El Internado de las Novicias Púrpuras

Nada será igual después de que conozcas el Internado. La escuela de perras más elitista del mundo ha llegado. Oral, anal, sadomaso, sexo con maduros, lésbico... Todo tiene cabida en el Internado. Las normas las dictan ellos, y lo que pasa en el interior... allí se queda. Espero que os guste. Besos!

El Internado era un lugar mágico, un castillo como el de muchos sueños, un paraíso aislado del mundo, donde el placer era el único motivo de existencia. Cierto es que para que algunos obtuvieran ese placer, gustaban de infligir dolor a otros, pero no es menos cierto que existen muchas personas para las que eso también supone un placer. El lugar era absolutamente idílico para las niñas, un sitio de ensueño en un paraje espectacular. Para todas ellas, era su hogar, y al mismo tiempo, las educadoras y los adiestradores, así como el resto de novicias, eran toda la familia que reconocían. Y era así como debía ser. Eso creaba un vínculo mayor con el centro. La ausencia de agentes externos que distrajeran, revolucionaran, o pudieran distraer a las muchachas hacía que la férrea educación y la disciplina fueran aceptadas casi sin discusión. No existían los elementos subversivos que afectan típicamente a las adolescentes. Toda la entrada de información del exterior era controlada y revisada por las educadoras.

Todas las niñas estaban allí por voluntad, la mayoría atraídas y después atrapadas en el círculo vicioso del dinero, el dolor y el placer. Y a las que no les movía tanto el dinero, lo hacían porque no podían controlar ese deseo de sumisión, y en el Internado se sentían libres, y lo mejor de todo, comprendidas. Pero lo que todas tenían en común es que exploraban sus deseos de someterse hasta el límite, hasta más allá de lo que habían soñado, mucho después de despertarse mojadas en la cama, y masturbarse frenéticamente intentando entender el porqué de ese ardor. En el Internado sentían que las entendían, y que todas las partes obtenían un beneficio, y un placer supremo. Los adiestradores primero, pero sobre todo los Dueños después, las usaban y sometían a su antojo, y ellas, contradictoria e inexplicablemente para la mayoría de la sociedad, se sentían satisfechas y felices.

Agencias especializadas se dedicaban por todo el mundo a captar jóvenes de entre 15 y 18 años, especialmente aquellas que no tenían familia cercana, o con problemas sociales, ya que eran más fáciles de desvincular de la sociedad. Las redes sociales eran un lugar de caza muy propicio, y de fácil acceso a los profesionales. Se les hacían varias entrevistas y se escogían sólo a las que tenían un carácter más sumiso. A las que tenían ese deseo de ser sometidas, se les ofrecía un futuro, un sueldo desorbitado, y se les llenaba la cabeza de sexo, y de lujo. En el mundo actual, en el que apenas hay oportunidades, cuando a alguien se le aparece una alternativa así resulta difícil de rechazar. En 8 o 10 años de internamiento saldrían ricas, formadas, con la vida prácticamente resuelta, a cambio de entregar sexualmente su juventud. Y en el Internado se fomentaba la competencia, ya que las mejores tenían más privilegios, más dinero y más placer. Eso las hacía sumamente competitivas, lo que desembocaba en un mayor deseo de prosperar, de gustar, y por ende en una sumisión aún más profunda. Además, el contrato indicaba que podían dejarlo en cualquier momento, aunque ello suponía devolver todo el dinero, y someterse a un borrado selectivo de recuerdos. Una sociedad así, no podía dejar rastro…

La idea fue de un empresario cincuentón, director de una compañía petrolífera. Cansado de pagar fortunas por prostitutas de lujo que cuando les decía que las iba a azotar con el cinturón le pedían el triple de su ya de por sí desorbitada tarifa, un día se le ocurrió comprarse una. Buscó una chica que estuviera interna y que fuese su esclava. El precio fue descomunal, pero siempre hay gente dispuesta a todo por dinero. El problema es que a la semana estaba harto de hacerlo con la misma, además de que no llegaba al nivel de entrega que él buscaba. Él quería que a sus putas les naciera el serlo. Que lo llevaran intrínseco, en los genes, que lo hicieran por placer, por devoción. Y supo que la única manera de hacerlo sería educándolas desde pequeñas. Pronto encontró compañeros de viaje para su proyecto, hombres y mujeres poderosos a los que esperar para recoger los primeros frutos unos pocos años no les pareció tan lejano. Y es que para la gente que tiene el dinero por castigo, ese tipo de inversión no les importa.

El caso es que el sueño de una “mansión Playboy”, pero mucho más extrema y privada, se hacía realidad a unos pocos años vista. Buscaron una decena chicas de entre veinticinco y treinta y cinco años, que fueran educadoras de distintos niveles, pero que tuvieran graves problemas económicos, o conflictos sociales o familiares, y que fueran manejables por dinero. Buscaban gente que se pudiera comprar. No fue difícil. Lo único que se les exigía era un certificado médico y absoluta disponibilidad para practicar sexo dónde, cuándo y con quién se les requiriese. Se les hacía un contrato por diez años, tras el cual todas serían ricas, con lo que las especiales características del contrato valían la pena. Pero la intención de los inversores era “convencer” a las que mejores resultados obtuvieran para que se quedasen otros diez años, y así también participasen en la formación de nuevas educadoras. Por su parte, los adiestradores eran inversores, copropietarios del internado, que por consenso iban siendo admitidos y retirados al cabo de un tiempo por el Consejo de Dirección del internado. Algunos de ellos preferían dejar el adiestramiento a algún profesional de su confianza, y así observar desde la distancia el crecimiento de las muchachas.

El funcionamiento era sencillo. En todo el internado había un máximo de cuarenta niñas, diez por año. Estaban sometidas a un estricto control médico y psicológico, ya que mezcladas en las comidas les suministraban pequeñas cantidades de un cóctel de fármacos que aumentaban su testosterona, provocaban una mejora del riego sanguíneo, y aumentaban la relajación, lo que se traducía en una mejor lubricación natural, y en un aumento del deseo. No las drogaban masivamente, pero si contribuían a que estuvieran más “receptivas”. Además, parte del equipo médico lo formaban también una pareja de psicólogos muy convincentes, y que ayudaban a las chicas a tomar la decisión “correcta” cuando tenían dudas.

Todas las muchachas recibían una formación cultural suficiente, especialmente en cuanto idiomas (para no tener problemas con potenciales inversores), así como diversas aptitudes que podrían ser útiles para sus futuros dueños. Pero durante una buena parte del tiempo eran formadas en todo lo relativo al sexo, desde una posición claramente sumisa. Protocolo, posición, prácticas bondage, etc. Cuando alguna se postulaba como rebelde, los psicólogos se ocupaban de apaciguar sus ánimos; y por el propio carácter de las chicas y la calidad de nolos doctores, tras unos pocos días su actitud era revertida. Independientemente de su edad, todas debían tener al menos cuatro años de educación, dos semi-teóricos (las muchachas no tenían que practicar sexo, aunque sí podían ser “tocadas levemente”, según apuntaban textualmente las normas) y dos prácticos. Aprendían todo lo relativo al arte de dar placer tanto a hombres como a mujeres, y lo hacían mediante un sencillo sistema de premios y castigos. Las educadoras primeramente, y después también los adiestradores, se ocupaban de que en esos primeros años, hasta conseguir la mayoría de edad, la técnica de sus artes amatorias fuera absolutamente perfecta. Lo mismo sucedía con el aguante de sus cuerpos para el castigo físico. Buscaban los límites de las jóvenes hasta que los encontraban, y premiaban la capacidad de entrega de las novicias. Pronto se consideró darle el nombre de Internado de las Novicias Púrpuras por el uniforme que las niñas utilizaban, tan del gusto de los fetichistas propietarios. Estaba compuesto por una falda plisada en tonos grises que apenas tapaba las nalgas de las muchachas, y una blusa de color morado, con una cinta de pelo y unas calzas a juego, que en invierno se convertían en medias en las piernas, y en velo para la cabeza, más una capa que protegía su cuerpo del frío. La ropa interior estaba prohibida para las de tercer y cuarto año, salvo para algunas clases prácticas de baile erótico, algunas de protocolo, iniciación como babygirls, algunas transformaciones en petgirls, o simplemente que el adiestrador así lo requiriese. El aspecto era realmente provocador, ya que con cualquier movimiento, por leve que fuese, los encantos de las muchachas quedaban completamente al descubierto.

Las normas internas también eran claras. Ningún hombre podía penetrar ni anal ni vaginalmente a las chicas hasta que éstas fueran adquiridas por un inversor, aunque todos ellos tenían el derecho de probarlas, explorarlas y usarlas. En el momento en que un adiestrador se convertía en propietario de la novicia, éste podía cederlas, alquilarlas o venderlas a cualquier otro. Pero eso no incluía a las educadoras, que se ocupaban de preparar los agujeros de las muchachas para que estuvieran a punto para recibir a sus dueños. De hecho, dentro del equipo médico del centro se habían hecho con material para la reconstrucción del himen, ya que algunos de los adiestradores querían sentir la sensación de romperlas la primera vez que se las follaban. El sistema de adquisición no era sencillo: cuando una novicia cumplía la mayoría de edad y acababa su educación, se exponía al consejo, presentando sus aptitudes y las calificaciones obtenidas. Los interesados hacían en ese momento una puja económica, con un tope de medio millón de euros, que aún no se había llegado a alcanzar. También se tenía en cuenta la opinión de la niña, que la mayoría de veces coincidía con la del mayor pujante, ya que muchos seguían de cerca las aptitudes de las jóvenes que les interesaban, e intentaban influir con promesas y con futuros regalos en la decisión de la chica en cuestión. Del importe recaudado, un 50% iba a la cuenta donde se ingresaban los salarios de las muchachas, mientras que el otro 50% se reinvertía en el mantenimiento del centro. Eso sí, existía un protocolo para el caso de alcanzar el tope dos o más pujadores, por los que se tendrían en cuenta la antigüedad como accionista y el número de novicias en propiedad, así como algunos conceptos en lo referente a idoneidad según el consejo. De todas formas, tras varios años entregando novicias aún no se había dado el caso.

Hasta que llegó Leslie.

Pero antes de hablar de ella, hemos de conocer algo mejor la vida en el Internado. La mayoría de los accionistas eran hombres cercanos a la cincuentena, aunque había excepciones. Había algunos hombres más jóvenes, y también varias mujeres, todas muy poderosas. Una de ellas, de nombre Margaret, era joven y provocadora, y tenía fama de violenta con las novicias. Una vez convertidas en perras de su propiedad, era muy celosa de su cautela, de su uso. Que se supiera, sólo las compartía de forma ocasional con Don Rafael, un viejo muy adinerado, al que al parecer le encantaba el sado, y según decían ella gustaba de sentarse a observar como él usaba y maltrataba a alguna de sus perras, mientras cualquiera otra le hacía una buena limpieza de coño. Los demás solían ser propietarios de grandes fortunas, directores de grandes empresas a nivel mundial, gente a la que no se podía detener, ni juzgar, ni espiar. La gente que mueve los hilos. Para ellos el Internado era un pasatiempo más, pero de los que les proporcionaban más placer que cualquier negocio, por muy productivo que fuera. Y de entre todos ellos, el consejo de dirección lo formaban nueve empresarios, junto al que tuvo la idea y su hijo a la cabeza (siempre era bueno tener un par de votos por si alguna vez fuera necesario). El resto lo formaban cinco hombres y dos mujeres, a cuál de ellos más rico e influyente.

El escenario elegido para la ubicación del Internado no fue sencillo, pero al final se decidió por un viejo castillo ubicado en el interior de un bosque en pleno corazón del Pirineo Andorrano. Las características del país ayudaban a facilitar la prospección del mismo, y a que no se hicieran muchas preguntas sobre la utilidad del castillo; aunque no había boca que una generosa suma de dinero no pudiera callar. Además, aunque se pensó también en algunos países sudamericanos, el que ya existiera una construcción acorde a las necesidades ayudó a tomar la decisión. Torres, grandes salas, multitud de habitaciones, mazmorras en los sótanos… todo parecía ideado para lo que se proponía crear allí. Con la llegada de los inversores y el crecimiento del internado, el recinto se quedó pequeño, sobre todo para los que querían disfrutar de sus perras en propiedad sin ser oídos u observados por otros. Así que pronto el consejo decidió que había que ampliar, y se construyeron una treintena de casas alrededor del castillo, con todas las comodidades. El dinero nunca fue un problema, así que cada una de ellas disponía de su piscina y jacuzzi privado, su mazmorra, etc. Cada propietario tenía en ellas a su personal de confianza que iba siendo sustituido por la adquisición de perras, siempre bajo en un estricto control, y también bajo su responsabilidad. Sólo había habido un fallo de seguridad en los años de existencia del internado. Una sirvienta de una de las casas había sabido de las prácticas del internado, y había intentado denunciarlo en una red social, burlando la seguridad de la zona. El mensaje fue borrado de inmediato, y la chica… En fin…

Y aunque muchas veces se había puesto sobre la mesa la apertura de fronteras para las perras antes de los 10 años del contrato, ya que había muchos inversores que querían disfrutarlas en sus residencias habituales, hasta el momento el consejo se había negado. Sacarlas de allí suponía un riesgo grave, ya que la seguridad de todos estaría en entredicho. Sería prácticamente imposible asegurar la confidencialidad del proyecto. Y aunque las primeras perras se acercaban a los 8 años en el centro, aún no se habían puesto de acuerdo en cómo hacer la reinserción de las chicas. A las niñas se les decía que a los 10 años se les ofrecería continuar, pero fuera del Internado, con su propietario actual, o bien reinsertarse a la sociedad, previa firma de un documento muy restrictivo de confidencialidad. Para gente que espía a cientos de miles de personas en todo el mundo, controlar las actuaciones de 50 o 60 niñas no suponía nada. Pero la realidad es que una buena parte abogaba por no dejarlas salir, y seguir disfrutándolas en el Internado. De momento no habían tenido que lidiar con una situación así, pero en pocos años tendría que llegar un primer caso, y a algunos miembros del consejo el tema sí les preocupaba.

El día a día del Internado era muy elocuente. Las novicias de primer y segundo año no tenían obligaciones, y bajaban directamente a desayunar, pero las de tercer y cuarto año, tras el primer trimestre de prácticas, debían bajar a las habitaciones de los adiestradores y de las educadoras a darles los buenos días en forma de mamada, o de comida de coño, según el caso. Para ninguna suponía un suplicio más allá del sueño que pudieran tener si no habían descansado bien. Además, el hacerlo con entusiasmo, hasta el final, y soportando con sumisión y con entrega las “caricias” que algunos les propinaban les podría suponer a la larga un orgasmo extra, lo que suponía el premio máximo, más teniendo en cuenta lo escaso de las ocasiones en que se les permitía. En ocasiones encontraban a algún adiestrador haciendo uso de su derecho sobre las educadoras, con lo que los buenos días se convertían de alguna manera en una tipo de clase práctica, ya que las novicias eran instadas a acercarse y comprobar cómo se debían llevar a cabo ciertas prácticas, amén de participar con boca y manos en los juegos de la pareja. Al terminar su primer cometido del día, y una vez todas habían desayunado, las novicias se repartían por cursos, y comenzaban su adiestramiento.

Y ahora sí, hablemos de Leslie.

Leslie fue captada en un país de la Europa del este. No tenía familia directa, ni decía tener amigos conocidos. Casi todo lo que pudieron investigar sobre ella se situaba en la Red. Navegaba por muchas páginas temáticas buscando Amo, con unas ideas clarísimas pese a su corta edad. Aunque no se dejaba engatusar fácilmente, la oferta del centro era irrechazable. Tras varias entrevistas en las que los agentes quedaron gratamente sorprendidos de la actitud de la niña, ésta supo que ese mundo estaba diseñado para alguien como ella. Cuando llegó al internado y tras el reconocimiento médico habitual, descubrieron la primera cosa que les llamó la atención: con apenas 15 años Leslie no era virgen. No quisieron saber mucho más, pero ese dato no pasó desapercibido para muchos de los inversores. Fue el primer caso que se encontraron tras varios años de adiestramiento, y el que lo cambió todo.

Leslie era una niña hermosa, de piel blanca y ojos verdes, con media melena de color oscuro, y tenía la indudable belleza de las balcánicas. Tenía un culo hermoso y redondo, que era la perdición de adiestradores y educadoras, y unas tetas absolutamente brutales para su edad: grandes, redondas y tersas, de un tamaño fabuloso sin llegar a ser descomunal. Todos querían tocarla, probarla y aprovechaban cualquier ocasión para acercarse, sobarla y disfrutar de su cuerpo prieto y apetecible. Pasó sus dos años de teoría soportando las manos de todos sus superiores y fue muchas veces la elegida para los muestreos. Eso le hizo ganarse algunas rencillas y envidias entre otras novicias, pero por el contrario también la unió muchísimo a un par de ellas, en especial a Liliana, una preciosa muchacha con la piel de ébano muy claro, de ojos negros azabache y rizos finos y eternos, y posiblemente también con la faz más aniñada de todo el internado.

El día que todo cambió Leslie tenía 17 años, a unos pocos meses de los 18. Tanto ella como Liliana estaban en el primer trimestre de prácticas, y ya habían comenzado a hacer felaciones, aunque de momento solo practicaban con dildos. Esa mañana Leslie tenía su primera mamada real, y se la haría a Don Paulo, uno de los adiestradores más jóvenes, aunque pasados los treinta. No era de los más duros, aunque sí recto. Era más cerdo que severo, y eso a algunas novicias les gustaba mucho. Había sido elegido por sorteo, ya que nueve de los diez adiestradores querían ser los primeros en probar la hermosa boquita de Leslie. Cuando la niña llegó a su habitación, una educadora la esperaba con el vestuario elegido por su Primer Miembro. Era un hermoso vestido rosa palo, que se estrechaba en el centro dejando los pechos al aire por fuera, y que después se anudaba al cuello. Tenía también una falda similar a un tutú, aunque algo menos levantada, pero que dejaba prácticamente a la vista el coñito de la muchacha. Unos calcetines por debajo de la rodilla, y unos zapatitos de charol a juego completaban el conjunto. En las instrucciones pedían el pubis completamente rasurado, con lo que la educadora levantó la faldita de la niña, sobó quizá más de la cuenta sus labios vaginales, y comprobó que estaba a la perfección. La vistió, la perfumó, le dio un casto beso en los labios, y la llevó a clase. Cuando la puerta se abrió, se hizo el silencio. Leslie estaba increíble con aquel vestido, con sus preciosos pechos saltando libres, y con las mejillas enrojecidas por la excitación. Hoy era un gran día, e iba a comprobar si de verdad estaba preparada.

-          Bien. – Dijo Don Paulo, con voz tranquila. – Poco a poco os vais haciendo mayores. Hoy se harán en clase tres felaciones, con las tres novicias que pensamos que están más maduras. – Miró a Leslie, y le sonrió. – Ven pequeña, acércate. – Leslie se levantó, al principio vacilante, pero al ponerse de pie sintió el deseo en la mirada de muchas chicas, y también en la del adiestrador. Eso la relajó, hizo que su coñito se humedeciera como le había pasado muchas otras veces, y le dio el punto de deseo que necesitaba para lanzarse. Así que anduvo los pocos metros que le separaban de su profesor y se paró frente a él. Éste cogió una silla, se sentó, y se dirigió a Leslie. – Arrodíllate. – Leslie lo hizo de inmediato. – Ahora, despacio, saca mi polla de su guarida, y acaríciala hasta que la notes firme y dura, como habéis hecho tantas veces con los maniquíes.

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Sí, Señor. – Leslie actuaba como por inercia. La puerta de la clase se abrió, y los dos adiestradores que estrenarían las dos siguientes bocas, el Señor Rodrigo y el Señor Davis, más dos educadoras, entraron y se situaron a un lado de la silla. Paulo ya tenía la polla fuera, y ésta era acariciada por Leslie. Era una buena herramienta, cercana a los 20 cm y de un grosor considerable, con mucho pellejo y ligeramente curvada hacia abajo. A Leslie le pareció preciosa, la mejor del mundo. Estaba contenta con su suerte, Don Paulo era un buen Primer Miembro. Rodeó con su mano el manubrio de su adiestrador, y le bajó lentamente la piel, notando como las venas bombeaban sangre a su paso y la polla ganaba en consistencia. Notó como el calor crecía en su interior, y como el coñito se le humedecía. Le había pasado muchas veces, sabía controlarlo, pero a cada movimiento de su mano crecía el ardor en su interior.

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Vamos, Leslie, la boca. – La cogió del pelo, obligándola a echarse un poco hacia adelante, hasta que sus labios estuvieron a escasos centímetros de su glande. – Ahora ábrela, como te hemos enseñado, y métetela. – La niña lo hizo, y su boca se llenó de carne. Ya conocía el olor a hombre excitado, había masturbado a todos sus adiestradores varias veces, pero aún no conocía el sabor. Y le gustó. – Muy bien, Leslie, eso es, putita. Ahora rodéala con los labios, y ensalívala todo lo que puedas. – Leslie lo hizo como por inercia, como si no le costara, como si ya supiera lo que tenía que hacer. Se ayudó de la mano para retirar la piel y se la metió hasta que sus labios llegaron a su mano. Paulo cerraba los ojos, absolutamente complacido. No era la primera novicia a la que estrenaba, y Leslie lo hacía realmente bien. Sin esperar más indicaciones, Leslie comenzó a subir y bajar por el tronco hasta que lo sacó y se puso a lamerlo desde la base hasta la punta, recorriendo cada centímetro de piel, y mirando a su Señor como le habían enseñado en las clases con maniquíes. Sin previo aviso, el Señor Davis, que era un adiestrador propuesto por Don Rafael, se acercó por detrás, le sobó las tetas, le pellizcó los pezones, y se entretuvo un rato allí. Paulo seguía con los ojos cerrados, pero Leslie notaba como su calentura aumentaba y mucho.

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Eh, tú, Liliana. – Dijo el Señor Davis dirigiéndose a la mulata. – Ven aquí y masturba a esta zorra. Esfuérzate para que se corra. Si lo consigues, dejare que tú lo hagas. Uno Extra. – Se sonrió maliciosamente, se acercó al oído de Leslie, y le susurró. – Y si tú lo haces no volverás a correrte en semanas, además de que me ocuparé de que mañana bajes a mi mazmorra….

Sabía que era verdad, el Señor Davis era el más duro de los adiestradores. Era un maestro con el látigo, y un apasionado de la cruz de San Andrés. No se preocupaba demasiado de la estética, sólo que la novicia estuviera bien sujeta, y que después le quedaran unas bonitas marcas en muñecas y tobillos. Era habitual que de su mazmorra las novicias fueran directamente a enfermería, sobre todo en las sesiones de Golpes. Le gustaba llevar al límite a las novicias, buscando que alguna se saltara La Norma (estaba prohibido correrse sin permiso), y así tener una buena excusa para desahogarse con ella. Además había elegido a Liliana, seguramente con toda la intención. Liliana era su mejor amiga, la chica con la que practicaba besos con saliva, masturbación femenina, etc. Ambas conocían el cuerpo de la otra mejor que el de cualquier otra novicia o cualquier educadora. Sabía también que Liliana tenía que esforzarse o el Señor Davis lo notaría y tendría un castigo Nivel 3, y eso no era broma.

Paulo por su parte estaba alucinado, disfrutando de una mamada como no era capaz de recordar. No tenía que darle ninguna instrucción a la niña. Leslie era perfectamente autónoma, alternaba la mano con la boca, pero casi siempre con la lengua en contacto con su falo. No dejaba de lamerlo, de jugar con la piel, de buscar en la parte trasera del glande ese punto tan erógeno que tienen allí los hombres. Parecía que llevara toda la vida haciéndolo. Ni siquiera el metomentodo del Señor Davis la había sacado de su ensoñación. Además, Paulo sabía que no le convenía en absoluto enemistarse con él. Don Rafael era muy influyente y poderoso. Además, la visión de Liliana tocando a su novicia mientras ésta se la chupaba no era nada desagradable. La tierna voz de Leslie le sacó de sus pensamientos.

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¿Dónde quiere correrse, Señor? – Le preguntó con voz entrecortada, visiblemente excitada con las caricias de su amiga.

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Quiero que os desnudéis las dos – dijo – y quiero correrme en tu boca de puta, y que se lo extiendas a ella por sus tetitas, y el resto lo dejas en el centro para que corra hacia el coño de tu amiga. – Miró a las educadoras, y les guiñó un ojo. – Seguro que alguien del público está dispuesto a recogerlo. – Paulo sabía que una de las educadoras, Eva, sentía auténtica filia por el semen, y también por el flujo. Todas eran bisexuales por convicción o por contrato, pero Eva le había confesado en secreto que prefería las mujeres a los hombres, aunque le perdía su pasión por el semen. Cerró los ojos y se dispuso a disfrutar del resto de la mamada. Leslie aceleraba sus movimientos acorde a los dedos de Liliana, que entraban y salían hábiles de su interior. El ángel de chocolate se había puesto delante de su amiga, la miraba a los ojos, sacaba los dedos de su interior y los chupaba frente a ella, lo que estaba volviendo loca a la morenita. Sin saber muy bien porqué, apartó la mano del miembro que trabajaba, y comenzó un mete y saca con la boca, hasta que sin previo aviso se la tragó entera, hasta tocar la nariz con el pubis depilado de su adiestrador. El silencio se hizo aún más presente en la sala. Paulo notó la garganta profunda no forzada, y sin poder evitarlo comenzó a sentir los espasmos previos al orgasmo. – Me corro, joder. – Las palabras sacaron a toda la sala de su asombro e hicieron que Liliana volviera con fuerzas renovadas a su tarea, ya que su tiempo se acababa. Leslie por su parte se sacaba y se mentía entera la tranca de Paulo casi por instinto. – Me voy, zorra. Dios, qué buena eres, joder. Vamos, sigue, sigue, sigue, síiii… – El primer chorro llegó al fondo de la garganta, y Leslie no pudo evitar tragárselo. Los siguientes se fueron acumulando en su boca, mientras no dejaba de mirar a su Primer Miembro a los ojos. Liliana la miró y no pudo ocultar una sonrisa, aunque rápidamente la borró de su rostro por miedo a las represalias. Tras cinco o seis potentes chorros, Leslie se ayudó de la mano para extraer hasta la última gota de leche de la polla que acababa de mamar. Le habían enseñado bien, y estaba convencida de que su adiestrador estaría contento, aunque no imaginaba cuánto. Cuando se la sacó de la boca, Liliana dio por concluida su tarea manual. Leslie había conseguido contener su orgasmo, pero lo cierto es que su coñito estaba encharcado, rebosante de flujo. Se acercó a su amiga, ésta se reclinó un poco, y comenzó a dejarle pequeños grumos en ambos pezones, cubriendo la mediana aureola, y dejando el resto de semen y saliva corriendo por el vientre de la preciosa niña. Eva se acercó, se agachó, lamió los dos pezones recreándose en ello, y dejando que el río cruzara el monte de Venus, llegara a su coñito depilado, y resbalara por él. Antes de agacharse para lamerlo un pequeño grumo cayó al suelo, Eva lamió el coño de la mulata como ya había hecho antes, solo que con el añadido del delicioso aderezo. Cuando hubo terminado Liliana estaba muy excitada, aunque también era una buena novicia, y había controlado bien sus impulsos.

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Puta. – Le dijo Eva a Leslie señalando con el dedo el grumo que había en el suelo. – Eso se te ha caído, torpe. Recógelo. – Leslie se agachó sin dudar, sacó la lengua y lamió el suelo. Estaba áspero, pero el sabor del semen y del flujo de Liliana lo amortiguaron. Todos la observaban, algunos con admiración.

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Bueno, ya está bien. – Dijo Paulo con voz firme. Miró a Leslie que había levantado la cabeza para atenderle. – Estupendo, niña. Te mereces mi primer 10 en todos mis años en Felación Inicial. Enhorabuena.

Los murmullos llenaron la clase. Un 10 no era nada habitual en ningún tipo de asignatura, y desde luego, en un Felación Inicial, era algo insólito, la primera vez que sucedía. Liliana incluso se ruborizó, entusiasmada con el éxito de su amiga y confidente, Aún más, en su interior, se atribuía un pequeña parte del éxito, ya que seguro que había puesto mucho más cachonda a su amiga, y eso la había hecho poner un extra de pasión en la felación. Así que se sentía tremendamente complacida.

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Y como premio… – Paulo se detuvo, mientras terminaba de guardarse la polla, ahora limpia y reluciente, creando una pequeña expectación. – Creo que te has ganado Uno Extra. Te lo mereces. – Leslie no pudo evitar sonreírse. Tampoco era nada habitual, y menos que el premio fuera público. Miró a Liliana y ésta le devolvió la sonrisa. Buscó alguna otramirada de complicidad o gesto de aprobación, y aunque encontró alguno de admiración, y también de deseo, no vio muchos más. De hecho, casi sintió la envidia y el rechazo en varias de ellas. Entre esos gestos, el de desprecio del Sr. Davis.

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Si damos premios así como así a las novicias, nunca serán unas buenas perras. – Argumentó.

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No estoy de acuerdo. – Dijo Paulo. Miro a Leslie, y puso su expresión más grave. – Pero me parece bien que la novicia se lo gane. – Hablaba para su colega, pero miraba a la niña a los ojos. – Puta. – Le dijo. – El Extra lo tienes que conseguir aquí, en la sala, en más de cuatro minutos cuarenta y cinco, y menos de cinco. – Siguió mirándola fijamente, y Leslie vio como se le encendían los ojos de deseo. – Y no puedes ayudarte ni de tus manos, ni de ninguna otra persona que haya en la sala. – Se sonrió, y cuando se disponía a continuar, el Sr. Davis lo cortó

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Que sean cuatro cincuenta. – Dijo pausadamente, llenándose la boca de una oscura mezcla de deseo, desprecio y suficiencia. – Las futuras perras han de controlar sus orgasmos según los deseos de sus Dueños. Esta novicia parece muy adelantada. Que lo haga. – Leslie sabía que eso complicaba mucho la actuación, aparte de la humillación que suponía que una veintena de personas estuvieran pendientes del cronómetro, de su cuerpo, de sus reacciones…

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Está bien. – Dijo Don Paulo volviendo a mirar a la niña con los ojos encendidos. – Cuatro cincuenta. Y el tiempo comienza ya.

Ardía. Los ojos del adiestrador le transmitían un fuego inusitado, que se transformaba en calor dentro de ella, en una excitación fuera de lo normal. El tiempo corría, y ella tenía que buscar su roce, y tenía que controlarlo. Quince segundos para comenzar a correrse, si le hubieran dejado las manos, era más que suficiente. Estaba bien enseñada. Con diez era muy justo, pero en una situación normal, pese a todo el mundo mirando y a la dificultad de concentrarse, habría estado segura de lograrlo. Por supuesto, si le hubieran dejado interactuar con alguna otra novicia, con Liliana no hubiera tenido problema en conseguirlo. Incluso sin hablarse. Pero así era más complejo. Tenía que jugar en el filo, y aguantar todo el tiempo en él. Se sentía el centro de atención, con todas las novicias mirándola, y las educadoras y los adiestradores atentos a sus movimientos. Intentó disfrutar, se centró en que había conseguido Uno Extra, y eso no era cualquier cosa. Miró a su alrededor, y observó todo lo que podía servirle para el roce. Los muebles eran modernos, de acabados rectos. No servían. Las sillas de las novicias eran funcionales, y bastante asépticas. Tampoco se vio haciéndolo allí. El tiempo corría, y tenía que buscar algo que la motivase. Miró a Liliana, y pensó en frotarse bajo su silla. Le costaría, pero quizá lo consiguiese. Cuando casi estaba decidida vio al Sr. Davis con una fea sonrisa de suficiencia, sentado en la mesa de las educadoras. Miró la pata de la mesa, más gruesa que las de las sillas, y no lo pensó más. Se sentó bajo la mesa, con una pierna entre los pies del adiestrador, y la otra al otro lado de la pata. Lo miró a los ojos, y comenzó a frotarse. Había perdido un tiempo precioso, pero esperaba poder recuperarlo. Cerró los ojos y se concentró en su placer. Así, a oscuras en su interior, se sintió deseada. La chica más deseada del mundo. Sentía a fuego las miradas de todas las novicias, sentía el deseo de las educadoras y de los adiestradores. Notaba como la fricción estaba descapuchando su botoncito, y como los primeros escalofríos iban llegando. Sentía la mirada del Sr. Davis clavada en sus tetas, en su coño, atento a sus movimientos, y eso aún le hizo aumentar el calor interior, el rubor que cubría sus mejillas, el fuego que la estaba quemando por dentro. Leslie no recordaba en qué momento había comenzado a jadear, pero se oyó a sí misma haciéndolo a buen volumen. Se sentía como una perra en celo intentando apagar su ardor frotando su coño, y se sintió muy puta. Entreabrió los ojos, y vio al Sr. Davis moviéndose inquieto, y a Don Paulo comunicar los cuatro minutos y medio. Miró la entrepierna del hombre, y le pareció ver una mancha. Sí, seguro. El Sr. Davis había manchado los pantalones de la excitación. Aquello la hizo sentir tremendamente poderosa, salvajemente deseada. Abrió los ojos del todo y lo miró a la cara mientras jadeaba como una perra en celo. El bulto del adiestrador era descomunal, y éste ya no se preocupaba en taparlo. Aumentó la cadencia del roce, y también de los gritos, mientras oía a Don Paulo avisar de los cuatro cuarenta y cinco. Siguió subiendo y bajando por la pata como si fuera una pequeña barra americana, hasta que al oír la palabra cincuenta se dejó ir, corriéndose como una zorra, y llenando la pata de la mesa de flujo. El tiempo se detuvo para la niña, y todo empezó a nublarse. Estuvo así unos pocos segundos, pero a ella le parecieron horas. Sonrió, y se dejó caer sobre la espalda, para notar el frío del suelo. Al abrir los ojos, el Sr. Davis se apresuró a esconder algo parecido a una sonrisa. Se acomodó el bulto sin disimular la mancha, y se giró a comentar con las educadoras.

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Fantástico, perrita. – Oyó la voz amable de Don Paulo. – Sin duda eres una alumna aventajada. – Aquel comentario hizo que se ruborizara tanto como lo había hecho mientras se corría.

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Gracias. – Se atrevió a balbucear.

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Puedes sentarte. – Sentenció Don Paulo.

Se levantó, se puso de nuevo y se arregló un poco el vestidito de babygirl, y se sentó en su sitio, junto a Liliana, que también había pedido permiso para vestirse. Ésta la esperaba con una sonrisa, y al acercarse le guiñó un ojo. Leslie se sentó en su sitio, y se tranquilizó.

Las dos siguientes chicas no tuvieron tanta suerte. A la primera le toco el Sr. Rodrigo, un hombre tranquilo y amable, y con la mejor polla de los adiestradores. Eso, que en el futuro era objeto de disputas y deseos por parte de las novicias, hoy era un suplicio para Lisa. No sabía cómo rodearla, ni cómo ensalivarla. No era capaz de meterse en la boca más allá del glande, y tuvo que oír en más de una ocasión los reproches del adiestrador. Era más grande que los dildos que utilizaban en clase, y los nervios le jugaron una mala pasada. Aún así, después de unos pocos minutos, y ayudándose de las manos, consiguió que se corriera, y lamiendo hasta la última gota consiguió que el adiestrador la aprobara. Suspender en tu Felación Inicial estaba considerado una deshonra, y los Primeros Miembros se lo tomaban como algo personal, con lo que normalmente al suspenso le seguía una semana cargada de sesiones extras de Castigos, Golpes, etc.

Melissa no tuvo tanta suerte. Y eso que el Sr. Davis ya andaba caliente. Pero claro, él quería algo parecido al espectáculo que había ofrecido Leslie, y pese a que Melissa estaba preparada para hacer una buena mamada, no lograría una así. Pronto el adiestrador se alteró, y sacó la polla de la boca para abofetearla al corregirla. Era parte del entrenamiento, pero no era habitual en la Primera Felación. La niña estaba poniéndose nerviosa, no estaba cómoda, y el adiestrador no contribuía para nada. Varias veces se levantó, le dio unos guantazos, le dijo que se quedara quieta, que su boca no era más que un agujero inservible para follar con dureza. Su polla estaba a mitad camino de las de los dos anteriores adiestradores, así que no era nada desdeñable. Tan fuerte le daba que hizo que la joven vomitara un poco. Eso le arrancó una sonrisa, y solo entonces dejó hacer a la chica, dándole de nuevo oportunidad de llevar el ritmo. Le encantaba forzarlas, sentir que las sometía, que las humillaba. Él era un fiel reflejo del inversor al que representaba. Los ojos de miedo de Melissa lo excitaban, y aunque la mamada para él estaba siendo una mierda, saber que ella estaba asustada se la ponía muy dura. Tanto, que sin avisarla se corrió. Melissa se sorprendió y tosió tras el primer chorro, que fue directamente a su garganta, pero luego se aplicó y aunque no pudo evitar poner algunas muecas, no paró hasta dejarla limpia.

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Eres una furcia barata, que no mereces ni mi leche. – Le escupió, y se giró. – Lo siento, esta mierda no da para más de un cuatro. – A Melissa se le iba a escapar una lágrima en cualquier momento, pero las contuvo como le habían enseñado.

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Sí, Señor. – Le contestó con voz baja. Se arrodilló y puso las manos en sus rodillas con las palmas hacia arriba, buscando la posición sumisa más sincera. – Esta puta merece un castigo, y que la vuelvan a educar para compensarle, Señor.

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No lo dudes, zorra. – Sonrió, aunque ni siquiera la miró. – Hoy después de clases bajarás a mis mazmorras. No traigas ropa.

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Sí, Señor. – Asintió Melissa con voz dulce, aunque entrecortada. Todos conocían como se las gastaba, así que no sería una tarde agradable para la chica.

Por el contrario, el Sr. Davis sí estaba contento. Podría desahogarse con la niña a su antojo, sin ese blando de Paulo mirando. Ya se le había ido la mano alguna vez, pero en enfermería, ayudados por los psicólogos del centro, siempre hacían un trabajo estupendo, y sin preguntas incómodas. Además, a Don Rafael le encantaba mirar como éste ataba a las niñas a la cruz y las disciplinaba a golpe de látigo. Lo hacía desde un confortable habitáculo que había justo en un lateral de la mazmorra, casi frente a la cruz, y tras un espejo gigante. Solía llamar para esos ratos a Eva, que complacientemente se la mamaba con devoción hasta que se corría un par de veces. También le gustaba otra educadora, Samantha, una rubia espectacular con unas tetas de escándalo, pero era más bien pobre con la boca. Era todo cuerpo, y para esas sesiones de voyeur ni la miraba. Allí prefería a Eva, que era bastante más normalita, pero mucho más guarra y aplicada.

Pero el Sr. Davis además llevaba otros pensamientos. Sabía que lo que había pasado en el aula con Leslie no pasaría desapercibido por ninguno de los accionistas, y quería ser el primero en informar. Don Rafael era generoso con sus fieles, y seguramente lo compensaría bien. Si además lograban quedarse con Leslie, él podría usarla a su antojo eternamente. Lo había desafiado. Había visto esa mirada orgullosa y valiente cuando se corría contra la mesa. Y se la iba a borrar, preferentemente por las malas.

Cuando llegó a la casa de su mentor, una de las más lujosas del recinto, Don Rafael derramaba cera sobre la espalda de una de las perras de Margaret, Romina, que permanecía sujeta por la cabeza y las manos en una guillotina, con una mordaza en la boca para ahogar los gritos, dos pequeñas pesas asidas a sus pezones y una barra separando sus piernas por los tobillos. Por si esto fuera poco, una máquina con un vaivén infernal sodomizaba el culo de la muchacha sin descanso. A pocos metros, la Srta. Margaret estaba en cuclillas sobre la cara de una de las perras de Don Rafael, Carla, mientras con una fusta, que tenía una bonita pica en la punta, le marcaba el interior de los muslos. Cada vez que la fustigaba, Carla daba un pequeño grito, conjuntamente a un movimiento reflejo de levantarse, lo que provocaba el roce con el coño de Margaret. Ésta aprovechaba esos momentos para restregarle bien su sexo, e incluso dejar que se escaparan unas gotas de pipí, mientras que la joven esclava se esforzaba en complacerla. El Sr. Davis lo había visto más veces, pero no por ello dejaba de excitarse. Deseaba en secreto follarse y sodomizar a la Srta. Margaret, pero sabía que no estaba a su alcance.

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Buenos días, Don Rafael. – Dijo con voz firme. Todos siguieron con lo que estaban haciendo, como si no lo hubieran oído. – Tengo una información reciente que creo que debería oír. – Hizo una pequeña pausa, y continuó elevando un poco la voz. – Tiene que ver con la novicia Leslie. – Don Rafael detuvo la tortura, y se giró para mirarle. Todos conocían la historia de Leslie, y muchos seguían sus progresos con atención.

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Hablemos. – Dijo secamente.

Don Rafael no hizo intención ni de apagar, ni tampoco de ralentizar la máquina que sodomizaba a la joven, pese a que ésta lo miró intentando que se percatara y acabó cerrando, aguantando los constantes envites del falo de látex. Los dos hombres se sentaron en una esquina de la sala, en unos sillones que había preparados para los descansos. Pronto una perra, que portaba una cofia como única vestimenta, se acercó con dos Paulaners. Al agacharse, notó como siempre los dedos hábiles y curiosos de su dueño rozando su entrepierna hasta llegar a su coñito desnudo, y cómo los introducía en ella. Don Rafael era muy exigente, y comprobaba siempre que tenía la oportunidad que sus perras se mantuvieran excitadas. Lo hacía de forma casi mecánica, pues no dejó de prestar atención en ningún momento al adiestrador. Cuando terminó de escuchar la historia, se quedó un rato pensativo, mientras sacaba los dedos húmedos del coño de la muchacha, los levantaba y ésta se los chupaba hasta dejarlos limpios. Después de eso, le hizo un gesto y la joven se marchó. Dio un sorbo a la cerveza helada, miró al Sr. Davis, y le sonrió.

-        Quiero a esa perra. – Dijo con rotundidad. – Pero no la quiero dentro de un año. La quiero ya.

Primer capítulo de esta nueva serie. Como siempre espero vuestros comentarios tanto aquí como en el mail. Besos!

El Internado era un lugar mágico, un castillo como el de muchos sueños, un paraíso aislado del mundo, donde el placer era el único motivo de existencia. Cierto es que para que algunos obtuvieran ese placer, gustaban de infligir dolor a otros, pero no es menos cierto que existen muchas personas para las que eso también supone un placer. El lugar era absolutamente idílico para las niñas, un sitio de ensueño en un paraje espectacular. Para todas ellas, era su hogar, y al mismo tiempo, las educadoras y los adiestradores, así como el resto de novicias, eran toda la familia que reconocían. Y era así como debía ser. Eso creaba un vínculo mayor con el centro. La ausencia de agentes externos que distrajeran, revolucionaran, o pudieran distraer a las muchachas hacía que la férrea educación y la disciplina fueran aceptadas casi sin discusión. No existían los elementos subversivos que afectan típicamente a las adolescentes. Toda la entrada de información del exterior era controlada y revisada por las educadoras.

Todas las niñas estaban allí por voluntad, la mayoría atraídas y después atrapadas en el círculo vicioso del dinero, el dolor y el placer. Y a las que no les movía tanto el dinero, lo hacían porque no podían controlar ese deseo de sumisión, y en el Internado se sentían libres, y lo mejor de todo, comprendidas. Pero lo que todas tenían en común es que exploraban sus deseos de someterse hasta el límite, hasta más allá de lo que habían soñado, mucho después de despertarse mojadas en la cama, y masturbarse frenéticamente intentando entender el porqué de ese ardor. En el Internado sentían que las entendían, y que todas las partes obtenían un beneficio, y un placer supremo. Los adiestradores primero, pero sobre todo los Dueños después, las usaban y sometían a su antojo, y ellas, contradictoria e inexplicablemente para la mayoría de la sociedad, se sentían satisfechas y felices.

Agencias especializadas se dedicaban por todo el mundo a captar jóvenes de entre 15 y 18 años, especialmente aquellas que no tenían familia cercana, o con problemas sociales, ya que eran más fáciles de desvincular de la sociedad. Las redes sociales eran un lugar de caza muy propicio, y de fácil acceso a los profesionales. Se les hacían varias entrevistas y se escogían sólo a las que tenían un carácter más sumiso. A las que tenían ese deseo de ser sometidas, se les ofrecía un futuro, un sueldo desorbitado, y se les llenaba la cabeza de sexo, y de lujo. En el mundo actual, en el que apenas hay oportunidades, cuando a alguien se le aparece una alternativa así resulta difícil de rechazar. En 8 o 10 años de internamiento saldrían ricas, formadas, con la vida prácticamente resuelta, a cambio de entregar sexualmente su juventud. Y en el Internado se fomentaba la competencia, ya que las mejores tenían más privilegios, más dinero y más placer. Eso las hacía sumamente competitivas, lo que desembocaba en un mayor deseo de prosperar, de gustar, y por ende en una sumisión aún más profunda. Además, el contrato indicaba que podían dejarlo en cualquier momento, aunque ello suponía devolver todo el dinero, y someterse a un borrado selectivo de recuerdos. Una sociedad así, no podía dejar rastro…

La idea fue de un empresario cincuentón, director de una compañía petrolífera. Cansado de pagar fortunas por prostitutas de lujo que cuando les decía que las iba a azotar con el cinturón le pedían el triple de su ya de por sí desorbitada tarifa, un día se le ocurrió comprarse una. Buscó una chica que estuviera interna y que fuese su esclava. El precio fue descomunal, pero siempre hay gente dispuesta a todo por dinero. El problema es que a la semana estaba harto de hacerlo con la misma, además de que no llegaba al nivel de entrega que él buscaba. Él quería que a sus putas les naciera el serlo. Que lo llevaran intrínseco, en los genes, que lo hicieran por placer, por devoción. Y supo que la única manera de hacerlo sería educándolas desde pequeñas. Pronto encontró compañeros de viaje para su proyecto, hombres y mujeres poderosos a los que esperar para recoger los primeros frutos unos pocos años no les pareció tan lejano. Y es que para la gente que tiene el dinero por castigo, ese tipo de inversión no les importa.

El caso es que el sueño de una “mansión Playboy”, pero mucho más extrema y privada, se hacía realidad a unos pocos años vista. Buscaron una decena chicas de entre veinticinco y treinta y cinco años, que fueran educadoras de distintos niveles, pero que tuvieran graves problemas económicos, o conflictos sociales o familiares, y que fueran manejables por dinero. Buscaban gente que se pudiera comprar. No fue difícil. Lo único que se les exigía era un certificado médico y absoluta disponibilidad para practicar sexo dónde, cuándo y con quién se les requiriese. Se les hacía un contrato por diez años, tras el cual todas serían ricas, con lo que las especiales características del contrato valían la pena. Pero la intención de los inversores era “convencer” a las que mejores resultados obtuvieran para que se quedasen otros diez años, y así también participasen en la formación de nuevas educadoras. Por su parte, los adiestradores eran inversores, copropietarios del internado, que por consenso iban siendo admitidos y retirados al cabo de un tiempo por el Consejo de Dirección del internado. Algunos de ellos preferían dejar el adiestramiento a algún profesional de su confianza, y así observar desde la distancia el crecimiento de las muchachas.

El funcionamiento era sencillo. En todo el internado había un máximo de cuarenta niñas, diez por año. Estaban sometidas a un estricto control médico y psicológico, ya que mezcladas en las comidas les suministraban pequeñas cantidades de un cóctel de fármacos que aumentaban su testosterona, provocaban una mejora del riego sanguíneo, y aumentaban la relajación, lo que se traducía en una mejor lubricación natural, y en un aumento del deseo. No las drogaban masivamente, pero si contribuían a que estuvieran más “receptivas”. Además, parte del equipo médico lo formaban también una pareja de psicólogos muy convincentes, y que ayudaban a las chicas a tomar la decisión “correcta” cuando tenían dudas.

Todas las muchachas recibían una formación cultural suficiente, especialmente en cuanto idiomas (para no tener problemas con potenciales inversores), así como diversas aptitudes que podrían ser útiles para sus futuros dueños. Pero durante una buena parte del tiempo eran formadas en todo lo relativo al sexo, desde una posición claramente sumisa. Protocolo, posición, prácticas bondage, etc. Cuando alguna se postulaba como rebelde, los psicólogos se ocupaban de apaciguar sus ánimos; y por el propio carácter de las chicas y la calidad de nolos doctores, tras unos pocos días su actitud era revertida. Independientemente de su edad, todas debían tener al menos cuatro años de educación, dos semi-teóricos (las muchachas no tenían que practicar sexo, aunque sí podían ser “tocadas levemente”, según apuntaban textualmente las normas) y dos prácticos. Aprendían todo lo relativo al arte de dar placer tanto a hombres como a mujeres, y lo hacían mediante un sencillo sistema de premios y castigos. Las educadoras primeramente, y después también los adiestradores, se ocupaban de que en esos primeros años, hasta conseguir la mayoría de edad, la técnica de sus artes amatorias fuera absolutamente perfecta. Lo mismo sucedía con el aguante de sus cuerpos para el castigo físico. Buscaban los límites de las jóvenes hasta que los encontraban, y premiaban la capacidad de entrega de las novicias. Pronto se consideró darle el nombre de Internado de las Novicias Púrpuras por el uniforme que las niñas utilizaban, tan del gusto de los fetichistas propietarios. Estaba compuesto por una falda plisada en tonos grises que apenas tapaba las nalgas de las muchachas, y una blusa de color morado, con una cinta de pelo y unas calzas a juego, que en invierno se convertían en medias en las piernas, y en velo para la cabeza, más una capa que protegía su cuerpo del frío. La ropa interior estaba prohibida para las de tercer y cuarto año, salvo para algunas clases prácticas de baile erótico, algunas de protocolo, iniciación como babygirls, algunas transformaciones en petgirls, o simplemente que el adiestrador así lo requiriese. El aspecto era realmente provocador, ya que con cualquier movimiento, por leve que fuese, los encantos de las muchachas quedaban completamente al descubierto.

Las normas internas también eran claras. Ningún hombre podía penetrar ni anal ni vaginalmente a las chicas hasta que éstas fueran adquiridas por un inversor, aunque todos ellos tenían el derecho de probarlas, explorarlas y usarlas. En el momento en que un adiestrador se convertía en propietario de la novicia, éste podía cederlas, alquilarlas o venderlas a cualquier otro. Pero eso no incluía a las educadoras, que se ocupaban de preparar los agujeros de las muchachas para que estuvieran a punto para recibir a sus dueños. De hecho, dentro del equipo médico del centro se habían hecho con material para la reconstrucción del himen, ya que algunos de los adiestradores querían sentir la sensación de romperlas la primera vez que se las follaban. El sistema de adquisición no era sencillo: cuando una novicia cumplía la mayoría de edad y acababa su educación, se exponía al consejo, presentando sus aptitudes y las calificaciones obtenidas. Los interesados hacían en ese momento una puja económica, con un tope de medio millón de euros, que aún no se había llegado a alcanzar. También se tenía en cuenta la opinión de la niña, que la mayoría de veces coincidía con la del mayor pujante, ya que muchos seguían de cerca las aptitudes de las jóvenes que les interesaban, e intentaban influir con promesas y con futuros regalos en la decisión de la chica en cuestión. Del importe recaudado, un 50% iba a la cuenta donde se ingresaban los salarios de las muchachas, mientras que el otro 50% se reinvertía en el mantenimiento del centro. Eso sí, existía un protocolo para el caso de alcanzar el tope dos o más pujadores, por los que se tendrían en cuenta la antigüedad como accionista y el número de novicias en propiedad, así como algunos conceptos en lo referente a idoneidad según el consejo. De todas formas, tras varios años entregando novicias aún no se había dado el caso.

Hasta que llegó Leslie.

Pero antes de hablar de ella, hemos de conocer algo mejor la vida en el Internado. La mayoría de los accionistas eran hombres cercanos a la cincuentena, aunque había excepciones. Había algunos hombres más jóvenes, y también varias mujeres, todas muy poderosas. Una de ellas, de nombre Margaret, era joven y provocadora, y tenía fama de violenta con las novicias. Una vez convertidas en perras de su propiedad, era muy celosa de su cautela, de su uso. Que se supiera, sólo las compartía de forma ocasional con Don Rafael, un viejo muy adinerado, al que al parecer le encantaba el sado, y según decían ella gustaba de sentarse a observar como él usaba y maltrataba a alguna de sus perras, mientras cualquiera otra le hacía una buena limpieza de coño. Los demás solían ser propietarios de grandes fortunas, directores de grandes empresas a nivel mundial, gente a la que no se podía detener, ni juzgar, ni espiar. La gente que mueve los hilos. Para ellos el Internado era un pasatiempo más, pero de los que les proporcionaban más placer que cualquier negocio, por muy productivo que fuera. Y de entre todos ellos, el consejo de dirección lo formaban nueve empresarios, junto al que tuvo la idea y su hijo a la cabeza (siempre era bueno tener un par de votos por si alguna vez fuera necesario). El resto lo formaban cinco hombres y dos mujeres, a cuál de ellos más rico e influyente.

El escenario elegido para la ubicación del Internado no fue sencillo, pero al final se decidió por un viejo castillo ubicado en el interior de un bosque en pleno corazón del Pirineo Andorrano. Las características del país ayudaban a facilitar la prospección del mismo, y a que no se hicieran muchas preguntas sobre la utilidad del castillo; aunque no había boca que una generosa suma de dinero no pudiera callar. Además, aunque se pensó también en algunos países sudamericanos, el que ya existiera una construcción acorde a las necesidades ayudó a tomar la decisión. Torres, grandes salas, multitud de habitaciones, mazmorras en los sótanos… todo parecía ideado para lo que se proponía crear allí. Con la llegada de los inversores y el crecimiento del internado, el recinto se quedó pequeño, sobre todo para los que querían disfrutar de sus perras en propiedad sin ser oídos u observados por otros. Así que pronto el consejo decidió que había que ampliar, y se construyeron una treintena de casas alrededor del castillo, con todas las comodidades. El dinero nunca fue un problema, así que cada una de ellas disponía de su piscina y jacuzzi privado, su mazmorra, etc. Cada propietario tenía en ellas a su personal de confianza que iba siendo sustituido por la adquisición de perras, siempre bajo en un estricto control, y también bajo su responsabilidad. Sólo había habido un fallo de seguridad en los años de existencia del internado. Una sirvienta de una de las casas había sabido de las prácticas del internado, y había intentado denunciarlo en una red social, burlando la seguridad de la zona. El mensaje fue borrado de inmediato, y la chica… En fin…

Y aunque muchas veces se había puesto sobre la mesa la apertura de fronteras para las perras antes de los 10 años del contrato, ya que había muchos inversores que querían disfrutarlas en sus residencias habituales, hasta el momento el consejo se había negado. Sacarlas de allí suponía un riesgo grave, ya que la seguridad de todos estaría en entredicho. Sería prácticamente imposible asegurar la confidencialidad del proyecto. Y aunque las primeras perras se acercaban a los 8 años en el centro, aún no se habían puesto de acuerdo en cómo hacer la reinserción de las chicas. A las niñas se les decía que a los 10 años se les ofrecería continuar, pero fuera del Internado, con su propietario actual, o bien reinsertarse a la sociedad, previa firma de un documento muy restrictivo de confidencialidad. Para gente que espía a cientos de miles de personas en todo el mundo, controlar las actuaciones de 50 o 60 niñas no suponía nada. Pero la realidad es que una buena parte abogaba por no dejarlas salir, y seguir disfrutándolas en el Internado. De momento no habían tenido que lidiar con una situación así, pero en pocos años tendría que llegar un primer caso, y a algunos miembros del consejo el tema sí les preocupaba.

El día a día del Internado era muy elocuente. Las novicias de primer y segundo año no tenían obligaciones, y bajaban directamente a desayunar, pero las de tercer y cuarto año, tras el primer trimestre de prácticas, debían bajar a las habitaciones de los adiestradores y de las educadoras a darles los buenos días en forma de mamada, o de comida de coño, según el caso. Para ninguna suponía un suplicio más allá del sueño que pudieran tener si no habían descansado bien. Además, el hacerlo con entusiasmo, hasta el final, y soportando con sumisión y con entrega las “caricias” que algunos les propinaban les podría suponer a la larga un orgasmo extra, lo que suponía el premio máximo, más teniendo en cuenta lo escaso de las ocasiones en que se les permitía. En ocasiones encontraban a algún adiestrador haciendo uso de su derecho sobre las educadoras, con lo que los buenos días se convertían de alguna manera en una tipo de clase práctica, ya que las novicias eran instadas a acercarse y comprobar cómo se debían llevar a cabo ciertas prácticas, amén de participar con boca y manos en los juegos de la pareja. Al terminar su primer cometido del día, y una vez todas habían desayunado, las novicias se repartían por cursos, y comenzaban su adiestramiento.

Y ahora sí, hablemos de Leslie.

Leslie fue captada en un país de la Europa del este. No tenía familia directa, ni decía tener amigos conocidos. Casi todo lo que pudieron investigar sobre ella se situaba en la Red. Navegaba por muchas páginas temáticas buscando Amo, con unas ideas clarísimas pese a su corta edad. Aunque no se dejaba engatusar fácilmente, la oferta del centro era irrechazable. Tras varias entrevistas en las que los agentes quedaron gratamente sorprendidos de la actitud de la niña, ésta supo que ese mundo estaba diseñado para alguien como ella. Cuando llegó al internado y tras el reconocimiento médico habitual, descubrieron la primera cosa que les llamó la atención: con apenas 15 años Leslie no era virgen. No quisieron saber mucho más, pero ese dato no pasó desapercibido para muchos de los inversores. Fue el primer caso que se encontraron tras varios años de adiestramiento, y el que lo cambió todo.

Leslie era una niña hermosa, de piel blanca y ojos verdes, con media melena de color oscuro, y tenía la indudable belleza de las balcánicas. Tenía un culo hermoso y redondo, que era la perdición de adiestradores y educadoras, y unas tetas absolutamente brutales para su edad: grandes, redondas y tersas, de un tamaño fabuloso sin llegar a ser descomunal. Todos querían tocarla, probarla y aprovechaban cualquier ocasión para acercarse, sobarla y disfrutar de su cuerpo prieto y apetecible. Pasó sus dos años de teoría soportando las manos de todos sus superiores y fue muchas veces la elegida para los muestreos. Eso le hizo ganarse algunas rencillas y envidias entre otras novicias, pero por el contrario también la unió muchísimo a un par de ellas, en especial a Liliana, una preciosa muchacha con la piel de ébano muy claro, de ojos negros azabache y rizos finos y eternos, y posiblemente también con la faz más aniñada de todo el internado.

El día que todo cambió Leslie tenía 17 años, a unos pocos meses de los 18. Tanto ella como Liliana estaban en el primer trimestre de prácticas, y ya habían comenzado a hacer felaciones, aunque de momento solo practicaban con dildos. Esa mañana Leslie tenía su primera mamada real, y se la haría a Don Paulo, uno de los adiestradores más jóvenes, aunque pasados los treinta. No era de los más duros, aunque sí recto. Era más cerdo que severo, y eso a algunas novicias les gustaba mucho. Había sido elegido por sorteo, ya que nueve de los diez adiestradores querían ser los primeros en probar la hermosa boquita de Leslie. Cuando la niña llegó a su habitación, una educadora la esperaba con el vestuario elegido por su Primer Miembro. Era un hermoso vestido rosa palo, que se estrechaba en el centro dejando los pechos al aire por fuera, y que después se anudaba al cuello. Tenía también una falda similar a un tutú, aunque algo menos levantada, pero que dejaba prácticamente a la vista el coñito de la muchacha. Unos calcetines por debajo de la rodilla, y unos zapatitos de charol a juego completaban el conjunto. En las instrucciones pedían el pubis completamente rasurado, con lo que la educadora levantó la faldita de la niña, sobó quizá más de la cuenta sus labios vaginales, y comprobó que estaba a la perfección. La vistió, la perfumó, le dio un casto beso en los labios, y la llevó a clase. Cuando la puerta se abrió, se hizo el silencio. Leslie estaba increíble con aquel vestido, con sus preciosos pechos saltando libres, y con las mejillas enrojecidas por la excitación. Hoy era un gran día, e iba a comprobar si de verdad estaba preparada.

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Bien. – Dijo Don Paulo, con voz tranquila. – Poco a poco os vais haciendo mayores. Hoy se harán en clase tres felaciones, con las tres novicias que pensamos que están más maduras. – Miró a Leslie, y le sonrió. – Ven pequeña, acércate. – Leslie se levantó, al principio vacilante, pero al ponerse de pie sintió el deseo en la mirada de muchas chicas, y también en la del adiestrador. Eso la relajó, hizo que su coñito se humedeciera como le había pasado muchas otras veces, y le dio el punto de deseo que necesitaba para lanzarse. Así que anduvo los pocos metros que le separaban de su profesor y se paró frente a él. Éste cogió una silla, se sentó, y se dirigió a Leslie. – Arrodíllate. – Leslie lo hizo de inmediato. – Ahora, despacio, saca mi polla de su guarida, y acaríciala hasta que la notes firme y dura, como habéis hecho tantas veces con los maniquíes.

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Sí, Señor. – Leslie actuaba como por inercia. La puerta de la clase se abrió, y los dos adiestradores que estrenarían las dos siguientes bocas, el Señor Rodrigo y el Señor Davis, más dos educadoras, entraron y se situaron a un lado de la silla. Paulo ya tenía la polla fuera, y ésta era acariciada por Leslie. Era una buena herramienta, cercana a los 20 cm y de un grosor considerable, con mucho pellejo y ligeramente curvada hacia abajo. A Leslie le pareció preciosa, la mejor del mundo. Estaba contenta con su suerte, Don Paulo era un buen Primer Miembro. Rodeó con su mano el manubrio de su adiestrador, y le bajó lentamente la piel, notando como las venas bombeaban sangre a su paso y la polla ganaba en consistencia. Notó como el calor crecía en su interior, y como el coñito se le humedecía. Le había pasado muchas veces, sabía controlarlo, pero a cada movimiento de su mano crecía el ardor en su interior.

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Vamos, Leslie, la boca. – La cogió del pelo, obligándola a echarse un poco hacia adelante, hasta que sus labios estuvieron a escasos centímetros de su glande. – Ahora ábrela, como te hemos enseñado, y métetela. – La niña lo hizo, y su boca se llenó de carne. Ya conocía el olor a hombre excitado, había masturbado a todos sus adiestradores varias veces, pero aún no conocía el sabor. Y le gustó. – Muy bien, Leslie, eso es, putita. Ahora rodéala con los labios, y ensalívala todo lo que puedas. – Leslie lo hizo como por inercia, como si no le costara, como si ya supiera lo que tenía que hacer. Se ayudó de la mano para retirar la piel y se la metió hasta que sus labios llegaron a su mano. Paulo cerraba los ojos, absolutamente complacido. No era la primera novicia a la que estrenaba, y Leslie lo hacía realmente bien. Sin esperar más indicaciones, Leslie comenzó a subir y bajar por el tronco hasta que lo sacó y se puso a lamerlo desde la base hasta la punta, recorriendo cada centímetro de piel, y mirando a su Señor como le habían enseñado en las clases con maniquíes. Sin previo aviso, el Señor Davis, que era un adiestrador propuesto por Don Rafael, se acercó por detrás, le sobó las tetas, le pellizcó los pezones, y se entretuvo un rato allí. Paulo seguía con los ojos cerrados, pero Leslie notaba como su calentura aumentaba y mucho.

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Eh, tú, Liliana. – Dijo el Señor Davis dirigiéndose a la mulata. – Ven aquí y masturba a esta zorra. Esfuérzate para que se corra. Si lo consigues, dejare que tú lo hagas. Uno Extra. – Se sonrió maliciosamente, se acercó al oído de Leslie, y le susurró. – Y si tú lo haces no volverás a correrte en semanas, además de que me ocuparé de que mañana bajes a mi mazmorra….

Sabía que era verdad, el Señor Davis era el más duro de los adiestradores. Era un maestro con el látigo, y un apasionado de la cruz de San Andrés. No se preocupaba demasiado de la estética, sólo que la novicia estuviera bien sujeta, y que después le quedaran unas bonitas marcas en muñecas y tobillos. Era habitual que de su mazmorra las novicias fueran directamente a enfermería, sobre todo en las sesiones de Golpes. Le gustaba llevar al límite a las novicias, buscando que alguna se saltara La Norma (estaba prohibido correrse sin permiso), y así tener una buena excusa para desahogarse con ella. Además había elegido a Liliana, seguramente con toda la intención. Liliana era su mejor amiga, la chica con la que practicaba besos con saliva, masturbación femenina, etc. Ambas conocían el cuerpo de la otra mejor que el de cualquier otra novicia o cualquier educadora. Sabía también que Liliana tenía que esforzarse o el Señor Davis lo notaría y tendría un castigo Nivel 3, y eso no era broma.

Paulo por su parte estaba alucinado, disfrutando de una mamada como no era capaz de recordar. No tenía que darle ninguna instrucción a la niña. Leslie era perfectamente autónoma, alternaba la mano con la boca, pero casi siempre con la lengua en contacto con su falo. No dejaba de lamerlo, de jugar con la piel, de buscar en la parte trasera del glande ese punto tan erógeno que tienen allí los hombres. Parecía que llevara toda la vida haciéndolo. Ni siquiera el metomentodo del Señor Davis la había sacado de su ensoñación. Además, Paulo sabía que no le convenía en absoluto enemistarse con él. Don Rafael era muy influyente y poderoso. Además, la visión de Liliana tocando a su novicia mientras ésta se la chupaba no era nada desagradable. La tierna voz de Leslie le sacó de sus pensamientos.

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¿Dónde quiere correrse, Señor? – Le preguntó con voz entrecortada, visiblemente excitada con las caricias de su amiga.

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Quiero que os desnudéis las dos – dijo – y quiero correrme en tu boca de puta, y que se lo extiendas a ella por sus tetitas, y el resto lo dejas en el centro para que corra hacia el coño de tu amiga. – Miró a las educadoras, y les guiñó un ojo. – Seguro que alguien del público está dispuesto a recogerlo. – Paulo sabía que una de las educadoras, Eva, sentía auténtica filia por el semen, y también por el flujo. Todas eran bisexuales por convicción o por contrato, pero Eva le había confesado en secreto que prefería las mujeres a los hombres, aunque le perdía su pasión por el semen. Cerró los ojos y se dispuso a disfrutar del resto de la mamada. Leslie aceleraba sus movimientos acorde a los dedos de Liliana, que entraban y salían hábiles de su interior. El ángel de chocolate se había puesto delante de su amiga, la miraba a los ojos, sacaba los dedos de su interior y los chupaba frente a ella, lo que estaba volviendo loca a la morenita. Sin saber muy bien porqué, apartó la mano del miembro que trabajaba, y comenzó un mete y saca con la boca, hasta que sin previo aviso se la tragó entera, hasta tocar la nariz con el pubis depilado de su adiestrador. El silencio se hizo aún más presente en la sala. Paulo notó la garganta profunda no forzada, y sin poder evitarlo comenzó a sentir los espasmos previos al orgasmo. – Me corro, joder. – Las palabras sacaron a toda la sala de su asombro e hicieron que Liliana volviera con fuerzas renovadas a su tarea, ya que su tiempo se acababa. Leslie por su parte se sacaba y se mentía entera la tranca de Paulo casi por instinto. – Me voy, zorra. Dios, qué buena eres, joder. Vamos, sigue, sigue, sigue, síiii… – El primer chorro llegó al fondo de la garganta, y Leslie no pudo evitar tragárselo. Los siguientes se fueron acumulando en su boca, mientras no dejaba de mirar a su Primer Miembro a los ojos. Liliana la miró y no pudo ocultar una sonrisa, aunque rápidamente la borró de su rostro por miedo a las represalias. Tras cinco o seis potentes chorros, Leslie se ayudó de la mano para extraer hasta la última gota de leche de la polla que acababa de mamar. Le habían enseñado bien, y estaba convencida de que su adiestrador estaría contento, aunque no imaginaba cuánto. Cuando se la sacó de la boca, Liliana dio por concluida su tarea manual. Leslie había conseguido contener su orgasmo, pero lo cierto es que su coñito estaba encharcado, rebosante de flujo. Se acercó a su amiga, ésta se reclinó un poco, y comenzó a dejarle pequeños grumos en ambos pezones, cubriendo la mediana aureola, y dejando el resto de semen y saliva corriendo por el vientre de la preciosa niña. Eva se acercó, se agachó, lamió los dos pezones recreándose en ello, y dejando que el río cruzara el monte de Venus, llegara a su coñito depilado, y resbalara por él. Antes de agacharse para lamerlo un pequeño grumo cayó al suelo, Eva lamió el coño de la mulata como ya había hecho antes, solo que con el añadido del delicioso aderezo. Cuando hubo terminado Liliana estaba muy excitada, aunque también era una buena novicia, y había controlado bien sus impulsos.

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Puta. – Le dijo Eva a Leslie señalando con el dedo el grumo que había en el suelo. – Eso se te ha caído, torpe. Recógelo. – Leslie se agachó sin dudar, sacó la lengua y lamió el suelo. Estaba áspero, pero el sabor del semen y del flujo de Liliana lo amortiguaron. Todos la observaban, algunos con admiración.

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Bueno, ya está bien. – Dijo Paulo con voz firme. Miró a Leslie que había levantado la cabeza para atenderle. – Estupendo, niña. Te mereces mi primer 10 en todos mis años en Felación Inicial. Enhorabuena.

Los murmullos llenaron la clase. Un 10 no era nada habitual en ningún tipo de asignatura, y desde luego, en un Felación Inicial, era algo insólito, la primera vez que sucedía. Liliana incluso se ruborizó, entusiasmada con el éxito de su amiga y confidente, Aún más, en su interior, se atribuía un pequeña parte del éxito, ya que seguro que había puesto mucho más cachonda a su amiga, y eso la había hecho poner un extra de pasión en la felación. Así que se sentía tremendamente complacida.

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Y como premio… – Paulo se detuvo, mientras terminaba de guardarse la polla, ahora limpia y reluciente, creando una pequeña expectación. – Creo que te has ganado Uno Extra. Te lo mereces. – Leslie no pudo evitar sonreírse. Tampoco era nada habitual, y menos que el premio fuera público. Miró a Liliana y ésta le devolvió la sonrisa. Buscó alguna otramirada de complicidad o gesto de aprobación, y aunque encontró alguno de admiración, y también de deseo, no vio muchos más. De hecho, casi sintió la envidia y el rechazo en varias de ellas. Entre esos gestos, el de desprecio del Sr. Davis.

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Si damos premios así como así a las novicias, nunca serán unas buenas perras. – Argumentó.

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No estoy de acuerdo. – Dijo Paulo. Miro a Leslie, y puso su expresión más grave. – Pero me parece bien que la novicia se lo gane. – Hablaba para su colega, pero miraba a la niña a los ojos. – Puta. – Le dijo. – El Extra lo tienes que conseguir aquí, en la sala, en más de cuatro minutos cuarenta y cinco, y menos de cinco. – Siguió mirándola fijamente, y Leslie vio como se le encendían los ojos de deseo. – Y no puedes ayudarte ni de tus manos, ni de ninguna otra persona que haya en la sala. – Se sonrió, y cuando se disponía a continuar, el Sr. Davis lo cortó

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Que sean cuatro cincuenta. – Dijo pausadamente, llenándose la boca de una oscura mezcla de deseo, desprecio y suficiencia. – Las futuras perras han de controlar sus orgasmos según los deseos de sus Dueños. Esta novicia parece muy adelantada. Que lo haga. – Leslie sabía que eso complicaba mucho la actuación, aparte de la humillación que suponía que una veintena de personas estuvieran pendientes del cronómetro, de su cuerpo, de sus reacciones…

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Está bien. – Dijo Don Paulo volviendo a mirar a la niña con los ojos encendidos. – Cuatro cincuenta. Y el tiempo comienza ya.

Ardía. Los ojos del adiestrador le transmitían un fuego inusitado, que se transformaba en calor dentro de ella, en una excitación fuera de lo normal. El tiempo corría, y ella tenía que buscar su roce, y tenía que controlarlo. Quince segundos para comenzar a correrse, si le hubieran dejado las manos, era más que suficiente. Estaba bien enseñada. Con diez era muy justo, pero en una situación normal, pese a todo el mundo mirando y a la dificultad de concentrarse, habría estado segura de lograrlo. Por supuesto, si le hubieran dejado interactuar con alguna otra novicia, con Liliana no hubiera tenido problema en conseguirlo. Incluso sin hablarse. Pero así era más complejo. Tenía que jugar en el filo, y aguantar todo el tiempo en él. Se sentía el centro de atención, con todas las novicias mirándola, y las educadoras y los adiestradores atentos a sus movimientos. Intentó disfrutar, se centró en que había conseguido Uno Extra, y eso no era cualquier cosa. Miró a su alrededor, y observó todo lo que podía servirle para el roce. Los muebles eran modernos, de acabados rectos. No servían. Las sillas de las novicias eran funcionales, y bastante asépticas. Tampoco se vio haciéndolo allí. El tiempo corría, y tenía que buscar algo que la motivase. Miró a Liliana, y pensó en frotarse bajo su silla. Le costaría, pero quizá lo consiguiese. Cuando casi estaba decidida vio al Sr. Davis con una fea sonrisa de suficiencia, sentado en la mesa de las educadoras. Miró la pata de la mesa, más gruesa que las de las sillas, y no lo pensó más. Se sentó bajo la mesa, con una pierna entre los pies del adiestrador, y la otra al otro lado de la pata. Lo miró a los ojos, y comenzó a frotarse. Había perdido un tiempo precioso, pero esperaba poder recuperarlo. Cerró los ojos y se concentró en su placer. Así, a oscuras en su interior, se sintió deseada. La chica más deseada del mundo. Sentía a fuego las miradas de todas las novicias, sentía el deseo de las educadoras y de los adiestradores. Notaba como la fricción estaba descapuchando su botoncito, y como los primeros escalofríos iban llegando. Sentía la mirada del Sr. Davis clavada en sus tetas, en su coño, atento a sus movimientos, y eso aún le hizo aumentar el calor interior, el rubor que cubría sus mejillas, el fuego que la estaba quemando por dentro. Leslie no recordaba en qué momento había comenzado a jadear, pero se oyó a sí misma haciéndolo a buen volumen. Se sentía como una perra en celo intentando apagar su ardor frotando su coño, y se sintió muy puta. Entreabrió los ojos, y vio al Sr. Davis moviéndose inquieto, y a Don Paulo comunicar los cuatro minutos y medio. Miró la entrepierna del hombre, y le pareció ver una mancha. Sí, seguro. El Sr. Davis había manchado los pantalones de la excitación. Aquello la hizo sentir tremendamente poderosa, salvajemente deseada. Abrió los ojos del todo y lo miró a la cara mientras jadeaba como una perra en celo. El bulto del adiestrador era descomunal, y éste ya no se preocupaba en taparlo. Aumentó la cadencia del roce, y también de los gritos, mientras oía a Don Paulo avisar de los cuatro cuarenta y cinco. Siguió subiendo y bajando por la pata como si fuera una pequeña barra americana, hasta que al oír la palabra cincuenta se dejó ir, corriéndose como una zorra, y llenando la pata de la mesa de flujo. El tiempo se detuvo para la niña, y todo empezó a nublarse. Estuvo así unos pocos segundos, pero a ella le parecieron horas. Sonrió, y se dejó caer sobre la espalda, para notar el frío del suelo. Al abrir los ojos, el Sr. Davis se apresuró a esconder algo parecido a una sonrisa. Se acomodó el bulto sin disimular la mancha, y se giró a comentar con las educadoras.

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Fantástico, perrita. – Oyó la voz amable de Don Paulo. – Sin duda eres una alumna aventajada. – Aquel comentario hizo que se ruborizara tanto como lo había hecho mientras se corría.

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Gracias. – Se atrevió a balbucear.

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Puedes sentarte. – Sentenció Don Paulo.

Se levantó, se puso de nuevo y se arregló un poco el vestidito de babygirl, y se sentó en su sitio, junto a Liliana, que también había pedido permiso para vestirse. Ésta la esperaba con una sonrisa, y al acercarse le guiñó un ojo. Leslie se sentó en su sitio, y se tranquilizó.

Las dos siguientes chicas no tuvieron tanta suerte. A la primera le toco el Sr. Rodrigo, un hombre tranquilo y amable, y con la mejor polla de los adiestradores. Eso, que en el futuro era objeto de disputas y deseos por parte de las novicias, hoy era un suplicio para Lisa. No sabía cómo rodearla, ni cómo ensalivarla. No era capaz de meterse en la boca más allá del glande, y tuvo que oír en más de una ocasión los reproches del adiestrador. Era más grande que los dildos que utilizaban en clase, y los nervios le jugaron una mala pasada. Aún así, después de unos pocos minutos, y ayudándose de las manos, consiguió que se corriera, y lamiendo hasta la última gota consiguió que el adiestrador la aprobara. Suspender en tu Felación Inicial estaba considerado una deshonra, y los Primeros Miembros se lo tomaban como algo personal, con lo que normalmente al suspenso le seguía una semana cargada de sesiones extras de Castigos, Golpes, etc.

Melissa no tuvo tanta suerte. Y eso que el Sr. Davis ya andaba caliente. Pero claro, él quería algo parecido al espectáculo que había ofrecido Leslie, y pese a que Melissa estaba preparada para hacer una buena mamada, no lograría una así. Pronto el adiestrador se alteró, y sacó la polla de la boca para abofetearla al corregirla. Era parte del entrenamiento, pero no era habitual en la Primera Felación. La niña estaba poniéndose nerviosa, no estaba cómoda, y el adiestrador no contribuía para nada. Varias veces se levantó, le dio unos guantazos, le dijo que se quedara quieta, que su boca no era más que un agujero inservible para follar con dureza. Su polla estaba a mitad camino de las de los dos anteriores adiestradores, así que no era nada desdeñable. Tan fuerte le daba que hizo que la joven vomitara un poco. Eso le arrancó una sonrisa, y solo entonces dejó hacer a la chica, dándole de nuevo oportunidad de llevar el ritmo. Le encantaba forzarlas, sentir que las sometía, que las humillaba. Él era un fiel reflejo del inversor al que representaba. Los ojos de miedo de Melissa lo excitaban, y aunque la mamada para él estaba siendo una mierda, saber que ella estaba asustada se la ponía muy dura. Tanto, que sin avisarla se corrió. Melissa se sorprendió y tosió tras el primer chorro, que fue directamente a su garganta, pero luego se aplicó y aunque no pudo evitar poner algunas muecas, no paró hasta dejarla limpia.

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Eres una furcia barata, que no mereces ni mi leche. – Le escupió, y se giró. – Lo siento, esta mierda no da para más de un cuatro. – A Melissa se le iba a escapar una lágrima en cualquier momento, pero las contuvo como le habían enseñado.

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Sí, Señor. – Le contestó con voz baja. Se arrodilló y puso las manos en sus rodillas con las palmas hacia arriba, buscando la posición sumisa más sincera. – Esta puta merece un castigo, y que la vuelvan a educar para compensarle, Señor.

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No lo dudes, zorra. – Sonrió, aunque ni siquiera la miró. – Hoy después de clases bajarás a mis mazmorras. No traigas ropa.

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Sí, Señor. – Asintió Melissa con voz dulce, aunque entrecortada. Todos conocían como se las gastaba, así que no sería una tarde agradable para la chica.

Por el contrario, el Sr. Davis sí estaba contento. Podría desahogarse con la niña a su antojo, sin ese blando de Paulo mirando. Ya se le había ido la mano alguna vez, pero en enfermería, ayudados por los psicólogos del centro, siempre hacían un trabajo estupendo, y sin preguntas incómodas. Además, a Don Rafael le encantaba mirar como éste ataba a las niñas a la cruz y las disciplinaba a golpe de látigo. Lo hacía desde un confortable habitáculo que había justo en un lateral de la mazmorra, casi frente a la cruz, y tras un espejo gigante. Solía llamar para esos ratos a Eva, que complacientemente se la mamaba con devoción hasta que se corría un par de veces. También le gustaba otra educadora, Samantha, una rubia espectacular con unas tetas de escándalo, pero era más bien pobre con la boca. Era todo cuerpo, y para esas sesiones de voyeur ni la miraba. Allí prefería a Eva, que era bastante más normalita, pero mucho más guarra y aplicada.

Pero el Sr. Davis además llevaba otros pensamientos. Sabía que lo que había pasado en el aula con Leslie no pasaría desapercibido por ninguno de los accionistas, y quería ser el primero en informar. Don Rafael era generoso con sus fieles, y seguramente lo compensaría bien. Si además lograban quedarse con Leslie, él podría usarla a su antojo eternamente. Lo había desafiado. Había visto esa mirada orgullosa y valiente cuando se corría contra la mesa. Y se la iba a borrar, preferentemente por las malas.

Cuando llegó a la casa de su mentor, una de las más lujosas del recinto, Don Rafael derramaba cera sobre la espalda de una de las perras de Margaret, Romina, que permanecía sujeta por la cabeza y las manos en una guillotina, con una mordaza en la boca para ahogar los gritos, dos pequeñas pesas asidas a sus pezones y una barra separando sus piernas por los tobillos. Por si esto fuera poco, una máquina con un vaivén infernal sodomizaba el culo de la muchacha sin descanso. A pocos metros, la Srta. Margaret estaba en cuclillas sobre la cara de una de las perras de Don Rafael, Carla, mientras con una fusta, que tenía una bonita pica en la punta, le marcaba el interior de los muslos. Cada vez que la fustigaba, Carla daba un pequeño grito, conjuntamente a un movimiento reflejo de levantarse, lo que provocaba el roce con el coño de Margaret. Ésta aprovechaba esos momentos para restregarle bien su sexo, e incluso dejar que se escaparan unas gotas de pipí, mientras que la joven esclava se esforzaba en complacerla. El Sr. Davis lo había visto más veces, pero no por ello dejaba de excitarse. Deseaba en secreto follarse y sodomizar a la Srta. Margaret, pero sabía que no estaba a su alcance.

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Buenos días, Don Rafael. – Dijo con voz firme. Todos siguieron con lo que estaban haciendo, como si no lo hubieran oído. – Tengo una información reciente que creo que debería oír. – Hizo una pequeña pausa, y continuó elevando un poco la voz. – Tiene que ver con la novicia Leslie. – Don Rafael detuvo la tortura, y se giró para mirarle. Todos conocían la historia de Leslie, y muchos seguían sus progresos con atención.

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Hablemos. – Dijo secamente.

Don Rafael no hizo intención ni de apagar, ni tampoco de ralentizar la máquina que sodomizaba a la joven, pese a que ésta lo miró intentando que se percatara y acabó cerrando, aguantando los constantes envites del falo de látex. Los dos hombres se sentaron en una esquina de la sala, en unos sillones que había preparados para los descansos. Pronto una perra, que portaba una cofia como única vestimenta, se acercó con dos Paulaners. Al agacharse, notó como siempre los dedos hábiles y curiosos de su dueño rozando su entrepierna hasta llegar a su coñito desnudo, y cómo los introducía en ella. Don Rafael era muy exigente, y comprobaba siempre que tenía la oportunidad que sus perras se mantuvieran excitadas. Lo hacía de forma casi mecánica, pues no dejó de prestar atención en ningún momento al adiestrador. Cuando terminó de escuchar la historia, se quedó un rato pensativo, mientras sacaba los dedos húmedos del coño de la muchacha, los levantaba y ésta se los chupaba hasta dejarlos limpios. Después de eso, le hizo un gesto y la joven se marchó. Dio un sorbo a la cerveza helada, miró al Sr. Davis, y le sonrió.

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Quiero a esa perra. – Dijo con rotundidad. – Pero no la quiero dentro de un año. La quiero ya.