El juguete (7)
Mi hijo me ha cambiado, ya no soy la incente y decente mujer casada. ahora me gusta exhibirme y provocar a los hombres.
Camino de vuelta a casa, estuve pensando en el fin de semana con mi hijo y lo que me había obligado a hacer. Miraba a través de la ventana del tren, viendo como pasaba el paisaje, y recordaba las cesiones de sexo con los empleados del hotel, como me habían utilizado y como me habían humillado obligándome a tragar sus corridas y sus meadas.
Estaba confusa, por una parte me sentía sucia, pero por otro me gustaba. Pero tenía miedo a perder el control y que mi marido se enterara. El echo de mantener relaciones con mi propio hijo, que éste me utilizara como su juguete sexual no me parecía bien, pero me hacía disfrutar tanto que perdía la cabeza que me entregaba a sus juegos sin poner mucha resistencia.
Pero estaba decidida a poner fin a aquel peligroso juego, no podía perder mi matrimonio y mi vida, y no me parecía bien el tener relaciones con mi hijo y mucho menos de aquella manera.
Por fin el tren llegó a su destino, en la estación estaba Antonio, mi marido. Me abracé a él y nos besamos.
● ¿Cómo está Pedro?
● Muy bien. Me manda recuerdos para ti. Y dice que volverá muy pronto.
Llegamos a casa y mi marido debía estar muy caliente, porque empezó a besarme y a meterme mano. Yo me lo aparté, debía de bañarme primero, ya que aún sentía los restos de semen en mi cuerpo. Aunque no tenía ganas de follar, debía guardar las apariencias con mi marido.
Me metí en el baño para ducharme y mi marido se metió detrás de mi y en la ducha comenzó de nuevo a meterme mano. Me agarró por detrás y empezó a acariciarme los pechos y a darme besos en el cuello. Sentía su polla dándome golpes en las nalgas, y poco a poco fue calentándome.
Apoyé las manos en la pared para que mi culo sobresaliera, y mi marido se agachó un poco, y sin mucho esfuerzo me metió la polla en le coño. Sentir de nuevo una polla dentro me hizo recordar las cesiones de folladas en el hotel, y empecé a perder la cabeza.
Me incliné un poco más, para que la polla de mi marido entrara más adentro. El sentirla toda dentro y el agua de la ducha sobre mi cuerpo me desató por completo. Ahora era yo la que se estaba follando a mi marido, lo aprisioné contra la mampara y me movía haciendo que su polla entrara y saliera de mi coño.
● ¡Follame...follame...así...así...!
Mi marido debía estar alucinado, ya que antes nunca me había comportado así. Aquello le debía de excitar tanto que acabó corriéndose.
● ¡Me corro...me corro..
Al sentir su semen inundando mi coño tuve un orgasmo.
Me volví y le besé, permaneciendo un rato los dos abrazados. Sentía como su semen salía de mi coño y resbalaba por mis muslos, y sin poder evitarlo me volvieron a la cabeza las folladas de mi hijo. Está claro que no podía quitármelo de la cabeza.
A la mañana siguiente volví al trabajo, a la rutina de todos los días, pero en mi cabeza estaba mi hijo, su cuerpo, su polla... No se como, pero para ir a trabajar me puse una blusa, un poco estrecha, y una falda, que aunque no era muy corta, dejaba ver mis muslos.
Mis compañeros de trabajo se alegraron mucho al verme, sobretodo el sector masculino.
● ¡Qué guapa bienes Ana!
● Hoy, Ana es la más guapa de la oficina.
A mi aquellos piropos, me gustaron mucho, y me alegraron el día. Está claro que debía estar provocativa, sobretodo teniendo en cuenta que yo antes nunca había ido así a la oficina.
Después de los saludos, me puse a trabajar, me senté a la mesa, y no medí cuenta que la falda se había subido más de la cuenta, además no estaba acostumbrada a ir de esa guisa y no puse mucho cuidado al sentarme. Carlos, el compañero que se sienta enfrente de mi, tuvo una visión perfecta de mis muslos.
Cuando me dí cuenta, un cosquilleó recorrió mi cuerpo, y el morbo de la situación me puso cachonda, así, sin darme cuenta, empecé a ofrecerle a Carlos una dosis de piernas y braguitas, haciendo como que buscaba algo en los cajones de la mesa, y abriéndome de piernas descuidadamente cuando me tenía que ponerme de pie.
El pobre Carlos tuvo que pasar un mal día, ya que se fue apresuradamente casi sin despedirse. El poner cachondo a mi compañero, me puso cachonda a mi también, así que cuando llegué a casa me masturbé.
Cuando llegó mi marido del trabajo me propuso salir a cenar fuera. Yo acepté encantada. Me puse un vestido corto azul, ceñido al cuerpo que deja ver todas mis curvas y buena parte de mis piernas.
Fuimos a un restaurante muy coqueto del centro, donde ya habías ido otras veces. Los camareros son muy amables y la comida es excelente. Nos sentaron en una mesa algo apartada del resto, así mi marido y yo podíamos tener más intimidad.
El camarero que nos atendía no me quitaba los ojos de encima, cuando se dirigía a nosotros, sólo me miraba a mí, y lo hacía con tanto descaro, que la situación me empezó a gustar. Yo le miraba también con descaro, sin que mi marido se diera cuenta, y cuando me dedicó un inocente piropo cerré los ojos y le dediqué una sonrisa de aprobación.
Comiendo bebí más vino de la cuenta, y eso hizo que me fuera desinhibiendo cada vez más delante del camarero, afortunadamente mi marido había bebido mucho más vino que yo, y no se daba cuenta del juego que tenía su esposa con el camarero.
● La Señora está hoy más guapa que nunca.
Al decirme aquello casi al oído, me hizo estremecer al sentirle tan cerca de mi. En agradecimiento le dedique una sonrisa y saqué un poco una de mis piernas fuera de la mesa, para que viera mis piernas. Rápidamente la volvía meterla dentro mientras le sonreía.
● Si no estuviera aquí su marido me....
● Calla, que se va a dar cuenta.
Pero Antonio estaba tan bebido que no se daba cuenta de nada.
● ¿Qué ta ha dicho el camarero?
● Nada, que enseguida nos trae el postre.
Nos trajo el postre y la cuenta, pero antes de salir le pedí a mi marido que esperara un momento que tenía que ir al baño.
Los baños están en un pasillo retirado del comedor donde hay tres puertas, una para las señoras y minusválidos, otra para los caballeros y otra con un cartel que pone almacén. No me dí cuenta que el camarero se vino detrás de mi cuando me dirigía los baños, y cuando entre en el pasillo me agarró y me introdujo en el almacén.
Me llevé un susto muy grande, pero cuando vi que era el camarero que nos había atendido, se me pasó el susto.
● ¿Esa es manera de atender a una cliente? Me quejaré a tu jefe.
El camarero no dijo nada, me echó sobre unas cajas, me subió el vestido me quitó las bragas, se desabrochó el pantalón, se sacó la polla y sin preámbulos me la metió de un golpe.
Estuvo un buen rato follándome con fuerza, yo me entregué por completo y abría bien mis piernas para que las penetraciones fueran más profundas. Cuando el camarero se corrió tuve un gran orgasmo.
Sacó su polla chorreante de mi coño y antes que se la volviera a meter en los calzoncillos se la limpié con la boca, tragándome los restos de su semen. Me puse las bragas y salí de aquel cuarto y me dirigía la mesa donde estaba mi marido.
● Ya nos podemos marchar, Antonio.
Llegamos a casa, y como mi marido estaba muy bebido nos acostamos enseguida. El se durmió pronto y yo me quedé pensando en lo que había pasado durante el día, la provocación a mi compañero de trabajo y la follada con el camarero del restaurante. Está claro que mi hijo me ha cambiado.