El juego de las miradas (3)

Alejandro y su viejo amigo se reencontraron entre nubes de vapor: ninguno sospechaba que esa noche iba a ser de descubrimiento... * Actualizado 2010-03-02 *

El juego de las miradas III

Ya había anochecido cuando Alejandro salió del baño de vapor. No demoró mucho en vestirse; puesto que únicamente se puso la camisa y los jeans que traía y guardó en su mochila los calzoncillos, los calcetines y los zapatos con los que llegó. Como Gustavo manifestó su agrado por las sandalias que traía, decidió dejárselas puestas. Verdaderamente tenía prisa por el encuentro y estaba hecho un auténtico manojo de nervios. No eran nervios negativos, era el temblor que precede a todo aquello que implica deseo. Un temblor perfumado de lujuria y lascivia.

Poco después salió Gustavo con un atuendo casual: camisa, un short de mezclilla y unas sandalias estilo italiano de corte muy sencillo. Alejandro, que era un partidario de este tipo de calzado (por la razón de que era un fanático de los pies masculinos, grandes y de venas saltadas; y justamente así eran los pies de Gustavo) abrió los ojos admirando esa sensual sencillez. Gustavo, como ya era costumbre, fue el encargado de iniciar la conversación:

¿Te vas detrás de mí o quieres que te de la dirección?

A ver, dámela a ver si sé llegar... respondió el otro.

Gustavo le dio el dato y Alejandro notó con agrado que la dirección no era nada complicada porque para él ese rumbo era conocido.

No hace falta que te siga. Sé dónde es.

Muy bien. Respondió Gustavo esbozando una hermosa sonrisa. Me das tiempo de ir a comprar las cervezas y nos vemos allá.

Perfecto... nada más como referencia; ¿Cuál es tu carro?

Gustavo le señaló su vehículo y Alejandro se dirigió al suyo. Enfiló hacia la dirección indicada. En el camino sintonizó el radio y debido al día y a la hora, la gran mayoría de las estaciones ponían música suave y relajada, que invitaba al acercamiento entre las parejas. Empezó a sonar una vieja canción llamada "Amor fascíname"; que decía:

Son tus dedos plumas que pasean por mi piel

Son tus ojos luces que alumbran mi desnudez

Es tu olor la chispa que me enciende la pasión

Eres todo tú la imagen del amor...

Amor, fascíname. Cierra los ojos, descúbreme

Busca mis labios, sedúceme. Si te huyo, convénceme

Amor, fascíname. Toma mi piel, enamórame

Ven a mi cuerpo, domíname. Cuando vaya a morir de amor, tú sigue amándome...

Alejandro sonrió al poner atención en la letra que era cantada por una mujer. A pesar de esa circunstancia, la sentía tan cercana a ese momento. Pero no era precisamente amor lo que le atrajo a aceptar la invitación de Gustavo. Fue un deseo de desenvolverse en un terreno diferente a un cuarto reducido, a ese espacio cerrado en el que "a escondidas" (no había necesidad, pues todos los visitantes del vapor sabían qué pasaba en esos cuartos cerrados) dos hombres compartían sus aromas, sentían sus pieles, mezclaban sus sudores y se devoraban mutuamente hasta caer bajo el poder de grandes y blancas explosiones.

Por fin Alejandro llegó al punto señalado y aun no llegaba Gustavo. Decidió fumar un cigarrillo recargado en su auto mientras esperaba que el otro llegara. Por fin, después de unos minutos, llegó Gustavo y pasaron al interior. Era una casa decorada como si habitara en ella una familia, con adornos diversos y grandes cuadros.

Alejandro fue ahora el primero que habló:

No me digas que vives aquí con tu esposa y tus hijos, porque no te veo la facha de casado por ningún lado.

No, para nada... ¡no juegues! respondió Gustavo desde la cocina. Vivo aquí con otros dos amigos. Los tres somos gays, pero cada uno respetamos nuestro espacio. Ahorita no están porque salieron de viaje.

Alejandro suspiró aliviado. Gustavo salió de la cocina con dos latas de cerveza y prendió el reproductor de CD’s. Dejó puesto un disco con canciones de Emmanuel, al mismo tiempo que hacía el comentario de que era su cantante favorito. Los dos hombres se sentaron en el sillón. Gustavo estaba en una postura relajada, con su pierna derecha sobre el sillón, rozando la pierna izquierda de Alejandro. Hablaron de banalidades, de sus trabajos (Alejandro trabajaba en una aseguradora y Gustavo era enfermero), de música (Gustavo era un fanático de lo clásico y Alejandro de la música moderna).

En un momento de la plática, las yemas de los dedos de la mano derecha de Gustavo rozaron la nuca de Alejandro mientras decía: Este es un momento delicioso... me gusta que hayas venido... La mano de Gustavo se deslizó hasta el hombro izquierdo de Alejandro, quien la detuvo con su mano al momento que le decía: La verdad, estoy muy nervioso... no sé que es lo que pueda pasar. Gustavo acercó sus labios a los de Alejandro y le dijo: Relájate... sólo deja que tus sentidos descansen y déjate llevar... En ese instante, las bocas se fundieron en un beso intenso, embriagante, cálido.

Abrazándose fuertemente, se incorporaron y siguieron el camino hasta la alcoba de Gustavo. Al llegar, Alejandro admiró la enorme cama matrimonial que estaba ocupando esa habitación.

Ahí llegan, se descalzan y se recuestan. Alejandro se empieza a desabotonar la camisa, pero Gustavo lo detiene.

Espérate. Ya te conozco por fuera. Déjame conocerte por dentro

Al oír esto, Alejandro no pudo ocultar su cara de decepción. Vio que en esta ocasión no se trataba nada más de hacer el juego de "vine, vi y vencí" (que era aquello que a él le gustaba hacer pero que en un momento dado llegaba a fastidiarle), pero que podría tratarse de una búsqueda de un amor (lo cual en ese momento no le interesaba en lo más mínimo). ¿Qué iba a pasar? Decidió jugársela, quedarse y no salir corriendo.

Mientras se acariciaban en la cama, jugando mutuamente con sus pezones sin despojarse de sus camisas, Alejandro se sinceró con Gustavo:

No te vayas a molestar conmigo, pero es muy probable que no sea yo la persona que estés buscando.

¿Por qué lo dices?

No me interesa iniciar una relación ahora.

En ese momento Gustavo se incorporó para reírse. Alejandro se molestó.

¿De qué te ríes? Le dijo a Gustavo.

De lo que acabas de decir... ¡De verdad que eres modesto! ¿Nada más porque te invité a mi casa ya quiere decir que te voy a invitar a que vivas conmigo, galán de galanes?¡No te sientas tan irresistible!

Alejandro se sonrojó. Reflexionó que Gustavo acababa de decir y francamente, ese hombre tenía razón. Se podría decir que ahora lo veía con cierto respeto, y era francamente delicioso sentirse regañado por ese hombre que le llamaba la atención mientras jugueteaba con él con sus pies. Alejandro dijo:

Discúlpame, soy un idiota... a mí me vence el miedo.

Gustavo le respondió:

¡Qué complicado! ¿Qué tiene que ver que tú y yo estemos aquí platicando mientras nos cachondeamos con el miedo? ¿Miedo a qué?

¿Sabes a qué le tengo miedo? ¡A los extremos a los que algunos llegamos en este mundo! Detesto tanto a los tipos que nada más "se vienen y se van" como yo reconozco que soy; como a los que esperan que por un momento agradable que pasaste con ellos, ya quieres tener todo con ellos. ¡No hay mucha gente en este mundo que esté interesada en tener contigo más compromiso que el de la amistad!

Sonriéndole, al mismo tiempo que le miraba intensamente a los ojos, Gustavo le dijo:

¿Sabes qué veo? Tú te pareces mucho a mí cuando era más joven. Estás en una posición muy cómoda. Exiges mucho, pero no das nada a cambio. Quieres conocer mucho a la gente, pero no te dejas conocer. Te apuesto a que yo no soy el primero que te ha invitado, ya deja tú a mi casa, tan solo a tomar un café.

Pues sí. Efectivamente, no eres el primero. Respondió Alejandro.

Pues eso me da la razón. No te quieres dar a conocer, porque quieres que los que han estado contigo disfruten y después se olviden de ti; y al mismo tiempo tú exiges que haya algo más allá. ¿Cómo vas a saber si hay algo más allá si no te das el chance de conocer gente? Esto no tiene nada que ver con ser gay o hétero. Es como si me dijeras que la chava que te invita a su casa para que conozcas a sus papás ya quiere casarse contigo. ¡No tiene nada que ver una cosa con otra! Todo es un proceso. Solo el tiempo y la convivencia te van a decir si esa persona puede ser un buen amigo, una buena pareja o un buen recuerdo... ¿No crees?

Alejandro le miró intensamente. Para sus adentros oía y procesaba toda esa información, como si fuera algo que ya supiera y se le hubiera olvidado. Sólo atinó a decir:

Tienes toda la razón... quizás he dejado ir a grandes personas nada más por mi estúpido miedo. Gozo mucho el contacto con un hombre, pero al mismo tiempo siempre he esperado que haya una plática interesante más allá del faje... pero no he hecho mucho por hacer que eso suceda... No me he dado la oportunidad de conocer gente.

Seguramente tú y yo tenemos más cosas en común de las que tú crees. ¡No con todo el mundo te pasa eso! ¡Vamos a ser grandes amigos!

Después de decir esto, Gustavo le besó intensamente. Alejandro sintió su aliento y oía en la lejanía de la estancia de la casa una vieja canción de Emmanuel que era más apropiada para ese momento que la que instantes antes había escuchado. Esta canción era "Tengo mucho que aprender de ti":

Enséñame, enséñame

A ser feliz, como lo eres tú

A confiar, como confías tú

A repartir sonrisas como tú

Sin esperar a cambio nada más, nada más...

Tengo mucho que aprender de ti, amor

Tengo mucho que aprender de ti, amor

Tu dulzura y fortaleza, tu manera de entregarte

Tu tesón por conquistarme cada día

Tan solo quitándose las camisas, Alejandro y Gustavo repasaron cada centímetro de sus cuerpos. Se recorrieron desde el primer cabello hasta el último dedo del pie. Alejandro disfrutó de este erotismo altamente intenso, sin necesidad de hacer lo que hacía con todos los que llegó a toparse con el vapor. Sin necesidad de tocarse y a falta de ropa interior, Alejandro empapó sus pantalones al tiempo que se venía en un espasmo intenso de placer, logrado a base tan solo de besos y caricias.

En un momento en el que se separaron para tomar aire, Alejandro se rió al ver sus pantalones. Tuvo que quitárselos y lavar ese "numerito" digno de un adolescente que despierta en la mañana con el boxer empapado a causa de un caliente sueño húmedo. Gustavo le prestó una prenda seca mientras esperaban que el pantalón se secara.

Ahora la conversación volvió al tópico de las sandalias. Gustavo le pidió a Alejandro permiso para probarse sus extrañas sandalias y Alejandro no tuvo inconveniente mientras él se probaba las de Gustavo. El intercambio les fascinó a ambos, por lo que decidieron hacer un "intercambio de sandalias" como un recuerdo de esa noche tan especial, en la que Alejandro entendió al fin cómo debería de llevar su sexualidad: no con un estandarte y no de una forma cobarde. Simplemente, con el alma y con el corazón.

Llegó el momento de despedirse. Gustavo le dijo a Alejandro que no se volviera a desaparecer como la última vez. Alzando la mano derecha, Alejandro dijo "¡Prometido!"

En la quietud de la noche, en el jardín, los dos hombres se despidieron con un beso apasionado. Alejandro se separó un poco y acarició sus labios repasando y reflexionando con los ojos cerrados en ese placer que acababa de experimentar y que le había llevado al cielo.

Gustavo le dijo:

¿Querías decirme algo?

Alejandro, sin abrir los ojos y con voz ahogada y plagada de lujuria le respondió

Sólo vuélveme a besar...

Y las dos varoniles bocas se volvieron a unir. La noche fue testigo del inicio de una entrañable relación para ambos amigos...