El interrogatorio

¿Será capaz Jade de doblegar a su mascota o, por el contrario, será él quien se declare vencedor en este duelo de voluntades?

—Para. —Te quedas inmóvil en medio del salón, me excita verte desnudo, a cuatro patas y con la correa colgando por tu espalda. Con prisa voy a buscar la vara, es una lástima no haber podido traer la fusta pues disfruto mucho con ella.

—¿Cuánto del 1 al 10?

—Cinco, Ama. —Las primeras marcas empiezan a aparecer, como siempre lo primero que hago es preocuparme por si te he abierto la piel, tras comprobar que no es así empiezo a tocarte.

—Levántate. —Sin hacerme esperar te yergues hasta ponerte de rodillas, no me disgusta esa posición, pero no es lo que tenía en mente.

—¿Qué haces así? ¡Te he dicho que te levantes! —En cuanto te tengo de pie, de espaldas a mí, me acerco para darte un azote con la mano. Esta vez quiero que lo veas, que sientas temor cuando me acerque a ti con mis juguetes preferidos y que disfrutes viendo lo mucho que me satisfaces.

—¿Estás bien? —te pregunto cuando te quito el antifaz.

—Sí, Ama. —Estás nervioso y se nota.

Al ir a por la TENSlos nervios me juegan una mala pasada y me cuesta conectar los cables, pero en cuanto te aplico la primera descarga empiezo a tranquilizarme otra vez. Me gusta ver cómo te retuerces y cambiar la intensidad cada vez para que no sepas si va a ser algo suave o fuerte. Más excitada que antes, voy a buscar las pinzas japonesas, no son las más duras, pero me gusta poder tirar de ellas de vez en cuando a la vez que te masturbo. No puedo resistirme a volver a usar la electricidad, la verdad es que como bottom no creo que terminara de gustarme, pero como top siento no haberla descubierto antes. Me emociona mucho la capacidad que tienes para resistir todo lo que te hago, mereces un pequeño, muy pequeño descanso, y vuelvo a tocarte. Esta vez utilizo tus propios fluidos para ayudarme a estimularte el glande y, especialmente, el frenillo; tus gemidos y la cara de placer que pones, lo dicen todo.

Cada vez me tienes más excitada y el calor empieza a hacer mella en mí, te dejo de espaldas a mí para poder quitarme los vaqueros. Te pido que elijas dos juguetes, uno para darme en ese momento y otro, simplemente, para que lo pienses y poder usarlo como palabra para interrogar. Eliges el vibrador, lo que me sorprende un poco hasta que recuerdo que la última vez que lo usé contigo, durante la momificación, dijiste que te había gustado mucho, no tardo en empezar a usarlo contigo, pero debo contenerme…

—¿Cuál es el otro juguete que has elegido?

—No lo diré, Ama.

Veo que has entendido bien lo que quiero y eso me gusta.

—Ve a la habitación. —Empiezas a andar—. ¡Así no! —Te arrodillas y sigues tu camino.

Me agrada mucho la rapidez con la que cumples mis órdenes. Esos segundos me vienen bien, sé que me lo vas a poner difícil y quiero estar a la altura, aunque me da miedo mi respuesta; no sé qué es peor, si no conseguirlo o hacerlo «sin piedad» y disfrutar de ello. Al llegar a la habitación con los juguetes seleccionados te veo de pie, en posición de espera, estás espléndido. Esta vez uso las pinzas más duras que tengo en tus pezones, te empujo un poco para que te apoyes sobre la cama y tener así un mejor acceso a tu culo. Elijo el flogger, quiero provocarte dolor y no paro hasta que no consigo un nueve. Vuelvo a preguntarte sobre el juguete y tu negativa me enciende más, en cuanto te quito las pinzas y te lamo los pezones para calmar el dolor me dices lo que llevo ansiando desde hace un mes.

—Gracias Ama, muchas gracias Ama…

Pero esta vez no te las he quitado para darte un descanso sino para dejarte los pezones más sensibles cuando use la rueda en ellos. Sonrío al ver cómo te retuerces, y antes de que puedas pensarlo te la paso por la polla, no me gustaría volver a dejarte una marca y no me recreo demasiado, además, estás listo para volver a soportar la electricidad otra vez. Me acerco despacio, esperando que el temor cale en ti, tan solo son unos segundos que parecen eternos hasta que por fin la varita toca tu piel y protestas soltando un corto bramido. Me gusta ese sonido y hago lo posible para que lo sigas haciendo, te retuerces mientras te aplico las descargas en los pezones y en la polla indistintamente, en cuanto suplicas paro y te digo que tan solo tienes que decir una palabra para que acabe con la tortura. Tan pronto como te niegas, te azoto la polla con la mano, se nota que no te lo esperas por la forma en que te doblas. Esta vez sí, sin piedad, alterno los azotes en la polla con las descargas, pero tú sigues negándote.

—¿Qué clase de sumiso eres que no quieres contestar a tu Ama?

Vuelvo a usar las pinzas japonesas, esta vez con pesos, y te pongo a cuatro patas sobre la cama; empiezo a azotarte con la vara, llego al nueve e intento sobrepasarlo, acabas con el culo tan rojo y caliente que consigues que me apiade un poco.

—Levántate. —Lo haces despacio para que los pesos no se muevan demasiado, aunque no lo consigues y cuando estás ya estirado una de las pinzas se suelta.

Al quitar la otra vuelves a agradecérmelo… Te hago ir a la cocina a por hielo, verte arrodillado, con la cabeza baja y ofreciéndomelo me encanta. Uso el hielo para calmarte los pezones y el culo, me sorprende que apenas te inmutes. A falta de un sitio donde dejarlo para más tarde, te lo meto en la boca y solo por picarte un poco te digo:

—¿Sabes para qué es bueno el hielo? Para conducir la electricidad…

En este momento me siento un poco diabólica. De nuevo uso la electricidad y tú vuelves a retorcerte, cada vez me gusta más y empiezo a sentir cada vez más urgencia, quiero acabar con esto, quiero «ganar», quiero follarte y me quiero correr. Con más brusquedad que antes vuelvo a empujarte sobre la cama, quiero que pienses que vas a recibir más azotes, pero esta vez uso las pinzas de madera para ponértelas en los testículos. Me encanta que hayas vuelto a rasurarte, no dudo de que has tenido cuidado de hacerlo porque la última vez te dije que me gustó.

—¿Prefieres la vara o el flogger para que te arranque las pinzas?

—La vara, Ama.

—Bien, será con el flogger. —Una fugaz sonrisa escapa de tu boca, te gusta mucho cuando uso ese puteo en las sesiones, especialmente cuando es contra ti.

Con el flogger empiezo a azotarte el culo evitando las pinzas, antes prefiero que el nivel de dolor suba más. Diez, veinte, cincuenta azotes, los golpes se suceden, hago una pausa y me recreo mirando tu culo, rojo, lleno de marcas y con la piel ardiendo. Lo toco, lo aprieto, le doy algún mordisco… tras poner mi mano debajo de tu boca para pedirte lo que en ella tienes, empiezo a pasar lo que queda de los hielos por tu culo. Tardan pocos segundos en terminar de derretirse, lo suficiente para haberme enfriado la piel, paso mi mano por tus testículos, respingas y te encoges por el contraste de temperatura, para que no intentes huir, arranco una pinza y sujeto otras dos. Vuelves a tu posición, relajado y te quedas quieto.

—¿Listo para decirme qué juguete has elegido?

—No, Ama —dices tras inspirar hondo. Empiezas a titubear, ya no contestas tan seguro, incluo el volumen ha sido más bajo esta vez. Ya queda menos para conseguir someterte del todo.

—Ven aquí.

Con las piernas abiertas y cuidando el movimiento para que las pinzas no te provoquen más dolor, vienes a mí. De pie, con las piernas abiertas y arqueadas y las manos entrelazas detrás de la nuca. Resplandeces ahí de pie, orgulloso de tu sentir. Lástima dejar de verlo, pero una debe hacer sacrificios por el bien común. Te quedas ahí solo, sin saber cuándo volveré y con qué intenciones me he ido, tan solo quiero crearte esa incertidumbre y, mientras tanto, aprovecho para refrescarme, desnudarme y beber agua con calma. En ningún momento dudo de que cuando vuelva estarás exactamente en el mismo sitio en el que te dejé y no me defraudas. Tan solo hay una diferencia, esta vez tu mirada está fija en el suelo y no la levantas hasta que no me acerco a ti y te levanto suavemente la cara con una mano.

—¿Estás ya listo para contestar, mascota? —te digo con cariño.

Otra vez te mantienes y evades la respuesta, sin embargo lo haces sin convicción, ya no estás tan seguro como antes. Empieza a desesperarme que pese a todo sigas firme y no cedas y, aún así, sigo disfrutando cada segundo del juego. Te miro a los ojos y no muevo mi mirada, tu fortaleza se tambalea y tras un rato, despacio, bajas la mirada. Esta vez te cojo la cara con ambas manos y tiro de ella, te beso despacio, con ternura, hasta que un grito sale de tu boca. No puedo contener la sonrisa, de nuevo gimes y arrugas el ceño, sin piedad arranco la tercera pinza. Esta vez intentas alejar tu cuerpo del mío y como aviso te doy un golpe seco en los testículos, cuidando especialmente en darte en una zona que tenga pinzas. Tú no te mueves salvo que yo lo diga.

—De rodillas sobre la cama, rápido.

No dejo que lo hagas despacio y con cautela como antes, esta vez te azoto para meterte prisa, sabedora de que eso no hará más que aumentar tu tormento. Ahora sí, es momento de usar el flogger para arrancar las pinzas. Al hacerlo combino golpes en el culo y los muslos también, pero nunca me detengo, no te doy un solo respiro, cada vez más rápido, no me detengo ante tus gritos, tampoco cuando empiezas a suplicar. Estás agotado y dolorido.

—Dímelo, mascota, y dejaré de azotarte.

Esta vez apenas consigues articular un no solitario.

—¿Qué has dicho? —acompañado de un azote fuerte, te pregunto.

Negando con la cabeza y a voz en grito dices que no. Es momento de cambiar de flogger a uno más duro y pesado. Con él me recreo, cambiando el ritmo y la intensidad a placer, sin un patrón que te deje prepararte para recibir el golpe. Apenas quedan un par de pinzas colgando de tus testículos, tras arrancarlas de una sola vez continúo con mi tortura. No paro y durante un rato sigo, los últimos azotes son los más fuertes y caen todos sobre tu culo.

Sin pausa, cojo la correa negra y la ato a la argolla de tu collar, tirando de ella te obligo a levantarte y salir de la cama. Me la enrollo en la mano para acortarla y así te pongo frente a mí, de pie, con tu cabeza en dirección al suelo, la espalda doblada, tus manos inertes a los lados y durante unos segundos se hace el silencio. Empujándote del cuello retrocedes hasta quedar pegado a la pared, pongo una pierna entre las tuyas para obligarte a abrirlas, la presión en tu culo aumenta tu dolor, tu respiración se agita de nuevo, fijo mis ojos sobre los tuyos y te obligo a mantenerme la mirada.

—Ahora me vas a decir qué juguete has elegido.

Cierras los ojos, no te quedan fuerzas para mantenerme la mirada y te rindes, al fin.

—El flogger, elegí el flogger, Ama.