El inicio de una aventura interminable

Mi preocupación por una compañera de trabajo me introduce en un mundo nuevo

Desde hacía mucho tiempo Ana me tenía loco por sus huesos. Dos años compartiendo despacho en la oficina, con su mesa frente a la mía y llevando la misma carpeta de clientes, nos habían hecho estar muy compenetrados en todo porque ella era una persona a la que le gustaba compartir su éxito y trataba de asumir en solitario sus responsabilidades. Morenita preciosa de pelo largo y ojos verdes, tenía unos pechos pequeños pero muy bien puestos, un culo perfecto y un cuerpo más perfecto aún si cabe. No es que la hubiera visto desnuda, es que en esos dos años y sobre todo en la época estival, me había permitido robarle imágenes de sus pechos sobresaliendo de su sostén cuando se agachaba o ver su sexo depilado transparentado a través de sus braguitas cuando se descuidaba y dejaba las piernas abiertas debajo de la mesa del despacho. No le conocí relación estable en todo ese tiempo y siempre me hablaba de amantes esporádicos pero de nada fijo. No os imagináis las ganas que tenía yo de ser uno de esos amantes aunque me apeteciera tener algo más con ella.

Nuestra relación era casi perfecta. A mi solo me faltaba tener relaciones con ella para que se convirtiera en la mujer más importante de mi vida porque, aunque fuera una compañera de trabajo, la intimidad y la confianza mutua que teníamos, era más propio de pareja que de compañeros.

Un lunes llegó con los ojos rojo y le pregunté que es lo que le había pasado y ella me dijo, claramente mintiéndome, que era la alergia. Le dije que si le podía servir de anti congestivo que solo tenía que pedírmelo. Ella rio y se fue al baño. Estuvo el resto de la semana distante rehuyendo la conversación y solo compartimos unas palabras de cortesía en toda la semana.

El viernes, a eso de las 12 de la mañana, recibió una llamada telefónica  que la puso nerviosa y después hizo que se le saltaran las lágrimas. Colgó y salió del despacho. Al cuarto de hora, como no volvía, me levante y me fui al baño de señoras. Entre vigilando de que no me viera nadie y miré debajo de las puertas de los baños hasta que vi sus zapatos y sus braguitas bajadas a la altura de los tobillos.

– ¿Ana? ­– La llamé haciendo como si no supiera que ella estaba tras esa puerta­- Ana! –Repetí.

Ella no contestó pero la escuché moverse y pulsarla cisterna, pestillo, cerradura y salir mirándome con los ojos rojos. Sin decir nada se fue hacia los lavabos, se lavó la cara y después de mirarme, me dijo:

–  Vamos al despacho.

La seguí a través de los pasillos hasta llegar a nuestro despacho, ella se quedó tras la puerta y al pasar yo, la cerro y echó el pestillo.

– Me he metido en un lio y no se como salir- me dijo mirándome con los ojos llorosos

– Que es lo que te ha pasado y como te puedo ayudar a solucionarlo – le dije

– Trataré de contártelo desde el principio e intentaré no dejarme nada atrás-Comenzó a contarme tratando de cortar el inminente llanto-El sábado salimos Carmen, Luisa y yo - Estuvimos como siempre por el centro de copas y a Carmen, excitada con las copas y una rayita que se había metido, nos propuso ir a un bar de ambiente del que le había hablado muy bien. La seguimos callejeando y acabamos en la entrada de una casa que parecía particular. Ella llamó al portero y escuchamos la voz de una vieja que nos increpaba por molestar a esas horas de la noche. Nos pusimos las dos a reír pensando que se había equivocado pero, en vez de darse la vuelta y reírse o ruborizarse, le habló a la vieja por el portero

–  Venimos tres de parte de Poli.

A los pocos segundos sonó como el porterillo habría la cerradura de la cancela y del portón de madera tras ella. Luisa y yo nos quedamos de piedra y ella se volvió y se rio con desaire

– Pero venga chicas, no os quedéis ahí pasmadas ­– Y comenzó a entrar en la casa.

– La seguimos y cuando pasamos la puerta entramos en una casa antigua con decoración victoriana todo en colores burdeos y maderas oscuras. Alumbrado por unas pocas velas la estancia estaba en penumbra pero Carmen andaba pasillo adelante como sabiendo donde iba. Pasó unas escaleras de largo y, bajo estas, había una pequeña puerta de madera. Parecía una película de miedo pero como Carmen iba tan segura y con la inhibición del alcohol, la seguíamos sin preguntar. Entramos por la puerta y bajamos una escaleras de madera que crujían bajo nuestros pies a cada peldaño que bajábamos, otro pasillo y dos puertas más hasta que llegamos a un gran hall que se iluminó automáticamente cuando entramos en el. Frente a nosotras había una puesta y justo encima de ella había una cámara de video que nos vigilaba. A los pocos segundos sonó la apertura electrónica de la puerta y la hoja de esta se entre abrió. Carmen desapareció tras ella y Luisa y yo no nos atrevimos a entrar. Nos miramos, miramos el recorrido que acabábamos de hacer y hacia la puerta. Mirándonos otra vez y sin decir ni una palabra, las dos pensamos que ni por asomo volvíamos a pasar por aquella casa solas y que parecía más atractivo y seguro entrar por esa puerta.

Sus ojos verdes reflejaban un miedo frio y profundo. Continuó relatando

– Entramos en una zona oscura que había tras la puerta y el silencio se transformó en música disco. Pero se escuchaba como si proviniera de detrás de la pared. La puerta se cerró de tras de nosotras en un estruendo. La oscuridad fue absoluta. Poco a poco nuestros ojos se fueron acostumbrando y pude vislumbrar una línea horizontal de luz delante de nosotras, a ras de suelo y a unos pocos metros. Anduve hacia la luz con los brazos extendidos pero Luisa la alcanzó antes que yo y zas, una luz cegadora y el estruendo de la música irrumpieron de golpe en la otrora oscura estancia. Me quedé allí un rato pensando si realmente tenía ganas de entrar en una disco a esas horas de la madrugada, por las horas que eran podría ser perfectamente un after. Al poco tiempo me decidí y me encaminé de nuevo hacia donde había desaparecido Luisa. Palpé con las manos hasta que encontré el corte de las dos velas y traté de descorrerlas. La música y la luz inundaron la estancia otra vez y dando un paso más entré en una sala de fiesta atestada de la gente más vario pinta y extraña que mis ojos pudieron distinguir, ya que la luz centelleaba y se apagaba y todo el mundo bailaba apelotonada. Carmen apareció por detrás.

– Por ahora solo parece una noche de fiesta más Ana.- La interrumpí dibujando una sonrisa en la cara para ver si ella se relajaba un poco pero, lejos de conseguir esto, comenzó a llorar otra vez.

La abrace y trate de consolarla. No se como sucedió pero nos miramos y nos fundimos en un beso largo y húmedo  que yo había estado soñando desde el día que la vi.

De un salto se separó de mí y comenzó de nuevo a llorar agachando su cuerpo y tapándose la cara con las manos.

Perdóname, no se como he podido ser tan insensible- Le suplique

Un todo de mensaje recibido sonó en su móvil que ella leyó.

Perdóname tú, por involucrarte en esto – Dijo entre lágrimas de nuevo.

La estreche entre mis brazos y la calmé un poco. La besé en la frente y le pedí que me siguiera contado, que podía contar conmigo. Ella tomó aire y prosiguió.

– Bailamos como posesas al ritmo frenético de la música. Me extrañó que nadie bebiera salvo agua. En medio dela pista la gente bailaba pero, según te ibas apartando un poco veías a parejas que se besaban y manoseaban con el mismo frenesí que los que bailábamos y me pude fijar que en las zonas más alejadas de la pista, en unos apartados, había grupos de ellos desnudos practicado sexo. Pequeñas orgías en las que no había discriminación entre heteros y homos. Todos con el frenesí de la música, se devoraban los unos a los otros y copulaban sin distinción de sexos. Al ver esto busqué a Carmen para que me sacara de allí pero al darme la vuelta estaban Luisa y ella besándose. ¡Imagínate a mis dos amigas de universidad, heterosexuales, que nos habíamos enrollado siempre con tíos, comiéndose la boca delante de mí! Es más, se besaban y se metían mano. Ambas me miraron con los ojos entornados y dedicándome media sonrisa, prosiguieron besándose y sobándose. Busque la puerta para salir de allí. Desorientada por las luces, la música y el alcohol, empecé a agobiarme, todo daba más y más vueltas a mí alrededor y sin saber como, me topé contra un mostrador en el que no había camareros. Sobre la barra había cubos de zinc con botellas de agua sumergidas en agua nieve, que los que estaban allí iban cogiendo a discreción. Tomé una y me bebí parte de ella echándome el resto por la cuna y enjuagándome la cara. Mi sensación de agobio se hizo más tenue y trate de pensar con más claridad cuando una arcada me sobrevino y, para no echarla allí, me deslicé por encima de la barra hasta dejarme caer en el otro lado dejándole al dueño las copas y parte de la cena de esa noche allí. – Esbozó una sonrisa pícara y continuó. Al fondo de la barra vi una puerta y me dirigí hacia ella.

Sonó su teléfono móvil. Se quedó petrificada en cuanto vio el número de quien la llamaba.

– Son ellos – Pudo decir.

Se alejó un poco de mi y tras descolgar se colocó el auricular cerca de la oreja. Escuchaba y asentía sin mutar el gesto de su cara…. A los pocos segundos colgó.

– A las 10 de la noche tengo que estar allí. – Dijo

– Pero ¿Quiénes? ¿Dónde tienes que estar? – Mis palabras se perdían en el aire por que ella, su consciencia, ya no estaba conmigo.

Traté de hacerle reaccionar pero estaba en estado de shoK. A penas quedaban una hora y medía para irnos a casa y viéndola en el estado que estaba cogí todas sus cosas, las metí en su bolso y la saqué de la oficina tratando de que pareciera una situación lo más normal posible, despidiéndome de los compañeros y saliendo sin dar explicaciones hacia el ascensor. Bajamos al parquin y la metí en mi coche sentándola en el asiento de atrás. Me metí en el coche y conduje a su casa, pero cuando estábamos llegando, vi un coche aparcado en su vado y pasé de largo. No se si estaba paranoico por la situación pero me pareció una situación muy sospechosa, así que conduje hacia mi apartamento. Cuando llegamos, empecé a buscar aparcamiento y vi a un par de tíos metidos en un coche idéntico al que había visto en casa de Ana. Hasta vestían igual que los otros. Sin saber que hacer conduje un rato hasta meterme en el parquin de un centro comercial junto a mi bloque y aparque en la zona más aislada que pude cerciorándome que nadie nos había seguido. Apagué el coche y traté de relajarme para buscar una solución….

– Abrí la puerta y vi a dos tipos que manipulaban una serie de grifos de espaldas a mí. –  De repente comenzó a hablar. – Supongo que como la puerta tenía lamas, la música y la luz la entraban de igual manera ya estuviera la puerta abierta o cerrada, y no se percataron de mi presencia. – Estaba continuando la historia desde el mismo punto en el que la había dejado, como si el tiempo transcurrido desde que salimos de la oficina hasta llegar ahí, no hubiera existido.

Perdonad , les dije. Al escucharme uno de ellos, el más alto, se dio la vuelta y extendiendo el brazo me gritó: Fuera de aquí

Me di la vuelta de un salto y a la que salía me percataba que la música había subido de volumen y de ritmo, y que la gente miraba al techo levantando las manos y los brazos como si esperaran algo. Un relámpago de luz y del techo empezó a caer un líquido anodizado sobre todos los que estábamos allí. Parecía los sistemas de refrigeración que se utilizan en las terrazas exteriores en época estival. Como tu sabes – me interpeló– a mi eso me da una aprensión terrible y mi instinto me hizo dar un paso hacia delante, metiéndome debajo de la barra para no mojarme.

Cuando creí que ya había parado puesto que no veía que tras la barra cayera nada, salí de debajo de esta y lo que vi me sobrecogió.

Los presentes se iban quitando la ropa que les quedaba y se entregaban a cualquiera que tuvieran a su lado. Hombres y mujeres se besaban, tocaban lamían, buscaban un hueco en el suelo para dejarse caer, para penetrar o ser penetrado. Felaciones, cunnilingus, sexo anal tríos….. Junto a mi un tipo cogió a una mujer de unos cincuenta, la puso sobre la barra y le metió la cabeza entre las pierna y le empezó a comer su sexo pero, al cabo de un instante, paso otro tipo que se colocó por detrás de este y empezó a darle por detrás. Lo extraño es que ni se inmutó. Al cabo de un momento la luz de la sala se hizo mas estable y se iluminó casi por completo y, entre todas esas escenas de sexo pude ver como en el techo y en las paredes había cámaras que presumí estaban gravándolo todo. Busque a mis amigas en aquella orgía descomunal y lo que encontré fue una salida de incendios en la pared situada en el otro extremo de la barra. De repente sentí que me agarraban fuertemente por el brazo y escuché detrás de mí una voz en grito que me ordenaba que no me moviera. Me sonó como el disparo de salida de una carrera de atletismo porque, zafándome como pude, salí corriendo por la barra del bar y atravesé las puertas de salida accionando la barra anti pánico. Anti pánico – Dijo interpelándose a sí misma dejando en su boca una mueca que describía ironía. – Al que se le ocurrió ese nombre tendría que saber exactamente la sensación que se tiene al enfrentarse a una puerta cerrada en una emergencia.

En ese momento se volvió a callar y temí que volviera a sumirse en el estado de vacío que había estado. Así que le pregunté para que reaccionara:

– ¿Y que encontraste al salir?

– La libertad…. Un callejón oscuro al que se accedía por unas escaleras que subí de tres en tres peldaños para terminar en una reja que, gracias a dios, estaba abierta y corrí y corrí, como si mi vida dependiera de ello.

– ¿Y que más pasó?

– En mi carrera atropellé a un taxi en el que me metí ante el incrédulo gesto del taxista y le espeté mi dirección. Ya no recuerdo nada más de esa noche excepto a mí, mojada en la ducha con la ropa puesta, procesando en mi cerebro las escenas de sexo grabadas en mi retina.

– Por lo que me cuentas es una noche un poco movidita y, la verdad, muy extraña, pero eso no explica el porqué de tu reacción temerosa a esa llamada que has recibido hoy, ni tu comportamiento distante y evasivo toda la semana…

Tras un breve silencio ella continuó

–  El domingo por la noche recibí una llamada a mi móvil. Era Luisa y como tal cogí el teléfono con emociones encontradas pero con curiosidad de saber como estaba. Después de preguntarle sin dejar que hablara, la voz que me contestó era la de un hombre. Daría mi mano derecha si esa voz no era la del hombre alto que me echó de aquel cuarto y que me ordenó que no me moviera tras la barra del bar.

– ¿Y que te dijo?

Luisa te echa de menos. Te está esperando junto con Carmen a ti sola. Sola, ¿entiendes? Sola. Y colgó. No sabía a quien acudir ni que hacer pero ese “sola” que me había recalcado me ha hecho ser incapaz de contárselo a alguien. Llevo toda la semana llamándolas y no me contestan. En sus trabajos me dicen que han llamado y que se han tenido que coger la semana una por enfermedad de la madre y la otra por vacaciones que ya tenía programada. – Su voz se tornaba desesperada – Esta mañana me ha llamado otra vez ese hombre y me ha dicho que esta noche vaya a la casa del otro día y pregunte por Poli. Y cuando te estaba contando la historia me ha llegado este mensaje.

Me ofreció el móvil. Lo cogí y leí el mensaje que aún tenía en pantalla. Ven con Carlo, ponía.

Trató de hablar pero la interrumpí.

– Vamos a hacer lo siguiente. Nos vamos a ir a comer juntos a mi apartamento. Allí comemos y, después de vestirme, nos vamos a tu casa a que te arregles y vamos a solucionar esto de una vez.

Ella asintió.

Hicimos lo que había planeado pero casi no hablamos en todo el día. Comimos en mi apartamento, me arregle después de estar los dos un rato echados en el sofá tratando de relajarnos, nos dirigimos a su casa y la esperé a que se arreglara. Me extrañó no haber visto nada sospechoso ni cerca de su casa, ni cerca de la mía, ya que en el estado de desconcierto que estaba cualquier cosa me hubiera parecido alarmante.

Cogimos un taxi que nos llevó al centro y, después de callejear un poco se paró en la cancela de una casona vieja. Lo que aconteció después fue exactamente como ella lo había descrito en  su paso la vez anterior. La voz de la vieja, las puertas, el pasillo mal iluminado por velas, la bajada por la escalera hasta llegar a la estancia en la que estaba la puesta con la cámara. Esta vez y a diferencia con su relato, la puerta estaba abierta. Entramos. Iba esta vez yo delante. Descorrí las cortinas para pasar a una sala grande completamente a oscuras excepto por un haz de luz que la iluminaba en una circunferencia. En apariencia estaba vacía y ambos anduvimos de la mano dirigiéndonos como dos polillas hacia la luz. Nos paramos justo debajo intentando otear que es lo que había allí. El sonido de nuestras pisadas reverberaba en un eco que me hacían tener la impresión de que en ese lugar no había nadie. No me atrevía a hablar cuando, de repente, se iluminó un lado de la estancia en la que estaban Luisa, Carmen y un par de tipos acompañándolas.

– Son ellos – Me dijo Ana

La actitud y la gesticulación de sus gestos no aparentaban que las dos mujeres estuvieran cautiva. Carmen llamó a Ana y se acercó hacia donde estaban ellos cuatro con paso tranquilo, como si no quisiera despertar a la bestia. Después de hablar un rato se acercó a mí con expresión incrédula y de indignación pero, antes de que pudiera empezar a contarme que es lo que había pasado allí, del techo empezó a caer un líquido anodizado en finísimas gotas que nos mojaba y que la hizo callar tratando de buscar cobijo.

Respiré sin pretenderlo aquel líquido vaporizado y en menos de diez segundos estaba mirando a Ana con lascivia. Otros diez segundos más tarde y nos besábamos apasionadamente, sin ningún tipo de inhibición, comenzábamos a desnudarnos tocándonos y buscando el sexo del otro. Besé esas preciosas tetas, mordí su carne, sus glúteos, sus muslos… dejándonos caer al suelo. Busqué su sexo con la boca mientras mis manos subían a buscar sus tiernos pechos y los sobaba mientras trataba de dejar ese manjar de dioses sin líquido elemento. Se retorcía a cada movimiento de mi boca en un baile espasmódico desenfrenado. Me cogía del pelo para que se lo comiera como a ella se le antojaba en cada momento dirigiéndome hacia su placer. No se si llego a correrse en mi boca henchida de placer y buscando algo más, de deslizó por debajo de mí, mientras recorría con mi boca el camino inverso centímetro a centímetro hasta llegar a su cuello y presentaba la punta de mi polla a las puertas de su sexo. Se abrió más de piernas, me abrazó por la cintura con ella y, cerrándolas sobre mí, se la introdujo suavemente hasta tocar fondo. Un frenesí recorrió mi espalada con ganas de follármela hasta reventarla, pero era ella con la fuerza de sus piernas que me apresaban, la que iba marcando el tiempo de mis envestidas. Dios, placer infinito… Entrando y saliendo de ella, acariciando lo que me permitía el suelo de su maravilloso culo, comiéndome su cuello, pechos, cara, hombros, axilas….. Y de repente entre gritos de placer, se abrió completamente de piernas para mí, para que me la follara a mi antojo, para reventarla de placer…. Que iluso, en pocos segundos me crujió el alma derramando toda mi leche dentro de ella en el orgasmo más intenso y maravilloso que había tenido jamás. Aun así no podía dejar de amarla atemperando el ritmo a la vez que mi orgasmo se desvanecía por el cansancio y por el frenesí del mejor encuentro sexual que había vivido en mi vida. Me eché como pude a su lado jadeando, buscando aire para satisfacer mi necesidad de oxígeno y caí en un sueño ligero hasta dormirme profundamente. Nos despertamos prácticamente al unísono. Solos. Cualquier signo de preocupación se había borrado de su cara, que volvía a estar radiante y feliz.

– Vistámonos y vayámonos de aquí. – Me dijo mientras comenzaba a recoger su ropa.

No me arrepentía de nada y me sentía pleno y, aunque tenía dudas sobre lo ocurrido, no se cernía ninguna sombra por mis pensamientos.

– ¿Qué es lo que ha pasado?¿Que te han contado? – Pregunté tranquilo.

– Acompáñame a casa y allí te cuento.

Continuará

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