El jugador

Una pareja joven decide terminar sus vacaciones jugando en un casino. Acaban contrayendo una deuda a la que le tienen que hacer frente.

EL JUGADOR

Soy Hans, un tipo bebedor, mujeriego y jugador, mejor dicho, ludópata. Llegué a la Isla de Tenerife hace dos décadas como animador con una cadena hotelera. Tenía 26 años, buen cuerpo y cierto tirón entre las mujeres. Esto hizo que, primero de manera puntual, recibiese proposiciones de turistas maduras, principalmente alemanas. Pero con el paso del tiempo se conviritó en una práctica habitual. Sí. Llegué a cobrar por ello. Ni me avergüenzo ni me arrepiento.

Por suerte, siendo yo mi propio "chulo", podía seleccionar a mis clientas. Evidentemente, siempre eran maduras de muy buen ver, como máximo de 50 años. Ejecutivas en busca aventuras, separadas sin necesidad de rendir cuentas a nadie e incluso atendí peticiones de maridos a los que les ponía que un chico joven se follase, ante sus narices, a sus propias mujeres.

Gané mucho dinero, lo que me llevó a mi otra gran pasión, el juego. Soy jugador profesional de póker. En mi caso, esto ha terminado por degenerar en ludopatía. He perdido muchos miles de €. También lo gané. He estado en timbas clandestinas. He visto a tipos muy peligrosos perder los papeles. Millonarios rusos que han llegado a pagar sus deudas con sus putitas y cobrarlas a punta de pistola.

Dejé lo de cobrar por follar a puretas para hacerlo gratis con chicas más jóvenes. En algunos casos, y dado el paso del tiempo, con alguna de las hijas de aquellas. Espero que ninguna fuera mía. Cada noche, en el Gran Casino de Tenerife, me jugaba mucho dinero y enganchaba a alguna turista. O me iba a una discoteca con la cartera llena para terminar de rematar la noche. La cuestión es que el juego y el sexo forman parte de mi modus vivendi desde hace media vida.

Ahora, a mis 46 (y como diría el gran Joaquín Sabina), "cada noche me invento, todavía me emborracho; tan joven y tan viejo...". Y es que desde que llegué mi himno es el de EL PUTO GENIO (definición de una lectora que me encantó) “tan joven y tan viejo. De manera que:

A penas vi que un ojo me guiñaba la vida

Le pedí que a su antojo dispusiera de mí

Ella me dio las llaves de la ciudad prohibida

Yo todo lo que tengo, que es nada se lo dí

Y así crecí volando y volé tan deprisa

Que hasta mi propia sombra de vista me perdió

Para borrar mis huellas destrocé mi camisa

Confundí con estrellas las luces de neón

Hice trampas al póker

Defraudé a mis amigos

Sobre el banco de un parque

Dormí como un lirón

Por decir lo que pienso, sin pensar lo que digo

Más de un beso me dieron y más de un bofetón

Lo que sé del olvido lo aprendí de la luna

Lo que sé del pecado lo tuve que buscar

Como un ladrón debajo de las faldas de algunas

De cuyo nombre ahora no me quiero acordar…

Sigo viviendo en esta bendita Isla. Lo hago de las rentas. Cada noche acudo al Gran Casino Tenerife. Juego, cazo y llegado el momento, si se tercia, me emborracho. Y esta noche de sábado no iba a ser diferente.

Me había levantado junto a una azafata de Iberia espectacular. Una chica de Barcelona, de belleza nórdica y cuerpo de jugadora de tenia rusa. Había aterrizado en el vuelo Madrid-Tenerife. Hizo noche en la Isla antes de volar a Dusseldorf. Y, bueno, digamos que no se pudo resistir a mis encantos de "maduro interesante. Y esto más que prepotencia era una evidencia. Ya he dicho que llevo media vida follando con mujeres de todas las edades.

A las 10 de la noche me dispuse a salir a cenar y acercarme al Gran Casino. Me encontraba especialmente “golfo” y es que la azafata había sacado lo peor de mí. Así que sobre las 11:30 estaba entrando por el Gran Casino con ganas de jugarme unos cuantos euros y si fuera posible enganchar a otra chica.


Ana y Carlos se habían tomado estas vacaciones como una última oportunidad a su relación, presa de la rutina. Ambos se habían conocido en la Facultad de Medicina. Lo habían pasado realmente bien. Ambos buenos estudiantes, habían disfrutado de todos los placeres de la vida del estudiante. Entre otras cosas el sexo entre ellos.

Pero el tiempo y la presión habían pasado factura a la pareja. La relación había entrado en una fase de rutina exasperante. El sexo se había vuelto aburrido. Y la atracción entre ambos no era, ni de lejos, la que un día fue. Ana encontraba la explicación perfecta en aquel estribillo de Sabina “le agua apaga el fuego y al ardor los año”. Ahora, ambos ejercían como profesionales en el mismo hospital. Y después de mucho negociar consiguieron que la dirección les permitiese pasar las vacaciones de Semana Santa juntos. Como último recurso para salvar lo que parecía insalvable, la pareja pasaría los cuatro días libres en un hotel en Tenerife.

Aterrizaron en Tenerife Sur un jueves con la clara intención de salvar su relación. Cuatro días después las cosas serían muy diferentes. Durante tres días recorrieron la Isla, subieron al Teide y disfrutaron de la temperatura en la Playa de los Cristianos. Al llegar al hotel lo hacían pero Ana se veía “obligada” a fingir el orgasmo. Durante el sábado Ana estaba decidida a convencer a Carlos para ir al Casino. Era la última noche y le apetecía desfasar un poco.

A sus 27 años, notaba que la vida junto a Carlos se le escapa entre los dedos sin poder remediarlo. La rutina la asfixiaba y el hecho de permanecer junto a su novio era ya una cuestión más de inercia que de una pasión irrefrenable. Tampoco ayudaba como había empeorado sus relaciones sexuales. Esa mañana de sábado había oído la canción de Joaquín Sabina, Pastillas para no soñar. Y algo en su interior se removió de manera definitiva:

Si lo que quieres es vivir cien años

No pruebes los licores del placer.

Si eres alérgico a los desengaños

Olvídate de esa mujer.

Compra una máscara antigás,

Manténte dentro de la ley.

Si lo que quieres es vivir cien años

Haz músculos de cinco a seis.

Y ponte gomina que no te despeine

El vientecillo de la libertad.

Funda un hogar en el que nunca reine

Más rey que la seguridad.

Evita el humo de los puros,

Reduce la velocidad.

Si lo que quieres es vivir cien años

Vacúnate contra el azar.

Deja pasar la tentación

Dile a esa chica que no llame más

Y si protesta el corazón

En la farmacia puedes preguntar:

¿tiene pastillas para no soñar?

Si quieres ser matusalén

Vigila tu colesterol

Si tu película es vivir cien años,

No lo hagas nunca sin condón.

Es peligroso que tu piel desnuda

Roce otra piel sin esterilizar,

Que no se infiltre el virus de la duda

En tu cama matrimonial.

Y si en tus noches falta sal,

Para eso está el televisor.

Si lo que quieres es cumplir cien años

No vivas como vivo yo.


Estaba bebiendo mi segundo gin tónic cuando los ví entrar. Una pareja de turistas españoles. Nuevos dentro de aquel hábitat. Vestidos con media etiqueta. Ella embutida en un traje negro de lentejuelas, comprados para la ocasión, con la espalda descubierta. Típica pareja joven, profesional que vienen a las Islas afortunadas a revitalizar su matrimonio. Me fijé en ella. Era guapa, con buen cuerpo. Quizá, y por ponerle una pega insignificante, sus tetas podrían ser algo más grandes pero en mi caso, culero como soy, no era ningún inconveniente.

Melena castaña, ojos grandes, cara bonita. Encajaba perfectamente en el perfil de una de mis víctimas. Su actitud, se veía de lejos, delataba un punto más de inteligencia que la de él. Un tipo, algo activo y con cierta tendencia a la prepotencia, como después se demostró. De nada le serviría, me había fijado en su mujer y acabaría tirándomela.

Les estuve observando durante casi una hora, mientras recorrieron las tragaperras y la ruleta. El tipo ganaba algo de dinero y creyó que esa sería su gran noche (en este caso no les pondré la canción de Raphael). Cuando había ganado un par de manos en la ruleta fue cuando decidí hacerme visible. Colocado frente a ellos comencé a hacer apuestas prudentes mientras miraba fijamente a la chica. Ella se dio cuenta y a partir de ahí comenzamos un intercambio de miradas. El tipo ni se enteraba.

Tras de varias manos con sus correspondientes intercambios de miradas con la chica, me decidí a dirigirme hacia una mesa de Black Jack sabiendo que ella arrastraría hasta allí a su hombre. Efectivamente, unos minutos después de estar sentado llegó la pareja. Miré a la chica levantando una ceja y media sonrisa. Ella lo hizo fijamente, como sintiéndose retada. El tipo ocupó un asiento y comenzamos a jugar junto a otras dos parejas.

Aquello era una partida de un profesional contra tres amateur, por tanto incautos pero ellos no lo sabían. Empecé entregando manos dejando que el novio de la chica ganar. Ella me miraba a escondidas y le dedicaba sonrisas disimuladas, mientras su novio celebraba sus ganancias. Poco a poco el resto de jugadores fueron abandonando la mesa dejando aquello en un mano a mano entre él y yo. Fue entonces cuando di un paso al frente.

Sabiendo que el tipo se creía invencible comencé a apostar cantidades más importantes. Comencé a ganar, por supuesto. La chica había cambiado su rictus. De aquel semblante risueño cuando ganaban había pasado a uno más serio y con mirada escrutadora hacia mí. Yo me limitaba a sonreírle dándole a entender que mi suerte, pero sobre todo la suya, había cambiado. Ella entendió enseguida cual había sido mi juego. Intentó disuadir de seguir apostando a su novio pero el tipo ya había picado el anzuelo. Estaba convencido de que la única manera de recuperar el dinero era seguir apostando contra mí. La chica estaba convencida de que acabaría desplumándolos.

Media hora después me levantaba de la mesa habiéndoles ganado más de 2.000 €. Le dejé al crupier una propina en fichas por valor de 200 € y me separé de la mesa. La pareja se quedó sola. El tipo estaba abatido y ella visiblemente enfadada le reprochaba su cabezonería:

-Joder Carlos, te lo dije.

-Teníamos una muy buena racha, Ana.

-Joder, pues te ha desplumado…

-Y a ti, no te jode. ¿Cómo si la culpa fuera solo mía, tía?

-Te dije que lo dejaras que el tipo sabía lo que se hacía.

-Bah, un pureta con suerte…

Su novia lo miró con cierto desprecio antes de resoplar.

Fue el momento cuando decidí que esa noche me la follaría. Me acerqué a ellos, que estaban claramente jodidos. Y es que acababan de palmar 2.000 pavos:

-Perdona, ¿os puedo ayudar? –Me dirigí a ellos.

-¿Qué dices joder? –Contestó él con malos modos.

Yo lo ignoré desde un principio y me dirigí a la chica.

-Os puedo proponer una solución.

Ella me miraba con ojos a medio camino entre la intriga, la rabia y el morbo:

-¿De qué se trata? –Preguntó ella.

-¿Pero qué dices, tío? Déjanos en paz.

Seguí sin mirarlo. Sensiblemente más bajo que yo la situación empezaba a ser humillante para él:

-Os doy la oportunidad de recuperar todo el dinero.

-Y ¿cómo debemos hacer? –Preguntó la chica mordiéndose el labio inferior.

-Muy fácil. Nos lo jugamos a la carta más alta. –Dije yo sacando una baraja de mi bolsillo. –Si ganáis vosotros os devuelvo las fichas por importe de 2.000 € que te he ganado –dije esto mirando al tipo, como si le culpase de su derrota –. Si gano yo tenéis dos opciones; o me quedo con el dinero o aceptáis una proposición indecente. –En ese momento me sentí como Robert Redford en la famosa película.

-¿Qué proposición? –Preguntó la chica tomando las riendas de la negociación por encima del pelele de su novio.

-Pues la proposición es pasar la noche conmigo, y aceptando mis condiciones. –Dije sonriéndole con malicia.

-¿Te parece poca condición follar contigo, un completo desconocido? –Ella forzó su enojo ante le novio.

-Vamos a ver, estamos hablando de echar un polvo que me va a salir por 2.000 pavos. Con ese dinero puedo contratar a cualquier scort que me haga lo que yo quiera. Creo que aceptar mis condiciones es lo mínimo.

-¿Me estás comparando con una puta? –La chica se veía realmente enfadada.

-¿Acaso no quieres ganarte los 2.000 € que el pánfilo de tu novio ha perdido al Black Jack?

-¿Qué condiciones serían? –A estas alturas el novio pintaba muy poco en la conversación.

-Bien. Quiero que tu novio esté presente mientras lo hacemos.

El tipo hizo un amago de queja pero ella le detuvo:

-Déjanos que nos lo pensemos.

-Por supuesto. –Le contesté lanzando una ficha de 100 € al aire y recogiéndola delante de las narices del tipo.

Me fui al bar a pedirme otro gin tónic convencido de que esa noche me follaría a aquella preciosidad de mujer, 20 año más joven que yo mientras su novio lo presenciaba todo impotente. La pareja se alejó a un lugar más solitario y comenzó a hablar:

-Lo vamos a hacer. –Dijo la chica a su novio decididamente.

-¿Pero qué dices tía? En serio me estás diciendo que te acostarías con ese capullo y encima delante de mis narices.

-Te estoy diciendo que esta noche hemos palmada 2.000 € que no estamos en disposición de perder. Además, todavía tenemos la posibilidad de ganar:

–Aunque ella estaba convencida de que no tenían ninguna posibilidad.

-No te entiendo tía. No me puedo creer que estés dispuesta a humillarme delante de ese tipo. Es que no me lo puedo creer joder.

-Y yo no me puedo creer que hayamos perdido 2.000 pavos por una cabezonería tuya. Joder.

El tipo cerró los ojos. Se sintió responsable de aquel dinero. Y resopló. Su novia estaba convencida de hacer un “sacrificio” por la economía familiar. La chica, ahora le mira con media sonrisa de complicidad. Pero en el fondo, la posibilidad de tirarse a un maduro delante de su novio era una situación que la tenía totalmente excitada. Y es que desde hacía mucho, el sexo con Carlos era aburrido, monótono y nada excitante. En conversaciones con sus amigas el hecho de tener una aventura con un maduro era habitual. Y todas aquellas que lo habían hecho hablaban maravillas de lo excitante. Además, este tipo estaba de muy buen ver. Sin tener un cuerpo espectacular se veía que se mantenía en forma. Era muy alto, ancho de espaldas y porte elegante. Era muy morboso.

Por fin, decidieron acercarse hacia mí:

-¿Qué? ¿Ya lo has decidido? –Seguí dirigiéndome a ella en todo momento ignorando al novio.

-Sí. Nos lo vamos a jugar.

-¿Y si perdéis? –Le dije mientras barajaba el mazo de cartas.

-Entonces me iré contigo.

-Y él también viene- -Dije señalando al tipo que ya había admitido su derrota en al negociación.

Terminé de barajar y le ofrecí el mazo al novio. Cortó, aproximadamente por la mitad. Al volver la mano hacia arriba apareció el 10 de picas:

-Buena carta. Vas a tener suerte chaval. –Le dije mintiendo.

Me dispuse a levantar yo otro pequeño mazo y… allí estaba. La Reina de Corazones. El tipo cerró los ojos en señal de abatimiento. Ella me miró disimulando una sonrisa lasciva y levantando una ceja:

-Bueno, ¿qué queréis hacer? ¿Me dais el dinero o pasas la noche conmigo?

–Le dije sonriendo a la chica sabiendo que aquella propuesta no le desagradaba en absoluto.

-Follamos. –Fue directa. Sin rodeos. Con seguridad de lo que quería hacer.

El novio abrió los ojos en exceso al oírla. No se podía creer que en cuestión de una hora, lo que estaban siendo unas magníficas vacaciones con su novia se hubiese convertido en un auténtico calvario. Estaba siendo humillado por un tipo que, primero le había levantado 2.000 pavos, y después le estaba levantado a su chica:

-¡Ana!, ¿estás segura de lo que vas a hacer? –Sus intentos por evitar lo inevitable estaban siendo patéticos. No se daba cuenta de que la voluntad de su novia era la de acostarse con aquel maduro con quién llevaba toda la noche intercambiando morbosas miradas de deseo. Y él sin enterarse de nada.

-Vamos a ver, ¿dónde preferís que lo hagamos? ¿En mi casa o en vuestra habitación?

-En nuestro hotel. –Se apresuró ella a responder.

-¿Has traído coche? –Me dirigía a ella en singular, ignorando por completo al pobre hombre.

Nos dirigimos al parking los tres en silencio. Al accionar el mando a distancia los intermitentes de un Giulia azul se encendieron delatando su ubicación. Dentro del coche, el novio derrotado y abatido se sentó junto a mí. Ana, la novia, justo detrás de él. Del equipo de música del Alfa salía la voz de Joaquín Sabina entonando su canción Mujeres Fatal que fue la banda sonora hasta el hotel de la pareja.

Hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia,

hay mujeres que nunca reciben postales de amor,

hay mujeres que sueñan con trenes llenos de soldados,

hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no.

Hay mujeres que bailan desnudas en cárceles de oro,

hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,

hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,

hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad.

Hay mujeres veneno, mujeres imán,

hay mujeres consuelo, mujeres puñal,

hay mujeres de fuego,

hay mujeres de hielo,

mujeres fatal.

Mujeres fatal.

Hay mujeres que tocan y curan, que besan y matan,

hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad,

hay mujeres que abren agujeros negros en el alma,

hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz.

Hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo,

hay mujeres en cuyas caderas no se pone el sol,

hay mujeres que van al amor como van al trabajo,

hay mujeres capaces de hacerme perder la razón.

En apenas 4 minutos los tres nos encontrábamos en el interior del ascensor. Tras ellos no pude resistir acariciar el maravilloso culo de Ana. Ella, hizo un movimiento hacia atrás para que la caricia se convirtiera en un palpo total. Su pequeño suspiro hizo que Carlos, su novio, se girase hacia ella sin saber lo que había pasado. Antes de poder decir nada, la puerta se abrió y nos encaminamos hacia la habitación 321 por un pasillo enmoquetado.

Ante la puerta, Carlos abrió y cedido el paso a su novia. Yo decliné su invitación y le cedí el paso a él. Era una habitación convencional. Pequeño pasillo de entrada donde se encontraba el baño y una estancia un poco más amplia donde se ubicaba la cama de matrimonio que aquella noche sería testigo del cobro de una apuesta de juego. En medio del desconcierto le expliqué al tipo que, para evitar la tentación de que quisiera intervenir tendría que atarle a la silla para que presenciase el espectáculo sin meter la pata. Por supuesto se quejó, a lo que amenacé con largarme con el dinero. Ana le hizo entrar en razón.

No puedo negar que estaba disfrutando con aquel pelele en manos de su novia más que en las mías. Con mi cinturón y el suyo le até de pies y manos a la silla desde donde vería como me follaba a su novia a mi antojo.

Por fin me coloqué ante aquella chica. Era una preciosidad de rasgos suaves, grandes ojos y labios carnosos. Su melena castaña clara enmarcaba una preciosa cara de rasgos suaves, ojos grandes y labios carnosos. Su cuello esbelto descansaba sobre un busto de tamaño medio. Sus tetas no eran excesivamente grandes pero de una forma bonitas. La besé con delicadeza en la boca y seguí descendiendo por su mentón, su cuello. Ana, con los ojos cerrados suspiraba sintiendo mi aliento sobre su piel ante la atenta mirada de su novio.

Con delicadeza fui bajando su vestido desde los hombros que cayó a sus pies. Salió de él quedándose solo con un sujetador negro que cubrían aquellas tetitas de pezón oscuro y gordo que intentaba atravesar la tela de la prenda y unas braguitas a juego que cubrían, en semi transparencia, un pubis rasurado del que me encargaría más adelante.

Era la primera vez que estaba casi desnuda ante otro hombre y en presencia de su novio. Su excitación era indescriptible. Ana se volvió, dándole la espalda a su novio. Llevando sus manos a su espalda desabrochó el sujetador mostrando sua tetas desnudas a aquel maduro y evitando que las viera Carlos. Acerqué mis labios a los pezones oscuros y los besé, los succioné, los mordí, arrancando de Ana suspiros de placer.

La mujer me miró. Me agarró por la nuca y me besó. Nuestras lenguas se entrelazaban en el interior de nuestras bocas. Ella atrapó la mía con sus labios y la lamió con placer. Carlos, inmovilizado en la silla no se podía perder el espectáculo que le estábamos brindando.

Haciendo una leve presión sobre sus hombros, Ana entendió que debía arrodillarse ante mí. Con mirada de puta lasciva comenzó a desabrocharme el pantalón. Lo bajó y quedé con mi bóxer negro cubriendo la erección de mi polla. La chica no dudó en morder el bulto que se adivinaba a través de la lycra de mi ropa interior. Carlos, el novio, resoplaba indignado con el disfrute de su chica. Lo miré y sonreí con malicia.

Ana tiró hacia abajo de mi bóxer liberando una polla de tamaño estándar y considerable grosor a escasos centímetros de su cara:

-Mmmmm....joder que buena polla.... -la chica estaba entregada a la morbosa situación.

-Ana, por favor, ¿pero qué estás haciendo? -el pelele del novio no daba crédito a lo que veía.

-Qué guarra es tu novia... -la definía yo mirando al pobre hombre.

Al oír esto, Ana tiró de la piel de mi polla hacia atrás liberando un glande muy gordo de color rojo intenso. Me miraba con media sonrisa poniéndome a mil a mí y sacando de quicio a su novio:

-Ana, por dios, no reconozco. -se lamentaba el tipo atado a la silla.

Ella no le prestaba atención y seguía masturbándome lentamente. Estirando la piel de mi polla hasta abajo liberando el capullo para volver a subir la mano y cubrirlo de nuevo.

Lamió todo el tronco desde mis huevos hasta la punta antes de escupir contra mi capullo y mirarme con cara de zorra. No me lo pensé y le crucé la cara con una bofetada:

-Guarra.

Ella dio un pequeño grito y giró la cara pero inmediatamente volvió a mirarme con cara de puta:

-Cabrón....

Se abalanzó sobre mi polla y se la tragó hasta el fondo. Yo sentía como se derretía en aquella boca caliente. Ana hacía un esfuerzo para hacerla pasar más allá de su campanilla y lo conseguía. El sonido acuoso de mi polla encajándose en la garganta profunda de Ana era la banda sonora de aquella escena de película porno. Un tipo maduro (yo), le metía la polla hasta la campanilla a una joven 20 años menor arrodillada ante él (Ana), mientras su novio (Carlos) lo presenciaba todo, impotente, atado a una silla.

La chica se sacó la polla de la boca y tomó aliento. Sus babas le caían por la comisura de los labios y la barbilla. Seguía pajeándome y ahora se metió mis huevos en la boca. Ana movía su lengua y succionaba mis cojones sin dejar de pajearme:

-Joder tío -me dirigí al gilipollas del novio que no perdía detalle de nada -tu novia es una auténtica comepollas...qué suerte tienes... -Traté de ser humillante y me reí.

La agarré por la cabeza y comencé a follarle la boca. Ana se agarraba a mis piernas y mi culo mientras engullía mi trozo de carne incandescente. Comencé a tensarme cuando sentí como el orgasmo era inminente:

-Me corro, joder, me corro.

Resoplaba cuando el sentía el hormigueo sobre mi glande y la eyaculación era inminente. Por fin salió el primer chorro que acompañé con un grito. Ana tragó esa primera descarga que ya bajaba por su garganta.

Se la retiré y, tirándole del pelo, dirigí el segundo chorro a su preciosa cara de putita. El líquido viscoso cruzó desde su mentón hasta su pómulo. Yo la miraba con cara de suficiencia mientras la suya era retadora:

-Abre la boca joder. -Le ordené para descargar dentro.

Otro chorro manchó su dentadura de dentífrico antes de caer sobre su lengua. Ana tragó con gusto:

-Qué cerdo eres...

Con mi polla palpitante recogí los restos de mi corrida en su cara y se lo llevé a sus labios. Ella los recibió gustosa y acabó de limpiarme el nabo. En medio de la vorágine sexual no habíamos prestado atención a que el novio estaba llorando. El tipo no había podido soportar como su novia le había practicado semejante comida de polla a aquel desconocido y había roto a llorar como un niño. Reconozco que sentí lástima de aquel pobre hombre al que estaba humillando hasta el llanto. Pero si si novia no lo hacía, no sería yo quien le liberase.

Ayudé a Ana a levantarse. Yo aún con la camisa y los pantalones en los tobillos. Ella solamente con sus braguitas negras de encajes. La acerqué hacia mi y la besé. Sin importarme los restos de mi lefa en su boca le metí la lengua muy adentro. Ella apretaba mi cabeza contra la suya agarrándome por la nuca. El tipo moqueaba sin dejar de llorar como un niño.

Lancé a Ana contra la cama. Rió divertida cuando cayó sobre el colchón. Me terminé de desvestir y me arrodillé a los pies de la cama. Ante mí tenía el sexo rasurado de una doctora de 26 años. Joven, terso, jugoso. Su aroma era embriagador y la situación era tremendamente morbosa. La chica entregada, el novio humillado y yo triunfando.

Pasé lentamente mi lengua por aquella rajita ardiente. Desde el ano hasta el clítoris arrancando a Ana un suspiro de placer. Seguí con la maniobra durante unos minutos. En cada pasada notaba como manaba más flujo de aquel joven coño. De fondo oía al gilipollas del novio moquear producto de la llorera, lo que lograba que me excitase más. Comencé a follarle el coño a Ana con mi lengua. Recorría cada pliegue de aquella cueva. Me relamía saboreando cada gota de flujo vaginal. Me entretuve en el clítoris. Pasé la lengua, primero despacio. Rodeándolo para terminar dándole pequeños golpecitos.

Ana había cambiado los suspiros por gemidos, algo que Carlos, el novio, no soportaba:

-¿Te está gustando, Ana?, No me lo puedo creer. Te comportas como una auténtica puta.

Ella no respondía y me agarraba la cabeza enredando sus dedos en mis cabellos. Notaba como hacía presión en mi nuca para que no me separase de su coño. Yo trillé su botón de placer con mis labios y comencé a pasar la lengua por él todo lo rápido que podía. Ella comenzó a gritar. A retorcerse de gusto. Apretaba sus piernas entorno a mi cabeza. Su cuerpo comenzó a tensarse antes de arquear la espalda:

-Joder cabrón, qué comida me estás dando…. Sigue joder, que me corro….

Justo antes de que llegara al orgasmo le introduje dos dedos, lubricados en su propio flujo, en el culo lo que terminó de derribar su resistencia. Se pellizcaba los pezones. Se amasaba las tetas. Movía las piernas. Y por fin gritó entregada al orgasmo:

-Ahh, sííí. Dios que lengua tienes cerdo. Hijo de puta que bien mueves la lengua, cabrón.

Sin dejar que se recuperara me coloqué sobre ella. Busqué su boca para comérsela y sin previo aviso le calcé la polla hasta lo más hondo de su vagina. Ella gritó de dolor. Mientras le mordía el labio inferior seguí con golpes secos de cadera. Incrustándole la polla en el coño. Sintiendo como nuestros pubis chocan, produciendo un excitante ruido que se mezclaba con mi respiración forzada, los ahogados gritos de placer de Ana y el llanto de Carlos. Imagino que la visión del culo de un tipo que está empotrando a tu mujer contra el colchón no debe ser muy agradable, así que sus lágrimas estaban justificadas.

Ana me clavaba las sus uñas en la espalda, Me abrazaba con sus piernas alrededor de mi cadera y mordía mi hombro con cada embestida que yo le daba. Justo antes de llegar al orgasmo giramos sobre ella hasta colocarse a horcajadas sobre mí. Ana se dispuso a cabalgarme. Con las rodillas a cada lado de mi cuerpo. Se recogió la melena en una cola y comenzó un movimiento de amazonas sobre mi polla. Yo notaba como la penetración era profunda. Aquel volcán que era su coño estaba inundado de flujo ardiente. A medida que tomaba velocidad en la cabalgada la joven médica se colocó las manos en la nuca dejándome ver como sus pequeñas tetas con aquellos pezones marrones oscuros, casi negros, se movían de manera hipnótica con cada bote de ella:

-¿Qué estás haciendo puta? –Su novio ya no se cortaba en insultarla.

Ella, al oír que su novio, cornudo ya para siempre, la llamaba puta gemía con más ganas:

-Sí joder, que polvazo más rico.

Yo acariciaba su precioso cuerpo, excitado por la situación y el morbo. Me incorporé. La agarré por la cola y tiré de su pelo echando la cabeza hacia atrás para morderle el cuello mientras ella no dejaba de botar clavándose mi polla hasta el fondo. No dejaba de gemir de gusto y su novio no dejaba de resoplar intentando desatarse al tiempo que nos insultaba, totalmente humillado:

-Me voy a correr. –Le anuncié a La chica.

-Hazlo dentro. ¿Te gusta correrte dentro de la vagina de una jovencita como yo?

La tumbé hacia atrás y sin sacársela del coño me volví a situar sobre ella. Su cabeza colgaba por fuera del colchón frente a su novio. Aceleré los empujones contra su coño hasta que vertí varios chorros dentro de aquel joven coño desconocido. La visión que le brindábamos al novio era espectacular. Su novia tirada en al cama con la cabeza colgando mientras un maduro desconocido, arrodillado en al cama, la agarraba por la cadera al tiempo que le embestía pollazos en su coño. Ella gritaba de placer sintiendo como mi polla se clavaba en su coño y se pellizcaba las tetas. Yo resoplaba descargando toda la lefa dentro de su vagina. Y su novio, que ya no lloraba, nos insultaba y maldecía el día que la conoció. Se lamentaba de haber hecho este viaje y de haber aceptado este pago de la deuda.

Los dos caímos rendidos. Yo sobre ella. Habíamos alcanzado uno maravilloso orgasmo y ahora, con los cuerpos sudorosos, estábamos pegados el uno al otro. Mi polla perdía la erección dentro de su ardiente coño y el abundante semen comenzaba a salir entre los labios vaginales de Ana.

Después del polvo nos mantuvimos los tres en silencio por un espacio de tiempo indeterminado. La situación se había vuelto incómoda. De la pasión con que nos habíamos comportados Ana y yo ahora quedaba poco y una sensación de vergüenza incómoda nos embargaba. Ella fue la primera en levantarse y meterse en el baño. Yo comencé a vestirme sin mirar al tipo que seguía atado a la silla. Me mira cabreado pero yo no pensaba sacarlo de aquella situación. Tampoco me correspondía.

Una vez vestido, le dejé fichas del casino por valor de 2.000 € y les dejé una propina de 500 más. No sé como se lo tomaría la médica que seguía dentro del baño, donde ahora se oía la ducha. Le dejé de regalo la baraja de cartas con las que le había ganado la última apuesta y me largué de la habitación. Imagino que después de irme Ana saldría del baño y tendría una larga charla en la que pondrían fin a su relación. El viaje de vuelta sería bastante embarazoso. Más aún si el tipo descubría que la baraja con la que gané estaba amañada. La carta más alta era la dama de corazones que además tenía un perfil más grueso para que poder levantarla siempre. Cosas de un jugador profesional, ludópata y mujeriego como yo…