El juego del dado Parte 1: Los Novios
Dos hermanos heterosexuales que llevan años jugando en secreto a algo muy perverso...
Yo le decía que me meaba porque me daba corte decirle la verdad. Aunque la verdad que sabía yo sobre aquello era bien escasa y confusa. Si le decía que aquello que salía de mi pito duro cuando lo meneaba mucho era orina era porque en realidad no sabía del todo lo que era. Probablemente ya había escuchado palabras como correrse y lefa, seguro que conocía la palabra semen, pero aparte de no saber bien de lo que se trataba, a mis 12 años mis corridas no podían denominarse como tales, ni tampoco podía hablar de lefa, leche y derivados. Era más agüilla blancuzca y bastante escasa que cualquier otra cosa.
Mi hermano y yo siempre hemos compartido habitación. Incluso cuando él era pequeño las noches de pesadillas las pasábamos en la misma cama con toda normalidad. Esto, y muchas otras cosas, nos ha mantenido muy unidos a lo largo de los años. Supongo que ninguno de los dos habría inventado un juego como el que hoy les narro si nos hubiésemos llevado a matar y tal vez este juego sea otra de las causas por las que siempre hemos tenido tan buen rollo. El caso es que el hecho de compartir cuarto nos facilitó el asunto. Tener televisión en el cuarto también.
Llegaba el viernes por la noche y mis padres ya dormían. Han pasado años y ya no recuerdo bien como ocurrió pero supongo que yo me quedaba hasta tarde mirando la tele, tal vez en busca de algo sexy que me alegrara la noche, aunque lo cierto es que yo a aquella edad ni siquiera había empezado a tocarme. La cosa es que acabé descubriendo un programa llamado La Noche Prohibida. No es que fuese porno ni mucho menos pero las tetas que allí se veía a mí me bastaban para ponerme cachondo como un mono. Mis 12años…De vez en cuando también salía algún coño, sólo el vello púbico claro, desnudo integral pero sin entrar en detalles, y con aquello yo dormía de lo más calentito, obviamente. Así que aquella era mi rutina para empezar el fin de semana. Mi hermano mientras dormía en la otra cama. O eso era lo que yo pensaba. Lo cierto es que recuerdo reñirle alguna vez porque sabía que no se dormía conmigo viendo la tele allí, por mucho que el volumen estuviera muy bajo o directamente apagado y me conformara con mirar las imágenes. No sé si sospechaba las cosas que yo veía o pretendía ver quedándome hasta tarde despierto pero sí que recuerdo lo que ya he dicho. Tampoco se bien como comenzó todo pero el caso es que de tratar que se durmiera pasé a despertarlo. Tarde o temprano iba a verlo él también por su cuenta o desde la cama mientras yo lo daba por dormido, así que empezamos a ver aquel show erótico light los dos juntos. Yo 12 años, él 8. Mis padres dormidos.
Me falla también la memoria en el asunto de cómo dio comienzo nuestro juego de verdad pero iré a lo importante sin más ahorrando espacio. Así que allí nos tenían a los dos, dos críos, dos niñatillos mirando embelesados a las tías que salían en aquel programa, a decir verdad a mí me bastaba con la presentadora y es que Ivonne Reyes siempre me ha parecido una jaca impresionante. Siempre había un striptease y era el momento de máximo morbo al menos para mí. Se me ponía dura con nada por aquella época, así que con aquello… A pesar de mis erecciones galopantes estaba tan despistado en el tema sexual que aún me tardaría muchos años en aprender de verdad la realidad sobre aquel tema. El caso es que allí estábamos. No sé como pero acabé convenciendo a mi hermano para que nos quitásemos la ropa, guiado por el calentón que me daba el puto show. Supongo que aquello fue cosa de varios viernes, no lo recuerdo. Y aceptó.
Tan sólo nos quitábamos los pantalones y los calzoncillos. Nos juntábamos y nos frotábamos las pollas. La mía siempre dura y la suya a veces también. Al final acabamos jugando a algo a lo que ambos bautizamos como jugar a “los novios”. Aquel juego culminaba con mi hermano en bolas y yo sobre él en postura misionero, frotando mi polla por la suya hasta que “me meaba”. La Noche Prohibida tuvo la culpa.
En cualquier caso aquello no pasó a mayores. Mirábamos el programa y jugábamos a los novios, haciendo siempre lo mismo. Nunca hubo abuso, ni obligación por mi parte. Por supuesto nunca hubo penetración ni siquiera pajas u otro tipo de sexo. Solo roces.
Muchas cosas cambiarían durante aquella época. Desde luego jamás nos dimos por el culo ni nada de eso pero sí que ampliamos nuestro catálogo particular de posturas. Mejoramos nuestro juego por así decirlo. Pero ya hablaré sobre eso. Algo de lo que cambiaría, aparte de desear descargar mis pelotas con más asiduidad conforme iba pasando el tiempo, estaba en plena pre-pubertad, era un saco de hormonas, era mi afán investigador, afán impregnado de mis propios picores, de mis empalmes, de aquel juego, del mismo misterio de estar cambiando física y psicológicamente y de no terminar de saber ni qué ni por qué me sentía como me sentía entonces. Este estado de revolución corporal y mental me llevaba a husmear por toda mi casa, hasta los rincones más secretos y ocultos de las estancias de mis padres en busca de a saber qué, lo cual a su vez me hizo dar con algo que cambiaría mi vida sexual para siempre: mi primera película porno.
Recordaré para vosotros aquella magnifica cinta y las escenas más reseñables en el próximo relato.