El juez vengativo y su cuñada embarazada

Un juez se venga de su hermano cuando se le presenta la ocasión.

Eugenia tenía 32 años y estaba embarazada de tres meses. Era alta, tenía buenas tetas y mejor culo, sus piernas eran largas y moldeadas, sus grandes ojos eran de color avellana, su cabello largo y negro y era bastante guapa. Llevaba las uñas y los labios pintados de rojo, sus ojos pintados de un rosa clarito y casi siempre vestía con trajes de alta costura.

Eugenia estaba casada con un empresario de 69 años que le daba todo lo que quería, pero de su último antojo no le podía hablar, ya que se trataba de Victorine, una veinteañera, de color, muy guapa y que era secretaria de su hermano y por tanto cuñado de ella.

El cuñado de Eugenia era juez, un juez que no llegaba a señor aunque lo tratasen de señoría. Le iba la carne y el pescado, pero a sus setenta años ya comía bien poco, más el viejo no quería dejar este mundo sin follarle la mujer a su hermano y ella lo sabía, lo sabía porque se lo había dicho. Le había ofrecido el oro y el moro por meterle los cuernos a su hermano, hermano con el que no se hablaba había más de cincuenta años por haberle follado la novia. Eugenia tenía de todo y el viejo juez había pinchado en hueso, pero cómo a Eugenia se le mojaba el coño solo de ver a la secretaria de su cuñado...

Ese día fue al despacho del juez y vio a su antojo sentado a una mesa hablando por un interfono. Llamó a la puerta del despacho del juez y oyó su voz.

-Entre.

El juez, de quien no voy a decir el nombre, era muy alto, seco cómo un higo navideño y mal encarado. La recibió sentado detrás de la mesa de su lujoso despacho. Estaba solo y más serio que de costumbre, le preguntó:

-¿Qué te trae por aquí, Eugenia?

El tratamiento se lo pasó por el coño.

-Quiero hacer un trato contigo.

-Siéntate y habla.

Eugenia, que llevaba puesta un traje gris con una falda corta, zapatos grises de tacón de aguja, blusa blanca, medias blancas, corbata roja y que llevaba colgando de su hombro un bolso gris, se sentó en un sofá negro de sky, cruzó las piernas y mostrando más de lo que debía, le dijo:

-Te cambio una hora contigo en tu cama por una hora en la mía con tu secretaria mauritana.

La secretaria tenía el interfono abierto y estaba escuchando lo que hablaban. Oyó al juez decir:

-No sabía que te gustaran las mujeres.

-Es un antojo. Estoy embarazada de tres meses.

El juez se levantó y de camino al mueble bar, le dijo:

-Vaya, vaya, vaya, así que el canalla va a ser padre ahora de viejo.

-Nunca es tarde...

No la dejo acabar.

-Cuando la mujer está buena.

A Eugenia se le escapó una sonrisa.

-Sí, eso también ayuda.

-Acepto el trato, pero primero la hora debe ser conmigo.

-De eso nada, te conozco, eres un trilero.

-¿Y cómo sé yo que tú vas a cumplir tu parte del trato?

El juez fue a su lado con dos copas en las manos y le dio una., Eugenia la cogió con su mano derecha y con la izquierda le echó mano a la verga.

-Calzas bien.

-No me respondiste.

-Tendrás que fiarte de mi palabra.

El juez fue hasta la puerta de despacho y la cerró con llave, volvió a su silla, bebió un sorbito de brandy, y le dijo:

-Tu palabra no vale nada. Desnúdate y empezaré a creer que cumplirás.

-No, no voy a desnudarme aquí.

-Ya puedes irte. No hay trato.

Eugenia había venido a hacer un trato, pero al cerrar la puerta su cuñado pensó que lo mejor era regalarle el coño ese mismo día, claro que tenía que darle cuerda al juez para que se ahorcara el solo.

-¿Te vale si te enseño las tetas?

El juez se creció.

-Ya no me vale con desnudarte. Quiero que me hagas un striptis.

Eugenia siguió enredando.

-Hombre, si con eso ya te pago...

El juez cogió su celular.

-¿A quién vas a llamar?

En bajito empezó a sonar la canción "The final Countdown".

-Baila y a lo mejor no tienes que hacer nada más para conseguir a Victorine.

Eugenia posó la copa de brandy en el piso, Se abrió de piernas y con su mano derecha se quitó la corbata mientras bailaba contoneando las caderas, a la corbata siguió la chaqueta, luego la blusa, botón a botón, después se dio la vuelta, y sin dejar de mover el culo se quitó la falda. Quedó vestida solo con una lencería blanca. Sin dejar de bailar se quitó el sujetador, después las bragas, luego se dio la vuelta, con un brazo y una mano tapaba las tetas y con la otra mano el coño, bailando quitó las manos y el juez vio sus grandes tetas con areolas rosadas y pequeños pezones y el coño rodeado por una pequeña mata de vello negro. Apagó el celular y le dijo:

-Tienes un cuerpo impresionante, y esa barriguita te hace más deseable.

Eugenia se agacho, cogió la copa y se volvió a sentar en el sofá, echó un traguito de brandy, y después le preguntó:

-¿Te gustó ver cómo bailaba?

-Mucho, tanto que mojé el calzoncillo. ¿Tú no te calentaste al bailar?

-La verdad es que me calenté un poquito viendo cómo se movía tu brazo.

El juez lanzó otro ataque.

-Siempre tuve curiosidad por saber la cara que pones al correrte. Siéntate en mi mesa y mastúrbate.

Eugenia siguió soltando cuerda.

-¡Ni después de beberme diez copas de brandy!.

El juez siguió profundizando.

-Vístete y vete.

-¡Acabo de bailar para ti y estoy desnuda! ¿Buscas humillarme?

-¿Te masturbas o no?

-Tú no puedes conseguirme a Victorine. ¿A qué no?

-Tan cierto cómo que en verano sale el sol que si haces lo que te mande hacer follarás con ella.

Eugenia ya lo tenía bien encaminado.

-A ver si es verdad.

Fue junto al juez y se sentó sobre la mesa. Olía a Chanel Nº 5. Abrió las piernas y rozó su clítoris con un dedo. El juez tenía la verga en la mano y el coño a escasos treinta centímetros de su boca.

-Eres un sueño de mujer.

Eugenia metió un dedo dentro del coño, lo chupó y después acariciando de nuevo su clítoris, le dijo:

-¡Lo qué hay que hacer por un antojo!

-Qué está cómo un queso.

-Yo la veo cómo un pastelito de crema.

Victorine, sin querer queriendo, metió una mano dentro de las bragas y pasó un dedo entre los labios vaginales.

El juez volvió a menear la verga. Eugenia mirándole para ella, le dijo:

-Tiene un morbazo lo que estamos haciendo.

Eugenia cerró los ojos y el juez le preguntó:

-¿En quién vas a pensar?

-En tu secretaria.

Victorine se echó hacia atrás en el respaldo de su silla giratoria, abrió las piernas, metió dos dedos dentro del coño y mirando para la puerta por si venía alguien comenzó a masturbarse.

Al rato el silencio en el despacho del juez dio pasó a los gemidos y al chapoteo de los dedos dentro del coño de Eugenia. A Victorine le llegaron por el interfono y casi se corre, tuvo que quitar los dedos del coño y acariciar el clítoris muy suavemente, ya que quería correrse al mismo tiempo que Eugenia. Poco después la oyó decir:

-¡Me voy a correr! Cómeme el coño. Quiero correrme en tu boca e imaginar que es la de Victorine.

El juez tenía ganas de ver otra cosa.

-Pero es que yo quería ver tu cara al correrte.

-¿No quieres que la mujer preñada de tu hermano se corra en tu boca?

-Sí, claro que sí.

-Pues cómeme el coño. Mi cara al correrme ya la verás cuando vaya a tu casa.

Eugenia se puso en pie, el juez echó la silla para atrás, se agachó, la cogió por la cintura y le lamió el coño cómo si fuera un perro bebiendo agua, y la bebió, la bebió, ya que Eugenia con los ojos cerrados y con un tremendo temblor de piernas se corrió en la boca de su cuñado, diciendo:

-¡Me corro! ¡¡Traga, preciosa!!

Victorine al oír los gemidos de Eugenia se dio dedos y se corrió con tanta fuerza que cayó de la silla. Acabó sobre la alfombra en posición fetal encharcando sus bragas con una corrida brutal.

El juez, que se había sentad en su sofá, le dijo a Eugenia:

-Siéntate en mi polla y acabemos como es debido.

Ya lo tenía donde quería.

-Por qué no. Ya metidos en harina...

Eugenia dándole la espalda puso su coño sobre la verga del juez, verga que agarraba con su mano derecha para que no se le doblara. La verga fue entrando a medida que Eugenia fue bajando el culo. Con la verga metida hasta el fondo movió el culo alrededor, después subió y bajó el culo sacando y metiendo la polla hasta la mitad. El juez le magreaba las tetas y la besaba en el cuello. Así estuvieron hasta que la polla se le puso dura al viejo. Se le puso dura para correrse, pero Eugenia ya estaba tan cachonda que al sentir la leche de su cuñado llenar su coño, se corrió ella también, temblando y diciendo:

-¡Me corro en tu polla!

Al acabar, con la verga dentro giro la cabeza, lo miró, y le dijo:

-Supongo que la mauritana ya es mía. ¿O quieres más?

-Victorine no es mauritana, es senegalesa, y no, no quiero más.

Se levantó y se fue a buscar su copa de brandy. La leche de la corrida mezclada con sus jugos le bajaban por las piernas mientras caminaba... Se mandó el resto de la copa de brandy, y después le dijo:

-Me informaron mal, pero da lo mismo de donde sea. ¿Seguro qué la tendré? Oí que tiene novio. ¿O también me informaron mal?

Cogió las bragas y se limpió con ellas las piernas y el coño mientras el juez le decía:

-Te informaron bien, tiene novio, pero está en la cárcel. ¿Cuándo vas a ir a mi casa?

Eugenia lo miró con las bragas en la mano y con cara de pocos amigos. Quiso acabar la historia ese dá y por lo que se veía solo fuera la primera parte.

-¡¿Qué?! Yo ya cumplí con mi parte.

-No, no he visto tu cara al correrte y has dicho que la vería cuando fueras a mi casa.

-¡Trilero!

-Entiéndelo, estás tan buena...

-¡Cabrón!

-Lo soy, soy un cabronazo. ¿Cuándo te mando a mi secretaria?

-¿Y sí después no fuera a tu casa?

-Siempre podía mandarle un recado a mi hermano diciéndole lo bien que bailas.

-Trilero, cabrón y encima chantajista.

-Asumo que soy todo eso. ¿Cuándo te la mando?

Después de haberle dado el coño no se iba a aquedar sin su antojo.

-Mañana. Tu hermano se va a Bruselas.

-¿A qué hora quieres que vaya?

Eugenia viendo cómo su cuñado guardaba la verga y guardando ella las bragas en el bolso, le respondió:

-A las cinco de la tarde sería una buena hora.

-Allí estará, tienes mi palabra.

Eugenia al salir del despacho y yendo hacía la puerta de salida miró para Victorine, le sonrió y la muchacha le devolvió la sonrisa.

La palabra del juez iba a misa. A las cinco de la tarde sonó el timbre del chalet de Eugenia, fue a abrir ella, ya que le diera la tarde libre al servicio, y al verla le dijo:

-Pasa, Victorine.

La senegalesa, que vestía una falda de tabla de color azul que le daba por debajo de las rodillas y una blusa del mismo color y que era un cuadro de Naomi Sims cuando era más joven, agachó la cabeza y entró en la vivienda.

Eugenia cerró la puerta. Victorine se había quedado parada en el pasillo. Se puso delante de ella, le levantó la barbilla con dos dedos. Al ver su linda cara ya se le mojó el coño. Le preguntó:

-¿Qué te ofreció mi cuñado para que aceptaras follar conmigo?

-Un aumento.

-¿Solo un aumento?

-Un aumento muy generoso, tan generoso que me dobló el sueldo.

-Eso ya me cuadra más.

Eugenia le dio un pico, después le pasó la lengua entre los labios, unos labios pintados de rosa, cómo sus uñas. Sintió como se estremecía y supo que le gustara. La cogió de la mano y yendo a su habitación, le dijo:

-Lo vamos a pasar de vicio.

Victorine, haciéndose la víctima, le dijo:

-Sí usted lo dice, señora.

-No me llames señora, me haces sentir vieja, y tutéame.

-Su cuñado me mandó ser obediente y educada.

Al lado de la cama de la habitación de matrimonio volvió a besarla.

-No te quiero obediente y educada, te quiero tal y como eres.

-No creo que te gustase ver cómo soy.

-Con una carita tan linda y unos labios tan dulces no puedes ser tan mala.

Victorine le cogió las nalgas, la apretó contra ella y le dio un beso con lengua tan largo que dejó a Eugenia sin aliento, y después le dijo:

-Las apariencias engañan.

-¡Vaya si engañan!

Eugenia la desnudó. Al verla en sujetador y bragas de color negro, le dijo:

-Eres aún más hermosa de lo que yo te imaginaba en mis pajas.

Abrió un cajón, sacó una lencería blanca de encajes y la puso sobre la cama. Le quitó el sujetador negro y vio sus tetas redondas, duras, con grandes areolas negras y gordos pezones, le dio un beso en cada pezón y le preguntó:

-¿Cómo te gustaría que te comiera las tetas?

-Cómemelas cómo te las comerías a ti mismo si pudieras.

Eugenia lamió sus pezones despacito al tiempo que le apretaba las tetas con cuidado, las apretaba cómo si estuviera apretando huevos, después las mamó con la misma delicadeza... Tiempo después le puso el sujetador blanco y la volvió a besar, Victorine le devolvió los besos, luego besando y lamiendo su ombligo le quitó las bragas. Vio su inmenso bosque de vello rizado que hacía juego con el vello de sus axilas, le besó el clítoris, y le dijo:

-Tienes un coño precioso. Siéntate en el borde de la cama.

Victorine se sentó donde le había dicho.. Eugenia le quitó los zapatos negros y le puso unas medias blancas, luego la muchacha se levantó y le puso el liguero blanco con encajes y con el que sujetó las medias, después le puso unos zapatos blancos con tacón de aguja e hizo  que se mirara en un espejo donde se vio de cuerpo entero.

-¿A que eres la mujer más bella que jamás hayas visto?

Victorine se miró al espejo, se dio la vuelta para ver su culo, y dijo:

-La verdad es que no estoy nada mal.

-¡Estás para comerte!

Eugenia, que estaba vestida con una falda marrón y una blusa a juego, se quitó los zapatos y las medias blancas, se echó sobre la cama y le dijo:

-Átame las manos a los barrotes de la cama con las medias.

-¿Seguro?

-¿Por qué lo preguntas?

-Por que me conozco y de caliente puedo ser muy falsa

-No me importaría ver que falsedades haces. Átame.

-Tendré en cuenta tus palabras.

Después de atarla le dijo:

-Ponme el coño en la boca.

Victorine subió encima de Eugenia, se abrió de piernas y le puso el coño en la boca.

-Muévete, preciosa.

Victorine movió su pelvis.

-¿Te gusta?

-Sí, me gusta.

-Se nota, tienes el coño cómo una charca -se lo lamió-. Muévete más aprisa.

Victorine movió el culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás a toda pastilla y entre gemidos dijo antes de correrse:

-¡Qué rico, que rico, qué rico!

Victorine le cogió la cabeza a Eugenia con las dos manos y frotando a toda hostia el coño contra su lengua desbordó en su boca cómo una salvaje.

-¡Me corro!

Cuando Victorine acabó de correrse le dijo:

-Ahora vas a saber quien soy yo..

Le abrió la blusa, le quitó el sujetador y vio sus grandes tetas con areolas rosadas y pequeños pezones. Se las agarró, se las amasó, se las comió con lujuria, le mordió los pezones y acabó pegándole en ellas con las palmas de las manos mientras le preguntaba:

-¿Te gusta, zorra?

.¡¿Qué me has llamado?!

-¡Zorra!

-¿Eres bipolar?

-Soy la que cuando folla hace y dice lo que le sale del coño. ¿Algo que objetar?

-No, no, fue solo que me molestó tu lenguaje y...

Y no la dejo terminar.

-¡Pues te jodes! No haber entrado en mi mundo.

Le quitó la falda y las bragas encharcadas y vio su coño peludo.

-¿Cómo te gusta que te coman el coño?

-Sorpréndeme.

Victorine metió su cabeza entre las piernas y su lengua le dio una profunda lamida en el coño. Después de lamerlo, le dijo:

-Me gusta el sabor de tu coño, puta.

Ya no le importaba que la insultara.

-¿A qué dirías que sabe?

-A coño de putita rica y caprichosa.

Eugenia puso las manos en la nuca y le dijo:

-Besa sus labios y después cómele las tetas a una puta rica y caprichosa.

Victorine se echó encima de Eugenia y le mordió un labio, sin hacer sangre.

-¡Qué daño! No vuelvas a a hacer eso.

-¡Te voy hacer lo que me salga del coño, cabrona!

-Estás loca de atar.

Quitando el sujetador, le dijo:

-La loca eres tú y ya estás atada.

Le puso las tetas en la boca para que se callase. Victorine era ahora la que tenía por el mango la sartén de la tortilla.

-¡Come si no quieres que te arranque una oreja de un mordisco!

Eugenia le mamó las tetas, primero una y después la otra y repetidas veces, ya que Victorine las cogía con las dos manos y se las iba poniendo en la boca.

Al rato Victorine le lamió una oreja, le besó el cuello, la besó en la boca y después le frotó el coño mojado en las areolas de las tetas y en los pezones, besó su ombligo, metió la cabeza entre sus piernas y le lamió y mordió con suavidad el capuchón del clítoris, después lamió su coño encharcado, lo lamió  de abajó arriba muy suavemente arrastrando los jugos y depositándolos sobre el clítoris para acto seguido chuparlo. Eugenia estaba en la gloria. Le dijo:

-¡Qué buena eres, jodida!

Victorine paró de trabajarle el coño.

-Ahora sí, ahora te voy a comer las tetas.

-¡No, no, sigue!

-No me sale del coño, puta lesbiana.

Eugenia le imploró.

-Sigue, cariño, por favor, sigue.

Para hacerla sufrir le levantó las nalgas y lamió una sola vez desde el ojete al clítoris.

-¿Quieres que siga así?

-¡Síííí!

-No, ahora te voy a comer las tetas

-Por favor, por favor, sigue, vida mía.

Le enterró la lengua en el coño. Eugenia movió la pelvis alrededor y sin más se corrió en la boca de Victorine gimiendo y sacudiéndose una cosa mala.

Victorine cuando Eugenia acabo de correrse se echó a su lado y comenzó comerle las tetas, al tiempo que le metía dos dedos dentro del coño empapado, le buscó el punto G y haciéndole "el ven aquí", la masturbó.

-Dime con cuantos hombres follaste, Eugenia.

-Perdí la cuenta.

-¿Y con cuantas mujeres?

-No me acuerdo.

Le mordió un pezón.

-¡Ayyyy!

-¿Con cuántas?

No tuvo más remedio que confesar.

-Tú eres la número siete.

-¿Y soy la más interesante?

-La más hermosa, la más interesante, la única que me volvió tan loca cómo para pedirle por favor que me hiciera correr.

Victorine sacó pecho.

-Esa soy yo, hago que se derritan las mujeres.

Ya no le preguntó nada más, la masturbó y le devoró las tetas y la boca hasta que Eugenia le dijo:

-¡Me voy a correr!

Victorine dejó de masturbarla, se metió entre sus piernas, le clavó la lengua en el coño, y al quitarla llena de babas, le preguntó:

-¿Quieres correrte en mi boca?

-Sí, cariño, sí.

Le volvió a clavar la lengua en en el coño, Eugenia movió la pelvis de abajo a arriba y alrededor con la lengua dentro y se corrió cómo una burra, diciendo:

-¡Bebe, cielo, bebe!

Eugenia le llenó la boca de jugos, jugos que Victorine se tragó con delicia.

Al acabar de correrse, Victorine le dio un pico y le preguntó:

-¿Te gusto ver cómo soy cuando me caliento?

-Sí, mucho.

-¿Jugamos otra vez?

-No, es qué...

Desanudando las medias le dijo:

-Es que yo solo era un antojo. ¿A qué sí?

-Mujer, dicho así...

-Se esperar. Todas volvieron a mí y tú no vas a ser menos.

Tres días después entraba Eugenia en la habitación de su cuñado. Una habitación decorada lujosamente. El juez estaba sentado en una silla. Eugenia le dijo:

-Aquí me tienes.

-Arrodíllate.

Eugenia no esperaba aquel recibimiento.

-¡¿Qué?!

Oyó una voz a sus espaldas que le dijo:

-¡Qué te arrodilles, coño!

Pensó que era el mayordomo, ya que la había llevado hasta allí. Miró para atrás y no era el mayordomo, era un treintañero de casi un metro noventa de estatura, con la cabeza rapada, desnudo y con una fusta en la mano. El bicharraco era todo músculo, y estaba tatuado en pecho, espalda, brazos y piernas, hasta tenía un corazón tatuado en su gran verga. Tenía una pinta de delincuente que tiraba para atrás. Eugenia se asustó, se arrodilló y le preguntó a su cuñado:

-¿Qué es esto?

-Tu pena por ser una puta.

El bicharraco dio con la fusta en la palma de la mano izquierda y Eugenia se quedó muda. El juez le dijo:

-Desnúdate, adúltera.

Eugenia se levantó y se quedó en cueros.

-Ven junto a mí caminando de rodillas.

Sintiendo los suaves golpes la fusta en sus dos nalgas fue a gatas junto a su cuñado.

-Aquí estoy para lo que mandes cuñado.

El bicharraco le dio con fuerza y la fusta sonó ahora con fuerza en sus dos nalgas.

-¡Trassss trassss!

-¡Ayyyy!

La voz del bicharraco le iba a sonar autoritaria.

-¡Señoría!

Eugenia vio que el bicharraco de la fusta no se andaba con bromas.

-Aquí estoy para lo que mande, señoría.

El viejo juez estaba gozando con el dolor ajeno.

-Levántate, inclínate y mama mi polla.

Eugenia se inclinó, le abrió la cremallera del pantalón y se encontró con la verga flácida. La cogió y le lamió el capullo al tiempo que sentía cómo el bicharraco le comía el culo, le comía el coño y le daba con la fusta... Cuando metió la polla en la boca miedo tenía de que le cayeran golpes fuertes con la fusta, pero lo que le cayó fue una clavada de verga que le hizo exclamar:

-¡Qué pepinazo!

El bicharraco la folló con suavidad para que Eugenia siguiera mamando sin que la verga del juez le saliese de la boca, verga que por más que la meneaba y mamaba no pasaba de ponerse morcillona. Eugenia le dijo:

-No se pone dura, cuñado.

-Necesita tempo.

Lo que necesitaba era un bombín de hinchar las ruedas de las bicicletas. En fin, el caso fue que las enormes manos del bicharraco magreando sus tetas y la verga entrando y saliendo de su coño la fueron llevando a un punto sin retorno. El viejo juez lo notó en las mamadas que le hacía, ya que sus babas mojaban sus pelotas y sus manos y su boca apretaba más su verga. Le dijo:

-Deja de mamar y mírame a los ojos, quiero saber lo que ve mi hermano cuando te corres.

Eugenia hizo lo que le dijo. El bicharraco le apretó más las tetas y le dio más aprisa. El juez vio cómo a Eugenia se le cerraban los ojos de golpe y se corría gimiendo y sacudiéndose cómo una vara verde azotada por un temporal, le dijo:

-Abre los ojos y mírame, Eugenia.

Eugenia abrió los ojos y quiso mirar al viejo, pero no pudo, ya que tenía los ojos en blanco.

El juez, medio empalmado, se levantó de la silla, se sentó en el borde de a cama y le dijo al bicharraco:

-Tráela, socio.

El bicharraco la cogió por la cintura, la levantó y se la echó encima de la cama. El juez metió la cabeza entre sus piernas y comenzó a lamerle el coño para limpiarlo de semen. Al mariconazo le gustaba el semen más que el brandy con leche caliente que tomaba todas las noches antes de meterse en cama. A Eugenia le produjo un morbo brutal sentir cómo se tragaba sus jugos y la leche del bicharraco. Le agarró la cabeza con las dos manos y movió la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo. Al juez le gustaba que lo hiciera, ya que cuanto más se movía más leche y jugos salían de su coño. Poco después Eugenia estaba punto de desbordar, pero el juez también quería correrse, así que se echó boca arriba. Con la polla casi dura, le dijo:

-Móntame.

Eugenia le bajó los pantalones, subió encima del juez, cogió la verga, metió la cabeza y la sujetó mientras el viejo se la metía hasta las trancas. El bicharraco, empalmado cómo un burro, le volvió a dar con la fusta con poca fuerza.

-Tras, tras, tras tras, tras, tras tras tras, tras, tas...

La polla entraba y salía engrasada del coño, muy engrasada. Eugenia estaba tan cachonda que le comía la boca a su cuñado. En aquel momento le comería la boca a un cerdo. Al juez se le puso la verga dura. Eugenia estaba que echaba por fuera. El bicharraco dejó de darle con la fusta, la cogió por la cintura, le lamió el ojete y jugó con la punta de la lengua en la entrada... Cuando se lo folló con la punta de su lengua, Eugenia ya no aguantó más y exclamó:

-¡Me corro!

Se corrió cómo una loba encharcando de jugos la polla de su cuñado y gimiendo y sacudiéndose cómo era costumbre en ella.

Tiraba del aliento cuando sintió cómo el capullo de la polla del bicharraco se frotaba contra su ojete.

-Mete poco a poco que con ese cipote me podrías romper el culo.

Mentía, su marido gastaba un buen nabo y ya le tenía el agujero abierto. Levantó el culo buscando que la cabeza entrara en él, y entró.

-¡Jooodeeeerrrr! ¡¡Vaya puyazo!

La polla del juez salió del coño casi en su totalidad mientras la del bicharraco entraba en su culo más apretada de lo que entra un fideo en el culo de una aguja. El juez le dijo a su cuñada:

-Te vamos a hacer correr cómo una perra.

-Lo dudo mucho, cuñado, lo dudo mucho.

El juez y el bicharraco ya habían hecho dobles penetraciones con unas cuantas mujeres. Cuando el bicharraco metía verga el juez la sacaba y cuando el bicharraco la sacaba el juez la metía. Eugenia jadeaba cómo una perra. Le gustaba una barbaridad ser la chicha de aquel emparedado... Tanto gozó que al correrse el juez dentro de su coño y el bicharraco en sus nalgas también se corrió ella, y se corrió a lo grande, desbordando cómo un embalse al que le abren las compuertas y diciendo:

-¡¡Qué gustoooo!!

Después de correrse Eugenia, el juez le dijo al bicharraco:

-Vístete y regresa al penal.

Eugenia le preguntó a su cuñado:

-¿Se acabó el castigo?

-Sí

-Te quedarías a gusto. Ya te vengaste de tu hermano.

-¡Sin tiempo no era! -miró para el bicharraco-. ¿A qué esperas para volver a la cárcel?

El bicharraco, antes de ir a la otra habitación a vestirse, le dijo al juez:

-Gracias por el polvo. Sigue cuidando de nuestro dinero y de Victorine, socio.

Tiene cojones la cosa, un juez falso, maricón y putero cuidando el dinero de un atracador y de su novia, pero bueno, es España hoy en día, política, justicia y religión, la mayoría de las veces, una mierda son.

Quique