El Juego de Ajedrez (1)

Este es el principio de una batalla con aventuras eróticas de por medio. Esperaban algo inocente de mi parte? Ahora van a ver como puede llegar a volar mi imaginación luego de dejar de ser virgen...

Holas, la Guapa Argentina los saluda nuevamente para traerles otro texto. Quiero empezar con una serie, pero no esperen que las entregas sean rápidas, serán pausadas, por que no tendré mucho tiempo. Lo empecé todo improvisado, salió de la nada, espero que les guste.

EL JUEGO DE AJEDREZ

Personajes:

Eduardo Rey Blanco Clara Reina Blanca, esposa de Eduardo Tomás Consejero de el rey Eduardo (el alfil blanco del rey) Angelina Consejera de la reina Clara (el alfil blanco de la reina) José Caballero de el rey Eduardo (caballero o caballo blanco del rey) Cruz Caballero de la reina Clara (caballero o caballo blanco de la reina)

Ricardo Rey Negro Juana Reina Negra, esposa de Ricardo Jorge Consejero de el rey Ricardo (el alfil negro del rey) María Consejera de la reina Juana (el alfil negro de la reina) Carlos Caballero de el rey Ricardo (caballero o caballo negro del rey) Francisco Caballero de la reina Juana (caballero o caballo negro de la reina)

Y toda una serie de personajes incluyendo peones, brujos, brujas, magos, hechiceras, hadas, demonios, ángeles, etc. que apareceran conforme a la historia avance.

PRIMERA PARTE: El descubrimiento de Carlos

En un bosque en forma de tablero de ajedrez, abarcado por sus 64 casillas blancas y negras, se enfrentaban dos reinos en ese entonces: el rey Eduardo, conocido como el rey blanco, por sus vestiduras blancas, al igual que las de su reina y sus sirvientes; y el rey Ricardo, llamado el rey negro, por la misma razón que el rey Eduardo, sólo que sus vestiduras eran negras. Se sucede una batalla un día, y el consejero del rey Eduardo, Tomás, a quien llamaban el alfil del rey blanco, por estar a su lado en cada una de las batallas, le informa que su reina, Clara, había desaparecido junto con la torre blanca de el rey. Desesperado, Eduardo alertó a sus peones para iniciar la búsqueda de la reina, y pidió al alfil de la reina que diera parte de los últimos movimientos de Clara. Pero Angelina, la fiel consejera de Clara, conocida también como el alfil de la reina, quien había jurado ante ella no desobedecerla ni traicionarla jamás, dijo al rey haber pedido las crónicas al cronista, pero que él le dijo a ella que las había perdido. Por supuesto, Angelina lo asesinó, para asegurarse esa coartada, diciendo que lo ejecutó por incompetente.

Dejemos al rey Eduardo en su deseperada e inútil búsqueda de su reina, para retornar al campo de batalla, en donde se celebraba una tregua temporaria hasta que la búsqueda de la reina blanca hubiese concluído. El caballero del rey Ricardo, Carlos, se había apeado de su caballo para que el animal pastara y descansara. Mientras se dirigía al río en busca de un fin a su sed en su garganta, percibió algunos sonidos extraños. Provenían por detrás de unos raros tipos de plantas que él nunca había visto, las cuales eran arbustos mágicos, quienes cortaban las manos de todo aquel que osara posarlas en ellos con lo cual Carlos sacó su espada, y mientras cortaba la mala hierba, su caballo, tras él, las comía con mucho apetito por saciar. Una vez acabada la tarea, descubrió para su sorpresa que tras una cantidad considerable de unas enredaderas comunes y corrientes, se encontraba semienterrada la torre blanca del rey, de donde continuaba saliendo los sonidos que el caballero había oído con anterioridad. Pensó que debería dar parte a algún servidor de el rey Eduardo más cercano que encontrase por su camino, pero él estaba demasiado cómodo en la tregua, y sobre todo, estaba verdaderamente curioso por saber qué podría estar haciendo allí la torre del rey blanco, por lo que se acercó con cuidado. Aún estando semienterrada, el único ventanal al que se podía tener acceso estaba demasiado alto, por lo que llamó a su corcel para poder subirse a él y poder llegar a la torre. Cuando hubo llegado a ella, se asomó al enorme ventanal, y cuando descubrió a la reina Clara dentro de la torre, su sorpresa fue aún mayor cuando la vio acompañada del rey Ricardo, su rey.

Pero, ¿qué es lo que veía este humilde caballero para haberse quedado con la mirada fija, con los ojos abiertos como un par de platillos de café? Pues nada más y nada menos que una verdadera orgía que se celebraba dentro de la torre. Los alfiles Jorge, el alfil del rey Ricardo y María, la de la reina negra Juana; el primero poseyendo a la segunda, quienes luego cambiaron de posiciones, terminando María cabalgando a Jorge. El compañero de armas de Carlos, el caballero de la reina Juana, Francisco, se encargó luego de María, penetrándola por atrás, aunque Jorge continuaba con su trabajo. Mientras este trío se divertía a lo grande, se diría, Ricardo y Clara vivían algo un poco distinto. Clara, evidentemente, había sido secuestrada por el rey Ricardo, ya que ésta se encontraba encadenada de pies y manos, colgada de una de las paredes, a poca distancia del suelo, sus ropas estaban desgarradas de tal manera que sus pechos estaban al alcance de la vista y en su rostro se veía tristeza y sufrimiento, en el momento que el rey Ricardo se tomaba el trabajo de penetrarla con fuerza, y en su semblante había una mirada de goze espantosa, daba asco e indiganción verlo a la cara. Clara gritaba desesperada, rogando que la dejase ir, que la dejase en libertad, pero eso parecía hacer que Ricardo aumentara más el ritmo, como si un demonio lo tuviera poseído.

Era eso, precisamente, lo que estaba ocurriendo. El bosque había sido invadido por un demonio que, sediento de poseer un cuerpo y aprovecharlo lo máximo posible, al divisar a la reina blanca, su lujuria dio paso a su poder, y enterró a la torre, y por obra de un hechizo, Clara estaba adentro y encadenada en el momento. Mientras tanto, el rey Ricardo, acompañado por Jorge y María, y llevado por el caballero de la reina, ya que Carlos estaba de vigía en ese momento, buscaban a la reina por pedido del rey Eduardo, cuando sintieron un llamado extraño que los guió a la torre, en donde fueron sorprendidos por el demonio, quien tomó poseción del rey negro, e hinoptizó a sus sirvientes, y condujo a todos al interior del castillo con el chasquido de los dedos del rey. Al encontrar a Clara, Jorge y María desgarraron sus ropas y Ricardo se abalanzó sobre la reina devorando sus pechos como un recién nacido desesperado de hambre, mientras que los sirvientes se entretenían armando su propio trío.

Todo esto hubiese concluido en una tragedia, si Carlos no hubiese pasado por allí. Él era reconocido en toda la tropa como el más valiente, por lo que decidió rescatar a Clara. Rompió el ventanal y entró en la torre, inmovilizando de inmediato a sus compañeros, quienes no lo reconocían más que como un enemigo. Pero enfrentarse a su rey, aunque estuviese poseído... ese sí era un verdadero problema, por lo que ambos tuvieron un largo enfrentamiento. Por una de esas casualidades que luego Carlos agradeció, el rey tropezó, perdió el equilibrio y su cabeza dio contra el duro piso, provocando que se desmayara. Carlos liberó a a reina, sin darse cuenta que lentamente el demonio salía del cuerpo de Ricardo. Furioso, el malvado ser quizo introducirse en el cuerpo de Carlos, pero Clara, ya liberada de sus ataduras, se lo impidió, invocando al hada protectora de la torre blanca del rey. El demonio huye, no sin antes advertirles que muy pronto volverían a saber de él. Ricardo segís desmayado, y todos los compañeros de Carlos continuaban en ese estado. Cuando Carlos estaba por ir a socorrerlos, Clara lo detuvo, abrazándolo, pero sólo era una pequeña muestra de agradecimiento.

Apenas se separaron unos centímetros sus bocas se encontraron, para sorpresa de Carlos, quien no pudo resistir los encantos de la reina blanca, y la tomó entre sus brazos, besándola con la pasión que caracteriza un romance prohibido, terminándola de desnudar y sentándola sobre sí, él sentándose en un trono que había allí, mientras ella se meneaba sobre él, impaciente por ser penetrada y complacida de una buena vez, como buen pensamiento de una reina. Pero el problema era que ése no era súbdito suyo, por lo que él podía hacer lo que quisiera con ella. La separó de sí, para poder desvertirse él. Sin éxito, por supuesto, ya que Clara se apresuró en desvestirlo ella sola, arrodillandose para encontrarse con el fruto de sus deseos en esos momentos y hacerlo desparecer dentro de su boca, a un ritmo rápido, hambrienta de ello. Carlos no podía concebir más excitación que la que estab pasando en ese momento. Cerraba sus ojos y se dedicaba a lanzar suspiros de placer, a la vez que Clara subía y bajaba su cabeza sin apartar su boca del miembro erecto. Cuando Carlos le anunció que estaba por terminar, la reina se apresuró a apartar su boca, para reemplazarla por su hornillo empampado. Ahí él aprovechó y se dio el gusto de darle con todo su arsenal, hasta arrancarle un orgasmo prolongado a ella al tiempo que el caballero acababa dentro de Clara. Así terminó ese encuentro provocado.

Al concluir, la reina se puso sus rompas andrajosas, y el caballero le ofreció su capa para que se cubriera y también su pañuelo para que se limpiara su hornillo inundado del semen de él. Ella se rió, una risa como cascada sin violencia, y a al vez le ofreció ella su pañuelo para que él se limpiara. Justo a tiempo terminaban con sus travesuras, pues el rey Ricardo estaba despertando, sin tener idea de la noción del tiempo, cosa que Carlos y Clara aprovecharon muy bien. Socorrieron a los demás súbditos del rey negro y todos se encaminaron a buscar al rey Eduardo. En el camino, la reina se veía satisfecha, sin embargo, el caballero del rey estaba algo triste. Una vez concluída toda esa aventura, ellos volvían a ser enemigos, y tarde o temprano se enfrentarían. ¿Por que la reina sonreiría entonces?

Esto, amigos, lo verán en la segunda parte de El Juego de Ajedrez.

Por favor, apreciaría sus comentarios en la página y su voto cuenta como algo muy importante para saber como valoraron la historia. Muchas Gracias.

Guapa Argentina