El juego de la vida
Un gay y una lesbiana descubren que juntos forman la mejor pareja de sexo
Desde siempre me he considerado un chico homosexual. Me gustan los hombres. Me gusta sentir el olor a hombre y comerme una buena polla hasta que los chorros de semen corran por mi garganta. Me gusta que me penetren lo más fuerte que puedan y que me hagan sentir que me van a partir por la mitad. Lo que contaré hoy no es una de mis muchas aventuras con chicos, es algo especial que no me puedo quitar de la cabeza.
Hace unos meses mi compañera de piso decidió mudarse con su novio a otra casa, con lo cual, el gasto del alquiler era demasiado elevado como para afrontarlo con mi minúsculo sueldo de dependiente de hamburguesería. Puse un cartel en la facultad para buscar compañero de piso y esa misma tarde me llamó una chica. Concerté con ella una cita para esa misma tarde en el piso.
Llamaron a la puerta. Abrí y ante mí apareció una mujer de 1,70 de alto, delgada saludable. Era muy guapa, tenía los ojos verdes más bonitos que había visto en mi vida y unos labios carnosos que pedían a gritos que alguien los besara. El pecho era bastante abultado, aunque no se veía muy bien, ya que no lucía escote. Llevaba un pantalón ajustado que realzaba un culo prieto que parecía esculpido por Bernini. Era la primera vez en mi vida que una chica me atraía. La invité a pasar y tomamos asiento en el salón. Hablamos largo rato y le dije que no se sintiera incómoda por compartir piso con un chico, que soy gay. Ella me comentó que es lesbiana y que no soporta a los chicos sexualmente. Aquello era perfecto. Además de guapa era una mujer simpática, agradable y divertida. Al día siguiente se mudaría para vivir conmigo.
No sé por qué extraña razón no pegué ojo durante toda la noche. Esa chica me había atraído. La bisexualidad no es algo en lo que crea y a mí me gustan mucho los chicos. Esa noche llamé a un vecino que está loco por mí. Él es casado y su mujer trabaja fuera dos días en semana. Aquella noche estaba solo. Bajó a mi casa y me folló con fuerza contra la puerta de la entrada. Sin duda, soy gay, me encantó.
Rosa se instaló en mi casa por la mañana y pasamos todo el día sin vernos. A la noche llegué a casa y ella estaba preparando unos macarrones a la carbonara para cenar. Estaban riquísimos. Pasamos largo rato hablando hasta que decidimos irnos a dormir. Rosa fue a cambiarse a su cuarto y yo fui al baño. Al cruzar por el pasillo vi como Rosa se cambiaba de ropa. Solo llevaba puesto un tanga muy pequeño y se estaba colocando un camisón prácticamente trasparente. Mi cuerpo me sorprendió con una erección.
Dos días después estábamos tranquilamente tomando una copa después de cenar. Era una costumbre compartir confidencias y experiencias sexuales. Bebíamos mucho y ese día se nos fue la mano con el alcohol. Decidimos jugar a una partida de cartas y cada vez que alguien perdiera una mano debía quitarse una prenda. Algo así como el strip pócker pero con un juego más sencillo y con menos gente. La primera mano la perdí yo así que me quité un calcetín. La segunda me hizo quitarme el otro calcetín. A la tercera ella se quedó sin los pantalones de su pijama dejando al descubierto unas braguitas ajustadas que marcaban su sexo. A la cuarta tirada me quedé sin camisa del pijama. En la quinta, Rosa se quedó solo con la braguita y un sujetados que hacía precioso su ya precioso pecho. En la sexta partida me quedé sin pantalones. Allí estábamos los dos, en ropa interior, riendo, jugando y bebiendo.
Para la siguiente partida me quedé totalmente desnudo delante de Rosa. Ella me miró la polla y dijo:
-Vaya, qué bien... si la única vez que estuve con un chico él hubiera sido como tú, quién sabe si hoy sería lesbiana.
Rosa empezaba a mostrar que su coño estaba húmedo. Yo estaba deseando que Rosa perdiera la partida para poder ver sus tetas o su coño. Perdí la siguiente partida y como no podía quitarme más ropa, Rosa me pidió que le quitara sin usar las manos, sus braguitas. Me acerqué a ella y sentí el olor de su coño. Era impresionante. Me puse a cien en un segundo nada más oler aquella maravilla. Mordí el borde de las bragas y las fui bajando. Mi nariz se topó con su clítoris y ambos sentimos una excitación fuera de lo normal.
Rosa perdió la siguiente partida y se quedó totalmente desnuda ante mí. A partir de ahora lo que quedaban eran pruebas sexuales hasta que acabara el juego. Perdí la siguiente partida y Rosa me pidió que le comiera el coño. Me puse de rodillas delante de ellas, la miré a los ojos, sonreí e introduce mi boca allí. Lo tenía todo depilado y parecía una fuente que no paraba de emanar flujos con cada caricia de mi lengua. Me perdí en aquel sabor intenso y en aquellos pliegues de mujer hasta que sentí que su cuerpo se estremecía. Me pidió que parara. Teníamos que seguir jugando. Perdió, creo que a posta, la siguiente partida y le pedí que me comiera la polla. Ella se puso de rodillas y empezó a pasar la lengua por el glande. Primero muy lentamente y luego fue cogiendo velocidad hasta que se metió la polla entera en la boca. Subía y bajaba la cabeza con un movimiento que me ponía a cien. No pude más y la avisé de que me iba a correr si seguía así. Ella se sacó la polla de la boca, me acostó y me puso su coño en mi boca. Comencé a lamerlo desenfrenadamente. Ella gemía de placer y yo me ahogaba de gozo. De pronto ella se apartó y de un golpe seco se introdujo mi polla en su coño. Empezó a cabalgarme mientras me besaba y gemía. Mi polla entraba y salía con facilidad mientras ambos nos entregábamos habiendo olvidado el juego de cartas.
Sentí que me corría y ella me pidió que lo hiciera dentro. Me corrí a la par que ella tenía un sonoro orgasmo.
Quedamos tendidos en el suelo y nos quedamos dormidos. A la mañana siguiente me desperté con una enorme resaca y solo en el suelo. Rosa había dejado una carta que decía:
“Lo de anoche fue espectacular. Necesito irme para aclarar mis dudas. Siempre pensé que me gustaban las mujeres pero anoche disfruté del sexo como nunca antes lo había hecho. Perdóname. Te llamaré. Besos”
Me dio mucha pena su marcha pero seguí con mi vida y con el sexo con otros chicos sin olvidarme nunca de aquella noche loca. Varios meses después, llamaron a la puerta de mi casa. Era Rosa. Me dijo que quería volver a hacerlo conmigo. La segunda vez fue todavía mejor y decidimos formar una pareja. Al tiempo nos casamos y tenemos un hijo. No por ello hemos abandonado nuestras prácticas homosexuales, ya que, a menudo, contactamos con parejas y a mí me folla el tío y a ella la mujer. Soy el hombre más feliz del mundo desde entonces.
FIN