El juego de las prendas
Un chico concibe un juego de cartas con sus amigos en el que los que pierden tienen que ir quitándose prendas, con un final de lo más excitante...
El juego de las prendas
(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).
Os voy a contar qué me pasó el invierno pasado. Tengo 15 años, y poco tiempo antes de aquel día yo me había dado cuenta ya totalmente de que me gustaban los chicos y no las chicas. No es que fuera una revelación, pero de alguna forma me conciencié de lo que era y de mis gustos.
Había en mi clase un chico que me gustaba muchísimo. Antes de que supiera que era gay, notaba aquella atracción pero procuraba no echarle cuenta. Entonces me percaté de que estaba lo que se dice "por sus huesos". Os diré como era: alto, como de 1,80 cm., delgado, sin vello en el cuerpo (lo sé porque en años anteriores habíamos ido a la piscina juntos...), de pelo castaño, graciosamente lacio, y unos ojos negros negrísimos. El pasado invierno, como digo, yo me había hecho bastante amigo de él; se llama Alejandro. También de otros tres chicos del cole, Julio, Álvaro y David. Algunos fines de semana, cuando los padres de Alejandro salían por la noche, éste nos invitaba a los cinco, y allí jugábamos y hacíamos trastadas. Lo que más nos gustaba era jugar a las cartas, concretamente a las Siete y Media. Pero aquel fin de semana, cuando Alejandro me dijo, a la salida de clase, que sus padres salían aquella noche, y avisó también a los otros chicos, yo ya tenía una estrategia para seducir a mi amigo.
Ya por la noche, una vez que se habían ido los padres, nos pusimos a jugar en la habitación de Alejandro, en torno a una mesa. Yo me había conseguido agenciar un poco de marihuana; sabía que la curiosidad de todos (y la mía, porque apenas lo había probado una vez; al menos, eso sí, sabía cómo hacerlo) haría que les encantara fumarlo. Así fue. Lié el cigarrillo y fue pasando de boca en boca mientras jugábamos a las Siete y Media.
Yo di entonces otro paso en mi estrategia. Propuse que, para hacer más interesante el juego, lo hiciéramos de tal forma que los que perdieran en cada partida tuvieran que quitarse una prenda de vestir; era como el juego de las prendas, pero con las Siete y Media. Los cuatro chicos, ya algo achispados por la marihuana, asintieron alegremente.
A partir de ese momento, os imagináis por qué, no di pie con bola con las Siete y Media: lo hacía a posta, claro, pasándome adrede; aunque los otros iban perdiendo prendas, yo era el que más, y pronto me quede en slips. Los demás estaban: Alejandro con los pantalones, y los otros tres tenían pantalones y en algún caso camiseta.
Todos nos reíamos muchísimo. Yo preparé otro canuto, y pronto voló por las bocas de los cinco, que soltábamos risotadas por cualquier cosa, medio beodos por el efecto de la marihuana.
Perdí de nuevo. Todos se quedaron expectantes, con la sonrisa en los labios. Yo, como si me apesadumbrara, me quité el slip y me senté con parsimonia en mi sitio. Vi como todos se fijaban en mi polla; no es que sea muy grande, pero para mi edad está muy bien, según creo, aunque mi experiencia no es mucha. Tenía una ligera semierección, por la excitación del momento y el exhibicionismo. Vi como todos tragaban saliva. Algunos de ellos, como Alejandro, ya estaba en slips, y me pareció ver que en su bulto algo se movía.
Todo iba sobre ruedas. Entonces Alejandro, como si me hubiera leído el pensamiento, me dijo lo que yo esperaba:
--Bueno, y ahora, ¿qué vas a hacer, si pierdes?
--Pues, tendré que hacer lo que me diga el que gane la partida, sea lo que sea.
Vi que en el rostro de Alejandro se dibujaba una media sonrisa.
--Vale, me parece bien. Pero sea lo que sea, ¿eh?
--Sí, sí, claro contesté yo, convencido.
Se repartieron las cartas, pero en este caso me interesaba ganar, y vaya si lo hice. De esta forma, Alejandro y los otros chicos tuvieron que quitarse los slips, que era lo que les quedaba. A mí me tocó entonces ver el espectáculo. Lo curioso es que, como estaban tan achispados y desinhibidos con los canutos, los chicos se quitaron la prenda tan alegremente, sin problemas ni hacer intención de taparse. Vi entonces que Alejandro lucía una polla más que regular, bien formada y ya en semierección; los otros, Julio, Álvaro y David, también tenían sus cacharros, bien proporcionados, a media asta. ¡Aquello iba sobre ruedas¡
Volvimos a jugar y (¿lo adivináis?), esta vez perdí. Ganó Alejandro, así que todos los demás debíamos hacer lo que él quisiera. Alejandro me miró, como si no supiera si dar el paso que yo intuía que iba a dar; el canuto lo había puesto a cien, pero aún así todavía conservaba un resto de tabúes. Yo me pasé descaradamente la lengua por los labios, en respuesta a sus dudas. No lo pensó más:
--Quiero que me tú, Conrado, me hagas una paja, y que vosotros, Julio, Alvaro y David, os la meneéis entre los tres.
Todos se quedaron mudos. Miré a los demás y vi que estaban sorprendidos, aunque no demasiado...
--Yo siempre cumplo lo que digo afirmé, muy serio.
Y le cogí el nabo: estaba caliente y noté cómo iba creciendo aceleradamente entre mis dedos. Comencé a pajearlo, arriba y abajo, mirando fijamente aquella polla que empezaba a emitir un liquidito semitransparente, que daba al capullo del rabo un brillo iridiscente. Cuidé de masajear el glande para extender uniformemente el líquido preseminal. Mientras, con el rabillo del ojo, vi como los otros tres chicos se estaban cogiendo las pollas con las manos, aún sin saber muy bien qué hacer, aunque pronto vi que no les hacían falta recibir clases.
Miré a Alejandro, que estaba con la boca abierta y un punto de saliva en la comisura de los labios. Me dije "ahora o nunca", y me agaché sobre su nabo, que estaba ya erecto como un palo. Me lo metí en la boca: ¡qué maravillosa sensación, aquel pedazo de carne joven y amada, dentro de mí! Noté como el chico me tomaba por el cabello y me guiaba, follándome por la boca, adentro, afuera, adentro, afuera. El rabo me llegaba hasta la campanilla, y en algún momento me dio una arcada al rozármela, pero ni por un segundo pensé en sacarla de su guarida. Le cogí los huevos con la mano izquierda y se los masajeé, cálidos y deliciosos, mientras con la derecha acariciaba el vientre sedoso y suave de aquel adolescente adorable.
De pronto sentí como Alejandro lanzaba un alarido: simultáneamente un líquido espeso y caliente brotó dentro de mi boca como un géiser, varios trallazos de leche que, por primera vez, probaba, y que me pareció un néctar riquísimo. Tragué con gula, rechupeteando la cabeza de la polla hasta que del ojete dejó de fluir la última gota. Me recosté sobre el vientre hermoso de Alejandro, y juntos observamos a nuestros tres amigos: David había pasado a la acción y estaba chupándole el nabo a Álvaro. Éste seguía haciéndole una paja a Julio, pero le miraba la polla con auténtico embeleso. En efecto, enseguida se tumbó hacia su amigo y, con cierta precaución (se notaba que era la primera vez y no tenía idea de cómo se hacía), se metió el glande en la boca. Aquello debió gustarle, porque soltó un ronroneo como de gato, y se metió el rabo hasta las bolas: aquel chico parecía no tener campanilla, o al menos ser capaz de tragar cualquier cosa sin fin, porque Julio tenía una polla bien larga, y Álvaro se la metió enterita y sin ningún problema. David no era tan buen tragador, pero se le notaba que compensaba su insuficiencia de tragaderas con un vicio más que aceptable: chupeteaba el nabo de Álvaro con gula, mordisqueaba los huevos, metía la lengua por el ojete del glande, lamía a todo lo largo de la polla...
Alejandro y yo pasamos a la acción. Nos incorporamos y nos acercamos a nuestros amigos. Yo me puse junto a Julio, que estaba sentado, con mi polla, como un mástil, a la altura de su boca; mi amigo no se hizo de rogar: abrió los labios y sepultó toda mi carne en su cavidad bucal, lamiéndola a boca llena. Alejandro, cuyo carajo daba síntomas de animarse de nuevo ante aquel panorama más que tórrido, se puso tras David, que estaba chupando la polla de Álvaro a cuatro patas, e inspeccionó el agujero del culo del chico. Debió encontrarlo muy cerrado, pero está claro que tenía ideas. Se agachó y comenzó a lamerle el agujero, mientras David, a cada lengüetazo, se estremecía como una hoja. Desde mi posición, mientras follaba a Julio por la boca, pude admirar la precisión de Alejandro, que jamás había hecho aquello, y sin embargo lo hacía como un auténtico experto: cómo introducía la lengua entre las dos cachas del culo, cómo buscaba el agujero, cómo la lengua se alargaba prodigiosamente adentrándose dentro del túnel de su amigo. Cuando Alejandro creyó que el agujero ya estaba listo, le colocó el glande, ya enhiesto, en la entrada, y empujó. David dio un respingo, pero ni un ¡ay!. Seguía chupando la polla de Álvaro, pero tenía los ojos en blanco, como si no pudiera soportar tanto placer. Por un momento le tuve envidia, y deseé ser él; vi que Álvaro y Julio lo miraban también de hito en hito, mientras chupaban las pollas que tenían en las bocas, y yo saqué mi nabo de la cueva de Julio.
--Vamos a hacer como ellos... les propuse.
Asintieron, con las bocas entreabiertas, una vez liberadas de las pollas.
Me coloqué sobre la mesa, boca abajo, y llamé a Julio a mi cabeza y a Alvaro a mi culo. David dejó ir la polla de éste con dolor de su corazón. Pude verlo cómo tenía las lágrimas saltadas cuando se quedó sólo (¡sólo!) ensartado por Alejandro. Yo tenía el agujero del culo ya semiabierto, pero le pedí a Álvaro que me lo chupara. El chico, como si lo hubiera hecho toda su vida, se agachó, me separó las cachas y me metió un palmo de lengua, lubricándome totalmente. Después se incorporó, se agarró la polla y me ensartó de un solo golpe. Vi las estrellas, pero también el paraíso. Mientras tenía la boca abierta y notaba cómo la baba se me caía, Julio me encalomó su polla en la boca. Álvaro bombeaba por detrás como un loco, dentro, fuera, dentro, fuera, y Julio lo hacía por delante, follándome por la boca como un desesperado.
Ambos dieron un alarido casi al unísono, y noté cómo me regaba Álvaro las entrañas con su leche, mientras Julio se corría con descaro dentro de mi boca, una corrida abundante y torrencial, como si hiciera semanas que no se hacía una paja. Mientras tragaba la leche de Julio, que casi me ahoga, pude ver por el rabillo del ojo cómo Alejandro se corría en el culo de David, quien, tras recibir la última gota de semen en su interior, corrió hasta colocarse entre mis piernas y comenzar a chupar, golosamente, mi rabo. Yo estaba ya a reventar, así que exploté en su lengua, que me recibió glotonamente merendándose mi sustancia vital.
Todos estábamos exhaustos, cubiertos de sudor, nuestros labios manchados con chorreones de leche... pero aquél había sido el más excitante juego de las prendas que jamás hubiéramos hecho. ¿Habrá que decir que no fue el último?