El internado: El nudo

Algo muy misterioso comenzaba a ocurrir en aquellas habitaciones.

Elinternado: El nudo

1 – Otro mal encuentro

Estaba seguro de que Daniel no sabía lo que quería. Por lo que pude deducir, le echaba el ojo a alguien con quien follar todo el curso y, luego… si te vi no me acuerdo. Conmigo se había equivocado. Había notado que por mi parte recibía todo un cúmulo de sensaciones que no se limitaban a echar un polvo. Yo estaba tan equivocado como él. Si bien mi padre me dijo que mi vida iba a cambiar para siempre, no iba a cambiar en el sentido en el que me lo dijo.

Estaba acostumbrado a reunirme con aquellos amigos y a tomar el sexo como un juego y, la visita de un desconocido y el tacto de sus manos, habían convertido el sexo en una mera excusa para demostrarle lo que empezaba a sentir por él. Los dos nos estábamos equivocando o aprendiendo lo que de verdad era el amor.

Siempre que estábamos a la vista de los demás nos manteníamos apartados y, cuando hablábamos con Sixto, éramos dos conocidos que no se soportaban mutuamente.

Los días pasaban despacio. Aquello no había hecho más que empezar y esperaba todas las noches la visita que me hacía feliz para el resto del día. Varias noches después, otra vez sin estudiar, me metí en la cama un tanto triste. No me gustaba tener que comportarme con Daniel como si verdaderamente lo odiase y Sixto comenzaba a darse cuenta de que su compañero era un estúpido conmigo.

La espera se me hizo más larga que de costumbre. Unos golpes en la puerta me hicieron prestar atención. Creí que iba a entrar el inspector cuando se abrió la puerta muy despacio y, antes de que entrase luz suficiente, se cerró y se encendió la lamparita azul. Lo esperaba con todas mis fuerzas, con todo mi cariño.

Me pareció que tropezaba con la mesilla y, poco después, topó con la cama. Se sentó despacio y esperé con ansias a que me abrazara. Me pareció que daba la vuelta, levantaba la colcha y se metía en la cama con pijama. Ni dije ni hice nada. Esperé, como siempre, aquel saludo cariñoso de todas las noches. En el silencio y la oscuridad me pareció que se acercaba a mí y ponía su mano sobre mi vientre. No hizo nada más.

  • ¡Oye! – susurré - ¿Te pasa algo?

  • Sí, me pasa.

¡Era la voz se Sixto! ¿Qué estaba haciendo allí?

  • ¿Quieres decirme qué te pasa? ¿Por qué has venido?

  • Lo sabes, Carlos – gimió -. Deseaba venir a verte y darte las gracias por todo lo que has hecho por mí.

  • Y… ¿te ha dicho Daniel cómo venir?

  • ¡Claro! – exclamó -. No tengo ni idea de cómo moverme por esos pasillos. Me ha dejado su linterna. Sé que ha venido a verte más de una vez. No sé de qué habéis podido hablar dos que se odian. Yo sí que necesitaba verte a solas. Yo no te odio.

Acarició lentamente mi pecho y sentí su respiración acelerada. Me estaba poniendo en un compromiso.

  • Hemos estado hablando unas noches y nos ponemos de acuerdo… Tienes que recordar las normas. Si alguien se entera afuera…

  • ¿Hablando? – tosió -. Cuando vuelve a mi habitación huele a ti.

  • Supongo que huele a mí porque se echa donde tú estás. No hablamos sentados.

  • Yo no sólo quería hablar contigo – pensó en voz alta -. Creo… sé que Daniel y tú hacéis algo más. No me gustan esas cosas, ¿sabes? Lo que pasa es que sé que te debo algo y no sé cómo pagártelo ¿Puedo darte un beso?

  • ¡Claro, Sixto! – no sabía que decirle -. Los hermanos se besan, ¿no?

Hubo unos momentos de silencio hasta que noté que se movía despacio y, sin quitar su mano de mi pecho, me besó con fuerzas y largamente en la cara. Luego, retirándose un poco, comenzó a acariciarme. Su torpe mano subía y bajaba desde mis pechos hasta mi vientre, pero nunca pasaba esas barreras que, seguramente, eran tabú para él. Supe que no sólo quería besarme o acariciarme tan torpemente y que si le decía alguna cosa o lo tocaba de otra forma, se iba a sentir mucho mejor.

Después de un rato sintiendo su mano recorrer mi pecho puse la mía sobre la suya y dejó de moverla. Tiré de ella hasta mi cuello y la puse sobre mi mejilla. Comenzó a acariciarla despacio, paró un momento y volvió a besarme. Cayó su mano otra vez en mi vientre, me volví hacia él y lo besé en la mejilla sin retirar mis labios. Respiraba entrecortadamente y su mano apretó mi vientre. Moví mi boca despacio por su rostro y mis labios llegaron a rozar las comisuras de su boca. Otra vez lo noté tenso y movió su mano hasta mi cuello.

Si le hubiera disgustado aquello que le estaba haciendo ya se hubiera ido, así que pensé que debería hacer eso que él no sabía. Desplacé mis labios algo más y los puse sobre los suyos. Su mano saltó de repente hasta mi nuca y, mientras la apretaba, abrí mi boca y acaricié la suya con mi lengua. También sacó la suya y comencé un beso profundo de los que, con toda seguridad, no había recibido ninguno.

Se pegó aún más a mí y cogí su mano por la muñeca y la fui moviendo muy despacio por todo mi cuerpo haciéndola pasar sobre mis pechos y bajándola luego hasta el ombligo. Eran todos esos movimientos tan naturales para mí y tan desconocidos para él. Cuando lo besaba apasionadamente, tiré algo más de su mano hasta colocarla sobre mi polla dura. Me pareció que se tensaba con un suspiro. Tenía en su mano lo que nunca había tocado y, posiblemente, quería tocar.

No hice más nada. Esperé así y dejé de besarlo. Su mano comenzó a moverse despacio acariciándome y apretándome la polla torpemente. Fue entonces cuando puse mi mano sobre la suya y se echó un poco atrás. Paré. Siguió acariciándome y comencé una dulce caricia que aceleró su respiración y le hizo buscar mi boca. Tiré de sus calzoncillos y se la cogí fuertemente. Hizo lo mismo. No sabía cómo mover sus manos y no hacía más que imitar mis movimientos. Aquello del beso lo había aprendido muy bien y, cuando empecé a mover mi mano arriba y abajo, comenzó a encogerse y a mover su mano de la misma forma.

Todo aquel torpe acto de amor duró bastante y lo acepté con todo mi cariño hacia él. No sabía lo que tenía que hacer y, sin embargo, fue imitándome para, supuestamente, agradecerme así lo que decía que había hecho por él. Cuando noté que su cuerpo empezaba a temblar, su beso era más salvaje y su mano me apretaba más el miembro y se movía para darme placer, comencé a darle tironcitos de vez en cuando y no podía reprimir sus gemidos.

  • ¡Ay, Carlos! - dijo asustado -. No sé qué me haces.

  • ¿Te gusta?

  • Claro, claro – habló con rapidez -, pero se supone que yo venía a darte mi agradecimiento.

  • Pues esto – se la apreté – es la mejor forma de agradecerme eso. Déjame tocarte como quiera ¿Te importa?

  • No – me pareció poco seguro -.

  • No te preocupes – aclaré -. Si hago algo que no te guste me lo dices y paro.

  • Vale, vale.

Fui besándole el cuello, los hombros, el pecho, el vientre y llegué hasta su pene erecto y duro. Aspiró profundamente y noté que no le disgustaba, así que se la cogí con delicadeza y comencé a chupar todo aquel líquido que la empapaba hasta meterla en mi boca y comenzar una mamada lenta. Puso sus manos sobre mi cabeza y no dijo nada más hasta que su cuerpo empezó a levantarse de la cama y sus gemidos comenzaban a ser demasiado fuertes. Paré un momento.

  • Cierra la boca, Sixto, que te van a oír en todo el centro.

  • Claro, claro; lo siento.

Seguí mi mamada y supe sin problemas cuándo le venía el orgasmo. Apretó mis cabellos y chupé con fuerzas sin parar mis movimientos. Se levantó de la cama en un quejido contenido y mi boca se llenó de su leche caliente en varios chorros.

Esperé a que se normalizara su respiración.

  • ¿Te ha gustado así?

  • Ufff – parecía quejarse -. No me extraña que Daniel venga a verte ¿Se lo haces a él?

  • Nos amamos, Sixto. Esto es lo que se hacen dos hombres que se aman… esto y algunas cosas más.

  • Ya, pero… - dudó - ¿tengo que hacértelo yo ahora?

  • No, no – le aclaré -. Con esto has cumplido tu agradecimiento. No le digas nada a Daniel ¿De acuerdo?

  • Claro.

Noté que no se movía para nada y me levanté un poco para volver a besarlo.

  • Ahora ve a descansar – no se movía -. Te agradezco tus intenciones y lo tendré siempre muy en cuenta. Gracias.

  • De nada – volvió a callarse –. Carlos…

  • Dime.

  • ¿Puedo venir otro día?

Me pareció que el favor que le había hecho nos iba a traer problemas y tuve que pensar muy bien lo que decirle.

  • Verás, Sixto… Querías darme las gracias, ¿no? Esto son las gracias más bonitas que me han dado nunca, lo que pasa es que tú no eres homosexual, ¿verdad?

  • No, no – dijo inmediatamente -.

  • Estos son los actos sexuales de los gays. Daniel y yo los hacemos porque somos homosexuales. Es una forma de decirnos que nos amamos. No sé si le gustaría a tu pareja que hicieses estas cosas con otro ¿Me entiendes?

  • Sí – me pareció triste -. Yo no estoy enamorado de ti. No soy gay… pero si me dejases venir de vez en cuando…

  • ¡Vale! – lo besé más fuerte -. No podrá ser todos los días, está claro, pero te avisaré ¿Quieres?

  • ¡Claro! ¡Claro que quiero! ¿Cuándo?

  • Te avisaré.

2 – Cuando aparecen los celos

El día siguiente, a la hora del descanso del medio día, vino corriendo Sixto, se sentó a mi lado sonriente y comenzó a hablar.

  • ¿Sabes una cosa? – dijo -. Me va gustando estar aquí. Me cagué de miedo al llegar, pero ahora no querría irme.

  • ¿Por qué?

  • Por ti – bajó la voz -. Me ayudaste a algo muy desagradable y cuando voy a darte las gracias… me las das tú a mí.

  • ¡Sixto… no hablemos de eso! – miré a mi alrededor -. Olvida lo pasado. Cuidado con las normas esas que conoces tan bien.

Se asustó, se retiró un poco de mí y cambió su expresión.

  • ¿Qué tal te han ido las clases? – improvisó -.

  • Normal… Al principio todo es un poco difícil, pero se aprende.

  • Sí – sonrió abiertamente -; todo se aprende.

Pensé que aquel chico, con su buena intención y con la sorpresa que se había llevado podía ponerme en un compromiso. Le hablé tan claro como lo hizo Daniel conmigo.

  • Verás, Sixto… Tienes que hacer un gran esfuerzo. No te pido que me olvides ni nada de eso, pero aquí, a la vista de todos, mentalízate de que me odias ¿Me comprendes?

  • ¡No puedo hacer eso!

  • Tienes que hacerlo – remarqué -. Sé perfectamente que no me odias, así que haz teatro o acabarán poniéndonos un castigo que desconozco.

  • ¡No, no! – se asustó -. Nadie debe enterarse de nada.

  • Pues eso, ¿de acuerdo?

Y justo cuando terminábamos de hablar de aquello, apareció Daniel y se puso frente a nosotros mirándonos de forma extraña, como si desconfiara de lo que estaba pasando.

  • ¿Lo pasáis bien juntos?

  • Tanto como lo paso yo contigo – dije con sarcasmo -. Me encanta verte por aquí, ya lo sabes.

  • Tanto como me encanta a mí veros juntos – respondió -. Creo que alguien va a irse a estudiar algunas cosas pendientes…

  • Sí, sí – se levantó Sixto asustadísimo -; precisamente le preguntaba a Carlos sobre eso. Anoche no estudié nada.

  • Eso me pareció – le contestó Daniel amablemente -. ¡Anda! No dejes esas cosas pendientes.

Sixto se fue como llevado por los diablos. Lo que habían hablado era totalmente cierto. El mismo Daniel le había explicado cómo ir a verme y le había dejado su lamparita azul. Fue amable con su compañero.

  • Así que… algunos no estudian por la noche – dijo insinuante -.

  • ¿Y tanto te importa eso?

  • No – contestó con desprecio -. No me interesa la gente tan poco aplicada.

  • ¿Ah, no? – dije como sorprendido -. Que yo sepa, llevas unas cuantas noches sin estudiar.

  • ¿Y tú? ¿Estudias? ¿Estudiaste anoche?

  • ¡Vamos, Daniel! Lo sabes.

  • Yo sí estudié.

  • ¿No vas a sentarte un rato?

  • Preferiría… - pensó -. Mejor en otro momento. Yo también tengo asignaturas pendientes.

A pesar de que alguien podría haberle llamado la atención, se fue despacio hacia la entrada del centro con las manos en los bolsillos, se paró a mitad de camino, volvió su rostro y puso cara de asco. Era la primera vez que me hacía eso. De todas formas, estando en público, me asustaba que me mirase insinuante. Sabía perfectamente que Sixto y yo habíamos hecho algo, pero no sabía qué. Temí que fuera a la habitación a preguntarle y me di cuenta enseguida de que no era su forma de hacer las cosas: ¿Le diste las gracias? ¿Le diste un beso? ¿Te besó? ¿Lo abrazaste agradecido? ¿Te acarició?... Tenía que esperar hasta la noche para saber qué había en su cabeza… y yo tendría que ser muy prudente.

No sabía por dónde podía salir una historia tan complicada. Pronto lo averiguaría.