El inicio de mi castidad (4)
Me convierto en su esclavo
Los días más calientes de mi vida seguían pasando. Entre humillaciones y besos, con toda mi atención en complacerla a Ella, pero siempre en castidad.
Mi misión era limpiar, cocinar, encargarme de la casa… y darle placer. Mucho placer.
Su misión era la de mantenerme caliente en todo momento.
Se acercaba a mí cuando me encontraba haciendo las tareas de la casa, con mi delantal, solo con la intención para humillarme. Para mantenerme caliente
- “Qué bien lo haces, cariño. ¡Cómo se nota que has nacido para esto!” solía decirme mientras me retorcía fuertemente los testículos. “Quizá hoy, si te portas bien, puedas descargar algo de lo que llevas dentro”
O hacía sonar una campanilla, era la señal con la que me llamaba, para que acudiese a comerle su jugoso coñito o para follarme con el arnés que compró. Le cogió gusto a ese juego, y no había día que no recibiera hincara el consolador en mi culo, corriéndose a renglón seguido.
Seguía pasando el tiempo y Ella iba introduciendo nuevas cosas. A los dos días de perder mi virginidad anal, comenzó otro nuevo juego. Los castigos.
Estaba en la cocina, fregando los platos de después de comer cuando sonó la campanilla. Automáticamente dejé todo y fui a donde estaba Ella, cayendo de rodillas a sus pies. Me colocó la cadena en el collar, se subió la falda, dejando su coño al aire pues no llevaba nada puesto. Y dio un tirón para acercar mi cara. Para que comenzase a comérmelo.
Así lo hice, con devoción. Era la segunda vez ese día. No tardó en correrse. Otra vez. Ya había perdido la cuenta de cuántas iban en estos días. Mientras yo seguía con el contador a cero.
Fue terminar y comenzó a hablar.
“Cariño, este juego se está volviendo más excitante de lo que jamás hubiese pensado. Me gusta el papel que estoy desempeñando. Además, tú siempre has sido un poco sumiso, pero ahora lo eres de verdad. ¿A que sí, cariño?”
“Si, Señora” le contesté de rodillas junto a Ella.
“Además, estoy aprendiendo mucho de dominación femenina. Todos esos blogs que estoy leyendo me están ayudando a sacar el máximo rendimiento a esta situación. Así que, creo que es el momento de dar un paso más”
“Como usted vea, Señora”
“¡Claro que como yo vea!” me dijo riyéndose. “Como te decía, creo que hay que dar un paso más. Porque veo que te estás relajando un poco, y eso no me gusta”
“No, Señora. Estoy haciendo todo con la máxima atención”
“No eres tú quién debe decidir eso, ¿no crees?”
“Si, mi Señora”
“A ver. He leído últimamente sobre la importancia de disciplinar al sumiso, para mantenerlo pendiente de todo. Y creo que voy a comenzar a hacerlo” Hizo una pausa y continuó. “Por lo que he leído hay dos tendencias, cariño. La primera, minoritaria, que considera que los castigos hay que darlos cuando algo se haga mal. La segunda, mayoritaria, que cree que la Ama debe de castigar al sumiso cuando así lo crea conveniente. Para que no se relaje nunca. Al fin y al cabo, es su propiedad. Pienso que me voy a sumar a esta segunda tendencia”
“Pero Ama...”
“No hay peros que valgan, cariño. Debes estar más pendiente de mí de lo que estás, y agradecerme mas las cosas. A no ser que quieras que lo dejemos aquí, y que volvamos a nuestra rutina de antes. Tú decides.”
“No, Ama. No quiero volver a la rutina de antes”.
“Así me gusta, cariño”, dijo. “Vamos a comenzar a hora mismo. Tráeme el látigo”
Salí de la habitación y fui a coger el látigo del kit del primer día. Cuando volví, me arrodillé y le ofrecí sumisamente el látigo. Ella se levantó del sillón y lo cogió. Con un gesto del látigo me indicó que postrara el rostro en el suelo lo cuál hice inmediatamente.
“Hoy, para comenzar, voy a darte diez azotes. Para que recuerdes a quién perteneces y a quién tienes que esforzarte en servir. Al máximo. Sin relajarte. Cada azote que te dé tendrás que agradecerlo. ¿Te queda claro, cariño?”
“Sí, mi Ama”
“Muy bien. Pues basta de perder el tiempo” dijo mientras lanzaba el látigo contra mi culo.
“Gracias Ama” dije tras el primer impacto.
“Lo quiero un poco más alto” me ordenó mientras descargaba el segundo.
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
“Gracias Ama”
Cogió la cadena de mi collar mientras volvía al sillón, sentándose nuevamente. De un tirón me obligó a acercarme.
- “Ahora demuestra tu gratitud y sumisión, esclavo”
Era la primera vez que usaba ese término para referirse a mi.
Me arrastré hasta sus pies y comencé a besarlos.
“Muchas gracias, Ama. Muchísimas gracias, mi Ama”
“De nada, esclavo”