El Jardinero Maduro y la Nena de Papá

El dicho popular reza: "los polos opuestos se atraen", aunque es poco probable que quienes acuñan dicha expresión se refieran a personas tan antagónicas como Mini y Gustavo: -una niña rica de ciudad y un hombre de pueblo trabajador. - una belleza menuda y presumida y un tipo fornido y humilde...

En el litoral de la península ibérica existe un pequeño pueblo llamado Miramar.

Se trata de un destino turístico que huye de la masificación y del veraneo de borrachera imperante en otras villas de la costa mediterránea, pues sus visitantes pagan precios más altos a cambio de una mayor  tranquilidad.

No siempre fue así. Cuando Gustavo era joven, la boyante economía del municipio bebía, sobre todo, de la central nuclear que hay a pocos quilómetros. Tanto es así que muchos de quienes estudiaron con él se formaron para ser ingenieros o para terminar empleados en la planta, de una forma u otra.

Gus nunca fue un buen alumno. Jamás tuvo cabeza para según qué menesteres y, a día de hoy, aún y sufre de alergia por las cosas demasiado complicadas. Siempre se le ha dado bien trabajar con las manos. Se gana la vida haciendo de pintor y de jardinero. Hasta se atreve con la fontanería en no pocas ocasiones.

Un pudiente propietario de la zona lo tiene contratado para que se ocupe del mantenimiento de los chalets que tiene a primera línea de mar, a las afueras de la población. Mayo suele ser su mes más atareado, pero también tiene trabajo en plena temporada.

Echando la vista atrás, el asalariado se percata de que apenas ha terminado con la mitad de la hilera de setos que tiene que podar.

“Con la sierra eléctrica ya hubiera terminado”

Don Ramiro no quiere que se moleste a sus huéspedes con el ruido de semejante artilugio. Además, en el centro del jardín de aquella ostentosa vivienda habitan unos árboles exóticos que requieren de una gran delicadeza a la hora de darles forma.

Gustavo ha cumplido ya los cuarenta y ocho. Es un tipo de gustos sencillos que nunca se enfada y que acepta de buen grado tanto las penurias como los alicientes que le da la vida.

Lleva veinte años con su mujer, con quien tiene un par de hijos. Su matrimonio perdió la chispa, hace tiempo, pero ello no supone una gran contrariedad para aquella afable familia tradicional.

Peina algunas canas, aunque la calvicie no se ha cebado con él. Tanto sus manos como su rostro se ven bastante curtidos. Se trata de un hombre corpulento que se acerca al metro noventa. Pese a su notable envergadura, a Gus nunca le han sobrado demasiados kilos. Si bien come mucho, suele quemar gran cantidad de calorías con sus quehaceres cotidianos.

“No debería, pero... Voy a sacarme la camiseta. Que le den a Ramiro”

Su jefe le remarcó que tenía que guardar la compostura cuando estuviera en horas de trabajo. No le obliga a usar uniforme, pero no le haría ninguna gracia ver cómo su empleado se despechuga.

El caso es que, a pesar de que Gustavo ha madrugado, pasadas las nueve de la mañana el sol estival empieza a hacerse notar.

La casa cuyo jardín le mantiene ocupado lleva unos días vacía, sin embargo, el chalet colindante hace rato que destila actividad. Se escuchan voces vivaces y risueñas, y algún que otro chapuzón.

El jardinero todavía no se ha subido a la escalera desde que ha escuchado las primeras risas, pero puede intuir que la edad de quienes juegan al otro lado de aquellas tuyas perfiladas es corta.

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-Niñas-   dice una mujer a cierta distancia   -Papá ya se ha despertado. Nos vamos a la playa en cinco minutos-

-No0h. Yo prefiero quedarme aquí-   se escucha desde el extremo opuesto del recinto.

-¿Qué dices, tonta?-   responde una segunda voz juvenil   -No hemos venido hasta aquí para quedarnos en casa-

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Más allá de los setos, Gustavo sigue articulando sus aparatosas tijeras de poda. Lleva unos minutos postergando el uso de la escalera en pro de una mayor discreción, pero su curiosidad empieza a ganar terreno.

Mostrándose ajeno a la discusión que se ha desatado sobre el césped vecino, el empleado de don Ramiro se encarama sobre el último y más ancho de los escalones para recortar la parte superior de esos arbustos que con tanta sobriedad delimitan las distintas propiedades de aquella ancha calle descendiente.

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CARLA:  Pues yo no voy, mamá. Me quedo aquí.

ESTER :   Haz lo que quieras. No voy a discutir, pero el nene se viene con nosotros.

LARA :    Vamos, Mini. ¿Te vas a quedar aquí sola?

CARLA:  Me pondré morena escuchando música.

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Antes de que la madre de las niñas pise la hierba que rodea la piscina, Gustavo se afana en volver a poner los pies en el suelo. Pese a que los rayos de ese sol mañaneros han intentado censurar sus disimulados vistazos furtivos, ha distinguido a un par de jovencitas y a un nene de unos cinco.

“Parece que la tal Mini va a quedarse sola.

Si su madre se percata de que estoy aquí

puede que se violente mucho”

La asistencia del jardinero está plenamente justificada, pero cualquier mujer se preocuparía si su hijita se quedara sola, en bikini, tomando el sol a la vista de un hombre desconocido.

“Será mejor que me ponga la camiseta.

Alguna de las nenas puede haberme visto.

Si se lo cuenta a su madre y...”

Gus, ya vestido, decide hacer un pequeño descanso y se sienta cobijado por una preciada sombra para consultar su móvil. Su mujer le ha preparado un bocadillo, pero aún no tiene hambre.

“Esperaré a que los padres se vayan

para continuar con mi labor.

No quiero incomodarles”

Completamente huérfano de malas intenciones, ese tipo solo intenta que nadie se moleste. Es un buen ciudadano: diplomático, comedido, decente… Aunque no puede negar que esa situación le resulta muy sugestiva a la vez que incómoda.

“Jamás debería haber tensión sexual

entre una niña y un hombre de mi edad,

pero, a veces, se dan circunstancias atípicas y...

Todo sería más fácil si la familia se

quedara unos minutos más con ella”

Gustavo relativiza las connotaciones de la escena que se avecina. A pesar de que los motivos de su presencia son laborales, sabe que se sentirá intrusivo en cuanto vuelva a asomarse para recortar la parte superior de los setos.

“Lo dejaría para otro rato, pero los nuevos

inquilinos vendrán hacia la hora de comer”

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LARA :    Dice mamá que si seguro que no vienes.

CARLA:  Que noo0h. Paso de vosotros. Mejor sola que mal acompañada.

LARA :    Bueno. Que te den. Aquí te quedas.

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Con una mirada vacía fijada en una pared, el rostro de Gus permanece congelado mientras este agudiza su oído. No tarda en escuchar el portazo que señala la partida de esos turistas.

“Vamos. Manos a la obra”

Se incorpora y repasa, un poco, el último tramo lateral antes de volver a subirse a la escalera. Hace más ruido del necesario, pues, de algún modo, cree pertinente que la niña que hay al otro lado se percate de su existencia antes del primer contacto visual.

“Joder. No debería sentirme tan cortado.

Pero, ¿y si se pone a hacer topless?

Será mejor que me anticipe a eso”

Al fin, se asoma de nuevo. Para su alivio, la chica está nadando en las aguas de aquella piscina redondeada de tamaño medio. Después de suspirar hondamente, Gustavo retoma sus tareas con toda naturalidad.

“Ya está. No era tan difícil.

Ahora ya sabe que estoy aquí”

Carla acaba de advertir la figura de ese fornido jardinero sobrepasando la línea de los setos que limitan el jardín. Ya lo había visto antes, fugazmente, pero, en plena discusión familiar, no le había prestado demasiada atención.

No parecía importar que hubiera un hombre trabajando cerca de ella cuando se encontraba acompañada, pero, ahora que está sola, aquella presencia masculina adquiere una dimensión completamente distinta; más amenazadora e intimidante.

Esa muchacha está atravesando el tramo más convulso de su adolescencia. Su encanto virginal y su precoz sexualidad se han visto magnificados por una sobreexposición que, a través de las redes, le pide más y más desinhibición a cambio de una popularidad casi estratosférica. En el otro lado de la balanza están unos padres que siguen tratándola como a una niña, y una hermana mayor que siempre la ha mirado por encima del hombro.

Sus inseguridades y su confianza se baten en un arduo duelo confuso y necesitado de un árbitro que dictamine al vencedor; algo más real que los comentarios y los likes que se esconden detrás de la pequeña pantalla.

Carla está un poco harta, ya, de vivir en una burbuja virtual y del postureo que la envuelve; de apoyarse en la devoción calenturienta de sus seguidores sin haber tenido sexo jamás. Le revienta que su hermana la considere una analfabeta por el simple hecho de ser virgen mientras que ella, fregando la mayoría de edad, ya ha consumado con un puñado de chicos.

Aquella menuda bañista sale de la piscina cuidando sus gestos como si estuviera grabando un clip de Instagram. Sabe que el jardinero puede verla y eso le gusta a la vez que la espanta.

Gus sigue actuando con normalidad, pero su travieso reojo no deja de escanear a esa preciosa nenita que finge ignorarle.

“Vaya, viene hacia aquí.

Que viene. QUE VIENE”

Un pánico contenido se apodera de él hasta que repara en que la chica solo quiere hacer uso de la ducha que hay a dos escasos metros de su paradero.

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-Hola-   dice ella con un tono casi inaudible elevando la mirada para encontrar sus ojos.

-Hola-   contesta él sin dar mayor continuidad a tan escueto saludo.

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Carla sigue actuando como si estuviera ante las cámaras. Ya debajo de aquel chorro presurizado, arquea su espalda, levanta los brazos, inclina la cabeza, se echa el pelo hacia atrás… incluso rota sobre su propio eje como si quisiera que ese embobado espectador no se perdiera ningún detalle de su espléndida figura bronceada.

Los cortes de las tijeras de Gustavo se han ido ralentizando hasta resultar ausentes. Cautivado por tan mojada coreografía,  el empleado deja caer su mandíbula sin dejar de salivar.

Pese a tener los ojos cerrados detrás de una cascada de agua, la moza se siente protagonista. Está segura de que ese hombre está babeando por ella y eso la excita sobremanera.

Aun así, aquel licencioso espectáculo no busca nada más que una admiración que no esté filtrada por una red social; que no venga de los niños sobrehormonados de su clase; que no sea el reflejo subjetivo de un espejo…

Solo ansia constatar su potencial en el mundo de los adultos; romper las correas que la encorsetan por razones de edad; transgredir las fronteras del recato moral para reafirmarse como una mujer atractiva y no solo como una niña mona.

En cuanto Carla cierra el grifo, Gustavo vuelve al mundo real. Asustado, mira a su alrededor temiendo que algún vecino le haya visto mirando, lascivamente, a esa cría desde su elevada posición. Aliviado por el hecho de no ver a nadie más, regresa su atención, urgentemente, hacia los sugerentes andares de la joven turista.

La chica lleva un escueto bikini gris que se ha oscurecido con la humedad, y que se ha remangado mostrando la parte más pálida de unas nalgas redondas que piden a gritos ser palmeadas.

“Dios. Cómo me alegro de no tener hijas.

!Gabi pronto tendrá la edad de esta!

Me volvería loco si tuviera algo así en casa”

Gus no se considera pedófilo, pero cada vez se sorprende más de lo que le ocurre, a sus años, cuando divisa a mocosas como esa vistiendo demasiado corto por la calle. No es casualidad que su pene se haya endurecido como una mala cosa durante la tremenda función que le ha ofrecido esa pequeña.

“Gloria me cortaría las pelotas si supiera que

una nena de instituto me hace hervir la

sangre como nunca lo ha hecho ella”

Carla ya descansa, glamurosamente, sobre una toalla de colores amarillos y ocres. Se ha puesto los auriculares y un pequeño protector ocular que salvaguarda sus ojos de la claridad de un sol cada vez más tirano.

“¿Son imaginaciones mías, o esta

niña no para de posar para mí?

!Estamos solos!”

A Gustavo no se le escapa que la actitud de esa moza goza de poca naturalidad: su modo de nadar, de salir del agua, de caminar, de ducharse, de ponerse crema, de tomar el sol… Sin embargo, sus razonamientos viran en un intento de sofocar sus más primarios impulsos, y librarle, así, de un mandato calenturiento que llevaba décadas sin susurrarle al odio. No en vano, como fiel marido y padre de familia ejemplar, está muy lejos de tomar cartas en el asunto.

“No pienso con claridad.

Solo es una muchacha

tomando el sol en el jardín.

Como dice Gloria: tengo que

dejar de ser tan falocéntrico”

Pese a sus pensamientos correctivos, de algún modo, nota como si la solitaria disposición doméstica de la chica relegara el estatus de su bikini al de ropa interior.

Fustigado por tan controvertida zozobra, Gustavo vuelve a pisar el suelo y desplaza la escalera. Acto seguido, sube los escalones, de nuevo, para afrontar el siguiente tramo ramificado.

A unos seis metros de él, Carla vive una realidad muy distinta. Sus ojos cerrados no ven nada y sus oídos solo escuchan la aflamencada música techno de Rosalía. Sobre su piel: el calor del sol y las lujuriosas miradas de un extraño.

La niña no se equivoca con su percepción extrasensorial, pues su menudo cuerpo casi infantil no deja de atraer la atención del aquel empalmado jardinero como si de un imán se tratara.

Gus tiene que interrumpir la poda para acomodarse su miembro erecto por enésima vez, pues ese bulto tan notable en sus pantalones le estorba al entrar en contacto con los setos.

Cuando aún no hace ni diez minutos que Carla se ha duchado, la chica parece querer remojarse de nuevo. Después de dejar su toalla, vuelve a aproximarse a Gustavo con un andar presumido. Sus pasos son lentos y ligeramente contoneados, y sus gestos, aparentemente distraídos, no dejan de jugar con su pelo castaño.

Ahora, el empleado se encuentra incluso más cerca de la ducha que antes, por lo que la inminente situación se augura todavía más comprometida que la anterior.

“No puede ser.

Se acaba de duchar.

¿Es que juega conmigo?”

El contacto visual que le dedica la niña, en esta ocasión, es tan fugaz que ralla la inexistencia. Sin decir nada, Carla vuelve a someterse al refrescante influjo del agua corriente expresando un mayor disfrute que en su pretérita sesión.

La proximidad accidental de esos desconocidos ralla el absurdo. Sería incluso ridícula si no tuviera semejante carga erótica.

Sofocado, el hombre se siente obligado a decir algo y verbaliza lo primero que se le pasa por la cabeza:

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GUS:  Qué envidia que me das. Con este calor…

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Ella actúa como si no le hubiera escuchado. Sería plausible, pues ese sonido acuático podría haber eclipsado las palabras de Gus.

Él se nota violento y humillado, aunque tiene la esperanza de que la falta de una respuesta se deba a la eventual sordera de la chica. Cuando Carla vuelve a cerrar el grifo, el jardinero insiste:

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-Te decía que me das envidia; que hace much…-   dice viéndose interrumpido

-Te he escuchado la primera vez-   replica ella sin siquiera mirarle.

-Ah… … Y ¿no contestas cuando te dicen algo?-   pregunta él, sumamente incómodo.

-Me han enseñado a no hablar con extraños-   contesta con voz de niña repelente.

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Un bofetón de desconcierto sacude a Gustavo, quien todavía sostiene su gran herramienta con ambas manos. No puede creer que la nena que lleva rato pavoneándose en bikini delante de él sea la misma que le ha pegado este chasco.

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-Oye... … si jugamos a dar cortes, voy con ventaja-   dice él, sonriente   -¿No has visto mis tijeras?-   añade mientras las articula al aire.

-¿Me estás amenazando?-   pregunta ella con una mirada desafiante.

-No, nono. Por Dios, no-   responde asustado   -No estoy aquí para amenazar a nadie-

-¿Y para que has venido?-

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El metro y medio de ese tapón engreído no se amedrenta ante la imponente estatura de aquel hombretón subido a una escalera. Ni siquiera su escueta vestimenta parece restarle un ápice de seguridad a esa adolescente descarada.

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GUS:      He venido para… … Estoy trabajando. ¿Es que no me ves?

CARLA:  No. Solo veo a un hombre mayor intentando ligar con una niña.

GUS:      No… … No intento… Pero ¿qué?… … Yo solo…

CARLA:  Anda, cállate y termina tu trabajo… … que para eso te pagan, ¿no? Luego, si quieres, dejaré que me mires un poco más.

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Sin que su arrogancia flaquee en ningún momento, la moza le da la espalda y vuelve a encaminarse hacia la piscina para tomar un nuevo baño.

Incapaz de hallar una réplica ocurrente y oportuna, Gustavo ha quedado mudo y con la cara del revés.

“!Menuda vacilona! ¿Cómo se atreve?

Alto; ¿ha dicho que me dejará mirarla?”

La escueta labia hostil y displicente de la chiquilla no ha mostrado ninguna grieta hasta aquella última frase. Esa oferta terminal trastoca la seriedad indignada con la que la bañista estaba vapuleando, sin piedad, a tan iluso currante.

Gustavo intensifica su ritmo sin siquiera entender el porqué. Las palabras de esa cría todavía se repiten en su mente:

“Que termine mi trabajo.

Que para eso me pagan.

Que dejarás que te mire.

!Pero serás creída!”

Pese a su ira resentida, el hombre sigue podando ese último tramo compulsivamente; como si no pudiera esperar a tomarle la palabra a esa niñata presuntuosa.

“¿Qué se cree?

¿Qué iré corriendo a admirar su belleza?

¿Qué le diré lo hermosa que es?”

Algo chirría en las capas más recónditas de su enfado, pues, muy en el fondo, sabe que se muere de ganas de volver a mirar a esa niña muy de cerca, y de decirle cosas bonitas.

“!Vale ya! Estoy casado. Soy fiel.

Tengo cuarenta y ocho tacos y esta pitusa

ni siquiera habrá llegado al bachillerato”

Mientras surca las aguas de la piscina, Carla se siente pletórica.

Cuando se ha acercado al jardinero, por segunda vez, no había planeado ninguna actitud, ningún personaje, ninguna frase… En el momento en el que él le ha dirigido la palabra, ella quería hablar, pero no se le ha ocurrido una buena respuesta y, viendo que su demora se alargaba mucho, ha optado por guardar silencio. Después de aquello, todo ha venido rodado.

Suele mofarse de los niños de su clase, pero nunca creyó que esa habilidad innata le daría tan buen resultado con un extraño de edad tan avanzada; con un desconocido que, ahora mismo, parece de lo más ansioso para terminar su labor.

No se trata de una chica especialmente tímida, pero tampoco es tan segura como para manejarse en una situación tan peculiar y nueva sin que le asalten un sinfín de dudas y temores. No obstante, ha conseguido mostrarse invulnerable y está convencida de que ha hecho rabiar a ese hombre.

Una calma absoluta permite oír las olas de un mar muy cercano, el canto de los pájaros e incluso el rumor de unas cigarras lejanas. No hay ni una sola nube en aquel impoluto azul homogéneo y libre de contaminación. Una brisa estival peina, amablemente, la piel de los callados protagonistas de tan singular escena.

En cuanto corta la última ramita, Gus nota cómo su polémico enfado llega al borde de un vertiginoso abismo de miedo escénico. Se acaba de abrir un breve plazo en el que podría, o no, acogerse a la disparatada oferta que le ha hecho esa turbadora muchacha.

“Es hora de irse... ... ¿no?

¿Por qué me cuesta tanto?

No debería ser tan difícil.

¿Qué me pasa?”

Su decencia racional deja de pelear con sus más bajos instintos. La tirria que siente por esa nena vanidosa ya no se enfrenta a una atracción tan vergonzosa como innegable. Su sentido común ha cesado en su empeño de encasillar el rol de la niña por debajo del suyo propio por razones de edad.

“!YA! Basta de titubeos. Me voy”

Cuando ya ha bajado el primer de los peldaños de su escalera, a regañadientes y con una agria sensación de derrota, emite un último vistazo de despedida hacia las cristalinas aguas de la piscina en la que sigue nadando su joven antagonista.

Su corazón da un salto en cuanto cree advertir un luminoso pezón efímero como resultado de una de las piruetas acuáticas de esa sirenita revoltosa. Tiene sus dudas, pues los destellos que provoca el sol al reflejarse en aquel microoleaje doméstico interfieren en su visión.

En cualquier caso: sus latidos son, ahora, más contundentes. Su ansiedad galopa a lomos de un voyerismo enrabietado que le impide inhibirse de la secuencia, y que le empuja más allá del pequeño muro que subraya esa línea divisoria poblada por aquellos setos tan bien perfilados.

Ejerciendo de abogado del diablo, Gustavo intenta justificarse:

“Sería de mala educación

partir sin despedirme.

Lo cortés no quita lo valiente.

Hemos hablado poco, pero...”

El jardinero elude la jugosa oferta que le ha hecho la chica justo antes de distanciarse de él en última instancia. La mantiene en un segundo plano de su argumentario mental, como si no fuera ese el motivo principal que le mueve.

Cual diva que percibe la presencia de un fan en el escenario, Carla se asusta cuando, aún desde el agua, se da cuenta de que el único integrante de su público ha rebasado la frontera que lo mantenía a buen recaudo y se acerca a ella. Acostumbrada a que la pantalla de su móvil la separe de sus admiradores, se enfrenta, ahora, a una tesitura inédita para ella.

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-¿Qué haces?-   pregunta indignada mientras recupera la parte de arriba de su bikini.

-Solo… … Solo vengo a despedirme. Ya he terminado mi trabajo. Para eso me pagan-

-¿También te pagan para cometer allanamiento de morada?-   protesta ella.

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La chica no levanta la voz, pero su suave tono agudo no está carente de cierto enfado

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GUS:      Esto no es… Tú me has dicho antes que…

CARLA:  Té he dicho que podrías mirarme; de  l e jos. No te he invitado a mi casa.

GUS:      ¿Es que esta casa es tuya?

CARLA:  Lo es mientras mi padre pague un pastizal para que lo sea. Ya verás cuando se lo cuente.

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Con sus ojos como platos, Gustavo da un paso atrás y tensa todas las articulaciones de su cuerpo.

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GUS:      ¿Qué? ¿Qué es lo que le vas a decir a tu padre?

CARLA:  Que el jardinero no paraba de mirarme por encima de los setos mientras me duchaba, me bañaba y tomaba el sol; que iba sin camiseta y que, al final, ha saltado el muro, para venir a molestarme y a decirme cosas.

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De repente, el mundo de ese hombre da un vuelco. Se da cuenta del disparate que está cometiendo y no da crédito de su conducta impropia.

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GUS:      Si lo cuentas con estas palabras, puedes estar segura de que perderé el empleo.

CARLA:  Ah, ¿es que el problema, ahora, son las palabras?

GUS:      Sí. Las palabras. Las mentiras y las medias verdades.

CARLA:  ¿Mentiras?

GUS:      Llevo la camiseta puestaah.

CARLA:  No la llevabas la primera vez que te has subido. Lara puede dar fe de ello.

GUS:      … … Y… … ¿Qué me dices de las medias verdades?

CARLA:  No sé de qué me hablas.

GUS:      Te miraba, sí, pero tú me has dicho que podía mirarte. ¿Eso no lo contarías?

CARLA: N o he d ich o que p odí a s mi r arm e . Te he dicho que, c uan d o te r min a ses t u fa e na, dejaría que me miraras un poco, pero solo era una argucia para que te pusieras manos a la obra y me dejaras en paz mientras tanto. Pensaba entrar en casa antes de que acabaras.

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Después de destapar esa supuesta artimaña, Carla se propulsa con las piernas contra los azulejos turquesa que alicatan la pared de la piscina creando un notable oleaje a su alrededor, y poniendo agua de por medio con su intrusivo contertulio.

Gus levanta el índice con la intención de rebatir los argumentos de la chiquilla, pero no logra construir una réplica veraz. Una parte de él sigue empecinada en llevar la razón; en relegar a esa niñata al nivel de una calientapollas follonera, pero, en realidad, sabe que nada de lo que ha dicho es falso:

“La camiseta, mis ojos indiscretos, la treta antimirones...”

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- P or n o hab l ar d e tu e r ecc i ón-   añade ella con un tono más elevado por su lejanía.

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La cabeza de Gustavo se desploma, bruscamente, para que este advierta un clamoroso bulto deformando sus pantalones. El gesto de cubrirse la entrepierna con ambas manos llega tarde.

“!La hOsTiA!

¿Cómo no me he dado cuenta?”

El agravio no sería tan notorio si ese tipo llevara su habitual atuendo oscuro, pero hoy viste con colores claros de tela fina. Pese a que su nabo vigoroso está lejos de la perpendicular con su torso, su cabizbaja hinchazón no pasa desapercibida ni de lejos.

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-¿Qué tienes que decir sobre ello?-   dice la niña mientras nada livianamente.

-Digo que ssshhh-   con urgentes susurros mientras mira a diestro y a siniestro.

-Veo que el problema siguen siendo las palabras que cuentan tus actos, y no tus actos en sí-

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La retórica de Carla suena cada vez más desacomplejada y ventajosa. Ebria de razón y de poder, empieza a convencerse de que puede jugar con ese hombre y hacer con él lo que le plazca.

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GUS:      Esto sí que no se lo puedes contar a tu padre.

CARLA:  ¿Lo de la plenitud de tu miembro?

GUS:      No está… … No está en plenitud… … pero sí.

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Él aprieta los puños mientras ella se ríe despreocupadamente.

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GUS:      Me voy, pero tienes que prometerme que no le hablarás de mí a nadie.

CARLA:  No tengo que prometerte nada, tío.

GUS:      ¿Es que no quieres que me vaya?

CARLA:  Ya es tarde para eso. El mal ya está hecho.

GUS:      ¿El mal? ¿Qué mal?

CARLA:  Me has espiado y has entrado en mi jardín para enseñarme lo dura y grande que se te ha puesto mientras me mirabas. !A mí! A una niña de mis años.

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La comprometida posición de Gustavo no deja de empeorar. Intuía que esa cría era [...].

De pronto, entiende que no solo su empleo está en la cuerda floja, sino también su reputación, su matrimonio, su futuro… Miramar es un pueblo pequeño y todo el mundo se conoce. La vergüenza de haber acosado a una [...] podría acabar con él y condenarlo al exilio.

“¿Y si salgo corriendo y lo niego todo?

No0. La casa en la que estaba

trabajando tiene cámaras de seguridad.

Me habrán grabado saltando el muro”

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-¿Qué miras?-   pregunta la moza viéndolo revisar el perímetro.

-Nada, nada-   responde él escondiendo sus cartas, visiblemente nervioso   -Tú solo dime… … Dime qué quieres de mí. Haré lo que sea, pero no me delates-

-Haberlo pensado antes-

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Carla disfruta torturando a ese pobre hombre desahuciado. Está descubriendo lo excitante que puede ser el sadismo.

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GUS:      Pero ¿qué ganas tú? ¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero?

CARLA:  Ja, ja, jah. Seguro que la paga que me dan mis padres es mayor que tu sueldo.

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La mirada de Gustavo se pierde mientras cae en la cuenta de cuál es el precio de esos lujosos chalets en temporada alta, y de cuan adineradas son las familias que suelen ocuparlos.

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CARLA:  Soy rica. Tengo todo lo que quiero, pero no ando tan sobrada en otras cosas.

GUS:      Y… … ¿qué cosas son esas?

CARLA:  Ahora no tengo novio, y los pocos que he tenido eran niños tontos.

GUS:      Ya… … pero…

CARLA:  Soy virgen y jamás he visto una polla; no en el mundo real.

GUS:      ¿En el mundo real?

CARLA:  Me llegan fotopollas a diario, he visto porno, y eso, pero…

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El jardinero se alarma por el nuevo rumbo que está tomando esa charla, pero, antes pronunciarse al respecto, quiere asegurarse de no meter la pata por enésima vez. Condicionado por su perenne empalme, ha optado por sentarse sobre el césped al estilo indio, bajo el cobijo sombrío de una gran palmera que preside el jardín con elegancia.

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GUS:      Si bajas hasta la arena y andas tres kilómetros hacia el sud, encontrarás una playa nudista. Ahí hay penes por doquier.

CARLA:  ¿Una playa nudista? Pero tendría que ir desnuda y sola, además, no me interesan las pichas morcillonas de gordos, viejos y feos. Se me antoja ver un buen pollón tieso… … como en las pelis, pero real. Un trabuco que este duro por mi culpa; he aquí la gran diferencia.

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Gustavo tuerce su expresión. A estas alturas, ya no se fía un pelo de esa nena traviesa.

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GUS:      No sé si me tomas el pelo o si quieres buscarme la ruina.

CARLA:  La ruina te la has buscado tú solito. Yo solo te estoy ofreciendo una salida.

GUS:      Si me la saco y te la enseño, todavía estaré más metido en la boca del lobo.

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Sin prisas por contradecir aquella premisa, la muchacha se acerca a las escaleras metálicas que hay a un lado de la piscina y emerge de esas aguas entre incontables destellos.

“!MaDrE de DiOs!

Esta niña quiere realismo,

pero no deja de actuar como si estuviera

protagonizando un anuncio de colonia”

En efecto, solo falta un poco de música sugerente y un efecto de cámara lenta para que aquella estampa tan sinuosa se equipare a un spot pretencioso de un perfume francés. Incluso estrujándose el pelo, para librarse de su humedad capilar, Carla parece estar posando para un nuevo post.

Lejos de la perspectiva elevada de la que gozaba encumbrado encima de su escalera plegable, Gustavo observa, boquiabierto, a esa infanta del olimpo desde su vasto asiento de césped. La chica le ignora, de nuevo, hasta que toma la palabra:

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CARLA:  ¿Por qué te has vuelto a poner la camiseta?

GUS:      Mi jefe quiere que vaya vestido, sobre todo, si hay testigos.

CARLA:  Pero ahora no estás en horario de trabajo, ¿no? Ya has terminado.

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La moza se sienta de rodillas sobre su toalla, muy cerca de él. Sus muslos juntos, sus pies de puntillas, su espalda arqueada…

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GUS:  ¿Y tú por qué has vuelto a ponerte la parte de arriba del bikini? ¿Por qué te has duchado dos veces casi seguidas cuando yo estaba ahí? ¿Por qué no dejas de pavonearte delante de un hombre casado?

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Carla frunce el ceño. Le cuesta un poco interpretar el propósito de esa triple cuestión teñida de resentimiento.

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CARLA:  Me he puesto el bikini para que no me mires las tetas. Me ducho para sacarme el cloro cuando salgo, y para quitarme el protector solar antes de meterme de nuevo. Y no me pavoneo, ¿vale? Sea lo que sea que signifique eso.

GUS:      Lo que tú digas.

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Gustavo la mira con desconfianza. No conoce a nadie que se saque el protector solar antes de meterse en la piscina.

“Quizás sea diferente en las familias pijas”

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CARLA:  ¿Por qué estás tan tenso? No tienes derecho a estar enfadado.

GUS:      ¿Que no tengo derecho? ¿Que no tengo derecho?

CARLA:  ¿Es que vas a llorar? No soy yo la que se ha colado en tu jardín.

GUS:      Yo no… … no tengo jardín. Vivo en el centro del pueblo.

CARLA:  ¿Vives en Miramar y estás en un piso?… Vaya. Pues ya puedes aprovechar ahora.

GUS:      ¿Que aproveche? ¿El qué?

CARLA:  Me has dicho antes que te daba envidia, ¿no?

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La chica extiende el brazo para mostrarle la piscina que hay tras de sí. Acto seguido, deja de mirar el agua para volver a fijarse en ese intruso cada vez más invitado. Sin decir nada, levanta las cejas como si de dos interrogantes faciales se tratara.

A su lado, Gustavo nota su raciocinio cada vez más espeso. Ha entrado en una espiral de indecisión y se siente atrapado en una encrucijada circunstancial colmada de contradicciones.  Después de inspirar profundamente, empite un largo suspiro.

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GUS:      La verdad es que hace calor, y he trabajado duro.

CARLA:  Te lo has ganado. No lo pienses tanto.

GUS:      Supongo que… … tienes razón.

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El jardinero le sigue la corriente a la niña. Se siente aliviado, pues la amenazante hostilidad de Carla no para de menguar en pro de una confianza que podría acabar cimentando su indulto.

“Si me voy por las buenas, nada le impedirá

contar los hechos fuera de contexto,

pero si me la gano...”

Un pragmatismo de lo más conveniente le permite sacarse la camiseta y desabrocharse los pantalones sin remordimientos.

“Tengo que salvar mi culo a toda costa,

y, de paso, ¿por qué no disfrutar un poco?”

El último pensamiento de Gustavo apunta, solo, a la posibilidad de refrescarse como podría hacerlo cualquiera de los ocupantes de aquellos suntuosos chalets turísticos. Aunque la sugestiva presencia de esa diablilla juguetona no deja de distorsionar su sensatez mezclando el temor con el deseo.

Gus mete tripa mientras se descalza y se queda en gayumbos delante de su improvisada anfitriona. No tarda en encaminarse a la piscina, pero Carla le detiene.

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- A lto, a l t0, alt0h. ¿Es que no vas a ducharte antes? No me seas barriobajero, tío-

-… Ya voy, ya voy. No te sulfures-   se excusa cambiando el sentido de sus pasos.

-Y usa el jabón, que seguro que has sudado. Tanto cortar ramas…-

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“¿Será mandona esta cría?”

Gustavo no acostumbra a ir a la piscina, pero conoce el  protocolo que conlleva su asistencia.

En contra de lo que cabía esperar, hay un botellín de jabón en una repisa de piedra, junto a la ducha.

“Puede que lo usen para limpiar al nene”

La temperatura del agua empieza siendo inconstante, pues la exposición de parte de la tubería al sol ha templado su contenido. Pronto se vuelve más gélida proporcionándole un mayor gozo.

Gus se limpia a fondo intentando que sus jabonosas maniobras íntimas no resulten visibles para la chica, quien parece absorta en el contenido que le revela la pantalla de su móvil.

“Espero que no me filme. Capaz es”

El jardinero conoce la disposición de las cámaras de seguridad y está seguro de que ninguna enfoca a la base de la palmera. No obstante, no las lleva todas consigo y sigue sintiéndose como un intruso furtivo; como un soldado en tierra de nadie.

“En tiempos de guerra, cualquier agujero es trinchera.

No es que tenga demasiada libertad de elección”

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-Oye-   dice la chica viendo regresar a su visitante   -¿Cómo te llamas?-

-Gustavo, como la rana-   contesta ya muy cerca.

-No conozco a ninguna rana que se llame Gustavo-

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Como si le hubiera caído un jarro de fría realidad encima, el jardinero asume lo vetusta que es su referencia nominal.

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CARLA:  Espera, lo buscaré en internet.

GUS:      No, no. No lo hagas. No hace falta.

CARLA:  … … ¿No me preguntas cual es mi nombre?

GUS:      Eres Mini. He escuchado como te llamaba tu hermana.

CARLA:  Eso es un apodo, tonto… … !0h! Ja, jah. Menudo bicho tan feo.

GUS:      No te metas con él. Era el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo.

CARLA:  ¿Este monigote?

GUS:      Enseñó los números y las letras a varias generaciones de bebés.

CARLA:  A ver, a ver… Déjame que lea su biografía.

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Gustavo no espera a que Carla termine de documentarse para tirarse, torpemente, a la piscina. De inmediato, empieza a surcar aquellas refrescantes aguas nadando al estilo espalda.

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-!Flipa!-   exclama Carla ya desde la lejanía   -Tenía una novia que era una cerda-

-Miss Piggy-   contesta Gus creyendo conocer la respuesta.

-No0h. Cortó con Piggy en dos mil quince, pero luego empezó con Denise-

-¿Denise? ¿También es una cerda?-   pregunta él, extrañado.

-Síiíh. J0der. Una rana con una cerda. Eso es tan… … random…-

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Gus no conoce el significado de ese neologismo adolescente, pero, por el contexto, cree poder interpretarlo correctamente.

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CARLA:  Ahora… … se dice que es uno de los solteros más cotizados de Hollywood.

GUS:      ¿Dónde has encontrado eso?

CARLA:  En Wikipediaah.

GUS:      Pues sí que…

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El bañista sigue hablando, pero, entre la distancia y los chapuzones de sus brazadas, la moza no consigue entenderlo.

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CARLA:  ¿Qué dices? No te oigo.

GUS:      Que unos amigos nuestros llaman Piggy a mi mujer.

CARLA:  ¿Y eso por qué?

GUS:      Cuando éramos jóvenes, en carnaval, una vez nos disfrazamos de teleñecos.

CARLA:  ¿Cuándo erais jóvenes? ¿Por ahí en el Renacimiento?

GUS:      Ja – Jah. El caso es que Gloria se parece un poco a Piggy.

CARLA:  ¿Es una cerda? Ja, ja, jah. ¿Tu mujer es una puerca? ¿Una marrana?

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Pese a las risas contenidas de la niña, al hombre no le hacen gracia semejantes insinuaciones. Después de arrimarse al borde de la piscina, matiza los motivos de ese mote:

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-Es rubia, tiene los ojos azules y está entradita en carnes-

-Me gusta más Denise. Se ve más joven y sexy, y se perfila los ojos como yo. Es castaña y… … sus cejas se parecen a las mías. La otra gorrina !ni siquiera tiene cejas!-

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Esa charla delirante empieza a pervertirse con tendenciosos paralelismos entre la ficción infantil y la vida real, aunque aquel triángulo zoofórico entre la rana y sus amadas porcinas no se augura muy viable en Miramar.

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CARLA:  Ya verás, ven. Ven y dime cuál de las dos te gusta más.

GUS:      ¿Me estás pidiendo que escoja entre dos títeres en forma de cerdas?

CARLA:  Síiíiíh.

GUS:      No me hagas salir del agua para eso.

CARLA:  !Ven te he  dich 0 !

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El tono exigente de la chica se ha recrudecido, súbita y preocupantemente, obligando a su invitado a obedecerla.

Gustavo sale por el extremo menos profundo. Para ello emplea unos peldaños que dan continuidad al fondo, pues no abandonan la misma textura de azulejos verdosos. Se siente algo incómodo, pues no lleva bañador y sus holgados boxers mojados no garantizan la discreción de su miembro.

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-A ver-   dice condescendientemente a la vez que toma asiento al lado de la niña   -Muéstrame estas puercas tan sexys-

-Mira-   dice ella enseñándole su móvil con ambos personajes en la pantalla   -¿Si tuvieras que follarte a una de las dos, a cual elegirías?-

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El entrevistado nunca había visto a la cerdita Denise antes, pero tiene claro que es mucho más mona que Miss Piggy.

“No me extraña que Gustavo se decidiera por ella”

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GUS:      Pues… … sí que tienes un aire.

CARLA:  Pero ¿cuál te gusta más? ¿La rubia o la castaña?

GUS:      Denise, sin duda.

CARLA:  L 0 sabía. Sabía que yo te gustaba más que tu mujer.

GUS:      Alto, alto, alto...

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Una tensa sonrisa perpleja se dibuja en el rostro del jardinero, quien no da crédito a tan chapucera encerrona. A su lado, Carla se argumenta vehementemente, como si su pronuncia acelerada y su tono elevado no dejaran lugar a dudas.

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-Tu mujer se parece a Piggy, y está claro que yo soy más guapa que Denise-

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Gus tuerce la cabeza y aprieta los labios para sellar su boca. No quiere entrar al trapo y su expresión facial da fe de ello.

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CARLA:  Todavía tienes que cumplir tu parte del trato.

GUS:      ¿Mi parte del trato?

CARLA:  ¿Es que ya no quieres comprar mi silencio? Antes has dicho que harías lo que fuera para que no te delatara.

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Gustavo vuelve a notar el infame aliento del morbo en su nuca. La situación parecía haberse enderezado a raíz de la frívola charla acerca de las marionetas de Barrio Sésamo, tanto que ese tipo casi había olvidado los peligros del lodazal en el que anda metido.

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GUS:  Creo que deberíamos seguir hablando de cosas como: La Patrulla Canina, Dora la exploradora o Pepa Pig. Esos son asuntos más propios de tu edad.

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Carla arruga la frente y entreabre sus párpados para dar forma a la más resentida de las miradas. La desafortunada burla de su acompañante atenta contra aquello que ella tanto defiende, a capa y espada, frente a la displicencia de su familia, pues su mayor cruzada es la de dejar la infancia y confirmar su atractivo.

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CARLA:  Acabas de meter la pata hasta el fondo.

GUS:      Solo digo que…

CARLA:  Cállate. Esto te va a salir caro. No sabes cuánto me toca la moral que me consideren una cría.

GUS:      Pero si antes has dicho que eras una niña pequeña.

CARLA:  ¿Qué?… … Te estaba vacilando, tío. Estoy harta de que mis padres no me dejen salir de noche, de estar a la sombra de mi hermana. Lara no me lleva ni tres añ0s, pero a mí me tratan como si estuviera más cerca de Martín, y él solo tiene s eeeis.

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De pronto, Gustavo empieza a comprender la excéntrica actitud exhibicionista y coqueta de la moza.

“No es una buscona precoz.

Solo necesita reafirmarse”

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GUS:      Vale, vale. Estoy contigo. Eres… … Ya eres toda una mujercita.

CARLA:  Entonces… … enséñame la polla.

GUS:      ¿Qué? No puedo hacer eso0o… … Eres una… … eres…

CARLA:  !¿Q u é?!

GUS:      Estoy casado, y tú…

CARLA:  Antes me has dicho que fuera a una playa nudista. ¿Acaso crees que esa gente es infiel solo por andar con el pito a la vista?

GUS:      No, no. Claro que no.

CARLA:  Pues entonces tú no serás infiel por enseñarme el tuyo. En cambio, sí que serás un desempleado si no lo haces.

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La grave amenaza de la muchacha recupera su vigencia de la mano de una hostilidad creciente. Ha su lado, el jardinero más dicharachero de Miramar percibe, con angustia, cómo se tambalea el suelo que sustenta su lugar de trabajo, su concordia familiar y su buen nombre. Tanto es así que su honor empieza a flaquear frente al ímpetu de un despótico cóctel que mezcla su desazón con un candente deseo efebofílico.

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GUS:      Vale, vale. Tú ganas, pero esto tiene que quedar entre nosotros. No le hablarás de esto a nadie. Ni a tu hermana ni a tu mejor amiga.

CARLA:  Es un poco tarde para eso. Ya le he hablado de ti a mi meja.

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Ese varón añejo vuelve a caer en la inopia a raíz de la peculiar jerga juvenil de la nena. Con cara de extrañado, abre los brazos y niega con la cabeza sin dejar de mirarla a los ojos.

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-Meja-   insiste ella   - M ejo r ami g a. Tatiana. Está en Fuerte Castillo-

-¿Le has dicho mi nombre?-   pregunta preocupado   -¿No me habrás sacado una foto?-

-No, espera…-   dice la chica habilitando la cámara de su móvil.

-N0, No. Te juro que si haces esto me voy ahora mism 0 -

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Gustavo se cubre la cara con ambas manos hasta que Carla renuncia a su iniciativa y se desprende del dispositivo dejándolo, ostensiblemente, sobre el césped, a cierta distancia de ella.

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CARLA:  Vamos. En el fondo te mueres de ganas.

GUS:      Y en el fondo tú eres una sabionda presumida.

CARLA:  ¿En el fondo? Ja, ja, jah. Yo creo que eso salta bastante a la vista.

GUS:      … … No… … Espera… … No puedo.

CARLA:  ¿Ya vuelves a hacerte el estrecho?

GUS:      Ya no estoy palote. Tú quieres ver una… … polla dura.

CARLA:  Ai iixh… Esto es que quieres que yo cumpla mi parte del trato; del primero.

GUS:      ¿El primero?

CARLA:  Siíh. Cuando te he dicho que, si terminabas el trabajo, dejaría que me miraras.

GUS:      Ya… … Ya te estoy viendo.

CARLA:  Pues mírame más y verás cómo me pongo crema. N 0 , espera. No me mires aún.

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La niña sacude su mano delante de la cara del hombre.

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GUS:      ¿Qué? ¿De qué vas? ¿A qué viene esto?

CARLA:  Quiero ver el proceso; que el pequeño se haga mayor ante mis ojos.

GUS:      Ya, pero…

CARLA:  Desnúdate antes de mirarme.

GUS:      … … Es que me da corte que te parezca pequeña si…

CARLA:  No me seas parguela.

GUS:      ¿Parguela? ¿Parguela? ¿Qué es eso?

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Como si esa duda le sirviera para distraer sus pensamientos y dar esquinazo a su timidez nudista, Gustavo se pone en pie y se desprende de sus calzones sin mirar a su joven anfitriona. No tarda en sentirse más desnudo que nunca, y se afana en peinar el perímetro para cerciorarse de que nadie más pueda verle. Afortunadamente, la mayoría de las casas colindantes tienen una sola planta y sus jardines son amplios.

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-Wow-   susurra ella impresionada   -¿Se supone que ahora está pequeña?-

-No está bajo mínimos, pero…-   responde él.

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Gus descarta volver a sentarse como un indio por ser una pose poco estética. Inseguro, termina arrodillándose, con las piernas abiertas, para terminar sentándose sobre sus talones.

“En esta pose parezco más viril. Así:

espalda erguida, simetría perfecta”

Esa tensa seriedad es diametralmente opuesta a la grácil actitud sonriente de Carla, quien, sintiendo ya la mirada de su invitado sobre su piel, empieza a acariciarse con las manos embadurnadas.

Esta vez, la muchacha mira a su cercano espectador mientras se aplica la protección solar. Tiene bien ensayadas sus muecas seductoras, sus caídas de ojos, sus morritos besucones… Aunque nunca había empleado esos trucos en un hombre, pues sus sugerentes guiños siempre han ido destinados a la cámara de su propio móvil, o a posados varios para fotos.

De pronto, la moza advierte una primera contracción fálica. Como si tuviera vida propia, el glande del jardinero se asoma, más allá del pellejo, capitaneando un raudo crecimiento que parece no tener fin. La colgandera condición de ese grueso miembro se desvanece a favor de una elevación que cada vez señala a Carla con mayor vehemencia.

El hechizo de la mirada hambrienta de aquella adolescente precoz le quita la razón a un hombre que ya no sabe ni donde está. Esa jugosa boquita de piñón mordiéndose a ella misma, ese labio inferior sometido al bocado de unos impolutos dientes blancos, esa fuga labial que se escapa de la opresión de los incisivos mediante un lento movimiento lateral…

Gustavo entra en trance. Sus ojos encandilados no dejan de mimetizarse con el brillo cutáneo que persigue las manualidades de aquella nena tan impropiamente sensual; un viscoso fulgor que se interrumpe por el paso angosto de una tela gris que se empeña en preservar el decoro de la chica.

También la sombra inquieta de la palmera toma partido de tan erótica escena, pues sus hojas le dan un estampado rayado de tigresa al carnoso relieve corporal de Carla.

Ese tipo enajenado se olvida de todo: de su mujer, de sus hijos, de su empleo… De su pasado, de su futuro y de cualquier presente que transcurra más allá de los setos que rodean aquel jardín.

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-¿ T e gu s to?-   pregunta la muchacha, entre suspiros, sin dejar de acariciarse.

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Atolondrado, Gustavo asiente lentamente. Ni siquiera es consciente de su propia desnudez.

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CARLA:  No podrías negarlo aunque quisieras.

GUS:      … … ¿Y eso… … por qué?

CARLA:  Tienes la polla to tiesa.

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El jardinero baja la mirada para contemplar cómo unos espasmos inconscientes zarandean su trabuco, talmente como si el propio falo se sintiera interpelado y reclamara un mayor protagonismo.

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CARLA:  ¿Es que puedes moverlo a tu antojo?

GUS:      Sí… … aunque estos… …. estos son meneos involuntarios.

CARLA:  0Oh. ¿En serio?

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Unas gruesas venas azules se afanan a abrazar un miembro cada vez más bermejo e inflexible. Su abrupta apariencia se torna más grotesca a cada momento que pasa.

Gustavo toma consciencia del calibre de su erección. No recuerda la última vez que la tuvo tan dura.

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CARLA:  Menudo pollón, tío. Es incluso mayor de lo que parecía en tus pantalones.

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El orgullo de ese hombre no es nada desdeñable. Como bien ha dicho Carla, hace pocos minutos, en el fondo, Gus se moría de ganas de impresionarla con su enorme virilidad.

“Quizás mi sueldo no alcance ni a tu paga,

pero ya quisieran muchos hombres

ricos tener una tranca como esta”

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GUS:      Es un nabo de pueblo. Siempre son más grandes que los de ciudad.

CARLA:  ¿Un nabo de pueblo? Pensaba que era de Barrio Sésamo. Ja, ja, jah.

GUS:      No soy una rana, niña.

CARLA:  Pues yo sí que soy un poco cerda. Mmh.

GUS:      Naah. ¿Qué dices? Eres de mírame y no me toques. Ni siquiera quieres que te vea las tetas.

CARLA:  Eso es porque no… … No me han crecido mucho, todavía. Ya ves que las tengo pequeñas. Además, no me lo has pedido.

GUS:      Quítate el bikini, Mini.

CARLA:  No me llamo Mini, y no.

GUS:      Por favor, Denise.

CARLA:  !Que no me llamo Denise, tonto! Me llamo Carla.

GUS:      Carla es un nombre precioso. Es lo último que te faltaba.

CARLA:  Vale, gracias, pero ya puedes irte.

GUS:      ¿Qué? ¿Ahora?

CARLA:  Solo te he pedido ver tu pene; mirar cómo se ponía duro. Ya lo he visto.

GUS:      Ya, pero…

CARLA:  Pero nada. Hace solo un rato me estabas suplicando que te dejara ir, ¿no?

GUS:      No te suplicaba. Solo te pedía que no le contaras nada a tus padres, ni a nadie.

CARLA:  Pues vale. Estamos en paz. No hablaré de ti.

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Gustavo sabe que debería sentir alivio, pues ha logrado salir del nefasto embrollo en el que se había metido, pero, ahora, solo anda en deseos de volver a enredarse.

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GUS:      Has sido tú la que me ha dicho que aprovechara la piscina.

CARLA:  Pero ya te has bañado.

GUS:      ¿Dos minutos? ¿Tres? Luego me has hecho salir para mirar tus cerdas.

CARLA:  Bueno, sí. Tienes razón. No estoy siendo muy justa.

GUS:      No volveré a disfrutar de un jardín particular como este en mucho tiempo.

CARLA:  ¿Es eso lo que te preocupa?

GUS:      No. Me asusta más no volver a verte jamás, por eso quiero aprovechar.

CARLA:  Ya lo sé. Soy adictiva. Es lo que tiene ser tan guapa.  Siempre te queda seguirme en Instagram, como tantos otros miles de hombres.

GUS:      Eso puede estar bien para mañana, pero no para hoy. Es mejor verte en persona.

CARLA:  Pero esto no te durará todo el día. Mis padres no tardarán en volver.

GUS:      ¿Qué? No hace ni una hora que se han ido.

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Los ojos del jardinero vuelven a descuidar a Carla para hacer un escrupuloso barrido visual. La puerta del jardín que da a la calle permanece oculta tras de un lateral de la casa, no obstante, si alguien entrara sigilosamente podría sorprenderle en cueros.

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-¿Qué pasa?-   dice la chica emulando una búsqueda carente de objetivo.

-Nada, solo que… … quería aprovechar para broncearme-   improvisa él.

-Te conviene. Ja, ja, jah-   se mofa ella   -Parece que hay zonas de tu cuerpo que jamás han visto la luz del sol-

-Sí. Deberías ponerme crema en la zona del bañador. Estoy muuuy pálido y…-

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Si bien Gustavo tiene un poco de moreno de paleta, es en la zona cercana a la ingle donde su blancura resulta más crítica.

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CARLA:  ¿Perd o na? ¿Que yo te ponga crema? Ja, jah. Póntela tú.

GUS:      Es que me da un poco de asco ensuciarme las manos con estos potingues.

CARLA:  Ah, claro. ¿Y tengo que  hacerl 0 yo?

GUS:      Tú ya tienes las manos viscosas. No te viene de aquí.

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Sin siquiera pedir permiso, el hombre se ha agenciado la toalla de Lara y la extiende, con premura, al lado de la de Carla sin dejar una sola brizna de hierva entre ambas. Acto seguido, se tumba bocarriba sin respetar demasiado el espacio vital de su anfitriona.

La nena, un poco asustada, se aparta para evitar cualquier roce. Lleva un buen rato con ese individuo y aún no ha tenido lugar el más mínimo contacto físico. Se sorprende al constatar que, desde que ha dado comienzo aquel juego peleón de provocaciones y chantajes, su invitado no haya intentado ponerle la mano encima.

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-Dime una cosa-   propone ella de rodillas, muy cerca de él.

-Lo que tú quieras-   replica Gustavo, cerrando los ojos para no cegarse con el sol.

-Si yo fuera mayor, ¿hubieras intentado meterme mano?-   con voz infantil.

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El jardinero sacrifica el bienestar de sus retinas para dedicarle un vistazo a la niña mediante una mueca dolorida.

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-Faltaba mucho para que tú nacieras la última vez que le metí mano a otra mujer-

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CARLA:  ¿A otra que no fuera Miss Piggy?

GUS:      Se  llama  Gloria.

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La indignación de Gustavo hace reír a la moza, quien esgrime una pícara exhalación encantadora. Sin un ápice de perdón, ese nudista integral recupera su reposada posición invidente.

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CARLA:  Pero estás muy cachond 0 . Si yo tuviera veinte…

GUS:      No lo sé. No sé ni que hago aquí. Soy un marido fiel. Solo quería despedirme y…

CARLA:  No querías despedirte. Querías acercarte a mí y necesitabas una excusa.

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Antes de dar con una respuesta, Gustavo nota como unas burdas salpicaduras de loción templada se derraman sobre sus partes más pálidas. De inmediato, escucha un cómico sonido que, como si de pedos envasados se tratara, delata las carencias de un tubo casi vacío.

Al jardinero le embarga la emoción. Ese vaivén juguetón de simulaciones y de intenciones encubiertas le tenía muy despistado. Ya se había hecho a la idea de que su pretérita petición había caído en el olvido, pero, por lo visto, la curiosidad calenturienta de esa cría sigue en alza.

Los afilados dedos de Carla empiezan esparciendo la crema, tímidamente, por el extrarradio cutáneo de ese portentoso falo enrojecido. Dichos tocamientos eluden aquel epicentro erógeno como si este estuviera ardiendo. Esta vez, Gus tensa su miembro a propósito para que este adquiera una llamativa movilidad.

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-Jo0oh-   protesta ella entre fingidos lloriqueos pueriles   - E sta t e qu i eto0oh-

-Me lo estás poniendo muy difícil-   contesta él al borde de la desesperación.

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Dadas las circunstancias, prefiere dejar a la niña a su aire. Cree en su palabra y tiene muy presente que ella es virgen.

“Si realmente es la primera vez

que ve una buena polla empalmada,

podría espantarla con un simple manoseo”

Sin embargo, la moza está muy cerca y su escueto bikini gris apenas protege los últimos resquicios de un recato casi extinto, por lo que los esfuerzos del jardinero por permanecer manco son verdaderamente titánicos.

Harta de andarse por las ramas, Carla termina cogiendo el toro por los cuernos y agarra el vigoroso estandarte de Gustavo, quien se congratula con un hondo suspiro silencioso.

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GUS:      No tengas miedo, Carla. No va a morderte.

CARLA:  A lo mejor soy yo quien la muerde a ella.

GUS:      No te cortes.

CARLA:  Sí, hombre. Más quisieras.

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La sutileza digital de la nena es exasperante, y sus caricias apenas interfieren en la relativa verticalidad de ese falo pétreo.

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GUS:      Apriétalo. Tienes que apretarlo tanto como puedas; con todas tus fuerzas.

CARLA:  Alah… … ¿No te haré daño si hago eso?

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Gustavo, con sus codos hincados sobre la toalla de Lara, niega con la cabeza con una expresión tensa e impaciente.

La chica deja de mirar aquellos ojos azules para volver a fijarse en sus lúbricas manualidades. No tarda en seguir las instrucciones de Gus y estruja ese pedazo de carne sin reparos.

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GUS:      Mmh… … Te irá mejor si usas las dos manos, pequeña.

CARLA:  ¿A mí me irá mejor? ¿O a ti?

GUS:      A los dos. Estamos en el mismo bando.

CARLA:  Sí, ya.

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La respuesta sarcástica de la muchacha no le impide seguir el sabio consejo de su invitado, aunque, algo incómoda por aquella postura, decide fijar una rodilla a cada lado de las piernas de Gus y sentarse en sus rodillas para tener un mejor acceso.

Ahora, las dos manitas de la niña se encadenan para abarcar casi todo el tronco fálico del jardinero, pero su estática disposición difiere de las expectativas que él se había creado al respecto.

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GUS :  Tienes que subir y bajar, Mini;  sin dejar de apretar.

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Carla no contesta. Está empanada. Nunca pensó que la primera vez que se encontrara en presencia de un pene adulto terminaría haciéndole una paja a un desconocido mayor que su padre. De pronto, no entiende muy bien cómo ha llegado hasta ahí, pero, arrastrada por las circunstancias, decide obedecer.

No en vano, está demasiado cachonda para echarse atrás.

No es mucha la viscosidad cremosa que todavía permanece entre los dedos de la chica, pero sus efectos son manifiestos, pues sus manos se deslizan por el pollón de Gustavo con resbaladiza soltura.

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GUS:      0oh… … Así… … Muy bien. No dejes de apretar.

CARLA:  ¿De verdad que no te duele?

GUS:      Son l o s hue v os lo s que j icas. El sal s ichón e s du r o y p uede con t o do.

CARLA:  Ya lo creo que es duro.

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El tono de la moza se torna vicioso por vez primera. Mientras ella vuelve a morderse el labio inferior, él la observa sin dejar de maravillarse por semejante belleza virginal: la suavidad de su piel dorada, sus nutridos muslos, sus perfectas nalgas redondas, su estrecha cintura de avispa, sus pequeñas tetas recién llegadas, su boquita carnosa, su precioso pelo lacio…

Ese pajote a dos manos empieza a volverse extasiante entre los jadeos cada vez más fogosos de la niña. Tanto es así que a Gustavo le cuesta asimilar el gozo que emana de su miembro cuando es Carla quien se emplea en él.

“Esto no es tan diferente de

lo que me hice la semana pasada.

¿Cómo puedo sentirlo tan distinto?”

Sin duda, el contraste es abismal, y la presenta gayola está destinada a convertirse en la mejor de su vida.

La chica ha recaído, fugazmente, en los laterales de la zona pélvica para enriquecer sus maniobras con una mayor lubricación. Sus repeticiones se desinhiben y se aceleran vertiginosamente.

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GUS:      0 o Ooh  siiih… … Por Di 0 s… … no pareees.

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Sin dejar de subir y bajar, Carla dobla ambas muñecas como si acelerara y desacelerara en el manubrio reluciente de Gus.

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GUS:      Sí… … Asíiìh… … Más  rápido, máaás… … Mmmh…

CARLA:  ¿ M á s ? … … hhh… … ¿Más a ú n?

GUS:      Síiìh… … Nuncaah… … N u nca es  d e masiado  rápido.

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Viéndose incapaz de alcanzar una mayor velocidad haciendo uso de las dos manos a la vez, Carla recupera su posición original arrodillada a la izquierda de Gustavo, pero, en esta ocasión, apoya la zurda en la toalla de su hermana, entre las piernas de él, para ejercitarse a fondo con la diestra.

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GUS:      Ufff… … qué  bieen.

CARLA:  ¿Síiì?

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El jardinero, con los muslos un poco separados, nota cómo sus cojones disponene de un mayor espacio para revolotear al son de tan trepidante manola. Al igual que ocurre en ese absurdo juego que consta de una pelota atada a una especie de paleta de ping pong, sus doloridos huevos rebotan premiándole con un gozoso sufrimiento estimulante de difíciles calificativos.

Sin siquiera proponérselo, la niña sacude el escroto ese hombre como si quisiera hacer sonar su contenido; como si hubiera monedas de oro en su interior.

Ya asumiendo lo irreversible de tan lujurioso recreo, Gustavo se permite meterle mano a su masajista primeriza. Lo hace con delicadeza, accediendo a la nalga más accesible de esa nena enfervorizada. Como quien se esmera en desactivar una bomba, infiltra sus dedos por debajo del bikini para que su curtida palma de currante cobije la totalidad de tan tierna redondez.

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GUS:      Mmmh… … Qué  guapah eres, Carlaah… … hhh… … Y que buenah estaás.

CARLA:  Ya lo  séh… … hhh… … l os éh.

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A la chica le falta el aire y le duele el brazo. Pese a ello, su férrea determinación la empuja a seguir sacudiendo el firme trabuco rojo del jardinero como si no hubiera un mañana.

Se siente intimidada y un tanto incómoda por el gesto osado de su veterano invitado, pero es consciente de que ella misma ha ido mucho más lejos masturbándole, y no es capaz de discriminar aquellas caricias que tan consideradamente se han apoderado de sus nalgas por debajo de su ropa de baño.

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GUS:      Vamos, Mini, un poco máaás. No  falta  mucho0h.

CARLA:  Valeh… … hhh… … Vah… … Tú avísameh… … ¿eh?

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Sintiéndose al borde de un vertiginoso acantilado orgásmico, Gustavo tira del cordón que anuda la parte de arriba del bikini. Esa pequeña prenda oscura queda pendiente solo del cuello de la muchacha, y sucumbe a su entusiasta desenfreno revelando unas tímidas tetas adolescentes notablemente más pálidas.

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GUS:      Ho0h… … Por Dio0s… … hhh… … Qué bieeen

CARLA:  Síiíh… … Síiíií… … hhh… … Vaah.

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Carla está realmente excitada, aunque la humedad de su coño se difumina en un bikini todavía mojado del último chapuzón.

No pretendía que ese hombre se acercara a ella cuando se pavoneaba con el bañador remangado, no esperaba que él terminaría desnudándose cuando le tomaba el pelo y no había planeado la ejecución de esa frenética paja. No obstante, no piensa en ir más allá, pues está demasiado entregada a su cometido manual como para vislumbrar otros horizontes carnales.

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GUS:      Mnnghh… … hhh… … m mmm.

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Gustavo se siente sobrepasado por las circunstancias. Abrumado por lo que ve, por lo que escucha, por lo que toca y por las furiosas sacudidas lubricadas de aquella nena, pierde el habla como aquel que enmudece en el más vertical de los descensos de una montaña rusa. Con la respiración congelada, nota cómo las repeticiones de Carla se vuelven insostenibles justo antes de que unas violentas contracciones fálicas doten de presión a la más impaciente de las eyaculaciones.

Los sentidos del jardinero se difuminan a lomos de un gozo embriagador que derrite su pensamiento. Uno tras otro, chorros indomables de albino desahogo vuelan por los aires bajo la mirada asombrada de aquella niña escandalizada.

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-!J00h!-   protesta ella   -Qué puto asco-

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Con la palma de la mano mirando al cielo, Carla observa cómo de sus dedos se desprende, muy lentamente, el viscoso semen de Gustavo. Fastidiada, se percata de que sus muslos también se han visto salpicados por semejante despilfarro de esperma.

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-!¿Más?!-   exclama, consternada, al vislumbrar nuevos borbotones blancos.

-Yaaah… … Yah-   susurra un exhausto Gustavo al borde del desmayo.

-Es queh... ¿Q u é p a sa?-   pregunta aún falta de oxígeno   -¿Cuanto h a cia q u e no…?-

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El hombre hace leves movimientos de negación con la cabeza. Entiende la sorpresa de la chica, pues él mismo no recuerda haber rezumado jamás una corrida tan copiosa y presurizada. Si bien ha manchado la colorida toalla de Lara, el césped que él mismo cortó hace semanas y a su apasionada masajista, sin duda, es Gus quien se ha llevado la peor parte.

Por su lado, Carla se siente aturdida y confusa. Su vergüenza y su orgullo se entrelazan como la figura del Yin y el Yang sin que consiga asimilar el calibre de la fechoría que acaba de cometer; un disparate lujurioso que poco tiene que ver con su propio desenlace orgásmico. Se sabe atrevida, pero teme haber ido demasiado lejos alentada por un calentón morboso que la ha privado de su buen juicio.

Ahora es ella quien ojea su entorno para confirmar el discreto hermetismo de su osada travesura. Por fortuna, no distingue a testigo alguno, pero no tarda en percibir un peligro cada vez más punzante.

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CARLA:  Ahora sí que tienes que irte.

GUS:      Vale. Sí. Tienes razón, pero primero me meteré en la piscina para…

CARLA:  Noo0h, guarro. Usa la ducha.

GUS:      Sí, sí. Buena idea.

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La chica le toma la delantera y, tras ponerse en pie, anda hacia el grifo con apresurados pasos estresados.

Gustavo tiene tanta flojera que apenas puede incorporarse. La observa viendo en ella, por fin, una naturalidad esquiva hasta el momento, no solo en su modo de andar, sino también en su forma de lavarse y de volver a anudarse el bikini. Notando su propia desnudez más intensa que nunca, el jardinero recupera sus boxers.

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[1º capítulo de 5]

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