El inicio de mi castidad (5)

Celia se presenta en casa de mi Señora

Llevábamos un tiempo ya levantados. Yo algo más, puesto que me tuve que levantar a preparar la casa, que jamás había estado tan limpia como ahora, y Ella bastante menos. Ya había tenido su ración de sexo matutino, mientras yo me quedaba, como todos estos días caliente, muy caliente. Ella estaba tranquilamente leyendo y yo, dándole un masaje en los pies que, según ella estaban doloridos de tanto usar los zapatos de tacón alto en casa. Fue entonces cuando sonó el timbre de la puerta.

  • “¿Quién será?” se preguntó. “Anda, entra para dentro, que no te vean”

Salió a abrir. Era su amiga Celia.

  • “Hola Raquel. Mira, he salido a comprar el pan y me he dicho. ¡Qué carajo! Voy a ver qué es eso tan importante que me tiene que contar mi amiga”.

Entró hacia el salón.

  • “Oye, chica, qué elegante para estar confinada. Casi diría yo que estás guerrera. ¿He interrumpido algo? Por cierto, ¿dónde está Jorge?”

Celia, como siempre, era un torbellino.

  • “No, para nada. No has interrumpido nada”

  • “Pues cuéntame” le dijo a mi Ama mientras se sentaba en el sofá

  • “No sé si debería decirte nada ahora. Aún no es definitivo. Esperaba contarte cuando terminase el confinamiento...”

  • “Tía, es que no me he podido contener. Y como vivimos tan cerca. Desembucha”.

Yo estaba en la habitación contigua, escuchando excitadísimo. Muy, pero que muy excitado. Mi polla había comenzado una erección que la jaula había impedido. Me parecía algo súmamente humillante y caliente estar así, desnudo ante mi Ama y su amiga, con el cinturón de castidad, el plug, el collar de esclavo…

  • “Creo que es conveniente dejarlo para otro día. A no ser que...”

Ella misma se extrañó cuando me vio aparecer, acercarme y arrodillarme junto a Ella.

  • “A no ser que él mismo se descubra”

  • “¡¡¡Tía!!! ¡¡¡Qué fuerte!!!” fue lo único que Celia pudo decir al ver la estampa.

  • “Pues sí, Celia. Estamos viviendo un momento de alto contenido sexual. Estamos viviendo el inicio de una relación de dominación y sumisión, basado en su castidad. Estamos todo el día calientes y excitados. ¿Verdad que sí, cariño?”

Asentí.

  • “El siempre ha sido un poco sumiso. Alguna que otra vez habíamos jugado al Ama y al esclavo. Incluso en una ocasión estuvimos un día entero. Pero nada como esto. Este cacharrito” dijo mientras cogía mi polla encerrada “es realmente maravilloso”

  • “Y la llave...”

  • “Sí” levantó la pierna para dejar ver la cadena del tobillo de la que colgaba la llave. “La llave en un sitio que le recuerde dónde debe de estar”

  • “Tía...” Parecía que por primera vez en su vida Celia había perdido el habla.

  • “Tener su miembro encerrado es algo muy eficaz. Lo mantiene siempre caliente y siempre dispuesto a hacer lo que le pides. Sumiso, muy sumiso. ¿Verdad, cariño?”

Asentí nuevamente

  • “Pero… ¿por qué no habla?, preguntó Celia.

  • “Porque no le he dado permiso. Porque no se lo he ordenado”

  • “Qué fuerte, Raquel”. “¿Puedo?” el tono de Celia cambió en un instante

  • “Claro, Celia. Ahora que él se ha delatado, puedo compartir mi propiedad contigo”.

  • “Bésame los pies”, me ordenó Celia.

Con mi polla a reventar ante la excitación y la humillación, me acerqué a ella y me postré a sus pies para besarlos. Enseguida quitó uno y lo colocó sobre mi cabeza, y acto seguido el otro. Me había convertido en su reposapiés.

  • “Es extraña esta sensación. Es una sensación de… de poder infinito. Me gusta. Me gusta.” hizo una breve pausa. “Oye, tía, y le castigas también”

  • “Pues claro. A parte del castigo de no poder correrse en todo el día, cuando lo creo conveniente no me queda más remedio que azotarlo, Se trata de que poco a poco vaya aprendiendo quién manda. Aunque creo que lo tiene bastante claro ya”

  • “Raquel… ¿Y eso que le sale por el culo…? ¿No me digas que también…?

Jajajajaja, rió mi Ama.

  • “Es otro de los fijos. Casi todos los días me lo follo. No sabes el gusto que me da. Y a él también, ¿verdad, cariño?. Cuéntale a Celia cuánto te gusta”

En la situación que estaba, bajo los pies de Celia, comencé a decir.

  • “Me encanta todo lo que me hace, Ama”

  • “Qué envidia, tía. ¡Por lo que me cuentas, cómo me gustaría poder hacer con Luis lo mismo! ¡Sería un bombazo! Tú y yo como dos reinas, con nuestros hombre sometidos a nuestros caprichos”

  • “Pues es cuestión de que te pongas manos a la obra”

  • “Pues sí que lo voy a hacer. Al menos, lo voy a intentar… ¿Me dejas azotarlo?”

  • “Ánimo. ¿Qué prefieres, látigo o fusta?” le preguntó ofreciéndole el látigo que venía en el kit del primer día y una fusta recién llegada el día anterior de una segunda compra.

  • “Es más chula la fusta. Diría que es hasta bonita”

La cogió, se levantó y me dio con ella en el culo.

  • “Gracias, Ama Celia” dije

  • “¡Anda! Si hasta da la gracias. ¡Qué bien educado lo tienes!”

  • “Claro que sí”

  • “Me estoy poniendo de un chachondo” dijo Celia

  • “Quieres que te coma el coño. Lo hace francamente bien”

  • “Hoy no. Prefiero que me lo haga Luis. Me voy a ir, a ver si puedo comenzar algo con Luis”.

  • “Me parece bien. Pero ya sabes. El secreto es mantenerlo sin correrse. Encerrado, sin que se pueda masturbar”

  • “Hoy mismo le compro un cacharrito de esos. Tía qué fuerte”

Mi Ama puso la correa de mi collar y las seguí a cuatro patas hacia la entrada.

  • “Despide a mi amiga como se merece, cariño” me ordenó para que le besara los pies.

  • “Qué fuerte, tía. Te prometo que estoy a punto de correrme. ¡Qué fuerte!”

Aunque estaba prohibido, se dieron dos besos y se despidieron.

Cuando cerró la puerta comencé a besar sus pies, mientras ella me decía.

  • “Gracias, cariño, por aparecer. No sabes lo que me ha gustado eses gesto. Y lo caliente que me has puesto. Puede que esta noche tengas una sorpresa”.

  • “Gracias a usted, mi Ama”