El invitado de mi esposa

Armando se mantuvo perfectamente inmóvil. Cerró los ojos y sonreía. Mi esposa se fue metiendo todo aquel pedazo de carne y con un grito se sentó para introducirse el último par de centímetros.

Armando se mantuvo perfectamente inmóvil. Cerró los ojos y sonreía. Mi esposa se fue metiendo todo aquel pedazo de carne y con un grito se sentó para introducirse el último par de centímetros.

EL INVITADO DE MI ESPOSA

Siempre fantaseé con ver a mi esposa haciendo el amor con otro hombre. Tenemos una buena vida sexual pero con frecuencia me excito ante la imagen de ella recibiendo a un hombre fornido, tipo supermacho, con un sexo enorme. Mi esposa fue muy receptiva ante mi idea. Antes de que nosotros nos conociéramos, ella era algo inhibida, pero luego se desprejuició por completo. Cuando le hablé de mi fantasía me comentó que sería una buena forma de romper con la monotonía de la fidelidad. De todas formas, recién hice coraje para que tuviéramos nuestra cama de a tres el mes anterior.

Mi plan tomó forma en el vestuario de un gimnasio al que concurro todas las semanas. Estaba cambiándome para ducharme cuando observé un nuevo miembro secándose. Pude ver que tenía un sexo gigante y eso que estaba flojo. ¡Lo que sería erecto! En todo lo que pude pensar en ese momento fue en lo excitante que me resultaría verlo en la cama con Elisa, mi esposa. Hablé brevemente con él, me dijo que se llamaba Armando y que había llegado desde Buenos Aires hacía poco, encantado con la tranquilidad de nuestro pueblo. En broma le comenté que con su físico debía trabajar como striper y con asombro escuché que me confirmaba la intuición. Hacía sólo dos semanas que había dejado ese trabajo en un club de la capital.

Le expliqué mi fantasía y me pareció un candidato perfecto porque se interesó rápidamente. Lo invité a cenar la noche siguiente. Ese día, cuando regresé a casa, le hablé a Elisa sobre Armando y ella se excitó y los dos nos fuimos a la cama donde hicimos el amor locamente, como no sucedía en mucho tiempo. Sin duda, se había excitado ante la perspectiva de cogerse a otro hombre en mi presencia.

A la noche siguiente, Armando llegó puntualmente a nuestra casa a eso de las ocho de la noche. Los presenté. Tomamos unas copas, yo observaba que Elisa se iba excitando y ya casi de medianoche le preguntó directamente:

-¿Realmente es tan grande como dice mi marido?

-Sí, hasta gané un concurso -contestó entre risas.

A lo que mi esposa respondió:

-No se burle.

A través de su blusa observaba cómo se erguían sus pezones y respiraba aceleradamente. Armando me miró de manera inquisitiva.

-No te arrepientas ahora -le dije-, ella ya lo tenía decidido.

Elisa se sentó junto a Armando y comenzó a deslizar sus manos por su pecho musculoso. El miembro del muchacho palpitaba por debajo de sus jeans y comenzaba a crecer. Mi esposa lo acariciaba sin tregua. Lo besó y comenzó a desprenderle la camisa.

-Dejame ver ese pedazo premiado -le dijo quitándole el cinturón.

Armando se sacó los zapatos, cerró los ojos y alargó los brazos por sobre la cabeza. ¡Qué sorpresa tuve! Elisa estaba increíblemente ansiosa. Me quité mis pantalones mientras ella le bajaba el cierre del pantalón y le sacaba el jean y el slip en un solo movimiento. Lo tenía parcialmente erecto, listo para la acción, ligeramente curvado, con la cabeza hinchada tocando casi su muslo izquierdo.

Elisa lo acariciaba y observaba cómo aumentaba el tamaño al hincharse. La forma en que se engrosaba era asombrosa, parecía mucho más grande de lo que me había imaginado. Mi esposa me miró con lascivia, tenía los ojos muy abiertos.

Yo desnudé mi verga y comencé a masturbarme mientras observaba cómo ella acariciaba a Armando. Cada segundo su sexo se volvía más voluminoso, ahora se inclinaba a los lados de su falda. La cabeza hinchada era casi del tamaño de un puño de Elisa. Ella lo atrapó entre sus manos y éste quedó parado, apuntando hacia arriba. Entonces comenzó a bombearlo hacia arriba lentamente. Podía ver que sus manos no lograban abarcar toda la circunferencia de aquella tremenda tranca. Comparé mi verga con la de Armando y me convencí de que la suya me doblaba en tamaño. Siempre había pensado que mi sexo era bastante grueso pero sin duda el de él era excepcional.

Elisa se arrodilló frente a Armando e intentó meterse el instrumento en la boca. Lo succionó un rato y entretanto yo fui a buscar aceite para bebé y lo masajeé por sobre su raja.

Ella gemía y se inclinaba hacia adelante, abriéndose a mí. Le acaricié el ano y el clítoris. Estaba realmente excitada, y mojadísima. Le metí mi verga en su interior y comencé a empujar. La sentía tan estrecha que no imaginaba cómo Armando se las iba a arreglar para penetrarla.

Hice rotar mi pija a toda marcha en su interior, intentando dilatar las paredes de su vagina. Luego inserté dos dedos y pude sentir la punta de mi verga frotándose contra ellos. Durante todo el tiempo ella seguía gimiendo y jadeando y chupando la tranca de Sergio. Mi visión de aquella fellatio fue asombrosa. No me demoré en explotar en su interior. Ella también terminó inundando mis testículos con su descarga y yo le metí dos dedos más en la entrepierna.

Armando abrió los ojos, sonrió y preguntó:

-¿Me han dejado algo para mí?

Ella se rió y prosiguió succionando.

Armando le levantó la cabeza y mirándola a los ojos, dijo:

-Quiero metértela.

Ella deslizó el gran miembro entre sus tetas ampulosas. Elisa es más bien baja, de manera que la enorme verga de Armando parecía aún más grande junto a su cuerpo. Se arrodilló sobre él en la cama, elevando la concha tan alto como pudo. Luego apretó los senos sobre la cara de aquel semental y él comenzó a succionarlos.

Yo estaba sentado en el suelo frente a ellos. Aunque ella estaba arrodillada apoyándose en las rodillas de él, su miembro llegaba perfectamente a la entrada de su vagina. Elisa fue descendiendo lentamente, gimiendo en voz alta mientras el glande iba desapareciendo en su raja. Al comienzo tomó apenas un tercio de su premio, moviéndose lentamente de arriba abajo.

Armando se mantuvo perfectamente inmóvil. Cerró los ojos y sonreía. Mi esposa se fue metiendo todo aquel pedazo de carne y con un grito se sentó para introducirse el último par de centímetros. Armando respiraba casi sin aliento y comenzó a empujar rítmicamente la pelvis.

Luego él la levantó y los dos se tendieron en la alfombra. Elisa separaba las piernas tanto como podía y Armando empujaba en su interior. Lo hacía a cierta velocidad, sacando casi totalmente su monstruo y volviéndolo a introducir. Elisa acabó repentinamente, estremeciéndose debajo del cuerpo de aquel hombre y haciendo fuertes sonidos. Nunca la había oído así antes. Él continuó acometiéndola llegando hasta el final de su canal en cada una de sus embestidas. Cuando ella volvió a sacudirse en un orgasmo, yo no podía creerlo. Armando bombeaba como un salvaje ya próximo a su clímax.

A partir de aquella noche Elisa fue más dulce que nunca conmigo. Dijo que había sido la experiencia sexual más maravillosa de su existencia pero que a partir de entonces solamente se acostaría conmigo. A mí me preocupa no ser suficiente para ella después de haber estado con Armando, pero nuestra vida sexual nunca ha sido mejor que en estas semanas posteriores a aquel encuentro.

Espero que disfruten este relato. Escríbanme. R.