El interrogatorio
Encadenado en una celda de la prisión donde cumple condena, el Toni se ve sometido a las crueles torturas sexuales de una implacable y sádica guardiana, mientras ambos son observados desde la sala de control por la lasciva alcaidesa de la cárcel.
El sonido metálico de la puerta al abrirse puso en tensión su cuerpo, brillante por el sudor que lo empapaba. Esposado a la cadena que colgaba del techo, la incómoda postura le obligaba a estar estirado, marcando los músculos de una anatomía atlética. De piel morena y corto cabello oscuro, llevaba como única prenda un ajustado slip blanco cuya ligera tela delineaba la rugosa superficie de sus genitales.
Giró la cabeza hasta lograr ver a su visitante. Vestida con el uniforme de guardia de la prisión, la mujer, alta y corpulenta, de ruda belleza, con el rubio cabello muy corto, tipo militar, emanaba una poderosa sensación de fuerza, de autoridad, de control. Piernas largas y de potentes muslos, caderas anchas, cintura estrecha, unas imponentes tetas que querían reventar la tela azul oscuro de la camisa –parecía que los botones fueran a salir disparados como proyectiles– y una ancha espalda para sostener esa espectacular y deliciosa delantera. A sus remarcables altura y envergadura –para un cuerpo de mujer–, se sumaban, sin duda, un prolongado y esforzado trabajo de gimnasio.
La mujer se movió lentamente, demostrando quién dominaba la situación, rodeándole hasta situarse frente a él.
Sin apartar la mirada de la pantalla del monitor, Sara, desde la sala de control, activó el micrófono.
–Adelante, Berta. Puedes empezar.
Obedeciendo a la voz que le llegaba a través del pinganillo que llevaba en su oreja, la mujer se irguió en actitud marcial, con sus piernas estiradas y abiertas, enfundadas en altas botas de caña de puntiagudo tacón, colocando las manos a su espalda.
–Rolando Orestes, alias Rolan “El Guapo”, alias el “Tonimanero” –dijo Beta–. Eres todo un galán, ¿verdad “Toni”?
La mano de Berta se posó sobre los trabajados pectorales de él, los acarició, pellizcó sus pezones y descendió por el abdomen hasta introducirse en la tensa prenda que cobijaba el paquete. Toqueteó el pene y sujetó la bolsa escrotal, jugueteando con los testículos.
–Queremos saber el nombre de tu contacto –Entonó la afirmación como una orden–.
–No sé de qué…
Berta no le dejó completar la frase. Su mano se cerró alrededor de los testículos como un cepo, apretando con fuerza y cortando de raíz las palabras de Toni, que apenas logró articular un gruñido.
–No te molestes en negarlo. Sabemos perfectamente que andas trapicheando y quiero que me digas quién te pasa la mercancía.
El rostro del hombre adquirió un rojo tono de congestión, mientras su frente se perlaba de sudor.
En su asiento frente a las pantallas de las cámaras de control Sara, la directora de la prisión, experimentó una punzada de excitación en la entrepierna. Peinada su negra melena de reflejos caoba hacia atrás y fuertemente sujeta en un moño, las gafas de pequeñas lentes rectangulares y montura metálica no empañaban los hermosos rasgos de su rostro. El funcional conjunto de falda, blusa y chaqueta se ajustaba como un guante a un cuerpo de espléndida anatomía, disimulando apenas su curvilínea voluptuosidad. Con esa vestimenta, la directora desprendía una imagen de reprimida sensualidad, de estricta gobernanta a punto de verse desbordada por su volcánica libido.
En la pantalla vio como la musculada guardiana sacaba la mano del calzoncillo del preso, liberando la presión de sus huevos; alivio expresado en la profunda inspiración con la que trató de recuperar el resuello.
–Bien –dijo Berta–. Volvamos a empezar. Pero como pareces un chico callado te aplicaré un incentivo.
Se aproximó a la mesa donde aguardaban diferentes objetos poco tranquilizadores y cogió una pinza metálica, de tamaño similar a las de tender la ropa pero de aspecto menos anodino. Regresó donde su prisionero y la cerró sobre uno de sus pezones. Él tensó su cuerpo y contuvo un quejido.
–¡Vaya! –Exclamó ella divertida–. No parece que te disguste. ¿Probamos con más?
Sin aguardar respuesta colocó una segunda pinza en el otro pezón, logrando similar respuesta por parte de Toni: un gesto de dolor pero ninguna declaración. Continuó con más pinzas, descendiendo por los laterales del abdomen hasta alcanzar el pubis, de modo que, al finalizar, dos líneas de brillantes tenacillas pinzaban la enrojecida piel del hombre, a quien el dolor punzante le provocaba abundante salivación.
–¿Y bien, bonito? ¿No tienes nada que decirme? Te advierto que ya no estás en la calle, donde te protegía algún padrino con placa. Aquí no vas a poder hacer negocio bajo nuestras narices manteniéndonos al margen.
Tras unos segundos durante los cuales el preso se limitó a devolverle la mirada en silencio, Berta lanzó un pequeño golpe con la mano contra la pinza de uno de los pezones, logrando una repentina contracción del cuerpo del hombre, acompañada de un grito apenas contenido. Fue repitiendo la operación con el resto de las pinzas, con fuerza creciente, de modo que alguna de ellas saltaba de súbito con metálico chasquido.
Toni intentaba alejarse de las manos de su torturadora, curvándose hacia atrás, pero sólo lograba tensar más la presa que mordía sus muñecas.
La sucesión de punzadas en su piel, transformada en una especie de corriente eléctrica, logró una segunda reacción: el creciente bulto en sus calzoncillos delataba una evidente erección.
–¡Lo sabía! –Exclamó Berta triunfal– Eres un auténtico cerdo, ¿eh?
Tras arrancarle la prenda agarró el pene endurecido y comenzó a masturbarlo, hasta notar la excitada respiración del hombre. Lo soltó, entonces, y le lanzó un fuerte manotazo, y sólo la cadena que lo apresaba evitó que Toni se doblara sobre sí mismo, emitiendo un gemido difícil de interpretar: si de sufrimiento o de placer.
Sintiéndose arder, Sara introdujo su mano dentro de la blusa y comenzó a acariciarse unos senos apenas contenidos por el constreñido sujetador, mientras su otra mano palpaba bajo la falda la braga ya humedecida.
–Berta –habló al micrófono disimulando su agitada respiración–, parece que el recluso no se muestra colaborador. Habrá que endurecer el interrogatorio.
La hercúlea mujer obedeció la orden cogiendo una fusta de cuero negro, delgada y flexible, y situándose a la espalda de Toni.
–Última oportunidad. Controlamos tu red de distribución, pero no sabemos quién es tu suministrador. Danos un nombre y esto acabará.
–No sé de qué me estás hablando –le respondió desde su reseca garganta–.
–Como prefieras. Hay que admitir que tienes pelotas. Veremos si las conservas cuando salgas de aquí.
El chasquido rebotó contra las paredes de la celda, ahogando el quejido de Toni. En su nalga palpitaba la roja huella del cuero. Los latigazos se repitieron, castigándole el culo, la base de la espalda y los muslos. A cada golpe su polla temblaba, endureciéndose, mientras el líquido preseminal formaba un hilillo al gotear desde el glande.
Berta detuvo los golpes y volvió a situarse frente al hombre. Con la punta de la fusta acarició la cadera de éste, la deslizó entre los rizos del pubis y recorrió el pene hasta su húmeda punta.
–Eres toda una putita, ¿eh? Esto te pone cachonda.
Alzó entonces la mano y el cuero mordió la piel del muslo interior de Toni, junto a la ingle. Berta descargó sucesivos zurriagazos contra los muslos, el abdomen, los pectorales y, finalmente, contra sus testículos, pero el hombre, salvo guturales gemidos, no soltó palabra.
Sara, sudorosa y agitada, recostada sobre la silla y la falda remangada hasta la cintura, se estremecía con cada latigazo redoblando el movimiento de su mano dentro de las bragas. Sus dedos acariciaban con fruición los labios henchidos y empapados labios mayores y menores, y el dilatado y palpitante clítoris.
–Parece que el dolor no es el método más acertado para hacerle hablar –dijo casi en un susurro–. ¿Y si probamos con la humillación?
Berta detuvo el castigo, soltó el enganche que unía las esposas del Toni a la cadena y le obligó a arrodillarse.
–Muy bien. Si no vas a hablar veamos si la lengua te sirve para algo más.
Se quitó la falda del uniforme, dejando a la vista dos titánicas piernas cuyos músculos parecían tallados en mármol. La braga, de corte deportivo, se tensaba casi incapaz de contener unos glúteos de acero que amenazaban con tragar la tela dentro de la raja. Bajó la escueta prenda y dejó a la vista un rubio pubis recortado a cepillo, como la cabeza de un recluta, coronando un coño mojado por la excitación. Sujetó con fuerza la cabellera del convicto y le colocó la cabeza entre sus muslos.
–¡Vamos! –Ordenó elevando la fusta– ¡Cómetelo! Y más vale que lo hagas bien o te arranco la piel a tiras.
Toni posó sus labios sobre la dilatada vulva, sintiendo su cálida humedad. Chupó la tierna carne, jugueteando con la lengua entre los pliegues que custodiaban la palpitante abertura.
La fusta chasqueó en el aire y se estrelló una vez más contra la dolorida piel del hombre.
–¡Cuidado con los dientes!, o te quedarás sin ellos. Y ponle más ganas o me enfadarás de verdad.
El hombre lamió y chupeteó con más pasión, centrando la presión de su lengua en el erguido clítoris. Ayudó el esfuerzo de la boca con un acompasado balanceó de su cabeza, y esta vez logró arrancar un gemido a su estricta guardiana, quien se desprendió de la camisa y el sujetador para liberar dos senos de épicas dimensiones, a los cuales la guardiana acarició, apretó y pellizcó con deleite. Redobló entonces Toni sus acometidas, hasta que el espasmódico temblor de las vigorosas caderas de Berta delató un repentino orgasmo.
–No te has portado mal –le dijo cuando recuperó el resuello-, así que te has ganado un premio. ¡Ponte a cuatro patas!
Toni permaneció de rodillas con gesto interrogativo y la cara cubierta de jugo vaginal.
–¡Haz lo que te ordeno o te juro que te arranco los huevos a patadas!
Obedeció y se inclinó hacia delante, apoyándose en los brazos, mostrando a la cámara un perfecto plano de su culo firme y bien formado, con el paquete testicular descolgándose entre las piernas. El espectáculo punzó la excitación de Sara, colocándola a un paso del orgasmo.
Berta alcanzó un frasco de vaselina, se untó la mano y lubricó el velludo ano del hombre. A continuación se ajustó alrededor de las caderas un arnés de cuero, del que colgaba un enorme, protuberante y oscuro consolador.
–¡No! –Protestó Toni– ¡Eso no!
–Vamos, vamos. No te pongas así, bonito. Seguro que no es la primera vez que pones el culo.
Cuando ella le sujetó las caderas él intentó resistirse, ganándose un fuerte golpe sobre sus doloridas nalgas.
–¡Será peor si te resistes! Más te vale relajarte y disfrutar, porque si no te dolerá de verdad.
Con una mano cuya presión parecía igualar la de un brazo robótico, Berta le sujetó por el cuero cabelludo y le obligó a inclinarse hacia delante, pegándole la cara contra el suelo. La postura elevó su trasero, facilitándole la penetración, que inició sujetando el falo con la otra mano. Lo colocó entre las nalgas y situó su falso glande sobre la entrada del esfínter.
El primer avance fue dificultoso, pese al lubricante, pero según el sintético pene entraba Toni distendía sus músculos, dilatando el ano y allanando la introducción.
Sara observó con deleite el contraste entre el rictus de dolor del preso y el gesto de sádico disfrute que mostraba el hermoso pero rudo rostro de Berta. Se deleitó con el rítmico balanceo de las caderas de ésta, con la sensación de potencia contenida que los músculos tensionados proporcionaban a sus movimientos. La cadencia de las acometidas creció progresivamente, logrando de manera casi milagrosa que aquel desproporcionado cilindro desapareciera por completo en el interior del esfínter.
–¡Basta! –Suplicó Toni – ¡Es demasiado grande! ¡No puedo soportarlo!
–¡Oh, vamos! No seas nenaza. Pórtate como un hombre. O, si lo prefieres, podemos acabar ya. Sólo dime lo que quiero oír y pararé.
Toni contestó con un gruñido de dolor, sin articular más palabras, por lo que Berta empujó duro, sin disimular el gesto de placer que la situación le proporcionaba.
–¡Más fuerte! –Oyó a través del comunicador– ¡Revienta a ese cabrón!
Apretó entonces con impulso renovado la cabeza del hombre contra el suelo, mientras con la otra mano estrujaba con ganas sus testículos, arrancándole un aullido. Sus embestidas penetraron hasta lo más hondo de las entrañas de Toni, haciéndole estallar en una brutal eyaculación que pringó el suelo de una cantidad sorprendente de semen.
Simultáneamente, en la cabina de control Sara ya no resistió más, convulsionando en un sísmico orgasmo que la dejó derrotada sobre la silla.
–Os diré lo que queráis –oyó decir a Toni con un hilo de voz ligeramente distorsionado por la megafonía–. Lo que queráis. Pero no sigas, por favor. No puedo más.
Berta, de pie, enfundada en sus altas botas negras y brillantes como única prenda, tensando su cincelada anatomía con los brazos en jarras y triunfante como un cazador junto a su presa abatida, lanzó una perversa sonrisa hacia la cámara.