El inquilino

Una historia real

Andaba yo buscando por Madrid; dada mi escasa ‘disponibilidad económica’; una habitación para alquilar, o algo similar, cuando vi este anuncio en un diario: “Matrimonio sin hijos alquila habitación para chica, con derecho a cocina”. Se adjuntaba un número de teléfono de contacto.

Desde luego no soy chica, pero como en muchos días no había encontrado una oferta parecida, decidí arriesgarme y llamar.

En principio me dijeron que preferían a una mujer, pero parece ser que como también andaban los propietarios apurados por el tema monetario, conseguí una entrevista para conocernos y hablar de las condiciones.

Cuando fui, el día y a la hora acordados, me encontré con un matrimonio joven; no pasaría de los 35 ninguno de los dos, se presentaron como Maribel y Andrés. Si bien al principio parecían un poco reticentes a alquilar la habitación a un hombre, al final parece que les caí bien y llegamos a un acuerdo. El precio era razonable, la habitación amplia y exterior, y la casa en conjunto acogedora. Además, me dijeron que tenía libertad para traer a alguna amiga cuando quisiera.

De forma que, para ajustar lo de los pagos, quedamos que me mudaría a primeros de mes, para lo que quedaban seis días. Tenía tiempo sobrado para recoger las pocas cosas que me iba a llevar de mi actual domicilio.

A los tres días recibí una llamada de Maribel diciéndome que ya tenían preparado el contrato de alquiler, que si podía pasar a firmarlo. Naturalmente dije que sí.

Cuando llegué a su casa; mi próximo domicilio; tardaron un poco en contestar a mi llamada al timbre de la puerta. Me abrió Maribel envuelta sólo e n una toalla de baño.

-Perdona la tardanza –Dijo-. Me has pillado en la ducha. Pasa, Andrés no está, pero los papeles están firmados, sólo tienes que firmar tú y quedarte con tu copia.

-Muy bien.

-Siéntate un momento –Me señaló el sofá-, mientras voy a buscar esos documentos.

Volvió l rato con los papeles en la mano, que dejó sobre la mesita auxiliar, y se sentó a mi lado. No se preocupó poco ni mucho de que la toalla no se deslizara a los lados de sus muslos, por lo que pude ver su sexo, depilado de una manera curiosa: el poco vello que le quedaba formaba una pequeña estrella. Ella se dio cuenta de mi mirada, pero hizo como si no le diese importancia. Para no seguir mirando, porque me estaba excitando, me puse a revisar y firmar los contratos. No obstante no pude evitar experimentar una erección y que mi pene formase un bulto considerable bajo el pantalón.

-Bueno –Dije-, ya está todo firmado.

-Sí. Toma, una copia es para ti

-Gracias. Creo que ya me tengo que marchar.

-¿Sí? ¿Tienes prisa? ¿No quieres resolver ese ‘problema’ antes? –Señaló el bulto en mi entrepierna.

Obviamente no iba a rechazar el ofrecimiento.

-¡A mí me encantaría!

-Pues yo te ayudo.

Sin más, se dedicó a desabrocharme el pantalón y hacer lo necesario para dejar mi polla al aire. Empezó a ‘calibrarla’ con la mano y dijo:

-¡Um! ¡Pues me encanta tu ‘problema’.

-¿Y tú tienes también ‘problemática’? –Pregunté poniendo mi mano entre sus muslos.

-¿Tú qué crees? –Respondió sonriendo.

En efecto, su coño estaba completamente encharcado, y desde luego no era por el agua de la ducha.

Me levanté, la cogí de las piernas y la tumbé sobre el sofá para meter mi cara entre sus piernas y ponerme a comerle el coño, a lamerle el clítoris y penetrarla con la punta de la lengua.

Era una mujer de las poco ‘escandalosas’. Sus gemidos eran más bien suspiros entrecortados, pero el movimiento de su pelvis era tan violente ante mis lamidas que, aparte de descolocarme con frecuencia, casi me hacía daño en la boca.

Al cabo de poco rato me dijo:

-¡No, no, para! ¡No quiero correrme! ¡Quiero que me dure! ¡Deja que te la mame yo a ti!

Para que no tuviese que ponerse en una posición incómoda, me puse a horcajadas sobre ella, sujetándome medio en vilo para no aplastarla, de tal forma que mi pene estuviese al alcance de su boca mientras masajeaba sus tetas con mis nalgas.

La mamada fue antológica. Sus caderas no dejaban de moverse arriba y abajo, como si me estuviese follando con el coño además de con la boca.

-¿Dónde quieres que me corra, niña? –Pregunté cuando sentí que no podía aguantar más.

-¡Córrete donde quieras cabrón!, pero métemela antes.

Sus palabras me demostraron que era de las que les gustan las palabras subidas de tono cuando está follando.

-¡Claro que sí zorra. Ponte a cuatro patas que te la voy a clavar hasta los huevos!

-¡Sí, sí, fóllame como a una perra!

Se arrodilló en el sofá con las manos en el respaldo, las piernas entreabiertas, ofreciéndome el culo y el chocho en todo su esplendor. De pie tras ella se la metí lentamente, pero hasta el fondo, la tuve allí quieta unos segundos antes de empezar a bombear.

No aguantó muchas arremetidas antes de gritar:

-¡Dame fuerte cabrón! ¡¡Me voy a correr como una cerda!!

Lo hizo en medio de movimientos casi epilépticos. Como yo no sabía su grado de ‘preparación’, se la saqué poco antes de eyacular y esparcí toda mi leche por su espalda. Se puso frente a mí para lamer los restos de semen directamente de mi polla.

Tras unos momentos de reposo y los inevitables cigarrillos, me dijo:

-No tengo ni que decirte que, previa llamada para que estemos, puedes ir trayendo tus cosas cuando quieras.

-De acuerdo, pero no van a ser muchas.

-Pues las traes de una en una –Respondió con un guiño.

Cuando me vestí me acompañó hasta la puerta sin ponerse siquiera la toalla.

Aprovechando la oportunidad que me había dado Maribel, y pensando en la ‘recompensa’ que allí me esperaba, volví todos los días llevando cosas pequeñas de las que no iba a dejar.

Como tenía que llamar previamente, me esperaba ya desnuda o con pocas cosas que quitarse; no sé si casualmente, nunca encontré a Andrés en esas visitas. Nada casualmente, cada una de ellas fue siendo más intensa y placentera en cuanto al sexo entre los dos.

Por fin, el día uno me trasladé definitivamente. Pensaba, obviamente, que viviendo allí no me iban a faltar oportunidades de seguir mi historia con Maribel, y no me equivoqué, aunque sí me llevé alguna sorpresa.

Cierto que al principio aprovechábamos las ausencias de Andrés para follar como locos, y yo pensaba que esa iba a ser la tónica siempre.

Con bastante rapidez me adapté a las costumbres de la casa, de forma que aquella noche; Andrés se había acostado, pues su trabajo le obligaba a levantarse muy pronto; estaba yo mirando, indolente, la televisión y Maribel vino a sentarse a mi lado con sendas copas en la mano.

Nada más dejar las copas sobre la mesa comenzó a desabrocharme la bragueta.

-Maribel –Dije-, que está Andrés.

-No te preocupes, no se despierta. Y es que estoy loca porque me la metas por el culo hoy.

-¿Te gusta eso? No sabía de esa afición tuya.

-¡Me encanta! Y que me toques el coño mientras me la clavas.

Como la situación, con el marido en la casa, me cortaba un poco, mi erección no fue tan rápida y firme como otras veces.

-Deja que te la lubrique un poco para que entre mejor –Comentó, y se puso a hacerme una de sus espectaculares mamadas. Cuando la tuvo ‘a punto’ se subió el vestido, se quitó las bragas y me cabalgó, según estaba sentado, dándome la espalda. Ella misma apuntó mi pene en su culo y se dejó caer para ir introduciéndoselo poco a poco, luego empezó a moverse arriba y abajo.

-¡Ay que gusto me da! ¡Estrújame el coño con las dos manos guarro!

-Si zorra. ¡Te lo voy a destrozar!

Afortunadamente no era muy gritona, pero ya se moví desesperadamente arriba y abajo mientras yo jugaba con su chocho totalmente empapado. No hacía más que repetir:

-¡Me corro! ¡Me corro otra vez! ¡Me corro! ¡Me voy a morir de gusto!

Yo también estaba a punto de correrme dentro de su culo cuando sentimos que se abría la puerta del salón…

Lógicamente no podía ser nadie más que Andrés. Me quedé tan cortado que sentí que mi erección cedía, pero ella no lo permitió, porque ignorando la entrada del marido siguió cabalgándome y gimiendo a más y mejor.

Sin duda lago debió notar Andrés en mi expresión, porque dijo:

-Tranquilo, sigue, no te cortes. Sabía que esto sucedería, ésta es tan viciosa que ya estaba tardando mucho en follarte. Sólo vengo a por un poco de agua y desaparezco de nuevo.

Como un gilipollas sólo se me ocurrió decir:

-Gracias.

-De nada. Me debes una. Cuando traigas a alguna amiguita déjame compartirla también.

-Claro -. Contesté sin tener siquiera idea de si alguna de mis amigas era partidaria de esos ‘juegos’ o no.

Aunque me costó un poco retomar el ‘ritmo’ cuando se retiró Andrés, la actividad de Maribel era tan frenética. Fueron dos horas de continuos orgasmos; ni siquiera me pidió irnos a mi cama, perece que el sofá es su ‘picadero’ favorito; con el morbo añadido de saber que el otro, cuando menos, estaba ‘al loro’.

Ni que decir tiene que a partir de aquella noche cambió totalmente la forma de nuestra relación. Como Maribel era realmente insaciable, ya no hubo día en que no nos montase una orgía, a su marido, a mí, o a los dos juntos. Se convirtió en más que frecuente vernos a los tres, ella en medio, ante el televisor, ‘manejando’ ella una polla con cada mano. Luego cada cual se la metía por el agujero que quedaba libre.

No obstante yo no olvidaba que su anuncio, en principio, solicitaba una chica para alquilarle la habitación, por lo que era consciente de que ambos esperaban de mí alguna ‘aportación femenina’, pero entre que tenía más que suficiente con lo que había en casa, y que no era capaz de proponerle a ninguna de mis amigas el tema del sexo colectivo, mi aportación no llegaba.

Sin embargo, la primera ‘experiencia’ no llegó con mi colaboración. Una tarde vino a visitarles una prima de Maribel, que aunque no vivía demasiado lejos, eran de esas relaciones familiares cuyos encuentros se distancian en el tiempo.

Desconozco, claro está, la trayectoria de la prima; Marta de nombre; en cualquier terreno porque era la primera vez que la veía, pero he de reconocer la tremenda habilidad de Maribel para levar las cosas al terreno que ella quiere.

Después de un rato de los clásicos: “¿Y cómo está María? ¿Manolo sigue en el paro?”, etc., la conversación empezó a derivar, como insensiblemente, hacia temas sexuales. Que si esto me gusta, que si esto me gusta más, que si cuáles son tus fantasías sexuales…

Como al hilo de la conversación, Maribel le abrió la bragueta a Andrés, le sacó la polla y se puso a meneársela como ‘al descuido’.

Marta abrió mucho los ojos, me miró a mí con una sonrisa como diciendo: “¿Qué es lo que pasa aquí?”, pero no hizo ningún otro gesto, pero a medida que iba pasando el tiempo; en el que la conversación, aunque más entrecortada, no se había detenido; se la notaba cada vez más inquieta.

-¿Qué te pasa Marta? –Preguntó Maribel-. ¿No te gusta lo que ves?

-Bueno yo…

-¿O te estás poniendo un poco cachonda?

-Pues… La verdad es que sí.

-Seguro que Luis también está como una moto. Hazle un ‘trabajito’ a él.

Me interrogó con la mirada y yo asentí con la cabeza. Se vino a sentar conmigo y de inmediato imitó a la otra sacándome el pene y masajeándolo suavemente. Yo le desabroche la blusa para poder acariciarle los pechos, pero el tejano que llevaba hacía más complicado el acceso a otras partes.

-Si vamos a seguir con este delicioso juego –Sugerí-. ¿No sería mejor que nos quitásemos la ropa?

-Buena idea –Dijo Maribel-. Pero Marta, cuando nos desnudemos te vienes con Andrés, que yo quiero hacerle una buena mamada a Luis.

-¿Y no sería mejor que continuásemos la fiesta en la cama? –Intervino Andrés por primera vez.

-Luego cariño –Replicó Maribel-. A mí me da más morbo seguir un poco aquí.

Yo no sé lo que le daría más o menos morbo a Marta, pero estaba ya disparada, en cuanto estuvo al lado de Andrés ya tenía su polla en la boca.

-Anda –Me dijo Maribel-, tócale el chocho a Marta mientras os la chupamos.

Me puse a hacerlo; aunque para que llegase a mi ‘destino’ tuviésemos que mover el sillón. Pero no estuve mucho rato, porque Marta empezó a gritar:

-¡Oh! ¡Necesito que me la metan ya! ¡O que me coman el coño!

-Vamos a la cama –Insistió Andrés- Al menos Marta y yo nos vamos.

-Sí venga, vamos todos –Accedió Maribel.

En cuanto llegamos a la cama, Andrés se la metió a Marta hasta el fondo entre gemidos de esta:

-¡Ay! ¡¡Ayyyy!! ¡Cómo me gusta tener una polla dentro!

Intenté hacer lo propio con Maribel, pero me dijo:

-¡No nene, no! ¡A mí métemela por el culo! ¡Sabes que me encanta!

Lo hice.

Marta se corrió al poco rato en medio de gritos desaforados. Maribel un poco más tarde, con su ‘estilo’ más silencioso, pero más convulso. Nosotros aguantábamos a duras penas. Intuíamos que se nos iba a exigir mucho más.

Ni que decir tiene que a lo largo de las cuatro horas largas que estuvimos follando, cambiamos de pareja con frecuencia. Marta, después de habérmela follado y provocado otro escandaloso orgasmo, me pidió que se la metiese también a ella en el culo. Hasta Maribel se decidió a comerle el coño a la amiga mientras ésta se la chupaba a Andrés y yo se la metía  ella.

Cuando, casi seis horas después, se despedía Marta, sólo dijo:

-Creo que tendré que venir a visitaros con mucha más frecuencia.

Sin duda que lo hizo en los siguientes meses. Incluso una vez trajo a una amiga suya a la que ya había puesto en ‘antecedentes’ de lo que eran las ¡meriendas en casa de los Castillo!

En definitiva, que el precio del alquiler estaba más que bien invertido.

FIN