El juego del dado Parte 2: Primero pasos
Dos hermanos heterosexuales que llevan años jugando en secreto a algo muy perverso...
Como hubo parón debido a la mudanza y ha pasado mucho tiempo, la memoria no me da para recordar si la misma noche en la que mi hermano y yo retomamos nuestro juego, “Los novios”, fue también el momento en el que imité al actor aquel de la peli de la que os hablé hace un par de relatos. En cualquier caso os contaré la anécdota.
Era la primera vez que jugábamos en nuestra nueva casa. Supongo que mis ganas de volver a probar habían llegado bastante antes para hacerme la vida imposible. La edad, ya sabéis. Y el haberlo probado ya. El caso es que incluso aquella noche las pasé putas para dar el paso de preguntarle a mi hermano si recordaba nuestro antiguo juego. Y si le apetecía volver a jugar, claro.
Lo pasé tan mal (o no, según se mire) que me saqué de la manga una pequeña estrategia muy poco sutil para camelarlo. Al mudarnos, descubrí que en algunos canales de televisión, a altas horas de la madrugada, ponían porno. Para mí, apenas un crío que solo había visto una peli guarra y una revista erótica con más años que el andar, que cada noche pasasen una colección de folleteo diferente… Bueno, ni sabía explicarlo entonces ni puedo hacerlo ahora. Corriendo el riesgo de que mis padres mi pillaran en algún momento, me dediqué a grabar en VHS aquellas pelis; conforme pasaba el tiempo me atrevía incluso a programar el vídeo para grabar a horas concretas, conmigo fuera de casa.
El caso es que estaba ansioso por abrir la veda de nuevo, había descubierto lo que era el porno de verdad, pasaba el día cachondo y empalmado, pero me daba corte sacarle el tema a mi hermano. Hasta que uní mi calentón y mis ganas de hacer el cerdo con una de aquellas cintas...
—Oye, quiero grabar una cosa aquí. Mira si hay algo —le dije a mi hermano una noche de sábado, dándole una cinta y volviendo rápidamente a mi habitación.
Escuché a mi hermano poner la cinta. Esperé. Tomé aire. Y volví a salir.
—¡¿Cómo grabas esto?! —fue lo que me soltó en cuanto puse el pie en el salón. Menos mal que era de noche y estábamos a oscuras porque creo que me puse rojo como un tomate. Aparte de quedarme en blanco. Y fingir muy mal que me sorprendía de lo que salía en la tele.
—¡Hostia! —dije, imagino que cuando pasó demasiado tiempo—. Bueno, pues ya que está la vemos, ¿no? —dije también, ya con bastante más destreza.
Mi hermano no dijo nada.
Y allí nos plantamos, mirando embobados como una morenaza tremenda, con unas tetas bien jugosas que se bamboleaban a cada acometida que le daba el actor que se la follaba, nos la ponía dura. Al menos a mí. Preferí ahorrarme que, llegado un punto, el tío se la enroscaba a la tetona por el culo. Haciendo el misionero. Uf… Aquello me pareció demasiado para el primer día.
—¿Qué, te gusta? —me atreví a preguntarle a mi hermano cuando junté valor y saliva para hablar.
Mi hermano solo sonrió, no apartó la vista de la pantalla.
—¿Quieres volver a jugar a los novios? —le pregunté al fin.
En aquel momento no pensé si él habría visto por su cuenta algo de porno; no era raro teniendo en cuenta que siempre estuvo más espabilado que yo en muchos aspectos, que le gustaba acostarse tarde y que en la tele ponían pelis X.
Teníamos 14 y 10 años y nuestro juego había vuelto para quedarse.
Tiene sentido que fuese aquella misma noche cuando me vi “forzado” a imitar a aquel actor de la única película porno que vi durante un tiempo, pues supongo que además de ver la peli con la que engatusé a mi hermano (si es que él no se dejó engatusar) yo estaría loco por enseñarle aquella que había encontrado en uno de mis habituales rondas por la antigua casa, Loves Bites y su mosquito traicionero, y que aquella era la ocasión perfecta. Al principio lo que solíamos hacer era imitar lo que veíamos, pero claro, al principio solamente veíamos un show light (por mucho que nos pusiera a tope) en el que como mucho salían un par de tetas y un striptease. La cosa cambia cuando lo que tienes que imitar es duro y explícito. Supongo que mi hermano estaba por la labor de participar íntegramente en el juego y aceptó sin reparo que siguiésemos con la misma tónica de imitar lo que veíamos. Fuera lo que fuese…
Así que nos metimos de lleno a imitar las posturas que salían en la peli que veíamos. Si antes yo me conformaba con el misionero, ni conocía más posturas ni tampoco me hubiera atrevido a pedirle a mi hermano que colaborase a hacer otras, en aquel inicio de la 2ª época mis picores me llevaban a no cerrarme a ninguna por rara que fuese. Quería probarlas todas. Recuerden que todo consistía en mi polla dura frotándose contra su cuerpo, yo llevando la voz cantante y él siendo completamente pasivo. Ni siquiera nos hacíamos pajas mutuamente. Esta tendencia iría cambiando con el paso del tiempo.
Vayamos a la anécdota. Si habéis tenido la suerte de ver la peli Love bites habréis podido ver la escena del trío que describí anteriormente. El caso es que mi hermano y yo nos habíamos pegado una gran “follada” para celebrar que volvíamos a estar activos y yo estaba a punto de vaciarme. Como ya he contado él apenas hacía nada, nunca se negaba a ponerse en tal o cual postura pero ni se tocaba. Por supuesto yo no le forzaba a nada pero me gustaba verlo entregado y empalmado. Nos habíamos puesto en la postura del misionero. Recuerdo que al principio me molaba mucho esa postura porque podía frotar mi polla por la suya e intentar así que él también gozara, aunque parecía que, pese a estar a gusto, le daba todo un poco igual, que lo hacía por mí. Luego mi gusto cambió (y los suyos, vaya si cambiaron…) y prefería follar en aquella postura con el simple cambio de que él levantara sus piernas, colocándolas sobre mis hombros, para que yo pudiera poner mi polla en su culo.
Bueno, en aquella postura estábamos cuando sentí que me iba a correr. Mi primera corrida después de bastante tiempo sin jugar a frotarme. Sí, tenía pinta de que podía ser un momento especial... Hacía tiempo que el agüilla había pasado a ser un líquido espero, blanco y cuantioso. Por todo eso, o a saber por qué, mi hermano me dijo que fuera prudente y que no gritara. Correrse en silencio, ¿eh? Ya…
Él tuvo parte de culpa. Yo había frotado mi polla hasta casi el momento de correrme por lo que había forzado la maquinaria. Estaba encima de él, sentí que me iba a correr y me incorporé para masturbarme. Cuando estaba llegando al trance y la leche ya me asomaba por la punta, mi hermano me agarro la polla y me la meneó ordeñándome como nunca me habían ordeñado. Solté lefa a chorros y naturalmente no pude contener ni un grito sordo de placer ni unos espasmos que divirtieron al culpable de mi pequeña muerte. Justo como la escena del tío del bigote, la rubia del pelo corto y la chillona. Cuando después de haberme corrido, o quizás mientras seguía corriéndome, acercó mi capullo a su barriga y lo rozó por ella. Me volví loco de placer. Él no dejó de sonreír en ningún momento. Le había llenado la barriga de semen y no parecía importarle.
—Menos mal que te dije que no gritaras… —me dijo riéndose.
Yo no pude contestar.
Sentía una mezcla de sopor causado por el intenso orgasmo que había tenido, pudor por lo que acababa de hacer y arrepentimiento. A decir verdad, este sentimiento de arrepentimiento y vergüenza me ha acompañado en más de un post-coito, por llamarlo así, siempre tras haber vaciado mis huevos, pensando ya con la cabeza de arriba y sin el peso de una polla inflamada y lubricada a punto de estallar.
A lo mejor mi hermano estaba aún mucho más espabilado de lo que yo pensaba. Quizás hasta ya había visto porno por su cuenta y había acumulado curiosidades que iba a querer hacer realidad conmigo. Quién sabe…