El juego de las lágrimas (1)

Iván es un joven asturiano que trabaja en Madrid, y busca un compañero de piso con quien compartir gastos. Finalmente se decide por un estudiante de su tierra, Iker, con quien inicia una relación marcada por la rivalidad permanente.

I know all there is to know Ya sé todo lo que hay que saber

About the crying game sobre el juego de las lágrimas

I’ve had my share of the crying game He tenido mi ración del juego de lágrimas

First there are kisses Primero vienen los besos

Then there are sighs después los suspiros

And then before you know where you are y, entonces, antes de que sepas donde estás

You’re sayin’ goodbye llega el adiós

(The crying game) (Juego de lágrimas)

Hola, me llamo Iván, tengo 27 años y soy abogado de profesión. Aunque nacido y criado en Gijón, he pasado casi diez años de mi vida en Madrid, desde mi primer año de carrera. Mi padre trabaja (no sé por cuanto tiempo más con la crisis y las prejubilaciones más o menos forzosas) en los astilleros navales Gijón. Mi madre trabajó de camarera antes de casarse, en un restaurante en pleno centro de Cimadevilla y ahora ejerce de ama de casa. Y tengo la suerte de contar con dos hermanos menores, David y Carmina, con los que me llevo estupendamente y con los que solía salir de marcha durante mis infrecuentes visitas a la hermosa villa bañada por el Mar Cantábrico en estos años de forzada ausencia. De niño disfruté del privilegio de crecer rodeado del cariño de los míos en una de las ciudades más hermosas y antiguas de España, existente desde la época misma de la Reconquista, en pleno siglo IX. Mi barrio, Ceares, es a su vez uno de los más castizos de Gijón, y cuenta como emblemas propios con la cruz de piedra que da nombre al barrio, el enorme parque de los Pericones (que algunos ovetenses envidiosos pretenden en su ignorancia denigrar llamándole de "los maricones") y el recoleto cementerio del Sucu, también de antigüedad probada. Todo cearense es forofo, en mayor o menor grado, del Unión Club de Ceares, que juega en tercera división. Yo comparto esta querencia por el equipo del barrio con la propia de todo gijonés que se precie por nuestro adorado Sporting, que ha vuelto a ascender este año (al contrario de lo que ocurre con nuestros sufridos vecinos del Real Oviedo, actualmente en Tercera División después de todo un cúmulo de desgracias y desencuentros, que parecen sacados de la imaginación de un guionista de culebrones) a la División de honor. Y, como socio del Sporting, comparto desde la infancia mi afición futbolera con mi mejor amigo, Tino, vecino de la barriada obrera de Pumarín.

Durante mis años de estudiante en Madrid viví en un colegio mayor llamado Chaminade (al que solíamos referirnos en broma los internos como Chuminade, que además parece una palabra nacida del regazo del bable, el dialecto o idioma asturiano, según partidarios o detractores del mismo). Aquellos fueron los años más felices de mi vida, en los que descubrí mi homosexualidad latente, primero con Mario, mi compañero de cuarto, un guapo andaluz de Jaén con el que estuve saliendo cuatro años, y luego con otros jóvenes madrileños de mi misma cuerda. También hice muchos amigos, me aficioné a la fiesta y al desparrame sano, y conseguí sacar la carrera con buenas notas gracias a algún milagro de la Santina. Aquellos años de locura y moderado desenfreno, que coincidieron con el cambio de siglo y milenio, me convirtieron en la persona en que me he convertido hoy: asturiano hasta la médula, pero madrileño de corazón, sportinguista de pro pero capaz de presenciar un partido del Madrid o el Atleti en sus respectivos estadios sintiéndome un poco parte de su hinchada, orgulloso de mi acento asturiano y de las tradiciones de mi tierra pero sintiéndome profundamente español. Y este inusual conjunto de rasgos, común, me atrevería a decir, a la mayoría de los asturianos, es lo que nos facilita, de entrada, "caer bien" en casi todos los rincones del mundo. Otro rasgo "diferencial" por así decirlo, es pertenecer a una comunidad autónoma que ha girado a lo largo de su historia en el ámbito sociológico de la izquierda, al contrario que todos nuestros vecinos, los gallegos, cántabros y castellano-leoneses, caracterizados por el predominio de la derecha y los valores conservadores. La impronta de la minería y el sindicalismo asturianos han tenido mucho que ver en todo ello, sin duda. En Asturias siempre ha gobernado el Partido Socialista desde el principio de la democracia, lo mismo que en mi ciudad o en Avilés o Mieres, otras dos localidades importantes de la cuenca minera. La participación comunista en muchos ayuntamientos ha sido importante históricamente, como sabe todo estudioso de mi comunidad, desde los lejanos tiempos de la llamada "Revolución de Asturias" de 1934, (en la que participó como dinamitero durante el brutal asalto a la capital asturiana mi bisabuelo paterno, el concienciado minero de Mieres Simón Esparza). Por el contrario, también tenemos el caso de Oviedo, ciudad de derechas de toda la vida, el "garbanzo negro" de la fabada asturiana. Ciudad que me encanta de todos modos, y a la que conozco bien, demasiado bien, quizá. Parte de la historia por contar tiene mucho que ver con ella.

Todo comenzó en el 2006, cuando, recién graduado, encontré trabajo en un prestigioso bufete de abogados capitalino. Mi relación con Mario, con quien había convivido en mi modesto piso de alquiler de dos habitaciones de la calle Rodríguez Marín, acababa de concluir, y un sentimiento de debilidad e impotencia me sumió en una melancolía aparente por espacio de varios meses. A la vuelta de las vacaciones de Semana Santa en Gijón, me planteé muy seriamente realquilar la habitación que quedaba libre a algún estudiante con problemas de alojamiento. No sólo me aliviaría económicamente, sino que hasta era posible que pudiera mantener una cierta amistad con mi obligado conviviente, algo a agradecer en una persona tan habladora como yo. Publiqué un anuncio en prensa y otro en Internet, en páginas frecuentadas por universitarios. No tardé en recibir decenas de correos, de entre los que preseleccioné a cinco finalistas, como si de un casting de "Operación Triunfo" se tratara. Había entre ellos (contestaron más chicos que chicas aunque yo no especifiqué género en el anuncio) dos andaluces muy salados, de Cádiz y Huelva, un extremeño de Zafra, un manchego de Puertollano, y…para mi suerte o desgracia, un asturiano de Oviedo, que fue quien se llevó el gato al agua ayudado por un físico privilegiado y una cierta actitud de bakala en apuros (otros dirían chulo a secas) que no me dejó indiferente. Mi condición sexual, nuestro asturianismo nostálgico a flor de piel, su habilidad para recordármelo, su irresistible sonrisa, en fin, todo ayudó a que me decidiera a incluir al bello Iker en mi piso, y en mi vida, como una especie de adosado a partir de ese momento.

Mis mayores miedos en relación a él no se hicieron realidad. Era buen pagador, como hijo de un acaudalado hombre de negocios asturiano, no se metía en problemas, y, si bien era tan fiestero como yo a su edad (¿y quien no lo es a los 20 años en una ciudad tan marchosa como Madrid y tan lejos de tus autoritarios padres?), no parecía consumir drogas ni llegar bebido a casa. Entre semana, cuando no estudiaba alguna asignatura de Industriales, su carrera elegida (por sus padres, más bien), se dedicaba a jugar con la videoconsola en su cuarto, a escuchar música pijilla de Coldplay y The Killers, y a escribir en su portátil largos mails a su "peña", al parecer bien poblada por la cantidad de tiempo que dedicaba a la escritura, en su Oviedo natal.

Iker y yo compartíamos gastos al 50%, como una extraña pareja "ad hoc", veíamos juntos por la tele de plasma los partidos de liga o sus vídeoclips favoritos de la MTV, y a veces salíamos juntos de marcha con amigos asturianos de ambos, a pesar de la notable diferencia de edad (7 años) y de gustos entre nosotros. Como hijo de un obrero de la siderurgia naval, yo estaba acostumbrado a buscarme la vida desde muy joven, y no dependí nunca económicamente de mis padres. Trabajé a tiempo parcial de camarero, pizzero, y de picapleitos en bufetes de tres al cuarto durante toda mi carrera para costearme mis clases y mis confesables vicios. Aún no ganaba lo suficiente como para poder comprarme un piso nuevo en Montecarmelo o Las Tablas, por citar tan sólo dos zonas de reciente urbanización en el norte de Madrid, pero sí podía, en cambio, mantener con cierta holgura de medios este apartamento situado en una de las mejores zonas residenciales de Madrid, muy cerca del Colegio Alemán, el Parque de Berlín, y el estadio Santiago Bernabéu. Pero para poder llegar a fin de mes, necesitaba la ayuda extra en forma de generoso cheque por parte de la bien situada familia de Iker.

Nuestras cordiales relaciones se enturbiaban, sin embargo, en cuanto acontecimientos externos de difícil abstracción, principalmente políticos o deportivos hacían entrar en erupción a la fiera que escondía dentro nuestro pequeño marqués (y yo tampoco le hago ascos a una buena polémica, todo hay que decirlo). La movida podía comenzar por cualquier tema, especialmente si estábamos comiendo en la cocina o en el salón con la tele encendida, a la hora punta del telediario. Las viejas rivalidades provincianas y los más rotundos tópicos hacían acto de presencia de inmediato ante nuestros ojos. Aquel domingo por la tarde, ante la pequeña pantalla que retransmitía un trascendental partido de liga por Digital Plus, la sidra comenzó a hacer estragos en nuestros reblandecidos cerebros de finales de semana.

Que no, Iván, que no tienes razón. Por mucho que te empeñes y por mucho Sporting del que presumas, Gijón es una ciudad sin clase y sin cultura y siempre lo será – sentenciaba ufano un orgulloso Iker, sus ojos verdes entornados, sus níveas mejillas enrojecidas de la emoción, como las de una princesa de cuento – Por algo os llaman "culos mollaos" en el resto de Asturias.

Claro, y ahora me dirás que la vieja Vetusta, cuyo equipo de fútbol vegeta en Tercera División, y que tiene menos habitantes que Gijón, es la París de Asturias.

Eso lo dices tú, no yo, pero no andas descaminado. La calle Uría está considerada una de las más elegantes del mundo. Y Oviedo ha sido elegida por grandes artistas para inspirar sus creaciones, como Leopoldo Alas "Clarín" con "La regenta" o Woody Allen en su última película.

Bueno, majete, vamos por partes. Clarín se dedicó a criticar el provincianismo y la pacatería de la burguesía ovetense a lo largo de su obra maestra. Y en cuanto a Woody Allen, aunque no niego que haya rodado una gran película, en el fondo habla de dos zorras y un chulo, es decir, los productos típicos de exportación de tu ciudad – yo estaba ya lanzadísimo, y nada dispuesto a hacer concesiones de cara a la galería. Este último comentario encolerizó (con razón) a Iker, que contraatacó con lo mejor de su artillería verbal.

Vosotros, los "chichoneros" (exageraba la forma en que se pronuncia mi ciudad en asturiano, Xixón) sólo sabéis insultar y maldecir. Se os distingue a la legua, sois lo peor de la tierrina. No soportáis que la capital del Principado sea Oviedo, que aquí haya nacido la princesa Letizia, que hayamos dado al mundo a gente como un campeón de Fórmula Uno, Fernando Alonso.

Sí, todo un campeón…y tan borde como sólo un ovetense puede ser. Los "carbayones" no sabéis más que talar árboles centenarios y presumir de vuestra ciudad. Pero te recuerdo que nuestra ciudad vio nacer a un gran ilustrado, Gaspar Melchor de Jovellanos, a un líder comunista, Santiago Carrillo

Sí, el asesino de Paracuellos, para entendernos

¿Todavía seguís con esa historia que nunca ha sido probada? También son gijoneses el internacional Luis Enrique

Que abandonó el Sporting tan pronto como pudo al olor de la pasta catalana.

También tenemos al conocido actor Arturo Fernández

¡Pues claro, chatín! – Iker se dispuso a realizar una meritoria imitación de los aspectos más histriónicos del veterano actor teatral.

Y la escritora más leída en lengua castellana después de Cervantes reside en Gijón: la insigne Corín Tellado.

Iker dejó escapar una sonrisa de suficiencia, y, con un evidente mohín de desprecio en su rubicundo rostro, rebatió una vez más de modo inmisericorde mis esfuerzos por hacer patria con mi ciudad natal.

  • Si te refieres a esa vulgar guionista de culebrones y fotonovelas baratas te has cubierto de gloria. Aunque resulta evidente que es tu escritora favorita; no hay más que ver el interés que te tomas por no perderte un solo capítulo de "Herederos"

Dejemos ese tema o sacaré a relucir tu inconfesable adicción a las películas de Cine de Barrio protagonizadas por Manolo Escobar o lo que es peor aún, por Paco Martinez Soria. Y bien, aún me queda un as en la manga. Esta te gustará más, digo yo, porque es todo un pibón gijonés: ¡Natalia Estrada!

  • ¡Bah! lo que quieres decir es que es un putón, verbenero y chichonero para más señas, musa de Berlusconi y las teletiendas italianas, como no podía ser menos en un producto salido de una ciudad plebeya y sin clase como tu amada "Chichón". En definitiva, poca cosa, en comparación a la elegante ciudad donde se celebra cada año la entrega de los premios Príncipe de Asturias – repuso con un deje de suficiencia, hundiéndose en el mullido sofá de cuero blanco.

Bueno, nosotros somos obreros y trabajadores a mucha honra – respondí yo inflamado de sano orgullo gijonés - La riqueza del puerto nos la hemos ganado con nuestras propias manos, no somos una panda de pijos y señoritos como vosotros. Parecéis todos sacados del reparto de "La Señora", no evolucionáis con los siglos.

Y vosotros parecéis sacados del casting de "Aida". Sois todos tan verduleros y ordinarios como esa chachorra y su descerebrada prole. Por cierto… – Iker me sonrió de forma pícara, con sus cristalinos ojos brillando de modo inquietante, como ocurría siempre que estaba a punto de soltar una maldad suprema - ¿Sabes cual es la celebración favorita de las mujeres gijonesas?

No me lo digas…las fiestas de Oviedo, para encontrar novio, porque los gijoneses no somos lo bastante hombre para satisfacerlas

Iker se echó a reir a mandíbula batiente. No parecía haber contado con mi ingeniosa respuesta, con la que no podía estar más de acuerdo.

No, no es eso, aunque algo de razón llevas. La única esperanza de tus paisanas es que llegue la "Fiesta del bollu", para, al menos, poder pillar cacho entre ellas. Las cabronas son tan feas y rancias que ningún guaje en su sano juicio querría tirarse a unas pibas tan espantosas.

Claro…ya te gustaría a ti que mi hermana, que está buena que se sale, te prestara la más mínima atención. Envidia cochina es lo que tenéis, que no veis el mar más que en postal y vivís de lo que exportamos los gijoneses.

Hombre, aunque no soy una ONG, si no se parece demasiado a ti podría hacer una excepción con tu hermanita, una especie de obra social con los desfavorecidos, podría decirse.

Demasiada sidra consumida aquella velada de domingo, me parece a mí. El partido languidecía indiferente en la televisión, con los gritos estentóreos de los locutores deportivos como telón de fondo. Aquella última afirmación, tan gratuita e hiriente como todas las anteriores de aquel vacilón profesional, terminó de calentarme…en todos los sentidos. Tenía una erección del quince, producto de la excitación ambiente, la obligada castidad de los últimos meses, y el innegable atractivo físico que ejercía sobre mí aquel despiadado especimen.

Pues a lo mejor hago yo también una labor de apostolado, pero en el interior del coño de tu madre, a ver si le despejo las telarañas.

¡Retira eso, hijo de puta! – se levantó como un energúmeno, profiriendo insultos a diestro y siniestro, y con el rostro abotargado por toda la bebida consumida.

Cuando retires tú lo que has dicho de mi hermana

¿Tu hermana? – su risa sarcástica iba a la par de su actitud altanera y arrogante - ¡valiente puta tiene que estar hecha! A esa me la follaba yo sin condón y por el culo, para que sepa como las gasta un hombre de verdad.

Me lancé sin transición a por su cuello, y rodamos por el suelo enroscados como serpientes. Con los músculos machacados en el gimnasio, al que me había apuntado hacía un año como prueba de madurez al conseguir empleo, no me resultó difícil inmovilizarle, sentándome sobre su pecho en posición dominante. Caliente como estaba, y algo borrachuzo, le planté el paquete en plena cara, en principio como simple signo de humillación. El trató de resistirse, lo que me excitó aún más, y me saqué la chorra morcillona, que, para el asombro de ese niñato, paseé por su cara. Su expresión de acojone y asombro era de foto. No daba crédito a lo que estaba presenciando.

  • ¿Y ahora quien es el hombre de los dos, dime? A lo mejor lo que necesitas es comerte alguna polla y que te lefen el culo para que se te bajen los humos, guapetón

Sin darle tiempo a reaccionar, sacudido por una repentina fiebre sexual superior a mí mismo, le cogí de sus rubios cabellos y le obligué a incorporarse lo suficiente como para que mi abultado rabo encajara de lleno en su trémula boca. El no hizo ademán de defenderse, aunque su enrojecido rostro delataba su creciente nerviosismo. Trató de decir algo, tal vez una inútil protesta, que tan sólo le sirvió para atragantarse con el nuevo alimento que se disponía a ingerir de inmediato. Le agarré de la pechera y le obligué a arrodillarse; me estaba empezando a divertir con aquella situación tan inesperada, que podría traer indeseadas consecuencias, en las que yo no podía reparar en aquel momento. El pipiolo se había amorrado al pilón de manera obvia, y ya no protestaba, ni amagaba con hacerlo, sino que buscaba desesperado un asidero para su viciosa boca. No le importaba, al menos aquella noche de excesos etílicos, perder la compostura y su fama de machito conquistador para dar placer a otro pibe, y sus cada vez más compulsivos lametones así parecían indicarlo. Su inexperiencia chupadora era total, y su estilo en la práctica de la felación poco menos que risible, pero le echaba ganas y valor al asunto. Recorrí su congestionada cara con mi rabo erecto en señal de dominio, y el aspirante a chulo me rogó como una damisela sedienta de semen que se la clavara en la boca de inmediato. No quise marchitar su prometedora incursión en la bisexualidad activa, y le introduje la verga en la bocaza de una tacada. El muy cretino siguió con su ridícula chupada, que semejaba la de una virgen contrariada y afanosa, mientras yo me dedicaba, de forma tan cruel como egoísta a insultarle y agredirle psicológicamente:

Para maricones y putas los de Oviedo os bastáis solos. Mira como chupa la muy perra. Pero la fiesta no acaba más que comenzar. Date la vuelta, carnaza.

no, no hagas eso, tío – Iker se sacó el rabo de la boca para protestar débilmente. Me fijé en que se había bajado los pantalones hasta las rodillas y se masturbaba a voluntad, con una trepidante erección que desdecía sus castas declaraciones. Si era maricón para chupar, me dije a mi mismo, lo sería también para calzarse un rabo como Dios manda. Pronto lo averiguaría. De momento sus argumentos flojeaban – Esto es sólo un juego, tú.

Y esto va a ser también un juego, el más diver de todos. Sus reglas son muy simples, y se llama el Juego del Teto: ¡ponte a cuatro patas que te la meto!.

Joder, Iván, que gracioso eres cuando te lo propones…- su media sonrisa me indicaba que me quedaban opciones de triunfar con aquel hermoso ejemplar de macho de pura raza astur si no bajaba la guardia en ningún momento.

Sin darle opción alguna a reaccionar, le coloqué a cuatro patas, busqué un preservativo y un tarro de lubricante que escondía en lo más recóndito del armario de mi habitación, y volví al salón dispuesto a darle caña a aquel cabronazo, que, no obstante su conflictiva personalidad, me volvía rematadamente loco. Allí estaba el gilipollas, mostrándome su culazo, con ambos brazos y la cabeza apoyados en el reposabrazos del sofá, y una expresión ausente en el rostro. Sentí un placer morboso y escalofriante al penetrar con mis embadurnados dedos el virginal esfínter de mi amado/odiado compañero de piso. Sus quejas fueron en aumento según iba aumentando la intensidad del tacto rectal, y cuando amenazó con desmandarse y ponerse a gritar como una nenaza, le tiré del pelo hacia atrás y le conminé a actuar como un hombre y no como la zorra de su madre cuando recibía clientes en su burdel ovetense. Aquel desatino verbal tuvo el efecto de encabronarle y excitarle a un tiempo, y me permitió abrir boquete en su virtuoso culo, que ahora iba a encontrar la horma de su zapato.

Estaba seguro de que no había tenido relaciones con otro tío en su vida, y el muy estúpido había elegido hacerlo en el peor momento posible. Yo estaba demasiado excitado y mosqueado como para tratarle cual princesa de cuento de hadas, y lo único que deseaba era romperle el culo cuanto antes y escuchar como gemía y sufría con la tunda de pollazos que pensaba endilgarle. Y, ni corto ni perezoso, fui haciendo acto de presencia en su interior, al principio de forma tímida, y, al poco rato, cabalgando alegremente sobre mi improvisada montura. El dolor que sentía era real, pero yo me eché encima de él y le tapé la boca para evitar que gritara y me jodiera el invento. El me pedía entre sollozos que se la sacara, pero poco después era él quien me animaba a que empujara más fuerte, la muy puta, mientras se pajeaba de forma frenética, y respiraba de manera entrecortada, al compás de mis embestidas.

¡Te voy a hacer una corbata con los intestinos, hijo de puta! – le grité al oído, para que se hiciera cargo de quien llevaba la voz cantante en la nueva situación.

Reconozco que no había en este improvisado polvo ni un ápice de romanticismo o empatía, y que todo se reducía por mi parte a una vengativa maniobra de dominio sobre mi morboso pupilo. El no era homosexual ni por asomo, y esa absurda sensación de incoherencia me estaba llevando al límite. No me conocía a mí mismo. Le coloqué de lado, le alcé una pierna, y proseguí mi implacable ofensiva anal, con escasos reparos de su parte. Le insuflé mi aliento en su entreabierta boca, palpé su polla a punto de explotar, y le conminé a hacerlo. Al sentir al fin su caliente leche en mi mano, no pude resistir por un segundo más la descomunal clavada, y me corrí en su interior, empapando de un viscoso líquido amarillento las adhesivas paredes del condón.

¿Has visto lo que es capaz de hacer un gijonés de pura cepa con un maricón de Oviedo como tú? – y le mostré el contenido del condón, haciendo ademán de verterlo en su boca, ante lo que retrocedió espantado. Era una broma, claro, y tras hacer el preceptivo nudo lo tiré al cubo de la basura. Cuando volví al salón, Iker se dolía de los cuartos traseros con exagerados ademanes, y, una vez pasada la excitación del momento, no quería reconocer que, a fin de cuentas, había disfrutado tanto como yo en la noche de su desfloramiento.

Lo que he visto es que eres un maricón de mierda como todos los de tu puta ciudad – me gritó a la cara – ya sospechaba yo algo, joder, pero no pensé que fueras a atacar a tu propio compañero de piso.

No veo que te hayas defendido en exceso – contraataqué yo- más bien diría que te vuelve más loco un buen rabo que una bandeja de bollus preñaus.

Aquí el único que va a salir "preñao" soy yo si continuamos compartiendo el mismo piso – su rostro mostraba la tensión de quien no quiere reconocer que ha participado voluntariamente en un acto sexual –

Me tumbé satisfecho en el sofá, en el mismo momento en que el Sporting de Gijón marcaba el gol de la victoria definitiva. Mi equipo volvía matemáticamente a primera división, y lo celebré con un recital de saltos sobre el sofá y silbidos de júbilo, al grito ancestral de "¡Puxa, Sporting!", y me regocijé al pensar que al mismo tiempo el puto Real Oviedo se hundía en las profundidades más ignotas del vagón de cola de tercera. Aquello era una señal del cielo, pensé para mis adentros. Gijón 2 – Oviedo 0. El dominio de la antigua Noega sobre Alvietum aquella noche era absoluto.

Todos los tontos tienen suerte – fue su único comentario al respecto, mientras se abrochaba el pantalón y se atusaba los despeinados cabellos color rubio ceniza.

Y todos las putas un semental cerca – fue mi espontánea e inusual respuesta, nada diplomática por cierto. Aquello terminó de enfurecer al orgulloso carbayón, que se encerró en su habitación a cal y canto, y no salió ni para cenar aquella noche.

Poco sabía yo que mi poco edificante comportamiento estaba abriendo una brecha difícil de cerrar en nuestra anteriormente idílica relación, y que cuando las aguas bajan turbias no hay depuradora en la superficie terráquea que limpie del todo sus impurezas.

Yo había optado de forma cerril y poco inteligente por una estrategia de confrontación, y las consecuencias habrían de ser demoledoras para ambos. Dicen que quien siembra vientos recoge tempestades, y yo estaba jugando con fuego con aquel lampiño muchacho de apariencia inocente, que poseía en realidad un fondo mucho más oscuro de lo que nadie podría sospechar por aquel entonces.

(Continuará)