El juguete (1)
Desde aquel día mi vida ha dado un giro de 180º, me he convertido en el juguete sexual de mi propio hijo.
Nunca me pude imaginar que a mis casi 48 años, mi vida diera un giro tan radical. Yo que creía que era una mujer segura de mi misma, independiente y realizada, podría caer en las redes de la dominación de mi propio hijo, ser su juguete.
Mi nombre es Ana, tengo 48 años y estoy felizmente casada con un hombre maravilloso, que me mima y me respeta. Tenemos un hijo, Pedro, de 20 años. Es un buen chico alto y fuerte, del que tanto mi marido como yo estamos muy orgullosos . Mi marido trabaja en una multinacional y yo trabajo a media jornada en una consultora.
Todo comenzó al principio del verano, aquel día hacía mucho calor. Llegué a casa cansada y sudorosa, por lo que me fui directamente al cuarto de baño para refrescarme. Al llegar sentí ruido dentro, y como la puerta estaba abierta pude ver la sombra de mi hijo tras la cortina del baño que se estaba duchando:
● ¡Hola Pedro!
● ¡Hola mamá! Enseguida salgo.
● No te preocupes. Avisame cuando termines.
Me dirigí al dormitorio, que está enfrente del cuarto de baño, para ponerme cómoda. Me desnudé, quedándome en bragas y sujetador, y me tumbé en la cama. Pero no me di cuenta que había dejado la puerta abierta.
Tenía los ojos cerrados, para relajarme, y casi sin darme cuenta empecé a acariciarme por encima de las bragas. Aquello me estaba relajando tanto, que acabé por meter la mano dentro de mis bragas y con mis dedos acariciaba mi coño, pasando los dedos por mis labios y urgandome dentro de mi raja. Tenía mi coño totalmente empapadado, bien por el sudor o por la excitación que estaba teniendo.
Me estaba poniendo tan cachonda que acabé totalmente desnuda. Y mientras que con una mano me acariciaba el coño, con la otra me acariciaba las tetas. No se el tiempo que estuve acariciándome, pero de pronto sentí un ruido. Abrí los ojos y vi en la puerta del dormitorio a mi hijo. Estaba desnudo, y se estaba masturbando mientras me miraba. Tenía una erección enorme y se le veía muy excitado.
Di un brinco y me tapé como pude cerrando las piernas y tapándome los senos con la manos. Me incorporé en la cama y le dije:
● Pedro ¿qué haces?
Mi hijo no dijo nada, y se fue rápidamente hacia su dormitorio sin decir nada. Me puse una bata y me dirigí a su cuarto. Entré y le volví a preguntar:
● ¿Qué estabas haciendo?
● Nada.
● ¿Cómo que nada? Te estabas tocando delante de mi.
● Es que cuando salí del baño no pude evitar verte tumbada en la cama desnuda... Y es que estas tan buena...
● ¿Cómo que estoy tan buena? ¡Soy tu madre!
● Si pero estas muy buena y me puso cachondo ver como te tocabas.
● Bueno que no vuelva a ocurrir. Y de esto a tu padre ni una palabra.
Asintió con la cabeza. Yo me dirigí a la cocina a preparar la comida, después de lo ocurrido no me atrevía a ducharme estando a solas con mi hijo.
De pronto en mi cabeza se montó un puzzle, me vino a la mente como mi hijo en ciertas ocasiones se quedaba mirando fijamente, ahora comprendía como se quedaba en la puerta de la cocina sin decir nada mientras me veía haciendo la comida y las tareas de la casa.
En casa suelo llevar unas camisetas largas que me llegan a mitad del muslo, y como estoy un poquito gordita y tengo el culo respingón, la camiseta se me sube con cierta felicidad. Así un día, mientras estaba sentada en el sofá, y sin darme cuenta, tenía la camiseta tan subida que se me veía todo el muslo, mi hijo que estaba sentado enfrente, me miraba fijamente. Yo a aquellas miradas, entonces no le echaba cuenta, pero ahora lo entiendo todo, mi hijo se pone cachondo conmigo.
Aquel pensamiento me puso nerviosa, pero también inconscientemente cachonda. Empecé a sentir morbo pensando que mi hijo seguramente se masturbaba a mi salud, que me espiaba para satisfacer sus fantasías sexuales.
Después de aquel incidente, estuve observando a mi hijo, y comprobé que me seguía mirando. Aquello me ponía a cien, y acabé entrando en un juego morboso. Cuando sabía que me estaba mirando, procuraba agacharme de forma que se me viera bien mis piernas e incluso mis bragas. O me ponía escotes de vértigo para mostrar lo máximo de mis senos cuando cuando me acercaba a él.
Estaba perdiendo el control, mi hijo estaba dominando mi voluntad.
Un día al llegar del trabajo entré en casa y desde la puerta saludé a mi hijo. Al no obtener respuesta me dirigí al dormitorio, y pude comprobar que mi hijo se estaba bañando. Tenía la puerta del cuarto de baño abierta, y pude verle en la ducha. La cortina no estaba echada del todo, mi hijo estaba de lado y pude verle perfectamente su pene semi erecto. Me quedé un rato absorta viendo aquel cuerpo joven y atlético. Estaba tan ensimismada que no me di cuenta que mi hijo se había dado cuenta que estaba en la puerta mirándolo. El se volvió y se puso de frente a la puerta, corrió la cortina y se mostró totalmente. Entonces me dijo:
● Mamá, ¿me acercas la toalla?
Me llevé un susto, pero mi hijo me había descubierto mirándole, yo intenté disimular:
● Hola Pedro, no me había dado cuenta que estabas en casa...
Mi voz salió sin fuerza y nerviosa, y mi hijo insistió:
● ¿Me acercas la toalla?
Estaba en una situación muy embarazosa, mi hijo estaba allí de pie, dentro de la bañera, desnudo, desafiante, con una semierección que mostraba todo su potencial de macho. Entré en el baño cogí la toalla y se la dí. El me agarró unos instantes de la mano. Yo me puse muy nerviosa, tanto que cuando me soltó me quedé quieta, mirándole fijamente sin decir nada.
De pronto sentí como me agarraba de la cintura y me atraía hacia él juntando nuestros cuerpos. Sentí su torso pegado a mis pechos, y sobre todo sentí su pene en mi vientre. Me besó en las mejillas y dijo:
● Gracias mamá. ¿Te vas a bañar?
● No, no. Voy a cambiarme.
Me solté de el y salí del baño. Entré en mi cuarto, estaba tan nerviosa que el corazón se me iba a salir del pecho. Me senté en la cama para tranquilizarme.
Cuando ya estaba más tranquila me cambie de ropa, poniéndome una de mis camisetas. Pero noté que mis bragas estaban empapadas, y no era de sudor. Me había puesto muy cachonda. Antes de ponerme unas limpias me levanté la camiseta y poniendo un pierna sobre la cama empecé a tocarme.
No me había dado cuenta que la puerta no estaba cerrada del todo, y como estaba de espaldas, no me di cuenta que mi hijo ya había salido del baño y que de nuevo me estaba viendo como me masturbaba. Mi excitación era enorme, aquello me ponía tan cachonda que no tardé mucho en tener un orgasmo. Arqueaba mi cuerpo de placer mientras me metía dos y tres dedos en mi coño, metiéndomelo y sacándomelo con fuerza.
Estaba fuera de mi, no me daba cuenta que mi hijo había abierto la puerta del dormitorio completamente y que me estaba mirando.
● ¡Mamá!
Di un salto y me volví. Allí estaba de pie en medio del dormitorio, desnudo, desafiante, y con una erección de campeonato.
● Pedro vete a tu cuarto.
● No, mamá.
Entonces me agarró con fuerza y me echó en la cama, levantó mis piernas, y sin que pudiera evitarlo me la metió de golpe. Yo no hice mucho por evitarlo, en realidad no quería evitarlo, sólo protesté:
● Pedro, no...no...
● ¡Calla!
Aquella orden hizo que me quedara quieta. Me entregué por completo, abrí las piernas al máximo y mi hijo empezó a meter y sacar su poya de mi chorreante coño. Empezó lentamente y poco a poco fue aumentando el ritmo de la follada. No se la de orgasmos que tuve. Su poya me llenaba y me hacía perder la cabeza de placer.
Su ritmo iba en aumento hasta que se convirtió en un ritmo frenético. La metía y sacaba con tanta fuera, que incluso me hacía un poco de daño. Pero era tanto el placer que me estaba dando, que incluso me gustaba. En una de sus embestida se quedó quieto con la poya dentro de mí, y pude notar como su semen me inundaba. Esto me provocó un gran orgasmo.
Se quedó un momento quieto, yo sentía su poya palpitando dentro de mi, y cuando se le empezó a poner flácida la sacó. Se puso de pie junto a la cama me agarró de las manos y me levantó, me hizo arrodillar delante de él y metió su poya en mi boca:
● ¡Limpiamelá!
Obedecí y me emplee a fondo en la tarea. Saqué hasta la última gota de su semen y por fuera le pasé bien la lengua. Su sabor me gustaba, por lo que no tuve reparos a la hora de beberme los restos de su semen, mientras sentía como se salía el que tenía en el coño, resbalando por mis muslos.
● A partir de ahora harás lo que yo te diga, y la próxima vez te quitas la camiseta.
Salió del dormitorio dejándome allí agachada. No podía creer lo que había echo, pero mi voluntad estaba en manos de mi hijo. Ahora era su juguete sexual.