El juguete sexual de mamá.

Mi relación con mamá cambió desde aquella noche en la que me inició en los placeres sexuales.

¡Hola! Mi nombre es Javier y la historia que les contaré ocurrió hace mucho tiempo. Por aquel entonces vivía con mi mamá, Lucía, en un piso del extrarradio de Barcelona. Mis papas se separaron cuando yo sólo tenía 5 meses y desde entonces siempre me había cuidado ella.

En aquella época ella contaba con apenas 35 años. Mi mamá era muy guapa: con unos ojos de color verde intenso y un pelo rubio, largo y lacio, que la hacían la envidia del vecindario. Era además una mujer muy alta, de más de metro ochenta, y bastante gordita. De hecho, fue un cambio en mi forma de ver el cuerpo de mamá lo que originó toda la historia.

En aquella época era muy típico jugar en el colegio a médicos y enfermeras. En el patio los chicos y las chicas nos tocábamos por encima de la ropa para explorar nuestros cuerpos, pero estas experiencias nunca pasaron de ahí. De hecho, realmente nunca me interesó el cuerpo de las chicas de mi edad. Pero con el cuerpo de mamá era diferente. Como les dije antes mi mamá era una mujer grande, de curvas exuberantes y mucho pecho. Recuerdo cómo por las noches la espiaba mientras se duchaba, y contemplaba extasiado cómo se enjabonaba su gran trasero, sus piernas y unos enormes pechos con dos grandes pezones color marrón. La visión de su larga cabellera mojada cayéndole por la espalda mientras se frotaba su mata de vello púbico para realizar la higiene genital me resultaba igualmente turbadora. Arrodillado tras la puerta del baño me deleitaba viendo las evoluciones de mi madre en la ducha mientras experimentaba lo que serían mis primeras erecciones.

Y sin embargo nunca pasé de allí. En clase, tímido como era, nunca había hablado de masturbación con mis compañeros, y jamás sospeche que acariciarme mis genitales podía darme placer. Cuando mi mamá salía del baño yo iba corriendo a mi habitación y me limitaba a ver lo erecto que estaba mi pene, en ocasiones insinuando ya algunas gotas de líquido preseminal. El motivo de ambos fenómenos era entonces un misterio para aquel chico inexperto.

Pero mi mamá también lo debió de notar. Aún lo recuerdo como si fuera ayer: era un viernes de invierno y fuera hacía mal tiempo. Aquella noche mi madre había encargado unas pizzas. Estuvimos hablando de cosas sin importancia durante la cena y, una vez recogida la mesa y con el pijama puesto, me invitó a tumbarme en el sofá sobre ella para ver una peli. Esto no era nada infrecuente: mi mamá desde pequeño solía alquilar DVDs de Disney que veíamos los viernes por la tarde antes de ir a dormir.

Mi mamá se tumbó en el sofá con un bol de palomitas que había preparado y me invitó a sentarme entre sus piernas. Obedecí a lo que ella me pedía y noté cómo mi cabeza quedaba encajada entre dos enormes pechos que, sin sostén, colgaban libres bajo la holgura del pijama. Entonces percibí un pequeño escalofrío en mi pene, con un principio de erección que no llegó a culminar. Mi madre, que quizás lo notó, acercó sus labios a mi oido y empezó a acariciarme el pelo.

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Mira Javier: creo que ya empiezas a ser todo un hombrecito, y es posible que tu cuerpo pueda experimentar cosas nuevas… cosas que no habías notado antes, ¿es eso así?

Me quedé de una pieza, sospechando con miedo que mi madre hubiera notado que la espiaba en la ducha. No me dio tiempo a contestar.

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Tranquilo. No tienes por qué preocuparte. Me han dejado un DVD sobre los cambios que notan los niños cuando tienen tu edad… son cambios muy importantes y me gustaría verlo contigo, ¿te apetece?

Sus labios a escasos milímetros de mi oreja, su aliento en mi cuello, su mano acariciando mi pelo… No tuve fuerzas para contestar y me limité a asentir con la cabeza. Mi madre conectó el DVD. Lo que apareció en la pantalla era un video holandés sobre educación sexual, con unas imágenes muy explícitas. A pesar de no estar traducido al español, mi madre me fue explicando las escenas a medida que aparecían: recuerdo que había dos chicos jugando en el parque tal y como haríamos nosotros. Ambos eran rubios y de ojos azules, y ella tenía el pelo muy largo. Los dos chicos se iban entonces a una habitación y, en un momento dado, el chico empezó a quitar la ropa a la chica, quedándose esta desnuda de cintura para arriba y mostrando unos pechos núbiles, aún en formación. El chico le empezó a acariciar los pezones mientras la chica sonreía, lo que hizo que mi pene empezara a ponerse turgente.

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¿Ves?- Me decía mamá- Ahora están acariciándose… es muy agradable que a las chicas nos acaricien los pezones… nos da mucho placer.

Saber que tenía los pezones de mi madre a escasos centímetros de mi boca hizo que mi pene se endureciera aún más. En la pantalla la chica se había tumbado sobre la cama y, tras quitarse la falda, estaba ahora completamente desnuda, con las piernas abiertas y expuestas a merced de su compañero.

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Ahora el niñito la está tocando ¿ves? ¿Ves cómo le acaricia la vagina? Primero suave por fuera… y ahora poquito a poquito le va metiendo dos deditos ¿Ves lo mojadita que está? Eso es porque le está gustando mucho…

Yo estaba en éxtasis. En la pantalla chica había empezado a emitir unos débiles gemidos mientras el chico le metía y sacaba cada vez más rápido dos dedos de la vagina. Tan obnubilado estaba que apenas noté como mi mamá me desabrochaba la cinta de los pantalones y mi pene completamente erecto, saltaba de debajo de los calzoncillos. Fui a decir algo pero mi mamá me paró.

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Shhhh. Tranquilo mi niño. Así estarás mucho más cómodo… ¿Ves lo dura que se te ha puesto? Eso es porque tú también eres un hombrecito… Eres el hombrecito de mamá.

Mi mamá en ningún momento acercó su mano a mi pene que, aunque pequeño y sin todavía pelo, estaba recto y duro, como una pequeña antenita. En la pantalla ahora el chico se había desnudado, mostrando también una erección muy similar a la mía. La chica se atusó el pelo y se acercó hacia él, tocando suavemente con la punta de los dedos aquel pene, recorriéndolo arriba y abajo, sin prisa.

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Mira mi cielito… esto que le está haciendo se llama masturbarse, y no es más que acariciarse el pene para darse placer… Te lo puedes hacer tu solito o te lo puede hacer otra persona… ¿Mi cielito se ha masturbado alguna vez?

Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra. En la pantalla la chica había acelerado el vaivén de sus movimientos y ahora era el chico el que estaba tumbado en la cama, profiriendo gemidos de placer con los ojos cerrados. Mi pene había empezado a eliminar el líquido preseminal que tan bien conocía, pero esta vez notaba que la punta me apretaba cada vez más, oprimida contra la piel del prepucio.

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Mira tu pene bebé… estás tan calentito que pronto te vas a correr sin ni siquiera tocarte. Vamos, relájate y mira la pantalla… mira como el niñito también se corre.

En efecto, en cuestión de pocos minutos la presión en mi glande se había hecho insoportable y notaba cómo el líquido preseminal fluía ya por mi escroto formando un pequeño reguero. El chico de la pantalla y yo nos corrimos a la vez: primero noté unos pequeños espasmos en la punta del pene que se iban haciendo cada vez más fuertes, hasta que varios chorritos de un líquido más espeso mancharon mi pijama y también el sofá. Un intenso placer recorrió mi espalda mientras mi cuerpo consvulsionaba sobre el mullido cuerpo de mami.

Creo que yo también emití algún gemido con las primeras convulsiones, pero sólo es una impresión. Cuando recuperé la conciencia y volví a abrir los ojos mi mamá me miraba desde arriba con unos ojos extremadamente tiernos. Seguía con los pantalones y los calzoncillos bajados, y con una toallita húmedas me estaba limpiando mi primera eyaculación. En la tele otros chicos de mayor edad se estaban penetrando.

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Mi cielito, ahora ya sabes lo que es un orgasmo… ¿Has visto lo excitado que estabas? No es frecuente que los niños se corran sin tocarse.

Me embargó un sentimiento de culpa y bajé la vista hasta mi pene, que todavía estaba a media erección. Mi mamá me levantó con un dedo la barbilla y me obligó a mirarla a los ojos, esos ojos verdes que parecían quererme decir que a partir de ahora todo iba a estar permitido entre nosotros. Que nuestra relación iba a ser más que la mera entre una madre y un hijo. Mi madre me besó. Nuestros labios se juntaron y su lengua jugó con la mía dentro de mi boca. No recuerdo cuanto tiempo estuvimos así. Sólo recuerdo que tres dedos de su mano derecha se posaron sobre mi glande y, poco a poco, empezó a reproducir aquel movimiento que antes había visto en la tele.

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No te preocupes mi amor… Mamá quiere que disfrutes mucho. Por eso ahora te va a hacer una pajita. Mi cielito… mi bebé…

Volví a caer sin fuerzas sobre el gran cuerpo de mamá. Sus dedos empezaron a deslizarse arriba y abajo por mi pene, todavía lubricado por el semen de la eyaculación previa. Este enseguida volvió a ponerse turgente, pareciendo obedecer ciegamente la voluntad de mi mamá.

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Vamos mi niñito… Córrete de nuevo para mami.

Esta vez sí que recuerdo más claramente las sensaciones: de nuevo el líquido preseminal, los dedos de mamá apretando con fuerza mi glande, los movimientos cada vez más rápidos, los espasmos de placer y mis convulsiones sobre el cuerpo de mamá. La cantidad de semen esta vez fue menor, pero no así el orgasmo, que pareció atravesarme de la cabeza a los pies. Otra vez me quedé tumbado sobre ella, sudando y con los pantalones del pijama a la altura de las rodillas, mientras mi mamá, sin dejar de acariciarme mi pene, me daba besitos en el cuello y me decía cosas tiernas.

Habían sido mis primeros dos orgasmos, pero mi mamá aún me tenía preparadas más cosas para aquella noche. Sin molestarse en limpiar aquella segunda eyaculación, apagó la tele y, levantándome entre sus brazos, me llevó hasta su habitación, dónde había colocado velas e incienso. Con toda la ternura del mundo mi mamá me desnudó y me tendió sobre la cama. A la tenue luz de las velas pude ver cómo se arreglaba su larga melena rubia con una goma de pelo, recogiéndose el cabello en una coleta y dejándome ver así su hermoso cuello. Poco a poco se desabrochó la blusa del pijama, los pantalones, las braguitas… Ahora los dos estábamos igual. Mi mamá se acercó lentamente y colocó su cuerpo sobre el mío, posando sus enormes pezones sobre mis labios para que yo los lamiera. Noté cómo se le estaban poniendo duros y rugosos.

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Chupa mi niño. Chupa las tetas de mamá… Como cuando eras un bebé.

Nuestros labios volvieron a juntarse mientras mi pene empapado en semen se restregaba contra su vello púbico. Una tercera erección no tardó en aparecer y mi madre, irguiendo su enorme cuerpo sobre el mío, se introdujo mi miembro sin esfuerzo dentro de su lubricada vagina. Esta vez el placer fue diferente. No fue una explosión súbita, sino que mamá empezó a mover su pelvis lentamente adelante y atrás, consciente de que movimientos más bruscos podrían hacer que mi pequeño pene saliese de su húmedo refugio.

Tendido sobre la cama, con aquel enorme cuerpo presionando sobre el mío, me di cuenta de que nada de lo que yo deseara tenía ya ninguna importancia. Me había convertido en un juguete sin voluntad en las manos de mi mamá, y era ella y sólo ella la que iba a decidir dónde y cuándo iba acorrerse su bebé. Mi mamá aceleró poco a poco sus movimientos de vaivén, llevándome por tercera vez al éxtasis en aquella noche.

  • ¿Te queda todavía un poquito de leche? ¿Sí? Mamá va a exprimirte hasta la última gotita. Vamos mi cielo…córrete dentro de mamá.

Estallé nuevamente en un mar de convulsiones y gemidos, aprisionado en esta ocasión por las enormes caderas de mamá. Cuando me hube tranquilizado mi mamá fue frenando poco a poco sus movimientos y, muy suavemente, posó sus labios sobre los míos, en lo que entendí que era nuestro beso de bunas noches. Nos quedamos así dormidos, el uno junto al otro y completamente desnudos, con el gran y arropador brazo de mamá abrazando mi cintura.

A la mañana siguiente, cuando me desperté, mamá estaba ya en pie, preparando el desayuno. Fui a la cocina con un poco de miedo y sin saber cómo reaccionaría, pero mamá me dio los dos besos de buenos días y me preguntó que cómo había dormido, como si nunca hubiera pasado nada. Me quedé en blanco y sin saber qué decir. ¿Acaso lo había soñado todo?

Mi mamá, que lo entendió, se puso de rodillas frente a mí y me susurró al oido:

  • Ahora eres el juguetito de mamá. Tienes que portarte muy bien si quieres que mamá vuelva a jugar contigo como hizo anoche. No te imaginas cómo te quiero. Mi cielo… mi bebé.

Y, besándome en los labios, siguió haciendo el desayuno. Me dejó con una enorme erección que tuve que esperar a qué bajara sola. Desde entonces comprendí que mi sexualidad ya no me pertenecía. Que ya no era más que un juguete en manos de mamá.