El inmenso placer de compartir a mi mujer

En medio de su semiinconsciencia, Mary mimujer acompañaba con su cuerpo los embates que su primo Carlos le hacía con su gruesa verga mientars yo, masturbándome, los miraba trasnfigurado por el morbo y la emoción

EL INMENSO PLACER DE COMPARTIR A MI MUJER

"En medio de su semiinconsciencia, Mary mi mujer acompañaba con su cuerpo los embates que su primo Carlos le hacía con su gruesa verga mientras yo, masturbándome, los miraba transfigurado por el morbo y la emoción"

Los inicios

Conseguir una novia formal, se volvió una especie de obsesión para mi. Si bien disfrutaba haber seducido a mamá y teníamos los dos una intensa relación sexual llena de morbo y nuevas experiencias para mi, tenía claro que ella no me daría ese romanticismo con el que sueñan los adolescentes; además, eran cada vez más frecuentes sus manifestaciones de culpa. Era extraño como, cuando yo galopaba sobre ella y mis testículos chocaban contra sus nalgas, ella de pronto paraba para lamentarse por haber llegado tan bajo y estar engañando a su fiel marido con su propio hijo. Yo por mi parte, quería probar de qué estaban hechas otras mujeres.

Me aplicaba a fondo por entablar contacto con chicas; pero las que encontraba o estaban enamoradas o no me hacían caso o huían asustadas cuando a la menor oportunidad mis manos buscaban acariciar sus senos o su vulva o bailando les arrimaba impunemente la verga. Y justo cuando ya empezaba a perder las esperanzas, apareció Mary, una trigueñita dos años menor que yo que vivía en casa de mi amigo Carlos y a quien él acostumbraba llevar a las fiestas sabatinas.

Los papás de Mary eran de provincia y habían tenido que enviar su niñita desde temprana edad a vivir con la tía Luzmila en Bogotá, buscando para ella una mejor educación. La tía la acogió como una hija más y junto con Eduardo su marido, la integraron rápidamente a la cotidianidad de la vida familiar (Eduardo más de lo usual según supe recientemente).

Carlos, el hijo medio de la nueva familia de Mary, era ya desde entonces mi mejor amigo; estudiábamos en el mismo colegio, formábamos parte del equipo de fútbol del barrio y coincidíamos en muchos de nuestros gustos; él era el único que sabía que yo me comía a mi mamá lo que hacía que se la pasara rogándome que hiciera algo para que ella lo dejara culiarsela también a él. Confieso que lo pensé y juntos incluso hicimos planes para que él sedujera a Luzmila. De Mary no hablábamos mucho; a ambos nos parecía una muchacha algo bajita, flaca, de tetas pequeñas y no muy sensual, aun cuando Carlos no negaba que se le paraba la verga en ciertas ocasiones cuando ella circulaba por la casa ligera de ropas. Previa consulta con mi amigo del alma, decidí enamorarla.

Para mi fue una sorpresa lo fácil que resultó la conquista; era claro que ella quería tener su primer novio y yo era una buena opción. Poco a poco fuimos armando la rutina y después de los besos apasionados pasamos sin mayor preámbulo a las caricias morbosas. Mis manos se la pasaban entre sus calzones disfrutando su vulva velluda y totalmente encharcada; ella por su parte finalmente aceptó tomar mi verga entre sus manos y metérsela a la boca mientras mis dedos se hundían en su vulva y en su trasero. No me detuve en mayores cuestionamientos cuando mi verga se hundió en su sexo sin resistencia ni mancha alguna de sangre. Pensé para mis adentros que había sido yo con mis manos quien había acabado con su virginidad. Hace poco confirmé que Eduardo, con plena aceptación de ella, se la había culiado cuando tenía un poco más de 14 años.

Cada día que pasaba aumentaba nuestra pasión. Ella se cuidaba de manera rigurosa para no quedar embarazada pero no se negaba jamás a dejarse penetrar y disfrutaba masturbándome o haciendo que me derramara en su boca; lo hacíamos en cualquier parte, escapándonos de las reuniones, a escondidas, tras la puerta de la calle, en el baño, en fin, donde pudiéramos. Y fue entonces, luego de 4 años de noviazgo, que concluimos que estábamos hechos el uno para el otro y decidimos casarnos. Acababa yo de cumplir 22 años y recién terminaba mis estudios universitarios.

El matrimonio

Los primeros meses pasaron vertiginosamente, enfrascados en una sesión casi permanente de sexo y acomodamiento a la nueva vida matrimonial. Para mi Mary era perfecta y no podía existir mujer alguna que me diera tanto placer y tanto amor. Me permitía, incluso me pedía que la penetrara por su apretado culo alcanzando entonces orgasmos muy intensos tanto o más que cuando lo hacíamos por delante.

Pero vinieron los hijos, primero Liliana y casi enseguida Ricardo y el entusiasmo de ella se esfumó. Ya solo hacíamos el amor los fines de semana y muchas veces tenía que insistirle; el sexo anal se acabó, no hubo más mamadas y llegué a terner que masturbarme para poder terminar. Mary estaba siempre de afán, preocupada por los niños y parecía que a veces me soportaba con resignación. Yo en cambio mantenía mi fogosidad y quería a toda hora hacer el amor. Ante su indiferencia, frustrado, busqué de nuevo a mamá a quien no me comía desde que me sentí enamorado de quien era ahora mi mujer. Me costó mucho trabajo convencerla y algún día, casi la violé; ella finalmente cedió pero era claro que ya no existía ese morbo, ese entusiasmo que un día habíamos experimentado juntos y al derramarme dentro de ella fui consciente de que allí había acabado todo con mamá.

Los años fueron pasando y para compensar la pereza sexual de Mary, seduje varias de las mujeres que se cruzaban en mi camino. Hubo casadas, solteras, mayores, jóvenes, altas, bajas, en fin, de todos los matices. Pero me hacía falta más; quería experimentar cosas nuevas y sobre todo, quería demostrarle a mi mujer así fuera solo para mis adentros que ella no era la única mujer en el mundo que podía darme placer. Fue así como sin que Mary se enterara, seduje primero a Nora su hermanita menor, a Gloria y a Irma, sus mejores amigas en épocas distintas y a su tía Ana (hermana de Luzmila), quien vino de visita en alguna ocasión a nuestra casa. Era excitante esperar que mi esposa se durmiera para levantarme y con mucho y sigilo meterme en la cama de Nora, quien tenía entonces 18 años y había hecho un curso completo de sexo en su pueblo con el papá de su mejor amiga; nunca nos sorprendieron pero creo que Mary lo sospechaba y se hacía la desentendida.

Los niños crecieron; Liliana se convirtió en una mujercita deliciosa y para mi suerte se mostraba muy cariñosa conmigo. En más de una ocasión, aprovechando que dormía, me deleité deslizando mis manos por sus bien conformadas teticas y hasta logré alguna vez acariciar su deliciosa vulva por encima de sus calzones. Mary siguió igual y nuestros coitos se espaciaron aun más en el tiempo. Lo sorprendente era que con el tiempo su cuerpo había ido adquiriendo una forma muy atractiva que yo sabía bien llamaba la atención de los amigos lo cual despertaba en mi una cierta sensación de morbo y de satisfacción.

Solo cuando se tomaba sus tragos (lo que sucedía en raras ocasiones), Mary se excitaba y se animaba a mamarme la verga o a dejar que se lo metiera por detrás; sabiendo eso, intentaba casi siempre en vano emborracharla y terminaba frustrado, casi forzándola para que se dejara penetrar.

Carlos

Las cosas del destino llevaron a Carlos a vivir en otra ciudad y más por conveniencia que por otra cosa, se llevó consigo a Luzmila y a Eduardo. Mary y yo sentimos mucha nostalgia pero no podíamos hacer más que aceptar la realidad de las circunstancias.

Pasó un tiempo y un buen día recibimos la grata sorpresa de la visita de Carlos a nuestra casa. Cuando nos comentó que se quedaría en un hotel protestamos y sin esfuerzo lo convencimos de que se alojara en nuestra casa; al fin y al cabo los muchachos estaban de vacaciones el la finca de los abuelos y lo que había eran camas disponibles. Era emocionante tener conmigo a mi mejor amigo; no perdíamos oportunidad de encontrarnos y en una tarde organicé una salida con dos amiguitas de la oficina. En medio de los tragos, desnudos los cuatro en un cuarto de hotel, hablamos de la vida con nuestras mujeres y terminé confesándole mi frustración por la apatía de Mary en la cama. "Increíble que alguien cambie tanto" me dijo y esa frase, que sonó como una campana en mi cabeza, me hizo percibir que había una historia de mi mujer que yo había percibido siempre que existía pero que no me había atrevido a sondear.

Carlos se sinceró conmigo. Me confesó como cuando Mary tenía unos 15 años un día sin querer la descubrió con Eduardo besándose en la boca mientras sus calzones estaban en el piso y era evidente que la verga paterna hurgaba el sexo de la prima bajo su falda. Ellos no se dieron cuenta de la presencia de Carlos quien empezó a ver a Mary con lujuria. Intentó de todo con ella sin éxito y no fue capaz de lograr más que algunos besos y la tolerancia de una que otra caricia íntima y cuando ya estaba logrando mayores avances, aparecí yo y él decidió hacerse a un lado. Mi primera impresión fue de sorpresa y desconcierto, seguida de una creciente excitación al imaginarme a Eduardo desvirgando su sobrinita política. Me sentí reivindicado por mis deseos sexuales por mi hija, concluí que Mary no era mejor que yo y decidí que debería intentar compensar a Carlos por su lealtad.

Las cosas se dieron más fácil de lo esperado; para el sábado en la noche Mary cocinó espléndidamente para los tres y sin objeción alguna aceptó acompañarnos en los tragos. Ella se estaba emborrachando y eso significaba una faena de sexo que ya me excitaba, más aun después de lo que había sabido por Carlos. Puse entonces música alegre y casi empujé a Carlos para que sacara a su prima a bailar; ya para entonces ella no coordinaba claramente sus movimientos y con una sonrisa perdida en su cara, no puso objeción cuando él la apretó a su cuerpo presionando contra su muslo la verga ostensiblemente abultada. La escena aumentó aun más mi morbo; y a sabiendas de que mi mujer había ya pasado su límite de alcohol, le serví un par de tragos más, con lo cual ella traspasó us límite y dando tropezones se dirigió a la alcoba.

Carlos y yo seguimos un rato más y terminamos hablando de Mary y de lo sensual que se veía así borracha, sentándose desabrochadamente, mostrándonos sus calzones mientras reía casi sin motivo. Midiendo su reacción, le dije entonces a mi amigo que no aguantaba más y que me proponía culiarme a mi mujer hasta el cansancio. Su mirada alerta era lo que yo esperaba y entonces sin rodeos le dije que iba a dejar la puerta de la alcoba abierta por si él quería mirar un rato. "Vale" me contesto, ambos nos dirigimos al dormitorio.

Mary estaba dormida profundamente; mientras me desnudaba intenté despertarla sin éxito, obteniendo de ella solo un par de gruñidos ininteligibles. La luz de la calle que entraba por al ventana daba suficiente visibilidad y podía ver a Carlos expectante, semiescondido tras la puerta. La destapé y pude ver que no usaba piyama, y vestía solo ropa interior. Me hice a un lado para que mi amigo la contemplara al tiempo que procedía a quitarle sus calzones y a abrir el broche frontal de su sostén dejándola totalmente desnuda. Ver a Carlos masturbándose aumentó aun más mi excitación y abriéndole las piernas le clavé mi verga en su vulva que para mi sorpresa estaba bastante lubricada. A pesar de que la penetré sin cuidado alguno, incluso acomodándola para que Carlos tuviera una visual más explícita, Mary solo se despertaba por instantes y volvía a desmadejarse. Entonces, levantando sus piernas, la acomodé y metí mi verga en su húmedo culo que no opuso resistencia alguna; mi amigo entre tanto, midiendo la situación se había acercado al borde de la cama y acariciaba las tetas y la vulva de mi esposa sin dejar de masturbarse.

No aguanté más y descargué un chorro de semen en su ano, cayendo exhausto al lado de Mary quien continuaba totalmente dormida. No perdió Carlos ni un segundo; cuando abrí mis ojos ya estaba encima de ella penetrándola. En medio de su semiinconsciencia, Mary mi mujer acompañaba con su cuerpo los embates que su primo Carlos le hacía con su gruesa verga mientras yo, masturbándome, los miraba transfigurado por el morbo y la emoción. Le sugerí a Carlos que intentáramos penetrala los dos al tiempo y colocándome paralelamente al lado derecho de ella, levanté su pierna y acomodándome la penetré por detrás; su culo estaba totalmente lubricado por mi semen. Carlos entre tanto, semi acostado sobre ella, la penetró por la vulva.

Nos vinimos casi al tiempo; Mary, en medio de su inconciencia, se estremecía haciendo evidente que su cuerpo aceptaba plenamente el estímulo. Carlos sin decir palabra se fue a su cuarto y yo quedé dormido enseguida. Al otro día, Mary comentó que no recordaba nada pero que era evidente que me la había gozado por todos lados y estaba llena de pegotes de semen. Le respondí que efectivamente yo me había excitado mucho viéndola bailar tan sensualmente con su primo y que casi tuve que arrancarla de sus brazos para poderla traer a la cama. Y terminé diciéndole que lejos de sentir celos, me había excitado mucho verla disfrutar con otro. Ella rió con agrado.

Había empezado mi propósito de lograr que Mary fuera conscientemente mi mujer compartida con su primo.