El juguete de mi hermana (2)
Bajo una higuera, le devuelvo a mi hermana lo que le debía.
El juguete de mi hermana II
Hizo un calor terrible aquel día. El sol brillaba muchísimo desde lo alto del cielo y la gente que iba por la calle se cocía como gambas. Por suerte, dentro de la habitación, había aire acondicionado y se estaba bastante fresquito. Después de comer, no pude resistir la tentación de echarme a dormir una larga siesta. Puse el aire acondicionado al máximo y me tapé con la sábana antes de dormirme.
-Oscar, Oscar, ¡Oscar! ¿Te quieres despertar ya?
Fue lo que oí mientras alguien agitaba mi cuerpo. Abrí los ojos y vi a mi hermana.
-Eres peor que una marmota ¿Lo sabías? Vístete que nos vamos a dar un paseo.
Cerré los ojos de nuevo y recordé los viejos tiempos en los que ella insistía en vestirme con su ropa de niña pequeña. Sin saber por qué, y olvidándome de mi tan preciada autonomía personal, me vestí y la seguí hasta donde quisiera ir.
Salimos del hotel y caminamos por las callejuelas llenas de hoteles hasta salir del pueblecito turístico. A las afueras, estaban los campos de cultivo de los lugareños que se dedicaban al cuidado de almendros e higueras por igual. Saltamos un muro de piedra y seguimos un camino de tierra adentrándonos en aquel sitio. Ya no hacía tanto calor y la suave brisa veraniega del atardecer, junto con el canto de los pájaros, convertían el lugar en un apacible sitio para pasear.
El lugar estaba prácticamente vacío y no conseguía explicarme por qué. Estábamos muy cerca de un pueblo costero lleno de habitantes, con un montón de hoteles de más de diez pisos cada uno cargados de turistas y, allí, a escasos metros de todo eso, no había absolutamente nadie. Incluso, a medida que nos alejábamos, los árboles aparecían cada vez menos cuidados hasta llegar a un punto en que prácticamente estaban abandonados. Era como si toda la civilización se hubiera terminado y mi hermana y yo fuésemos los únicos supervivientes de algún tipo de holocausto. O como si mi hermana y yo fuésemos los primeros humanos del universo.
Seguimos caminando y charlando de cosas intrascendentes hasta que Juana se quiso acercar a una higuera enorme para probar su fruto. Mientras ella elegía cuál comerse, yo quise explorar cómo era el árbol por dentro y, apartando un poco las ramas, me metí dentro. La higuera estaba hueca y formaba una especia de cueva con un follaje tan espeso que casi no se veía lo que había fuera.
- ¡Anda, cómo mola! Seguro que aquí no nos ve nadie.
Fue lo que dijo mi hermana al entrar dentro de la higuera. Me miró un momento, arrancó una de las hojas del árbol y volvió a mirarme.
-Desnúdate, hermanito.
Esas fueron sus palabras. ¡Cómo si yo fuese su muñeco!
-¿Qué? Ni hablar. Yo no me desnudo.
- ¿Por qué no? Si no va a verte nadie.
No sé qué coño me pasaba pero terminé haciéndole caso tras unos cuantos ruegos de ella. Era una sensación extraña estar desnudo dentro de una higuera. Nadie me iba a ver, a excepción de mi hermana, pero era como si una parte de mi tuviese miedo de eso y, al mismo tiempo, se sintiese excitada. Además, el roce de la brisa en mis partes era bastante placentero. Creo que por eso, mi pene estaba un poquito más crecidito de lo normal pero sin llegar a estar erecto.
Mi hermana puso cara de escandalizada cuando me desnudé y se acercó corriendo hacía mi con la hoja de higuera.
-¡Cúbrete pervertido! ¿Cómo te atreves a desnudarte delante de una señorita como yo?
La miré como quién mira a una loca de psiquiátrico mientras ella colocaba la hoja sobre mis partes y se empezaba a reír.
-Estás muy mono, pero me gustas más sin ella.
Y, sin decir nada más, Juana la dejó caer al suelo. Se acercó a mí y besó mis labios. Fue un beso tierno y dulce. La punta de su lengua empujó mi boca y se introdujo dentro, donde yo la acaricie con la mía. Estuvimos besándonos un rato hasta que ella acercó su cara a mi oído y me susurró:
-Te toca pagar lo que me debes.
No le respondí, simplemente la volví a besar. Cogió mis manos y las llevó a su cintura para que le desabrochara el botón del pantalón corto que llevaba. Cuando lo hube abierto, se lo bajé e hice lo mismo con sus bragas. Al mismo tiempo, ella se quitó la camiseta de tirantes para quedar tan desnuda como estaba yo.
Agarró mi mano izquierda y toqueteó delicadamente mis dedos, como si intentase elegir a uno de ellos. Pareció gustarle mi índice por que lo llevó a mi boca y me obligó a chuparlo. Ella misma era la que movía mi mano y yo únicamente lo ensalivaba. Cuando estuvo bien mojado, lo separó de mi boca y llevó mi mano hasta su entrepierna donde introdujo mi dedo en su abertura. Estaba húmeda y caliente.
Mi hermana lanzó un suspiro y comenzó a mover mi mano lentamente, permitiendo que mi dedo se moviera a lo largo de toda su vulva una y otra vez y permitiéndome distinguir por el tacto su forma. Intenté mover yo mismo mi mano pero aceleré el ritmo demasiado pronto y mi hermana volvió a agarrarme la mano.
Cuando supe cómo le gustaba a ella que lo hiciera, me soltó y se puso a jugar con mis tetillas. Daba pequeñas vueltas con el dedo alrededor de mi pezón. Primero uno y luego el otro. Mientras lo hacía, ella suspiraba y yo me regocijaba de verla disfrutar. Su entrepierna cada vez estaba más húmeda y cálida y se empezaba a escuchar un leve chapoteo.
En un momento dado, volvió a agarrar mi mano y volvió a llevarla a mi boca donde volvió a introducir mi dedo índice. Nos miramos a los ojos mientras lo hacía y, después, yo cerré los míos para disfrutar de su sabor ¡Qué delicia! Me encantaba el sabor del coño de mi hermana. Mi hermana me pellizcó un pezón .Abrí los ojos y dejé escapar un leve grito de dolor. Ella se reía de su gracia.
-Agáchate hermanito- Fue lo que me dijo al mismo tiempo que me obligaba a hacerlo.
Quedé de rodillas sobre un montón de hierba seca contemplando a mi hermana como el vasallo contempla a la reina. Ella separó un poco sus piernas y se acercó a mi cara. Su pubis quedó a la altura de mis ojos y el olor de su entrepierna llegó hasta mi nariz. Aspiré un momento y acerqué mi cara hasta su coño para continuar con mi lengua lo que antes hacía con mi dedo.
La introduje dentro de su vagina por segunda vez en dos días. Sabía igual que los fluidos que antes había en mi dedo, sólo que un poco más fuerte. Empecé a dar lametazos por todo su sexo pingándolo de arriba a abajo de saliva. ¡Qué gusto! Me encantaba hacer aquello. Así que, seguí con lo mío y pronto incorporé mis labios al juego, comiéndome el coño a mi hermana con toda la pasión de la que era capaz. Ella suspiraba y lanzaba gemidos cada vez más altos. Al mismo tiempo, apretaba mis hombros rítmicamente cada vez que sufría un espasmo de placer. Estaba claro que se lo estaba pasando bien.
Cuando empecé a notar que mi hermana se acercaba al final, aceleré el ritmo con el que le chupaba el chocho. Cansaba bastante, pero me encantaba hacerlo. Finalmente, con un ligero temblor en sus piernas y con un fuerte apretón en mis hombros, mi hermana llegó al orgasmo. Continué lamiéndola hasta que se hubo recuperado.
- Levántate y date la vuelta hermanito- me dijo
Le hice caso y ella me abrazó por la espalda pasando sus manos por mi pecho y acariciando mi tripa. Besó mi nuca, mi cuello y el lóbulo de mi oreja y me susurró:
- Lo has hecho muy bien, voy a darte tu premio.
Y una de sus manos bajó de mi vientre, rozó mi ingle y agarró muy suavemente mis testículos. Los acarició con mucha delicadeza al mismo tiempo que, con su otra mano, empujaba sobre mi espalda para que me apoyase contra el tronco del árbol y quedase un poco inclinado. La mano que tenía sobre mis testículos se movió sobre el tronco de mi pene, rozando la piel con la palma hasta que las yemas de sus dedos alcanzaron mi glande. Sentí una descarga de placer cuando me tocó ahí y sentí como la otra mano se iba desplazando a lo largo de mi espalda hasta llegar al comienzo de mis nalgas.
Un dedo se introdujo entre mis cachetes y pude notar como buscaba mi ano y lo acariciaba. Mi hermana comenzó a masturbar mi pene deslizando su mano de arriba abajo con mucha parsimonia. Fue tanto el gustito que me dio que ni siquiera me di cuenta de que su dedo se había movido de mi culo. Cuando lo hice, noté como su dedo hacía pequeños círculos en torno a él, sólo que, esta vez, estaba húmedo.
Mi hermana continuó masajeando mi polla con la palma de su mano cerrada sobre ella. De lo excitado que estaba, la había lubricado tanto con mi líquido preseminal que resbalaba a la perfección. Era toda una delicia que cada vez mejoraba más.
Juana aumentaba el ritmo con cada sacudida hasta que, en un determinado momento, sin dejar de agarrar mi pene, bajó su mano rápidamente y con fuerza hasta hacerla chocar contra mi pubis y mi escroto. Al mismo tiempo, el dedo que acariciaba mi ano se introdujo dentro con un fuerte y certero apretón. ¡Qué gusto! Un gemido enorme se me escapó por culpa de la fuerte sacudida de placer que sentí. Nunca antes había experimentado nada igual.
-¿Te gusta?
-Sí. Respondí entrecortadamente.
Volvió a masturbar mi pene de arriba abajo como antes pero, esta vez, a un ritmo mucho mayor. Al mismo tiempo, metía y sacaba el dedo que tenía detrás haciéndome sentir unos extraños espasmos en mi ano. No daba un gustito como el meneo que le estaba dando a mi polla pero, aun así, era extrañamente placentero.
Empecé a sentir mucho calor y mi respiración se hizo más rápida. Aquello estaba dándome mucho placer. Su dedo entraba y salía de mi ano y volvía a entrar cada vez más rápido. Mi hermana me la agarró más fuerte y movió su mano con mucho más brío. Me hacía algo de daño en el frenillo. ¡Pero qué gusto daba! No iba a aguantar mucho más.
Mi hermana se inclinó sobre mí y me dio un mordisco en el centro de la espalda, justo sobre la columna vertebral. ¡Qué placer! Una enorme descarga de electricidad recorrió todo mi espinazo al mismo tiempo que todo mi cuerpo se tensó. Solté un gemido ahogado y descargué todo mi esperma sobre la mano de mi hermana y el tronco del árbol. ¡Menudo orgasmo! Ojalá tuviese más como aquel en el futuro.
Poco a poco, mi hermana fue reduciendo el ritmo con el que me meneaba la polla hasta parar por completo. Cuando la soltó, todavía con su dedo en mi ano, me dijo:
-Ya estamos en paz, hermanito.