El jersey de cuello alto

Un fín de semana en Cuenca, en una casa rural, con mi marido borracho, descubrí el sexo con otro hombre. Un intercambio de parejas que ha hecho que sea la mujer más feliz del mundo. Y la más rural.

EL JERSEY DE CUELLO ALTO

Nos fuimos un fin de semana siete parejas a una casa rural en la provincia de Cuenca. Llegamos el viernes por la tarde. Yo fui acompañada de mi marido. Al igual que el resto, todos éramos matrimonios jóvenes. Yo vestía un jersey de cuello alto, de esos de cuello de cisne, y unos pantalones vaqueros. Debajo del jersey, sólo llevaba puesto el sujetador, un sujetador minúsculo y bastante fino.

Después de repartirnos las distintas habitaciones y colocar nuestros enseres en ellas, nos dispusimos a dar un paseo por el campo. No tardé en darme cuenta que José, el marido de Ana, me daba charla de continuo. Mi marido iba más adelante con otro grupo y no se muy bien de que iban hablando. Ana iba detrás de nosotros, junto a Javier y Alicia. Ellos también llevaban una conversación muy animada.

José me comentaba lo bonito que era aquello, lo bien que se lo pasa la gente en las casas rurales y lo hermoso de la naturaleza. Su conversación no me desagradaba, pues había un algo en él que me gustaba, aparte claro está, de su físico. Lo pasaba bien en su compañía y veía a mi marido muy entusiasmado en su conversación con el otro grupo.

Acabamos el paseo ya de noche, y de regreso a la casa Mari Luz se percató que ninguno de nosotros habíamos traído leche para tomar el café a la mañana siguiente. José, que era el más atento y un poco el líder, enseguida se ofreció ir a buscarla en su coche. Dijo que bajarían al pueblo y comprarían la leche y algún bollo, si encontraban algo abierto a esas horas, pues ya eran las 8,30 de la noche. Se levantó, tomó las llaves del coche y le dijo a su mujer que le acompañara. Ana dijo que no tenía ganas de ir, que allí estaba bien, que fuera el solo.

No sé si tenía que suceder así, o simplemente el destino quiso que yo fuera muy suelta de lengua, lo cierto es que me levanté y dije que yo le acompañaba. El se quedó sorprendido y mi marido más. Dijo "Bien, pues vámonos y no te preocupes Ángel, te la devolveré sana y entera" dijo sonriendo. Le pregunté a mi marido si le importaba que fuera con él y me dijo que no, que me marchara, y para demostrarme su buen talante hasta me encargó unos cigarrillos y un carrete de fotos.

No tardamos mucho en llegar al pueblo. Encontramos una tienda pequeña donde nos suministraron todo, leche, bollos, tabaco y el carrete de mi marido. Una vez colocado en el coche, José me invitó a tomar algo en un bar cercano a la tienda. Yo acepté. Nos tomamos una cerveza fresquita y estuvimos un rato, mientras fumábamos un cigarro, hablando de las excelencias de lo rural. De vez en cuando, el se acercaba a mi oreja y me susurraba cosas relacionadas con los lugareños. Cosas que yo no entendía muy bien, pero que eran guasas acerca de ellos, de sus tipos, de su hablar, de sus gestos. Tomamos nuestra consumición y nos marchamos del bar. De regreso, en el coche, el se detuvo en un aparte de la carretera. Me dijo que bajara del automóvil y que contemplara las estrellas y el cantar de los grillos. Así lo hice, bajé y me fumé el cigarrillo que me ofreció. El era un enamorado de los pueblos, de lo rural, y de todo lo relacionado con el campo.

Los dos en silencio mirábamos al cielo como queriendo contar cuantas estrellas había esa noche. Se situó tras de mí y pegó su cuerpo al mío. Con su mano en mi hombro me señaló una estrella y lamentó que no estuviera allí su mujer, pues según no sé que historia, cuando se veía esa estrella, había que besar a una mujer y así se conseguía un deseo, y según él, el deseo se cumplía en unas horas. Yo me sonreí y no dije nada, pero el volvió a la carga y me pidió que le dejara darme un beso, que tenía un deseo que se debía de cumplir, que esa estrella solo se veía una vez cada año y que ¡no se que cosas más! Le dije que no, que no estaba bien. Que estábamos casados y esas cosas. El me dijo que nadie se enteraría, que sólo era un beso, que para él era importante. Me embriagó con sus palabras y con el entorno del lugar donde estábamos.

Creo que sabía muy bien que yo quería darle un beso, que no me importaba mucho. Insistió una vez más y me giró hacia él y me atrajo a su cuerpo por los brazos. Yo sonreía divertida al ver la expresión de su cara a la luz de la luna. El tomó fuerzas y acercó sus labios a los míos sin tocarme, me dijo que deseaba besarme, que seguramente nadie me habría besado en una noche así, en el campo, a la luz de las estrellas. Yo no dije nada e interrumpí su voz posando mis labios en los suyos. El se aprestó a tomar la iniciativa del beso y lo consiguió ¡vaya si lo consiguió!, me abrazó por la cintura y siguió besándome una y otra vez. Lo hizo mucho tiempo, o al menos a mí me lo pareció. Sus manos penetraron por debajo de mi jersey y se hizo con mi cintura, con mi carne. Reptó hasta mi espalda y acarició mi vientre a la vez que el beso se prolongaba en la eternidad. No me di cuenta que desabrochó mi sujetador y que sus manos se posaban en mis pechos cálidos. Ahora la que besaba furtivamente era yo. Me levantó el jersey y de dentro de él brotaron mis pechos crecidos hacia la luna. El sujetador me molestaba y yo misma tire de él y me lo saqué dejando libres lo que tanto le gustaba tocar. Aquello era una paliza como decíamos de jovencitos, no era sólo un beso. No pensé en lo que estábamos haciendo, solo pensé en mi y en la situación. El sujetador cayó al suelo y el lo tomó de la mano y lo guardó en la guantera del coche. Me acaricio otra vez y me volvió a besar a la vez que me empujaba para que me apoyara en el coche. Allí, trato de meter su mano por bajo de mi pantalón para tocar el nacimiento de mi culo, cosa que no consiguió debido a lo ceñido de este. Insistió por el frente y con la palma de la mano en mi vientre, trató de introducirla hacia mi pubis, y tuvo más suerte. Noté como tras el borde de mi braguita, sus dedos llegaban a mi vello púbico. Me besaba la boca y los pezones en un ritual que iba a los labios primero, después a un pezón y luego al otro. Yo me notaba mojada. No sabía que estábamos haciendo pero no me importaba, estaba excitadísima. El me había excitado sobremanera.

Un coche con sus potentes luces largas nos alumbró al llegar a nuestra altura y tocó el claxon. La música que emanaba de aquel coche indicaba que era gente muy joven y algo bebida. Nos rompió la noche, nos rompió el encanto. Me asusté y me separé de José. Bajé mi jersey olvidándome de mi sujetador y me apresuré a entrar en el coche diciéndole que ya estaba bien, que estábamos tardando mucho y que los demás estarían preocupados. Y que lo que estábamos haciendo era una auténtica locura. El me siguió y arrancó el coche. Por el camino no dijo nada, excepto que sentía haberse comportado así, pero que le había gustado esa situación conmigo. Llegamos a la casa y bajamos las cosas y con ellas en la mano entramos en el salón de la casa. Los demás no estaban preocupados. En absoluto.

El cuadro era patético. Estaban bailando y Antonio estaba en calzoncillos. Su mujer le miraba muy divertida. Dejamos las cosas y nos unimos a ellos. Habían estado bebiendo, algunos más que otros. Ángel, mi marido, se acercó a nosotros y nos preguntó que si habíamos tenido problemas, le dije que no. José y yo nos fuimos cada uno con su pareja y yo me fui a la habitación a dejar el tabaco de Ángel y el carrete de la máquina de fotos. Ángel me siguió y entró detrás de mí en la habitación. Se acercó y me besó en la boca. Le note salido. Yo también lo estaba. Me levantó el jersey y mis pechos aparecieron a su vista, pero no apareció el puto sujetador. Recordé lo del sujetador, de cómo José lo puso en la guantera. Mi marido me preguntó que dónde estaba el sujetador. Le dije que me lo había quitado. Me pregunto que cuando. Le dije que antes de irme. Me dijo que no, que el me había besado en el porche cuando me iba con José y que metió las manos debajo del jersey, como hacía siempre que llevaba jersey sólo, y que lo llevaba puesto. Era verdad, antes de salir con José y mientras este esperaba en el coche, Ángel se acerco a mí, me dio un beso y luego me metió las manos por detrás y quiso tocarme los pechos, cosa que hacia con frecuencia y tiró de mi sujetador hacia abajo. Lo que siempre hacia. Yo me lo subí y el me dijo, "Si, súbetelo, no vayas a excitar a José".

Me vi metida en un lío. No sabía que decir ni que hacer. Mi marido me miraba esperando una respuesta y lo único que se me ocurrió fue agacharme a su cintura y extraer su polla y chupársela un rato. El lo agradeció, pues estaba muy salido, pero no olvido lo del sujetador.

Nos enfadamos un poco y salimos de la habitación visiblemente molestos el uno con el otro. Yo busqué con la mirada a José como queriendo contarle lo que había pasado. El estaba muy entusiasmado con Ana que bailoteaba delante de él más borracha que una cuba. Mi marido se sentó en un sillón y empezó a beber y a darle vueltas a la cabeza. No sé que pensaría pero ya no sonrió en toda la noche y todos le notaron que algo le pasaba. El se excusó diciendo que serían las copas que le estaban cayendo mal, pero yo sabía que sospechaba algo.

Entonces se produjo algo que cambio todo. José se sentó a su lado y comenzó a preocuparse por él. Le dijo que le veía triste y que no bebiera más. Ángel dijo que no estaba borracho, pero que acabaría estándolo, que le apetecía emborracharse esa noche. José le dijo que no lo hiciera, que tenía una mujer muy atractiva y que seguro que ella esperaba algo de él esa noche, pues ella misma le había hablado en el pueblo de las ganas que tenía que llegara la hora de acostarse junto a su marido en una casa rural y taparse con mantas en la cama y esas cosas. José trato de animarle. Ángel le dijo que se había enfadado con ella por lo del sujetador. Ya estaba borracho. José le restó importancia. Le dijo que me apretaba mucho y que estuvimos tomando una cerveza en el pueblo después de comprar y que entré en el baño y me lo quité. Que me lo guardé en el bolsillo y que seguramente luego lo dejé en el coche y allí lo olvidé. Le entregó las llaves de su coche y le invitó a ir a mirar haber si estaba allí. Ángel tomó las llaves en la mano y salió hacia el coche tambaleándose. Al rato volvió con el sujetador en la mano y menos enfadado. Aquello que le dijo José, parecía que le había convencido. Siguió bebiendo y vacilando con el sujetador, cosa que no me gustó nada. Eso le gustaba a él, que a mí no me gustara. José me puso al corriente de lo que había pasado y yo le seguí el rollo dándole más detalle de cómo me lo había quitado y en lo que pensaba mientras lo hacia. Aquello produjo un efecto de excitación permanente en mi marido, que se acrecentó cuando nos fuimos yendo todos a la cama.

Nada más entrar en la habitación se desnudó por completo. Hizo lo mismo conmigo y me abrazó, trató de decirme algo pero no pudo. Se durmió. Yo traté de despertarle chupándole la polla, pero no hubo manera. Quería que me follara, estaba muy salida. Se puso a roncar producto de lo que había bebido. Yo me quedé desnuda encima de la cama. La casa tenía muy buena calefacción y no nos hicieron falta las mantas. En todas las habitaciones, había dos camas de 90 cm. Me levanté y me eché en la cama de al lado y me encendí un cigarro. Estuve un largo rato pensando en José y en lo que había sucedido en el camino de vuelta. El ahora estaría follando con Ana. Me los imaginé retozando en la cama y comencé a masturbarme. Mi marido seguía roncando, allí desnudo encima de la cama. Me acerqué a su lado de pies y toqué su pene flácido mientras me masturbaba. No funcionó. El roncaba y roncaba. Traté de dormirme en la cama de al lado pero no podía. En la casa no se oía ni un ruido más que los propios del campo. Me dieron ganas de orinar y decidí ir al baño. Como estaba desnuda, busqué algo que ponerme encima para no salir así de la habitación, no tenía ganas de vestirme para ir a mear. No encontraba nada, ni siquiera mis bragas. Pensé salir desnuda, pues el baño no estaba lejos de nuestra habitación, pero también pensé que alguien se podía levantar y verme de esa guisa, aunque no se oía a nadie. Opté por tomar una manta y echármela por los hombros y salir descalza para no hacer ruido. Ángel seguía roncando. Abrí la puerta y salí de la habitación al salón.

Me dirigí al baño y entré con sumo cuidado, y dejé la puerta entreabierta para no hacer ruidos. No se oía a nadie. Algún ronquido más saludaba a la noche. Oriné, me limpie con un papel y dude si tirar de la cadena. Decidí no hacerlo. El choque del orín con el agua se oía demasiado y aquello me violentó en exceso. Me arropé con la manta otra vez y salí del baño. Al llegar a la puerta de mi habitación una luz procedente de un mechero se encendió a mis espaldas.

Me giré y pude ver la cara de José encendiendo un cigarro y ofreciéndome uno con gestos. Me acerqué hasta él, me senté en el sillón y lo tomé, lo encendí sin decir nada y el me preguntó al oído que si no podía dormir. Le dije que no. El me dijo que tampoco. Que Ana estaba como unos zorros, que tenía una borrachera del quince. Yo le dije que Ángel estaba igual. Me preguntó si tenía frío al verme con la manta y le dije que no, que estaba bien, que me la había echado por encima porque estaba desnuda. Para él, aquello fue demasiado. Abrió la manta y pudo divisar a contraluz mi cuerpo desnudo. Me besó, me besó mucho, me tocó, me acarició, me di a sus besos y a sus manos. Le dejé que me tocara lo que quisiera, quería aliviar mi excitación al menos con una paja. Le bajé el calzoncillo que tenia puesto por toda prenda y extraje su polla, se la chupé con mimo, con tiento, mientras el pugnaba por introducirme un dedo dentro de mi coño. Yo estaba muy excitada, pero estaba a la espera de haber que hacía él. Lo normal, es que hubiéramos salido de la casa y hubiéramos follado. Al menos, eso esperaba yo. El se levantó, se arrodilló frente al sillón y abrió mis piernas. Sus lametones en mi clítoris fueron los que provocaron en mí un suspiro de angustia y placer que seguro que se oyó en toda la casa. El se quedó quieto. De pronto se levantó y tomo mi mano. Me arropé con la manta y me llevo a mi habitación. Entró conmigo en ella y se acercó a Ángel, le tocó en el hombro para despertarle, yo me asusté mucho al ver lo que hacía. Ángel ni se inmutó. Se dió la vuelta de lado en la cama. Seguía roncando. Me tomó de la mano otra vez y salimos de la habitación. Ahora fuimos a la suya. Entramos. Allí estaba Ana, desnuda totalmente, en la cama. La tomó en los brazos y la llevó a mi habitación, la echó en la cama de al lado y cerró la puerta. Nos fuimos a su habitación y allí nos tumbamos en la cama y ¡Ohhhhh dios mío!, me follo como un titán. Los espasmos de placer iban y venían en mi vagina. Quedé rota. No sé cuantas veces me pude correr antes que él se vaciara dentro de mí. Lo que si sé es lo que pasó después.

Terminamos de follar y fumamos un cigarro. Ahí, José mascó su idea, si es que no la tenía planeada sobre la marcha cuando llevó a Ana a mi habitación. Yo estaba como una gata en celo. Le ofrecía mi coño para que lo chupara pero el no decía nada, fumaba y pensaba. Me solacé tocando su pene con mi mano mientras le veía fumar. De pronto me tomó de la mano y los dos desnudos salimos de su habitación y nos fuimos a la mía. Por allí no había pasado el tiempo. Tanto Ana como Ángel seguían durmiendo en la misma postura que se quedaron. Componían una sinfonía de ronquidos, primero uno y luego respondía la otra. Trató de despertar a Ana y medio lo consiguió, yo estaba sentada en el sillón rojo que había en la habitación. Logró que Ana se pusiera en pies y la acercó a la cama de Ángel, la sentó allí y Ella se venció hacia atrás dejándose caer en la cama. Trato de despertar a Ángel y no lo consiguió del todo. Mi marido se despertó y se giro hacia Ana, la abrazó y se durmió otra vez. José se sentó en el sillón y me miró. Su pene estaba duro otra vez. Me colocó en postura fácil para metérmela otra vez. Me follaba con calma, con tranquilidad, prolongando la entrada y salida del falo. Se dirigió a Ángel con la voz un tanto en alto y este al fin pudo despertar gracias a la colaboración de la luz que encendió el mismo. Nos miró allí encima del sillón, follando. Miró a su lado y vio a Ana junto a él. No entendía nada. Así lo reflejaba su cara. José le tranquilizó.

Le dijo que cuando nos acostamos habíamos decidido dormir todos en la habitación de ellos. Que había sido idea suya precisamente, de mi marido. Que nos habíamos puesto a echar un kiki cada uno con su pareja y que por el efecto del alcohol y tal, habíamos cambiado de pareja. Que ellos se habían dormido y que nosotros habíamos estado follando mientras ellos dormían. Entonces Ángel miró detenidamente lo que yo tenía entre las piernas. Pudo ver el pene de José entrando y saliendo despacio de mi vagina. Se puso en pies y se acercó a nosotros en tono amenazante, pero una vez más, José lo tranquilizó. Le dijo "Ey, ey. Tú lo querías. Fue idea tuya. Yo tengo a tu mujer y tú tienes a la mía ahí en la cama. No estoy haciendo nada que no hayas echo ya con Ana. Vosotros también habéis follado ¿O no te acuerdas de cómo ella te suplicaba que se la metieras más? Anda, dala otro poco de eso que te cuelga y sigamos nuestra juerga.". Mi marido miró el cuerpo de Ana y trato de despertarla. Lo consiguió. Cuando ella abrió los ojos, mi marido la dijo que mirara lo que estaba pasando en el sillón.

Como si de un ritual se tratase, ella se giró hacia mi marido y comenzó a chupar aquel trozo de carne que le colgaba. No tardaron en estar uno dentro del otro. Hay que decir que Ana era muy escandalosa y gemía excesivamente. Y yo también, pero no me daba cuenta.

Las luces del alba nos indicaron que había que tratar de dormir un poco. Interrumpimos nuestra sesión de sexo y nos dormimos. Yo en mi cama con mi marido y José y Ana en la de al lado.

A la una del mediodía se abrió la puerta de nuestra habitación. Allí estaban varias caras mirándonos un tanto sorprendidos. Nuestros cuerpos yacían desnudos ante la vista de ellos. Nos incorporamos como si nada, dimos los buenos días y salimos desnudos uno a uno de la habitación para ir al baño. Las chicas miraban a José y a mi marido y ellos nos miraban a nosotras. Nos vestimos un poco y soportamos algún interrogatorio el resto del día. No hubo comentarios desafortunados, no hubo reproches de nadie, aunque si hubo cuchicheos. Todo fue muy normal dentro de lo anormal. A mi me extrañó mucho, pero dejo de extrañarme a eso de las 9 de la noche de aquel sábado. Todos se querían ir a la cama pronto. Alguien dijo que nos lleváramos los colchones al salón y que durmiéramos allí. A José le parecía divertido y dijo que si, que muy bien. Se fue a por sus dos colchones y los trajo al salón. Poco a poco aquello se fue llenado de colchones, e incluso Ángel trajo los dos de nuestra habitación. Catorce colchones, colocados en un gran cuadro de siete por dos. Me sorprendí un tanto cuando las chicas se desnudaron completamente e invitaban a sus parejas a hacer lo mismo. José fue el primero que se desnudo, luego Ángel hizo lo mismo, Javier después y los otros. Era divertido ver a siete hombres allí con sus pollas colgando, bueno alguna ya no colgaba. Estaba claro. Se produjo lo que se tenía a producir. Una orgía de sexo, cada uno con su pareja, pero al fin y al cabo una orgía de sexo donde aparte del placer que cada uno sintió, pudo ver a los demás compartiendo el sexo. El placer de ver a sus amigos haciendo el amor, el placer de ver algo que ellos guardaban en la intimidad. La sustracción de toda vergüenza. Todos nos entregamos al placer. Yo gocé como una loca con mi marido. Luego nos fuimos durmiendo poco a poco.

El domingo pasó y quedamos en volver dentro de 15 días otra vez. Pero pasaron los quince días y nadie volvió a ir a la casa rural. Yo supongo que les daría vergüenza, supongo que les daría corte.

Seguimos yendo juntos a sitios, pero no ha vuelto a pasar aquello jamás. Bueno, aquello no, pero otras cosas si, entre José, Ana, Ángel y yo. Todo sigue siendo muy rural entre nosotros. Tan rural que de vez en cuando nos vamos a la casa de Cuenca, la alquilamos para un fin de semana y ya os podéis imaginar lo que allí sucede. Somos como un matrimonio de cuatro, lo cual agradecemos todos, pues nos gusta estar todos con todos, e incluso mi marido y José han tenido un acercamiento gay, todo hay que decirlo, por complacernos a nosotras, pues queríamos verles a ellos juntos haciendo algo rural..

Coronelwinston