El jardinero ceremonioso
- Opa pensó Horacio menudo paquete carga el jardinero
El timbre sonaba insistentemente, y Horacio, bajo la ducha, soltó una sonora puteada. Tendría que enjuagarse de prisa, secarse y ponerse al menos una bata para saber quién estaba tras la puerta y qué quería con tal desvergüenza de no retirar el dedo del botón.
Descendió la escalera de dos en dos y corrió el pasador, malhumorado, para abrir la puerta y encontrar al joven cuyo dedo seguía pegado al timbre.
-Bueno, ¿dónde es el incendio, pues? – preguntó al importuno con la peor de sus caras.
-Disculpe, señor. Soy el jardinero que pidió el administrador del complejo, y quería presentarme – respondió un joven bien parecido que llevaba un overol azul y un bolso del que sobresalían las láminas de una enorme tijera de podar.
- ¿Y? ¿No cree que debiera presentarse al administrador entonces? Yo no me dedico a contratar personal – dijo Horacio todavía enojado por la insistencia del timbrazo, pero recreándose en la figura que tenía delante: morocho, corpulento, con ese acento venezolano que se estaba volviendo tan habitual últimamente en la ciudad.
El muchacho, azorado por el mal trato, sonreía tímidamente.
Le pido mil perdones, señor. Debo haberme equivocado de casa, solo quería ponerme a las órdenes… - añadió mientras se dirigía pesadamente hacia la salida del jardín.
Bien, está disculpado – contestó Horacio – Lo cierto es que estaba duchándome en el piso superior y el timbre nunca dejó de sonar. Pero bueno, ya que está aquí podría dar una recortada al seto de ligustrina. Con las lluvias de estos días pasados se ve un tanto desprolijo.
El rostro del venezolano se iluminó con una blanquísima sonrisa.
- Claro que sí, señor. Ya en seguida emparejo su seto – respondió aliviado – Retome su actividad que no le molestaré más.
Horacio asintió ya menos tenso, añadiendo apenas una recomendación:
Cuando termine golpee la puerta, le invitaré con un café.
Gracias, señor. Ese café será muy bienvenido, por cierto.
Mientras el joven dejaba su bolsón en el suelo junto al seto y sacaba las tijeras, Horacio cerró la puerta y por detrás de los visillos de la ventana contempló el comienzo del trabajo indicado.
- Vaya con el jardinero- pensó – Quizá lo traté demasiado descortésmente y debiera arreglar eso…
Decidió vestirse decentemente, para lo que subió a su habitación, eligió un cómodo chándal y una camiseta sin mangas que dejaba ver su figura compacta y cuidada, con horas y horas de aparatos de gimnasia. Desde la ventana del cuarto que daba al jardín, volvió a observar al jardinero, escuchando el sonido rítmico de los tijeretazos que iban dejando perfectamente armónico al seto. Mientras lo hacía, tomó conciencia de que debajo de su chándal el amigo también aprobaba al desconocido con una media erección jubilosa…
Bajó a la cocina y puso una medida de café en el aparato de Express para que filtrase lentamente mientras esperaba que su invitado finalizara el trabajo. Pero no tardó en correr hacia el living para poder ver hacia el jardín donde trabajaba el mozo con sus tijeras. En ese exacto momento el jardinero sacó de su bolsillo un pañuelo con el que secó la transpiración de su frente, y con la otra mano, la que aún sostenía la herramienta, se acomodó el paquete.
- Opa – pensó Horacio – menudo paquete carga el jardinero…
Aprovechando que la cortina impedía ver hacia adentro también acarició el suyo, cuya erección era ahora un poquito más pronunciada, seguramente a causa de la morbosa visión del muchacho sudando a pleno sol.
Se recreó unos minutos en ella y metió una mano para recoger la gotita opalescente que despedía su meato con un dedo que llevó a sus labios, degustándola con fruición.
El golpeteo en la puerta le distrajo, y hacia ella se dirigió para abrirla, donde el venezolano sonriente le anunció:
- Listo, caballero. Sea tan amable de verificar mi trabajo, por favor.
Salió al jardín y recorrió los tres metros escasos de seto recortado con precisión y esmero.
- Magnífico trabajo – le sonrió al mozo- Este trabajo tan perfecto bien merece un sabroso café. Pase, pase.
El muchacho le siguió al living y Horacio cerró la puerta de entrada, pasando la llave.
Perdone mi atrevimiento, señor – dijo el jardinero- ¿Sería tan amable de permitirme usar su baño? El sol está fortísimo esta mañana y quisiera lavarme las manos y la cara porque estoy muy transpirado.
No faltaba más – se sorprendió Horacio- aquí está el baño social, pero si quisiera tomar una ducha, hay otro baño arriba. No quisiera que pasara desprolijo por la siguiente casa…
No, no se preocupe, señor. Esta cerca era la única que no había atendido. Ya terminé mi trabajo por hoy- respondió el muchacho – Me refresco un poco y ya.
Horacio, que sintió nuevamente el aviso de su miembro, insistió:
No, pero qué va, si es su último trabajo del día lo mejor es que tome un baño y así se puede ir más fresco a casa.
No sabe cuánto le agradezco – dijo el mozo – En la pensión donde vivo hay un único baño, y somos dieciocho para compartirlo. A veces cuando llega mi turno el tanque ya está vacío… Si me indica el camino…
Venga, venga – respondió Horacio muy campechano acompañándolo al piso superior- ¿Tiene ropa para cambiarse? Si no puedo prestarle de la mía mientras ponemos en el lavarropa la suya. En un poco más de media hora estará limpia y seca.
Qué amable, señor- dijo el jardinero- acá en el bolso tengo mi toalla, no se preocupe. Ya que me ofrece poner el boxer a lavar, si no es demasiada osadía de mi parte y no le causa molestia, puedo cubrirme con ella mientras se seca.
Horacio no quiso insistir, y mucho menos cuando vio la toallita que el venezolano sacó de la bolsa: era una toalla de mano, que difícilmente podría ocultar el cuerpo bien formado del muchacho.
Como buen anfitrión, pasó delante del invitado para abrir la ducha, y poder ver de reojo cuando este se quitaba el overol, el boxer, las medias… Lo que vio le dejó impactado: el venezolano portaba un arma de grueso calibre entre sus piernas, coronada por apenas un vello oscuro cuidadosamente recortado.
¡Qué amabilidad! – añadió el jardinero – Menos mal que ha sido capaz de perdonar mi insistencia cuando le timbraba…
Qué va – dijo Horacio- siempre hay que ponerse en la situación de los demás.
Y le fue imposible dejar de notar que el trabuco del inmigrante se había empinado de manera prodigiosa, rozándole con el bálano descubierto y lustroso el ombligo adornado por un hilillo de vello oscuro.
¡Perdóneme, caballero! No es mi intención avergonzarle – dijo el muchachón – creo que debe ser mi largo tiempo de ayuno…
No hay nada que perdonar, es normal. Yo también tengo el mismo problema – dijo bajándose el chándal para que el otro pudiese apreciar que también él había sufrido una completa erección.
¿Puedo? – preguntó el jardinero asiendo la verga de Horacio, que sorprendido, dejó hacer sin mediar palabra.
Claro, pero pero permítame devolver su gentileza- respondió Horacio, echando mano al tronco enhiesto del mozo, que orgulloso comenzó a latir.
Mmm..., ¡Qué rico se siente! – dijo el jardinero – No hay como una mano amiga para sentir más placer…
¿Le gusta? – inquirió Horacio deslizando su mano arriba y debajo de la poronga del venezolano, que apenas podía cerrar dado el grosor alcanzado.
Mucho, ¡qué rico! – dijo éste, correspondiendo con la suya sobre la de Horacio. Con un dedo calloso retiró prestamente de la punta otra subrepticia gota de prelefa que la coronaba y la llevó a su boca para sorberla con gula - ¡Qué rico!
Horacio estaba en la gloria. Se quitó la ropa para acompañar a su invitado en la ducha, y una vez dentro, pasó la barra de jabón demoradamente sobre los huevos llenos del muchacho, que lanzó un rugido de placer.
El jardinero se viró, buscando su boca, y la invadió con una lengua sabia y experiente que puso a Horacio todavía más cachondo. Con su mano callosa acarició las nalgas de su huésped, demorándose en el agujero que latía de deseo.
¿Está todo bien? – preguntó ansioso.
Muy bien – dijo Horacio, deseoso de que uno de esos dedos se introdujese en su culito hambriento.
Espero no lo tome a mal, porque lo cierto es que me encuentro muy arrecho – avisó el jardinero.
No, ¡qué voy a tomarlo a mal! – respondió Horacio complacido cuando facilitado por el jabón el dedo medio del venezolano se introdujo con facilidad en su ojete, que alborozado se cerró en torno a él.
¡Qué hermoso culo, señor! – dijo el jardinero sin dejar de dedearlo.
¡Qué bueno que le agrade! También a mí me gusta ese dedo que me está hurgando y llevando a tope…
Si no fuera mucha molestia, ¿me permitiría penetrarlo con mi pinga? – preguntó ansioso el jardinero.
Mmm.....… ¿molestia? – respondió Horacio gimiendo como una gata en celo - ¡Lo estoy deseando!
Más en confianza, el invitado cerró el grifo, se sentó en el suelo del duchero con la verga hecha un fierro, e invitó:
- Venga, pues. Siéntese de frente en ella, que se la voy a colocar.
Horacio no se hizo esperar. Se sentó a horcajadas sobre el muchacho y con su mano dirigió la verga al agujero, que ansioso y elastizado por la calentura engulló la terrible cabeza de un tirón. Pese al dolor que experimentaba, al sentir la lengua del otro buscando la suya se sentó con fuerza hundiéndose el tronco venoso y caliente hasta el fondo, porque el roce sobre su próstata originó una copiosa eyaculación que desbordó sobre el vientre del venezolano.
- Ah, ¡qué rico! ¡Cómo le gusta comerla duro…! – señaló en éxtasis el jardinero – Cabálguela un tantico, así, así…
Horacio no se hizo rogar: se levantaba apenas de ella tratando de hundirla más profundo, lo que la posición en la que se encontraba impedía un poco.
¿Qué le parece si vamos a un lugar más cómodo? –preguntó a su invitado.
Si no es molestia… porque verdaderamente quiero culearlo bien sabroso, bien profundo – respondió encantado el muchacho.
Horacio se levantó no sin esfuerzo, porque la herramienta incrustada en su recto estaba tan firme que impedía el escape de allí, pero una vez logrado lo condujo al dormitorio.
Se apoyó de bruces sobre la cama, pidiendo al jardinero que se colocara por detrás, empinando el culo para facilitar la introducción. El jardinero reanudó su penetración y Horacio aulló de dolor por la primera sacudida de aquella poderosa verga que le traspasaba.
Déme un momento, nada más – pidió. Con esfuerzo se la sacó y tomando un tubo de gel del cajón de la mesilla, se pasó abundantemente por la raja, introduciendo con dos dedos una generosa porción en su ojete. Luego colocó más sobre la pija del visitante, deslizándola sobre el tronco palpitante.
Ahora, venga de nuevo – anunció al venezolano que, ni corto ni perezoso, la metió de un solo tirón hasta la profundidad de su ser.
La tranca ya rehumectada profusamente entraba y salía aunque no sin dificultad debido a su generoso tamaño, pero a Horacio le producía mucho más placer que antes aunque no hubiese dejado de doler.
Mmm...… ¡qué rico su culo, señor! – jadeaba el jardinero mientras le atravesaba las entrañas – creo que voy a dejarle bastante lechita, porque como le dije, ando muy arrecho…
No se preocupe por eso, déjemela nomás – dijo Horacio con los ojos llenos de lágrimas- estoy deseándola…
Gracias, señor, es muy amable – añadió el visitante mientras descargaba sus huevos en las profundidades de Horacio en potentes chorros calientes y espesos.
¡Cuánta leche, por Dios! – señaló Horacio incrédulo era cierto pues que tenía una considerable provisión con atraso…
¿Quiere que deje algo para saborear? – gruñía el jardinero mientras eyaculaba furiosamente.
No, ya habrá otra oportunidad, supongo – respondió jadeante el dueño de casa sintiendo que la poderosa erección del jardinero se iba aflojando.
Oh, sí, señor, claro que sí, cuando quiera es solo avisar… - dijo el muchacho retirando la herramienta del culete rezumante de Horacio, que con un sonido sordo se liberó dejando un charquito en el suelo luego de correr copiosamente por el escroto dolorido.
Horacio se dio la vuelta y tomando en sus manos la verga que le había perforado, la acercó a su boca y la limpió cuidadosamente a lengüetazos, como un gatito hambriento.
¿Le gustó, entonces? – preguntó el venezolano.
Mucho, me gustó mucho – dijo Horacio sonriente- Venga, dese una buena ducha y baje a tomar el café, que ya se debe haber enfriado.
Muchas gracias, señor – respondió sonriente el mozo. Me vendrá muy bien el café. Pero ¿no le molesta si bajo en pelota? La toalla es muy chica y no me cubre la cintura…
Baje en pelota, nomás. Somos gente grande y tenemos confianza – dijo Horacio sonriente- Y quizá después del café me ofrezca usted una revancha…
El venezolano, con una amplia sonrisa de dientes blanquísimos, repuso:
- Pues claro que sí, señor. También yo estoy deseando probar la carne y la leche locales, que en todo el mundo tienen buena fama.