto