El internado: Desenlace fatal
Al final se descubre que no todo era lo que parecía.
Elinternado: Desenlace fatal (revisado)
1 – Los dos sentidos de las cosas
Estaba leyendo cuando pasó por mi lado un grupo y oí claramente que era la hora del almuerzo. Miré el reloj y corrí hasta la puerta. Allí, cerca del pasillo que da al comedor, estaban Sixto y Daniel hablando. Me acerqué a ellos sonriente, pero le di la mano a Sixto y miré con desprecio a Daniel.
¿Hay hambre?
No te imaginas lo que me comía ahora mismo – contestó Daniel con sarcasmo -. Me muero por un buen trozo de carne.
Sixto agachó la vista.
Yo también, ¿sabes? – ironicé -; lo malo es que la carne es cara y aquí, como mucho, sólo se come carne de cerdo.
Cierto – ironizó Daniel -; lo más seguro es que te pongan por delante un filete de pescado…
¡Por favor! – habló Sixto en voz baja - ¿Os importa hablar de otra cosa? Creo que hoy hay verdura.
Lo siento, amigo – se disculpó Daniel -. A veces nos ponemos a hacer juegos de palabras… y no suenan muy bien. Tienes razón.
Entramos ordenadamente al comedor y ya no hablamos hasta la salida, porque a Daniel lo estuve viendo todo el tiempo. Nos despedimos. Preferí salir a dar una vuelta por los jardines antes de las clases vespertinas. Estuve sentado en un banco mucho tiempo, de espaldas al edificio y mirando los árboles. Intentaba quitarme de la cabeza toda aquella locura en la que me había metido cuando oí unos pasos que se acercaban corriendo por mi espalda.
¡Carlos, Carlos! – era Sixto asfixiándose - ¿Puedo sentarme?
¡Pues claro! ¿Qué pasa? Falta media hora para las clases.
Tengo que decirte algo…
¿Algo? – miré al suelo -. No me parece nada bueno.
Creo que no lo es.
Sixto trató de no acercarse a mí nada más que lo suficiente para poder hablarme sin levantar la voz. Trató de calmar su respiración.
¡Espera! – dijo -. Hay tiempo, pero es una historia muy rara. Me la ha contado un chico que estuvo aquí el año pasado con Daniel.
¿Con Daniel? – imaginé cosas - ¿En la misma habitación?
¡No, no! – continuó - ¡Espera! Este chaval sabe que estoy con él y se ha acercado a hablarme aparte.
¿Y qué? ¿Se ha dado cuenta de algo?
¡Lo sabe todo!
¿Qué? – me aterroricé - ¿Qué estás diciendo?
¡Espera, espera! – respiró -. No me refiero a que lo sepa todo de nosotros, sino de él.
¿Sabe todo de Daniel? – me interesé - ¿Y qué dice?
El año pasado, a los pocos meses de curso, lo cogieron. Estaba con otro chico en una habitación del otro ala; de las individuales.
No me extraña, Sixto – creí comprender -; sé que Daniel es un mal bicho. Nada más.
Te equivocas – me miró indeciso -.Ya sabes lo de las normas severas. Un vigilante se dio cuenta de que alguien iba a esa habitación por las noches y entró por sorpresa.
Paró asustado y comencé a sospechar. Recordé al vigilante que entró en la mía.
Sigue, por favor…
Daniel y el otro chico estaban… estaban…
Ya – no hacían falta detalles - ¿Y qué pasó?
Al ser de noche, no avisan a los padres. Los sacaron desnudos al jardín y allí estuvieron toda la noche. Este chico dice que Daniel está loco… Estuvo gritando insultos y palabrotas hasta el amanecer. Los expulsaron. Del otro nada se sabe.
¿Ah, sí? – dudé de aquella historia -. Pues es raro que si Daniel fue expulsado lo hayan admitido otra vez este año y… no me parece un loco.
¿Crees que ese chico me ha mentido, Carlos? A lo mejor quiere asustarme.
¡No lo dudes! – estaba asqueado - ¡Y eso que todavía no han empezado las bromas a los novatos!
¿Bromas? – gimió - ¿Qué tipo de bromas?
Es muy posible – imaginé – que ese supuesto buen chico que te está avisando de que tu compañero de habitación está loco… y es maricón… tenga otras intenciones. Yo que tú, no le hacía mucho caso… ninguno… a nadie. Relájate, olvida ese cuento y aplícate en tus estudios. Aquí no admiten a un loco y menos si fue expulsado el año pasado.
Es que… - miró alrededor - ¡Es que dice que Daniel es el hijo del dueño de este centro! Nadie lo sabe.
No sabía si pensar que era totalmente cierto o totalmente falso. El dueño de aquel extraño caserón e internado universitario tenía más que poder para hacerlo. Por otro lado, por muy dueño que fuese ese señor de todo aquello, supuse que tendría socios ¿Era posible que un chico se inventara una historia como aquella?
¡Vamos, Sixto! Hay que estudiar. Olvida esa historia porque me parece que alguien quiere asustarte.
¿Y a ti no te asusta? – temblaba -. El chico que me lo ha dicho no te conoce. Dice que los pillaron en la habitación 110.
2 – Una verdad y dos mentiras
Conforme se acercaba la noche me iba invadiendo una ola de pánico. No quise (ni pude) hablar otra vez con Sixto ni con Daniel. Sólo vi a éste durante la cena. Cuando salí del comedor, se habían ido. Era todo un cúmulo de sorpresas y de dudas. El otro chico no había vuelto a ser admitido si, supuestamente, los pillaron follando. Ponerse a dar gritos e insultos toda la noche bajo el helor del invierno, sin ropa, siendo el hijo del dueño… tampoco me parecía algo muy natural. No era posible atar aquellos cabos antes de que llegase el momento.
Y el momento llegó. Yo ya estaba metido en la cama, con pijama y pegado a la pared. Hubiese querido poder poner el seguro de la puerta. Me consolaba saber que allí todo se oía y todo estaba vigilado. Daniel fue descubierto ya una vez, ¿no? Y la noche que desapareció había oído acercarse a alguien, con toda seguridad, y se había escondido detrás de mi escritorio. El vigilante entró allí buscando algo por sorpresa y no lo halló.
Comencé a oír cómo se abría la puerta despacio. Después de entrar algo de luz del pasillo se encendió la luz azul. Creí que lo más conveniente era comportarme como si no supiera nada.
Se sentó en el colchón, se quitó el pijama y tiró de la colcha para acostarse como siempre. Se pegó a mi espalda y me besó la oreja.
- Mi bello y amado durmiente.
Me giré poco a poco sin poder verlo en la oscuridad y empecé a imaginar rostros descompuestos, como los de un loco.
No digas nada, mi vida. Sé que estás cansado. Déjame a mí, ¿quieres?
Vale – musité -, pero quiero hacerte unas preguntas.
De acuerdo, amor – respondió con normalidad -. Cuando acabemos. Sabes que me tienes aquí un rato. Yo también quiero hacerte unas preguntas.
Claro, mi vida – susurré -; luego hablamos.
No – respondió seco -; mis preguntas quiero hacértelas antes. Sólo es por quedarme tranquilo, ¿sabes?
No quería a Daniel nervioso a mi lado si la historia que había oído aquella tarde era cierta.
Por supuesto ¿Qué quieres saber?
Ayer quiso venir Sixto… y vino, ¿no? – rio -. Insistió en que quería darte las gracias por un favor que le habías hecho. Soy prudente, Carlos. No quise saber qué favor era ese. Al final accedí y le dije cómo llegar hasta aquí. Es fácil. Basta con salir de aquella habitación, pegarte a la pared y venir despacio hasta la última puerta. Es esta. Le di mi encendedor para que alumbrase al suelo. Si tropiezas y haces ruido puedes llamar la atención. Pero pensé que iba a tardar menos en darte las gracias.
Dejó de hablar y yo no podía contestarle. Tenía que decirle algo…
No sé si tardó demasiado, Daniel. La verdad es que yo mismo le dije que se metiese aquí, en la cama, para hablar sin pasar frío.
Y hablasteis mucho, ¿no?
No todo fue hablar, lo sabes – tuve que seguir -. Quiso darme un beso de agradecimiento antes de irse… y accedí. Eso no es una cosa que nos asuste a nosotros, pero él es hetero, Daniel.
¿Ah, sí? – no me creía -. Cuando llegó por la noche yo ya estaba en la cama. Se acercó a mí despacio en la oscuridad. Olía a ti.
Normal ¿No crees?
Eso creí – siguió -. Me giré un poco para verlo y me alumbró con el encendedor. Se acercó a mi cama, se sentó y me acarició la mejilla.
¿Qué? – me incorporé - ¡Ese chico no es gay! ¿Sabes cuál es el favor que le hice? Cuando llegamos aquí, al ver la mansión, se cagó encima. Estaba a mi lado y le ayudé ¿No te diste cuenta de que te evadió? ¡Apestaba! Lo dejé que se duchara aquí.
Curiosa historia – dijo - ¿Ese era el favor que quería devolverte?
Supongo que sí, Daniel – le hablé con dulzura -, aunque para mí era una estupidez.
O una escusa – continuó -. Le tomé la mano que tenía en mi mejilla y se la acaricié. Apagó la linterna y se metió en mi cama. Besa muy bien. También acaricia muy bien…
¿Qué me dices? – seguí haciéndome el sorprendido -. No lo conozco de nada. El tiempo que estuvo aquí me dijo que no le gustaba esto, que su compañero era muy agradable… poco más.
Lo siento – me pareció sincero -. Sin embargo a mí comenzó a besarme locamente. Yo no quería. Te quiero a ti. Luego me fue acariciando ¿Tú qué hubieras hecho?
No lo sé. Ni me importa.
Yo sí lo hice con él – parecía arrepentido -. No pude remediarlo, Carlos. Me estaba poniendo malo. Comenzó a comerme la polla y… se la comí.
Bueno. Si pasó así… A mí no me importa. Lo que me gustaría saber es si voy a perderte.
No, no – dijo con un tono raro -. Tú eres mío; sólo mío. Y yo soy tuyo; sólo tuyo. Un jugueteo de una noche, y ya vale. Ya está.
Vale – le cogí la cara -. Te creo. Y te quiero. Ámame y luego hablamos.
No – me besó -. Querías preguntarme algo. Pregunta ahora. Los dos estaremos más tranquilos.
Está bien – le dije -. Échate a mi lado y dame tu mano. Aprieta la mía. Lo necesito.
¡Eh, eh! – me rozó la nariz -. Estoy aquí contigo. Pregunta eso.
¡Escucha! Creo que alguien quiere gastarle una broma de mal gusto a Sixto. Es alguien que va por ahí inventándose historias. Le ha dicho que eres el hijo del dueño de este internado.
¿Cómo? – preguntó normalmente - ¿Quién le ha dicho eso? Nadie lo sabe. Ni siquiera los profesores. Mi nombre y apellidos están cambiados.
Creí que iba enfermar. Él mismo me estaba confirmando toda la historia antes de que le preguntase. Comencé a sentirme mal.
El curso pasado – continuó -, fue fatal. Ya sabes que las normas son muy severas. Alguien dijo que yo estaba abusando de él. Era falso ¡Por supuesto! Me lo follé porque estaba deseando. Nos sacaron desnudos, en pleno invierno, al jardín. Por más que les gritaba que llamasen a mi padre, no me creían. Nos expulsaron a los dos. A mí por loco y al otro por ser sospechoso de… ya sabes. No entiendo cómo hay aquí alguien que se enteró.
¿Es cierto eso? – no quería moverme -. Yo he oído una historia distinta.
No sé qué historia te habrán contado, Carlos. Fue así. Voy a levantarme y a volver a mi habitación. Mañana te demostraré lo que digo. Mi padre viene al centro, aunque no se deja ver. Lo vas a conocer.
¡No, no, espera! – lo agarré por el brazo -. No hace falta que me demuestres nada. Te amo. Lo único que quiero es asegurarme de que no corremos peligro. La otra noche entró un vigilante y supiste esconderte ¿Sabes si vienen hacia aquí?
Perfectamente, Carlos. Mira… Tú no oyes nada. Aparentemente no se oye nada. Yo sí oigo algo cuando suena. Es la alarma de abajo. Mientras no hagamos ruido nadie va a enterarse de nada.
¿Te la montaste con tu compañero de habitación?
No, no – dijo seguro -. Yo tenía esta habitación individual; sólo para mí. Mi padre este año quiere que esté con un compañero para… despistar. A aquel chico me lo traje a escondidas. Quería que me lo follara. Me lo follé.
Se echó sobre mí con cuidado y comenzó a besarme. Lo amaba con toda mi alma. Y quise abrázalo.
- Tranquilo – dijo -, quiero que sepas la verdad antes de que volvamos a amarnos.
En aquel instante oímos un suave ruido. Me pareció que Daniel ponía atención, pero no se movió. «Shhhhh».
La puerta se abrió y se cerró rápidamente encendiéndose luego una lamparita roja ¡Tenía que ser Sixto! Se acercó despacio a la cama con la luz apagada y habló susurrando.
¿Estáis ahí? ¡Carlos, Daniel! Decid algo…
Sabes que estamos aquí, Sixto – se enfadó Daniel - ¿A qué viene esto?
¡No quiero estar solo! – gimió - ¡Dejadme estar con vosotros! No haré nada, os lo juro.
¡Anda, chaval! – dijo Daniel cariñosamente - ¡Vas a coger frío! Métete con nosotros en la cama.
¿Qué estás haciendo? – le pregunté entre dientes -.
Noté que me apretaba la mano para darme confianza, levantó la colcha y dejó que Sixto entrase en la estrecha cama con su pijama.
Tu dirás, amigo – le hablaba con dulzura -. Si quieres estar con nosotros… Luego no te quejes si se escapa por tu cuerpo una mano.
¿Puedo tocaros? – preguntó -. No quiero molestaros.
¡Quítate ese pijama, hombre! No lo eches al suelo. Déjalo dentro de la cama. Quédate en pelotas como nosotros.
No entendía nada de lo que estaba pasando. Daniel invitaba a Sixto a follar con nosotros. Le oí quitarse el pijama a toda prisa y volvió a echarse y a taparse. En poco tiempo, su brazo se había posado sobre nuestros cuerpos.
- ¡Venga, chaval! Ponte boca abajo… ya sabes. Te prometo que te dejaremos que nos las mames.
Se revolvió en el colchón y Daniel volvió a hacerme señas. Tiró de mi brazo para que pasara sobre él y me coloqué encima de Sixto.
Sixto – le dije al oído - ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?
Sí, por favor, Carlos. Dejadme estar con vosotros. Folladme.
Busqué con caricias su culo y coloqué allí mi polla. Daniel me acariciaba las nalgas. Comencé a penetrarlo y no se quejaba. Cuando entré en él, suspiró de placer y comenzó a moverse. Me lo follé en poco tiempo.
¿Ya? – rio Daniel - ¿Voy yo ahora?
Sí, sí – susurró Sixto -. Ha sido corto.
Daniel fue más brusco. Mientras le acariciaba la espalda noté sus movimientos exagerados. Comenzaron a acelerarse hasta que oí un grito contenido. Se dejó caer sobre nuestro amigo.
- Ahora tenemos que lavarnos – le dijo -. Espera tranquilo. No tardamos.
Nos metimos en el baño y cerramos la puerta. Daniel empezó a lavarme la polla.
¿Qué estamos haciendo, Daniel? Me has dicho que hasta mañana no me amarías…
No te estoy amando, cariño. Nos estamos follando a Sixto. Mañana todo cambiará. Ahora prepárate para una buena mamada.
Nos lavamos mutuamente, apagamos la luz y salimos hasta la cama.
¿Sigues ahí, guapo?
Sí, Daniel. Os espero con deseo.
Vamos a hacer algo nuevo. Los dos estamos preparados. Nos quedaremos en pie. Haz lo que quieras con nuestras pollas.
¿Carlos? – no se veía nada - ¿En qué lado estás?
Aquí – le dije -. Dame tu mano.
Su mano se fue directamente a mi polla, la cogió con fuerzas y empezó a mamar. ¡Sabía hacerlo perfectamente! Sentía tal placer que no iba a poder aguantar nada.
- Calma, chico – le dije -, que esto va a durar muy poco.
Pero siguió mamando con vehemencia hasta que me corrí curvándome sobre él. No sé lo que hizo. Se desplazó un poco y fue a buscar a Daniel. Por lo que oía, le estaba haciendo una de esas tremendas mamadas… aquel que decía que no era homosexual…
3 – El final y el principio
Estuvimos mucho más tiempo revolcándonos en la cama, besándonos, acariciándonos. Daniel tuvo que poner fin a aquella orgía.
- Sixto, bonito. Vuelve ya a la habitación que es tarde. Ya sabes cómo. Voy detrás de ti.
Buscó su pijama en la oscuridad, se lo puso y salió despacio de allí.
¿Qué es esto, Daniel? – exclamé -. No lo he pasado mal, pero quería estar contigo ¿Va a venirse todas las noches?
Déjame hacer las cosas, mi vida. Lo hemos hecho feliz, ¿no? Mañana, tal como te he dicho, se va a solucionar todo. Duerme, amor. Descansa. Vamos a ser muy felices.
Sus palabras parecían totalmente sinceras. Era, desde luego, un amante de aquel tipo de juergas. Ahora le quedaba demostrarme que lo mío no era pasajero. Estaba tan cansado que me quedé dormido desnudo.
La mañana la pasé medio dormido. Recordaba aquella noche escandalosa y de sorpresas y esperaba para saber qué iba a decirme Daniel.
Cuando acabaron las clases, todos salieron a los jardines y algunos subieron a sus habitaciones. Me pareció que Sixto quería estar con nosotros. Estaba deslumbrante de felicidad y aquello podía ser motivo de sospechas.
Sixto – le dijo Daniel -. Necesito que me hagas un favor ¿Te importa?
No, no. ¿Qué necesitas?
Sube a nuestra habitación y asegúrate de que todo está en perfecto estado de revista. Mira bien las sábanas… Ya sabes por qué te lo digo. Ve luego como siempre hasta la habitación de Carlos y repásala también. Mientras tanto tengo que hacer unas cosas. Carlos, por favor, acompáñame un momento…
Sus palabras parecieron órdenes. Sixto corrió a hacer su cometido y comencé a caminar aprisa con Daniel.
¿A dónde vamos? – me extrañé - ¿Qué es eso de decirle a Sixto que arregle nuestros dormitorios? ¡No te entiendo!
Sígueme – contestó - ; espero que me entiendas pronto.
Recorrimos un pasillo muy largo hasta una zona donde no podían entrar los alumnos. Me llevó por un ancho y corto pasillo que acababa en una puerta muy lujosa. Nos quedamos mirándola y oímos una voz por detrás.
Señores ¿Dónde se supone que van? Vuelvan al internado.
Espere un momento – dijo Daniel muy serio -. Tengo que ver a mi padre.
¿Su padre, señor? – preguntó riendo - ¿Tengo que suponer que está aquí?
No, no suponga nada. Mi padre es don Gonzalo de Lora y está ahí dentro.
Aquel hombre se extrañó al oír ese nombre, pero insistió.
¿Piensa que porque me diga un nombre le voy a dejar pasar ahí?
Mire… No tiene que dejarme pasar. He estado ahí muchas veces con mi padre.
Se supone que debo creerme eso, ¿no?
Los pasillos de las oficinas son muy anchos y no muy largos. Todos los suelos están alfombrados en azul. El despacho de mi padre está al fondo, a la izquierda…
¿Cómo sabe eso? ¿Quién es de verdad usted?
Se lo he dicho – alzó la voz -. Pregúnteme lo que quiera de esa oficina y se lo diré. Es mía. Tan mía como de mi padre.
Ah, no lo sabía señor – dijo con sorna -. Quizá pueda decirme qué hay en la primera puerta de la izquierda… ahí dentro.
Por supuesto – contestó seguro -. Es una sala semicircular con puertas de cristal. En su centro hay una copia exacta del Discóbolo. En la peana pone 1983 ¿Me equivoco de año?
¡Santo Dios! – aquel hombre se tambaleaba - ¡No es posible!
Llame a Esther, la secretaria. Dígale que don Alfonso quiere ver a don Gonzalo urgentemente.
No puedo hacer eso, señor – dijo aquel hombre visiblemente irritado -.
Sí puede y, además, puede que mi padre le gratifique.
¡Espere, espere! – se acercó a nosotros -; si me está mintiendo tendrá un castigo severo. Pienso llamar.
Sacó el móvil de su bolsillo y pulsó una sola vez.
- ¿Esther? Soy yo. Quisiera saber si puede decirle a don Gonzalo que su hijo don Alfonso necesita verlo urgentemente… Claro, espero.
Tapó el auricular asombrado.
- ¡Como esto sea un juego…! Sí, don Gonzalo. Soy Sebastián Esteban. Un chico que dice ser su hijo Alfonso dice que quisiera verle… ¡Por supuesto, don Gonzalo! ¡Lo que usted diga!
Volvió a pulsar otra vez e introdujo un código. Se acercó a la puerta rodeándonos y abrió.
Sólo usted, don Alfonso.
No – fue tajante -. Don Carlos tiene que pasar conmigo. Es del ala 1.
Como usted diga, señor – empujó la puerta para que entrásemos -. Pasen.
Tal como dijo, los pasillos eran muy anchos y todo era de color azul. A la izquierda podía verse la copia del Discóbolo a través de unos cristales y, más adelante, había puertas grandes a ambos lados. Caminamos despacio. Yo le seguía. Iba seguro. Sabía a dónde tenía que ir. Al llegar a la última puerta, golpeó dos veces con los nudillos y la abrió. Al fondo de un enorme despacho había un hombre muy elegante sentado a su mesa.
¡Pasa, hijo! – dijo -. Espero que no me traigas más problemas.
No, padre – contestó -. Quiero evitar el escándalo del año pasado.
¡Me la jugaste!
Por eso, padre – hablaba con voz suave -. Necesito que Carlos (me señaló) sea mi compañero de habitación. El que tengo ahora, Sixto, podría pasar a la 110.
¡Cuánto pides, hijo! Me vas a meter en un lío. Tanto Carlos como Sixto serán avisados para que no digan a sus padres que se les ha cambiado de habitación. Las individuales son el doble de caras.
Hay algo más, padre…
¡Vamos! No tengo tanto tiempo – apuntaba todo -.
Los vigilantes deben tener órdenes de que se pueda pasar de la 110 a la 436. Sixto es nuestro amigo.
Aquel hombre se levantó desesperado, dio unas vueltas y volvió a sentarse.
- El director dará ahora las órdenes pertinentes ¡No quiero escándalos!