El juego de las lágrimas (4 - Fin)

Iván mantiene un curioso encuentro con el ex-novio de su hermana, Ismael, que cambiará su vida para siempre. Carmina vuelve a casa por Navidad con importantes novedades sobre su nueva vida en Madrid, mientras que Iván recibe una inesperada felicitación navideña.

Este último verano habría de traer cambios significativos en mi vida, y, como siempre sucede cuando son para bien, totalmente inesperados y no buscados afanosamente por mí. Yo me limité a descansar y al "dolce farniente" durante el mes de agosto; mi vida se limitaba a tomar el sol en las playas de San Lorenzo o de Poniente, a jugar a los bolos con Tinín y Saúl (cuando sus posesivas novias les daban cuartelillo), a acompañar a David y Cristina a alguna romería en la zona de Villaviciosa, y hasta Tinín me pidió que tocara la gaita (yo que estaba desentrenado a más no poder) en una boda vaqueira del oriente asturiano, parientes lejanos de su madre, que llevaba a gala el muy notorio apellido vaqueiro Freije.

Todo cambió de repente una noche de finales de agosto en que, hastiado de salir por Gijón y encontrar siempre a la misma gente en los mismos garitos (que diferencia con lo que sucedía en Madrid, y como añoraba ahora el anonimato propio de la gran ciudad; aquí todo el mundo me conocía a mí, a mi hermano David o tenía referencias de mi familia) me decidí, llevado por un impulso sentimental a salir de marcha por Oviedo (que, a pesar de la fuerte rivalidad existente entre la capital asturiana y el principal puerto de exportación de la región distan menos de 30 kilómetros entre ambas, lo que convierte el trayecto entre una y otra en perfectamente asumible). El recuerdo de Iker estaba en mi mente, claro está, debería decir más bien que no se me iba de la cabeza en ningún momento. Pensaba en él noche y día, me pajeaba pensando en sus facciones clásicas, su cuerpo esbelto y proporcionado, su tez rubicunda, sus ojos azules y expresivos, su pelo del calor de las mazorcas de maíz en cualquier prau asturiano. Seguía muy pillado por él, pero sabía que era una historia de amor imposible, y no deseaba hacer daño a mi hermana, a la que adoraba pese a su carácter caprichoso e inestable. Todavía me culpaba por lo sucedido semanas antes, y me prometía a mí mismo no volver a caer tan bajo en el futuro. Pero para ello debía alejarme de la presencia de aquel que dominaba mis pensamientos y controlaba mi libido con un simple chasquido de sus dedos, como si estuviera embrujado por un hechizo ancestral, o hubiese ingerido uno de esos milagrosos filtros de amor de los que hablan las crónicas.

Aparqué el coche cerca del Ayuntamiento, y me acerqué andando hasta los alrededores de la calle Mon, centro de la movida nocturna ovetense. Me dejé caer por el Arde París y por el Puzzle, donde pude haber ligado con un veinteañero de buen ver que lanzaba disimuladas miradas en dirección a mi solitaria mesa, pero preferí hacer mutis por el foro, y me dirigí en mi vía crucis particular a la tercera estación de la noche: el discopub La Factoría. Hacía años que no recalaba por estos andurriales, pero nada parecía haber cambiado. Con todo, la gente allí no me reconocía, lo que era ya un avance significativo en relación a Gijón, y podía ahuyentar mis desgracias en total soledad. Una de las decisiones más notables de aquellos días de asueto había sido la de no volver a ingerir alcohol en grandes cantidades, que tan desastrosos resultados había traído a mi vida en épocas recientes, por lo que esta noche prescindí voluntariamente de mis adorados cócteles cargaditos de grados y me conformé con zumos de frutas y simples refrescos de cola. Por desgracia, esta nueva orientación, muy saludable y sensata, sin duda, no ayudaba precisamente en el proceso de olvidar, ni por un instante siquiera, la miseria en que se había convertido mi vida en un plazo de dos meses escasos. Yo creí haber conquistado Madrid, y resulta que el conquistado (y después despreciado) había sido yo. Estaba concentrado en esta clase de pensamientos, cuando la presencia del típico gracioso con unas cuantas copas de más encima me sacó de mi ensimismamiento. Se dedicaba a cantar a grito pelao la canción que sonaba en ese momento, cantada en inglés pero cuya letra se sabía al parecer a la perfección. Las greñas cubrían parte de su rostro, la sudada camiseta de Desigual manchada de alcohol y grasa, y se aferraba con fuerza a un vaso tubo que rebosaba ginebra. Tenía una melopea encima impresionante, pero se mantenía en pie de forma milagrosa, paseándose por entre las mesas como una cabaretera en horas bajas. Parecía ajeno a las miradas escrutadoras y a los murmullos de desaprobación del resto de clientes, y debía haber llegado solo, como yo, pues ningún alma caritativa se acercó a rescatarle de lo que no podía definirse más que como un ridículo espantoso. La canción que destrozaba con su terrorismo vocal no era otra que "The crying game", el tema central de la película de 1993 del mismo título, dirigida por Neil Jordan, cantada por Boy George en uno de sus escasos éxitos en solitario, y con el aliciente añadido de contar a los coros con otro Neil famoso, en este caso Tennant, de los Pet Shop Boys, inconfundible por su característica voz nasal de clase alta británica.

  • Don’t want no more of the crying game

don’t want no more of the crying game...

se empeñaba en berrear el insólito solista, que fue a recalar muy cerca de mi mesa en el preciso momento en que la emotiva canción llegaba a sus acordes finales, y el extraño cantor se echó a llorar sin recato como una plañidera. Al pasar frente a mí se apartó por un momento el flequillo de la cara para enjugarse las lágrimas, y le reconocí al instante:

¡Isma!, ¿Qué haces aquí?

Era Ismael, no me cabía duda. Se había dejado el pelo más largo en los casi dos meses que hacía que no le veía, y por eso me había costado distinguirle al principio. Su barba de tres días también me chocaba mucho en alguien tan aseado como él. Los efectos del "ciclón Carmina" se dejaban sentir todavía en su vida, sin duda alguna.

Hoooola, Iván…¿Qué haces, mariconeando por Oviedo? – fue toda la respuesta que obtuve de él, antes de que se dejara caer pesadamente en la silla contigua. Los vecinos de mesa agradecieron con cuchicheos frenéticos la valiosa información de mi excuñado acerca de mi no evidente condición sexual.

Joder, Isma, llevas un moco del quince. ¿Qué coño haces en Oviedo tú solo, bebiendo como una esponja?

¿Y tú? – se me quedó mirando ausente, con los ojos vidriosos – Porque tú estas sólo también, tío, en esta ciudad que no es la tuya. Yo no veo a nadie por aquí. A ver, vamos a mirar debajo de la mesa…- hizo el ademán de agacharse a buscar a un imaginario visitante oculto, cual si pretendiera hallar a un remedo de una Mónica Lewinsky local realizándome una felación a escondidas amparada en la oscuridad de la sala – Pues no, no hay nadie, que pena ¿verdad?

Vámonos a casa antes de que la líes parda, anda. Esta noche vas a dormir en la habitación de quien yo me sé. Y mañana, cuando recuperes la sobriedad, te llevaré de vuelta a casa de tus padres.

No quiero irme, estoy bien aquí. Estoy muy a gusto en este garito, con tanta chica guapa. Como esa de ahí

Sin darme tiempo a reaccionar, se levantó de la silla dando tumbos y se acercó hasta la mesa donde un grupo de veinteañeros celebraba el cumpleaños de una de las chicas, una guapa morena de rompe y rasga. Sin cortarse un pelo, amparado en su estado de embriaguez, se acercó hasta la homenajeada y le plantó un monumental beso en todos los morros, provocando un acceso de histeria inmediato, no tanto en la sorprendida y confusa receptora del insesperado ósculo, como del resto de sus amigas, y el más que justificado enfado de los varones presentes, que se abalanzaron sobre él y le propinaron sendos puñetazos. Uno de ellos, que debía ser el novio del objeto de las atenciones de Ismael, se ensañó con él y le propinó una certera patada en los huevos, que provocó un intenso grito de dolor en mi amigo, antes de caer rodando al suelo. Para entonces, ya me había lanzado al rescate de mi compañero involuntario de farra, y llegué justo a tiempo de propinarle un puñetazo en el rostro al chulo aquel que abusaba de esa forma de un pobre borracho, en el preciso instante en que se disponía a rematar la jugada pegándole un puntapié en la boca del estómago. Mi pegada resultó fatal para sus planes, perdió el equilibrio, y cayó hacia atrás completamente noqueado, yendo a caer en los mullidos brazos de uno de sus colegas de farra.

¿Te parece bonito pegar a un tío que no se tiene en pie, gilipollas? ¿Porqué no te atreves conmigo, imbécil? Lo que ha hecho mi amigo está mal, pero vosotros os habéis pasado tres pueblos

El resto de los agresores, que podían haberme rodeado, debieron verme demasiado entrenado (yo había vuelto a coger el gimnasio con ganas a mi regreso a Gijón, y estaba empezando a practicar los rudimentos del noble arte del boxeo) y decidido a devolver golpe por golpe, y prefirieron tal vez no estropear del todo la velada a su cumpleañera amiga, y dejarlo correr como un incidente pasajero. Gracias a Dios, porque, pese a mi aparente valentía, yo era consciente de que lo llevaba crudo si aquellos cuatro chavales, todos ellos bastante más jóvenes que yo, me rodeaban en el callejón de afuera y me propinaban una paliza. A lo sumo podría dejarles algún recuerdo en la cara o el cuerpo de mi paso por Oviedo aquella noche, o salir corriendo en el mejor de los casos, opción imposible si debía cargar a cuestas con Ismael. La inexistente seguridad de la sala se personó al fin en forma de un fornido camarero que nos invitó a abandonar el local, lo que hice cargando a cuestas con mi problemático colega. Porque a pesar de la diferencia de edad (Isma tenía 21 años, y yo 27) siempre me había llevado muy bien con el novio de mi hermana, y no pocas veces habíamos salido de marcha por Madrid o Gijón con mis o sus colegas, incluso sin la presencia de Carmina a nuestro lado. Yo siempre le había considerado un verdadero amigo, pero ahora la relación, como era de esperar después de lo ocurrido, se había enfriado por completo.

El viaje de regreso a Gijón fue una odisea de obstáculos. Una persistente neblina, que llamamos por aquí borrina, fue la culpable de que me saltara el desvío que conducía a la AS-II en dirección Gijón. Por si fuera poco, me entró un súbito acceso de sueño, producto del estrés y con seguridad me hubiera estampado contra los quitamiedos del arcén si no hubiera sido por los providenciales ronquidos de Ismael, que me devolvieron ipsofacto a la realidad, en el momento justo en que empezaba a hacer eses por la autovía. Finalmente, conseguimos llegar sanos y salvos a casa de mis padres. Pasaban de las tres de la mañana cuando le llevé a rastras hasta la antigua habitación de mi hermana. "que curiosa es la vida", pensé mientras cargaba con su peso muerto a través del pasillo, intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a mis padres (por suerte el guaje dormía a pierna suelta), "la de veces que habrá soñado este pibe con dormir en la cama de Carmina, y ahora que lo va a hacer, ya no está ella para celebrarlo con un homenaje a juego". Le dejé caer sobre la cama de mi hermana, retiré de ellas los peluches que la adornaban, y me dispuse a desnudar al personaje. A duras penas acerté a quitarle los vaqueros y la camiseta, puesto que él no colaboraba en absoluto, y se daba la vuelta en el momento menos oportuno. Cuando le dejé en gayumbos, y me disponía a taparle con la sábana, me ruboricé como un colegial al percibir el enorme bulto que marcaba su paquete. Todos los demonios interiores se confabularon para hacer hervir mi pulso y levantarle tímidamente el bóxer "sólo para echar un vistazo". Pero la visión de aquel enorme pollón me dejó tan obnubilado que a punto estuve de perder una vez más mi dignidad, y lanzarme como un poseso a mamar aquel suculento rabo que se me ofrecía tan ufano. Total, él no se iba a enterar, y, además, ambos estábamos en situación de clara sequía carnal, o eso parecía indicar tan monumental erección por su parte. Pero un rápido chispazo de cordura atravesó mi mente, y, pese a que la excitación había hecho mella en mi cuerpo, me contuve de proseguir con tan perversas intenciones. "Joder, no puedo acostarme con todos los novios de mi hermana. Voy a parecer un fetichista. Es patético liarse con tíos heterosexuales, a los que tengo que engañar para llevármelos al catre. Aunque luego se aficionen, como el otro golfo. La verdad es que no entiendo como Carmina ha podido dejar a este pedazo de asturcón. Claro que Iker tampoco se queda atrás el jodío. ¡Que desastre de vida la mía!. Siempre es un quiero y no puedo…¿porqué no entenderá de verdad ninguno de estos pipiolos tan deseables?".

A la mañana siguiente, mi padre me despertó cerca de las once con un aire de preocupación en el rostro.

¡Despierta, Iván! ¡Deja de folgar, hijo!– su recia voz me aturdió por completo, y me levanté sobresaltado - ¿te vas a pasar todo el día en la cama?

¡Ah, eres tú, papá! ¡Qué susto me has dado!

Mi padre no se anduvo por las ramas. Seco y directo, al mejor estilo asturiano, me interrogó por la identidad del huésped de la habitación contigua.

¿Y quien es el joven que ronca tanto en el cuarto de Carmina? ¿¡No habrás sido capaz de traerte a casa de tus padres un ligue ocasional!? Yo ya estoy curado de espanto con los tres mazcayus que me han tocado en suerte. Uno por una cosa, los otros por otra, al final, la casa sin barrer. Pero piensa en tu madre, Iván, ella se merece un respeto

Pero papá, por favor, no digas tonterías. ¿Es que no has visto que se trata de Ismael? Me le encontré anoche en Oviedo, y el pobre iba muy mamado. Era muy tarde para llevarle a su casa y decidí traerle aquí para dormir. Eso es todo.

Perdona, hijo, estaba muy oscuro y no le he reconocido. Si es así, te pido disculpas. Pero… ¿no estará preocupada su familia?

Pues ahora que lo dices, me parece que en agosto se suelen ir de vacaciones a Valencia. Sé que tiene un hermano más mayor, pero no sé si vive con ellos o hace su vida. Voy a despertarle de todos modos, a ver si se ha recuperado de la curda que llevaba.

Bien hecho, hijo. Estoy orgulloso de tu comportamiento, ya no quedan jóvenes tan nobles como tú

De camino a la habitación de Carmina, iba pensando para mis adentros: "si tú supieras de la misa la media, papá. Hace sólo unas horas he estado a punto de sucumbir a mis más bajos instintos, y eso no es nada comparado con la vida que he llevado en Madrid en los últimos meses…". Cuando pasé a la habitación y levanté la persiana, mi amigo seguía roncando como un bendito. Tuve que ponerme farruco para conseguir despejar a un resacoso Ismael, que primero preguntaba por el lugar donde nos encontrábamos, para sentir a continuación un comprensible ramalazo de nostalgia al saber que estaba hollando la habitación de Carmina, y se quedó absorto contemplando los posters de Brad Pitt y Tom Welling que colgaban de las paredes pintadas de blanco inmaculado, en aquel santuario laico consagrado al culto a la femineidad más radical. De pronto, como si se hubiera vuelto a la vida en ese preciso momento, se llevó la mano a la frente y me preguntó con expresión nerviosa.

¡Puxa! ¿Qué hora es?

Las once y diez de la mañana…¿Porqué?

Joder, me cago en la calle Uría y en el puto carbayu que talaron los ovetenses. ¿Porqué cojones tendría yo que ir a Oviedo anoche? Me duele todo el cuerpo, parece que me hubieran pegado una paliza.

No andas descaminado. Luego hablamos de eso. Ahora dime que problema tienes con la hora.

¡Buff! Es que había quedado en pasarme a recoger a mi hermano, que está jugando un partido de rugby en Avilés, pero creo que no estoy en condiciones de conducir. Si tú quisieras

Joder, Isma, anoche te traje de vuelta desde Oviedo y hoy quieres que conduzca hasta Avilés para recoger a tu hermano. Voy a parecer tu niñera.

Sólo por esta vez, por favor. Yo te pago la gasolina y las dietas, pero échame un cable.

Y te lo echaría gustoso, pero al cuello. Anda, vístete y vamos. Además, siento curiosidad por conocer a esa bestia parda de tu hermano.

Que va, no te creas, es un tío muy sensible. Te va a encantar.

Si tú lo dices…te espero abajo, voy a echar gasolina. Quiero verte en la puerta dentro de diez minutos.

Como digas. Cuando baje hacemos cuentas.

Descuida que las haremos. Esta vez no te va a salir gratis el trayecto, majete.

Cuando por fin encontramos el polideportivo donde se desarrollaba el partido, el juego había terminado y los jugadores se estaban cambiando. A los cinco minutos apareció Alvaro, el hermano de Isma, con su rotundo físico de deportista cachas y una sonrisa demoledora. Mi excuñado tenía razón: su hermano me gustaba desde el primer momento. Como conocía mis gustos el cabrón, y eso que me llevó meses confesarle lo que él ya sabía por la cotilla de mi hermana. Tras los saludos de rigor, el bigardo aquel se montó en el asiento trasero, mientras su hermano y yo ocupábamos los delanteros. Durante el viaje nos estuvo comentando la dureza del deporte que practicaba, las lesiones que había sufrido, la satisfacción por la victoria de hoy conseguida a base de esfuerzo y constancia ante un equipo netamente superior en calidad sobre el terreno de juego. También deduje que estudiaba alguna carrera universitaria (¿5º de Económicas tal vez?) y que era muy amigo de sus amigos. No mencionó a una posible novia o amiga especial ni una sola vez durante toda la conversación, que en principio giraba en torno a él, para luego decantarse hacia mí, pues parecía muy interesado en saber que me había traído de vuelta a Gijón después de pasar los últimos diez años en Madrid, en un curioso trasvase con mi hermana Carmina, que había realizado el camino inverso. "El desamor" estuve a punto de decirle, pero consideré más prudente hablar de conceptos mucho más abstractos e indefinibles, entre los que la nostalgia de la tierrina asturiana jugaba al parecer un papel primordial. Isma nos invitó después a tomar unos pelayos en la confitería Moka de Gijón, y a comer en un restaurante de Cimadevilla un plato de caldereta regado con unas sidrinas de Villaviciosa. La animada conversación no decayó tras la sobremesa (sus padres estaban fuera, y yo llamé a los míos para anunciarles que comería fuera ese día. Ya no respetaba ni los domingos, era el peor hijo que podían desear, pero aquel guapo mozu recién descubierto merecía al menos una revisión a fondo antes de dictaminar sentencia. Resultaba extraño, y, en cierto modo, alentador, comprobar que su fiereza de macho asturiano y sus habilidades en el terreno de jugo y en la lucha por el balón de rugby quedaban aparcadas al salir del estadio a favor de una espontánea sensibilidad que se demostraba en su tono de voz tranquilo y relajado, impropia en principio de un tiarrón que medía cerca del 1’90 de estatura y de una extremada timidez que le hacía sonrojar a menudo, y que resultaba aún más chocante al contrastar de modo evidente con el descaro habitual de su desinhibido hermano.

Serían las cuatro cuando Ismael se excusó alegando un improbable compromiso que le reclamaba en alguna otra parte (imaginario con toda seguridad) y nos dejó plantados en aquel restaurante sin darnos tiempo a reaccionar. La mirada de ambos hermanos, sin embargo, resultaba harto elocuente, y la cálida palmada en el hombro que me dedicó antes de abandonar el lugar me resultó extrañamente cómplice y significativa. Allí se estaba cociendo algo que yo desconocía, pero pronto lo haría.

No hagas caso a mi hermano – me rogó un ruborizado Alvaro en cuanto su hermano salió por la puerta – está empeñado en encontrarme pareja desde que se enteró de que entiendo. Y estaba emperrado desde entonces en que te conociera. Pero entre que tú vivías en Madrid y que tenías pareja parece que la idea se le fue olvidando. Y mira por donde ahora vuelve por sus fueros…aunque debo decir que no lamento para nada haberte conocido. Eres mucho mejor de lo que me habían contado…en todo.

Ahora era yo el que se estaba ruborizando por momentos. Aquel tío había realizado una impecable salida de armario en treinta segundos y había conseguido placarme, como en el rugby, con una destreza absoluta. Yo estaba noqueado y levitando en mi asiento al mismo tiempo. Sólo tenía ojos para el precioso ejemplar de la raza humana que tenía ante mis encandilados ojos. Si lo llego a saber, pensé en ese momento, hubiera vuelto a Asturias mucho antes. Al final del túnel, la luz. Y vaya luz, joder, esto era un sol radiante más que un simple candil. Gracias, Dios mío, ahora sé que existes de verdad, me dije a mí mismo a modo de congratulación por mi feliz hallazgo.

Aquella primera tarde la pasamos paseando por gijón, recorriendo sus rincones más típicos y los más desconocidos, incluso para los propios gijoneses, contemplando a los bañistas en la playa de San Lorenzo, y disfrutando de nuestra mutua presencia antes de regresar a nuestro pequeño mundo, al entrañable barrio de Ceares. Los Prieto vivían en la calle de Leopoldo Alas "Clarín", a pocas manzanas de la casa de mis padres, pero esa tarde de domingo su modesto piso de dos habitaciones (la suya y la de sus padres; el compartía habitación con su hermano Ismael) estaba extrañamente vacío. Mientras íbamos de camino en mi coche, llamó su hermano para avisarle de que no le esperase despierto porque se iba a quedar a dormir en casa de un amigo. Cuando me lo comentó de pasada tras colgar el móvil, me di cuenta de que el alcahuete de su hermano lo había organizado todo para dejarnos pista libre en caso de que nos gustáramos y decidiéramos pasar una velada en la intimidad de su hogar. Puesto que sus padres no regresaban hasta la semana siguiente de sus vacaciones en Cullera, disponíamos de todo el tiempo del mundo para descubrirnos mutuamente en esta insólita e inesperada (por ambas partes) cita a ciegas organizada por Ismael.

Nada más entrar en su habitación me sorprendió encontrar un montón de cedés apilados en estanterías y expositores. Empecé a leer de pasada algunos títulos, y me sorprendió comprobar que la inmensa mayoría eran de música pop italiana desde los años 60 hasta nuestros días. Preguntado al respecto, se encogió de hombros y respondió con evasivas.

Finalmente, con las mejillas rojas de pura vergüenza, accedió a contarme la verdad.

Me aficioné hace unos años, cuando salí con un chico italiano. El era un fanático del Festival de San Remo, y no paraba de poner su música favorita, casi toda de tipo romántico. Como ves, están todos, menos Laura Pausini y alguno más que encuentro demasiado melosos. Pero me gustan desde Umberto Tozzi, Raf, Gianni Morandi, Mina, Eros Ramazzotti, Paolo Vallesi, Nek, Tiziano Ferro, Irene Grandi hasta clásicos como Zúcchero o Franco Battiato. Pero mi favorito se llama Samuele Bersani, y es un cantautor del estilo de Jarabe de Palo, que por cierto es muy conocido en Italia con sus versiones en ese idioma.

Cogí un disco al azar. Un chico muy guapo, tan rubio como el propio Alvaro, aparecía en portada.

Confieso mi ignorancia en música trasalpina. A mí me sacas de Rafaela Carrá y Eros Ramazzotti y me pierdo totalmente.

Bueno, la Carrá es todo un mito en Italia. Y Ramazzotti que te voy a contar.

¿Y este del CD quien es?

Hombre, esto son palabras mayores. El gran Jovanotti, que empezó haciendo música disco y ha sabido evolucionar hacia estilos más alternativos, es un artista tremendamente creativo y original.

Y guapo, por lo que veo.

Sí, por supuesto, como muchos de sus compatriotas, aunque esta foto ya tiene unos añitos. Pero me alegro que hayas elegido este disco porque incluye una de mis canciones favoritas. Fue uno de sus mayores éxitos en Italia en la década de los 90. La pongo mucho cuando estoy deprimido, pero cuando estoy alegre como hoy también me apetece oirla. Levanta el ánimo a un moribundo. Ascolta, ragazzo.

Y lo que escuché fue una canción muy rítmica y alegre, con un cantante que desafinaba un poco en mi opinión, pero que lo hacía con un evidente encanto, unos coros poderosos y omnipresentes, y una música y letra de lo más animadas. Se llamaba "Ragazzo fortunato", y la he escuchado cientos de veces desde entonces. Me vuelve loco.

Sono un ragazzo fortunato

Perché m’hanno regalato un sogno

Sono fortunato

Perché non c’é niente che ho bisogno

E quando viene sera e torneró da te

É andata come é andata

La fortuna di incontrarti ancora

Según sonaba el pegadizo estribillo de la canción, Alvaro se acercó a mí y me besó tiernamente en los labios. Yo no me resistí y me dejé hacer. Por lo que deduje de aquella jornada inolvidable, aquel jabato tenía un lado oculto dedicado al romanticismo extremo. Todo él era un cúmulo de contradicciones que me apetecía descubrir. Su energía era absolutamente viril, casi de camionero, pero su manifestación erótica era tan delicada y sutil como la crisálida de una mariposa. Por increíble que parezca, aquel tío, que estaba sobradamente dotado en todos los aspectos para las artes del amor, prefería ejercer de pasivo en la cama, y me sorprendió nuevamente al ofrecerme su regaña (raja del culo en bable, para entendernos todos) y dejarse penetrar, dulcemente primero y de forma bravía después, sin oponer resistencia, pese a sus casi 90 kilos de peso y su portentosa presencia física, de clásico cachalote, pero de proporciones humanas.

Tras culminar nuestra primera noche de amor, a la que seguirían otras muchas, abrazados tiernamente en su cama, quise saber como era posible que su hermano y él fueran tan diferentes físicamente, uno moreno y echao p’alante, el otro rubio y decididamente tímido. Su respuesta fue nuevamente poco convencional, fiel al estilo que prefería.

  • Bien, tal vez se deba a que Isma ha heredado los genes asturianos y españoles de los Prieto, y yo los holandeses de los Fanjul.

Pero Prieto y Fanjul son dos apellidos asturianísimos – protesté yo extrañado - Los hay a patadas de ambos en Gijón, y en el resto del Principado.

Prieto sí es un apellido español. Pero Fanjul es en realidad la españolización del apellido holandés Van Hool. Parece ser que en el siglo XVII, durante las guerras de Flandes, algunas familias de católicos holandeses se refugiaron en Asturias, en el concejo de Siero para ser exactos. Y se ve que yo he heredado algo de esos genes anglosajones – sonrió Alvaro, que, en efecto, parecía un verdadero holandés a simple vista, aunque es evidente que la posible influencia genética de sus antepasados neerlandeses quedaba un poco lejana como para explicar de forma satisfactoria la razón de su impactante físico.

Cada minuto que pasa me sorprendes más, tronco.

Deja que te sorprenda otra vez, me gustan las sorpresas – y, sin perder tiempo, se bajó a tocar de nuevo la flauta, confiando en obrar un milagro con ella, y a fe que lo consiguió por segunda vez. Esa noche fue una de las más largas y apasionadas de mi vida.

EPILOGO

El día antes de Navidad, Carmina regresó desde Madrid para pasar unos días con la familia. Según nos contó con su nuevo acento madrileño y algo castizo, llevaba trabajando un par de meses como dependienta en una elegante boutique del Barrio de Salamanca, y se había matriculado en segundo de enfermería, la carrera que había empezado a estudiar (sin demasiado entusiasmo por su parte) en Gijón.

¿Y que tal te va con el chico ese, Iker? – quiso saber mi hermano David durante la cena familiar de Nochebuena.

Carmina se apartó el pelo de la cara e hizo un mohín de desagrado, muy suyo, antes de dignarse contestar.

En realidad ya no estamos juntos. Lo hemos dejado de mutuo acuerdo - la cara de sorpresa de mi hermano y mía iba pareja a la de circunstancias de mis padres, resignados a los continuos cambios de parecer de su coqueta benjamina – Ahora salgo con Pablo, un DJ guapísimo. Vivimos juntos en su apartamento desde hace dos semanas

Mi madre casi se atraganta con las almejas. Mi padre sorbió sin ganas un vaso de sidra para apurar el mal trago, nunca mejor dicho. David y yo nos miramos sonriendo. Ambos sabíamos que el "mutuo acuerdo" al que se refería nuestra hermana era una simple patada en el culo de Iker, y una política de piernas abiertas hacia el tal Pablo desde la misma noche en que se conocieran. Ella estaba por encima de esas fruslerías. Los novios y amantes eran algo prescindible e intercambiable, como la ropa. En mi interior sentí un relámpago de alegría al descubrir que ni siquiera alguien tan amoral como Iker era inmune a ser engañado y abandonado en el momento menos pensado. Claro que es posible que eso no le importase a él lo más mínimo. Su corazón no latía al mismo compás que el del resto de los humanos. El suyo era de madera, o quizá de piedra caliza.

Al día siguiente, recibí la llamada de mi antiguo compañero de piso en Madrid felicitándome la Navidad. Era su primera llamada en cinco meses, y su voz fingía un destello de emoción en cada sílaba que pronunciaba.

Hola, Iván…¿Sabes quien soy?

Por supuesto que sé quien eres, tampoco ha pasado tanto tiempo. ¿Cómo te va la vida, Iker?

Bien, bueno, podría ir mejor, pero bien, bien. Ahora estoy en Oviedo, pasando las Navidades con mi familia. ¿Y tú?...

Pues lo mismito que tú, y además trabajando en un bufete, como antes, pero ahora en Gijón, que es lo mejor de Asturias y parte del extranjero.

Joder, Iván, me alegro por ti, pero no empieces con esas chorradas, que estamos en Navidad. Aplícate el cuento, anda.

Vale, tienes razón. Hasta en las guerras más crueles de la antigüedad pactaban una tregua navideña. Nosotros no vamos a ser menos ¿no?

Pero es que nosotros no estamos ni hemos estado nunca en guerra – protestó él – de eso precisamente quería hablarte.

¿Hablarme de qué?

Pues de nosotros. De nosotros dos.

Querrás decir tres, pues tú te encargaste de meter a mi hermana de por medio.

Bueno, ella y yo ya no estamos juntos.

Sí, al fin ha abierto los ojos. Tarde o temprano tenía que pasar. Lo siento, tío, la vida es así.

No, si no me importa. Lo que quería decirte es que me he dado cuenta de que en realidad quien me gustas de verdad eres tú. Quiero recuperarte, haré lo que sea para que me perdones.

Silencio al otro lado de la línea. No por sorprendido podía dejar de lado mis legítimas dudas respecto a su sinceridad y sentido de la oportunidad.

Mira, Iker, como dice la canción de One Republic, ya es demasiado tarde para disculparse. Tú has estado jugando conmigo y con mi hermana, sin importarte lo más mínimo que yo sufriera lo indecible, porque estaba enamorado de ti y tú lo sabías. Pero preferiste mirar para otro lado y aprovechar la situación para jugar con mis sentimientos. Eso te lo podría perdonar, pero que hayas engañado de ese modo a mi hermana no lo puedo olvidar ni perdonar. Lo siento, Iker, pero para mí eres pasado.

¿Y no hay nada que pueda hacer para que me aceptes a tu lado?

Mira, tronco, te conozco demasiado bien y no me creo tus lágrimas de cocodrilo. Lo único que puedes y debes hacer es recapacitar. Si realmente tienes una naturaleza bisexual deberías estudiar el modo de vivir tu vida de manera saludable, sin hacer daño a terceras personas. Es todo lo que puedo decir hoy, aparte de Feliz Navidad, claro.

Bueno, Iván, no voy a insistir, si cambias de idea, mi número de móvil siempre está a tu disposición. Y mi casa es tu casa desde ya.

Sí, entre otras cosas porque fue mía antes que tuya – reímos por primera vez de forma relajada desde el inicio de la conversación.

Sí, ¡pero ahora está tan vacía sin ti!. Creí que iba a echar de menos a Carmina, pero es a ti a quien echo en falta. No me creas si no quieres, pero es así. Ella era caprichosa y huraña, tú en cambio eres carismático y especial. Los días contigo eran felices y luminosos.

Sí, menos cuando llovía. Déjate de historias, tío, que no me vas a convencer. Pero no te obsesiones, que eres joven y guapo, y a poco que madures, encontrarás a alguien, hombre o mujer, que te haga feliz y a quien te puedas entregar de corazón. Si es que has sacado alguna lección de lo ocurrido.

Lo único que he aprendido es que yo también puedo llorar, como el resto de la gente. Estoy tan arrepentido de todo lo que ha ocurrido

Bueno, es lo que tiene apostar al juego de las lágrimas, que reparte su suerte entre todos, como la lotería.

¿Cómo dices?

Nada, cosas mías. Que sigas bien, Iker. Un abrazo y feliz año.

Feliz año. Un beso de alguien que te quiere bien.

Como tú digas. Hasta luego, carbayón. Y hazme un favor, sé feliz, chaval.

Lo intentaré, te lo prometo. Hasta luego, Iván

FIN