El informe sobre mamá

Por casualidad, descubro a mi madre en una web de citas y me la empiezo a follar. Con el tiempo, el cornudo empieza a sospechar de su santa esposa...

PRIMERA PARTE

1.

Me llamo Eduardo, aunque todos me llaman Edu, hace un par de meses que cumplí 29 años y he de decir que llego a esta edad en un buen momento. En plenitud, por así decirlo. Y eso que mis perspectivas personales hace un cierto tiempo no es que fuesen muy halagüeñas. No estaba demasiado satisfecho por cómo iban las cosas en mi anodina vida matrimonial.

Me di cuenta de que la cosa no iba a funcionar cómo yo quería al poco de casarme. Pero, claro, uno siempre piensa que las cosas cambiarán. Que mejorarán. Que la otra persona verá la luz, por así decirlo, y se convertirá en lo que nosotros esperamos. Pero nada de eso ocurrió y, a los cinco años de la boda, y con dos niñas, arrojé la toalla, me di por vencido y empecé a buscar fuera lo que no encontraba en casa.

No os llevéis a engaño. No sé trata de que no quisiera a mi mujer. Era maravillosa. Guapa, inteligente, divertida y una excelente madre. Creo que, en cierto sentido, seguía enamorado de ella. Pero había un gran hándicap. Era extraordinariamente sosa y aburrida en la cama. Estaba muy buena y resultaba excitante físicamente, pero está claro que el sexo no era lo suyo. Se aburría tremendamente en la cama y, aunque intentaba disimular, era inevitable que yo me diese cuenta. Así que, inevitablemente, la cosa se fue enfriando y, aunque mantuve un ritmo mínimo de un polvete quincenal, para que no se notase demasiado, hace algunos meses empecé a picotear por ahí.

Teniendo en cuenta que lo único que quería era sexo, nada de amor, aventuras, romances ni ñoñerías similares, mi primera opción fueron las putillas: salones de relax, páginas de escorts de Internet, etc.

Fue una grata experiencia pero tuvo algunos inconvenientes. El primero es que no pude encontrar chicas dispuestas a aceptar el tipo de sexo puerco y cañero que me gustaba a mí, por lo que me tuve que conformar con tibios sucedáneos. El segundo, que resultó determinante, fue la pasta. Con las dos crías, mi mujer en el paro y un trabajo de asesor comercial en un banco que, aunque no era malo, tampoco era como para tirar cohetes, no podía permitirme ese nivel de gasto para satisfacer mi polla.

Así fue como recalé en las páginas de contactos de Internet, de esas para adúlteros tipo Ashley Madison y similar pero algo más cochinas. Buscaba, básicamente, una puerca insatisfecha para satisfacer mis perversiones.

Debieron alinearse los astros, porque tuve la suerte de ver aquel anuncio tan llamativo el primer día en que me puse con el tema. Después, todo vino rodado.

2.

Era un anuncio bastante típico, ilustrado con fotos de la “ oferente ”: una madura bastante jamona, de carnes abundantes, con buen par de melones, algo caidos, y un culo enorme, un pelín fofo y con un poquito de celulitis. Completaba el cuadro un chocho arregladito, con el césped recortado. Una melena castaña, seguramente teñida enmarcaba su rostro que, aunque estaba difuminado, se intuía atractivo.

El conjunto tenía un morbazo bestial. Se me puso el rabo como un palo en cuanto vi las imágenes.

Las fotos estaban hechas en lo que parecía una habitación de un hotelito cutre o un apartamento insípido. La mujer, por toda vestimenta, lucía unas medias negras, un liguero y unos zapatos de tacón a juego. Todo tenía un toque entre cutre y hortera que me resultó tremendamente excitante.

Como colofón, el texto del contacto, no tenía desperdicio:

" Madura, casada insatisfecha, busca semental bien dotado.

Harta de frustraciones ofrezco cariño y paciencia para desfogar jóvenes. También estoy preparada para soltarme con los machos dominantes...

Sí a todo. Puedo acudir a domicilio o vernos en hoteles. Se ruega discreción y confidencialidad... "

Después estaba el número de teléfono y el ruego de usar el WhatsApp y no llamar. Supuse que para no alterar al pobre cornudo al que le había caído en suerte mantener a una jaca tan tremenda. Me pareció una buena opción y puse el número en la agenda del móvil.

Entonces llegó la sorpresa... Tuve que repasar el número varias veces, volver a meterlo en la agenda, hasta que me cercioré de que sí, de que ese número era el mismo de mi madre. Dudé un instante, pero enseguida, al volver a observar las fotos me aseguré de que no había error posible: aquel cuerpo, que yo evidentemente nunca había visto con ese aspecto, podía ser perfectamente el de mi madre. Engracia, que así se llama mí progenitora, tiene 51 años, a punto de cumplir los 52 y es ama de casa. Se casó muy jovencita, con Macario, mi padre, un directivo de una empresa de logística que le saca once años. Fruto del matrimonio somos mi hermana Marta, un par de años más joven que yo y recién casada y yo mismo. Mi padre, se gana muy bien la vida, lo que les permite vivir a  en un dúplex del centro de la ciudad y que mi madre nunca haya tenido que preocuparse más que de llevar su hogar y criarnos (¿o malcriarnos?) a mi hermana y a mí.

A mi reacción inicial, que fue una mezcla difusa de odio, rabia y mala leche, se fue sobreponiendo una extraña frialdad, mezclada con deseo y distanciamiento, que me hicieron ver las cosas desde otra perspectiva.

La dura erección inicial que habían provocado las fotos no se atenuó en absoluto al ver que se trataba de mi progenitora la protagonista de aquellas imágenes. Más bien al contrario.

Esa realidad mi mente hizo un click y que el tabú que pudiera tener desapareció por completo.

3.

Tradicionalmente, cada dos domingos comíamos en casa de mis padres. La semana que descubrí el anuncio de mi madre nos tocaba comer allí. Así que, me fui motivando durante toda la semana para urdir alguna ofensiva si se me presentaba la oportunidad.

La decisión no la tomé yo, la tomó mi polla al ponerse como una piedra al ver las fotos y mantenerse igual de dura al conocer la identidad de  su protagonista. Ahora sólo faltaba el cómo . Ya improvisaría algo. Siempre se me dio muy bien.

Aquel domingo no vino mi hermana, así que solo estábamos, mis padres, mi mujer con las niñas, unas gemelas de tres años, y una tía octogenaria de mi madre, que estaba en una residencia y a la que mis padres traían a comer los domingos desde tiempos inmemoriales. Estaba bastante chocha y podríamos decir que formaba parte de la decoración como un mueble más. Un personaje irrelevante.

Durante toda la comida me mantuve serio y algo taciturno. Lo suficiente para llamar la atención de mí siempre preocupada madre, que me preguntó un par de veces si todo iba bien, encontrándose entonces con un seco: " Por supuesto ", que le resultaba muy poco convincente. Mi mujer, por su parte, estaba más atenta a las niñas y, acostumbrada a mis cambios de humor, no me prestaba ninguna atención.

Aparte de lo anterior, la comida transcurrió por los distendidos cauces habituales.

Después del postre, mi mujer se fue con las niñas a dormir la siesta al cuarto de invitados. Mi viejo se retiró por su parte también a sobar. La tía se plantó en el sofá a ver la peli alemana de las cuatro y yo cogí el café y me fui a fumar a la terraza, mirando pasar los coches, mientras mi madre terminaba de llenar el lavavajillas.

No habían pasado ni dos minutos cuando una presencia familiar me alertó. Tenía al lado a mi madre que me miraba con cara de preocupación.

-Anda, hijo, dime qué te pasa, que estás muy raro.

-¿De verdad quieres saberlo?

-Claro, soy tu madre...

-Bueno, si insistes...

Cogí el móvil y trasteé buscando la captura de pantalla con las fotos de la zorra. Después, le pasé el teléfono.

Se quedó lívida.

-¡Qué sorpresa, eh! ¿Te suena esta puta?

Me miró paralizada y sin poder articular palabra.

-No me lo esperaba, la verdad - proseguí-. Y, además, con ese texto... ¡Guau, qué fuerte! -mientras su cara era un funeral, yo no podía evitar una sonrisa cruel de oreja a oreja y una mirada que la desnudaba de arriba a abajo. ¡Menudo caramelo! Ya tenía ganas de hincarle el diente.

-Pe... pero, hijo... - empezó a justificarse confundida, tartamudeando, roja como un tomate y sudando a mares- Yo, yo no... Yo no soy así... No sé por qué lo hice. No lo sé...

-Yo sí. Además, lo pone bien claro en el anuncio: porque buscas una buena polla y tal y tal...

-Pero no... no es verdad en realidad. Fue un error... Yo estaba confundida. No soy así...

-¡Ah, pues perfecto, entonces! Si estabas confundida y no eres así, no te importará que le enseñe las fotos a papá. Él lo entenderá perfectamente.

¡Bingo, encontré el punto débil!

Se puso a temblar como una hoja y las lágrimas corrieron por sus mejillas.

-¡No, no, no, por favor! ¡Eso no! ¡No lo hagas, hijo! Haré lo que sea, cualquier cosa. Lo que sea...

-¿Lo que sea? ¿Cualquier cosa?

-Bueno, pues ya que estás tan dispuesta, te voy a hacer una propuesta. Así, a lo mejor me pienso lo de enseñarle estas fotillos al pobre cornudo...

Mi madre, que, obviamente, no esperaba oírme hablar en un tono tan frío, ni referirme a mi padre de ese modo, se quedó paralizada, expectante. El sol de la tarde iluminaba la escena. Mamá, con los nervios, sudaba a mares y me permití el lujo de hacerle un buen repaso visual al tiempo que soltaba la bomba.

-Me apetece ver lo zorra que puedes llegar a ser. Así que, ahora que tenemos a todo el mundo sobando y a la tronca de la tía lobotomizada con la tele, vas a seguir unas instrucciones muy facilitas. ¿De acuerdo?

Ella me miró embobada sin saber qué contestar.

-¿Me has oído, guarra...? -llegaba el momento de aclarar las cosas

-Ssssí...sí... Perdona... -me respondió.

-¡Pues contesta, joder! -al tiempo, le di un cachete suave, para marcar la jerarquía. - Te vas a ir al baño y te quitas las bragas. Las dejas en el cubo de la ropa sucia. Luego vuelves a hacer las mierdas de tareas de la casa o lo que sea que hagas a estas horas. ¿Entiendes?

Asintió.

-Más tarde, cuando yo te diga. Vuelves al baño y te pones las bragas otra vez. Tal y cómo las encuentres. ¡Y, ojo, porque voy a comprobar que me haces caso! -al mismo tiempo que decía estas últimas palabras, le mostré la pantalla del móvil-¿Te ha quedado claro?

Volvió a asentir, con la cara roja y los ojos húmedos.

-Bien, así me gusta, tampoco es muy difícil de hacer. Si te portas bien, esto del anuncio se quedará en un recuerdo incómodo y sólo entre los dos. ¿Eh, bonita? -le dí un suave pellizco en la mejilla, y le pasé el pulgar por sus gruesos labios. No precisamente como se suele hacer con una madre, pero ya había cogido carrerilla y quería marcar las pautas.

Ella con una sonrisa forzada, amarga, agachó la cabeza avergonzada, consciente de lo que se le venía encima, aunque incapaz de calibrar la envergadura de mi ofensiva.

-Voy...voy, para allá, hijo... - me dijo avergonzada girándose camino del salón.

-Claro, claro, bonita, ve, ve...-la autoricé, condescendiente.

La vi alejarse clavando mi mirada en su enorme pandero. En breve esperaba clavar allí otra cosa.

4.

Poco después la vi volver del lavabo por el pasillo, con la cara como un tomate por la vergüenza y la mirada contando las baldosas.

La taladré con la vista mientras giraba hacia la cocina, donde empezó a colocar cacharros.

Muy cachondo, apagué la colilla en una maceta, me palpé la polla, que ya pedía guerra, y enfilé mis pasos hacia el lavabo. Pero antes, hice una escala técnica en la cocina. Dejé la puerta abierta, tal y cómo estaba. Desde allí, se veía perfectamente el salón, donde la monótona televisión, iluminaba el rostro de la anciana tía que dormitaba en la butaca.

-¡Hola, mamá! -dije, colocándome detrás de ella, que estaba encajada entre una mesita y mi cuerpo. -Sólo quiero comprobar si has seguido correctamente mis instrucciones.

Bajé la mano y, bajo la falda, comprobé la blandura y el agradable tacto de sus nalgas desnudas.

Ella nerviosísima, susurró:

-¡Pero, estás loco, Edu, nos va a ver la tía...!

Sin hacerle ni puto caso le di una ruidosa palmada que hizo dar a la vieja un respingo en el sillón, aunque sin perturbar su sueño, y le dije duramente:

-¡Cállate, joder, no ves que está como una tapia!

Después, metí la mano plana entre sus cachas para palpar su ojete. Momento en el que ella cerró los ojos aterrada. Pero me limité a presionar con suavidad. Solo era un reconocimiento, antes de pasar la zarpa por delante y comprobar el estado de su coñete.

He de decir que, tras pasar mi mano por su vientre, atravesar su mullido y cuidado felpudo, el llegar a su tibio coñito supuso toda una sorpresa. Una agradable sorpresa. Sobre todo al descubrir que, la muy guarrilla, a pesar de sus hipócritas lágrimas estaba completamente empapada.

Lógicamente, el descubrimiento me llevó un poco más de sangre a la polla, que se me puso más dura aún. Así que aproveché para pegar más el rabo a su cuerpo. Lo cual no le pasó desapercibido, encajonada entre mi cuerpo y la mesa, y  no pudo evitar poner cara de susto.

Repentinamente, un respingo de la vieja, que en duermevela levantó la cabeza y miró la cocina, me obligó a separar discretamente la mano pringosa del coño de mamá y separar mi cuerpo de ella, que suspiró aliviada. Así y todo, antes pude susurrarle al oído:

-Me encanta este chocho, zorra, voy al baño a hacerle los honores...

Y la dejé en la cocina suspirando agitadamente.

En el lavabo, cerré con pestillo y en el cubo de la ropa sucia, encima de todo, estaban las funcionales y prácticas bragas de algodón todavía húmedas y calentitas que, minutos antes, cubrían el coño y el ojete de mi puta madre.

Me senté en la taza y, ya con la polla fuera apuntando al techo, las observe unos segundos, recreándome en la mancha de humedad que se extendía por la zona de contacto con el coñito y en algún pelillos suelto que se adherían a la tela.

Después, me las acerqué a la nariz y, mientras me embriaga a fondo con el pestazo a hembra que las impregnaba, empecé a pajearme con furia. Estaba cachondísimo, con líquido preseminal saliendo ya por mi capullo. Sabía que en ese estado, al tercer meneo iba a empezar a soltar leche a borbotones, así que traté de contenerme en la medida de lo posible para prolongar el placer.

No fue posible. Apenas un minuto después de empezar los zambombazos, tuve que bajar precipitadamente la prenda para recoger la que estaba siendo una de las corridas más potentes y caudalosas que recordaba.

Pasado el primer instante, intenté rebañar toda la leche esparcida que pude con las bragas buscando siempre la zona que iba a estar en contacto con el coño y el ojete de mamá. Dejé la prenda empapada en el mismo lugar en el que la había encontrado.

5.

Justo al salir, la casa empezaba a animarse. Las niñas y mi mujer se habían levantado de la siesta y el viejo ya estaba en la cocina tomando un café. El sopor de la tarde había desaparecido y todo era bullicio y actividad.

Pero la cara de mi madre seguía congestionada. Estaba fuera de sí. Me miró interrogante y, al momento, captó mi mirada y se dirigió al lavabo a cumplir su parte del trato.

La tarde languidecía y había llegado el momento de volver a casa. Mientras mi padre llevaba a la tía a la residencia, nosotros nos iríamos a casa con las niñas y mamá se quedaría recogiendo el salón. Mientras todos nos preparábamos para partir, yo me dediqué a recrearme, cínicamente en el cuerpo de mi madre y su aspecto confuso y desconcertado.

Con una media sonrisa de chulería busqué su mirada huidiza sin encontrarla. Ella, roja como un tomate, se movía en silencio contestando a todos con monosílabos a los animados intentos de conversación del resto de la familia. Nadie intuyó nada de lo que había pasado y atribuyó su silencio al cansancio de la semana o a una posible e impredecible jaqueca.

Por mí parte, disfruté sabiendo lo incómoda que debía estar la zorra al tener que llevar puestas unas bragas empapadas con leche de su propio hijo. Y eso, si no había que añadir también el sentimiento de culpabilidad por tener el coño chorreando... Sí, por la excitación. Porque la pobre estaba cachonda perdida. Por mucho que quisiera, no podía evitarlo. Debía ser algún gen del puterío que tenía en su ADN.

No me daba ninguna pena.

Cuando nos fuimos, me despedí de ella con un casto beso. Tuvo suerte de que estaban las niñas y mi mujer delante, si no, le habría pegado un buen achuchón. Allí, la dejamos. Sola.

Pero, ya en el coche, justo antes de arrancar, me di cuenta de que no llevaba el móvil. Así que, dejé a la familia aparcada y volví al piso:

-Seguro que está arriba. Vuelvo en cinco minutos...-les dije.

Bueno, todavía iba a tener la oportunidad de una despedida en condiciones, ja, ja, ja…

6.

En cuanto abrí la puerta y la vi, pegada a la pared, con aquella cara que mezclaba el susto y el deseo, la polla volvió a dispararse.

Pero no tenía tiempo de echar un polvo en condiciones. Y menos con la familia abajo, esperando.

Así que decidí conformarme con magrear a la guarrilla a base de bien.

-¡Pero qué buena estás, cabrona! -le dije, arrinconándola aún más contra la pared.

Ella, callada, iba reculando dócilmente. Quedó, como suele decirse, entre la espada (mi polla, en este caso) y la pared.

Me acerqué mucho a ella, apretando su cuerpo, mientras aguantaba su mirada temblorosa.

Con fuerza, sujeté la tela de su bata. La abrí de golpe, rompiendo los botones. Ella lanzó un ronco gemido y mostró su exuberante cuerpo. El sujetador blanco a duras penas podía contener sus ubres. En las bragas húmedas, destacaba un manchurrón que juraría no era sólo de mi lefa. A esas alturas, el flujo de su excitación se mezclaba libremente con mi reseco esperma.

-¡Joder, cerda, que tetas tienes! Deja que te las saque, anda.

Contando con su pasividad, le arranqué de mala manera el sujetador y sus melones se desparramaron esplendorosos.

No podía, ni quería entretenerme. Las cosas estaban claras y creo que la guarra de mamá ya debía de haber visto de qué iba a ir el tema a partir de entonces. Pero, no obstante. No pude resistirme y pensé que, por cinco minutos tampoco iba a pasar nada.

Así que, al ver los melones que colgaban casi hasta su barriga y aquellos pezones tiesos, no pude resistirme a amasarlos y acerqué mi boca a uno de ellos para chuparlo a gusto.

Mamá empezó a gemir. Levanté la mirada y al ver su boca entreabierta, sus labios carnosos, la morreé con furia, metiendo mi lengua hasta la campanilla.

Ella, respondió al estímulo y me sujetó la cabeza. Me gustó el gesto y decidí premiarla con una buena paja. Supuse, acertadamente, que estaría a punto de caramelo. Bajé la mano y encontré su gruta chorreante bajo las bragas. Empezó a gemir salvajemente mientras la acariciaba. Tenía el coño empapado y el clítoris tieso como una pequeña polla.

-¡Te gusta, eh, puta! ¡Menuda cerda...!

Se limitaba a pegar grititos y, temblorosa, sólo acertó a decir:

-¡Sí, sí, sí...! ¡Aaaaaaah!

No tardo ni tres minutos en correrse. Allí mismo. De pie. Con la espalda apoyada en la pared. Se quedó hecha polvo. Estaba tan fundida (demasiadas emociones para una sola tarde) que, poco a poco, se fue deslizando hasta quedar sentada en el suelo. Como una muñeca rota...

La contemplé unos segundos allí despatarrada en el suelo: con la bata rota, las tetazas rebosando, la delatora mancha de humedad en el chocho y una beatifica sonrisa post orgasmo capaz de enardecer la polla más mustia.

-¡Joder, puta, otro día... ya verás… ya…!

Maldije mi falta de tiempo y recordé el móvil, lo que me había traído de vuelta al piso. Entré al interior dejándola allí, que se recuperase.

El móvil, cómo no, me lo había dejado en el lavabo, cuando fui a hacerme el pajote con las bragas de la cerda.

Al volver al recibidor, no pude evitar la tentación y, al ver que mamá seguía en la misma postura, recuperando el resuello, sonriente y feliz, le dije:

-¡Eh, golfa, sonríe a la cámara...!

Me miró con una sonrisa estúpida y le hice tres o cuatro fotos, con el teléfono.

-Estás muy mona recién corrida. –Comenté sarcástico.

-Gra... Gracias, hijo.

-De nada, cerdita... Me voy, que abajo ya deben estar nerviosos. Supongo que te das cuenta de que a partir de ahora las cosas van a cambiar, ¿no?

Me miró desde allí abajo y, sin perder la compostura, ni la sonrisa, pronunció una estupenda respuesta:

-Eso espero.

Me fui con la mejor de mis sonrisas y la más dura de mis erecciones.

Y, es cierto, a partir de aquel momento, las cosas cambiaron.

SEGUNDA PARTE

1.

Tres meses después las cosas iban como una seda. Todas las lascivas expectativas que pudiera haber tenido se vieron desbordadas por el entusiasmo de la cerda.

Nos veíamos un par de tardes por semana. Salvo que el viejo saliera de viaje de negocios y yo pudiera hacer algún cambalache en el curro y escaparme por la mañana.

No tardé mucho en darme cuenta de que aquel anuncio en la página de contactos no había sido flor de un día y, al contrario de lo que me había contado, su carrera en el zorrerío venía de lejos.

En la segunda tarde en la que la visité, cuando yo todavía iba con el freno de mano, por así decirlo, y no quería espantarla, me di cuenta de que si alguien tenía que asustarse de lo que tenía entre manos era yo, no ella.

Recuerdo que, tímidamente y con una cierta educación y respeto, cómo todavía me comportaba en aquellos momentos de tanteo, decidí ponerla mirando a Cuenca en el sofá, para follármela a lo perrito.

Obediente, se colocó en posición y, tras recibir mi tranca como una campeona en su encharcado coño, agachó la cabeza, mordió con rabia un cojín y empezó a balancearse al compás de mis embestidas hasta marcar ella misma el ritmo.

La dejé hacer y  sujeté con fuerza sus nalgas, dejándolas bien abiertas para contemplar su apetecible ojete. Su apretadito agujero marrón me excitó sobremanera y decidí iniciar una operación de tanteo. Escupí un par de veces sobre el culo, dejando resbalar la saliva hasta su ano. Después, llevé el pulgar hacia el ojete para empezar a masajearlo. Sorprendentemente, la muy puta, en lugar de retraerse y encoger el culo, como habría esperado, lo sacó hacia afuera, como forzando la penetración con mi dedo. Me quedé a cuadros con la maniobra pero, como no podía ser menos, acepté el desafío y probé a meter la yema del pulgar en el culo. La guarra, al notar la presión del dedo, empujó con más fuerza hacía atrás, al tiempo que soltaba un gruñido de satisfacción. Como la ocasión la pintan calva, apreté el dedo con más fuerza. Acabé con el pulgar encajado en su culo y el resto de la palma apoyado en la rabadilla.

Mamá empezó entonces un vertiginoso vaivén de perra en celo que no tendría nada que envidiar al de ninguna actriz porno.

Fue entonces, en vista de la facilidad a la hora de recibir mi dedo gordo en su cálida gruta anal, cuando deduje que no era el primer visitante de su puerta trasera. Supositorios aparte...

-¡Eh, puerca! -le dije entre jadeos- ¿tu culete ya ha recibido alguna que otra tranca, no?

No contestó y continuó gimiendo en busca de un merecido orgasmo.

La dejé hacer y me concentré en disfrutar a mi vez.

Más tarde, después de hacerle chupar el dedo para que saborease a fondo su culo, conseguí que confesarse que más de una polla, (y más de diez) habían sido huéspedes de su culo. No en vano, llevaba más de cinco años anunciándose en páginas de contactos eróticos. ¡Vaya con la mosquita muerta!

2.

A partir de entonces, se acabaron los tapujos y follarme a la guarra por el culo se convirtió en el plato principal de nuestros encuentros sexuales.

Pero, eso sí, sin descuidar nunca, nada del resto del menú. Es decir, aproveché, en su justa medida, la gran capacidad como traga pollas que demostró mi puta madre desde el primer día; su excelente dominio de la lengua a la hora de repelarme el ojete con ella; la jugosidad de su siempre húmedo coñete; y, finalmente, el aprecio que sentía por su postre favorito: la leche de macho. Tanto para devorar con glotonería, como para embadurnar su jeta de puerca con artísticos collages que, al secarse, podrían competir en rugosidad y espesor con el gotelé del comedor de mis padres.

En fin, empezó un periodo delirante en el que, durante dos tardes a la semana, nos dedicábamos a hacer crecer la cornamenta de mi viejo sin más límites que nuestra morbosa imaginación ¡que ya era bastante!

Así que, en vista de que la materia prima que tenía entre manos era dúctil, maleable y, sobre todo, sumisa, me dediqué a transformarla a mi antojo y la convencí para tunear su cuerpo a mi gusto.

He de decir que, en lugar de dudas o resistencia, sólo encontré entusiasmo y aceptación a mis sugerencias, por descabelladas que pudieran parecer.

Teniendo en cuenta que, desde hacía unos años, la cerdita ya andaba zorreando por ahí a espaldas de mi padre y haciendo crecer su cornamenta, no resulta sorprendente que tuviera en un recóndito cajón del armario de su profanada habitación matrimonial, un buen surtido de lencería de puta. Abundaban los tangas de encaje y de hilo dental de todos los colores y los sujetadores a juego (¡tamaño king zize !) para mantener bien sujetas sus generosas ubres. Ligueros, medias, zapatos de tacón a juego y hasta un atrevido corsé, completaban un ajuar que podría hacer enrojecer a la más curtida de las actrices porno.

Pero, en lo relativo a su cuerpo había sido mucho más cauta y comedida. Supongo que quería evitar preguntas embarazosas del cornudo si éste descubría novedades inexplicables en su aspecto. Así que, ningún piercing, ni tatuaje devoraba sus carnes jamoneras. Unas carnes que rezumaban morbo y en las que no habrían desentonado un par de dibujitos puercos o alguna explícita frase que definirse su condición. Y, por supuesto, su felpudo, aunque cuidado y levemente recortado por los bordes, permanecía intacto, pidiendo un láser a gritos o, como mínimo, una buena ración de espuma y cuchilla.

Había llegado el momento de cambiar las cosas.

3.

Yo pensaba que la metamorfosis de mi adorable madre sería más gradual, que me resultaría difícil convencerla de ir cambiando el aspecto de su cuerpo. Suponía que tendría que presionarla y recurrir a la coacción. Pero, para mí asombro y, por qué no decirlo, admiración, descubrí que la muy puta estaba más que dispuesta a someterse a mis deseos y aceptó gustosa todas y cada una de mis sugerencias, completándolas, incluso, con ideas propia que superaban mis más turbios deseos.

El primer paso fue la depilación integral del pubis y los pocos pelillos que afeaban su apetecible ojete. Quedó tal y como a mí me gusta, como el chocho de una muñeca, pero con un sabor más saladito, ja, ja, ja...

Luego empezamos con los tatuajes. Un tema complicado, porque cuando se le toma el gusto resulta difícil parar y se acaba tendiendo al barroquismo y el exceso. En esto sí que tuve que ponerle freno cuando pareció que se le iba la pinza.

Cuando le " suger í" a mamá el asunto de decorar su cuerpo para adaptarlo a mis gustos, uno de los problemas que intuía eran los que podía plantear el cornudo. Por lo que había visto y por lo que me había contado la guarrilla, la vida sexual de la pareja languidecía. Era aburrida, soporífera y escasa. Se limitaba a un cutre polvo de conejo, muy pocas veces, o alguna paja cuando la blanducha polla del viejo no se ponía lo suficientemente dura como para permitir una penetración en condiciones. Por problemas de tensión, no podía tomas Viagra. Mi madre, poco colaborativa, nunca le había comido el rabo al pobre cabrón, para endurecerle el tema. Eso lo dejaba para disfrute de sus amantes. Y a su pobre marido jamás se le pasó por la cabeza sugerirle a su sacrosanta esposa una práctica que suponía que debía darle asquito a su puritana esposa. Era cierto, tal y como me confesó ella misma un día después de comerme la tranca hasta que mis huevos rebotaron en su barbilla.

-¡Así me gustan a mí las pollas! ¡Duras como piedras...! No como esa mierda de blandiblú que se gasta el maricón de tu padre que me da un asco que no veas...

Más claro, el agua.

¡Ah, y olvidé decirlo...! Las cada vez más esporádicas ocasiones en las que el 'pater familias ' solicitaba su ' derecho ' conyugal se producían, indefectiblemente, a oscuras y bajo las sábanas. Mamá se quitaba lo justito. Si se trataba de una paja, nada. Y si el viejo se animaba e intentaba montar a la jaca (lo que ya hacía casi un año que no ocurría tras sus últimos y humillantes fracasos), ésta se limitaba a quitarse el pantalón del pijama y las bragas y a ponerse boca arriba con las piernas abiertas. De ese modo, con el coño seco como un erial, lo que no ayudaba demasiado, el pobre viejo, se las veía y se las deseaba para encañonar a la guarra, conservar la erección para entrar en la cueva y, tras dos miserias emboladas, soltar un gruñido y unas cuantas gotas aguadas de leche. Ni sus eyaculaciones eran dignas. ¡Vamos, un cromo! Y encima, el pobre hombre se sentía fatal, por las muecas y los resoplidos de asco que ponía la muy puta de mi madre, para dar la impresión de que se estaba sacrificando por el débito conyugal.

En fin, una vida sexual para tirar cohetes.

Cuento todo esto, para que se vea que mi temor a que el viejo descubriera el nuevo aspecto que pensaba darle a mi madre, no era algo realmente preocupante: a oscuras, tapados por el edredón y en ocasiones tan contadas... Era muy difícil, la verdad.

Otra cosa era que viese en el baño el cuerpo tuneado de mi madre en un futuro. Hombre, no era descartable, pero, si la zorra tenía un poco de cuidado y se duchaba o iba al baño, cuando el cornudo no estuviese, o tomaba la mínima precaución de poner el pestillo en la puerta del lavabo cuando lo usase, el temor quedaba atenuado.

Así que, de mutuo acuerdo, empecé el proceso decorativo del cuerpo de mamá. Tras la primera fase de depilado integral, venía la segunda: los tatus y algún piercing.

4.

Así que, despacito, como dice la canción, sin prisa, pero sin pausa, empezó la tarea de convertir a mi madre en el tipo de puta que poblaba mis fantasías. Eso sí, con su completa colaboración.

Semana a semana, al final de nuestra maratoniana sesión de sexo, todavía desnudos en la cama de matrimonio, sacaba el móvil y le enseñaba fotos de los tatuajes que quería que se hiciera para lucirlos en nuestra próxima sesión. Eran los deberes que le encargaba y de cuyo desarrollo ella me iba informando a través del WhatsApp durante la semana. Me mandaba fotos de cómo iban quedando y yo la animaba a seguir en esa línea. ¿Qué quién pagaba todo esto?

Hombre, ¿quién iba a ser? El cornudo. O, mejor dicho, la Visa Oro de mamá que servía para saquear la cuenta común del matrimonio. Daba igual, el viejo estaba forrado. No le venía de dos o tres mil euros.

La primera sugerencia, quizá sería más apropiado llamarla orden, consistió en un par de tatuajes en cursiva, con una letra que imitaba la de la Coca cola, con una leyenda bastante explícita. En inglés, eso sí, que siempre queda más moderno. Dos palabras en cada nalga, con un tamaño de letra fácil de leer a un par de metros. En un lado Bitch pride y en el otro Super slut . Orgullo de zorra y súper puta. Para que quedase claro de qué iba la propietaria de tan apetecible pandero. Pensé que la guarra pondría algún reparo a un texto tan explícito, pero no fue así. Al contrario, se mostró encantada. Igual se pensaba que el texto en inglés iba a resultar más glamuroso. Para ella, un texto en inglés era tan ininteligible cómo si estuviese en élfico. Menuda ilusa.

En cualquier caso se supone que yo iba a ser el único que disfrutase de las vistas de su culo. O, quizá algún ligue esporádico al que no le preocupase demasiado el texto escrito en el culo que estaba taladrando...

El tatuador al que la envié hizo un trabajo excelente.

Después, seguimos con una enredadera, que parecía más una corona de espinas y que, saliendo del pubis, rodeaba su cintura y acababa dando una vuelta a uno de sus muslos.

Otro gran obra que a la zorra le encantó. En cuanto la tuvo terminada, muy coqueta, la putilla se dedicó a mirarse en el espejo y a hacerse selfies tan compulsivamente que casi llenan mi buzón del WhatsApp, hasta que pude apreciar la obra en vivo.

Por mi parte habría dejado el tema Tatu parado un tiempo, pero la cerda le había tomado el gusto al asunto. Es lo que dije antes de que con esto de los tatuajes hay que saber cuándo decir basta porque si no, muy pronto se tiende al exceso. El caso es que decidí concederle un deseo y dejar que escogiese uno ella. Más que nada sentía curiosidad de ver que chorrada se le ocurría a la lumbrera de mamá.

Bueno, no negaré que me sorprendió. Se presentó con un par de fotos sacadas de Internet de una actriz porno, Dee Williams, que tiene tatuada una cruz celta enorme que le cubre media espalda. Una horterada de marca mayor pero, claro, cuando una tía está tan buena, estas cosas pueden resultar de lo más excitantes.

Mamá estaba algo más fondona que aquella actriz, pero tiene su punto. Y el hecho de imaginármela con un aditamento de esas características, unido a los que ya llevaba, me ponía bastante burro. Obviamente, le di el OK enseguida y un par de semanas después ya pude ponerla mirando a Cuenca y follármela en plan bestia contemplando su sudorosa espalda. Por un momento me sentí en Irlanda.

En paralelo a los tatus, la convencí para hacerse un par de piercings. Dos aritos en los peones y un diamante (falso, claro) en el ombligo.

Un mes después de empezar el tuneo, la obra estaba terminada. Le hice unas cuantas fotos para colgarlas en una página de putillas exhibicionistas, tras pixelarle un poco la cara. La zorra no solo me dio el visto bueno, sino que se pasó días y días consultando la página, para ver las visitas y los likes, que se contaban por millares.

5.

Y cuando todo iba sobre ruedas, pasó lo que tenía que pasar. Aunque, bien mirado, podría haber sido peor.

Un par de semanas después del último retoque de la puerca de mamá, mientras nuestro régimen de polvazos iba sobre ruedas, recibí un mensaje de WhatsApp una mañana en el trabajo. Era ella con un escueto: "¿te puedo llamar? ". Teniendo en cuenta que le tenía dicho que solo me llamase al trabajo si se trataba de un asunto serio, interpreté que la cosa era importante y salí a fumar y a llamarla por teléfono:

-¡Al fin, menos mal...! - fueron sus primeras palabras. No me pareció especialmente alarmada, pero le pregunté:

-¡Joder, guarra! ¿Qué coño ha pasado? ¿Para qué me llamas aquí? Mira que te lo tengo dicho…

-Perdona... Es que... Es que no sé, ahora no sé si será serio, pero luego igual a cosa se complica...

-¡Venga, abrevia, déjate de acertijos que no soy adivino...!

-Pues... Pues resulta que me estaba duchando hace un rato... Ya sabes que siempre espero a que tu padre salga de casa para ir al baño y eso... Y que cierro el pestillo... El caso es que hoy... Pues que no me acordé...

-¿De qué...? ¿De qué no te acordaste...?

-Del pestillo...

-¿Y...?

-Con el ruido de la ducha y eso... No me enteré de que tu padre había vuelto... Se ve que se había dejado unos papeles o algo así... Y nada, que le dio por asomarse al baño cuando me iba a secar... Me pegó un susto de muerte y se me cayó la toalla. Y, claro, ha visto todo: los piercings, los tatuajes, el coño depilado... Todo... Se ha quedado paralizado... Más bloqueado que yo, vamos. Así que he cogido la toalla y me he ido corriendo a la habitación de invitados que está más cerca.

Traté de procesar la información. Si el viejo había visto la pinta de puta que se calzaba su esposa, seguro que empezaba a notar el picor de los cuernos en la frente. A no ser que la taruga de mamá le hubiera dado una explicación convincente, cosa harto dudosa.

-¿Y qué pasó luego?

-Me quedé en la habitación y cogí un chándal viejo para ponérmelo. Me había dejado la ropa que me iba a poner en el baño.

-¿Qué ropa era?

-Un pijama de andar por casa...

-Ya, pero de ropa interior ¿qué tenías?

-Pues lo que te gusta a ti: el tanga burdeos y el sujetador a juego.

Cierto, era un conjunto que me ponía muy verraco. Pero claro, no sé yo si al cornudo...

-Cuando salí -prosiguió-, me fui a la cocina, aunque lo oí rebuscando en la habitación, por mis cajones. Después, antes de irse, se paró un momento y me dijo: " Ahora me tengo que ir, pero espero que tengas una buena explicación... ". Me quedé paralizada. Después cuando fui a la habitación tenía todo revuelto y sobre la cama estaba el tapón anal, los dos vibradores que me regalaste, el satisfyer, los botes de lubricante, un montón de tangas que tenía guardados, los ligueros…  ¡Un desastre!

Estuve a punto de decirle : "Tranquila, no está todo perdido..." Pero quizá sí, quizá si se había ido todo a tomar por el culo.

El caso es que habría que improvisar un plan para salir del paso. De momento, le dije a la guarra que se tranquilizarse y que la llamaría más tarde. Tenía que pensar.

El siguiente par de horas pasó en un suspiro, estaba completamente bloqueado y la única solución que se me ocurría era dejar que mamá se comiese el marrón. Que asumiera que tenía un amante o algo así para justificar su aspecto y otros detalles. No era una opción muy valiente, pero no veía otra salida y, además, no tengo vocación de mártir y no estaba dispuesto a implicarme en el asunto de ningún modo.

6.

Por suerte, la fortuna acudió en mi ayuda. Otra llamada, esta vez del viejo, otra salida a fumar y una cita para comer con él cuando saliese del curro, porque, ¡sorpresa!, me quería contar algo delicado y no lo quería hacer por teléfono.

Cuando me presenté en el restaurante (caro; total, pagaba él) en el que habíamos quedado ya tenía pensada una estrategia o, por lo menos, un esbozo. El pobre hombre tenía un aspecto bastante abatido. Me dio un poco de penilla, la verdad. Y eso que, en realidad, lo único que carcomía su mente eran sospechas, pruebas irrefutables no había encontrado. Aún.

El caso es que el hombre tenía ganas de largar y desahogarse, así que me contó su versión de los hechos que, a grandes rasgos, coincidía con la de su adúltera esposa o, dicho más finamente, mi puta.

En resumen: volvió a casa a deshoras (cosa extraña en alguien tan rutinario) y tuvo ganas de mear. Fue al baño y, aunque se oía música, pensó que podría mear mientras su mujer se duchaba. Y, claro, al entrar la pilló secándose pero tuvo tiempo de ver un plano frontal con chocho pelao , piercings en los peones y el ombligo y el tatuaje que salía de su entrepierna. El hombre se quedó boquiabierto, sin reaccionar y la guarrilla, tras un gritito asustado, se giró para coger la toalla y mostró su cara B: la enorme cruz celta de su espalda y el texto de su culo que, afortunadamente, el cornudo no pudo leer... Después, ella atravesó corriendo el umbral junto al sorprendido marido y se encerró en la primera habitación que encontró.

El pobre infeliz, tal y como me iba contando la película, parecía que la revivía y su cara era un poema. Llamó infructuosamente a mi madre, encerrada a cal y canto,  y ésta se limitó a no contestar. Permaneció escondida y desconcertada esperando que el viejo se largase. Tenía miedo, las reacciones en caliente suelen provocar posteriores arrepentimientos.

Mi padre prosiguió con los hechos mientras yo escuchaba atentamente la historia, asintiendo comprensivo y con cara seria. Procuré no interrumpirle. No quería que perdiese el hilo y necesitaba recabar el máximo de información. Hasta dónde sabía. En el siguiente capítulo, el viejo contó cómo, aturdido, vio en la taza la ropa interior que la cerdita se iba a poner. Un tanga minúsculo con el sujeta-tetas a juego de color negro. Obviamente, nunca había visto a su mujer con prendas similares, por lo que el picor de su frente, con los cuernos pugnando por salir empezó, a intensificarse.

Con la mosca detrás de la oreja, acudió a la habitación de matrimonio. Él viejo era un tipo confiado y con una falta de interés absoluta en la parcela de la habitación que controlaba mi madre: su mesita, una mitad larga del armario... Así que, medio temeroso por lo que pudiera encontrar, empezó a rebuscar entre las pertenencias de la putilla. Y, claro, el que busca, encuentra. Una tonelada de lencería erótica le mostró un aspecto desconocido de su esposa, pero no fue lo único. Un par de botes de lubricante que mamá, tan aficionada al sexo anal, consumía en cantidades industriales, así como un par de plugs para dilatar el ojete y un vibrador, para que no me echase mucho de menos los días que no podía visitarla, completaban el arsenal de pruebas de que mi santa madre tenía una cara oculta. Por lo menos para su marido.

Mi padre, consternado, salió de casa dejando todo por el medio y sin obtener explicaciones. Fue justo entonces cuando me llamó la pendona de mamá. Ahora, ya sabía la versión de ambos y tenía que componérmelas para hacer que las aguas volvieran a su cauce. Sobre todo si quería seguir follándome a la puerca de mamá. Y sí, por supuesto que quería. Mi padre me sacó de mis ensoñaciones con la conclusión de su historia.

-Hijo, creo... Creo que tu madre tiene un amante...

¡Joder, vaya genio! Menudo Sherlock Holmes se ha perdido el mundo... " En fin ", pensé, " a ver como arreglo yo esto. "

Había llegado el momento de venderle la moto al viejo. De tratar de usar su desesperación en mi provecho,  para evitar que fastidiase el chollo que tenía montado con la puta de su mujer. A la sazón, mi entrañable madre.

Así que empecé a improvisar mi argumentación ante sus enrojecidos ojos:

-¡Joder, papá, vaya historia! Entiendo que ahora estés así, pero yo creo que en cuanto se te pase esta furia, debes empezar a ver las cosas más fríamente. Está claro que todos los indicios son claros y que algo raro pasa con mamá. Y, vamos, ella puede tener sus cosas, pero no creo que sea tan puta como parecen indicar las pruebas. No sé, siempre ha sido una mujer modélica, ¿no?

-Sssí...-asintió cabizbajo. Se nota que no conocía el currículum de la golfa.

-Pues, entonces vamos a darle un margen de confianza. Habrá que demostrar su culpabilidad. Si es culpable de algo, digo yo...

-Sí, pero... ¿qué hago...? ¿Le pregunto? Y si no me quiere decir nada, y si me miente...

-Mira, yo podría hablar con ella, a ver. Pero es posible que me engañe o me mienta también. A bote pronto, se me ocurre una idea, a ver qué te parece. Hay una agencia de detectives con la que ha trabajado la empresa, por cuestiones de espionaje industrial, bajas laborales falsas, etc. Conozco al gerente -era cierto, es amigo mío- y sé que también se dedican a temas de cuernos, infidelidades y eso. Si quieres, puedo hablar con él y que le haga un seguimiento a mamá y nos pase un informe. Es caro, pero nos hará un buen precio. Así saldremos de dudas.

-Ya... -contestó dubitativo el viejo cabrón- parece buena idea... Quizá sería lo mejor. Pero eso tardará un tiempo. Mientras tanto ¿qué hago? ¿Qué le digo?

-Lo mejor, creo yo, es que no hagas nada.

-¿Na... nada?

-Nada. Lo que oyes. Que te presentes en casa como si nada hubiera ocurrido y que hagas vida normal. No le des pistas. Si ella no tiene nada que ocultar, perfecto. Y si lleva una doble vida, se confiará al ver que te comportas como siempre y se delatará.

-Bue... Bueno. Parece que será lo mejor. - Daba la impresión de estar sinceramente aliviado. Supongo que la solución de la investigación le daba tiempo para ir haciéndose a la idea de lo peor que podía esperar y adaptándose al presumible fin de su matrimonio. Salvo milagro, claro. Y ese milagro era el que yo tenía que organizar.

-¿Te ocupas tú de hablar con la agencia y los trámites y esas cosas, ya que los conoces?

-No te preocupes, yo me encargo. A lo mejor me tienes que adelantar algo de pasta, para los gastos. -Ya me encargaría de inflar la cuenta, así podría sacar un dinerillo extra.

-Descuida, no hay problema. Mándame un mensaje cuando sepas algo y te hago una transferencia.

-Perfecto, esta misma tarde, te digo cosas.

Le despedí algo menos cabizbajo que media hora antes, pero todavía bastante afectado. Normal, encontrar a la parienta tuneada como una furcia y con un montón de lencería y juguetes sexuales que parecían sacados de un video de PornHub, te tiene que dejar con la moral para el arrastre.

En cuanto le vi arrancar el coche, llamé a la guarrilla y le conté la conversación. Le dije que intentase comportarse con absoluta normalidad y que, en cuanto cerrase un par de flecos, le contaría mi plan.

Después,  me tocó llamar a Anselmo, mi colega detective.

7.

Vendida la moto al viejo, ahora venía lo mejor, la parte creativa. Había que montarse una película para blanquear a la puta de mi madre que ni Spielberg, vamos.

El caso es que, durante tres semanas, junto a mi colega el detective, fabricamos una operación de falsificación y camuflaje, con la inestimable colaboración de la guarrilla (que, a fin de cuentas, era la protagonista), que fue la base del informe con el que pretendía engatusar al pichafloja de mi padre y de paso, mantener bien sólida su cornamenta.

Además de algún que otro documento falsificado, hubo que hacer un montón de fotografías y vídeos con la cerdita como protagonista, así como en plan cámara oculta , como los tontorrones reportajes de investigación de algunas cadenas de televisión.

Evidentemente, le pasé la cuenta al cornudo, que pagó gustoso con tal de quitarse de encima el peso opresivo de la cornamenta que tanto le atormentaba. Con una salvedad, eso sí, en lugar de doblarle la factura para repartirla con la putilla, decidí triplicarla y darle una parte extra a mi colega, que se estaba portando como un caballero con este escabroso problema de cuernos familiares.

Recordándolo ahora, puedo decir que fueron unas semanas muy intensas y divertidas, que, un par de veces por semana, las tardes que el viejo tenía consejo de dirección,  se aderezaban con un polvete en la cama de matrimonio. Solían ser polvos bastante tremendos porque, no sé por qué, pero todo el asunto me tenía cachondísimo. Y a mamá también. Iba con las hormonas revolucionadas y se prestaba a todo. Quizá pensaba que eran los últimos polvos de casada infiel que iba a pegar o algo así. No lo sé. Yo tenía otra perspectiva y veía bien claro que el plan podía funcionar. Aunque sólo fuera porque el cornudo iba a creerse lo que fuese con tal de evitar el bochorno de reconocer públicamente que se separaba de su mujer porque era una guarra que se follaba todo lo que se menea.

Estaba tan animado que conseguí contagiar con mi optimismo a mi madre y hasta la llegué a convencer de que le hiciera una mamada de agradecimiento a mi colega, por lo que nos estaba ayudando. Ni que decir tiene que mi amiguete flipó. Lástima que aguantarse tan poco, no estaba acostumbrado a bocas como aquella...

El caso es que, ya con el informe terminado, solo me quedaba entregárselo al cliente. Y decidí hacer la llamada desde su sillón favorito, tomándome un buen whisky añejo de su mueble bar y fumando su mejor habano. ¡Ah, y lo olvidaba...! Con las piernas bien levantadas con mi buena mamá lamiéndome el ojete hasta dejarlo reluciente… y con su manita bien agarrada a mi polla.

Una buena comida de culo, es algo que me encanta y que ya he tomado como costumbre para irme entonando entre polvo y polvo. Además, disfrutó de todo, no sólo de la cálida y húmeda lengua de la puerca que se esmera en babosearme los huevos y comerme bien el ojete, también de mi postura, bien repantingado, con las piernas apoyadas en los brazos del sillón y, por supuesto, de la humillante postura de la guarra, a cuatro patas y con la cara incrustada entre mis piernas, sofocada, con sus manitas apoyadas en mis muslos y haciendo breves incursiones a mi tranca para palpar su dureza y pajearme y, sobre todo, lanzando breves miradas furtivas para ver si cuenta con mi aprobación. Miradas que aprovecho para premiar con algún denso escupitajo con sabor al whisky y a la nicotina del puro y que ella recibe sin inmutarse, casi agradecida, hasta que tiene la sudorosa cara empapada de saliva.

Aunque todo lo anterior pueda resultar morboso y excitante, no tiene ni punto de comparación con lo que sentí en aquellos momentos, mientras conversaba con el cornudo de papá para empezar a venderle la santidad de su esposa. Una esposa que en esos instantes estaba a punto de hacer la transición con su lengua de mis huevos a mi polla. Su boca llegó reptando por la tranca hasta engullir mi capullo y empezó un intenso vaivén de mamada que me puso cardíaco al instante. La agarré del pelo y traté de controlar  la situación para evitar correrme en un plis plas. Ella se plegó a las circunstancias y se dejó hacer, mientras se pajeaba despacio, desentendiéndose de controlar su garganta y dejándome a mí ese menester. Me apliqué a ello, agarrándola del pelo, al tiempo que atendía al calzonazos:

-Ya tengo el informe, papá, y tienes que leerlo. No te lo vas a creer. Es mucho más sorprendente de lo que esperas.

-¿Pero... es, es malo? - preguntó asustado.

-No... no, que va. En absoluto. Por eso te digo que te va a sorprender. Se explica todo. Es increíble, pero cierto. Además, hay pruebas. Ya verás. -lancé la perorata sin dejar de mover el tarro de mi madre, que babeaba sobre mí polla como una cerda y aumentaba, al mismo tiempo, el ritmo de su paja.

-Bueno...  Si tú lo dices...

El viejo no parecía muy convencido, pero me confirmó una cita para esa noche. Anoté mentalmente la hora y el lugar y me despedí de él convencido de que la trola iba a colar. Entre otras cosas porque no quería, de ningún modo, que se me acabase el chollo.

Justo después de colgar me corrí aparatosamente apretando con fuerza la cara de mamá contra mis huevos, embutiendo mi polla en su garganta todo lo que daba y haciendo caso omiso de los bufidos de protesta de la pobre.

La aguanté un minuto largo así. Hasta que recuperé el resuello y ella, al ver que la erección aflojaba brevemente, se relajó a su vez y, sin detener su propia paja, trató de simultanear su orgasmo con la obligatoria limpieza de sable de final de mamada.

8.

Minutos después, mientras me recuperaba apurando el whisky, observé como la muy puta era capaz de correrse estrepitosamente en una postura tan complicada, así, a cuatro patas, con su lengua repasando mis cojones, en precario equilibrio, con sus ubres casi rozando el suelo y su ágil y habilidoso manita masajeando el clítoris a toda velocidad. Y, para más inri, soportando estoicamente y, por qué no decirlo, con una pizca de orgullo, la batería de insultos que le iba lanzando para jalearla, entre los que lo más suave era " puta cerda comeculos incestuosa ". Modestamente, no se me da mal insultar, soy puerco e imaginativo y tener a mi puta madre entre las piernas tan ardorosamente dedicada a repelarme el ojete, o comerme la polla, me estimula bastante. Debe ser genético.

Después de su merecido orgasmo, mamá se acurrucó sobre la alfombra, con la cabeza apoyada en un cojín, mirándome con una sonrisa ausente. La sonrisa que se suele tener tras un buen polvo. Había escuchado atentamente la conversación con el cornudo y sabía que, de momento, la amenaza había quedado conjurada y podríamos seguir haciendo cerdadas de las nuestras con una cierta tranquilidad. Me uní a la fiesta y le acaricié la cara, baboseada y sudorosa, cariñosamente, antes de levantarme para ducharme.

-Te tengo que dejar, ha quedado con el cornudo de aquí a una hora... Me sabe mal... Porque estás para follarte otra vez con esa carita de guarra...

-¡Qué pena...! -me responde sonriente. - Pero mañana puedes venir pronto. El cabrito se va de viaje al mediodía...

No contaba con ello, pero me encantó la idea. Había que recuperar el tiempo perdido en las últimas semanas en las que, salvo contadas excepciones, estuvimos más centrados en el fraude que en darle alegría al cuerpo.

-Te tomo la palabra, zorra. - le respondí.

De pie junto al sillón, viéndola así, me apeteció aprovechar las ganas de mear que tenía y rociar con una buena lluvia dorada a la cerda. Pero, deseché la idea. Es mejor en la bañera o sitios así... Sino luego, la alfombra huele que apesta.

Ya iba a salir a mi cita con el viejo cuando volví la mirada atrás. Mamá, todavía desnuda, y con la cara churretosa (con la sonrisa satisfecha del orgasmo reciente iluminando su semblante, eso sí), se movía con eficiencia prusiana por el piso, cambiando el polvo por brillo, como decía aquel viejo anuncio. Su cuerpo voluptuosa se movía como un flan por la estancia, con las tetazas bailando y luciendo con orgullo los arañazos del potente encuentro sexual que acabábamos de tener y algunos reveladores manchurrones del semen que no había podido ingerir, ya reseco, que se esparcía haciendo brillar las tersa piel de su rostro.

Sin poder evitarlo, me acerqué a ella y, tras levantarla a pulso, la tumbé boca arriba sobre la mesa del comedor, levanté sus muslazos y, tras hundir mi cara en ellos, le pegué una ristra de lametazos en plan lengua de vaca, desde el ojo del culo a la pepitilla, que la dejaron temblando.

Así, fue como acudí a mi cita con un excelente sabor de boca.

9.

De ese modo fue como llegué a la cita con el viejo, con el olor y el sabor del coño y del culo de la puta bien incrustado en mis fosas nasales y en las papilas gustativas. Y, por si en algún momento, el aroma se iba difuminando, para recordarlo tenía los dedos que había introducido bien dentro del el ojete de mamá, y que apestaban a puta en cuanto los aproximaba a mi napia. Confiaba en esos estímulos físicos para no olvidar que, con mis dotes persuasivas y el informe falso elaborado por Anselmo, tenía que convencer al cornudo si no quería perder el chollo que tenía con su esposa. Motivación no me faltaba, así que tenía intención de poner las cosas en su sitio.

Cuando lo vi allí sentado, cabizbajo y deprimido, tuve una fundada sensación de optimismo. Enseguida me di cuenta de que lo que el pichafloja necesitaba creer era en la honestidad de la puta de su mujer, a pesar de las abrumadoras pruebas (circunstanciales) que había descubierto. Ése iba a ser mi papel, revertir esas pruebas y convertir a mi madre en un ejemplo de honestidad conyugal como nunca se había visto.

Cogí aire, suspiré, y me senté junto a mi víctima con la confianza que da el trabajo bien hecho. Puse la carpeta azul con el informe sobre la mesa y me limité a comentar un lacónico:

-Creo que ha ido bien. Compruébalo tú mismo. La verdad, papá, no podría haber ido mejor. No te lo vas a creer, cuando lo leas.

El viejo me miró con un ligero gesto esperanzado. Supongo que lo que esperaba oír es que su mujer era un putón desorejado y la sorprendente buena noticia le rompía, para bien, sus esquemas.

El informe, salteado de fotografías que acompañaban al texto y con un par de DVD’s adjuntos con vídeos de la " sospechosa " (de los que yo llevaba muestras en el móvil para engatusar al cornudo), era una exculpación en toda regla de la guarrilla. Por un momento pensé que mi amiguete había cargado un poco las tintas, pero, bueno, más vale pecar  por exceso que por defecto.

El viejo empezó a leer atentamente:

" A petición de D. Macario Sánchez Morán, se realiza un seguimiento exhaustivo y una investigación de su esposa, Doña Engracia Alba Ruiz, para determinar si ésta incurre en comportamientos adúlteros o algún otro tipo de infidelidad que pueda suponer causa justificada de divorcio.

La señora Ruiz tiene una vida rutinaria y activa, muy ocupada. En las dos semanas que ha durado el seguimiento, no se ha detectado ni un solo caso o ejemplo que puedan llevar a pensar que es infiel a su esposo. Más bien al contrario.

Se adjuntan vídeos y fotografías que corroboran los hechos que a continuación se describen:

1. Doña Engracia Ruiz, acude diariamente a la parroquia del barrio donde tras asistir a misa en la capilla de San Patricio (se adjunta fotografía en la que se la ve arrodillada rezando bajo la enorme cruz celta de la capilla), asiste al comedor social del barrio. Hay que hacer notar que su devoción es tal que se hizo tatuar la cruz de la capilla de San Patricio en su espalda a gran tamaño, con el doloroso sacrificio que eso supone. También lo hizo con una corona de espinas, símbolo del sacrificio de nuestro Señor.

2. El resto del tiempo, al margen de otras obras benéficas, lo ocupa en asistir al gimnasio para mantenerse en forma. Práctica Pilates y otras clases de grupo. Es destacable que, a pesar del ambiente juvenil y de una cierta relajación moral del establecimiento, doña Engracia, se mantiene completamente al margen de las insinuaciones de algunos de los monitores que obtienen un sobresueldo vendiendo su cuerpo a las clientas. Se adjunta video en el que se puede observar como la interesada rechaza las insinuaciones de un joven que posteriormente es filmado en un lavabo del vestuario femenino manteniendo relaciones sexual es con otra clienta, compañera de doña Engracia. La integridad moral de la esposa del cliente queda fuera de toda duda.

3. Se ha podido acceder al historial médico confidencial de doña Engracia, lo que puede explicar algunos de los detalles que hicieron al cliente dudar de la fidelidad de su esposa.

3.1 Se adjunta diagnóstico de dermatitis púbica y recomendación de mantener las zonas genital y anal completamente depiladas. Con depilación definitiva, si es posible, así como el uso de ropa interior mínima, para limitar el rozamiento.

3.2 Se adjunta informe del estomatólogo que recomienda el uso de dilatador anal y/o vibrador, con ayuda de lubricantes, para facilitar el tránsito intestinal y ayudar a aliviar el caso de estreñimiento crónico que padece la paciente.

3.3 Se adjunta informe del centro de Acupuntura y Medicina Tradicional China Chen en el que se detalla el tratamiento con agujas y la colocación de piercings fijos en pezones y ombligo por su conexión con la columna vertebral y para aliviar los frecuentes dolores de espalda de la paciente por su trabajo de ayuda en los comedores sociales del barrio. Se aconseja, en un futuro, ampliar el tratamiento con un piercing más en la aleta de la nariz y, si no se nota mejoría, en el clítoris. "

A cualquiera que lo vea le resultará casi imposible creer que una trola de proporciones bíblicas, como el informe que acababa de leer el cornudo, podría colar como verdadera. Y más si tenemos en cuenta que el destinatario era un tío más o menos formado y con dos dedos de frente. O eso pensaba yo.

Así que es fácil de entender que no tuviese todas conmigo mientras el viejo leía el informe y miraba los videos amañados que tenía en el móvil y que confirmaban las falsedades del texto.

Pero, a medida que, observando su rostro, percibía esa indisimulada sensación de alivio que nuestra cara no puede ocultar cuando recibimos una noticia liberadora, como un buen diagnóstico de una biopsia o que no hemos dejado embarazada a nuestra novia, aumentó mi confianza en que el plan que habíamos urdido podía funcionar.

Cuando mi padre terminó de leer el texto tenía los ojos húmedos. Pero las lágrimas que se le habían formado eran de alivio. Estaba contento y no dudó en hacérmelo saber. Así como su arrepentimiento por haber dudado de su esposa.

En un alarde de cinismo, me mostré comprensivo y empático. Aparentemente.

Escuchaba la perorata del viejo llevándome a la nariz los dedos que, poco antes, habían estado alojados en el ojete de mamá y que todavía conservaban un intenso olor a puta. No pude evitarlo y noté la polla morcillona. Mientras mi aliviado padre proseguía con su soliloquio, aproveché para enviar un WhatsApp a la guarra con un escueto mensaje:

" ¡¡¡Ha colado!!! ¿Lo celebramos? "

La respuesta no se hizo esperar:

" Al final, Toro sentado se va de viaje esta tarde no mañana, justo después de comer... En cuanto sus cuernos salgan por la puerta, te mando un mensaje... ¡Tengo ganitassss! ¿Qué mejor que un buen polvo para celebrarlo...? "

" Estaré atento al móvil, guarra... ", respondí, " ya sabes: cuernos fuera, polla dentro "

Mientras, el viejo, inasequible al desaliento, continuó largando su rollo de arrepentimiento por haber dudado de su esposa sin motivo, bla, bla, bla...

Al final, me vi obligado a cortarlo. Se hacía tarde y quería ir a comer a casa, que tenía la familia un poco descuidada y, además, necesitaba recuperar fuerzas para la sesión de tarde y mi mujer había hecho lasaña, mi plato favorito.

-¡Claro, claro, hijo...! Lo entiendo - dijo el viejo-. Yo también tengo que ir a casa a dar un buen abrazo a tu madre. Y justo después de comer tengo que ir al aeropuerto...

-Vaya...-me hice el sorprendido-. ¿Te vas?

-Sí, pero sólo tres días. Hasta el jueves. - " Suficiente para taladrar a fondo a la puta de tu mujer. ", pensé.

-¡Ah, una última cosa, papá!

-¿Sí...?

-Tengo que pagar lo del informe y eso... Mi amigo nos ha hecho buen precio...-bueno, buen precio para él (y para mí). Como ya os he contado, habíamos triplicado sus honorarios.

El viejo apoquinó sin pestañear. Se nota cuando se está forrado... Y contento: su mujer volvía a ser la virtuosa esposa perfecta que él creía...

10.

Aquella tarde, en cuanto abrí la puerta me la encontré frente al umbral. Vestida tal y cómo le había ordenado. Es decir, solo con unos incómodos zapatos de tacón de aguja, medias negras de rejilla y un minúsculo tanga también negro que dejaba entrever perfectamente su coño depilado.

Estaba expectante, de pie, mirando sumisamente al suelo con sus inmensos ojos verdes, perfectamente maquillada. Muy hortera, eso sí. Con ese toque de puta vulgar que tanto me gusta. Sus grandes tetas colgaban como campanas temblorosas sobre su vientre. Es en las tetazas y en alguna pata de gallo y arruga de la cara donde más se notan su cincuentena. Por lo demás sigue teniendo un cuerpazo capaz de levantar la polla más mustia. Y, si la sola imagen de su cuerpo no lo consigue, siempre tendremos sus morbosos labios de chupapollas para izar el mástil...

Para redondear la recepción vi que la cerda había obedecido al pie de la letra mis instrucciones y llevaba todos los aditamentos, incluidas  dos nuevas argollitas de plata que acababa de comprar para sus pezones. Es consciente de lo mucho que me gusta pegarle tironcitos mientras me chupa la polla, mientras exclamo: " Buena puta, buena puta, sí señor "

Tras pasarle revista, con un gesto le ordené girarse para admirar la perfecta panorámica ofrecida por su culazo panadero. Acerté a atisbar como se dibujó una sonrisa levemente orgullosa en su cara de puta. Supongo que acababa de darse cuenta de cómo se me empezó a marcar el rabo en el pantalón. Normal. ¿Cómo no empalmarse ante semejante jaca?

Así y todo, tampoco ella era inmune a mis encantos y la humedad de su entrepierna se apreciaba a simple vista.

Tras dar la vuelta, me arrimé a ella y tras apretarla contra mí para que notase la dureza de mi rabo le comí la boca con rabia. Empezamos un morreo bestia, con sus tetas presionando mi barriga y su coñito apretando mi tranca. Por mi parte, no perdí el tiempo y, tras amasar brevemente su blando y gordo culazo, acerqué mis dedos hacia el ojete, donde metí  dos a la vez con suma facilidad. La muy cerda ya iba perfectamente lubricada. Tenía ganas...

-¡Pero qué buena estás hoy, cacho de puta! -le digo, interrumpiendo brevemente el baboseo de su jeta de puerca.

-¡Muchas gracias...! Y eso que no me has dado casi tiempo, ¡eh!

Me reí con ganas. Sabía que tenía razón. Cada vez me gusta apretarle más las tuercas y presionarla. Pero siempre cumple la muy cabrona...

-Ah, sí... ¿hace mucho que se ha pirado el cornudo?

-Ni diez minutos... Menos mal que ya tenía lo de debajo puesto y solo me he tenido que quitar el chándal... ¡Es que tienes mucho morro! -al tiempo que hablaba me iba conduciendo de la mano al salón, que ya estaba ambientado con velas aromáticas, un par de copas en la mesita y música ambiente-. Claro, tú te crees que me basta mandar un WhatsApp y a los diez minutos plantarte aquí con la polla en la mano a clavársela a tu pobre madre como si fuese una puta... Hijo, es que no me das ni una cucharadita de azúcar... Me usas como un trozo de carne... Parece que solo me quieres para follar.

La miré sorprendido y, por un breve instante, estuve a punto de creerme su indignación. Hasta que la golfa bajó la mirada y, tras observar mi polla tiesa, apuntando al cielo, dijo:

-Aunque, viendo este rabo, y cómo se me moja el chichi, quizá sí que soy un poco putilla.

-¡Pues hala, putilla, amórrate un poco al pilón que hoy voy con ganas!

Obediente, agachó la cabeza y empezó a mamar.

-Pues sí, tía, esto es lo quetú lo que necesitas. Un buen pollón. Y no tienes necesidad de ir buscando por ahí teniendo éste en la familia. ¿No, mamá?

Ella, sin detener la mamada se limitó a levantar la vista y, mirándome a los ojos, entre babas y arcadas, sin llegar a sacarse del todo el rabo de la boca, emitió un gutural:

-Ggggssiiii... Ssssí, hijjjoggg...

A pesar de las dificultades, se le entendió perfectamente...

Iba tan salido tras nuestra victoria (al igual que ella) que tras cuatro o cinco emboladas en su garganta, para lubricar bien mí polla, la empujé sobre el sofá, puse sus piernas sobre mis hombros y coloqué mi tranca en el ojete que, como buena guarra, llevaba perfectamente engrasado. Tras un pequeño golpe de riñón de tanteo, empecé a taladrarla en plan cañero.

Me encanta petarle el culo así. De frente. Viéndole la cara y como su semblante alterna muecas de dolor y de placer. A cuatro patas también me mola reventar su puerta trasera, tirándole del pelo o agarrando su cuello. Pero no ese día. Quería recrearme en su puta cara. Ver como sudaba ante mis empujones y como soltaba algún que otro lagrimón por el esfuerzo. O cómo relamía los escupitajos, con los que iba regando su carita de cerda.

Aproveché para aderezar el polvo con una buena batería de insultos, "¡Pero qué puta puedes llegar a ser, cabrona! ¡Menuda vende-motos que estás hecha! ¡Cerdaaaaa...! ¿No te da vergüenza poner los cuernos al maricón de tu marido con tu propio hijo? No me extraña... Con este culo de puerca que tienes, que parece una autopista.... "

Mi entrañable madre aguantó el chorreo con la misma deportividad con la que soportaba los empellones de mi rabo en su culo, jadeando, sonriendo, disfrutando a tope y, por supuesto, jaleando mi ofensiva.

-¡Venga, cabronazo, más fuerte! ¡Machaca a la puta de tu madre como si no hubiera un mañana! ¡No pares...! ¡Hay que hacer crecer la cornamenta de tu padre hasta el infinito y más allá...!

Menuda ida de olla.

En esas estábamos cuando sonó el móvil. Era, cómo no, el cornudo. Pensé en no dejar contestar a la cerdita, porque no quería malograr el polvo, pero, bien pensado, me pudo el morbo y, decidí disfrutar de la conversación. Giré a la guarra, la empalé a cuatro patas por detrás, le agarré con fuerza la melena, para controlar los arqueos de la columna y, la obligué a contestar con el altavoz puesto. Más que nada para hacer unas risas...

Se estaba cumpliendo una de mis más húmedas fantasías: darle por el culo a una guarra, una presunta modélica ama de casa libre de toda sospecha (ahí estaba el informe de marras, para confirmar su inocencia), mientras la buena mujer atendía a su cornudo e ignorante esposo por teléfono.

A través del altavoz, escuché la voz de mi padre, mientras obligaba a la cerda de mamá a aguantar mis violentas emboladas con rítmicas palmadas le iba poniendo el culo como un tomate.

La perra aguantó como buenamente pudo el arreón. Pegaba chillidos y se bamboleaba como un saco. Respondió a los requerimientos de su esposo entre jadeos y justificó su voz entrecortada por los ejercicios que estaba haciendo justamente al sonar el móvil y los otros ruidos que se filtraban por el auricular los atribuyó a las eternas obras de los vecinos. Era todo un poco inverosímil pero, como hemos podido comprobar, quién quiere creer, cree.

Mamá, cuando veía que el vendaval que azotaba su pandero arreciaba, tapaba el micro del móvil como buenamente podía, momento que yo aprovechaba para insultarla con fuerza y, sacando la polla de su culo, la aproximaba a su cara para que la oliese bien, restregaba el pringue por su jeta, y, tras aceptar gustoso un par de lametones para  dejar un buen sabor de boca a la guarra, volvía a taladrarla a buen ritmo.

Supongo que os preguntaréis para qué coño llamó el viejo. Muy fácil. El caso es que el muy tarugo, se había dejado olvidado el puñetero informe sobre su mesita de noche. Bien a la vista. El muy inútil del viejo estaba acojonado ante la perspectiva de que, si mamá se encontraba la carpeta, le echase un vistazo y descubriese que había sido espada.

Era como para descojonarse de risa, teniendo en cuenta las circunstancias, pero, claro, ni mi madre, con una polla barrenándole el culo, ni yo mismo, dedicado arduamente a dichos menesteres y con la sana intención de regar a fondo los intestinos de la puta, nos podíamos distraer carcajeándonos. La concentración era máxima.

El cornudo concluyó su llamada informando de que había enviado a un mensajero de la empresa a recoger una carpeta azul que contenía documentación importantísima de la compañía que necesitaba urgentemente antes de embarcar.

Nos dijo que el chico estaba a punto de llegar. Y, dicho y hecho, fue colgar el teléfono y, cuando estaba a punto de rematar la jugada llenando de leche calentita el culo de mamá, sonó el puto timbre.

-¡Joder, me cago en la puta! - grité malhumorado por la interrupción.

-¡Mierda! - me secundó mi madre.

Cabreado, me levanté, con la polla como un mástil. Al salir del culo, el rabo hizo un ligero chof.

Mamá se quedó derrotada en el sofá y se limitó a girar la cabeza viendo como me dirigía así, tal cual, en pelotas y con la tranca tiesa, a abrir la puerta.

Furioso, cogí la carpeta y recibí la inoportuna visita. Allí un chico joven, el mensajero, con el casco puesto y la visera abierta, me miró con cara de asombro.

-¡Toma, creo que vienes a por esto!

Le planté la carpeta delante de las narices y el chaval, nervioso, la cogió sin saber muy bien a dónde mirar.

Cuando me disponía a cerrar la puerta, el chico, tímidamente, dijo:

-¿Es... está la señora Engracia? Es que necesito que me firme el recibo...

-¿La señora Engracia? ¡Ah, la puta...! Ahora te la mando... Espera cinco minutos... –para no perder la costumbre, acababa de tener una idea diabólica y puñetera.

Volví al comedor sin que el cabreo (ni la erección) se hubiesen atenuado ni un instante. Aunque ya  sabía cómo resarcirme.

Mamá se había sentado en el sofá con las piernas cruzadas y fumaba un cigarrillo. Había vuelto a fumar en casa desde que me la follaba allí también.

-Apaga el cigarro, puta - le dije categóricamente. - No te levantes.

Obedeció. Me planté frente a ella, con la polla a la altura de su cara y empecé a pajearme furiosamente. Mamá abrió la boca y sacó bien la lengua, dispuesta a no perder ni una gota de lefa.

-¡Cierra la puta boca, joder! –le dije furioso.

Entendió la intención a la primera y asumió, con perfecta naturalidad el reparto de esperma que se distribuyó democráticamente por su jeta de puerca, desde la frente a la barbilla.

-¡Ni te limpies…! ¡Hala, a firmar, guarra, que te esperan…!

Me hubiera encantado acompañar a la cerdita para ver cómo atendía al mensajero, pero estaba derrengado, así que me desparramé por el sofá tomando un trago y recuperando fuerzas.

Así que solo puedo imaginar la cara que debió poner el pobre pringado cuando vio aparecer a la jamona en pelota picada (obviamente no le dejé ni ponerse la bata), con las tetas meneándose libres, con sus bonitos piercings, los tatus y, sobre todo, con esa cara tan repleta de esperma que le hacía llevar un ojo entrecerrado.

Impresionado debió de quedar la criatura cuando mamá se girase y, levemente agachada, firmase el recibo, apoyada en la mesa baja del recibidor, mostrando una perfecta panorámica de sus enrojecidas nalgas y un húmedo y dilatado ojete, todavía abierto, recuperando la compostura tras la visita de mi polla.

Imaginé también como una gota rebelde de esperma resbalaba por la barbilla y caía sobre el recibo, dejando un bonito recuerdo.

Y también pensé en cómo debió haber sido el lastimoso viaje de retorno al aeropuerto del pobre mensajero, con una tremenda erección. Lo que no sé si es muy apropiado para luchar contra el denso tráfico de la hora punta.

En fin, esas eran mis ensoñaciones interrumpidas al aparecer, espléndida y sonriente, mi puta madre. Ella lo único que pudo confirmarme a ciencia cierta fue la timidez del mensajero y el enorme bulto que marcaba  su bragueta cuando recogió el recibo con la mano temblorosa.

Se sentó a mi lado y compartió un cigarrillo conmigo mirando la tele.

-¿Tú crees que el chico le dirá algo a tu padre?

-Que va... Además, ¿quién se va a creer algo así?

FIN