El jefe de Lucía

Alberto, agobiado por las deudas, insta a su mujer Lucía a que busque empleo de secretaria. Lucía encuentra trabajo en una oficina poco convencional...

El jefe de Lucía

Digamos que me llamo Alberto. Tengo 26 años. Vivo en Madrid con mi mujer Lucía, de 28 años, con la que estoy casado desde hace 4 años. Lucía es una morena delgada, de 1,72 m de estatura, con tetas medianas y firmes y un culo de impresión. Sus ojos negros contrastan con su piel blanca y su pelo oscuro. Es una preciosidad, hasta el punto de que muchas veces me he preguntado por qué estaba conmigo pudiendo tener a cualquier tío. Lamentablemente iba a descubrir que ella también se lo preguntaba.

Nuestro matrimonio fue normal hasta que empezamos a pasar apuros económicos. Yo era el único que trabajaba y con un único sueldo era imposible pagar la hipoteca de la casa, las letras del coche y llevar una vida mínimamente digna. Empecé a presionarla para que buscara un trabajo, el que fuera. Ella se resistía pero al final se dio cuenta de que lo necesitábamos.

Empezó a buscar trabajos de auxiliar administrativo. No la aceptaban en ninguna empresa, debido a su falta de experiencia. Yo me enfadaba con ella porque sabía que había sido reticente a buscar empleo y creía que se las arreglaba para evitar que la contrataran a propósito.

Hasta que un día vino de una entrevista, radiante, como no recordaba haberla visto en mucho tiempo, y me dijo que la habían cogido como secretaria de un ejecutivo en una conocida empresa que tenía su sede en Madrid.

  • ¡Felicidades! – dije yo -. Pero, ¿cómo has tardado tanto? La entrevista era a las 10 y son casi las 3 de la tarde.
  • Es que el proceso de selección era muy duro, cariño. Me han hecho varias pruebas y entrevistas, pero al final me han cogido.

El horario no era excesivo y la remuneración económica, increíblemente buena, con lo que nuestros problemas habían terminado (o eso creía yo). Aquella noche fuimos a celebrarlo a un restaurante. Tras el champán y la cena, yo esperaba una grandiosa sesión de sexo cuando llegáramos a casa, pero ante mi decepción se limitó a decirme que estaba muy cansada y que sólo la apetecía dormir. Yo me dormí, bastante contrariado, y con una considerable erección.

Al día siguiente fue a su nuevo empleo, y yo me dirigí al mío como cada día. Cuando llegué a casa la encontré, tumbada en el sofá, agotada pero casi tan feliz como el día anterior. La pregunté que cómo había ido el primer día. Ella me besó en los labios y me dijo que excelente, pero no quiso contarme nada más. Cuando nos metimos en la cama, me pidió perdón y me dijo que estaba demasiado cansada para acostarse conmigo. "Tal vez mañana", dijo.

Así fueron pasando los días. Cada día yo llegaba a casa y me la encontraba tirada en el sofá con síntomas de agotamiento, pero con aspecto de satisfacción. Cada noche me daba alguna excusa para no acostarse conmigo.

Al cabo de una semana yo estaba horriblemente caliente. Miraba a todas las mujeres por la calle y cualquier tontería bastaba para provocarme una erección. Pero aquel día iba a ser distinto. Cuando llegué a casa, me encontré a mi mujer esperándome detrás de la puerta, con una cinta de vídeo entre las manos.

  • Cariño, te estaba esperando – me dijo -. Me han encargado en el trabajo que te muestre esta cinta.
  • Pero, ¿qué? ¿Qué quiere decir que te lo han "encargado"? ¿Y qué hay en ella?
  • Siéntate y lo comprenderás todo.

No entendía nada de lo que pasaba, pero la hice caso y me senté en el sofá, delante de la tele. Ella introdujo la cinta y le pulsó el botón de Reproducir. Después vino a sentarse a mi lado.

La imagen estaba tomada por una cámara fija, posiblemente instalada en algún mueble o estantería. Se veía una habitación, y en la habitación había un tipo trajeado (supuse que el jefe de Lucía) sentado delante de una mesa de oficina. El tipo no era mucho mayor que yo (calculé que tendría treinta y pocos) y se notaba que iba al gimnasio con regularidad. Incluso yo podía notar su magnetismo. De pie a su lado había una mujer rubia a la que no conocía. No era especialmente guapa (no tanto como mi esposa, al menos), pero tenía unas tetas imponentes. En mi estado era más que suficiente para empezar a empalmarme. El individuo trajeado la indicó que llamara a la "aspirante", que al parecer estaba en la habitación contigua. La mujer desapareció por la puerta y tras unos instantes volvió a aparecer trayendo a Lucía del brazo. El hombre la indicó que tomara asiento y comenzó a hablar.

  • Buenos días, Lucía. Me llamo Luis Gómez. Como sabes, estamos entrevistando chicas como tú para un puesto de secretaria que tenemos vacante. El puesto es para trabajar conmigo como mi ayudante personal. Tus responsabilidades serían varias... de todo tipo, de hecho. Supongo que Esther ya te ha comentado las condiciones, ¿verdad? – di por hecho que Esther era la mujer rubia.
  • Sí, así es – respondió mi mujer, denotando nerviosismo en la voz, aunque no sabía si por la entrevista o por el tipo que tenía enfrente.
  • ¿Y qué te parecen?
  • Pues... excelentes, la verdad. Había imaginado que el sueldo sería menor trabajando tan pocas horas.
  • Bien, me alegro de que te guste tu sueldo. Pero hay una cosa de la que seguramente no te habrá comentado. Yo soy muy... exigente con mis secretarias. Exijo mucha dedicación. Habrá situaciones de trabajo que requieran cierta... confianza, incluso intimidad. Por eso a las aspirantes las hacemos una pequeña prueba.
  • Sí, señor Gómez. No tengo ningún inconveniente en hacer una prueba.
  • Llámame Luis, por favor. Lo que te voy a pedir quizás te choque un poco, pero es la única manera de que me demuestres tu entrega y que de verdad quieres el trabajo.
  • Muy bien.
  • De acuerdo... ponte de pie, por favor.

Mi mujer se puso de pie, apartando la silla hacia atrás. Iba vestida con un traje de chaqueta y blusa, con una minifalda, medias y zapatos.

  • Quítate la chaqueta.

Lucía vaciló un momento, claramente sorprendida por la petición, pero lo hizo sin decir nada. La otra mujer se aprestó a recogerla, doblarla y dejarla encima de otra mesa con unos papeles. Yo veía el camino que llevaba aquello, y no me gustaba nada.

  • Ahora sácate los zapatos.

De nuevo pareció pensárselo, para al final acceder.

  • Lo estás haciendo muy bien, Lucía. Desabróchate la falda, bajátela y dásela a Esther.
  • ¿Q...Qué?
  • Ya lo has oido.
  • Pero... ¿a qué viene esto?
  • Ya te dije que queremos comprobar tu entrega. Escucha, no tienes por qué seguir si no quieres. Coge tu ropa, sal por esa puerta y olvida que has venido a una entrevista de trabajo aquí.
  • No... quiero el trabajo.
  • Entonces haz lo que te he dicho, por favor.

Lucía estaba roja como un tomate. Pasó un minuto eterno hasta que, lentamente, empezó a desabrocharse la falda. Cuando ví como se la entregaba a la otra chica yo estaba loco de rabia, pero al mismo tiempo no podía apartar la vista.

  • Genial. Creo que nos vamos a entender. Quítate las medias, y la blusa. Quiero verte en ropa interior.

Mi mujer se sentó en la silla para sacarse las medias, y después se desabrochó la camisa. No podía creer lo que estaba viendo. Se había dejado intimidar para quedarse desnuda delante de dos desconocidos. ¡Y todo por un puesto de trabajo! ¿O es que en el fondo disfrutaba aquella situación?

  • Bueno, ya basta de contemplaciones. Vamos a echarle un buen vistazo a esta putita.

Luis se levantó de su asiento y se acercó hacia donde estaba mi expuesta Lucía. Sin muchos miramientos la quitó el sujetador, dejando sus tetas sueltas. Después la bajó las braguitas de un tirón, hasta los tobillos. Ella misma terminó de sacárselas, quedando completamente desnuda. El nuevo jefe de mi mujer comenzó a palparla como se palpa a una res. La pellizcaba el culo y los pezones, y la daba azotes en las nalgas de vez en cuando. Lucía aguantaba, cada vez más roja, con la mirada fija en el suelo pero sin hacer el menor ademán de irse de allí. Sin previo aviso, la enterró profundamente un dedo en el coño, ante lo que ella dejó escapar un gritito de sorpresa. El sonido de chapoteo me indicó que a esas alturas mi esposa ya estaba bastante mojada. Luis estuvo un rato metiéndolo y sacándolo. Después lo retiró definitivamente y empezó a acariciar el ano de mi mujer. Tras pocos preliminares, decidió meterla el índice, ya bastante lubricado con sus jugos, en el culo. Yo nunca había penetrado analmente a Lucía y la expresión de su cara y sus quejidos de dolor me dijo que era la primera vez que nadie lo hacía. Miré a la Lucía real, que estaba sentada a mi lado, pero ella no me miró. Tenía la vista clavada en el televisor.

En la pantalla, mientras tanto, las imágenes del sometimiento de mi esposa continuaban.

  • ¿Estás casada, verdad, zorrita?
  • Sí...

Por toda respuesta Luis la dió un azote que se la cámara recogió con claridad. Cinco marcas rojas de dedos empezaban a perfilarse en su nalga izquierda.

  • Cuando te dirijas a mí, lo harás llamándome Amo. ¿Entendido?
  • Sí, Amo.
  • Muy bien. ¿Tu marido nunca te ha follado el culo?
  • No, Amo.
  • No sabe lo que se pierde. Bueno, si se porta bien, le dejaremos hacerlo más adelante. Eso sí, cuando lo haya catado toda la oficina – el nuevo dueño de mi mujer rió con ganas. Después le hizo una seña a la otra mujer – Esther, llévatela al baño y adecéntala. Afeítala del todo.

Esther cogió a mi mujer del brazo y se la llevó de allí. Se las vió desaparecer a las dos por una puerta que daba a una habitación contigua, presumiblemente un baño. Estuvieron allí un rato. La cámara no recogía las imágenes pero se oían ruidos, órdenes cortantes por parte de la mujer rubia y algunas quejas de Lucía. Finalmente volvieron a aparecer las dos. Mi mujer seguía desnuda, pero ahora tenía el coño totalmente afeitado. No me extrañó no haberme dado cuenta antes, porque no me había dejado acercarme a ella en una semana.

  • Eso está mucho mejor. Ahora vamos a hacerte un test de "aptitudes", zorra. Ponte de rodillas y hazme una buena mamada. Y no quiero nada de remilgos: métetela hasta el fondo.

Lucía estaba ya completamente entregada. No musitó ni una queja, ni hizo una pregunta; sólo vaciló unos segundos antes de arrodillarse frente a su jefe y empezar a desabrocharle el cinturón. Le bajó los pantalones hasta los tobillos. Al realizar la misma operación con los boxers, dejó ver un pene en erección que medía al menos 20 centímetros, y era mucho más ancho que el mío. Mi mujer empezó a besar y lamer el húmedo glande. Mis sensaciones al ver a mi esposa comiéndole la polla a otro hombre eran contradictorias; por un lado me sentía furioso y humillado, pero por otro más excitado de lo que me había encontrado en años.

Lucía seguía chupando aquella polla enorme ante la cámara. Intentaba meterse la mayor parte posible de aquel trozo de carne en la boca, pero a su jefe no le parecía suficiente. Con frecuencia la agarraba de la cabeza y la obligaba a introducírsela a mucha más profundidad, lo que la causaba arcadas y una lógica sensación de ahogo. Cuando parecía que mi mujer no podía aguantar más, la soltaba para que pudiera descansar un momento, y después volvía a empezar.

Esa situación siguió un buen rato. Poco a poco, a mi mujer cada vez la iba costando menos aguantar con la polla de Luis totalmente metida en su boca. Hacía menos aspavientos y no gesticulaba tanto. Al final simplemente esperaba con sumisión cada vez a que su Amo la permitiera retirar la cabeza.

Cuando vio que la tenía "domesticada", el tal Luis decidió cambiar de posición. La hizo ponerse de espaldas a él, con las manos sobre el asiento de la silla y las piernas abiertas. En aquella posición estaba completamente abierta. Aunque estaba casi de perfil a la cámara, se veía con claridad su coñito brillante por su excitación y abierto de par en par. Su jefe no la hizo esperar demasiado y la penetró con fuerza. Mi mujer no estaba acostumbrada a semejante grosor, y a pesar de que obviamente estaba muy mojada, la costó recibir aquella polla. Se quejaba y decía que la hacía daño, pero su jefe la dió dos buenos azotes por toda respuesta, y siguió empujando.

  • ¿Cómo te atreves a quejarte? Deberías darme las gracias por estar follándote con una polla de verdad, zorra. Pide perdón ahora mismo.
  • Lo... lo siento, Amo – respondió ella con los ojos húmedos por el dolor. Sentía un placer desconocido viéndola en tal estado de sumisión.
  • Pídeme por favor que te folle.
  • P...por favor, Amo, fóllame. Siento haber sido tan maleducada...
  • Eso está mejor.

Luis acabó de meterla y empezó a bombear. No mostraba mucha consideración con ella, pero aún así al cabo de un rato cambió la expresión de dolor de su cara y empezó a convertirse en una de placer. Al poco tiempo, no podía evitar que se le escaparan los gemidos, que fueron subiendo de tono hasta casi convertirse en gritos. El ruido que hacían las piernas de su Amo al chocar contra sus nalgas, y los azotes que la propinaba de vez en cuando, eran los dos únicos sonidos que se escuchaban aparte de los de mi esposa.

La escena continuó durante varios minutos, tiempo durante el cual Lucía alcanzó un sonoro orgasmo. Después, Luis se salió de dentro de ella, y de una patada la retiró la silla, con lo que mi mujer cayó a cuatro patas sobre el suelo de moqueta de la oficina.

  • Esther, ven aquí – la otra mujer, que se había mantenido al margen durante toda la función, se acercó a donde estaban los otros dos – Quítate la falda y las bragas. Esta putita te va a comer el coño.

Mi mujer abrió mucho los ojos.

  • Pero yo... – balbuceó - ... lo siento, Amo, pero no soy lesbiana...

Su jefe lanzó una carcajada.

  • ¿Crees que Esther lo era cuando empezó a trabajar aquí? A mí no me importa si te gusta comerle el coño a otras zorras o no. Si yo digo que lo hagas, lo haces.
  • No, por favor... haré lo que sea, pero eso no...

Luis golpeó el culo con fuerza. Aquella posición dejaba su culo a disposición de su enfadado Amo.

  • ¡Basta de gilipolleces! O empiezas a lamer ese coño ahora mismo, o ya puedes vestirte y largarte ahora mismo. Olvídate del trabajo, el sueldo por pocas horas y sobre todo de ser follada como te acabo de follar, puta. Vuelve con tu maridito a tu vida de mujer casada e insatisfecha. ¿Es eso lo que quieres?
  • N.. No, Amo – la voz de Lucía sonaba resignada.
  • Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
  • Sí, Amo.

Esther se sentó en el borde de la silla, se quitó la falda y el tanga y abrió bien las piernas frente a la cara de mi mujer. Lucía se planto frente a aquel coño y, con expresión de repugnancia pero con decisión, enterró la cabeza entre las piernas de Esther. Ésta la agarró la cabeza con las manos y la fue guiando, mientras la daba instrucciones sobre cómo hacerlo. Al fin y al cabo, era la primera vez que le practicaba sexo oral a otra mujer, que yo supiera.

  • ¿Ves como no ha sido tan difícil, zorrita? En el fondo todas las mujeres sois tortilleras...

En un momento estaba detrás de mi mujer, penetrándola de nuevo con su polla, que no había perdido ni pizca de la erección. Era impresionante ver el precioso cuerpo de Lucía, completamente desnudo, a cuatro patas entre aquellos dos, una sometiéndola con las manos, el otro ensartándola en su enorme pene.

Pasaron bastante tiempo en aquella posición. Mi mujer parecía que le había perdido el asco a lo que estaba haciendo y cada vez se aplicaba con más entusiasmo a ello. El tener la boca ocupada ahogaba sus gemidos de placer, que no obstante eran evidentes a medida que pasaba el tiempo. El otro tipo tenía un aguante impresionante, yo me habría corrido mucho antes en aquella situación.

Esther llegó al orgasmo aprisionando la cabeza de Lucía entre sus muslos. Ésta se dedicó a lamer sus flujos vaginales mientras esperaba a que Luis se corriera. No tuvo que esperar mucho, porque poco después su nuevo jefe tuvo un impresionante orgasmo dentro de ella. Sacó la polla de su coño, rebosante de semen, y obligó a mi mujer a limpiarlo con la lengua, cosa que ella hizo muy agusto.

  • Bueno, creo que ya está bien por un día – dijo Luis mientras empezaba a vestirse de nuevo -. Ya te romperemos ese culo tan bonito mañana. Felicidades, estás contratada. A partir de ahora me perteneces. Eres mi puta y mi esclava personal, follarás conmigo y con quien yo te diga que folles. No quiero ni una negativa, ni una queja; tu trabajo consiste en hacer todo lo que yo te diga, y con rapidez. En la empresa hay otras en la misma situación que tú; esta es Esther, pero ya irás conociendo más.

Mi mujer asentía mientras se ponía la ropa.

  • ¡Oh! Otra cosa más. Tu marido tiene que comprender que ya no eres suya, que me perteneces por completo. Si colabora y hace todo lo que yo le pida, podrá seguir follando contigo, cuando yo no te necesite. De momento te prohíbo que vuelvas a tener relaciones sexuales con él hasta nuevo aviso. Y eso es todo; ya sabes a qué hora tienes que estar aquí mañana.

La última parte del vídeo mostraba como los tres se vestían y cómo mi mujer salía del despacho. Después la cinta acababa.

Yo no sabía que hacer ni que decir. Ardía en deseos de gritarla, de lastimarla incluso, de castigarla por lo que me había hecho. Sin embargo, no podía evitar pensar que se me había abierto un mundo con el que hasta entonces sólo podía fantasear. Lo cierto es que quería hacerle a Lucía todo lo que le había visto a Luis hacer en el vídeo, y también deseaba volver a ver cómo se la follaban otros hombres.

Los dos permanecimos en silencio, mirándonos. Al final fue ella la que habló primero:

  • No sabes cuánto siento haberte hecho daño, Alberto. Si quieres que nos divorciemos, lo entiendo. No voy a pedir nada para mí, ahora tengo un sueldo. Pero no me pidas que deje lo que estoy haciendo. No podría. Me encanta, mi vida era gris y aburrida hasta que entré en aquel despacho, y ni siquiera era consciente de ello. Si sigues conmigo, si haces todo lo que ordene mi Amo, estoy seguro de que también puede hacer que tu vida sea maravillosa.

No sabía que hacer. No quería ser un cornudo, pero tampoco quería renunciar a Lucía.

  • Está bien – dije finalmente, consciente de que acababa de tomar una decisión que marcaría no sólo nuesta relación, sino nuestra forma de vida. Ella sonrió mucho y me besó.
  • Sabía que aceptarías. El amo me permitió masturbarte hoy si aceptabas seguir adelante con esto, pero no puedes tocarme. ¿De acuerdo?
  • Qué remedio.

Lucía se quitó la ropa lentamente delante de mí. Verla desnuda y no poder tocarla era una tortura. Se arrodilló frente a mí y me desnudó. Después cogió mi polla, totalmente erecta, y comenzó a pajearme con una mano mientras con la otra me acariciaba y me estrujaba los testículos. Yo no aguanté mucho después de la excitación de aquel día, y pronto descargué una monumental corrida en su cara y en sus tetas, que ella recogió golosamente con la lengua hasta quedar bien limpia.

Después de aquello nos fuimos a la cama. Ella se durmió enseguida; yo me quedé un rato dando vueltas en la cama, preguntándome qué era lo que me deparaba el futuro.

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