El Internado de las Novicias Púrpuras 3
Tercera parte con fuerte carácter lésbico, aunque como en los otros capítulos manda la dominación con toques de sadomaso. Espero que la disfrutéis. Como siempre espero vuestras críticas y sugerencias aquí, por supuesto en el mail, lalenguavoraz@hotmail.com, o incluso en Twitter. Besos!
- La pregunta correcta no es cuánto, si no qué. – Dijo el Sr. Olson. – El dinero es importante pero yo tengo de sobra para vivir bien. – Era cierto, y el Sr. Davis lo sabía. – Sin embargo… hay cosas que no puedo pagar. – Hizo un parón, y continuó. – Cosas como los motivos del porqué se creó este sitio. No puedes pagar por los servicios que las muchachas ofrecen aquí. No con esta calidad, ni con esta calidez, ni con esta juventud. – Los ojos del sueco brillaban llenos de lujuria, sabiéndose dominante de la situación y poderoso en la negociación.
- De acuerdo. – Continuó el americano. – Dime entonces qué quieres a cambio de tu voto, y cuánto por conseguir alguno más. – Si los cálculos del Sr. Davis no eran erróneos necesitarían al menos 6 o 7 votos, aunque si se dispersaban podrían ser suficientes menos. Pero no quería contemplar la mejor de las opciones sino la peor.
- Bien… – El Sr. Olson se rascó la barbilla haciéndose el interesante, cosa que molestó sobre manera a su colega, aunque siguió mostrando la más absoluta indiferencia. – El mío te costará tres días al mes de vuestras perras y las de la Srta. Margaret durante un año. – El Sr. Davis lo miró con furia, sin esconder un ápice su ira. – No me mires así, es conocido que van juntos en esto. Tengo intención de cumplir una fantasía, y necesito al menos a 7 u 8 jovencitas, y con las mías y las vuestras no llega. – Puso una mueca de pena y burla mezclada, lo que molestó aún más al americano. – Venga, que no es para tanto. Y cada voto extra, medio millón de euros.
- ¿Medio millón? – Dijo el Sr. Davis sorprendido. – Pero si ese es el tope que se paga en la subasta de las niñas. ¡Estás loco! – El Sr. Davis veía impensable presentarse con ese trato ante Don Rafael.
- ¡Jajajajaja! – Rió el sueco. – Ese tope es ridículo para el dinero del que todos disponemos, y lo sabes. Nunca se ha alcanzado porque nos las hemos repartido como nos ha venido bien, con acuerdo. Pero… esa niña tiene algo especial. Todos lo saben. Y todos la quieren. Así que esta vez vais a tener que hacer un esfuerzo si queréis conseguirla. Tenéis tiempo, aún le quedan muchos meses de preparación. Pero ya sabes que quién se posiciona primero suele llevarse el gato al agua…
Y sin dar tiempo a más respuestas dio media vuelta y se marchó. El americano se quedó meditando sobre la conversación. La incursión de los Johnson en la puja era un problema serio. Y también lo era el que su jefe la quería ya, es decir, antes de completar su formación. Y eso sí que no era posible, o al menos no se había dado ningún caso. No obstante, pensó que eso podía ser una segunda negociación, y que no tenía porque sacar ya el tema. Si era capaz de “comprar” unos votos, cambiar las normas solo sería cuestión de precio. Y todo el mundo lo tiene.
Pasaron un par de semanas en las que todas las alumnas de tercero pasaron la prueba de su Primer Miembro, y la mayoría aprobó, incluida Melissa en su reválida, y alguna como Liliana con un 9, cosa que hizo muy feliz a Leslie. Solo dos niñas suspendieron, una con el Sr. Davis y otra con el Sr. Rodrigo, ambas visiblemente nerviosas y muy indecisas. La noche siguiente fue larga para ambas. El cubano, sabiendo de la pasión que el americano ponía en sus castigos, no dudó en ofrecerle a su niña, para que la corrigiera en su nombre, cosa que el Sr. Davis aceptó con gusto.
Una de las educadoras pasó sobre las 8 de la tarde a recoger a las muchachas. Cuando llegaron a la mazmorra de Don Rafael, el Sr. Davis las esperaba junto a la cruz de san Andrés y el potro. La educadora las dejó en el centro de la sala, vestidas con su perfecto uniforme de novicias. Los turgentes pechos de ambas destacaban sobre las prendas, con la ausencia obligatoria de ropa interior. El americano se acercó, y las tocó sin rubor. Repasó primero sobre la ropa, deteniéndose en los pezones de ambas, forzando, provocando alguna muestra de dolor, aunque las niñas estaban bien entrenadas. Se situó tras ellas, repasando el trasero de ambas sobre la falda, aunque no tardó en pasar la mano bajo ella, y buscar las nalgas rosadas y frías de las muchachas.
- Abrid las piernas. – Dijo en tono seco.
Las muchachas obedecieron de inmediato, y notaron como la palma de la mano de su adiestrador sobaba sin ningún tipo de miramiento sus depilados coñitos. De atrás a delante, y siempre sobre la vulva, ya que no podía penetrarlas, aunque era suficiente para notar los primeros síntomas de humedad en las jóvenes. Aquel tipo de exploración tan sobria, tan aparentemente desinteresada, les otorgaba a las muchachas casi la categoría de objeto, lo que excitaba sobre manera a muchos inversores, y también a muchas de las chicas. Al Sr. Davis le gustaba ser impersonal en los castigos. No se ponía en la piel de las niñas. No le interesaba en absoluto lo que sintieran. Sólo eran piezas sobre las que expresar su arte, bloques de escayola para modelar, lienzos en blanco sobre los que pintar, folios impolutos sobre los que escribir una obra. Y él era un artista reconocido.
Se quitó la camisa, y dejó su torso al aire. Llevaba varios tatuajes, pero quizá el más llamativo era un dragón cuya cola desaparecía por su ingle hacia sus partes nobles. Las niñas no osaron mirarlo. Se mantenían con la cabeza gacha, y las piernas abiertas, preparadas para ser inspeccionadas. Respiraban con dificultad, lo que hacía que su pecho se moviera rítmicamente. Quizás aquellos momentos eran los que más excitaban al americano. Se acercó a la más bajita de las dos, una chica menuda y nalgona, pero con muchas pecas en la cara que le daban un aire muy infantil, tan del gusto de los inversores. Pasó sus brazos sobre el potro, y amordazó sus manos con unas gruesas correas de cuero marrón. Abrió bien sus piernas y la ató por los tobillos con sendas cinchas. Se acercó por delante y le puso una preciosa mordaza, con una bola de color rojo anudada con una correa de cuero negro. Se la quedó observando unos segundos, y enseguida vio como la baba goteaba por el extremo, ya que la cabeza le quedaba colgada. Sonrió para sus adentros y se acercó a la otra niña. Era una de las más mayores, alta y con el pelo rojizo. Era también de las preferidas de los adiestradores, por su belleza, por lo clara de su piel, y por lo hermosas que quedaban las marcas en ella. La llevó hasta la cruz, y la inmovilizó de pies y manos. Del mismo modo que a su compañera, adornó su boca con una mordaza, aunque en este caso los colores estaban cambiados.
- Muy bien, novicias. – Dijo mientras caminaba hacia atrás. Como veréis os he atado vestidas. Es sencillo: os voy a desnudar a latigazos. – Se detuvo a observar la reacción de sus palabras en las muchachas. Le gustaba ver como se les secaba la boca, y como temblaban instintivamente. Se sonrió, y se acercó a por su amado látigo, y se encaró a la pelirroja. – Primero tú. Me va a costar menos, estás más accesible, y tengo ganas de ver tu cuerpo de perra convertido en mi obra de arte. Si cuando te suelte te caes, te dejaré en el suelo de la mazmorra hasta por la mañana. Si caminas, te premiaré dejando que lamas el sudor de mi cuerpo y que después ayudes a tu amiga.
Ya no habló más. El primer latigazo fue al lado de la cadera, buscando las costuras de la falda. La blusa se rasgaría con facilidad, más allá de las marcas que dejara en su piel; pero destrozar la falda no sería tan sencillo. Daba igual, el Sr. Davis era un maestro. Uno de los mejores. Apenas 5 minutos después, la muchacha pelirroja estaba completamente desnuda, a excepción de unos pequeños jirones tras los omoplatos. Tenía algunas marcas, pero nada que fuera escandaloso. Le quitó las correas y aunque la primera intención fue desplomarse, flexionó las rodillas, y se incorporó. Era casi tan alta como él. Se agachó, sacó su rosada y pequeña lengua, y le secó el sudor del vientre, comenzando desde abajo y yendo hacia arriba. Cuando llegó a los pezones lo miró para pedir permiso, cosa que él hizo asistiendo con la cabeza. La niña siguió lamiendo todo el torso, pero cuando cambió al otro pezón el Sr. Davis la cogió del mentón e hizo que lo mirara mientras lo hacía. Eran unas muchachas muy dulces. Entre sus tendencias naturales y los fármacos que les suministraban, eran el sueño de cualquier dominante.
Cuando se cansó del espectáculo la cogió del hombro sin mostrar ni pizca de empatía y la sentó junto al potro, apenas a un metro del mismo. Acabar con la ropa de la muchacha morena le llevó algo más, aunque tampoco llegó a los 10 minutos. Esta vez los jirones colgaban hacia delante, sujetados por los pechos de la joven contra el potro. Su trasero no había terminado tan bien parado como el torso de la pelirroja.
- Desátala, perra. – Le dijo a la pelirroja. Ésta se levantó presta y ayudó a su compañera a deshacerse de sus anclajes. – Muy bien. Sentaos una frente a la otra, en posición Nadu Placer. – Ambas lo hicieron de forma instintiva, quedando a merced de su adiestrador. Cuando estuvieron posicionadas se colocó en medio, de cara a la más pequeña. Pero giró la cabeza y miró a la pelirroja. – También tengo sudado el culo, perra. Límpialo. – La novicia abandonó la posición y acercó sus manos al culo, hasta pasarlas delante y desabrochar los vaqueros desgastados del americano. Bajó también su ropa interior, y se puso a lamer las nalgas. Poco a poco fue abriéndolas, notando la tensión en los glúteos del americano. En cuanto éste notó la lengua de la muchacha comenzó a tener una erección progresiva, lenta pero constante. Alzó del mentón a la pequeña que tenía frente a él, y le habló. – Y tú vas a limpiarme la polla. Los azotes habrán calmado tus nervios. Y si no, te pegaré más hasta que se apaguen del todo.
Su voz era firme, sin rastro de la excitación que en realidad sentía. Que le comieran el culo, como a muchos otros hombres, era de las cosas que más le ponía. Si encima tenía una boca joven esforzándose en limpiarle la polla a conciencia, la cosa era casi perfecta. De hecho, él la perfeccionaría un poco en instantes. Esperó a que la niña se tragara la mitad de su nada despreciable miembro, mientras la observaba con ojos de lobo. Entrelazó sus manos en el cabello negro de la pequeña, y poco a poco fue afianzando la mano. En un momento dado, cuando sintió la lengua de la pelirroja en su ano, hundió su polla en la boca de la morena hasta el mango. La sensación de ahogo no tardó en apoderarse de ella, las arcadas provocaban hilos de babas, y amenazaba con vomitar todo el almuerzo. El Sr. Davis era un buen maestro, y la soltó justo antes de que eso sucediese, aunque las toses fueron muy fuertes. Aprovechó para abofetearla con fuerza, mientras la baba saltaba a uno y otro lado. En ningún momento la soltó del pelo, manejándola a su antojo. Usaba su boca como si fuera un huevo vibrador, como si fuera la boca de una muñeca hinchable, de una manera absolutamente impersonal. En un momento dado, la muchacha emitió un quejido tras un bofetón, a lo que el americano reaccionó de inmediato.
- Vaya, parece que ese último te ha dolido. – Le dijo sin soltarla del pelo todavía.
- Sí, un poco. – Respondió la muchacha, pensando que le daba pie a ello. El siguiente bofetón fue durísimo, y si no hubiera estado sujeta de la coleta la habría lanzado hacia atrás.
- Los muebles no hablan, puta insolente. – Le dijo volviendo a estirar de la coleta, y llevándole la cabeza hacia el suelo. – De rodillas, en posición Table. – La niña se puso a cuatro patas y enseguida notó la bota de su adiestrador sobre su lomo. Éste se giró y se dirigió a la pelirroja. – Ahora tienes mejor acceso a mi esfínter. Sigue lamiendo y mastúrbame. Si consigues que me corra te premiaré dejando que lamas mi semen del suelo.
- Muchas gracias, Señor. – Le dijo la pelirroja, que pasó su mano rodeando las piernas del hombre y comenzó a masturbarlo mientras seguía lamiendo con más ahínco si cabe el ano que tenía ante sí. Él se dedicaba a marcar su tacón en la pequeña que ejercía de taburete en ese momento. Pese a que no era gran cosa con la boca, tenía un culo muy apetecible, y pensó en que seguramente en unos meses podría follárselo. Se agachó un poco y se lo tocó, aprovechando para recoger la humedad de su coñito.
- Más fuerte, perra. Quiero correrme ya. – Dijo sin mirarla. La chica aumentó la fuerza con la que movía arriba y abajo el estilete de su adiestrador y siguió chupando su entrada trasera. En un par de minutos notó como los músculos de sus piernas se tensaban y como gruesos chorros de esperma caían sobre el lomo y los pies de su compañera. – Ya puedes recoger tu premio, perrita. – Le dijo también sin mirarla. La muchacha se acercó presta y obediente, y lamió los pies de su amiga, y después su espalda. Por si acaso lo miró antes de tragárselo, y abrió la boca para que él pudiera comprobar que no había desperdiciado nada. Él le metió dos dedos en la boca, los sacó embadurnados en semen y asintió para que ella se lo tragara. Se acercó a la boca de la morena que seguía de rodillas y le metió los dedos en la boca. – Este es todo tu premio, zorra. Levántate. – La niña le chupó los dedos con devoción antes de alzarse, cosa que gustó al Sr. Davis aunque no hizo ningún gesto que lo demostrara. Se quedó mirando a las dos muchachas un instante y les habló. – No sois malas en esto. No seréis las mejores, salvo que os esforcéis muchísimo, pero podéis ser unas perras deseables. Olvidad los nervios y preocuparos de que vuestro Primer Miembro disfrute. Desestimad vuestros sentimientos y mimetizaros con la persona a la que tenéis que satisfacer, a la que vais a servir. Desechad cualquier emoción que no venga tras ver como esa persona se emociona con vuestros actos. Si lo hacéis, también vuestros miedos, vuestros temores desaparecerán. – Hizo un parón de unos segundos. – Podéis marcharos. No os vistáis. Coged lo que queda de vuestras ropas y llevadlas con la cabeza gacha hasta Uniformes, y allí que Nadia os de unos nuevos. Todos deben ver vuestras marcas.
- Sí, señor. Gracias. – Respondieron casi al unísono. Se levantaron, y desparecieron por la puerta. El americano las miró impasible. Si abandonaban toda emoción con la excusa de los miedos, también desaparecería su escasa resistencia a las órdenes, y su sumisión y su educación para la causa serían aún más sencillas. Se sonrió y se sintió poderoso y hábil. Se calzó los pantalones y se dirigió al comedor a reponer fuerzas.
Por su parte, Leslie seguía echa un lío. Por un lado, la agasajaban varios inversores, lo que le auguraba un buen futuro, pero por otro la presión era muy grande para una chica de su edad. Todo aquello la abrumaba, y cuando eso pasaba solía recurrir a Liliana. Le encantaba la suavidad de su piel de ébano, su olor, y también su sabor. Habían interactuado varias veces y habían disfrutado mucho. Tenían esa mezcla tan difícil de conseguir de amistad, confianza y deseo.
Salió de su cuarto en busca de su compañera, y la vio en la sala de lectura. Estaba sentada hacia la puerta, con su uniforme de novicia, y las piernas abiertas como mandaba el reglamento, y su precioso y depilado coñito quedaba bastante a la vista. Era realmente apetecible para cualquiera que supiera valorar y apreciar la belleza. Ojalá pudieran seguir juntas con el mismo dueño. La admiró un par de minutos, lo suficiente para observar como el Sr. Rodrigo, que pasaba por casualidad por la sala, se acercara a preocuparse por su lectura, y de paso metiera su enorme y velluda mano entre las piernas de la muchacha, para pellizcar sus labios. Casi nadie podía notar el rubor en su piel oscura, pero Leslie sí, y se sonrió. Cuando el Sr. Rodrigo se alejó y Leslie se encaminaba hacia ella, Eva, una de las educadoras que también pasaba por allí, se acercó y le susurró algo al oído de la mulata que la hizo sonreír, mientras también deslizaba una mano entre sus piernas, aunque no se conformó con eso e introdujo uno de sus deditos. Leslie miraba la escena desde una decena de metros, mientras notaba como comenzaba a humedecerse. Las habían enseñado a ello, siempre estaban cachondas, siempre dispuestas. Le gustaba sentir el cosquilleo en su coño, como la humedad crecía y se acomodaba en su sexo. Se fijó bien y vio como la educadora mordisqueaba su oreja, y como Liliana se mordía el labio con disimulo. Ésta alzó los ojos y vio a su amiga observándola. No pudo evitar sonreírse, y abrió aún más las piernas. Se ofrecía a Leslie, a su amiga del alma. Ellas se amaban de forma pura y natural. La educadora se percató y también se sonrió. Le hizo un gesto a Leslie para que se acercara, y le indicó que se sentara al otro lado de su mejor amiga.
- Hola, Leslie. – Dijo Eva sonriente. – Se oyen rumores sobre tus habilidades, y sobre tu prometedor futuro. – Le lanzó una mirada divertida y pícara. – Estás triunfando, y me alegro mucho por ti. – La verdad, parecía franca. – Y también por ella, que sé que disfruta tus éxitos como propios. – Ahora se dirigía a Liliana, todo esto sin dejar de hurgar con su dedo corazón en el coñito de la muchacha. – Hay que ver cómo me gusta el precioso coñito de tu amiga. – Se calló un segundo, sin dejar de mover su mano, y continuó. – Casi tanto como a ella el tuyo. – Le guiñó un ojo a Leslie, e introdujo aún más su mano en el interior de la pequeña. – Leslie, arrodíllate entre sus piernas. Quiero que recojas con tu boca todo el néctar que voy a extraerle a tu amiga.
Liliana comenzaba a respirar con dificultad, y aunque sabía que no podía correrse, la situación le ponía a mil, y más aún sabiendo que sería la lengua de Leslie la que la lamiera. Cuando notó la lengua de su amiga sintió un subidón brutal, que estuvo a punto de acabar mal. La educadora lo notó y por un momento pensó que podría hacer que se corriera. Las chicas tenían muy buena formación, pero a veces fallaban. El trabajo de las educadoras en parte era ese, buscar esos fallos para corregirlos. Eva vio que podía tener una oportunidad de encontrar ese fallo, cosa que a ella también le traería una recompensa. El castigo a la niña le importaba poco. Total, estaban más que acostumbradas y la mayoría de veces disfrutaban con ello. Así que se esforzó en masturbar a la pequeña con ahínco, con precisión, con la mezcla de dulzura y de suciedad que tanto practicaban las educadoras. Su rol era distinto al de los adiestradores. Ellos no tenían “miramiento”. Sin embargo, ellas conseguían mimetizarse con las chicas, y el sexo era a ratos dulce y a ratos muy cerdo. Esa mezcla era explosiva para la mayoría de las novicias, y para Liliana quizá más por su preferencia por las chicas sobre los hombres. Le llenaba a la preciosa mulata el oído de guarradas mientras le rozaba con sus labios el lóbulo de la oreja, el cuello o la nuca. Notaba el vello de la chiquilla erizarse, y como sus jadeos se volvían evidentes. Las dos o tres novicias que estaban en la sala en ese momento se habían percatado hacía rato del encuentro, y se sonreían por lo bajo. Leslie por su parte recogía todo el zumo que los hábiles dedos de Eva exprimían de la rosada vulva de su amiga. Aunque tenía un precioso y pequeño coñito, ahora aparecía hinchado y voluptuoso por el manoseo de la educadora y las caricias de su lengua. Aunque sabía que su amiga lo tendría mal para no correrse confiaba en ella, y se sonreía al notarlos temblores sobre su lengua. Evitaba como con disimulo pasar la punta de su apéndice por el clítoris, que además estaba ocupado con los dedos de Eva, pero la educadora no era tonta, y un par de veces cogió del pelo a Leslie y la llevó hasta él. Estaba duro y henchido, desafiante, erguido y orgulloso. Entonces se le ocurrió.
- Señorita. – Dijo desde debajo de la mesa. – Quiero cederle mi Extra de ayer a Liliana. ¿Puedo hacerlo?
La instructora se quedó un segundo pensativa, pero sabía que las normas sí lo permitían. Leslie lo había ganado en un reto con un adiestrador y lo podía disfrutar ella o cederlo a quién quisiera. Además, Leslie ya se había corrido el día anterior y aunque andaba deseosa, como siempre por otra parte, sabía que las atenciones de dos chicas eran mucho para Liliana, y no quería que la descubrieran. Era una buena jugada. Y Eva tuvo que ceder.
- Claro, pequeña. Es tuyo. Puedes hacer con él lo que quieras. – Afirmó Eva. Leslie sonrió bajo la mesa.
- Pues le cedo mi Extra a Liliana en este momento. – Se abalanzó hacia el coño de su amiga y se puso a chupar sin ningún miramiento, lamiendo ahora toda la hinchada vulva, y también todos los dedos de la institutriz. Leslie desvió la mirada y vio como Eva había abierto las piernas, levantado su falda, y con la otra mano se introducía los dedos cordial y anular, con la famosa posición de Rock. Estaba buscando un “squirt”. Las palabras de Liliana sonaron débiles y confusas entre los jadeos.
- Señorita, por favor. ¿Le da usted permiso a esta aprendiz de perra para correrse? – Eva se sonrió mientras notaba como su vello se erizaba también. Era muy Switch y esa situación le ponía muchísimo.
- Aún no. – Le negó. – Has de aguantar un poco más, un par de minutos. Quiero que tu amiga se empape bien de tus fluidos.
Leslie no dejaba de chupar, lamer, limpiar, besar todo lo que se encontraba frente a su boca. Había lamido ya todos los dedos de la mano de la educadora, incluso los que no habían contactado con el sexo de la muchacha. Liliana se retorcía inquieta, deseando que aquella maravillosa tortura terminara y la dejaran explotar. Porque eso es lo que iba a pasar. Iba a derramarse sobre su amiga. La iba a inundar. Le iba a dar lo que había ido a buscar. No pensaba contenerse lo más mínimo. Con ese pensamiento pasaron los segundos, que parecieron horas, hasta que como a lo lejos oyó a Eva decirle que se dejara llevar.
- Oh, Dios. Me corro, me corro. – Jadeó entre gemidos y grititos. – Toma, cariño. No dejes nada, por Dios. – Casi de forma instintiva cogió a Leslie del pelo y la acercó a su manantial de placer. – Sí, joder, joder, joder… – Era un autentico río. Llenó la boca de su amiga y le dejó toda la cara llena de fluidos. No dejaba de moverse, de jadear, de lanzar pequeños gritos. Había sido uno de los mejores orgasmos que recordaba. Y se lo debía a ambas. Cuando se serenó se percató también de que Eva se masturbaba. – Señorita… – Dijo con falso sonrojo, con voz de niña pequeña. – ¿Nos deja que la limpiemos? – Se esforzó en la sonrisa de niña mala cuando miró hacia la mano que entraba y salía bajo su falda.
- Serás una zorra de cuidado. – Dijo Eva con una sonrisa. – Ambas lo seréis.
Y cogió a Liliana de la cabeza y la dirigió bajo la mesa. Nada más bajar lamió la cara de su amiga y le metió la lengua hasta la garganta, mientras ambas se dirigían a la entre pierna de la educadora. Ésta puso ambos pies sobre las sillas, de forma que dejaba todo su coño perfectamente accesible. Se acomodaron una sobre cada muslo, y empezaron a turnarse para lamerle el coño a Eva, intentando posicionarse para que una chupara y mordisqueara su clítoris y otra se ocupara de su ano y la parte baja de los labios mayores. Se apañaban para que cada pocos segundos sus lenguas se encontraran y mezclaran sus sabores, los de las tres. La instructora no tenía por qué aguantar demasiado, y si lo hacía era para notar como crecía en su interior la eyaculación que iba a tener. La notaba entre sus temblores, entre sus jadeos, formándose a base de lametones, de besos, de sus propios dedos hurgando con habilidad en su cueva, y también las insaciables bocas de las niñas que se ocupaban arriba y debajo de que no pudiera descansar. No aguantó demasiado, lo justo para sentir que explotaba.
- Me voy, chicas. Me corro, me corro, joder, que bueno… – El primer chorro pasó entre las dos bocas. El segundo explotó en la boca de Liliana, que chorreaba hacia la boca de Leslie y que ésta a su vez se afanaba en recoger. El sabor era parecido al del semen, aunque bastante menos denso y algo más salado. Poco tardo Liliana en bajar a buscar la boca de Leslie y saborearla de nuevo. Se miraban divertidas bajo la mesa, sintiéndose cómplices, deseadas y razonablemente felices. Salieron una por cada lado de la educadora que sonreía recuperando el aliento. – No hay duda, chicas. Seréis muy buenas. – Sonrió una última vez, y miró a Liliana. – No olvides lo que te he dicho. – Se levantó, le guió un ojo a la mulata, y se marchó.
- ¿Qué te ha dicho antes? – Preguntó curiosa Leslie.
- Mañana he de ir a primera hora a su habitación. El Sr. Olson irá a darle su merecido matutino y tengo que ir a mi primera clase práctica, y a limpiar a ambos, claro. – Sonrió coqueta, todavía ruborizada por el orgasmo.
- Te mereces lo que te pasa, Liliana. – Dijo Leslie orgullosísima de su amiga. – Porque eres especial. – Sonrió y abrazo a su amiga. Se levantó y la cogió de la mano. – Venga vamos a darnos una ducha. – Liliana asintió sonriente y desparecieron dando saltitos por el pasillo.
En una de las salas de cámaras de seguridad del Internado, el joven Alex Johnson acababa de disfrutar con la tremenda escena lésbica, mientras se corría en la garganta de Paz, una perrita colombiana adquirida en la última hornada. Era una joven de una belleza espectacular, con la piel color canela y el pelo rizado y encrespado, que sumado a su algo más de metro setenta la hacía aparentar algo más de sus dieciocho añitos. Cuando se hizo con ella, todo el mundo decía que tenía la boca más deseable del Internado… Y entonces era cierto. Pero ahora estaba Leslie. E incluso Liliana. Lo que habían hecho esas dos allí era puro arte, puro amor. Y eso, ni siquiera en el Internado se podía conseguir con dinero. Además, solo con pensar en Leslie, Liliana y Paz juntas, el cofundador del Internado se removía en su silla, excitado y nervioso. Levantó un pie, lo puso en una silla e inmediatamente Paz se puso a lamerle el ano, y a trabajarle el perineo. Cogió su teléfono móvil, y marcó un número.
- Hola, Sr. Johnson. – La llamada no era nada habitual, pero actuó con normalidad.
- Hola, Sr. Olson. – Dijo con rotundidad. – Me gustaría que viniera usted a cenar esta noche. Tengo algo que proponerle. – Instintivamente, el rubio sueco supo de qué se trataba.
- ¿No será por la guapa Leslie, verdad? – El americano se quedó un poco traspuesto, aunque apenas se notó en su aplomo.
- A las 20h. Ha llegado una partida de langostas del Índico que me aseguran que son lo mejor que se ha recogido en años.
- Usted tenga preparada a Paz, que ese sí es marisco del bueno. – Pudo notar la sonrisa del americano a través del teléfono. – ¡Ah! Y si es posible, ¿podría prepararla muy Baby Girl, por favor? Me apetece mucho verla así. – El sueco iba dejando pullitas sobre su posición dominante en el trato. Todos sabían que él podía influir en más inversores que nadie, que se movía hábilmente entre el fango. Y claro, habiendo un material como el de esos inversores no iba a dejar de aprovecharse de ello.
- Claro, no será problema. No se retrase.
Pero Alex no era tonto, y sabía que esa sonrisa, esa petición, incluso esa posición no era una pose. Alguien más estaba interesado en la niña. Y enseguida imaginó quién. Miró hacia abajo y vio a su preciosa perra extendiendo parte del semen de su boca en su ano, y recogiéndolo a lametazos hasta llegar a la base de sus testículos, ahora vacíos y relajados.
- Perrita, hoy te vamos a vestir como una preciosa niña. Vas a ser el alma de la fiesta.