El internado (07 Sor Mercedes 2)

Merche y Emilio entran en el cine. Y eso iba a cambiar sus vidas. Que lo disfrutéis.

El internado VII (la historia de Sor Mercedes-segunda parte)

La sala estaba oscura y medio desierta. Buscaron asiento en las filas de atrás. Se quitaron los abrigos y se acomodaron en aquellos asientos mullidos. Se veían algunas cabezas -masculinas, de toda evidencia, pensó Merche con tristeza- en distintos lugares del cine, estratégicamente separadas. La película ya había empezado. Merche miró la pantalla de reojo: una rubia despampanante, vestida sólo con lencería blanca y un velo de novia le estaba haciendo una espectacular mamada al que debía ser su marido, penso ella, puesto que iba vestido con un smoking de gala y sólo su verga, que a Merche le pareció inhumana, sobresalía de su bragueta.

Se sentía incómoda. Las imágenes le parecían cada vez más sucias aunque no pudiera apartar la vista de ellas. Saberse la única mujer en un cine lleno (a ella así le pareció aunque solo hubieran cinco tíos) de hombres excitados como salvajes, la angustiaba un montón. Emilio, desde que se sentaron, no paraba de sobarla, sin dejar de mirar la peli. Le cogía la mano y se la ponía sobre su paquete para que Merche se lo sobara a su vez. Ella la retiraba rápidamente y él volvía a ponérsela en su sitio. Cansada, Merche terminó por dejarla sobre ese bulto creciente, sin presionarlo, sin ningún entusiasmo. Miró a su novio pero éste no le devolvió la mirada. Tenía los ojos clavados en la pantalla:

"El que debía ser el novio, entre alaridos exagerados, eyaculó una cantidad increible de lefa viscosa en la cara de la novia, en un primer plano de una gran calidad cromática".

  • Vámonos, Emilio -susurró Merche- No me gusta nada. ¡Es una guarrada!

  • Mujer... No seas así... - dijo meloso, acariciándole las tetitas por debajo del jersey azul cielo de cachemira.

  • Suelta... Nos pueden ver... -intentando zafarse del magreo sin conseguirlo- Esto está lleno de viejos verdes.

  • ¿Y qué que nos vean? Ellos no tienen la suerte que tengo yo de estar con una mujer tan guapa...

  • Calla... No digas tonterías... -mentía; había sentido un leve escozor en sus partes íntimas y notaba como sus pezoncitos respondían gustosos a las caricias de su amado.

"En la pantalla, la novia -con la cara emblanquecida de semen- abría la puerta de la suite y un par de impresionantes mulatos disfrazados de camareros entraban con una bandeja llena de frutas tropicales y una botella de champán."

  • Merche... vidita...A mí también me gustaría que me la chuparas como la chica de la peli... -le insinuó pellizcándole suavemente un pezón por encima de la fina seda del sujetador y llevando de nuevo la mano de su chica a su entrepierna.

  • No me gusta que utilices este léxico. Ya te he dicho mil veces que no. Ni lo sueñes. ¿Qué te crees que soy? ¿una puta?

"En la peli, mientras el marido descorchaba la botella, los dos camareros ya se habían puesto en pelota picada y la esposa complaciente, en cuclillas, les endurecía las vergas a dos manos, a la velocidad de la luz."

  • Joder, muñeca... cómo te pones -Emilio le dio un besito en la mejilla y se abrazó a ella para desabrocharle el sujetador.

  • Estate quieto, jolines.

  • Si hicieras cómo te lo pido no haría falta tanta tontería.-el tono de su voz empezaba a ser apremiante.

Emilio le había pedido que no se pusiera sostén, que total para la poca teta que tenía no le hacía ninguna falta. Ella, enfadada, había hecho todo lo contrario. Pero, ahora en el cine, el problema del sujetador ya no existía. Había otro, pues Emilio estaba cada vez más fuera de si y le subía el jersey hasta el cuello dejándola con las tetas al aire:

  • Emilio, por favor, no me hagas esto - su novio le estaba mordisqueando los pezones, uno tras otro, chupándoselos ruidosamente.

Merche cubría como podía con su jersey la cabeza de Emilio. A pesar de estar muerta de vergüenza no podía negar que lo que le hacía su novio le encantaba. Ella sabía muy bien que tenía las puntitas de sus senos muy sensibles. Emilio también. Se fijó un instante en la pantalla.

"El marido bebía tranquilamente su copita de champán mientras los dos camareros se trabajaban alegremente a su esposa. Uno le comía el coño -todo depiladito- y el otro le metía en la boca un cipote que hacía dos del de su Emilio."

Alguien, de una de las filas de delante, se acababa de levantar. Un hombre maduro, alto y bastante corpulento, vestido impecablemente, se quedó mirándola -mirándole las tetas y la boca de Emilio yendo de una a otra, quería decir- y se dirigió a la misma fila donde ellos dos estaban. Se sentó a dos asientos de ella y se quedó observándola con una sonrisa sardónica. A Merche, se le formó un grueso nudo en la boca del estómago:

  • Emilio, Emilio... Un hombre... Se ha sentado un hombre aquí a mi lado.

Levantó la cabeza y miró hacia él. El hombre miraba tranquilamente la película. En la sala resonaban los jadeos de la novia pero en la pantalla solamente podía verse el mástil de uno de los mulatos entrando y saliendo como un martillo hidráulico de aquel coño depilado.

  • No pasa nada, cielo... Este señor está mirando la peli como nosotros... Anda, relájate y disfruta. ¿No te gusta que te coma las tetillas? A mí me encanta... Y ahora, reina mía, voy a comerte otra cosa. Levántate la falda, por favor...

  • ¿Estás loco o qué?

  • Venga, no seas mojigata... Estoy seguro que ya tienes los pelillos bien mojaditos...

  • Eres un guarro, Emilio... Un guarro. ¿Qué te pasa? Nunca me has hablado así.

Deseaba marcharse corriendo. ¿Lo deseaba? Todo era muy extraño. Una vocecilla diabólica le susurró al oído que se quedara. No quería escucharla. No quería...

Merche se habia puesto una falda que le llegaba hasta media pierna, unos pantys negros y unas botas de caña.

La verdad es que estaba muy sexy. Pero Emilio iba a tener trabajo extra antes de poder comerle el coño a su novia. Intentó abrirse paso entre sus piernas pero Merche se empeñaba en dejarlas bien apretadas.

  • Relájate, cariño... - dijo suavemente Emilio mientras le bajaba la cremallera de las botas para sacárselas.

  • ¿Qué haces, idiota? -preguntó atónita. El hombre a su lado no se perdía detalle de la escena. Cuando vio que ella le echaba una mirada de soslayo, él se la correspondió dándole un beso virtual y llevándose una de sus manos al paquete de su pantalón.

  • Tú mira la peli y déjame hacer -dijo Emilio sacándole la primera- Mira qué bien se lo pasa la novia...

Mercedes no pudo evitar echar un vistazo a la pantalla. Horrorizada comprobó qué entendía Emilio por "pasárselo bien": la novia estaba siendo penetrada por sus dos agujeros por aquellos mulatos de nalgas como globos terráqueos (al menos es lo que pensó de uno de ellos, el que se la metía por detrás; y se avergonzó de fijarse en aquel detalle de la anatomía del negro), pidiendo a grito pelado que se la follaran sin piedad.

  • ¿No quieres pasártelo igual de bien, Merche? -sentenció Emilio tras sacarle la otra bota.

  • Por favor, cariño... Aquí, no... Aquí, no... -susurró ella medio sollozando, al sentir como su novio se adentraba bajo su falda con el fin de bajarle los pantys.

  • Levanta el culo, Merche, que no puedo sacártelos.

  • No me hagas esto... No, por favor...

Entre tanto, un tercer individuo se acababa de sentar justo en la fila de atrás. Merche sólo pudo verlo de refilón, el tiempo justo para observar que era mayor que el otro, mucho mayor, calvo y con unas gafas de pasta de espesos cristales que le deformaban los ojos. El hombre la miró muy serio antes de sentarse y en su mirada descubrió la avidez de su deseo. Mirara donde mirara, todo era repugnante, todo era vicio...

Era demasiado para ella. Estaba perdiendo el control de la situación. Sin darse cuenta (eso es lo que quería creer, de lo contrario...) había levantado su hermoso trasero lo suficiente para que Emilio pudiera no sólo quitarle los pantys sino también sus bragas con ellos. Hizo una bola con aquel sugestivo botín y la lanzó al desconocido de la fila de atrás. Este recibió el regalo en plena geta y se apresuró en extraer las braguitas inmaculadas y a olerlas con expresivo júbilo. Luego, el viejito (que no acababa de creerse lo que le estaba pasando; él que hacia meses que no cardaba con su mujer y que venía a este cine dos veces por semana para consolar su pena... nunca había visto nada igual) le acarició la melena rizada de rubios mechones y exclamó:

  • ¡Qué bien hueles, princesa!

  • Has visto, Merche, qué contento se ha puesto el abuelo... -dijo Emilio remangándole la falda hasta la mitad de aquellos muslos blanquísimos.

Le faltaba sitio para acceder libremente al coñito de su amada. Tomó una de las piernas de Merche y la puso sobre el apoyabrazos del mullido sillón. Merche quedó en una inconfortable posición, con el otro apoyabrazos clavándosele en los riñones y medio cuerpo en el sillón de al lado. Además su posición hizo que quedara practicamente tumbada entre los dos sillones y su cabeza viniera a apoyarse sobre el hombro del desconocido. Para Emilio, sin embargo, eso le facilitó la tarea. Se abalanzó sobre el virginal sexo y le dió un lametazo en forma de barrido vertical, desde el ojete hasta el clítoris. Le quedaron las papilas impregnadas de un delicioso fluído vaginal:

  • ¡Santo cielo, Merche! ¡Tienes el chocho como un jacuzzi!

Oir aquel comentario, sentir el contacto de su cara contra la chaqueta del hombre, la mirada viciosa del viejo verde y la lengua de Emilio devorándole el coño, fueron para ella como una embolia cerebral, como si un rayo la hubiera fulminado allí mismo. Apartó la cabeza de aquel hombro que la acogía sin rechistar e intentó levantarse. En vano. Aquel desconocido tomó la iniciativa:

  • Perdone, señorita... Pero estaría más cómoda si subiera los apoyabrazos. -le dijo tranquilamente plegando el suyo y cogiéndola por debajo de los sobacos para ayudarla a tirar hacia atrás el que se le clavaba en la espalda.

  • Estoy de acuerdo -añadió el viejete de la fila de atrás asomando su cabeza por encima del respaldo.- Así estarás mejor, princesa

Ahora ya estaba literalmente acostada, con las piernas totalmente abiertas -una sobre el respaldo, la otra sobre el hombro de Emilio- y la cabeza apoyada sobre las piernas del desconocido. Ya no podía mirar la película. Sólo escuchaba los horribles jadeos de la novia y las soeces palabras que le decían los machos que se la follaban: "¡Qué pedazo de mamona! ¡Vaya culo! ¡Voy a partírtelo en dos! ¡Te voy a llenar de leche! ¡Pero qué puta que es tu mujer, amigo! Tuvo la rara impresión de que hablaban de ella... Se le estaba nublando el entendimiento...

Emilio descubría entusiasmado el coñito virginal de su novia. ¡Qué sabroso que sabía! Le hubiera gustado que hubiera más luz para contemplárselo... Lástima. Echó un vistazo a lo que hacían los otros individuos. Le habían subido el jersey hasta el cuello y le sobaban las tetas a cuatro manos. Tomó conciencia de que aquello podía terminar muy mal, pero ya estaba harto de las negativas repetidas de Merche. Ahora se iba a enterar de lo que vale un peine.

  • ¡Noooo! ¡Paren! ¡Oh, Dios miooo! - las súplicas de Merche caían en saco roto.

La lana del jersey le tapaba la cara pero sus sentidos agudizados le permitieron captar a la perfección las torturas que le infligían los tres. El viejete le sobaba la teta derecha, le acariciaba el vientre y volvía a la teta pellizcándole el pezoncito. Una boca le mamaba la teta izquierda, mordisqueando el pezón, succionándolo ruidosamente. Una lengua, la de Emilio sin duda, le lamía toda su intimidad...

  • ¡Haz algo, Emilio! ¡Por favor, haz algo! -exclamó aturdida en un último intento para poner fin a aquel suplicio.

Y claro que lo hizo. Obsequió a su amada con un magnífico cunnilingus. Quiso ofrecérselo como regalo de despedida -tenía muy claro que "su historia" se terminaba allí-. Buscó a tientas su clítoris y la acribilló, en ese puntito mágico, de lengüetazos certeros que no tardaron en dar sus resultados. Por poco que Emilio estuviera para la contemplación de la belleza de las partes íntimas de su Merche, fue suficiente para apreciar que tenía un coñito divino y un clítoris bastante más grande de lo que su pequeña vulva podía presagiar: hinchadito y sensible como el que más.

El desconocido se desabrochó la bragueta y sacó su falo erguido. Un buen cipote, pensó Emilio, echándole un rápido vistazo. Curiosamente, no sintió celos algunos al ver que aquel individuo acercaba su polla a la boca de su amada.

Merche, sintiendo aquel maloliente capullo rozarle los labios los apretó con fuerza y dejó de respirar unos segundos. Una mezcla inaudita de sentimientos contradictorios se apoderaba de ella... de asco, de odio, de vergüenza... Sí, pero también de puro goce. Lo que le estaba haciendo Emilio era sencillamente una delicia... Y tiró la toalla. Se abandonó al placer.

El orgasmo fue de una intensidad mortal. Abrió los ojos como platos, se arqueó hasta casi partirse el cuello y sus piernas temblando espasmódicamente se cerraron como una tenaza entorno al cuello y la cabeza de su novio:

  • ¡Noooooooooooooo! - gritó el resto de su conciencia. - ¡Noooooooooooohhh!

No hubo un tercer grito. Abrir la boca permitió al desconocido meterle buena parte del cipote en ella. El gusto medio agrio y salado de aquella verga le hizo venir una arcada de vómito:

  • ¡Cómo traga tu novia, amigo! - exclamó el individuo imitando la voz cubana de uno de los porno actores minutos antes.

  • ¡Joder, Merche! ¡Qué callado que te lo tenías! -y viendo como su novia intentaba sacársela de la boca, añadió: - ¡Chúpasela bien, cielo! -y dirigiéndose al hombre: ¡Tenga paciencia! ¡Es la primera polla que se come!

  • ¡Uauuuhhh! ¡Qué honor! - exclamó eufórico, hundiéndo un poco más la verga en aquella boquita virgen.

  • ¡Fóllatela de una puta vez, chico! -exclamó alguien detrás suyo.

Emilio giró la cabeza en dirección de la voz grave que había pronunciado la frase. Vio a un hombre bajito y gordinflón, con los pantalones bajados y cogiéndose el rabillo erecto con ambas manos:

  • ¿O quieres que me la folle yo primero? -preguntó desafiante el tercer desconocido.

  • ¡Ni hablar! ¡Es mi novia!

Merche ya no escuchaba nada, ya no veía nada.

Abandonada a sus más impíos instintos, le chupaba la polla a aquel desconocido como buenamente podía:

  • ¡Caaa...brona! Por ser la primera vez... ¡Arrrrggg! ¡Qué bocaaaa!

El gordo se puso a la altura del hombre a quien Merche se la chupaba, esperando su turno pacientemente, pajeándose ritmicamente para mantener una buena erección. El abuelo se la había sacado también -no le hacía ninguna falta el Viagra: la tenía larga y dura como un chorizo de Salamanca- poniéndola sobre el respaldo de delante en acrobática posición. Emilio, comprensivo como era, cogió las manos delicadas de Mercedes -hasta ese momento inertes- y las condujo a sendas vergas para completar debidamente la escena. Merche las acogió en la palma de sus manos, las asió fuertemente y se puso a tocar la zambomba en estéreo.

Ver a su chica de aquella manera, casi desnuda, mamando como una puta aquel falo, masturbando a los otros dos como si lo hubiera hecho mil veces, abierta y ofrecida como perra en celo a toda aquella jauría que se iba agolpando a su alrededor... Ver a su virginal vestal, a su dulcinea adorada convertida en una máquina sexual, sumisa, caliente y presta a complacer a cuanto macho quisiera tirársela, le encabritó rabiosamente.

Y Emilio se levantó, se bajó los pantalones, los calzoncillos, escupió en la palma de la mano, se embadurnó el capullo con su saliva y se dispuso a desvirgar a su querida Merceditas ahí mismo, en una sala X del barrio de Vallecas y en presencia de tres extraños que no dudarían ni un momento en ponerse en su lugar.

Merche sintió un dolor agudo, punzante pero breve, cuando el pene de su novio le rompió el himen, desflorándola con suma facilidad. Gritó de rabia. Su grito, ahogado por aquella polla que seguía follándole la boca, pronto dejó paso a una especie de maullido gutural. Estaba sintiendo mucho placer. Le dolía admitirlo pero era la puta verdad. Estaba disfrutando como una loca.

Su novio la estaba desvirgando con suma violencia pero no la violaba. No. Ella consentía, inconciente de las consecuencias de aquel acto. Es más, se daba cuenta que le gustaba. Que le gustaba mucho. Se sentía morir de gusto. Tener una polla en la boca, chuparla hasta la asfixia; otras dos en sendas manos, pajearlas simultáneamente y Emilio follándola como un macho cabrío...

  • ¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH! - gritó, gritó y gritó.

  • ¡La puta que te parió! - exclamó el desconocido del traje, sacando la verga de su boca. - ¡Jjjjjoooooooooohhhhhhhh! - corriéndose sobre la carita angelical de Merche.

Tuvo que cerrar los ojos ante aquella avalancha de esperma. Lo sentía en toda la cara: en la frente, en la cuenca de sus ojos, resbalando gelatinoso por sus mejillas, en sus dientes, en su lengua...Se relamía con aquel líquido que hasta entonces había considerado una guarrada... La corrida masiva del hombre le llegó en el punto culminante de su orgasmo... Lo agudizó hasta la locura:

  • ¡Maaaaassss, quiero más, quiero maaaaaasssss! -se oyó chillar como si fuera otra, como si fuera la protagonista de la película, que ya nadie miraba.

El gordo fue el siguiente. Quiso imitar a su cólega del traje y dirigió la manita de Merche -que no cesó ni un instante de masturbarlo- a su cara. Merche tenía la vista nublada por la lefa del otro. No veía nada. Sólo oía los jadeos raucos de su novio que continuaba taladrándola como un bestia. Y aquella sensación primitiva de sentirse la hembra de todos aquellos machos, la perra de la jauría, una gallina para cuatro gallos.

  • ¡Ahhh! ¡Ohhh! -Merche gemía al ritmo de las embestidas de Emilio, deseando que no se corriera nunca, que la follara eternamente.

  • ¡Me corrooooo! -chillaba como un puerco el gordo. - ¡Grrrraarrrrgggg!

  • ¡Córrete, cabrón, córrete! - exclamó la nueva Mercedes, la puta, abriendo su boquita para recibir una nueva dosis de leche calentita.

El gordo la tenía pequeña, cierto, pero los huevos los tenía bien llenos. La segunda descarga de esperma volvió a esparcírsele por toda la cara pero consiguió recoger en su boca los dos primeros manguerazos. Los saboreó con suma delicia. Le encantó ese gusto tan especial que tiene el semen.

  • ¡Eh, tú! - Emilio interrumpió un segundo el ñaca-ñaca y a grito pelado se dirigió a otro tipo que estaba en el otro extremo del cine. - ¡Sí, tú...! ¡Ven, acércate!

Mientras el cuarto desconocido se acercaba a la escena del desvirgue, Merche se dedicó en exclusiva a la polla del abuelo; cambió de posición y se puso como una perrita sobre el mullido sillón, de espaldas a Emilio y de cara al viejo. No hacía falta más explicaciones: Emilio se la volvió a insertar de un tirón por detrás, agarrándola por las caderas y arrancándole un alarido que debió resonar hasta la cabina del proyeccionista:

  • ¡Ooooohhhhhhhh! ¡Hijooooooo puuuuuuuuuuutaaaaaaaaaaa! - berreando y con la boca buscando a ciegas la verga del viejo.

  • ¡Uaaaaaaahhh! Princesa... ¡Qué maravilla! -exclamó gimieteando el abuelete - Si mi Hortensia me hiciera esto... (su mujer hacía muchos años que había perdido su líbido y sólo permitía que un par o tres de veces al año el calentorro de su marido le hiciera el amor en la oscuridad de la habitación y sin sacarse el camisón. Y muy de vez en cuando, tras multitud de ruegos y súplicas, ella accedía a masturbarlo, sorprendida por la dureza de su miembro a sus 70 años y la cantidad de esperma que eyaculaba.)

Cómo son los hombres. Una vez vaciados los huevos, su excitación desaparece como por arte de magía. Así desaparecieron de la escena, el gordo y el desconocido del traje. Y en su lugar, apareció el tipo a quien Emilio acaba de llamar para que se incorporara al festín. Era un joven delgaducho, con la cara cubierta de acné, vestido con una especie de chándal que no podía disimular una erección caballar:

  • ¿Cuántos años tienes tú? -le preguntó Emilio con chulería, como si él tuviera 50; pero es que las experiencias vividas en los últimos meses y el hecho de estar follándose a su novia sin interrupción y desde hacía más de un cuarto de hora, le habían dado una gran confianza en si mismo.

  • Dieciocho... - respondió casi sin voz.

  • ¡Jajaja! - se rió el abuelo - ¡Juraría que no tienes ni dieciséis!

Merche se había tomado un respiro en la mamada al viejo y éste le ofrecía las pelotas para que se las chupeteara un poco. Esto tampoco se lo hacía su Hortensia, como máximo se los acariciaba con una mano mientras lo pajeaba con la otra.

  • Ten... Tengo quince. Mi hermano es el proyeccionista... Por eso...

  • Ya te lo decía yo... ¡Ayyy! ¡Joder, no le des tan fuerte a la niña que me va a arrancar un cojón! -y es que Emilio había acelerado sus embestidas proyectando hacia delante el cuerpo de Merche justo cuando ésta tenía un huevo del viejo en la boca.

  • Bueno, da igual... quince, dieciocho... ¿Te gusta mi novia?

  • Es que no la veo bien -dijo el muchacho.

Y era cierto. Desde hacía un buen rato, la anatomía de Mercedes estaba de nuevo escondida, entre la falda remangada entorno a sus caderas y el jersey repuesto en su sitio sólo se le veía la cara y poco pues su larga melena de rulos rubios se la tapaba parcialmente. Además, la oscuridad de la sala no ayudaba mucho.

  • ¡Qué morro, el tío! ¿Qué quieres, que la despelotemos aquí en medio?

Aquella extraña conversación había enfriado un poco (sólo un poco) los ardores uterinos de nuestra heroina. Le llegaban las voces de los tres como si estuviera bajo el agua. No sabía de qué hablaban. Sólo sabía que cuando estaba a punto de correrse por tercera vez, aquel capullo que tenía por novio la había sacado de golpe de su coñito y que el viejo ya no quería que siguiera chupándosela. ¿No la iban a dejar así? pensó irritada.

  • ¿Queda alguien más en el cine? -preguntó Emilio, agarrando a su novia por la cintura y haciendo que ésta se pusiera de pie.

  • ¿Ya está? ¿Ya nos vamos? - preguntó a su vez, una atontada Mercedes.

  • No. No queda nadie más. -dijo el de la cara llena de granos. -Pero la peli está a punto de terminar.

Sincronizados como girasoles siguiendo al sol, los cuatro -Merche incluida, que se quitaba como podía la lefa que le pegaba las pestañas de ambos ojos- concentraron sus miradas en lo que sucedía en la pantalla:

" La novia, cubierta de semen, estaba arrodillada en medio del cuarto de baño, esparciéndoselo por todo el cuerpo como si fuera leche de burra. Cinco individuos -uno blanco, el marido, y otros cuatro mulatos- a su alrededor se agarraban las pollas morcillonas y casi simultáneamente empezaron a orinar sobre la feliz recién casada."

Merche sintió una extraña sensación. Lo que veía no le daba asco. Al contrario. No sabía porqué pero se sentía muy identificada con la protagonista. Ya no iba a ser nunca más virgen. Ya no era ella. Se llevó una mano a su sexo escocido. Chorreaba. Se miró los dedos empapados y vio que no había sangre... Tampoco semen. Todo aquel jugo era suyo. Estaba tremendamente cachonda...

La condujeron hasta el ancho pasillo central. Emilio le sacó el jersey por encima de la cabeza. Le desabotonó la falda y la dejó caer a sus pies. No ofreció resistencia alguna. No tenía frío. Le ardía la piel, le quemaba el sexo, le dolían los pezones de tan excitados y salidos que estaban.

  • Y ahora... ¿Te gusta? - Emilio repitió la pregunta al jovencito imberbe.

  • Sí... ¡Está muy buena!

  • ¿Has visto, nena? Al chico le gustas... Anda, cómele el rabo en señal de agradecimiento. -le ordenó tajante Emilio.

Merche no se hizo rogar. Le bajó el pantalón del chándal y contempló estupefacta las dimensiones del miembro de aquel jovencito. Se dobló en ángulo de 90°, separó bien las piernas dejando su trasero a la merced de quien quisiera cepillársela y se metió aquel hermoso cipote en la boca. Tantos años de auto-represión... tantos años perdidos... tantas vergas desperdiciadas... Pero, ¡qué puta que se sentía ahora!

  • Abuelo... ¡le cedo el honor! -exclamó Emilio soltando una sonora palmada en la nalga de Merche.- ¡Este culo es suyo!

  • ¡Mi sueño de toda la vida! -dijo riendo como un loco el viejo.

Merche escuchaba a medias. Estaba muy concentrada en su trabajo de chupapollas. Aquella verga juvenil se lo merecía, no sólo por su tamaño (de largo, la más gorda y larga de las presentes y ausentes) sino también por el gustito dulzón que tenía. Intentó aislarse y olvidar que iban a sodomizarla. Intentó no pensar en aquella práctica contra-natura que la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana condenaba violentamente, aunque la practicaran callada y asiduamente. Lo intentó...

  • ¡Ahhhmmm! Me voy a correr... -soltó gimiendo el jovencito.

  • ¿Ya? -preguntó burlón Emilio.

  • ¡Yyyyaaaaaaaaaaaahhhhhhh!

Esta vez, Merche no dejó que se corriera fuera de su boca. Selló con sus labios aquel capullo surtidor y dejó que le fuera llenando la boca de lefa caliente. Y, vaya si tenía leche aquel jovencito... un manantial. Y con qué fuerza soltaba sus chorrillos... Los primeros, directos al esófago; los siguientes, ya procuró ella que su lengua los recogiese y degustase. Ella levantó la vista y se encontró con los ojos llenos de felicidad del chico. Ella los cerró de nuevo y siguió chupándosela hasta tragarse la última gotita de aquel nectar delicioso. Hasta que se le hizo pequeña en la boca

  • ¡Jo, cari! ¡Qué rápido aprendes! -le dijo Emilio pidiendo al mocoso que se apartara con un gesto de la cabeza - Vamos a tener que cobrar por tus servicios... ¡jejeje!

La estaba tratando de puta, como un vulgar macarra. Ella era su prostituta. Una sucia ramera que se había mamado tres pollas, como quien no quiere la cosa y a la que pronto iban a dar por culo. Era increíble cómo se sentía relajada, a gusto; como la novia de la peli que ahora se meaba a raudales ante los vítores y aclamaciones de los cinco machos que se la habían follado.

  • ¡Qué culito! ¡Qué maravilla! -era el abuelo y hablaba de ella. -Vamos a mojarlo un poquito... Sí... Así...

El viejo le escupió en el ano y acto seguido le hundió un dedo dentro. Merche soltó un ligero gemido que pronto quedó silenciado con la llegada de la cuarta verga a su boca. La de su novio que acababa de ocupar la plaza dejada por el muchacho. La polla de Emilio tenía un gusto distinto. Por supuesto, pensó, sabe a mí, sabe a mí coño... Un segundo dedo se abrió paso en su esfínter. No le dolía. Le procuraba una sensación similar a la que tenía cuando iba de vientre con algo de restreñimiento y tenía que apretar para que le saliera el cagarrín. Una sensación de alivio.

  • ¡Aggg! ¡Dios, Mercheee! ¡Qué boca... aaaggg!

  • ¡Y qué culo! ¡Tomaaaa, chiquillaaa! -gritó el abuelete clavándole su punzón allí donde jamás se lo había metido a su Hortensia.

  • ¡OOOOOHHHHHAAAAARRRRRGGGGGGG!