El internado (05 Sor Natividad y su hijo Jesús)

Las andanzas incestuosas de Sor Natividad y su hijo Jesús, tonto para las cuentas pero superdotado para otras cosas.

El internado V (la historia de Sor Natividad; segunda parte)

Un día de junio, de intensa calor sofocante, estaban los dos -Natividad y su hijo Jesús- sentados a la mesa de la celda de Nati. La madre intentaba que su hijo aprendiera a escribir -con casi 14 años de edad seguía haciendo palotes y círculos, sin que pudiera llamarse a eso "caligrafia" -. Jesús sudaba la gota gorda y estaba a punto de explotar en uno de sus ataques de cólera que tan a menudo le pasaban en el internado. Nati lo observaba preocupada... Sabía qué debía hacer para calmarlo (una buena ración de teta), pero ultimamente evitaba hacerlo pues veía que su hijo se excitaba más de la cuenta. Ella también estaba empapada de sudor bajo la gruesa tela de su hábito:

  • Tranquilo... tranquilo... Toma, bebe un poquito...

Le acercó un vaso lleno de agua fresca. Jesús lo tomó y se lo llevó bruscamente a los labios. La mitad del vaso se desparramó sobre su polo rojo dejándolo empapado:

  • Pero mira que eres torpón... Anda, sácate la camiseta que la pondremos a secar...

Jesús se levantó. Su madre le ayudó a sacársela por encima de la cabeza. Como un mazazo, le llegó a sus narices un fuerte olor a transpiración, un olor de macho que le hizo recordar al del padre de aquel tarado... Desconcertada, se quedó con el polo en la mano, mirando el torso desnudo de su hijo. Un inicio de vello pectoral, negro como el carbón lucía orgulloso entre los pectorales del joven. Nati le secó el pecho con la camiseta y extendió su gesto hacia los hombros, primero, y hacia el vientre, después. Su hijo, pensaba, había heredado la corpulencia de su progenitor (también su escasa altura, todo hay que decirlo)... pero también había heredado su virilidad.

Nati no era ciega. El niño esgrimía, bajo su pantaloncito de deporte, una impresionante erección. Nati recordó las duchas frías a la que la sometieron años atrás y se dijo que quizás deberían hacer lo mismo con su hijo para bajarle el calentón. Sin embargo, no podía apartar la vista de ese bulto... Ni de los muslos de torito ya cubiertos de negro vello de su hijito querido. Sentía como su coño se lubrificaba, como sus pezones se endurecían, como todo su cuerpo se calentaba peligrosamente. El sudor le goteaba por las axilas -cubiertas de un forraje negruzco de tantos años que hacía que no se las depilaba-, por entre los pechos, sobre su prominente vientre... ¡Perdóname, Señor, perdóname! Se repetía una y otra vez, intentando cerrar los ojos, apartar la mirada de aquella incestuosa tentación.

  • Mamá... ¿qué me pasa? Tengo mucho calor...

  • Hijito... Ay, hijito... Creo que te estás haciendo un hombre...

Sor Natividad seguía mirándolo, con el polo mojado de sudor de su hijo entre las manos, oliéndolo imperceptiblemente.

  • Es que se me pone la cuca muy dura... y me duele...

  • ¿Te duele, vida mía? ¿Y no haces nada para que deje de dolerte?

El jovencito se ruborizó y se tapó el bultazo con las dos manos. Nati estaba empezando a perder el control de sus pulsiones. Quería saberlo todo. Quería...

  • Vamos, hijito... ya sabes que a mamá se lo puedes contar todo...

  • ¿No te enfadarás conmigo si te lo digo?

  • Al contrario, amorcito... Me enfadaré si no me lo cuentas... Va, venga... y después te daré un poco de teta de mamá...

Sólo con pronunciar esta frase delante de su hijo, sintió como se redoblaba su calentura vaginal... ¡Oh, perdóname, Señor!

  • Pues... Me toco la pilila...

  • ¿Sí... cielito? ¿Y cómo te la tocas? Enseñáselo a tu mamita...

  • Nnnn... Mmmm

  • ¿Qué te pasa? ¿Te da vergüenza, chiquitín? ¿Quieres que mamá te ayude?

  • Mamá... Sí...

Nati le bajó el pantaloncito. La verga de su hijo salió disparada como un obús, dura como una piedra, con el capullo reluciente (lo habían operado del frenillo y desde entonces lo tenía siempre fuera de su envoltorio) y gordo como una pelota de ping-pong. El niño se la agarró con una mano y le mostró a su madre como se pajeaba:

  • Lo hago así, mamita... -el niño se masturbaba suavemente, poniendo cara de estar avergonzado.

Sor natividad no daba crédito a lo que veían sus ojos. La naturaleza había privado a su hijo de un cerebro normalmente desarrollado pero, sin embargo, lo había dotado de un miembro hiperdesarrollado, espléndido, monstruosamente hermoso.

  • ¿Es pecado, mamita?

  • ¿Eh? Perdón, hijo... ¿qué decías?

Aquel cerebro atrofiado no acertaba a comprender qué pasaba. Le faltaba experiencia, sesera y mundo para comprender lo morboso de aquella situación: un chavalillo de trece años pajeándose delante de su madre monja en la celda de un convento. Y a su madre le faltaba el aire para respirar, razonar y poner fin a aquel delirio.

  • ¿Es pecado esto que hago? Es que me gusta mucho... Me da...

  • ¡Ay, que me vas a perder, diablín!

Como un flash, le vino a la mente los escasos segundos de visión del falo del señor Manuel, el único que la había penetrado, el único que la había regado con su simiente... el del padre... aquel monstruo de lascivia... Lo que ahora tenía ante sus narices lo sobrepasaba en grosor y longitud... Y lo peor de todo... Ella deseaba ponerse una vez más a cuatro patas y que aquel cipote la partiera en dos.

  • ¡Fuuu... fuuu! -resollaba el infeliz- Estoy un rato tocándome así... y al final me sale un pipi blanco...

  • No es pipi, tontín... Es esperma... Ya te lo contaré otro día... Y ahora, para de tocarte... -le dijo en un arrebato de sentido común.

  • Si me paro... me duele mucho más, mamá... Me has dicho que me ayudarías...

  • Eres un bribonzuelo... Anda, ven... Acércate al lavamanos...

Cuando Sor Natividad le agarró la polla - apenas podía rodearla con su mano- sintió un escalofrío recorrerle el espinazo. ¡Qué verga! ¡Qué grande y dura! ¡Y qué caliente que estaba!

  • ¿Te gusta, chiquitín? ¿Te gusta cómo te ordeña tu mamita?

  • Muchooo... mami... muchoooo...

  • No grites, amorcito... Cierra los ojos y deja que tu mami te saque la lechecita... Ya verás cómo te va a gustar...

Nati tenía ganas de comerse ese nabo gigante, de volver a sentir el gusto de su lefa caliente en su garganta, de abrirse el coño para que su hijo se la metiera hasta los mismisimos huevos... Pero sabía también que aquellos pensamientos la condenarían al infierno por toda la eternidad. Debía acabar cuanto antes y después decirle a su hijo que no se repetiría nunca más.

  • ¡Mamá... AAAHHHH! ¡Me viene el pipiiiiiiii!

¡Santo Dios! ¡Qué surtidor! Sor Natividad abrió unos ojos como platos viendo aquella cantidad de lefa que parecía inagotable. La polla de su hijito le palpitaba en la mano y con cada convulsión surgía un cordel de semen blanquísimo, consistente, espeso, que se estrellaba contra la blanca superficie del lavamanos.

  • ¡Hijo mio... cuánta virilidad! Estás hecho un machote de primera... -le decía con dulzura y sin soltarle el rabo.

  • ¡Huy, qué bueno, mamá!

  • ¿Mejor que cuando lo haces tú, eh, pillín?

  • Sí...

  • Y... ¿cuántas veces haces esto?

  • Tres o cuatro al día... No sé, me cuesta mucho hacer bien las cuentas...

  • ¡Vaya! Eso es todo un problemón... Porque yo no voy a poder ayudarte todos los dias... De hecho, yo no debería ayudarte nunca...

  • Pero, mamá...

Sor Natividad terminó por soltarle la polla contra su voluntad. Le subió el pantaloncito y le albergó como pudo aquella verga que seguía medio empinada. Acto seguido, le pidió que se marchara. Su hijo, aturdido pero feliz, se fue. Practicamente sin decirle adiós.

Nati se quedó unos segundos pensativa. Ahora era ella la que sentía un escozor insoportable en su intimidad. Iba a darse una ducha helada para calmarlo. Sí, eso es lo que haría. Pero antes debía limpiar la lefa del lavamanos...

Cuando iba a abrir el grifo, interrumpió su gesto y se dobló hacia delante. Acercó su cara al lavabo y empezó a lamer los borbotones de semen de su hijo. Las papilas de su lengua se pusieron a trabajar. Aquella leche le sabía a gloria bendita. ¡Y había tanta! Pronto estuvo haciendo como hacen los gatitos con un platito de leche, relamiéndose los bigotes con ese manjar exquisito.

Sus manos, hundiéndose bajo el hábito, fueron directas a su entrepierna. Se acarició por encima de las bragas. Estaban chorreantes de sudor y jugos calientes. Se las bajó y empezó a masturbarse furiosamente: dos dedos pellizcando el clítoris y otros dos follándose a si misma. Y mientras, su lengua saboreando hasta la última gota de esperma de su hijito.

De pronto, la puerta se abrió. Sor Natividad se quedó clavada de puro pánico, con el culo al aire y la boca llena de leche... Estaba a punto de alcanzar un suculento orgasmo. Lo sentía tan a punto...

  • ¡Mamá! ¿Qué haces?

¡Uf, qué susto! Era su hijo. A él podría decirle cualquier excusa...

  • ¿Qué pasa, Jesusín? estaba limpiando tu...

  • No te había dado un besito...

  • Ah, era eso... Ven aquí, cielo... ¡Eres un solete!

Jesús seguía plantado en la puerta de la celda con la mirada clavada en las nalgotas de su madre. Natividad dejó caer la falda de su hábito para tapar sus vergüenzas pero sin darse cuenta que sus bragas le habían quedado a sus pies. Cuando fue al encuentro de su hijo, se zancadilleó con ellas y se dio de bruces en el suelo.

  • ¡Mamá! ¿Te has hecho pupa?

  • No... Ayúdame a levantarme, por favor.

Jesús la tomó por los sobacos y la izó sin dificultad. Después, se agachó y recogió del suelo las bragas de su madre. Al tenerlas en la mano, el niño se dio cuenta de que estaban mojadas...

  • ¿ A ti también te sale un pipi blanco como a mí? -preguntó oliéndolas con mucho interés. - No huele igual...

  • ¡Dámelas, marranote! ¿Qué es eso de olerle las bragas a tu madre?

  • Yo... perdona, mami...

  • No pasa nada... Va, dame el besito y vete...

El niño le dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios. Nati sintió que ese beso era distinto a los que hasta ahora le daba su hijo. Cerró los ojos y dejó que le diera otro. Y otro más... El niño se envalentonaba y pronto los pelillos de su naciente bigote le cosquillearon sus labios. Nati le correspondió besando los suyos.

  • ¡Qué bueno que sabe tu boca, mami?

Nati no contestó. Su hijo lo interpretó como le dio la gana y la besó de nuevo. Esta vez, Nati entreabrió la boca y buscó con su lengua la de su hijo. El morreo incestuoso no duró mucho. Parecía que el niño quería otra cosa...

  • ¿Me das un poco de teta?

  • Serás caradura... ¿No te parece que ya te he dado muchas cosas hoy?

  • Sólo un poquito... por favor...

Jesús seguía con las bragas de su madre en la mano. Se las llevó de nuevo a la nariz y las olió profundamente. Nati observó la escena y tuvo que admitir que estaba a punto de reventar de calentura. Además, el pantaloncito de su hijo volvía a estar en posición de tienda canadiense.

Fue hacia la puerta y la cerró con balde. Se levantó el hábito hasta dejar su chochazo peludo a la vista de su hijo. Un triángulo equilátero de casi un palmo de lado, hirsuto como la más poblada de las selvas y negro como el carbón. Nati hurgó entre la maleza púbica y separando las piernas ofreció a su hijo la visión de su roja raja rebosante de jugos:

  • Jesusito de mi vida... Mira lo que tiene mamá para ti... -le dijo estirándose en el camastro, espatarrada al máximo.

El niño no daba crédito a sus ojos. Notaba como su polla empezaba a dolerle. Inconcientemente, se llevó una mano al paquete y se lo sobó. Mientras, un hilillo de baba le sobresalía por la comisura de los labios.

  • Ven, cariño... No hagas esperar a tu mami...

Jesús se sacó el pantalón y se abalanzó sobre su madre. Torpemente, claro.

  • ¡Huy, pero que brutote que es mi niño! ¡De tal palo, tal astilla!

A ciegas, Nati buscó la verga de su hijo y la dirigió hacia la entrada de su coño. Acto seguido, le agarró las nalgas y lo empujó con fuerza hacia ella.

  • ¡Diossssssssssss! ¡Qué bestiaaaaaaaaaa! -gritó la monja sintiéndose empalada por tamaña monstruosidad.

  • ¡Mamiii... qué calentito que está aquí dentrooo!

  • ¡Muévete, pequeñín... Muééévetééé! - gemía Nati agarrándole furiosamente los cachetes del culo- ¡Asííí... Asííí... Asííí...! ¡Arrrgggg... me mataaaaasssssss!

  • ¿Te hago daño, mami? - el niño intentaba salirse de su madre pero ésta se lo impidió moviendo todo su vientre contra el de su hijo.

  • ¡Siiiii... siiii... siiii...! ¡Qué dañoooooooo! ¡Sííí... hazme mucho daaaaañoooo!

Jesús no comprendía nada de lo que estaba pasando. Tan sólo se daba cuenta de que su pilila estaba muy a gusto en la cueva de su madre... Y que ésta le estaba pidiendo algo increíble, algo contra natura: que siguiera lastimándola más y más... Contra más gritaba de dolor -pensaba él- más se apretaba contra su sexo. Le miraba atónito la expresión de su cara: sus ojos abiertos y en blanco, el sudor que le resbalaba por las mejillas, su boca entreabierta en un rictus de agudo dolor -pensaba él-.

  • ¡Mama, mama, mama!

  • ¿Qué pasa, hijito? ¡Haaaa! ¿Qué te pasa, coraaaazón?

  • ¡AAAAHHHH! ¡Mamaaaaaa!

Nati estaba en la gloria. Su hijito se la estaba follando divinamente. Sentía ese pedazo inmenso de carne palpitante en sus entrañas que la hacía reventar de placer. Todos los remordimientos que unos minutos antes pudiera haber sentido habían dejado paso a un goce sin límites, sin tabús... Nati se estaba corriendo como nunca:

  • ¡Señoooooooooooorrrrrrrrrrrrrrr! ¡Qué gustoooooooooooo! ¡Síííí....iiiii!

  • ¡Mamááá... me saleeeeeee el pipiiiiiiiiiiiii!

  • ¡Aaaaaaaaahhhhhhhhhhh! ¡Nooooooooooooo! ¡Córrete fueraaaaaaaaaaaaa!

  • ¿Quéééééé? ¡Jaaaaaaaaaahhhh!

Demasiado tarde. El niño eyaculó con toda su alma. Nati sintió como su útero se inundaba de la lefa ardiente de su hijo. ¡Que sea lo que Dios quiera! pensó un instante y se dejó llenar de aquella simiente que la estaba quemando en el infierno. ¡Qué dulce tormento! ¡Qué polla divina! ¡Y toda para mí... para mí sola!

Jesús quiso salirse del coño de su madre pero ésta lo aprisionó con sus piernas. Aquel miembro descomunal seguía erguido y había que aprovecharlo hasta el final:

  • ¡Mi vida... quiero más! ¡Quiero mássssssss!¡Sigueeeee!

La escasa entendedera del niño fue suficiente para comprender que lo que quería su madre es que siguiera moviéndose con mucha fuerza, de fuera a adentro, de dentro a afuera. Como hijo agradecido que era, le ofreció un metesaca bestial. Nati se corrió por segunda vez profiriendo unos alaridos silenciosos, mordiendo furiosamente su hábito:

  • ¡AAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGG! ¡MMMMMMMMMMM!

Extenuada y feliz. Así se quedó Sor Natividad. Y su hijito seguía follándosela...

  • ¡Para, amor... para! ¡No puedo más!

  • Es que me sigue doliendo, mami...

  • ¡Dios santo, hijito! ¡Qué aguante! ¡Sal, sal! - le gritó apartándolo bruscamente.

Entonces, Nati se despojó completamente de su hábito y ofreció sus senos a su querido hijo. Este comprendió enseguida que tenía derecho a una buena ración de mamella y procedió a chupar las ubres hinchadas y duras de su buena madre... Varios minutos... Y la erección que no bajaba... Al contrario...

  • ¡Ven, chiquitín! ¡Mete tu cosita -tu pollón, pensaba ella satisfecha- entre mis tetas!

  • ¡Ehhh! ¿Cómo?

  • Sí, tontín... ya verás como te va a encantar...

El niño se sentó sobre la bárriga de su madre y seguidamente se avanzó en cuclillas metiendo su polla entre las tetazas de Nati. Esta las agarró con ambas manos aprisionando la verga de su hijo entre ellas:

  • Ahora... Muévete como si estuvieras dentro de mí...

  • ¿Así, mami...? - Jesús aprendía rápido... el capullo de su vergón amenazante rozaba la barbilla de su madre.

  • Así, cielito... Dale tu pipi a tu mami.

No tardó en empezar a gruñir como una bestia. Nati lo miraba embelesada, preparándose a recibir una nueva toma de leche:

  • ¡Sí, amor... dame tu lechecita! ¡Vamosssss!

  • ¡Mamá... meeeee... vieneeeee otra vezzzzz!

En esta ocasión, Nati sólo tuvo que abrir la boquita, sacar la lengua y dejar que el escaso semen que el pobre Jesús había podido fabricar de nuevo, se le esparciera en su boca con ese gustito entre salado y amargo que tanto le gustaba.

Durante la semana, Nati se sintió muy extraña. Hacía sus labores en el convento como una autómata, pensando en su hijo las veinticuatro horas del día... Todos sus pensamientos eran obscenos. Revivía una a una las escenas vividas el sábado. Un calor insoportable se apoderaba en permanencia de su cuerpo. Pedía permiso para ducharse dos, tres veces al día... Y en la intimidad de los aseos, se masturbaba imaginando a su Jesús haciendo lo mismo.

Después, por la noche, en su celda, se arrodillaba y rezaba mil perdones que le sonaban más falsos que Judas. Le costaba un mundo conciliar el sueño y constataba sin pudor que su entrepierna estaba siempre húmeda. Y se volvía a masturbar...

Llegó el sábado. Jesús entró en su celda con su cuaderno bajo el brazo, dispuesto a recibir su lección de caligrafía:

  • Hola, mamá... Aquí estoy...

Nati se quedó helada. Su hijo le hablaba como si nada hubiera pasado. ¿Cómo era posible que hubiera olvidado todo lo que hicieron juntos?

  • Hola, bebé... ¿Dispuesto a seguir con la lección del sábado pasado?

  • Hum... Sor Mercedes (la maestra del orfanato) dice que no he aprendido nada... Me ha castigado...

  • ¿Qué? ¿Que te ha castigado? ¿Por qué?

  • Hum... porque no estoy atento en clase...

  • Por esto no se castiga... se riñe y ya está... Además ella sabe que tú no eres como los otros niños...

  • Sí... sí que lo sabe... por eso me ha castigado.

Natividad no comprendía nada. Peor, una idea malsana empezó a recorrerle la mente. Su hijo seguía de pie ante ella, con el cuaderno bajo el brazo, vestido como el sábado anterior con una camiseta roja y un short ceñido, marcando ese adorable paquete.

  • Cuéntame qué pasó, venga... Y siéntate. No te quedes ahí como un pasmarote.

  • Primero, un besito... Todavía no te he dado un besito.

Jesús la besó en la boca. Directamente. Con la lengua. Ella, agradecida, le dió la suya y le metió mano. Directamente... Buf, qué alivio, pensó al sentir la dureza del pollón de su hijo... ¡No se ha olvidado!

Tras unos segundos de besos y magreos, se sentaron. Y Jesús se lo explicó todo:

  • Estaba la señorita hablando de Noé y no sé qué de un barco...

  • El Arca de Noé...

  • Sí... yo estaba haciendo dibujos en mi cuaderno... y no la vi llegar...

  • ¿Qué dibujos hacías? Enseñamelos

Jesús le mostró su cuaderno. Nati se quedó pasmada. Páginas enteras cubiertas de dibujos hechos a lápiz. De un realismo espantoso, como fotos en blanco y negro: sus tetas, su coño, su culo... y siempre la verga de su hijo, enorme y tiesa, entre sus tetas, en su coño, entre los cachetes de su culo...

  • Pero... ¿Esto qué es, hijo? - preguntó siguiendo pasando las páginas.

  • Somos nosotros, mamá... No hago otra cosa que pensar en nosotros... Y dibujar... ¿no te gustan?

No podía decir que no. Su niño era un atrasado mental pero tenía un talento evidente por el dibujo. Imaginó a su hijo dibujando en clase. Inocente como era debía tocarse la polla al mismo tiempo:

  • Buf... Y ¿qué hizo la señorita?

  • Me cogió el cuaderno y me puso de cara a la pared... Dijo que no quería que los otros niños me vieran cómo estaba...

Lo comprendía perfectamente. ¡Qué horror! Su hijo con una erección de caballo en mitad de una clase de niños y niñas de primaria... ¡Qué horror!

  • ¿Y... después?

  • Fui a su despacho... Y me preguntó muchas cosas...

  • ¿Qué te preguntó? - la madre alarmada

  • Que de dónde había sacado la idea de dibujar aquellas marranadas.

  • ¿Y le dijiste la verdad? -la madre muerta de miedo y de vergüenza.

  • Nnn... le dije que no sabía...

  • Uf... mejor -la madre aliviada.

  • Y me castigó... -Jesús lo decía avergonzado, sin mirarla a los ojos.

  • ¿Qué te hizo? ¿Te hecho un sermón y te mandó copiar mil veces "en clase no se dibuja"?

  • No...

  • ¡Cuentamelo de una vez!

  • Me hizo que me sacara el pantalón y que me sentara sobre su falda... con el culo para arriba... Y me dió unos azotes...

  • ¿En el culo? ¿Con una vara... con una regla?

  • Sí, en el culo... pero con la mano... Me pegaba muy fuerte y me decía que era un demonio, un sátiro... el hijo de...

  • Satanás... ¡Pobrecito... es todo culpa mía! ¿Te dolió mucho, mi vida?

  • Sí, mucho, mucho...

  • Y después... ¿te dejó marchar?

  • Hummm... No...

  • No... ¿qué?

  • No sé si debo decírtelo, mami...

  • A mí debes contármelo todo... ya lo sabes...

  • Con los azotes... Ejem... Me pidió que me levantara... La... la ...

  • La qué... habla de una vez; me estás poniendo nerviosa...

Sor Mercedes. La mojigata. La intelectual. Con sus aires de abadesa y su diploma de psicología infantil. Siempre dándome consejos sobre cómo debía educar a mi hijo. Era de las más jóvenes del convento. Había llegado dos años atrás con su diploma bajo el brazo, recién tomadas las órdenes. Las malas lenguas decían que había tenido un gran desengaño amoroso y que por eso había decidido consagrarse a Nuestro Señor.

Físicamente, era distinta a las otras monjas. Más femenina. Se notaba que venía de la burguesía madrileña, toda ella fina y cursi. Nati la había visto desnuda en los aseos que compartían. Tenía un cuerpo bonito, esbelto... poco de todo pero bien puesto. Llevaba el pelo muy corto, castaño claro y Nati se había fijado que se depilaba más que las otras: las axilas, las piernas e incluso el triángulo de su pubis aparecía perfectamente recortado... Las mismas malas lenguas decían también que entre ella y la Madre superiora había algo más que una simple relación jerárquica... ¡Vete a saber! pensaba Nati; lo que importaba ahora es lo que le había hecho a su hijo... a su hombre.

  • Me levanté y tenía la cuca muy tiesa... Y ella... Se enfadó mucho...

  • Ya...

  • Me dijo: "Veo que la zurra no te ha calmado, pequeño diablo"

  • ¡Ay, ay, ay... que me lo veo venir! Y tú... seguro que le dijiste que te dolía mucho...

  • ¿Cómo lo sabes, mami?

  • Las madres lo sabemos todo... Pero, sigue, sigue...

  • Me la tocó como la doctora del orfanato... la Hermana...

  • Sí... sí... No me lo recuerdes... (la última revisión médica fue un acontecimiento increíble para la hermana Soledad, quien a pesar de haber examinado a su Jesús desde que era bebé, no pudo controlar su emoción al descubrir el cambio brutal de sus genitales entre los doce y los trece años. Nati, le dijo en privado, ni el mismo diablo está tan bien montado.)

  • No paraba de exclamar: "¡Qué grande! ¡Qué dura!... Voy a tenr que castigarte de otra manera"

  • ¿Ah, sí? Vaya... ¿y cómo te castigó?

  • ¿Me prometes que no te vas a enfadar...?

  • Anda, tonto... ¿cómo iba a enfadarme contigo? Eres mi hijo... ¡Te quiero!

Jesús se levantó, contorneó la mesa y se abrazó a su madre. Estaba muy cariñoso. Le acarició la cara hasta hacerle sacar la cofia. La besó con efusión, primero la frente, los ojos, la nariz, la boca. Nati percibía la excitación de su hijo como la suya propia. Salvo que la de su niño la sentía bien dura contra su vientre:

  • ¡Oh, mami! ¡Cómo te quiero! ¡Eres un ángel!

Jesús seguía besándola y acariciándole el pelo pero, como un chucho, se iba frotando la polla contra el hábito de su madre. Nati se moría de impaciencia por tener de nuevo aquella porra en su coño. Pero también quería conocer...

  • ¡Estate quieto, caradura!

  • Mami... ¡me duele mucho!

  • Luego... ¿cómo te castigó la "señorita"?

El niño, como si representara una obra de teatro, se puso de pie frente a su madre, se sacó los pantalones y le dijo:

  • Se la metió en la boca... - acercando su verga a la boca de su madre.

Nati aceptó el juego. Abrió los labios y comenzó a lamerle el capullo mientras le iba amasando los huevos con una mano y pajeándolo con la otra. Abrió cuanto pudo la boca y se la hundió hasta que el prepucio le tocaba la campanilla. Se la estuvo chupando un buen rato hasta que le dolieron las mandíbulas. Jesús no paraba de resoplar como un buey, de gemir como un becerro. Nati disfrutaba como una puta ninfómana, ahogándose de placer, sintiendo como su coño goteaba sin cesar. Se la sacó y sin dejar de pajearlo le dijo:

  • La señorita... ¿te castigó tan bien como tu mami?

  • Sí... muy bueno...

Nati, ofendida, le apretó los cojones y le mordió el prepucio arrancándole un grito de dolor:

  • Síiiii... Mamiii ayyyy... La señorita también me hizo daño... ¡ayyyy!

  • Eres un niño muy malo, Jesusín... ¿y te salió el pipi blanco? - la polla de su hijo comenzaba a palpitar anunciando el pronto orgasmo. Nati aceleró el pajeo a la vez que le retorcía los huevos.

  • Sí... mucho mucho...oooohhhh!

  • ¿Y se lo diste todo todo en su boquita? - Nati abrió su boca con la lengua como una alfombra rosada dispuesta a acoger la simiente de su niño.

  • ¡Todooooooooooooohhhhhhhhhhhhhhh! ¡En la bocaaaaaaaaahhhhhhhhhh!

El primer chorrazo de lefa se le estrelló en una de sus mejillas. Con su mano dirigió el capullo al centro de su boca y los siguientes torpedos de leche se alojaron en su garganta. ¡Qué bueno, por dios! ¡Qué buena es la leche de mi hijo! pensaba, al borde del orgasmo. No conseguía tragársela toda. Aquel prodigio de la naturaleza seguía regándola con su inagotable caudal de simiente salada... deliciosa.

  • ¡Hijo mío! ¡Eres un animal! ¡Un semental! ¡Mi torito bravo!

Después de la corrida, Nati se desnudó y se acostó en la cama. Pidió a su hijo que se desnudara también por completo y que se acostara a su lado.

  • Sor Mercedes... ¿se tragó toda tu leche como yo?

  • Sí, mami... Decía que estaba muy rica...

  • Hum... ¿por qué no? ¿Te lo ha hecho más veces?

  • Sí... dos veces más... Me pide que vaya a su despacho antes de empezar las clases...Dice que así estoy más tranquilo después en clase...

  • Vaya con la señorita... ¡Qué pedazo de puta!

  • ¿Puta? ¿Qué es puta, mami?

  • Oh, déjalo estar...

  • Si ella es puta... tú también lo eres... ¿no, mami?

Ella se lo había buscado. Por muy atrasado que fuera, no podía negar que tenía razón. Sor Natividad era una zorra caliente y perversa que creía en Dios igual que creía en la verga de su hijo. No perdamos el tiempo en inútiles discusiones, pensó.

  • ¿Sabes qué quiero que le hagas a la "puta" de tu madre?

Jesús ya se había puesto a mamarle una teta como tenía la costumbre de hacerlo desde hacía casi catorce años:

  • Lo que tú quieras, mami... ¿Quieres que venga encima tuyo como el sábado pasado?

  • No, hijo... Primero, quiero que metas tu cabecita aquí -Nati se abrió de piernas y le mostró su raja entreabierta y rezumante.

El niño no se hizo esperar y ejecutó la orden de su madre. Nati se abrió el coño con ambas manos para que su pequeño clítoris quedara bien a la vista:

  • ¿Ves este botoncito? Es mi clítoris... es mi cuquita particular... ¡Chúpamelo!

Estaba tan caliente que con los primeros lengüetazos de su hijo, Nati se corrió enseguida:

  • ¡Aaahhhh! ¡Mi vidaaaaaaaaaaa! ¡Me corroooooooooooo! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiii!

Tras el orgasmo, su clítoris hipersensible no soportaba más caricias linguales. Pero Jesús tenía ganas de seguir lamiendo. Nati le apartó la cabeza de su granito de éxtasis y su hijo siguió con los lametones por toda su vulva. Le hundió la lengua dentro del chocho y ella sintió que le venía otra vez. Agarró la cabeza de su hijo con ambas manos para que no pudiera zafarse de su prisión vaginal y se corrió por segunda vez hasta casi perder el conocimiento:

-¡Diooooooooooooooooooooossssssssssssssssssss!¡Me muerooooooooooooooooooooooooo!

Un minuto después, medio inconsciente, Nati abrió los ojos y dirigió su mirada al pobre Jesusín que estaba lavándose la cara en el lavabo, respirando ruidosamente:

  • Casi me ahogo, mami... ¡No podía respirar!

  • ¡Me haces muy feliz, cielo! ¡Muy feliz!

Nati miraba embelesada el cuerpo, medio adolescente medio hombre, de su hijo. Su pequeña estatura (a penas llegaba al metro y medio) no le impedía ver en él a un auténtico adonis. A pesar de la ternura que esa visión le inspiraba, era consciente que una oleada de vicio, de lujuria incestuosa se estaba apoderando de ella. Todavía más al contemplar la tremenda erección que ostentaba su hijo. Se llevó una mano a su sexo y se estremeció al sentirlo tremendamente mojado, perfectamente lubrificado para acoger de nuevo ese brazo de carne palpitante.

  • ¡Ven, amorcito! ¡Ven a hacerle pupa a tu mami! -exclamó con voz gatuna, girándose y poniéndose a cuatro patas.

Jesús fue raudo hacia su madre pero se quedó mudo contemplando el culazo en pompa de su progenitora. Esta le miraba expectante. Se deslizó hacia atrás hasta que le quedó el culo al borde del camastro. "Así me la podrá meter sin tener que arrodillarse" pensó para sus adentros.

  • ¿A qué esperas, mi potrillo? ¡Metemela hasta el fondo!- completamente acostada, con los brazos extendidos hacia atrás, Nati se separaba las nalgotas con sus rechonchas manos.

  • No te había visto nunca así, mami... -Jesús tenía la vista fija en el ojete de su madre, negro como el cráter de un volcán, recubierto de pelillos negruzcos.

  • Estoy muy caliente, hijo... Necesito urgentemente un manguerazo ¡aquí! - forzó aun más la postura para abrirse la vulva con un par de dedos.

Pero lo que sintió Nati fue otra cosa. Jesús, en lugar de obedecerla, se puso a chuparle el ojete, a lamerle ese misterioso agujero... Natividad lanzó un gritito al aire, sorprendida:

  • ¡Hiiiii... què hacessss? Por ahí no, niñoooo! ¡Ohhhh, qué buenoooo!

Pronto le vinieron a la mente las imágenes del doctor lamiéndole el ano, untándoselo de vaselina, metiéndole uno, dos, tres dedos... clavándole la mano entera... ¡cómo se había corrido con el buen saber hacer de aquel doctor!

Esos pensamientos maravillosos la fueron relajando. El aro muscular de su ano se fue distendiendo. El goce se fue apoderando de ella:

  • ¿Te gusta, cielo? ¿Te gusta también comerle el culo a tu mami?

  • Mmmm... mmmmucho... mmmami... mucho... -entre lametones suspiraba el mamón.

  • Aaaa... anda... ¡Métele un dedito a tu mami en el culito! ¡Con cuidado!

Esta vez, el niño obedeció. Su anular desapareció en el culo de su madre. Nati dió un respingo:

  • ¿Te duele, mamita?

  • ¡Otro, otro, otrooooo! - gruñía la madre como una cerda, como la puta guarra que era.

Jesús aprendía rápido. Ya tenía cuatro dedos dentro cuando Nati sintió que le venía un nuevo orgasmo. Algo debió sentir el pequeño porque no dudó en sacar la mano y cambiarla por su cipote. 25 centímetros de polla (cálculo efectuado por la señorita Mercedes el dia que decidió que ya estaba harta de chupársela y que ya había llegado el momento de disfrutarla como dios manda) metidos por via rectal propulsaron a la monja incestuosa al éxtasis más brutal que hubiera podido imaginarse.

  • ¡Jjjjjjjjjjjuuuuuuuuuuuuuuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Mátaaaaamééééé!

Los ojos se le salían de sus órbitas. A penas podía respirar. Sentía como si la estuvieran partiendo en dos. Jesús, su hijito querido, subnormal y feo como un piojo, enano y patizambo, le estaba dando por el culo como una bestia, como un sátiro, como un fauno... con aquella tranca monumental metida en sus entrañas, entrando y saliendo freneticamente:

  • ¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Me vienéééééééééééééé!

  • ¡Un poco mas, hijooo! ¡Dale a tu mami un poco másssss! ¡Más fuertéééé!

A Nati le importaba un comino que su hijo gozara, se corriera o se meara en ella. Le daba igual. Estaba tan salida, tan caliente, se sentía tan puta y guarra que lo único que quería es que aquel monstruo siguiera sodomizándola horas y horas.

No lo consiguió y mejor que fuera así pues le quedó el esfínter tan dilatado y dolorido que estuvo una semana pasándolas putas para poder cagar. Incluso el solo hecho de sentarse le hacía ver las estrellas...

  • ¡No puedoooo maaaaasssss! ¡Ffffffuuuuuuuuuuuu!

Jesús recordó que su madre le había pedido que no se corriera dentro. En un arrebato de delicadeza, sacó su polla del receptáculo (nunca mejor dicho) y eyaculó copiosamente sobre la espalda sudada y grasienta de su querida madre. Nati, al sentir el líquido caliente sobre su piel, fue recorrida por un escalofrío de gozo que la dirigió a un nuevo clímax, breve pero muy intenso.

Se quedó unos segundos en la misma posición, sintiendo como su ano seguía abierto como una moneda de 25 pesetas. Terminó por dejarse caer sobre la cama, ajena a todo. Mil estrellitas seguían brillándole en los ojos. Se sentí a colmada. Feliz.

Aquel dia no hubo para más. Pero le siguieron otros muchos. Durante la semana, Nati sabía que su hijo se follaba a la maestra, a Sor Mercedes. El se lo contaba todo. Al principio, la señorita unicamente le comía el rabo hasta hacerle eyacular en su boca. Algunas veces, se lo hacía sólo con la mano pero la ponía perdida de lefa y no lo disfrutaba tanto. Hasta el día en que cogió el centímetro de costurera (era su pasatiempo oficial, la costura) y le midió la verga: 24.5 centímetros!!!

  • ¡Jesús! Creo que con este lapicero no te va a hacer ninguna falta aprender a escribir...

  • ¿Ah, no...?

Y en el próximo capítulo os contaré la historia de Sor Mercedes, de cómo llegó al convento y de cómo terminó siendo excomuniada.