El jefe de mi esposo

Resitiendo los embates de una "máquina sexual".

Te divertirás, ya verás. Mi jefe es un personaje digno de conocerse.

Con esas palabras mi esposo trataba de convencerme de acompañarlo a la cena de esa noche con el propietario de la compañía para la cual trabajaba desde hacía seis meses, y otros colegas.

Hubiera preferido cien veces quedarme en mi casa a ver TV, pero mi responsabilidad de esposa pudo más. A fin de cuentas, le pagaban muy bien a mi esposo, así que bien valía un sacrificio.

El Ing. Ávila quiere conocerte. Le gusta conocer a las familias de sus empleados.

Ok. – dije sin mucho entusiasmo.

Después de todo, tenía cierta curiosidad de conocerlo. Era tremendamente exitoso. Se decía que sus orígenes eran un poco turbios y probablemente no del todo legales. Ahora era reconocido como un visionario de los negocios, aunque sus métodos empresariales seguían siendo bastante agresivos.

Últimamente era un must de la sección social de periódicos y revistas, codeándose con políticos y personajes artísticos, e invariablemente acompañado por alguna modelo de turno, la cual cambiaba regularmente.

Al llegar al restaurant me lo presentaron. No era nada bonito como hombre. Como de unos 45 a 50 años, pelón, chaparro y de físico ancho. Pero se veía que estaba en buena forma y bronceado por el sol. Irradiaba autoconfianza y supongo que eso era lo que resultaba atractivo.

Me sentaron en la mesa frente a él. A su lado se sentó la modelo de turno, con un pronunciado escote, que como era de esperar era una cabeza hueca.

Los temas de conversación giraban en torno a los negocios y al futból, como si a él le importara muy poco si las mujeres presentes se aburrían o no. De más está decir que yo estaba sumamente aburrida. Así que me dediqué a observarlo detenidamente.

Sus modales eran correctos, pero estudiados. Como si los hubiera aprendido ya de mayor. Parecía como si debajo de esos modales correctos y el traje de Zegna se escondiera un hombre tosco, agresivo y sin ningún refinamiento… Sus verdaderos orígenes, quizás. Le encontré algo de capo mafioso.

Claro es que valía varios millones de dólares, por lo que era objeto de la admiración, respeto y sumisión de mucha gente. A cierta distancia de la mesa se encontraban los omnipresentes guardaespaldas que lo seguían a todas partes.

En particular me hacía gracia el respeto, y hasta podría decir miedo, con que lo trataba mi esposo. Era obvio que lo admiraba.

En eso estaba cuando de pronto sentí que algo me rozaba la pierna debajo de la mesa. Di un respingo y traté de apartar lo que fuera aquello con el pie, pero era inútil: me seguía rozando. ¿Un gato, acaso? Ya iba a hacer un comentario a mi esposo, cuando mi mirada se cruzó con la de Ávila. Me clavó la mirada intensamente y me dirigió una media sonrisa entre cómplice y atrevida.

¿Sería posible? Para cerciorarme, simulé que se me caía la servilleta y me agachaba al lado de la silla a tomarla, de forma de observar debajo de la mesa y el mantel. Sí, era posible: allí estaba el pie de él, sin zapato, enfundado en calcetines y acariciando mi pantorrilla sobre mis medias de seda.

¡Qué descaro! Y lo peor estando mi esposo y su novia presente!

Por mi cabeza empezaron a pasar a toda velocidad las opciones: armar un escándalo… comentárselo en voz baja a mi esposo… simular que me sentía mal y forzar una salida

Todas parecían malas ideas. Tendrían una repercusión negativa sobre la carrera de mi esposo en esta empresa, donde recién comenzaba

Opté por sacrificarme y soportarlo. A fin de cuentas no faltaba tanto para que terminase la cena. Ya se cansaría de hacerlo al ver que yo no reaccionaba positivamente

Intenté apartar su pie varias veces, pero era inútil. Siempre regresaba. Lo movía sobre mis pantorrillas y subía hasta la rodilla y el comienzo de los muslos. Por suerte no seguía más arriba. Supongo que sus piernas cortas no alcanzaban más allá. También intenté ir al tocador, pero al regreso él continuó con esas caricias como si nada.

Lo más descarado era que todo el tiempo le tomaba la mano a su novia y de tanto en tanto le daba un beso en la mejilla, para luego dirigirme una fugaz mirada atrevida.

Después de una media hora, la tortura terminó y volvimos a casa.

¿Y? ¿Qué te pareció el famoso Ing. Ávila? Todo un personaje ¿eh? – comentó mi esposo mientras manejaba.

..mm…sí, supongo que sí - Había decidido no comentarle nada. Le evitaría a Gabriel la necesidad de encararlo o renunciar. De todas formas yo evitaría a Ávila de aquí en más.

Existen todo tipo de leyendas sobre él. De sus orígenes, de sus negocios, de sus mujeres

Sí, claro. De las mujeres que compra, como esa cabeza hueca de hoy.

Bueno, no vas a negar que la cabeza hueca tenía un cuerpazo… Mmmm… ese escote!

¡Gabriel!!

Ja, ja.. Solo bromeaba. Disculpa… Pero lo creas o no el hombre tiene mucho pegue con las mujeres.

Por su dinero será, porque la verdad que es bien feo.

Las secretarias de la compañía todas babean por él. Corren rumores que el hombre es toda una máquina sexual.

Pues a mí me pareció un mal educado con mucho dinero. Nada más.

Continuamos en silencio el resto del camino hasta la casa. Lo que había pasado en la cena no se me quitaba de la cabeza… Y luego, con los comentarios de Gabriel… Muy a mi pesar sentí el revoloteo de maripositas en mi bajo vientre que indicaba una cierta atracción física… Sin duda el hombre despedía una masculinidad muy intensa. Traté de apartar esos pensamientos y recordé todo lo que me desagradaba de él: su mala educación, su descaro, su machismo

Cuando llegamos a la casa, le propuse a mi esposo hacer el amor. Por lo general era él el que lo proponía. Pero esa noche me sentía particularmente deseosa y fui muy intensa. Para la penetración, yo lo monté a él y lo cabalgué con violencia. Una pose que a Gabriel le gusta mucho

Wow! Hoy estuviste super!! Hacía mucho que no lo hacíamos así. – comentó mi esposo, asombrado.

¿Si? ¿Te parece? No sé… habrán sido los mariscos que cenamos.

Me costó mucho dormirme. No me podía sacar a Ávila de la cabeza. Recordaba su pie acariciándome la pierna, como si todavía estuviera allí. Una idea me daba vueltas y vueltas en la cabeza: ¿a qué se refería Gabriel con lo de "máquina sexual"?

Me invadía un sentimiento de culpa, porque cuando Gabriel me penetraba, por un momento cerré los ojos e imaginé que era a Ávila a quien cabalgaba y que él me sonreía con su risita diabólica.

A la mañana siguiente dormí hasta media mañana. Gabriel ya se había ido a trabajar. Ahora ya todo parecía distante en el tiempo. Como una mala pesadilla que pronto olvidaría completamente. Me dispuse a empezar el día.

En eso sonó el teléfono y escuché a Juanita, la muchacha, contestar en la cocina. Luego de unos momentos ella subió la escalera con el teléfono inalámbrico en la mano.

Señora, le hablan de la oficina del señor.

¿Si? A ver

Hola.

Ávila habla – dijo con su voz ronca y autoritaria. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

¿Si? ¿Cómo está? – dije con toda la naturalidad que pude mientras le hacía señas a Juanita para que se retirara.

Hablo por lo de anoche – bueno, después de todo parecía que iba a tener un poco de decencia y se iba a disculpar.

Mire, no tiene por qué aclararlo. Yo comprendo: el vino, la noche… a veces hacemos cosas sin pensar… - comencé a decir, tratando de limar las asperezas de la situación.

¿Cómo? Yo llamaba para coordinar la cita.

¿Qué cita?

Tú, yo, mi pent-house, champagne

¿Qué?!!! ¡Pero qué descaro! ¡Voy a cortar!!

¡Espera! Si cortas, volveré a llamar mil veces si es necesario. Hasta que tu mucama sospeche algo raro. Mejor me escuchas.

¡Usted es un inmoral! Yo soy una señora casada y no quiero saber nada de nada con Usted!

Calma, calma… No te enojes. Yo creo que tenemos que terminar lo que empezamos anoche.

¿Empezamos? Yo no empecé nada! Fue Usted.

Pero tú me dejaste hacer

¿Y que esperaba que hiciera? ¿Un escándalo allí en pleno restaurant?

Pero reconoce que te gustó.

¿Cómo cree? Usted me resulta particularmente desagradable! Ahora creo que sí debí armar un escándalo. Es más, esta noche le cuento todo a mi esposo y hago que renuncie.

Cálmate. Eso no te conviene. Gabriel tiene un muy buen puesto en la empresa. Y futuro también. Además, estuvo bastante tiempo desocupado cuando salió de su último trabajo ¿verdad? Y con mis influencias haría que nadie lo contratara más. Ya están recuperando su nivel de vida anterior ¿no? Muchacha, hijos en escuelas privadas, auto nuevo… Sería feo perderlo todo ¿no?

¡¿Me chantajea??! ¡Usted es un inmoral, un delincuente, un cerdo!!!! ¡Lo voy a denunciar!!

Cálmate, tampoco lo pongas de esa forma. No te estoy forzando a nada. Solo te pido que al menos me escuches por teléfono.

¿Que lo escuche decir qué?

Lo bella y atractiva que me pareciste. Cuanto me excitó tocarte por debajo de la mesa

¡Qué grosero! ¿Cómo puede una persona como usted andar suelta? Debería darle vergüenza… Aparte, usted siempre anda rodeado de mujeres bellísimas. ¿Por qué se mete conmigo que soy mucho mayor y que no tengo ni punto de comparación con ellas? Y además casada.

Esas modelitos son solo para pasar el rato. A mí me interesan las mujeres como tu, un poco mayores, con historia y experiencia. Que parecen tan conservadoras y contentas con su vida burguesa, pero que se queman por dentro con deseos reprimidos. Que deben buscar fuera lo que sus maridos no les dan en la casa.

¡Yo no tengo ningún deseo reprimido! Mi esposo me da todo lo que necesito.

Ya veremos, ya veremos

¡Esto es increíble! ¡Nunca creí que existiera gente de su calaña!

Tranquila. No analices tanto las cosas. Soy simplemente un macho de la especie atraído por una hembra de la especie. ¿Qué tiene eso de malo?

Tiene de malo que soy casada, para empezar.

Bueno, bueno. Veo que hoy estás muy terca. Volveré a llamar mañana.

Ni se moleste porque no le voy a contestar.

Creo que ya dejamos claro que no tienes muchas opciones ¿no? – y terminando esto colgó.

Estaba furiosa. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía haber gente tan malvada? Y ese chantaje al que me pretendía someter… ¿Le diría a Gabriel? Pero, él estaba tan contento con este trabajo. Y estuvo tan deprimido cuando estaba desocupado….

Y mientras destilaba mi ira, una idea fija no abandonaba mi mente: ….máquina sexual… máquina sexual… máquina sexual… ¿A qué se refería ese comentario? ¿Qué sabían las secretarias de la empresa que yo no?

Seguía en la cama todavía. Aun estaba desnuda, desde la noche cuando había hecho el amor con Gabriel. Noté que mi piel estaba muy caliente. También, y muy a mi pesar, noté cierta humedad en mi sexo… ¡El muy maldito había logrado exitarme otra vez! ¿Cómo puede el cuerpo no responder a la mente? ¡Maldita sea!

Le caíste muy bien a Ávila. Dice que eres toda una dama. – comentó Gabriel esa noche.

¿Si? – sí, claro. La dama que él quiere convertir en su prostituta, pensé para mis adentros.

Y hoy me prometió que si el desempeño sigue como ahora, me podría ascender en unos meses al puesto que está vacante.

Mm…qué bien

¿A qué desempeño se refería? ¿Al de Gabriel o al mío? ¿Me estaba enviando un mensaje? Definitivamente Ávila hacía palidecer a Maquiavelo.

La siguiente mañana, luego de que Gabriel y mis hijos salieron, estuve muy nerviosa. Seguía en camisón pero caminaba de arriba para abajo por la casa, con el teléfono en la mano. No quería que Juanita contestara otra vez.

Aproximadamente a la misma hora, sonó el teléfono.

Ávila habla.

Sí, lo supuse. ¿Usted no se da por vencido, verdad? – contesté mientras subía a mi recámara y cerraba la puerta.

Nunca. Siempre consigo lo que quiero.

Conmigo se va a quedar con las ganas.

Veremos, veremos

¿Y ahora qué quiere?

¿Estás en la cama?

Mire, está visto que no tengo muchas opciones más que escucharlo, pero no pretenda que le conteste.

Está bien, me alcanzará con escuchar tus jadeos.. ja, ja. – otra vez esa risita diabólica.

Y entonces empezó a hablar. Lo hizo en forma cruda, profana, como alguien de una clase social mucho más baja. Nadie nunca se había atrevido a hablarme así.

La otra noche me hubiera gustado llegar más arriba. Haber acariciado tus muslos. Hundir mi pie bajo tu falda. Plantarte la planta del pie en tu coño… y masajeártelo. Sentir tu humedad en la planta del pie… mmm

Esa voz ronca, platicando a mi oído… las vulgaridades que decía… el recuerdo de la noche en el restaurant… De alguna forma todo ello tocaba algún punto oscuro de mi inconsciente que hacía reaccionar mi cuerpo. Otra vez sentí el calor de mi piel y la humedad entre mis piernas.

Mientras seguía escuchando, como una autómata me quité el camisón y me tumbé desnuda sobre la cama. Poco a poco comencé a tocarme. Tocaba aquellas mismas partes de mi cuerpo de las que él hablaba. Como si mis manos fueran las suyas.

Adoro la curva de tus tetas. Quisiera hundir mi cara bajo esa curva. Besártelas. Chupártelas. Hasta que los pezones se pongan como piedras.

..

Quisiera que te hubieras quitado tu zapato la otra noche. Y que hubieras subido tu pie hasta mi verga, que estaba durísima, debo decirte. Que la hubieras sentido toda bajo la planta del pie.

Era vulgar, burdo. Yo no estaba acostumbrada a esas palabras… Pero cuanto más profano se ponía, más me excitaba. Ahora me tocaba mi sexo, que estaba sumamente húmedo.

Me hubiera metido bajo la mesa para enterrarte la cara entre tus piernas. Y comértelo. Comer tu rico coño, Elisa. Como nunca te lo debe haber comido Gabriel.

..

Y luego jalarte bajo la mesa y penetrarte bien profundo, allí en el piso, entre las piernas de tu esposo, mi novia y los demás

.

Y taparte la boca fuerte para que no se sintieran tus aullidos de placer cuando llegaras al orgasmo

Y en ese preciso instante, tumbada en la cama con el teléfono en una mano y masajeando mi clítoris con la otra, llegaba a un orgasmo.

A partir de ese día, Ávila llamaba puntualmente todas las mañanas, de lunes a viernes. Aunque estuviera de viaje llamaba desde los lugares más recónditos del planeta. Y yo esperaba esa llamada. La esperaba desnuda, tumbada en la cama. Y al primer "Ávila habla" ya comenzaba a humedecerme. Y el orgasmo llegaba también puntual… todas las mañanas, de lunes a viernes.

Él tenía una imaginación prodigiosa. Tenía un tema o fantasía nueva cada día.

Hoy quiero que salgas sin ropa interior a la calle. Que sientas como el aire fresco sube por dentro de tu falda a tu coño húmedo. Que se marquen tus pezones en tu blusa. Que te subas al metro o a un bus con mucha gente. Que te dejes apretar por varios hombres calientes. Que sientas muchas vergas duras apoyadas contra tu cuerpo. Que aplastes tus tetas contra el pecho de un obrero que te soba las nalgas mientras te jadea en el cuello… Que sientas como otro intenta subir tu falda y te calza la mano entre las piernas

Yo nunca le hablaba ni contestaba. Solo respondía un seco "sí" a su "Ávila habla". Al principio me mordía los labios para que el no escuchara mis jadeos y suspiros. Luego cada vez tenía menos cuidado en ello.

Yo sé que disfrutas esto, Elisa. Que te masturbas mientras yo te hablo. Que esperas ansiosa y desnuda mi llamada.

.

Pero ¿a qué no sabes? Yo también me masturbo mientras te hablo. Cuando te llamo ya tengo los pantalones y los boxers en los talones. Y poco a poco se me va poniendo dura cuando escucho tu respiración. Y entonces la tomo en mi mano y me la jalo. Me la jalo hasta que eyaculo. Y tengo un orgasmo como no me da ninguna de las modelitos que me cojo todas las noches.

También poco a poco había perdido el complejo de culpa por entregarme a este juego. Después de todo no estaba siendo infiel, al menos técnicamente hablando. ¿Acaso los hombres no se masturbaban frecuentemente, incluso los casados?

El lunes era el día más caliente. Luego del intervalo de sábado y domingo, la ansiedad era mayor.

¿Cómo te cogió su maridito este fin de semana? Seguro ni sentiste su verguita dentro tuyo. ¿Te comió el coño? ¿Se la mamaste? ¿Te imaginaste que era yo el que te la metía?

.

¿Sabes qué? Te tienes que comprar un consolador. El más grandote que vendan. Así te lo puedes meter mientras te hablo y tener una vaga idea de lo que será el día que te entierre toda mi vergota

.

Yo me tiré a una actriz el sábado. Lindo cuerpo pero muy artificial. Nada que ver con el tuyo. Ansío tu piel levemente ajada. Tus tetas un poco caídas… tu coño distendido

Y así siguió el juego por unos dos meses. Hasta que un lunes ya no llamó. Ni tampoco el martes ni el miércoles. Ni el resto de la semana, ni la siguiente. Estaba desesperada. Pensaba todo el tiempo en eso. ¿Qué habría pasado? ¿Se habría aburrido porque yo no le contestaba?

Según pasaban los días me fui resignando. Rememoraba las frases y cosas que me había dicho. Y luego una idea fija volvía recurrentemente a mi mente: máquina sexual… máquina sexual… máquina sexual

En Julio mis hijos se fueron a pasar parte de sus vacaciones con sus abuelos en el norte. Y Gabriel salió de viaje de negocios por una semana. Una mañana sonó el teléfono.

Ávila habla.

Y el resto será motivo de la segunda parte de este relato.