El italiano (1)
Una mujer es tentada por un extranjero y sucumbiendo a su deseo decide amarlo frente a su marido en su propia casa...
Descubrió su mirada rebotando en la ventana que da a Cabildo, anochece y el fresco de un otoño adelantado se hace notar en el paisaje de Buenos Aires. Estaba solo con su café y un libro desgastado de cuentos borgianos, tenía un aire extranjero pero al vez muy porteño, llevaba un tostado reciente y su pelo estaba tan desordenado que parecía a propósito. Todo parecía indicar que estaba allí por casualidad, pero algo en ella le hacía pensar que estaba allí por ella o acaso ese era su deseo. Siempre había fantaseado con ser poseída por un completo extraño, no saber nada de su pasado ni su nombre, entregarse como una prostituta, como una ninfómana sedienta de sexo, de lujuria, de pecado. Ansiaba sentirse sucia, derretirse en los brazos de un hombre que no sea su marido, ser domada y hasta humillada por una bestia sexual mientras Jorge la miraba desde la puerta de la habitación, quería demostrarle cuan perra era, verlo morirse de deseo y celos y lujuria
La volvió a mirar, ahora sí más descaradamente, le lamía las piernas con sus ojos que sin salirse de su rostro parecían tener manos y labios y sexo. Estaba mojada, tenía miedo a ser descubierta porque sentía que se estaba ruborizando; estaba caliente, deseaba que esas manos que ahora buscaban en la billetera para pagar se posasen en sus senos desnudos y los devorasen sin piedad. Intercambió unas palabras con el camarero y se fue sin más, sin un gesto, un guiño, su fantasía se fue volando rápidamente y se perdió entre los otros. Pidió también la cuenta y junto con el cambio recibió una nota escrita en un ticket de la confitería. Mendoza y Ciudad de la paz, esperaré por ti cinco minutos a partir de ahora
No le dejaba mucho tiempo para pensarlo, aunque no quería racionalizar la situación, quería disfrutarla, transitarla sin juicios, liberarse completamente, solo así lograría calmar su deseo que a esas alturas era tan fuerte que le temblaban las manos. Olvidó dejar propina y salió a la calle tropezando con un chico que le ofreció una rosa, sus piernas parecían las de una gacela en celo, a cada paso aumentaban sus nervios hirviendo su sangre. Lo vio descansando su espalda sobre uno de esos árboles que tanta alergia le provocan en la primavera, estaba tan plantado que no parecía haber nadie más a su alrededor, por un momento pensó en seguir de largo pero no se lo perdonaría, nunca había vivido una experiencia tan peligrosa y atractiva a la vez. Se le acercó hasta casi rozarlo y tomo su mano izquierda, era suave y cálida, le sintió bien, él quiso decir algo pero ella le cerró sus labios con sus dedos negándoselo, no quería que su voz rompiera el hechizo. Acercó su boca a sus oídos y susurró prométeme que me harás sentir la más perra de todas, prométeme que me harás llorar de placer y hacerme sentir la más deseada entre todas las féminas. Él asintió mientras se acercaba para besarla, ella se alejo diciéndole que espere que allí no; mientras caminaban le envió un mensaje de texto a su marido para que prepare el ambiente y se esconda, quería que se masturbe viéndola con otro, como le metía los cuernos delante de su cara descaradamente. Se paro unos segundos con la llave en la cerradura, su amante la había tomado por la espalda y entretenía su lengua en su nuca, podía sentir su miembro erecto rozando su falda. Respiro hondo y abrió la puerta, la fina pared entre la fantasía y la realidad había sido quebrada.
Unas velas encendidas marcaban el camino hacia la habitación, temblaba, sus piernas, sus manos, sus labios, una vez en la habitación probó sus labios con su lengua como una gata en celo, fue quitando su camisa mientras olfateaba su pecho torneado y sin pelos, saboreó su vientre plano y excitante y desabrocho uno a uno los botones que la separaban de su tesoro más deseado. Apoyo ambas manos con fuerza sobre sus nalgas duras y masculinas y bajó sus boxers negros dejando a la vista un miembro erecto rosado muy bien proporcionado. Apuntaba directo a sus labios por lo que no lo pensó mucho apoyándolos sobre su glande, fue soplando levemente hasta la raíz buscando con su lengua sus testículos, de regreso fue saboreándolo lentamente hasta encontrarse con un glande ardiente y afilado y con las primeras gotas de liquido seminal resbalando por el frenillo. A punto de llevarse a la boca tal manjar sus ojos se encontraron con los de su marido que desnudo la miraba desde el pasillo, verse como descubierta casi le da un orgasmo, tomo con sus manos su tesoro y lo perdió rápidamente y de una vez entre sus labios. Ese sabor a hombre en su boca la elevó, succionaba sus huevos mientras con sus manos lo pajeaba descaradamente, se quitó la camisa dejando al descubierto sus senos desnudos y erectos deseosos de sus besos y caricias y mordiscos y semen, semen, esa noche quería nadar en semen, zambullirse en un lago de semen caliente y placentero. A eso se paro sobre sus pies y mirándolo fijamente a los ojos le dijo: - soy tu puta, quiero que me hagas sentir la más puta la más sucia la más feliz de todas las mujeres.
La empujo sobre la cama sorpresivamente y quitó su falda con la misma agilidad, la obligo a girarse dejando a la vista un tanga negro diminuto que no tardo en quitar con maestría y firmeza. Levanto el culo buscando su rostro, quería que huela su sexo, que vea lo excitada que estaba por culpa de el, que su marido la viese enseñándole su secreto a un total desconocido. Sintió su lengua hacerse espacio entre sus nalgas que ardían, su clítoris recibió las primeras caricias tan desesperadamente que dejo escapar unas gotas de orina sobre la lengua de su amante, éste penetro su vagina lentamente con su lengua que la llenaba como si fuese un pene y jugaba en su ano tímidamente con su nariz. Quería ser penetrada mas que nunca, deseaba tener mas hombres desnudos con sus penes erectos a su alrededor a punto de acabar sobre sus senos y su culo y sus labios. Cogeme, por Dios, cogeme
- ¡cállate perra! Tengo sed y no de agua, he saboreado tu descuido y quiero beber hasta la última gota de tu orina mientras te masturbas. ¡ahora, que esperas!
La velada se estaba tornando peligrosa, nunca había hecho eso, ni siquiera orinaba con su marido en el baño pero estaba tan caliente y verse obligada a hacerlo sobre su amante le dio un golpe eléctrico en toda la espalda dejándola inmóvil por un segundo. El se acostó sobre su espalda indicándole se siente sobre su rostro adoptando la famosa posición 69. báñame perra, estoy todo sucio quiero que me bañes le ordenaba mientras lamía lascivamente su entrepierna, ella con su pene en la boca hirviendo de calentura comenzó a regar por completo el rostro de su amo, no quería desobedecerlo, no iba a desobedecer. El italiano bebía cada gota como si de Chianti se tratase, ella transitaba por el orgasmo más fuerte de su vida, había perdido el control y no se esforzaría en recuperarlo .