El interrogatorio

Recuerdo un cuarto oscuro, una luz encenderse por el hueco de debajo de la puerta. Unos pasos… la puerta se abre, se enciende la luz de mi celda. Ni una palabra, ya sé lo que toca. Como cada día desde la última semana o tal vez fueron dos, luego miraré las líneas de la pared, solo recuerdo que me encerraron un 15 de febrero.

Recuerdo un cuarto oscuro, una luz encenderse por el hueco de debajo de la puerta. Unos pasos… la puerta se abre, se enciende la luz de mi celda. Ni una palabra, ya sé lo que toca. Como cada día desde la última semana o tal vez fueron dos, luego miraré las líneas de la pared, solo recuerdo que me encerraron un 15 de febrero. El soldado me tira de la cama y me lleva cogida de los pelos y arrastras por un largo pasillo. Me limito a agarrar el pelo, no voy a darle el gusto de gritar, sé que solamente con eso ya se le pone dura, por suerte no me ha tocado.

Abre una puerta, la maldita sala de interrogatorios, hace dos días que no estaba ahí, pienso que si aguanto un poquito más hoy pasará rápido. Me sienta en una silla y se va cerrando la puerta tras de sí, me dejo caer sobre la mesa de interrogatorios. Miro el espejo que hay frente a mí, sé de sobra que hay alguien detrás; él. Como siempre que me han llevado a ese cuarto, siempre él. Seguro que se masturba viéndome tras el cristal con mi vestido amarillento de haber sido lavado con lejía, a saber cuántas chicas como yo lo han llevado. No sé los minutos que han transcurrido, aquí el tiempo no pasa.

Se abre la puerta. Él, como siempre, tan arreglada la barba, el pelo engominado y tan jodidamente enfermo, pero esta vez percibo que va a ser diferente. Cierra la puerta, me mira y sonríe. Siempre sonríe, pero el brillo en sus ojos es distinto, más intenso, es lujuria y no odio como viene siendo habitual.

Se acerca por mi espalda, noto su aliento en mi pelo, me dan escalofríos. Pasa su mano por mi hombro y me levanta cogida por la nuca, retira la silla y me golpea contra la pared y me sujeta del cuello, me quedo paralizada. Me agarra los botones del vestido y tira hasta arrancarlos de golpe. Los botones caen esparcidos por el suelo haciendo ruido, bajo la cabeza para verlos caer.

-No, no, no. Mal –me suelta una bofetada y aprieta más el cuello. Vuelvo a mirar al frente, al espejo. Me lame la cara sin soltarme de su garra, aprieta más, sé que se le está poniendo dura. Me asfixio, estoy a punto de desmayarme pero no. Afloja la mano y empiezo a toser.

Me pellizca un pezón, me tira al suelo y oigo como se desabrocha el cinturón. Me agarra del pelo y me frota contra su erección mientras me dice:

-Saca la lengua puta.

Lo hago, puede ser peor, solo depende de mí. Aun así él hará lo que le plazca, es mejor no darle motivos. Me suelta y me ordena desabrocharle del todo el pantalón y bajarle los calzoncillos. Pienso que al menos está limpio, es mejor así. Y me pide que abra la boca, no me gusta lo que va a pasar pero la abro un poco. El chilla:

-Ábrela más, perra –me mete la polla y me dan arcadas.

¿Sabes que perrita? –me separa tirándome del pelo y me coge la barbilla.- Que siempre se puede un poco más. Me suelta y caigo al suelo. Me golpeo la cabeza con la pata de la mesa que está en medio de la sala.

Me quita las bragas y mete dos dedos en mi coño. Fuerte, sin compasión, haciendo que me queme por dentro. Y yo grito, pero no por el dolor, nunca es por el dolor, cuando llevas tiempo encerrada termina por no dolerte nada al final del día, después de las palizas solo duermes, esperando que al día siguiente no duela. Lo que no desaparece es la humillación, cuando lo que se rompe es tu mente y no tu cuerpo.

-Vaya, vaya si la puta esta mojada –dijo. Acto seguido me metió los dedos empapados de flujo en mi boca. Nada más sacarlos me dieron ganas de escupir pero sabía que podría ser peor si lo hacía. No tenía opción, trague saliva y con ella trague el poco orgullo que me quedaba.

-¿Te está gustando perra? No mientas.

-Sí –digo en un tono de voz casi inaudible.

-No te he oído puta. Repite, ¿qué has dicho?

-He dicho que sí, Señor.

Pero es demasiado fácil, sé que no va a dejarlo ahí, quiere anular mi voluntad completamente. Quiere más. Quiere que sienta que no me queda más opción que obedecer y que a pesar de hacerlo él hará conmigo lo que le dé la gana. Y lo sabe, pero sobretodo sabe que estoy a punto de ceder y desde luego no va a parar hasta que lo haga. Quiere verme rota.

-Muñequita ponte a cuatro patas y  ábrete bien el culo.

Y de pronto me doy cuenta. ¡No! ¡Eso no! Escupe en mi culo y yo chillo:

-¡No! ¡No, no, no, no, nooo! –grito. -Por favor eso no.

-¡Oh claro que sí! –sonríe. -¡Suplícamelo!

-No va servir de nada.

Él me levanta la cabeza tirándome del pelo y vuelve a sonreír, me da una bofetada y caigo de espaldas al suelo. Me golpeo la cabeza y vuelve a decir:

-A cuatro patas, muñequita.

Yo obedezco y él me agarra del pelo de nuevo y me susurra al oído:

-¿Sabes qué me pone más que follarte el culo?

Yo contengo las lágrimas y él vuelve a tirarme del pelo.

-Oír como suplicas que no lo haga mientras no puedes evitarlo –hace una pausa. -Tranquila muñequita, te prometo que acabaras pidiendo más.

Vuelve a escupir y noto como empieza a entrar pero apenas entra el capullo la empuja de golpe y entra del todo mientras ya no puedo contener las lágrimas y me rompo. Y da otra embestida y yo chillo.

-Ahora te vas a divertir tú –dice acariciando mi espalda y sin sacar su pene de dentro de mí.

Malditas caricias, no sé si sabe que me calman por un momento y espero que no sepa nunca. Pero, como si me leyese la mente, me devuelve a la realidad soltándome un azote mientras se mueve frenéticamente sacándola y metiéndola del todo dentro de mi culo. El dolor va desapareciendo, ahora solo es la sensación incomoda de roce pero me da igual todo. Estoy rota, sin orgullo y me da igual lo que pueda pasar conmigo así que empiezo a gemir. No es por él, (al menos intentaré convencerme de que es así) es que, puesto que ya no duele, lo disfrutaré. Es lo único que me queda. Intentaré evadirme. Pero él me lee muy bien y me araña la espalda.

Sale de mí, me inclina aplastándome contra la mesa de interrogatorios y vuelve a metérmela por el culo. Va a correrse por fin, cuando termine todo se habrá acabado. Al menos por hoy. Al fin se corre al tiempo que muerde mi espalda y sale de mí. La saca, yo grito y acto seguido me desplomo encima de la mesa mientras el semen cae por mis piernas. Acaba de conseguir que me corra. Rota. Del todo.

Le miro y digo:

-Más

-¿Cómo se pide muñequita?

-Por favor, Señor, necesito más.

Me coge el pelo, me da una bofetada. Me acaricia la mejilla. Me da un beso en la frente y me tira de nuevo contra la mesa. Se aleja y recoge mi vestido del suelo y lo tira encima de mi cuerpo mientras todavía jadeo.

-Vístete muñequita –me ordena.

Le miro salir de la sala llevándose mis bragas a la nariz y cierra la puerta dejándome ahí encerrada. Rota, como solo puede romperse una muñeca.