El jefe de su marido ( sexta parte)
Silvia descubre un nuevo placer inexplicable para ella.
El domingo por la noche al terminar de cenar se fueron para cama juntos. Mateo estaba feliz de poder estar con la niña y su mujer toda la tarde del sábado y el domingo.
- Ha sido un fin de semana maravilloso cariño – él la abrazaba por la espalda – Menos mal que él cabrón de mi jefe no me hizo ir a trabajar ayer ni hoy.
- Si cielo. – Silvia sabía que ella era el motivo por el que no había tenido que ir. – A mi también me gustó mucho todo el fin de semana. Crees que tu jefe es de verdad tan cabrón? A veces pienso que quizás sea solo una forma de aparentar.
- Si cariño, te aseguro que lo es. Tu porque no lo conoces, si no, ni lo dudarías.
- Tienes razón amor. – diciendo esto pensó como seria conocer mucho mas a ese señor. – Ahora deberíamos dormir que la peque no entiende de horarios.
Cuando se despertó por culpa de los rayos de sol que entraban por la ventana, vio que su marido ya no estaba en la cama. Decidió quedarse en cama hasta que la niña se despertara. A su mente acudieron un sin fin de pensamientos sobre todo lo que estaba viviendo desde aquel día que abriendo el buzón viera la carta del banco. Pensó en el señor Gómez y en las cosas que ese viejo estaba consiguiendo que hiciera y sobre todo sintiera. Pensó en Cristina y en la tarde del viernes en su casa. Recordó la imagen desnuda de esa mujer cambiándose juntas en su habitación. Todos aquellos pensamientos la hicieron excitar y se masturbó a pesar que odiaba hacerlo.
Ya tenia preparada a la niña y cogió el sobre escondido en el armario. Pasaría por el banco y con el dinero que le había dado el señor Gómez pagaría los recibos atrasados. Cuando salió del banco se sentía feliz y al mismo tiempo una sensación de vergüenza se apoderó de ella. Aquellos recibos los había pagado un hombre ajeno a su núcleo familiar, los había pagado con su cuerpo, con su boca. Eran recibos cuyo precio iba mas allá del dinero en si. Su valor era humillarse ante aquel viejo y la fidelidad a su esposo.
Hacia una mañana espléndida y dio un paseo con la niña. Al pasar por un parque se sentó en uno de los bancos vacíos pues le gustaba observar a la gente. La gente era mas o menos como en cualquier parque a esas horas matinales, madres jugando con sus hijos aún sin edad escolar y señores jubilados dejando transcurrir el tiempo libre, tomando el sol y leyendo el periódico. Se preguntaba si alguna de aquellas mujeres tendría en su vida algún secreto inconfesable como a ella le pasaba. Mirando a los señores se preguntó si alguno de ellos tendría una amante joven y se avergonzó de pensar si todos los señores mayores sabrían acariciar como el señor Gómez. Quizás era su marido el que fallaba y era él el que no sabía tocarla?
- Buenos días joven. – sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz de aquel desconocido – te importa si me siento?
- Ah, hola, buenos días. – ella se echó hacia un lado como evitando la cercanía con aquel hombre, como temiendo que con su cercanía le pudiera leer los pensamientos que estaba teniendo – No, claro, puede sentarse.
- Hace un día estupendo. Vives por aquí cerca? Nunca te he visto por aquí y te aseguro que me acordaría.
- No suelo venir a este parque. – con ese comentario estaba queriendo coquetear con ella?
El trato agradable de ese señor hizo que Silvia se fuera relajando y que los primeros minutos de incomodidad fueran reemplazados por una conversación distendida e incluso con algún comentario la hizo reír. Aquel hombre le contó que era jubilado desde hacia quince años y que siempre bajaba al parque a pasar el tiempo y que le gustaba el sonido de los niños jugando. Varios comentarios de ese señor la hicieron sentir halagada y ruborizada por igual.
- …. A mi edad uno se tiene que conformar con sentarse aquí y disfrutar de la presencia de mujeres hermosas como tu. – Joaquín, que así le dijo que se llamaba, seguía hablando – Muchos hombres de mi edad pagan por acostarse con mujeres jóvenes pero eso a mi no me gusta. El sexo no se compra a mi entender, aunque respeto a quien lo haga.
- Eso dice mucho de usted. Se nota que es un caballero.
Cuando ese señor le preguntó con mucha timidez si la podía invitar a un café en su casa se sorprendió al aceptar. Quizás fue la manera tan educada con la que se lo pidió, quizás era la ternura que le inspiraba, quizás porque ese señor era todo lo contrario que el señor Gómez.
Joaquín vivía frente al parque y subieron hasta su casa. Él le explicó que vivía solo y le dio las gracias mil veces por aceptar ir con él. Tomaron ese café juntos y Silvia sentía como ese señor la miraba con detenimiento, con admiración.
- Sin ser alguien de mi familia, hacía mucho tiempo que no estaba una mujer en esta casa.
- Gracias por invitarme – Silvia se sentía nerviosa porque deseaba hacer algo – Puedo ir al baño?
- Claro! Está el baño este y el de mi habitación al fondo, puedes usar el que quieras.
Silvia se levantó y comprobó que su pequeña se quedara dormida y se dirigió al baño de la habitación. Sus manos temblaban al desabrochar la falda y quitarse el sujetador y las bragas. Salió del baño y mirando la cama se dirigió a ella y se tumbó.
- Joaquín!! Puede venir?
- Todo bien? – ese hombre al abrir la puerta de la habitación se encontró a Silvia tumbada en la cama desnuda con las manos tapando su cara, tenia las piernas flexionadas y abiertas mostrándole su vulva que sorprendido, observó que no tenia ni un solo vello. – Eres increíblemente hermosa.
Ella sintió como ese señor se acercó a la cama y apartó un poco su mano para ver que sucedía. Lo vio mirando su cuerpo con verdadera admiración como el que observa la mas valiosa obra de arte en un museo. Miraba sus pechos, su vulva, sus piernas. Y esa manera de mirarla de ese señor le hizo excitar.
- Quiere tocar mi cuerpo?
- Seria feliz de poder tocarlo.
- Hágalo
En su vida la habían tocado de manera tan delicada. Las manos de aquel octogenario acariciaron sus tetas como increíble delicadeza consiguiendo que sus pezones alcanzaran un tamaño sorpresivo para ella. Sintió su vulva encharcada cuando ese hombre acarició su abultadito monte de venus y gimió cuando sintió uno de los dedos de ese hombre recorrer cada pliegue de su coño.
Joaquín suspiraba y respiraba agitado por la excitación que sentía de acariciar a una mujer tan joven y hermosa. Sus nervios hacían que sus caricias fueran algo torpes pero eso a ella la excitaba aún mas. Y lo inevitable sucedió. Silvia comenzó a temblar y al sentir como los dedos de ese señor estaban entrando en su coño se corrió entre temblores y con su cuerpo convulsionando. Ante la mirada de asombro de Joaquín, eyaculó con varios chorros de placer que mojaron colcha, pantalón y camiseta de él.
Silvia agradecida por el placer alcanzado lo abrazó y su curiosidad o quizás por devolverle aquel placer, acarició el evidente bulto del pantalón. Lo desnudó por completo y sintió placer de acariciar el sexo de aquel hombre. Le gustó masturbar aquel miembro totalmente erecto a pesar de la avanzada edad de su dueño y se sintió muy excitada cuando aquel señor gimió de placer y vio como comenzaba a eyacular sobre su mano y pechos.
Se quedaron abrazados exhaustos, ambos felices por el placer vivido. Un gesto de tristeza se adueñó de su cara al ver la colcha mojada, al darse cuenta que definitivamente había comprobado que su amado esposo no sabía tocarla. Había eyaculado en la cama del señor Gómez, de Joaquín y en el sofá de Cristina. Deseó algún día, tener que cambiar la colcha de su cama matrimonial, por haber eyaculado en ella.
Se despidieron en el portal del edificio de Joaquín, aquel señor era todo amabilidad y educación. Él estaba triste con esa despedida, pues quizás, había sido la ultima vez en su vida que una mujer lo había acariciado y hecho correrse.
Después de lo ocurrido el lunes por la mañana cuando había ido a aquel parque, Silvia pasó dos días mal en los que solo quería estar con su niña. A cada instante se preguntaba que era lo que le estaba pasando. En que se estaba convirtiendo? Por qué mi cuerpo está haciéndome comportar así? No había sido con una persona únicamente, sino con tres, con las que había sido infiel a su amado esposo. Afectivamente lo amaba como nunca había amado a nadie, pero sexualmente lo odiaba. Lo odiaba por no hacerle sentir lo que otras personas le estaban haciendo vivir de manera tan intensa. En esos dos días que habían pasado desde lo del parque se había masturbado casi compulsivamente, odiaba hacerlo pero era como si su cuerpo se lo exigiera. Y lo peor era que su marido buscó acercarse a ella por las noches y como única respuesta obtuvo abrazos y excusas que la hacían sentir mal consigo misma.
El jueves se despertó con los lloros de su hija que reclamaba su biberón. Después de atender sus demandas y de nuevo dejarla dormida en la cuna, se fue a su habitación y se sentó en la cama. La imagen de las camas del señor Gómez y del señor del parque se adueñaron de su mente. Camas mojadas por el placer derramado con esos señores, hombres que doblaban en edad y en su magistral manera de tocarla a su querido Mateo. Vio el teléfono sobre la cama y lo cogió. Estaba decidida a, si era necesario, humillarse de nuevo pero su cuerpo se lo estaba implorando.
-Diga? – aquel hombre sabia perfectamente que era ella pero le gustaba hacerse de rogar. – Quien es?
Soy Silvia, señor Gómez. – ella estaba nerviosa y avergonzada por haber tenido que hacer esa llamada.
Ah! Hola. Que tal estás? Necesitas mas dinero?
No, no es eso.
Entonces?
Le llamaba para saber si tenia un rato para vernos.
Estoy en la oficina, está tu marido aquí en el despacho de al lado. Tiene que ser ahora?
Si puede, si me gustaría.
Está bien. En media hora en mi casa?
Señor Gómez… Usted podría venir a mi casa? – sus mejillas se encendieron al pedirle eso a ese hombre.
A tu casa?
Si. Se puede asegurar que mi marido no pueda aparecer aquí?
Claro que puedo, todo es cuestión de darle mas trabajo. Quieres que le tareas extras a tu marido?
Si, por favor. Asegúrese que no venga.
Eres de lo que no hay, cualquier mujer me pediría que no le de mucho trabajo a su marido. Está bien… pídemelo!!
Por favor, no me haga esto señor Gómez.
Si de verdad deseas que vaya a tu casa y estar segura que tu marido no aparecerá debes pedírmelo Silvia.
D…Dele mas trabajo a mi esposo. Asegúrese que no vendrá a casa por favor.
Está bien. Espera un momento...- Silvia escuchó la voz de ese hombre llamando a su marido y lo que le decía -… Mateo debe tener para esta tarde un informe sobre nuestros clientes alemanes.
Para esta tarde? – la voz de su marido hablando con su jefe la hizo estremecer de rabia por lo que estaba haciendo – No se si me dará tiempo.
Asegúrese que le de tiempo. Llame a su mujer y dígale que comerá aquí. No quiero ver su despacho vacío hasta que llegue yo por la tarde. Entendido?
Está bien señor Gómez, comeré aquí. No se preocupe que tendrá ese informe esta tarde.
Gracias Mateo, confío en usted. – despidiéndose de Mateo le siguió hablando a Silvia. – Silvia sigues ahí? Has escuchado? Tu marido no nos molestará.
Gracias señor Gómez.
En una hora mas o menos estaré en tu casa.
Vale.
Silvia se dio una ducha y se puso una de las bragas que se había comprado para ese hombre. Le esperó impaciente y nerviosa pues en el fondo deseaba volver a sentir las caricias que tanto le gustaban de ese viejo.
Cuando le abrió la puerta lo mandó pasar y se quedó mirándolo entre avergonzada y nerviosa por tenerlo de nuevo delante suya. Ante la sorpresa de ese señor lo abrazó y besando su velluda mejilla le dio las gracias por aceptar su petición. Solo llevaba una camiseta que dejaba claro que no tenia sujetador pues los pezones se marcaban en ella perfectamente. Ese hombre la apartó un poco y miró que debajo solo llevaba las bragas.
-Me gustan las bragas que has comprado. – La mano de ese señor se introdujo bajo la tela de éstas. – Este coño debe ir siempre tapado con bragas que estén a su altura.
-Me alegra que le gusten. – gimió al sentir la mano abarcando su sensible coño.
No solo me gustan – ese viejo agarrando la mano de ella la dirigió a su pantalón – Me ponen cachondo. Lo ves?
Si – la mano de ella sintió el sexo de ese señor totalmente duro – Lo tiene muy duro.
Se arrodilló delante de él y mirando al bulto de su pantalón le desabrochó el cinturón, soltó el botón y bajó la cremallera. Él la miraba atento y sentía curiosidad por lo que esa mujer quería hacerle. Ella apoyó su cara en la tela que separaba su rostro de aquel sexo que tanto le atraía y lo olió. Besó con devoción su bóxer y lo bajó un poco, dejando a la vista el grueso glande, cada vez que lo miraba se sorprendía por su color amoratado y por lo gordo que era. Un gemido de satisfacción brotó de su garganta cuando sus labios besaron el glande. Se sentía feliz de poder estar de nuevo besándolo. Sus manos bajaron la ropa y sujetaron el pene de ese hombre, comenzando a masturbarlo lentamente. Esta vez, fue el señor Gómez quién gimió al sentir como Silvia se metía su polla en la boca y comenzaba a chupársela. Aquella inocente mujer casada se transformaba cada vez que tenía su pene en la boca y esta vez no era distinta. Lo miró a los ojos mientras le daba placer con sus labios, era una mirada de agradecimiento, de satisfacción. Silvia sentía brotar sus flujos íntimos, estaba segura que tendría las bragas empapadas. Detuvo su mamada y poniéndose de pie lo llevó de la mano a su habitación.
Por primera vez fue ella la que le quitó la camisa y acarició su velludo pecho. Se sorprendió de sentir que le gustaba acariciar y mirar aquel varonil torso. Acaso le estaba atrayendo ese viejo? Sus manos acariciaron su barba y le besó. Besó su barba, su cuello y la boca. Sus lenguas se tocaron, mezclaron sus salivas. Esa mujer le estaba haciendo perder el control y le sacó la camiseta. Mirando sus pechos llevó las manos a ellos y se los agarró.
- Tus tetas son preciosas.
- Le gustan?
- Muchísimo – y desesperado acercó su boca a ellas y se las besó y chupó.
Silvia gimió al sentir como ese viejo le chupaba los pezones y los estiraba entre sus labios. Gimió cuando ese señor le agarró las nalgas con sus grandes manos y se las apretó como deseando marcar sus dedos en ellas. Y se excitó con esa idea.
- Por qué las agarra con tanta fuerza?
- Me excita sentir mis dedos hundiéndose en tus nalgas. Te hacen daño?
- No, nunca me habían agarrado las nalgas tan fuerte.
- Te gusta como lo hago?
- Si… - gimió al sentir como aquellas manos aumentaban la fuerza.
- Estate segura que si no fuera porque estás casada lo haría mucho mas fuerte pero no quiero dejarte marcas.
Silvia acercó su boca al oído de ese hombre y lo dijo.
- Hágalo si lo desea.
- Estás segura?
- Si
- Crees que podrás soportar lo que deseo?
- Lo intentaré.
- Ponte en la cama a cuatro patas.
Y Silvia obedeció nerviosa expectante por lo que ese hombre deseaba hacerle. La palmada que ese hombre le dio en su nalga derecha la hizo quejarse, cuando sintió su nalga izquierda siendo palmeada hundió la cara en la almohada. Nunca había permitido que nadie la tratara así, era humillante sentir que ese viejo la estaba tratando como a una cría castigada, pero mas humillante era sentir que poco a poco, con cada azote su cuerpo se estremecía. Su sexo estaba respondiendo a aquellos golpes de una manera sorprendente. Sus quejidos iniciales fueron transformándose en gemidos. Que le estaba pasando? Sentía que estaba a punto de sentir un orgasmo. Él se dio cuenta y le bajó las bragas. Aquella mano magistral le dio una palmada en el coño y gimió. Una segunda palmada en el centro de su placer la hizo gritar de placer. La tercera palmada abrió la llave de su placer y comenzó a eyacular recibiendo pequeños azotes en su coño.
Silvia se quedó tumbada en la cama con su cuerpo temblando. Lágrimas de un sinfín de sensaciones entremezcladas se derramaban por sus mejillas. Estaba asustada por lo que acababa de sentir, estaba feliz al sentir su cama totalmente mojada por su abundante eyaculación, estaba abrumada por percibir su cuerpo tan sensible. El señor Gómez se sentó a su lado y le acarició el cabello. Su mano libre acarició sus nalgas coloradas por sus azotes y ella se estremeció con aquella muestra de ternura. Ese hombre se fijó en su coño también colorado por las palmadas y se lo acarició suavemente. En menos de diez segundos sintió como aquella joven volvía a eyacular sobre su mano. Y deseó follarla. Ella no puso resistencia cuando él la hizo girar dejándola boca arriba, cuando se puso entre sus piernas ella las abrió totalmente. Silvia eyaculó sobre su polla cuando sintió aquel grueso glande resbalando entre sus labios vaginales. Se abrazó a él al sentir como aquella maravillosa polla se movía dentro de su coño hipersensibilizado. Mientras la follaba Silvia lloraba de felicidad y de placer. Lloró de alegría, cuando el señor Gómez le preguntó donde quería que se corriera y ella le pidió que lo hiciera en su boca, al sentir el semen de ese hombre derramarse en varios potentes chorros en su garganta. Le gustaba el semen de ese señor.
Una vez saciados sus deseos se abrazaron prodigándose multitud de besos y muestras de ternura. Silvia se entristeció cuando se despidieron en la puerta de la casa.
Cuando cambió la ropa de la cama se sorprendió al ver la colcha empapada. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que ese hombre la había hecho eyacular sobre su cama matrimonial. En el baño miró su imagen reflejada en el espejo y girándose observó sus nalgas totalmente enrojecidas y con las marcas de los dedos de su amante. Se ruborizó al recordar el placer que había sentido.