El jefe apaga mi fuego
Cómo una jornada de trabajo terminó en una noche de pasión con mi jefe
La historia que os voy a contar me sucedió la noche de reyes, al final de la jornada de trabajo. Es una historia real, salvo en un pequeño detalle que he omitido porque creo que le resta morbo. No lo desvelaré a ver si sois capaces de averiguarlo. Es mi primer relato, y posiblemente el último ya que no tengo la suficiente imaginación para inventarme historias ni la suficiente prosa para hacer de mis experiencias sexuales relatos morbosos. Pero esta experiencia me excita muchísimo cada vez que la recuerdo por lo mucho que disfruté. Tanto es así que me decidí a escribirla y ya de paso a compartirla con más gente. Os estaría muy agradecida si me comentarais bien en esta página o bien en mi correo, ya sea sobre el relato en sí o si os interesa aclarar algún detalle o lo que queráis. Gracias
Me llamo Silvia ( no es mi nombre real ), tengo 19 años y trabajo de camarera en un pequeño pub en la provincia de Madrid. Normalmente los clientes andan entre los 30-45 años, ya que la gente joven prefiere ir a Madrid capital o a locales en los que la fiesta no termine a las 3 como aquí
Aunque no soy la típica chica de cuerpo 10 estoy bastante conforme con mi cuerpo, de medidas 100-65-90 aproximadamente. Mido 1,72m, lo que no está mal para una chica y tengo un pecho prominente que suele llamar la atención de los clientes, en especial a partir de la segunda o tercera copa. Como siempre me vestí de manera sugerente, más por exigencia de mi trabajo que por deseo propio. Llevaba un pantalón cortito vaquero, medias transparentes y botas marrón claro con flecos. Arriba una camisetita azul clarito. atada con tiritas en la espalda y el cuello. Es decir, un top que dejan la espalda totalmente al aire así como la tripa
Mi jefe es un señor de 44 años, soltero, atractivo, aunque tampoco se puede decir que destaque especialmente. No es feo, ni tiene mal cuerpo para su edad. Pero jamás me he sentido atraída por los hombres mucho mayores que yo. Además en el trabajo había tenido cientos de propuestas de hombres mucho más interesantes que él, pero a mí me gustan los chicos de mi edad más o menos y jamás había sentido el más mínimo morbo por los hombres maduros. Los consideraba lo que se suelen llamar viejos verdes. Y mi jefe era eso, mi jefe. Un buen jefe, nunca una mala palabra hacia mí ni ninguna bronca. Pero sólo era mi jefe, ni siquiera lo consideraba mi amigo
Mi jefe como siempre se pasó la jornada dando vueltas por el local comprobando que todo transcurría con normalidad, tanto a un lado como a otro de la barra, hablando con los clientes más habituales, cambiando canciones cuando lo consideraba oportuno y saliendo a la calle a fumar. No había nada de especial en él ni ningún comportamiento fuera de lo común que hiciera sospechar lo que sucedería después
Sin embargo yo aquella noche de reyes sentía algo diferente en mí. Una leve, muy leve, sensación interior que me hacía sentir deseosa de excitarme. De que me excitaran. De tener una noche loca. Era una sensación tenue, pero estaba ahí y yo no era ajena a ella. No obstante aquella noche tuve un par de propuestas indecentes por parte de los clientes del tipo "luego te llevo a casa", "te vienes a mi coche" o similares. Y es que mi intención era únicamente irme a casa a dormir tras cerrar el local, como cada noche, y al día siguiente levantarme como si nada.
Pero por fin llegaron las 3 de la madrugada. Hora del cierre. Esa noche mi jefe y yo cerrábamos. Mi otra compañera podía irse antes ya que me tocaba a mí recoger y limpiar el local mientras el jefe hacía caja. Y fue cuando mi compañera abandonó el local cuando mi excitación subió de golpe. Ahora sí que no había duda: estaba deseosa de una noche loca, de una noche de pasión sin fin. Pero aún así sabía que sería imposible. Era demasiado tarde para ir de fiesta y mi jefe era alguien imposible, y en especial alguien que no me atraía lo más mínimo. Jamás estaría con un hombre de la edad de mi tío. Pero esto es algo que ya no puedo decirlo nunca más
Yo seguía recogiendo y limpiando vasos, barriendo, fregando el suelo etc... y la excitación crecía en mi interior. No había probado ni una gota de alcohol en toda la noche, ni mucho menos había probado otras sustancias, pero había algo extraño dentro de mí que aumentaba mi apetito sexual. Y conforme pasaban los minutos me rondaba un pensamiento en la cabeza: el único hombre que vería antes de dormir era mi jefe. Si quería una noche loca tendría que ser con él ya que en breve estaría en mi casa, con mis padres de acompañantes en otra habitación. Y puestos a tener una noche loca, ¿qué mejor locura puede haber que una noche de pasión con mi jefe, maduro, en el centro de trabajo?
Me fui al baño, me miré en el espejo. En apenas 3 minutos me arreglé el pelo y me retoqué el maquillaje de los ojos y labios, lo justo para dejarlo en buen estado pero sin que se note que está recién arreglado. Me recoloqué el pecho en el sujetador y el top. Comprobé que las medias estaban en perfecto estado. Me desabroché el pantalón y lo volví a abrochar unos milímetros más abajo, lo suficiente para asomar ligeramente por el costado derecho el hilo del tanga. No mucho para que pareciese improvisado pero lo suficiente para que se pudiera imaginar cómo era el resto de la prenda. Tras una noche de trabajo no estaba en el mejor momento, pero tampoco podía hacer mucho más en 3 minutos y con los útiles disponibles en el bolso. Me volví a mirar. Me veía guapa, sexy. Tapada únicamente por un pantalon corto y un top. Mis muslos, mi tripa, mi cintura, mi espalda y parte de mi pecho eran visibles para cualquiera
Salí del baño y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Estaba nerviosa, lo cual hacía aumentar mi excitación cada vez más. Mi jefe, que hasta esa noche no era más que un señor como otro cualquiera, se había convertido en objeto de deseo, en mi fantasía sexual. Y era el momento. Eran cerca de las 4 y mi jefe no podía tardar en terminar la caja. De hecho una noche normal ya habría terminado. Atenazada por los nervios me quedé en mitad del local, inmóvil, con la punta de los dedos dentro de los bolsillos de mi pantalón. Miré al suelo durante 7 u 8 interminables minutos sin poder moverme. Era tal mi estado de nervios que apenas sentía la excitación que me acompañó toda la noche. Hasta que por fin salió
"Silvia..." dijo. Evidentemente no esperaba verme ahí parada, sin el bolso y sin el abrigo lista para irme. Estaba a punto de desmayarme. Finalmente me atreví a levantar la cabeza muy despacio. Me estaba mirando. Nos miramos durante apenas 4 ó 5 segundos en los que yo pensaba "hazlo, hazlo, hazlo" hasta que empezó a andar hacia mí. Yo caminé hacia él y en apenas dos pasos estábamos a apenas centímetros. Volví a bajar la cabeza, presa de los nervios y de la vergüenza. Pero enseguida noté sus dos manos cogiéndome por la cintura. Volví a sentir un escalofrío, pero esta vez para llevarse de golpe mis nervios y dejar otra vez al descubierto mi deseo de pasión, sexo y desenfreno. "Ya está", pensé. Levanté la cabeza y le miré. "Silvia..." volvió a decir. Y me besó.
Sus labios eran tiernos, dulces, ardientes. Su lengua se introducía en mi boca mientras sus manos acariciaban mi cintura y mi espalda desnudas. Las deslizaba despacio por mi espalda para volverlas a bajar suavemente hasta mi cintura. Varias veces, sin dejar de besarme. Luego noté cómo mientras su mano derecha seguía acariciándome la espalda su mano izquiera jugaba con el hilo del tanga que asomé en mi costado derecho. Parecía haber sido un éxito, y no quiso tardar en descubrir cómo era el resto de la prenda. Así que su mano derecha bajó lentamente por mi espalda hasta el pantalón. La introdujo dentro de éste y me acarició el culo durante varios minutos, momento en el cual para facilitarle el trabajo acerté a sacar las manos de los bolsillos para acariciarle el pelo
Pareció gustarle ese gesto, y me apretó fuertemente contra él. Sus labios y su lengua empezaron a moverse más deprisa. Nuestras respiraciones se aceleraban mientras seguíamos pecho contra pecho y besándonos sin parar. Entonces me desabrochó el pantalón, bajó la cremallera y cayó al suelo. Me agarraba fuertemente el culo ya sin impedimento mientras me besaba por el cuello sin parar. Cada vez estaba más excitada. Me sentía en una nube, en un sueño que no deseaba que terminara jamás. Desató las tiras de mi camiseta y cayó al suelo junto con mi pantalón. En ese momento me soltó, dio un paso hacia atrás y me miró de arriba abajo. Yo ya sólo llevaba las botas, las medias un sujetador y un tanguita que apenas dejaba a la imaginación. Me dijo "Eres preciosa". Sonreí y sin tiempo a responder volvió a acariciarme y besarme sin parar.
Tras unos minutos finalmente decidió pasar a la acción, si es que esto no había sucedido ya. Me cogió en brazos, con mis piernas rodeando su cintura, y sin dejar de besarme me desabrochó el sujetador y me llevó a la barra. Me tumbó sobre ella y terminó de quitarme el sujetador. Se tumbó sobre mí y agarró mis pechos con ambas manos para empezar a lamerlos con desesperación. Yo empecé a gemir de pasión mientras su lengua se movía por mis pezones. Los agarraba con los labios y tiraba de ellos. Nunca había sentido tanta excitación cuando un chico jugaba con mi pecho. Estaba disfrutando como una perra. Entonces su cabeza bajó y mientras me besaba la tripa y el ombligo me quitó las botas y las medias.
"Silvia, eres preciosa" me decía, mientras acariciaba mis muslos y observaba mi cuerpo, ya sólo tapado por el tanga que elegí esa noche. Acto seguido mientras acariciaba el exterior de mis muslos me empezó a besar el interior de estos. Sus labios subían por mis piernas y yo cada vez sentía más placer a medida que se acercaba a la meta. Entonces se puso de rodillas. Pasó los brazos por delante de mis muslos y tiró fuertemente de ellos hasta que mis piernas estaban sobre sus hombros. Me quitó el tanguita, mi última prenda. Ahora sí. Estaba desnuda a merced de mi jefe. En sus manos. A merced de un hombre maduro que podía hacer conmigo lo que quisiera. Porque podía hacerlo y porque yo se lo permitiría
Ahora mi vagina estaba a escasos centímetros de su cabeza. De su boca. De su lengua. Era evidente lo que iba a pasar y volví a sentir una excitación brutal por mi cuerpo, sólo de imaginarme lo que venía. Entonces por fin introdujo su lengua en mi vagina. Yo gemía sin parar, jamás había sentido tanto placer en tan poco tiempo. Su lengua se movía por mi clítorix de manera salvaje, sin freno, y yo balanceaba mi torso de izquierda a derecha, gritando de placer. Él se excitaba más y más a medida que veía que yo disfrutaba y seguía metiendo su boca lo más dentro posible de mi clítorix. Yo no podía dejar de moverme, el torso, los brazos... de un lado para otro. Hasta que con un largo y pronunciado gemido le dije que me había corrido. Esa fue la primera vez que me corrí sin penetración, pero sin duda alguna ese había sido el mejor orgasmo de mi vida
Y no sería el último de la noche. Entonces se tumbó nuevamente sobre mí, procurando que su pene coincidiera con mi vagina. Él estaba vestido, pero al yo estar desnuda podía notar perfectamente el contacto. Continuó besándome en los labios, en el cuello, en el pecho... mientras frotaba su pene contra mi vagina y con sus manos acariciaba mis costados y mi pecho. Yo volvía a gemir mientras levantaba el culo hacia arriba lo que podía para aumentar el contacto. Estaba nuevamente excitadísima y gimiendo sin parar. Él lo sabía e introducía uno de sus dedos en mi boca, que yo lamía con desesperación. Seguía gimiendo a medida que frotaba su pene erecto hasta que volví a correrme, acompañando de un gemido final delatador. Me miró sonriendo. Le devolví el gesto como pude pues estaba sin fuerzas y me besó. Un beso tierno, dulce. En un momento inolvidable
Entonces para mi sorpresa se levantó y bajó de la barra. Yo seguía tumbada boca arriba. Me acercó al borde y me cogió en brazos, sujetando mi torso con un brazo y mis piernas con otro. Me volvió a besar mientras me llevaba a la oficina. No es una oficina como la que se imagina uno de primeras. Es un pub. Y sólo hay una mesa con 2 ó 3 facturas y un ordenador, una silla de oficina y una caja fuerte. Pero también hay un viejo, muy viejo sofá de 2 plazas, pequeño, que era nuestro destino. Se sentó en él y me colocó sobre él según estaba. Tumbada boca arriba, desnuda. Nuevamente comenzó a besarme aceleradamente, en los labios y cuello, mientras su mano izquierda sujetaba y acariciaba mi espalda y la derecha recorría mis piernas, muslos, tripa, pecho y cualquier otra parte que le apeteciese acariciar. En este caso empezó a jugar con uno de mis pechos. Lo acariciaba suavemente alrededor del pezón. Yo me convulsionaba de placer, lo que parecía excitarle aún más. Entonces bajó su boca por mi cuello hasta que llegó al pecho. Lamió nuevamente mis pezones apasionadamente. Yo volvía a estar excitada, pero tenía una preocupación en mente. ¿La cámara de la oficina estaba grabando? ¿Podía alguien estar viéndonos en ese momento, o hacerlo más adelante? Esta preocupación hacía que aunque excitada esta vez no gimiese como antes. Sólo mi acelerada y marcada respiración delataba mi estado. Pero él se encargó rápidamente de olvidarme de mi preocupación. Mientras seguía lamiendo mis pezones su mano derecha bajó por mi pecho, mi costado, pasó a mi tripa. Jugó con mi ombligo unos segundos y llegó a mi pubis. Un leve gemido por mi parte cuando rozó mis labios inferiores dejó claro que desde ese momento olvidaba mis preocupaciones. Siguió besándome el pecho mientras acariciaba el exterior de mi vagina. Yo me convulsionaba y gemía levemente, seguramente consciente de que debía de guardar fuerzas para lo que venía. Despacio empezó a introducir los dedos en mi vagina. Yo gemía cada vez más fuerte. Su lengua no dejaba de moverse en mis pezones y su mano se movía en mi clítorix cada vez más y más rápido. No podía dejar de convulsionarme. Me movía a un lado, a otro. Sólo su mano izquierda rodeando mi espalda impedía que no me fuese al suelo. Levantaba mi tronco continuamente y sentía más placer dentro de mí. Una cadena de gemidos por mi parte junto con dos o tres movimientos más bruscos precedieron a mi ya conocido gemido que indicaba un nuevo orgasmo. Y aunque noté que frenó su mano dentro de mí yo cerré fuertemente mis piernas y moví mi cadera arriba y abajo, queriéndole indicar que quería que siguiese, que quería más. Él lo entendió perfectamente, y así continuamos durante largos ( aunque no me parecieron tantos ) minutos durante los que me corrí tres o cuatro veces más. Jamás me había sentido tan excitada. Tan plena. Tan feliz. Estaba teniendo posiblemente los mejores minutos de mi vida, y yo era plenamente consciente de ello.
Y tras unos segundos de descanso, se levantó. Me recolocó en el sofá, tumbada boca arriba con los muslos en el reposabrazos. se bajó los pantalones y los calzoncillos y dejó al descubierto su pene, totalmente erecto y chorreando de ese líquido que le sale a los hombres cuando se excitan. No es que fuera algo enorme, era como cualquier otro, pero no me importaba. Sabía que me iba a dar gran placer en cuanto me lo introdujese, cosa que no tardó en ocurrir. Se tumbó sobre mí e introdujo su pene en mi vagina. Los dos suspiramos como de alivio. "Por fin", parecimos decir. Empezó a mover su pene dentro de mí con fuerza, dentro fuera dentro fuera. Me besaba la boca con pasión, pero yo le tenía que retirar porque me ahogaba. Entonces besaba mi cuello y mis pezones. Yo gemía como una perra, sin parar. Llevaba así desde hacía más de una hora y quería que fuesen muchas más. Él seguía cabalgando sobre mí sin descanso, estaba excitadísimo, aunque dudo que más que yo. Su ropa estaba empapada de sudor. Habría preferido que se la quitara, pero a esas alturas yo ya no tenía fuerzas para hacerlo. Había estado en todo momento entregada a él y a lo que quisiera hacer, y no iba a cambiarlo ahora. Me corrí otras dos veces, pero él parecía incómodo. No llegaba a correrse. Tal vez por lo incómodo del sofá o porque yo no hacía lo suficiente. Y es que lo único que yo hacía era dejarme llevar. Tras sentir un tercer orgasmo se paró. Todo había terminado... o no
Se volvió a incorporar y me cogió en brazos. Pese a lo incómodo de la situación, cargando con mi cuerpo y con los pantalones por la rodilla, dio los dos pasos necesarios para llegar hasta la mesa. Me sentó al borde de ésta y mientras él permanecía de pie me siguió besando y acariciando fuertemente los pechos con las dos manos. Los apretaba con más rabia que nunca, seguramente porque era el momento que más excitado estaba. Yo gemia sin poder evitarlo. Tras unos minutos de besos y mordiscos por mi boca, cuello y pecho me volví a plantear lo de la cámara. Pero como si me leyera el pensamiento me empujó violentamente hacia atrás. Yo caí tumbada sobre la mesa. Tiró de mis piernas ligeramente hacia fuera y tal cual él estaba, de pie, volvió a penetrarme. Se le notaba más excitado que antes. Esta postura le resultaba mucho más confortable que el sofá. Y aunque reconozco que yo sentía más placer antes, también disfrutaba como una perra, como la perra que me sentía en ese momento. Me cogió de las caderas para mover mi cuerpo hacia delante y hacia atrás, acompañando sus movimientos de detro y fuera, lo que hizo que yo sintiera ya más placer, como antes. Gemíamos los dos sin parar. Ya no cabía la menor duda, estaba a punto de correrse por fin, cosa que yo ya había hecho varias veces y estaba deseando que él sintiera. Porque aunque eso supondría el fin a mi noche de placer, la que ya era la mejor noche de mi vida, sentía que él se merecía ese premio por todo el placer que me había hecho sentir. Y así en apenas dos minutos más los dos gemimos fuertemente varias veces, nos convulsionamos de arriba a abajo y noté cómo mi vagina se llenaba de su semen. Su cara reflejaba el enorme placer que estaba sintiendo. La mía, imagino, también. Yo le miraba ahí de pie, sin fuerzas para mantenerse apenas y para moverse de dentro a fuera como hasta ahora. Hasta que paró del todo gemí varias veces más, como colofón a la noche más excitante de mi vida. Era consciente de que todo había terminado. Y aunque deseaba que eso no ocurriese nunca, estaba más que satisfecha.
Me llevó nuevamente en brazos al sofá y me sentó sobre sus rodillas. Me abrazó fuertemente y permanecimos así durante 10 minutos. Yo seguía convulsionándome mientras recordaba todo lo que me había sucedido en los momentos anteriores. Me excitaba únicamente de pensarlo, aunque procuraba que se notase lo menos posible. Había disfrutado como una perra. Había tenido la mejor noche de mi vida. Una noche que jamás había tenido, pese a que ya había pasado noches de locura con chicos, generalmente tras grandes ingestas de alcohol. Pero esta vez había sido plenamente consciente de mis emociones y de mis sensaciones. Y eso había multiplicado el placer en mi cuerpo
Al fin nos levantamos, recogí mi ropa, esparcida por el local y todavía temblorosa me vestí. Recogí mi abrigo y mi bolso y sin decirnos una palabra cerramos el local y nos fuimos. De camino a casa, ya más relajada, una duda no se me quitaba de la cabeza: ya era 6 de enero, jueves, el viernes 7 volvíamos a abrir y a trabajar. Entonces, ¿qué pasaría en el próximo día de trabajo?