El inocente Oscar
Disfruto de un culito monumental. El sexo tarda un poco pero merece la pena
Soy un joven profesor de instituto. Aprobé las oposiciones muy poco después de concluir la carrera. Soy homosexual confeso y sin mucha pluma. Me interesan la política, la cultura y la actualidad. Mi homosexualidad es un aspecto de mi vida completamente asumido y nadie cuestiona mi valía personal ni la calidad de mi amistad. Mis padres, familiares y amigos están orgullosos de mí y aceptan a mis parejas. Tengo mi cochecillo humilde y mi pequeño apartamento. Es decir: soy un chico normal y afortunado.
Físicamente no estoy mal. Soy un poco bajito pero tengo un cuerpo bonito según dicen. Tengo una sonrisa sincera. Un culo respingón. Un pene grueso y de un largo más que aceptable. No soy excesivamente masculino, pero tampoco soy en absoluto femenino. Prefiero ser amable y educado sin necesidad de hacer chulerías. Prefiero comportarme con caballerosidad y equilibrio. Ser un chico sencillo, sin sobreactuar ni interpretar papeles fingidos.
Una noche de fiesta en bares de ambiente viví un episodio desagradable. Yo iba con una íntima amiga mía que es como una hermana para mí y con un chico gay, llamado Ernesto, amigo de ella que a mí siempre me pareció un impresentable.
Al salir de un bar vimos a un inglés alto y guapo, con bastante pluma que andaba borracho perdido, dando tropezones. Tambaleándose de un lado a otro.
El impresentable Ernesto al que he hecho referencia empezó a reírse de él y el inglés, que parecía muy susceptible con el alcohol a punto estuvo de romper a llorar.
Entonces apareció un personaje mucho más terrible que el que iba conmigo esa noche. Supe, por la gente que había por allí que se llamaba Jordi.
Era muy atractivo. Corpulento. De piel morena y ojos verdes. Aspecto muy varonil. Vestido de modo "macarra".
Gritó a Ernesto:
-¡A ver si te queda claro, de un ligue mío nadie se ríe!, te voy a partir la cara, cabrón.
Había algo en su tono de voz, en su aspecto y el modo de moverse que lo hacía parecer temible.
El inglés lo miraba con devoción, como si se tratase de un héroe.
Ernesto le plantó cara y Jordi sacó una navaja.
Entre mi amiga y yo agarramos a Ernesto, que no atendía a la lógica y nos lo llevamos de allí. Arrastrándolo como pudimos.
Ambos se gritaban.
Con el tiempo olvidé ese incidente y otra noche de fiesta conocí a un chico maravilloso, Oscar, el protagonista de este relato.
Era un chico muy jovencito, que probablemente iría a la ESO todavía. Tenía el pelo castaño y rizado. Los ojos azules. Era delgadito y con la piel blanca. Tenía un halo de dulzura y de inocencia encantador.
En cuanto nos conocimos congeniamos genial. Era un chico con el que se podía hablar de todo. Alguien listo y sensible. A la par que guapísimo a mi parecer. Todos los hombres le miraban con ojos depravados, pero apostaría a que él no se daba cuenta de nada. Sonreía a todo el mundo con simpatía. Contento de hacer amigos.
Tras una interesante conversación sobre estudios y literatura intercambiamos nuestros teléfonos. Todo se mantuvo alejado de cualquier intencionalidad sexual por cualquiera de las partes.
Aunque yo esa noche regresé a mi casa sin poder quitármelo de la cabeza y dispuesto a averiguar más cosas sobre ese chico tan encantador y especial. Desde el primer momento comencé a enamorarme de Oscar.
Al día siguiente, charlando con unos amigos, recibí como un bofetón la noticia de que Oscar era el novio del macarra de Jordi.
La pareja no me cuadraba nada. Un tío tan vulgar como Jordi, que debía rondar los treinta y tantos. Que era un vicioso, cocainómano según supe. Y un guarro que se follaba a quien le daba la gana traicionando al inocente Oscar.
Me dijeron mis amigos que Oscar era algo así como el trofeo de Jordi. Que era su protegido y vigilado. Que nadie que no fuese él se atrevería a tocarlo.
Oscar aguantaba pacientemente todas las humillaciones de Jordi. Que alardeaba ante todo el mundo de que Oscar era su putita y lucía por el ambiente sus conquistas con descaro mientras Oscar permanecía en el piso que ambos compartían, sin salir casi nunca y siempre vigilado por Jordi o alguno de sus amigos.
La noticia me entristeció enormemente. Deseaba ayudar a Oscar. Enseñarle que podía encontrar a alguien mejor que Jordi. Pensando, tal vez ingenuamente, que podría mostrar a Oscar que yo era mucho más idóneo para él.
Pasó una semana y yo me encontraba de juerga con mi amiga. Estábamos tomando unas cañas, disfrutando de la amistad cuando sonó mi teléfono. Mi corazón se aceleró cuando vi el nombre de Oscar en la pantalla:
-¿Sí?
-Hola Pepe, soy Oscar.
Su voz sonaba muy apenada. Inmediatamente me di cuenta de que estaba llorando.
-Ya lo sé. Por favor dime que te pasa.
-Es que es largo de contar. Es por mi novio Jordi. Necesito hablar con un amigo. No tengo amigos en la ciudad. Pero no no quiero molestarte Pepe.
-¿Estás solo?
-Sí.
-Si quieres me paso por tu casa y me lo cuentas todo.
-Es que
-Venga, no te preocupes. Solo quiero que te desahogues y que no estés solo. Iré con una amiga que es un encanto. Estaremos los tres allí. Me cuentas lo tuyo y te hacemos compañía.
Me dio su dirección y en un momento estábamos en su piso. Era un lugar realmente bonito. Cerca de la playa. Los tres nos acomodamos en el salón. Oscar nos recibió con gran amabilidad. Tan dulce y cariñoso como es propio de él. Puso música de relajación.
Mi amiga quedó pronto impresionada con una planta de marihuana de flamante verde que había en la terracita y Oscar le ofreció fumar. Ella aceptó encantada y muy pronto estaba a lo suyo deleitándose en una punta del sofá mientras nosotros hablábamos quedamente en la otra.
Oscar me contó muy emocionado su vida:
-Estoy muy enamorado de Jordi. Por eso convencí a mis padres de que me dejasen venir a estudiar aquí y vivir en este piso, que es de ellos. Aquí estaría cerca de Jordi. Sin él me moriría.
Él no quería atarse a nadie, pero logré que aceptase venir aquí, a gastos pagados.
Aunque desde el principio puso sus reglas.
Yo no puedo salir si no es con su permiso y tengo que hacer todas las tareas domésticas, comprar etc.
Él en cambio se va de viaje constantemente con otros chicos. Le llaman al móvil a todas horas. Y yo sé que se va con sus amantes y eso me hace sufrir. Pero sé que es el único modo de conservarlo a mi lado.
Muchas veces llego de comprar o hacer otras tareas necesarias y me encuentro condones en nuestra habitación, o en el baño.
Otras veces encuentro ropa interior que no es suya.
Él ni siquiera se molesta en esconder nada.
Si le pido explicaciones se encoje de hombros y me dice que no le caliente la cabeza.
Ahora se ha ido de viaje con un chico y sé perfectamente a lo que va. Le supliqué que no se fuese, que se quedase a mi lado y llevásemos una relación de confianza y lealtad.
Pero se ha cachondeado de mí y se ha montado en el coche. Incluso escuché como acordaba una cita con su amante por teléfono.
A estas alturas del relato Oscar estaba muy afectado y se le saltaban las lágrimas de esos maravillosos ojos azules. Mi amiga se había quedado dormida en el sofá. Yo me aproximé a él y le abracé contra mi pecho.
Él seguía llorando mientras decía mi nombre.
A mí aquello me enternecía y deseaba ayudar a aquel chico que a pesar de ser inteligente era demasiado joven. Claramente estaban abusando de su inocencia.
Le besé dulcemente en la frente.
Él me abrazó más fuerte. Aferrándose a mí. Buscando protección.
Su calor comenzó involuntariamente a excitarme y mi pene comenzó a endurecerse.
La idea de besarle en los labios hizo que mi miembro diese pequeños saltos. El pantalón me oprimía. No me atrevía porque yo lo que quería era ofrecerle mi ayuda y no aprovechar la ocasión para tener a Oscar.
Pero él seguía llorando y abrazándome. Comenzó a introducir su mano bajo mi camisa, tocándome el pecho.
Aquello fue demasiado y le besé con furia en los labios.
Respondió apasionadamente a mis atenciones.
Dirigió su mano hacia mi paquete y le dije que me sacase la polla.
Pero él miró a mi amiga que dormía y me condujo de la mano a su habitación.
Parecía un santuario de Jordi. Estaba llena de fotos suyas y el suelo también repleto de ropa suya. En un rincón había preservativos usados tirados.
Oscar me aclaró que eran los que usaba Jordi con sus amantes.
Se agachó y me bajó los pantalones y los slips. Me senté en la cama.
Cuando me la cogió con su cálida mano sentí una indecible excitación.
Se situó de rodillas en el suelo. Mientras me miraba sus labios entreabiertos me sugerían placeres escondidos.
Dirigí, con mi mano sobre su cabeza, su boca a mi polla.
En el último momento parece que se fijó en una foto de Jordi que había junto a la cama y pareció reacio a metérsela.
Pero yo le presioné la cabeza preso de la excitación y abrió la boca.
Mi pene comenzó a entrar lentamente. Deslizándose por su lengua.
Empezó a subir y bajar con calma. Lamiéndolo entero. Probando el sabor. Parecía deleitarse. Suspiraba.
Con una mano me masturbaba mientras la chupaba. Y a veces dejaba de cogérmela y se la metía hasta el fondo.
Yo sentía que me iba a correr.
Así que le aparté y me puse de pie. Rápidamente le bajé las bermudas y los calzoncillos que llevaba y le puse de espaldas a mí. Lanzándolo sobre la cama. Tenía un culo precioso. Prieto. Con curvatura y piel tersa. Propio de su juventud.
Le separé las nalgas y acerqué mi pene a su agujerito.
Lo restregué por su entrada.
Me exclamó que antes le lubricase para no hacerle daño.
Escupí en mi mano y le introduje de golpe un par de dedos.
Gritó.
Le dije que no hiciese ruido para no despertar a mi amiga.
Me hizo caso y le pegué un pequeño cachete mientras le follaba con los dedos. Me ponía cachondo la idea de que a Oscar le iba la marcha. Quería dar la talla. Si no, nada explicaba que estuviese con Jordi. Me puse un condón que estaba en el suelo, dentro de mi cartera.
Se la metí con cierta brusquedad. No pudo reprimir un alarido de dolor.
Le entró hasta el fondo. Le culeaba rápido y sin compasión.
Él gemía. Más de dolor que de placer.
Sabía que estaba perdiendo el control. Que el modo en que me estaba comportando no era correcto ni propio de mí.
Le tomaba de la cintura mientras se la clavaba.
Me suplicaba que no lo hiciese tan duro.
Pero yo estaba enajenado. Sentía que me venía. Tenía el culito muy apretado.
El cuerpo entero de Oscar rebotaba contra la cama. Me iba a correr inminentemente.
La metía y la sacaba violentamente y mis huevos chocaban contra sus nalgas.
En aquel momento oí claramente como la puerta principal se cerraba bruscamente. Con los gritos no habíamos reparado en que la puerta se abría.
Todo esto ocurría en solo unos segundos, y mi orgasmo ya comenzaba.
Yo estaba con el pene dentro de Oscar, descargando leche. Unos pasos se precipitaron por el pasillo.
Escuché la voz de mi amiga alterada, hablando con alguien.
Oscar estaba con el culo en pompa y su cara, imagino de pánico, miraba hacia la puerta.
Yo le embestía mientras escupía un último chorro. A pesar de mi mirada perdida por el orgasmo descomunal que estaba teniendo podía ver la cara de Jordi. Alucinada. En el umbral de la puerta.
El macarra de barrio que presumía de ser un conquistador y un vicioso estaba viendo como me follaba delante de sus narices a su inocente novio.