El Jardín de las Delicias (1)

Andrés se levanta perezosamente, en la penumbra su cuerpo esculpido por el ejercicio se refleja vagamente entre las sombras, aún no sabe lo que la luz del nuevo día le deparará.

Es pronto por la mañana, la mujer aún descansa sobre la cama, dormida. Una buena amante, tal vez sueñe con los recuerdos de una noche de pasión y desenfreno. Andrés se levanta perezosamente, en la penumbra su cuerpo esculpido por el ejercicio se refleja vagamente entre las sombras, aparta su pelo de la cara y se dirige directamente a la ducha. El agua caerá suavemente por cada rincón de su cuerpo, empapando su oscura melena morena y fluyendo hacia abajo por entre los potentes brazos, de voluminosos bíceps y definidos tríceps, por el abombamiento de su pecho, cubierto de escaso vello incipiente y coronado por sendos pezones oscuros, color del café y por los surcos que marcan sus músculos abdominales, cada gota brillará sobre la piel morena de Andrés mientras desciende por sus amplias y musculosas espaldas, por su trasero firme y duro, hasta perderse por entre los muslos o acabar pendiendo de la punta de un jugoso capullo, en el extremo de un cipote grueso y adormecido.

Al salir de la ducha retirará de su cuerpo a las gotas que se hayan negado a abandonarlo de forma natural, echará su colonia favorita sobre su cuerpo, y se colocará un caro reloj en la muñeca, una fina camisa blanca, unos pantalones de traje, una corbata y una americana. Secará y peinara con mimo su cabellera y se observará al espejo, aquel rostro masculino de eterna barba incipiente y profundos ojos marrones. Esta listo para salir a trabajar, aunque nunca llegará a su trabajo en una sucursal bancaria de Madrid.

Percibe una presencia tras de sí durante un buen rato a la que no le da importancia, no hasta que es demasiado tarde. La figura se acerca demasiado y cuando trata de reaccionar nota algo húmedo en su cara, que se aprieta con fuerza contra el, un olor embriagador inmediatamente le adormece, introduciéndose a través de sus fosas nasales, que enviaran una señal clara a su cerebro, no debe resistirse, cualquier intento será disipado... En cuestión de segundos el mundo se emborrona y desaparece. Tiene extrañas ensoñaciones. Sueña con Sherezade y las Mil y Una Noches, leyó ese libro de pequeño. Con Sherezade descubrió la sexualidad. La sexualidad, la sensualidad, un mundo de olores y sensaciones que creía conocer. Sherezade. En sus ensoñaciones parece escuchar la música en el palacio del Sultán, mientras Sherezade cuenta una de sus historias.

Despierta en una sala, aunque él no puede verla, porque sus ojos están cubiertos por un antifaz. Está desnudo, puede notar el viento rozando suavemente sus testículos, involuntariamente despertando al monstruo, aunque sabe que no es el momento. Intenta revolverse, pero es imposible, sus brazos están atados por unas gruesas sogas, sus pies también, se encuentra inmovilizado, lo único que conseguirá si sigue removiéndose es caerse, si no fuera porque una cuerda descendente del techo evitaría tal cosa. No lo sabe, pero hay otros cuatro chicos en esta situación, todos jóvenes atractivos, de buen ver, mas o menos de la misma edad y de la misma complexión atlética. Pasos.

-Señor Embajador, estos son los mejores hombres que hemos podido reunir esta noche –Dijo una voz.

¿Embajador? ¿Qué clase de Embajador le tendría así, en sabe dios que lugar? Andrés intenta gritar, pero su boca se encuentra amordazada, muerde la bola con fuerza.

-Perfecto –El Embajador tiene un acento peculiar, sisea mucho, Andrés no lo sabe, ni ninguno de los otros, pero es un hombre maduro, anciano, un diplomático de larga carrera- Debo reconocerlo, su país tiene excelentes muchachos.

-El Gobierno Español –Dijo la otra voz- desea que este regalo sea considerado de su agrado y haga que sus líderes se muestren igualmente favorables a nuestra parte del trato. Ni que decir que este intercambio debe ser considerado el más absoluto secreto.

-No tiene que preocuparse por eso, señor –Dijo el Embajador- Ojalá pudiese llevármelos todos.

Andrés oyó los pasos acercándose. Cada cierto tiempo se paraban, durante un largo rato y después volvían a emprenderse, acercándose a él.

-Los términos del trato solo le dan derecho a llevarse uno de ellos.

-Es una lástima –El Embajador se paró delante de Andrés, no podía verle pero sabia que estaba allí- ¿Qué harán con los que no me lleve?

-Les soltaremos de nuevo. Aparecerán en el mismo sitio donde les cogimos, tal y como estaban, inconscientes.

-¿No le preocupa que se vayan de la lengua?

-Existen formas de manipular los recuerdos de un hombre y, de no ser así, quien les creería.

Andrés no podía creerse lo que estaba oyendo ¿Una conspiración de los mas altos niveles para solo Dios sabe que fines? Debía tratar de huir de allí como fuese, se revolvió en sus cuerdas pero fue completamente en vano.

-Este de aquí parece particularmente varonil y apasionado –Dijo el Embajador- En mi cultura valoramos mucho la pasión. Fíjese que musculatura, que estupendas tetas, y tiene un aparato de lo mas prometedor.

El Embajador recorrió con la mano el torso y el abdomen del muchacho hasta llegar a su entrepierna y comenzó a masturbarle con tan solo dos dedos, Andrés se revolvió como pudo mientras que su rabo no tardo mucho en ponerse erecto.

-¡Fantastico! ¡Fantastico! –Exclamó el Embajador- ¡Fijese que estupendo rabo! ¿Alguien lo ha medido? No importa, solo con verlo ya no deseo ningún otro. Solo una cosa mas, me pregunto si esas tetillas serán tan sensibles como parecen.

¿Cómo podía saberlo? Los pezones eran una de las partes mas erógenas de Andrés, le encantaba que una chica mamara de sus tetillas todo lo que pudiera pero…Aquello era demasiado, no podía permitirlo, trato de deshacerse de las cuerdas.

El Embajador pellizcó entonces uno de los pezones del muchacho que echo su cabeza hacia atrás en una especie de mezcla entre el dolor y el placer. El Anciano utilizo entonces sus dos manos y empezó a pellizcar ambos pezones con fuerza, llevando al muchacho al séptimo cielo de los placeres prohibidos.

-¡Este chico es una estufa! ¡Fijate en como chorrea su rabo!

El Embajador extendió entonces su boca y comenzó a lamer sus pechos, sorbiendo los pezones, mordisqueándolos, jugueteando con ellos mientras le masturbaba con fuerza. Andrés se sentía cada vez mas excitado, pero a la vez tan profanado, tan violado… ¿Cómo podía estar disfrutando de aquello? Era asqueroso y sin embargo estaba a punto de correrse. Se daba asco a si mismo, pero, ah…que placer le estaba dando aquel hombre, con semejante maestria.

El Embajador solto entonces uno de los pezones de Andrés y se arrodilló para esperar su semilla, pacientemente, mientras ordeñaba aquel grueso y caliente trozo de carne. No se hizo esperar, una fuente de espesa leche, en forma de varios chorros de esperma, salpicaron contra el embajador, que los recogio uno a uno en su boca.

Tras eso, se limpió la boca con un pañuelo y dijo:

-Me quedo con este

Y la oscuridad se volvió a apoderar de la consciencia de nuestro joven amigo.

CONTINUARÁ