El internado (02 La historia de Vera)

Segundo capítulo de mis andanzas en el internado. Os empiezo a contar la historia de mi amiga pelirroja y alguna que otra de Rosalía y la jefa de estudios, Sor Natividad. Besitos muy húmedos.

El internado II (La historia de Vera; Rosalía y Sor Natividad)

La historia de Vera

  • ¿Te molesta si me desnudo yo también? Estoy empapada...-le pregunté a Vera que se había cubierto hasta el cuello con la sábana.

  • Claro que no, mujer... ¡Ven, acuéstate a mi lado!

Me quité la ropa con rapidez. Vera me miraba directamente a los ojos, sin prestar atención a ninguno de los detalles que mostraban mi alto grado de excitación: la dureza extrema de mis pechitos, mis bragas manchadas por la humedad de mi coño...

Me recosté a su lado y con la punta de los dedos recorrí sus diminutas pecas, su respingona nariz, sus hermosos labios. Ella se dejó abrazar y me besó las yemas, una por una:

  • Sandra, vida mía... No creas que no me ha gustado lo que me has hecho...

  • No te preocupes, Vera... Ahora cuéntame lo que pasó... Soy toda oídos.

Se incorporó levemente, quedando medio sentada en la cama, con sus tetas de nuevo al descubierto, con sus pezones otra vez escondidos en sus aureolas. Me tragué las ganas de reconquistarlos y me abracé a ella posando mi cabeza sobre su vientre, con mi nariz a escasos centímetros de su pubis anaranjado, inhalando los penetrantes efluvios de su sexo.

Y Vera empezó a hablar:

"Todo ocurrió hace un año...

Mis padres tenían una pequeña propiedad a orillas de un lago, a unas dos horas de Moscú. Ibamos casi todos los fines de semana desde que la primavera se instalaba enverdeciendo los prados y suavizando las temperaturas.

Mi padre, Boris, era un hombre de negocios que se ganaba bien la vida y de manera honrada, cosa extraordinaria en la Rusia post soviética. Mi madre, Hanna, le hacía de secretaria y casi siempre le acompañaba en sus múltiples viajes. Eran felices... éramos felices...Hasta ese fatídico día...

Era domingo. Acabábamos de comer y mi madre estaba traginando en la cocina. Mi padre la observaba como tantas otras veces lo había visto observarla: con una mirada llena de ternura y de deseo. Se levantó para ayudarla, pero en realidad lo que hizo fue enlazarla por el talle y besuquearla en el cuello. Los miré complacida y conciente de lo que iba a suceder a continuación...

Efectivamente, mi madre me pidió que fuera a dar una vuelta mientras ellos se ocupaban de dejarlo todo en orden... Y de hacer una siesta crapulosa, pensé para mis adentros. Salí de la casa y empecé a caminar alejándome de ella. Pero, cinco minutos más tarde me di media vuelta y volví.

A pesar de no haber tenido aun ninguna experiencia sexual, era obvio que mis hormonas me alertaban casi permanentemente de mi despertar y en mis padres veía todo lo hermoso que el sexo puede deparar a dos personas que se aman... Así que decidí espiarles furtívamente como tantas otras veces había hecho.

Su habitación, en la planta baja de la casa, daba a un enorme ventanal por el que facilmente podía echar un ojo sin ser vista y viéndolo todo... Ya al llegar a la altura de la ventana, pude comprobar que su festín de caricias había empezado, pues de entre las ventanas abiertas se escaban los gemidos lancinantes de mi madre...

Cuando pude izarme y enfocar mi mirada al interior de la estancia corroboré el motivo de la excitación de mi madre. Los dos estaban desnudos sobre la cama. Mi padre, con su cabeza entre las piernas de ella, le estaba acariciando el sexo con la lengua. Ella adoraba que él la calentara así, hasta el clímax... Y después se ofrecía a él con redoblada voluptuosidad...

Pero aquella tarde, todo iba a ser muy distinto...

Cuando mi madre alcanzó el orgasmo -una auténtica melodía celestial, mejor que cualquiera de las Cantatas de Bach- y mi padre, con la espalda brillante de sudor y el pene erecto y sublime, se acercó a su boca para que ella le deleitara con una sinpar felación... una mano desconocida me tapó violentamente la boca mientras que una voz amenazante me pedía que me estuviera quieta y que guardara silencio...

...Tres individuos de aspecto patibulario habían entrado en nuestra propiedad con las peores intenciones. El que me amordazaba me hizo bajar de un tirón de mi puesto de vigía y amenazándome con una pistola me hizo seguirles en silencio hasta el interior de la casa.

Los tres eran altos, rubios, fuertes y sus caras no ofrecían duda alguna: parecían matones de la mafia. El que me había tapado la boca, más alto y corpulento que los otros, parecía el jefe:

  • Tranquila, niña -me dijo apoyando el cañón del revolver sobre mi sexo por encima del mini short que llevaba- ... Si os portáis bien, no va a pasaros nada...

  • ¿Qui... quiénes son ustedes? -pregunté temblando de miedo.- ¿Qué quieren de nosotros?

  • Aquí, pequeña, las preguntas las hacemos nosotros... Tú estate bien calladita y haz lo que te digamos -ratificó tajante el mismo.

Me obligaron a indicarles la puerta de la habitación de mis padres. Estaba medio abierta. Se pararon, se asomaron y soltaron unas espeluznantes risitas al oir los comentarios y jadeos entrecortados de mi padre sometido a la amorosa felación de mi madre:

  • ¡Ohh, Hanna! ¡Haaa...Jaaa...jaaa...jaaa! -resollaba mi padre.

  • Parece que tu madre es una zorra mamona de primera -soltó el segundo de los matones- ...Seguro que tú lo sabes hacer tan bien como ella -y diciendo eso me agarró con violencia del pelo haciéndome caer de rodillas quedándome la cara a la altura de su voluminoso paquete.

  • ¡Chiiit! - pidió silencio el jefe, haciendo gestos negativos con la cabeza y moviendo su mano de abajo arriba pidiendo que esperasen sus órdenes.

Entonces, de una patada certera, uno de los hombres golpeó la puerta abriéndola de par en par:

  • ¡Quieto todo el mundo! -gritaron al unísono.

Mi madre lanzó un terrible grito de espanto y de su boca, el miembro tumefacto de mi padre salió expelido. Aterrorizada, yo seguía de rodillas en el suelo. Todo fue muy rápido. Uno de los hombres propinó un puñetazo en plena mandíbula a mi padre y acto seguido le apuntó con su pistola en la sien:

  • Un movimiento en falso y os liquidamos a los tres...

  • ¿Qué queréis? - acertó a preguntar mi padre, sangrando abundantemente por la nariz.

  • Lo sabes bien, Boris... ¡el dinero que nos debes!

Aunque nunca llegué a conocer la verdad al cien por cien, sí que aquello me sirvió para comprender que la prosperidad de los negocios de mi padre se debía en gran parte a las ayudas que la mafia local le había procurado en los últimos años. Pero esos tres hombres no iban a conformarse sólo con coger el dinero...

Mi padre les pidió que nos respetaran, a mí y a su mujer, que les daría todo cuanto quisieran... Esto último sucedió tal y como lo deseaban ellos...

Tras conseguir que mi padre les abriera la caja fuerte y les entregara todo cuanto había en ella, lo condujeron de nuevo a la habitación donde nos habían dejado a las dos en compañía de uno de los esbirros... Durante los largos minutos de acongojante espera, mi madre intentó enternecer al hombre, suplicándole que nos dejara marchar... Pero fue en vano. Al contrario, vernos llorar a las dos, abrazadas y desvalidas, aumento su lujuria y su perversidad. Mi madre había intentado recuperar su camisón y ponérselo pero aquel individuo la obligó a permanecer desnuda y me invitó, tratándome de puta, a que me desnudara también. Cuando nos tuvo a las dos a su merced, en la cama y como Dios nos trajo al mundo, exclamó:

  • ¡Qué par de zorronas pelirrojas! ¡Qué bien lo vamos a pasar!

Se bajó el pantalón y un descomunal falo apareció erguido ante nosotras. Revolver en mano, se acercó y dirigiéndose a mí, espetó:

  • ¡Chúpamela, cerda pecosa!

  • ¡Nooooo! ¡La niña, nooo! -gritó mi madre abalanzándose sobre él.

Le cruzó la cara con la pistola y acto seguido se la introdujo en la boca:

  • ¡He dicho, la niñaaa! ¿O quieres que acabe contigo primero?

  • ¡Oh, Dios, Dios! -lloriqueaba mi madre.

  • ¡Mamááá! - exclamé aterrorizada.

Aquel hombre condujo su impresionante miembro hasta mis labios que se negaban inconcientemente a abrirse. Armó el gatillo de su arma y nos amenazó de disparar en la boca de mi madre si no cumplíamos sus deseos. Mi madre abría los ojos desesperada y presa de pavor se limitó a gemir y llorar haciendo no con la cabeza...

Abrí la boca y aquel bestia me hundió su falo hasta la garganta. Por un instante, deseé perder el conocimiento, hacer que esa pesadilla se terminara... No conseguía ordenar mis pensamientos... Con aquel pedazo de carne apestosa penetrándome la boca, no podía ni siquiera pensar:

  • ¡Con los dientes no, cabrona! ¡Muéstrale a tu hija cómo se hace una buena mamada!

Mi madre, vencida por el terror y sumisa, se puso a mamársela lo mejor que pudo pensando quizás que con ello atenuaría en aquel monstruo las ganas de hacer otras cosas más horribles conmigo:

  • ¿Has visto, pecosa? - pero yo evitaba mirar aquello. - ¡Mira, hijaputa! ¡Aprende de la puta mamona de tu madre!

Sin quererlo terminé observando. Aquel tipo me obligó a pegar mi cara contra la de mi madre y a mirar con detenimiento. Hanna había dejado de llorar y se aplicaba con esmero en su felación. Veía aquella tranca aparecer y desaparecer en el interior de su boca... su lengua rosada recorriéndole el glande... su saliva derramándose entre la comisura de sus labios...

No acertaba a comprender lo que pasaba. Parecía como si lo hiciera con placer... Incluso me pareció que entre los ruídos de succión se podían percibir otros sonidos provenientes de la garganta de mi madre, una especie de jadeo acuoso que me hirió el alma... ¡Mi madre disfrutaba comiéndole la polla a aquel tipejo!"

Rosalía y Sor Natividad

  • ¡Toc-toc-toc! - unos sonoros golpes en la puerta nos sobresaltaron.

Vera y yo, abrazadas, desnudas sobre la cama, nos miramos la puerta que habíamos dejado cerrada. El ruído de una llave girando en la cerradura nos alertó de la inminente entrada de una persona intrusa. Sin deshacer nuestro abrazo, alcé la voz para preguntar:

  • ¿Quién es? ¿Qué pasa?

La puerta se abrió de par en par y en su umbral apareció Rosalía (la chica con la que compartí la habitación -y otras muchas cosas- el año anterior y que ahora se había convertido en una especie de vigilante, de sereno, de "Kapo", a las órdenes de Sor Natividad, la jefa de estudios). Nos miró desdeñosamente y nos lanzó:

  • ¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí?... Un par de tortilleras dándose el lote... Interesante...

Enseguida comprendí que debía ir con pies de plomo. Rosalía no había aceptado que yo no quisiera compartir de nuevo la habitación con ella. Le había sentado como una patada en los mismísimos co... bueno, en su maravilloso y frondoso coñito. Pero no había sido culpa mía. La tía había suspendido casi todas las asignaturas y, al tener que repetir curso (ya era el segundo que repetía), le asignaron de oficio una habitación con una compañera de la misma clase, una tal Celia (muy mona ella, pero mojigata y reprimida como la más beata de las beatas) con la que no había podido saciar ninguno de sus innumerables instintos lésbicos y perversos.

  • No hacíamos nada malo... -se aventuró a decir Vera.

  • ¡Tú cállate, pelirroja del demonio! -chilló soltando chispas por los ojos.

  • Calma, calma, Rosalía... -me levanté y me acerqué a ella, interponiéndome entre las dos.

Mi desnudez, tan familiar para ella, la contuvo unos segundos. Llevaba la blusa abrochada hasta el cuello, al contrario de lo que era habitual el año anterior, cuando la llevaba siempre escotada, lo que le había valido un montón de sesiones de azotes y posteriores penitencias cunnilinguales. Tenía la costumbre de tenerse muy erguida, con los hombros bien echados hacia atrás, lo que hacía que sus tetas resaltasen más de lo que su tamaño -normalillo- lo hubiera permitido. Me dispuse a desabrocharle un par de botones a fin de liberar un poquito aquella tensión pectoral... Sabía tan bien cómo tratarla...

  • Vamos, Rosi querida... - le susurré apoyando mi manita en su pecho, húmedo de transpiración. -... Sólo estábamos hablando...

Desde la vuelta al cole, sólo nos habíamos enrollado un par de veces. Una vez en las duchas (¡qué polvazo! aunque un poco más y nos cuesta nuestra expulsión definitiva) y otra en los jardines del instituto, detrás de la capilla adosada al vetusto edificio, con los cantos gregorianos de las monjitas como tela sonora de fondo...

...Pero ella había sentido enseguida que yo ya no correspondía de la misma manera a sus demandas pecaminosas (ya os contaré en otro capítulo cómo era Rosalía, un ejemplo paradójico: una tía de lo más normal -físicamente, quiero decir, puesto que intelectualmente tenía un coeficiente rallando el cero absoluto- pero que en un tristrás se transformaba en un auténtico volcán en erupción permanente) y no tardó en reprocharme que sólo tuviera ojos para esa "hijaputa de pelo rojo", como le gustaba llamarla.

  • ¡Déjame en paz! -gritó agarrándame con fuerza la muñeca, impidiendo que mi mano se deslizara hacia el canalillo de sus tetas. - ¡Habéis faltado a la hora de estudio! Voy a tener que hacer un parte...

  • No seas mala, mujer... -le dije mostrándole la puntita de la lengua y dejando que se imaginara las cositas buenas que podría hacerle con ella.

Siguiendo con mi estrategia "apacigüemos a la bestia" me acerqué hasta quedar literalmente pegada a ella y con rapidez deslicé la mano libre entre sus piernas, subiéndola bajo la falda hasta tocar la cálida textura de su braguita. Empapada, pensé; a esta chica ni la mala leche ni los celos le calman el fogón que tiene entre las piernas:

  • ¡Estate quieta, joder! - exclamó a la vez que separaba ligeramente sus muslos en un puro ejercicio de contradicción delatora- ¡Vestíos rápido y... mmm.. bajad al refectorio!

Cómo le gustaban mis caricias a mi Rosalía... Uno de mis deditos le iba recorriendo su rajita por encima de la tela cada vez más mojada de su braguita y a medida que iba dándole dedo, la presión sobre mi muñeca se iba aflojando y sus ojos, brillantes de rabia y envidia justo un par de minutos antes, eran ahora los de un corderito dispuesto a dejarse degollar:

  • Rosi... Hummm... mi Rosi... -dije dándole un besito de putón verbenero, en esos labios que tantas veces había besado. - ¿Todavía quieres denunciarnos?

  • Voy a ... ¡Aaahhh! - gimió al sentir mi dedo, braga incluída, hundiéndose en su chochito- ... voy a pensármelooohhh...

Ya sin ninguna oposición de su parte, pude seguir desabrochándole la blusita. Rosalía llevaba uno de sus habituales sujetadores de balcón acolchados que le levantaban deliciosamente sus pechitos y que a duras penas le tapaban sus oscuras aureolas. Facilmente, me hice dueña de una de sus tetas y le acaricié su puntiagudo pezoncito como a ella le gustaba: retorciéndoselo a lo bestia.

  • ¡Eeehhh...! Espera, Sandra... -y dirigiéndose a Vera le dijo de malas maneras- ¡Tú, roja!

  • ¿Qué pasa? - preguntó bruscamente. Vera seguía tumbada en la cama, observándonos con un gesto de curiosidad desdeñosa.

  • ¡Lárgate! ¡Déjanos solas!

A pesar de tener la mente ocupada con mi nueva amiga, de que me sabía mal que Rosalía la tratara de esa manera, mi cuerpo me pedía a gritos que le calmara su sed. Ya tendré tiempo de explicárselo todo a Vera, pensé.

Rosalía ya estaba comprobando mi grado de calentura insertando en mi rajita dos de sus deditos (ella sabía mejor que nadie lo que era ir al grano) y pellizcandome un pezón con la misma "delicadeza" que yo el suyo.

  • ¡Uauuuhhh! Rosi, Rosi... ¡Qué gustitooo!

  • Lo ves, Sandrita... ¡Tú no puedes vivir sin mí! -dijo alto y fuerte para que la otra lo comprendiera perfectamente.

Vera se vistió deprisa y al pasar a nuestro lado miró con profundo desprecio a Rosalía y a mí con una cara llena de interrogantes, de inmensa decepción y tristeza. Le devolví la mirada intentando que ésta le sirviera para comprender que lo que iba a hacer era necesario si queríamos evitar males mayores. No sé si lo conseguí porque ni yo misma me creía la tontería del sacrificio. Si todos los sacrificios fueran así, me dije, al mismo tiempo que Vera salía de la habitación dando un estruendoso portazo.

A la que nos quedamos solas, Rosalía cambió de actitud y olvidando momentaneamente la sesión de intercambio de sobeos, me dijo apenada:

  • Esta "roja" te va a traer muchos problemas... No es agua clara, te lo digo yo.

A Rosalía no hacía falta desnudarla, se desnudaba ella sola. En un momento, se quedó en pelota picada ante mí. Una vez más pude admirar sus armoniosas formas. Sin ser muy alta, su porte altivo le confería un aire de modelo de pasarela. Era morena, de pelo y de piel y llevaba el cabello siempre peinado con el mismo corte, a la Cleopatra, con un gracioso flequillo que le tapaba toda la frente. Tenía una buena napia -siempre decía que se la iba a operar- y unos labios finos que desaparecían a la que sonreía un poco para dejar paso a una dentición que me hacía pensar siempre a la de Ana Belén.

Pero lo más aparatoso de su cara no era la nariz sino su lengua. ¡Qué lengua, por dios! Para empezar, su color. No era rosa como la mía, no; era granate oscuro y... larga y estrecha como la de un camello. ¡Y cómo la movía! (escribiendo estas líneas no puedo evitar de tocarme sólo de pensar en ella!) Tenía vida propia, como la cola de una lagartija. A Rosalía le encantaba metérmela por cualquiera de mis tres agujeros...

Si era en la boca, no hacía falta que me lavara los dientes, lo hacía ella con una técnica de cepillo dental que más de un dentista recomendaría. En mi coño, su ápice mucoso se convertía en el más eficaz de los vibradores y llegaba a sentir como la punta vibrante me cosquilleaba el punto G, el punto J y todos los puntos que puedan existir allí dentro. Y como no tenía ni manía ni pudor alguno -no creo que supiera que tales palabras existieran- disfrutaba como una enana dilatándome el ano al máximo y hundiéndome en todo el recto su particular falo bucal. (¡Ostia, ya me estoy corriendo! ¡Qué desastre de escritora!).

  • ¿Por qué lo dices? Vera es muy buena chica... Y ha sufrido mucho... -le dije suavemente mientras me iba estirando en mi cama,, presta a acogerla como se merecía.

  • Sor Natividad me ha contado que su tutor es un mafioso ruso... - Rosalía, mientras hablaba, se fue posicionando sobre mí, en la postura que más nos gustaba.

  • ¿Y qué? - pregunté al chocho hirsuto que iba acercándose a mi boca.

  • Sor Natividad dice... - Rosalía le hablaba al mío, rubito y babeante- ... que anda metido en drogas y prostitución - su lengua me arrancó un primer alarido de gusto al entrar en contacto con mi cliclí que como un micro incorporado se erguía entre los pliegues de mi vulvita.

  • ¡Mmmm! Rosiii... Pues podrías pedirle trabajo al ruso ese, ¿no? -dije abriéndole el coño como quien abre un higo maduro- ¡Hummm, sigue, sigueee!

Con Rosalía en aquella posición, su lengua tenía un acceso limitado a mis agujeritos pero, en cambio, podía hacer maravillas con mi clítoris. Y vaya si las hacía... Se lo había metido enterito en su boquita de piñón y me lo succionaba, lamía y mordisqueaba con tal maestría que no tardé nada en ofrecerle un agradecido orgasmito cuyo gemido placentero ahogué en las turbulencias de su fogón hirviente.

Como era costumbre entre nosotras, llegadas a este punto de caliente compenetración dejábamos de lado toda conversación superflua y nos dedicábamos en exclusiva a ofrecernos mútuamente todo el placer que nuestras bocas, nuestras lenguas -la suya en particular- nuestros dedos y nuestras manos eran capaces de darnos... Y una sinfonía de quejidos, alaridos, chillidos, bramidos, gemidos... inundaba el vicioso aire de aquella habitación...

En cinco minutos - que era el poco tiempo de qué disponíamos- Rosalía me hizo ver cuatro veces la via láctea, el cometa Halley, la aurora boreal y el arco iris completo. Conocía mi cuerpo a la perfección y se servía tan habilmente de su incomparable lengua y sus divinos deditos que hubiera podido seguir provocándome una docena más de fenómenos celestes si la urgencia temporal no hubiera existido...

Y como ella (aunque oyendo sus potentes y continúos gritos de goce se pudiera pensar lo contrario) no había alcanzado el orgasmo que le hiciera olvidar por completo el motivo de su irrupción violenta en nuestra habitación, cesó de ocuparse de mí e implícitamente me rogó que utilizara la artillería pesada, como a ella le gustaba llamarla.

Me levanté y fui a buscar los útiles necesarios: un tubito de vaselina, dos pinzas de tender la ropa más una tercera pequeñita, de estas de plástico que se utilizan para adjuntar una targetita en los regalos... y mis dos Rexonas, el spray familiar y el roller de viaje.

Quince segundos más tarde, ya la tenía preparada. Se había colocado dos almohadas bajo la riñonada y me esperaba espatarrada, con las piernas completamente abiertas y dobladas contra su torso...

  • ¡Date prisa, Sandra! ¡Dame la medicación! ¡Mátame de gusto!

Me quedé extasiada contemplando las vergüenzas palpitantes de aquella putilla desvergonzada:

  • ¿A qué esperas, doctora Menéndez? ¡Mi tratamiento!

  • Vamos a llegar tarde a la cena y nos van a castigar... -le dije de broma mientras le aplicaba vaselina en el cráter trasero rodeado de pelillos largos y negros.

  • ¡Auhhh! ¡Qué gustazooo! -exclamó cuando la enculé con el roller- ... ¡Fffaajjjjjj! No te preocupes por eeee... Sor Naaahhhh...tiiii... es muy comprensiva... ¡Uaaaaahhhh! - con su tapón redondeado, la eficacia del envase familiar se multiplicaba por dos y pude hundírselo en su dilatadísimo coño con extrema facilidad.

  • ¿Cómo puedes, Rosi querida, montártelo con ese adefesio? - le pregunté a la vez que pellizcaba su diminuto clitorís con la pincita.

Es verdad, no lo comprendía. Sor Natividad era vieja, fea, gorda y patizamba. Cierto, tenía un par de tetas descomunales que ningún hábito, por más ancho que fuera, podía disimular... Pero, no sé, de veras, me costaba un huevo comprenderlo...

La respuesta me la daría más tarde. Ahora, la pobre, bastante tenía con absorber las descargas erógenas que mi tratamiento le inflingía:

  • ¡Jiiiiiiiiiiihhh! - chillaba como una puerca, agarrándose con fuerza ambas tetas para que los pezones se le hincharan bien tirantes - ¡Ayyyyyyyyyyyyyyy! -soltó satisfecha por el punzante dolor que las dos pinzas en sus pezones le procuraban.

Me encantaba destrozarla de aquella manera. Tenía la impresión de estar tocando el piano a cuatro manos... Un piano que tenía muchas teclas pero que daba una sola nota:

  • ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH!

Largos, intensísimos, espectaculares... Así eran los orgasmos de Rosalía. Y después se quedaba como atontada, mirándome como si fuera una paralítica que acaba de recuperar la movilidad de sus piernas tras haber sido sumergida en una piscina de Lourdes.

  • ¿Qué? ¿Ya te encuentras mejor? -le dije mientras retiraba el material del tratamiento.

  • ¡Uff... qué barbaridad! -exclamó extasiada.

  • Bueno, bueno... Nuestra ausencia en el aula de estudio... Olvidada, ¿no? -le dije metiéndole dos dedos en el orto para recuperar mi Rexona que se había perdido como un supositorio en su recto.

  • Por esta vez... Pero... No te fies de Vera, créeme... Es un mal bicho.

Nos vestimos prestamente y ya en el pasillo que nos conducía al refectorio quise interrogarla sobre su relación con Sor Natividad:

  • Ahora no puedo explicártelo, Sandra... Debemos ir a cenar.

  • Va, Rosí... ¡Dime algo! ¡Sólo una de las marranaditas que te hace!

  • ¡Qué golfa eres, Sandra! Mira... Te diré que andas muy equivocada...

  • ¿Por...?

  • Porque la vieja Nati es una zorra sumisa... Las guarradas... ¡Se las hago yo!

  • Cuenta, cuenta...

  • Todo empezó el día en que nos descubrió a Sor Angustías y a mí en pleno delirio... Parece que tuvieron una larga conversación después, las dos y finalmente...

  • Te convertiste en su ama y señora...

  • Pues sí... Y aunque no te lo creas, es muy buena persona... No como la otra arpía...

  • Calla, calla... Si siempre me has dicho que te lo pasas bomba con la urraca... Que te pone a mil con sus azotes, pellizcos y demás torturas medievales...

  • Medie... ¿qué? -preguntó con cara de ceporrona.

  • Nada, nada, déjalo estar...

  • Si quieres... Un día podría invitarte a que vinieras conmigo a su despacho...

  • ¿Qué tiene de especial su despacho?

  • ¡Jajaja! Tiene todo lo que hace falta para someter a las niñas malas como tú...

Pero ya habíamos llegado al comedor y tuvimos que separarnos. Yo me fui a sentar al lado de Vera y Rosalía con las chicas de su clase, en mesas separadas. En una mesa adyacente, cenaban varias monjas. Entre ellas, Sor Angustias -que nos miró como si no nos viera- y Sor Natividad. Esta última levantó la vista hacia su ama y se la miró con cara de perro apaleado... Debería decir de lechuza aplastada pues, con esas gafas que llevaba (como las de las secretarias del Un, dos, tres... ¿os acordáis?), parecía, pues eso, una lechuza...

No había apenas puesto el culo en la silla que Vera me preguntó algo agresiva:

  • ¿Tú estabas liada con esa tía?

  • Sí, Vera... Sí... Lo estaba... -le dije poniendo una mano sobre su falda- ... pero ya no lo estoy, ¿vale?

  • Entonces... ¿por qué montárselo con ella? Y... -de nuevo me miraba con tristeza- ... delante de mis narices.

  • Vera... Dos cosas... No, tres... La primera es que haciendo lo que he hecho nos he evitado no sólo un castigo sino la expulsión definitiva del instituto...

  • Exageras un poco, ¿no crees?

  • No, no exagero... Al menos para mí... Estoy amenazada de expulsión y ... ¡Qué mas da! -proseguí algo enfadada por la reprimenda de mi amiga- Y segundo... Yo soy así, Vera... Soy una chica muy caliente, muy pero que muy caliente...Y Rosalía sabe cómo calmar mi fuego...

  • ¿Y tercero? - preguntó para evitar que le contara más detalles de nuestra viciosa relación.

  • Y tres... Que ahora estoy contigo...Que tú me gustas más que ella y que quiero por todos los medios hacerte feliz... ¿Te vale?

Asintió y se quedó en silencio. Cenamos tranquilas y tras la segunda hora de estudio y la ducha de rigor (no, no, no, pillines... ese día no pasó nada en la ducha, palabra de honor... De todas maneras no hubiera podido acercarme a Vera pues la Hermana Inés, una novicia recién llegada -demasiado mona para ser monja- no nos sacaba el ojo de encima) pudimos regresar a nuestra habitación.

Vera, enseguida que estuvimos dentro, se percató de los artilugios que había dejado sobre la cama. Los cogí sin decirle nada -prefería que fuera su imaginación la que diera a cada cosa su preciosa utilidad- y me fui a lavarlos en el pequeño lavabo que teníamos en el cuarto.

Mientras tanto, Vera se había desnudado y metido en su cama. Después de tener bien limpios los dos envases de desodorante, fui hacia mi cama, me desnudé y me tumbé en ella, sin taparme.

  • Sigue contándome, por favor...-le pedí suavemente.

  • No sé, Sandra... ¿Quieres?

  • Pues claro que quiero... Me has dejado en ascuas.

  • Pero si no sé ni por dónde iba...

  • Tu madre le estaba mamando la polla, divinamente, a ese desgraciado.

  • No lo digas así...

  • Si eres tú la que me lo has explicado así... Me has dicho, palabras textuales: "mi madre disfrutaba comiéndole la polla a ese tipejo".

  • ... - unos segundos de silencio de su parte para enseguida afirmar: - Eso es lo que pensaba yo... Sí, eso es lo que pensaba yo...

Volví a posicionarme como justo antes de la imprevista irrupción de Rosalía, con la cabeza sobre su vientre, mi oreja pegada a su ombligo, dejándome mecer por los gargarismos de sus intestinos completando la digestión de la cena y por el olor intenso a lavanda y flor de azahar que desprendía su fresca piel.

Le abracé los muslos dejando mi mano entre ellos. Así, Vera podía sentir la proximidad de mi caricia y mi mano captar el húmedo calor de su sexo...

  • Soy toda oídos, Vera...

Continuará...