El Infiernito - LA HISTORIA DE KAROL

Karol es detenida injustamente y llevada a una prisión donde sus peores miedos se harán realidad.

Piensa en el peor miedo que hayas sentido jamás. Ese sudor frío recorriendo tu espalda. La respiración agitada, la presión en el pecho y la sensación de parálisis. El tiempo parece detenerse cuando te enfrentas al miedo. Esa noche, los mismos sentimientos de pánico se apoderaron de Karol; pero de una forma mucho más profunda. Un pánico que le llegó hasta los huesos…

El silencio de la noche se vio interrumpido por el abrir y cerrar de puertas metálicas rechinando. Dos guardias llevaban arrastrada a Karol por los pasillos de la prisión nacional No. 69, mejor conocida por su nombre popular "El Infiernito". Los guardias llevaban a Karol uno de cada brazo, a paso casi de trote, lo que hacía que la chica arrastrase los pies sin poder incorporarse para dar pasos. Llevaba un vestido color rojo a medio muslo, con tirantes anchos y la espalda descubierta.

Con las manos esposadas en la parte de atrás, amordazada con cinta adhesiva y ya sin uno de sus zapatos; los guardias por fin llegaron a su destino, la oficina del alcaide. Llamaron a la puerta, a lo que una voz grave respondió permitiéndoles la entrada.

  • Mi comandante, traemos a la prisionera como lo ordenó. Dijo uno de los guardias, mientras ambos asumían la posición de firmes, con el característico saludo militar.

  • ¿Fue difícil encontrarla? Inquirió el alcaide.

  • No mi comandante. Tal como Ud. nos indicó, ubicamos a la prisionera en el bar "La Sinventura"; donde estaba cometiendo actos contra la moral con otra mujer.

  • Perfecto. Déjennos solos, esperen afuera.

  • Sí mi comandante.

Los guardias se retiraron dejando al alcaide y a Karol solos en su oficina. Se podía ver el miedo y la confusión en la mirada de la chica, que permanecía de pie con los ojos bien abiertos sobre la figura del hombre que tenía frente a ella. El alcaide se acercó a la chica y de un solo tirón arrancó la cinta que cubría la boca de esta, desollando los labios y ocasionando un grito de la prisionera.

  • Ahhh. Grito Karol mientras unas gotas de sangre caían al suelo.

  • ¡¿Qué hago aquí?! ¿Por qué me han traído? Yo no he hecho nad...

No alcanzó a terminar la frase cuando una sonora bofetada hizo que volteara la cara, sacudiéndole las ideas y nublándole el pensamiento.

  • Estás aquí por faltas a la moral. Un informante "anónimo" nos notificó que has cometido actos sexuales en la vía pública, faltas a la moral al caminar desnuda por la calle y ejercido la prostitución tanto con hombres como con mujeres.

  • Eso es mentira, yo... yo no he hecho eso, yo... ¡¿CÓMO PUEDE CREER QUE YO HAGA ALGO ASÍ?! Gritó desesperada Karol, al tiempo que la ira hacía rodar unas lágrimas sobre sus mejillas.

El alcaide sonrió.  - No te preocupes. Aquí estamos para servir a la población, y ayudarlas con sus problemas. Aquí seguro podremos enderezarte. Afirmó de forma burlona. -Es más, vamos a empezar justo en este momento. Esta frase hizo que Karol comenzara a imaginar un sin fin de situación tan abstractas y a la vez tan reales.

  • ¿Qué va a hacer? Yo no he hecho nada, por favorrr... Suplicaba la indefensa chica claramente asustada por el desconocimiento de lo que vendría.

  • Tranquila, solamente vamos a cambiar tu comportamiento para que seas una mujer de bien. Aquí en El Infiernito, nos gusta realizar "terapia de shock"; verás, para que dejes tus comportamientos autodestructivos, tenemos que hacer que llegues a aborrecer esos comportamientos.

En ese momento el alcaide tomó una pequeña caja de madera de su escritorio y sacó la llave de las esposas, para quitárselas a la detenida. Karol sintió el alivio en sus muñecas mientras las frotaba y veía las rozaduras que habían dejado. -Bien. Dijo el alcaide. -Ahora, desnúdate.

  • ¿QUÉ? ¿Está loc...

Nuevamente Karol no alcanzó a terminar la frase, cuando otra bofetada le dobló la cara haciéndola caer al piso.

  • Aprenderás que cuando yo ordeno, la gente obedece. Dijo en tono serio el alcaide, mientras buscaba en un armario un instrumento que Karol no había visto nunca. Una vara metálica con un gancho en forma U en la punta.

Karol se levantó del suelo, y se quedó inmóvil en el centro de la oficina. Llorando, con los brazos cruzados sobre su abdomen como queriendo protegerse. El alcaide repitió la orden.

  • Desnúdate. Dijo, mientras usaba la vara metálica para aplicar una descarga eléctrica en costado de la chica.

  • AHHHHHHHHH. Gritó Karol, al sentir el dolor producido por la picana eléctrica modificada que el alcaide blandía. -NOOOOO, por favor. Suplicó la chica. Pero el alcaide atestó otra descarga sobre la condenada, solamente por puro placer.

  • AHHHHHHHHHH. Volvió a gritar esta. - Está bien, está bien, por favor, ya no, por favor.

  • DESNÚDATE!!! Gritó enérgicamente el alcaide.

La pobre Karol entendió que si no quería seguir sufriendo descargas debería obedecer. Lentamente llevó sus manos a la parte de su espalda, y bajó el cierre de su vestido hasta llegar al inicio de sus nalgas. Sacó por el frente la parte superior del vestido, dejando ver un elegante sostén blanco de encaje.

El vestido cayó al suelo por efecto de la gravedad, y dejó al descubierto la figura de la chica, cubierto únicamente por su ropa interior.

-Sigue.

Karol dudo, pero al ver la intensión de su carcelero, llevó sus manos a la parte frontal de su sostén para desabrocharlo. Se lo quitó, queriendo cubrir sus pechos, pero sabía que tenía que continuar. Tomó los costados de su tanguita blanca, y la bajó en un solo movimiento hasta sus tobillos, sacándola y dejándola en el piso.

El alcaide pudo contemplar el cuerpo desnudo de su prisionera. La observó en detalle desde las uñas de sus pies, decoradas con un tierno color rojo. Subiendo por sus esbeltas piernas. Su cadera enmarcando un delicioso pubis perfectamente depilado. Sus pechos, grandes, firmes, coronados por unas areolas claras y unos pezones pequeños. Pero lo que más excitó al alcaide, fue la cara de su presa; asustada, con lágrimas corriendo por sus mejillas, arrastrando el rímel que en un momento decoró el contorno de sus ojos.

  • Muy bien zorrita. Eres todo lo que Él nos prometió.

Karol no entendió a qué se refería, y tampoco tuvo tiempo para analizarlo. El alcaide se abalanzó sobre ella. Karol intentó retroceder, pero no pudo. El alcaide la tomó por una mano y en una rápida maniobra le dobló el brazo hacia atrás lastimándola fuertemente. Con su otra mano, el alcaide tomó la nuca de su presa, y la obligó a doblarse en ángulo recto sobre su escritorio.

En esa posición, la conchita y el culito de Karol quedaban perfectamente a disposición de su carcelero. Este inmovilizó a su presa, y mientras la sujetaba su brazo doblado, con la otra mano desató su cinturón quedándose con él en la mano, mientras seguía desabrochando su pantalón.

Karol lloraba y pataleaba, pero el dolor de la sujeción hacía que no pudiera moverse. Sabía lo que venía, pero no podía hacer nada. Los pantalones del alcaide cayeron al suelo, y el miembro de este quedó libre al fin. Karol tenía la cara contra el escritorio del alcaide. Sintió perfectamente como este comenzaba a frotar su verga erecta contra su conchita.

La indefensa rea cerró los ojos resignada a lo que venía.

  • AHHHHHHH. Gritó. - NOOOO.

El alcaide había introducido de una sola embestida todo su miembro en la vagina de su víctima. La violenta intromisión y lo sequedad en la intimidad de la chica hacían que la penetración fuera dolorosa.

  • Sí, nena. Grita para mí.

  • Nooo, por favorrr. Suélteme.

El alcaide levantó el cinturón que aún tenía en la mano, y dejó caer un sonoro azote en la espalda de la chica, dejando marcado de rojo la blanca piel.

  • AHHHHH.

  • SÍÍÍ, GRITA. ¡¡GRITA PUTA! Vociferaba el atacante mientras volvía a azotar con su cinturón de cuero a la chica.

[Zasss] Zumbaban los azotes con el grueso cinturón de cuero.

Karol lloraba desconsolada. Humillada y adolorida, su cerebro no tenía tiempo para analizar la situación. Solamente sentía el dolor de los azotes, y el dolor en su intimidad por la brusca violación de que estaba siendo sujeta.

Doblada a novena grados. El alcaide continuaba penetrándola violentamente, como poseído. Las embestidas de este hacían que el escritorio se tambaleara.

  • Nooo, por favor, ya no más, por favor.

[Zasss]...

  • HHHAAAAAAAA.

[Zasss] [Zasss] [Zasss] [Zasss] [Zasss]

Cinco azotes seguidos y el dolor de Karol se había vuelto insoportable. Su espalda tenía marcadas las franjas de los golpes recibidos, cambiando el tono blanco y puro de su piel, por el color rojizo amoratado de los golpes.

Karol lloraba, el alcaide la seguía cogiendo sin parar. La prisionera no supo cuánto tiempo la estuvo mancillando su captor, aunque para ella parecieron horas. De pronto, el alcaide tomo el cinturón con sus dos manos, y en un movimiento lo paso por el cuello de Karol, halándola hacia atrás y provocando que a esta se le cortara el aire.

  • ¡Oh Sí! Nena, voy a acabar. Sí, te voy a llenar de leche.

Karol solo podía emitir sonidos ahogados por el ahorcamiento que sufría. Con sus manos en su cuello en un intento inútil de arrancar el cinturón que la asfixiaba, sintió como su violador llenaba su interior de leche. Fueron 5 chorros de semen que fueron a parar en lo más profundo de su intimidad.

  • SIIIIIII. Gritó el alcaide mientras terminaba de vaciarse dentro de la chica. Al terminar, le soltó el cuello y se salió de ella.

Karol tomó una fuerte bocanada de aire y comenzó a toser mientras caía suelo llorando y poniéndose en posición fetal.

  • Ufff. Ud. es todo lo que Él nos prometió. Dijo el alcaide.

Karol escuchó lo que dijo, pero su mente no procesaba. Aún en el suelo, desnuda y recientemente violada. Oyó cómo llamaba a los guardias que habían estado aguardando afuera de la oficina. Así, desnudo como estaba, el alcaide hizo entrar a los mismos dos guardias que habían llevado a Karol hasta su oficina.

  • Llévenla a limpieza y desinfección; y luego prepárenla.

  • Sí, mi comandante.

Los guardias levantaron el maltrecho cuerpo de la chica, y de la misma forma que la llevaron a la oficina, la condujeron a rastras por el pasillo. La chica estaba ida. Su mirada perdida miraba las paredes oscuras de la prisión, pero no alcanzaba a asimilarlas.

Llegaron con la prisionera a otro recinto de la prisión. Un cuarto amplio con regaderas y azulejos que algún día fueron blancos. Dejaron a Karol en el centro de la habitación y salieron. Ahí estaba la chica, sin comprender nada. Desnuda, recientemente violada y con la mente en blanco.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí. Cuando reacción, escuchó unos pasos que se acercaban. Abrieron la puerta y vio entrar una mujer vestida con el mismo uniforme que los guardias que había visto antes. Cuando la vio, Karol se lanzó a hacia ella.

  • ¡¡¡Por favor, ayúdame!!!, el alcaide me acaba de violar en su oficina y...

Nuevamente las palabras de la chica fueron interrumpidas por un golpe. Esta vez el golpe de una macana en el estómago, que hizo que Karol cayera al suelo sin aire y abriendo la boca lo más posible para intentar recuperar el aliento.

Sin inmutarse. La sargento López se dirigió a un costado de la habitación. Empezó a desenrollar lo que parecía una manguera de bombero. Se acercó a una distancia prudencial de la prisionera, y abrió la llave del agua.

Un fuerte chorro de agua salió expulsado de la manguera, directo al cuerpo de Karol. La fuerza del agua fue tal que empujó a la chica por el piso de azulejo sin dejarla que se pusiera de pie. El fuerte de chorro de agua helada bañaba el cuerpo de la chica limpiándola por pura presión.

  • Noooo, glup, por glup fav glup. La prisionera intentaba articular palabras de súplica, pero la fuerza del agua y el ahogo que esta le producía al entrar por su nariz y boca no se lo permitían.

Cuando la sargento López consideró que ya estaba suficientemente limpia, apagó el agua y dejó la manguera en su lugar. Se dirigió hacia Karol y sin mediar palabra la sujetó de un brazo y la levantó.

  • ¿Por qué hacen esto? Yo no he hecho nada. Suplicaba Karol, un poco más despierta por la ducha recibida. No obtuvo respuesta.

La sargento sacó sus esposas y se las colocó a la prisionera, utilizando el tubo superior de una de las regaderas para sostenerla en alto. De esta forma, Karol quedaba con los brazos hacia arriba, levemente flexionados, lo que permitía estar de pie.

Karol comenzó a sentir miedo nuevamente. Pudo fijar su atención en la sargento López. Una mujer alta de aproximadamente 1.80. Piel morena color caramelo. Esbelta. ¿Cómo era posible que esa mujer, que fácilmente podía ser modelo, trabajara en ese lugar de porquería? En eso estaba pensando la prisionera, cuando algo la sacó de sus pensamientos.

Desde su posición esposada, vio cómo la sargento López comenzó a desabotonar la blusa de su uniforme. Uno a uno los botones de su blusa reglamentaria fueron abriéndose, hasta que al fin terminó sacándola por su espalda; dejando ver un hermoso par de senos coronados por una areola oscura.

Karol no entendía por qué su captora hacía eso. La guardia continuó. Desabrochó su cinturón, y luego de bajar el cierre frontal de su pantalón, este cayó al suelo. Karol pudo ver que la sargento no llevaba ningún tipo de ropa interior. Se quitó sus botas, y juntó toda su vestimenta a un costado.

Se acercó caminando lentamente a su prisionera. Karol intentó retroceder, pero las esposas en sus manos se lo impedían.

  • ¿Qué hace? No se me acerque. Pedía Karol mientras intentaba cubrirse de alguna forma.

La captora tomó a Karol por la cabeza con ambas manos, y la giró quedando esta de frente a la pared de la ducha. Desde atrás, la guardia comenzó a catear a la reclusa. Pasó sus manos por la larga cabellera castaña de su prisionera. Luego bajó poco a poco por los costados, pasó las manos hacia el estómago y subió poco a poco.

Karol se movía intentando sacudirse de encima a su captora, sin lograrlo. La sargento López subió sus manos y tocó por primera vez los pechos de su prisionera. Esos pechos grandes y perfectos. Un temblor gélido atravesó la espalda de Karol, al sentir esas manos suaves sobre sus tiernos senos.

La sargento comenzó a apretar los senos de su prisionera. Pese a las súplicas de ésta, la captora amasaba esas grandes tetas a placer. Con los dedos pulgar e índice apretaba los pezones, y los estiraba groseramente. Esos pezones claritos eran retorcidos y pellizcados, ocasionando que se pusieran duros.

Después de un rato de estar apretando las tetas de la reclusa, la sargento comenzó a bajar las manos; siempre palpando el cuerpo de ésta. Llegó a sus caderas, y con movimiento rápido hizo que su presa se volteara quedando las dos frente a frente. Karol sabía lo que venía, pero esperaba estar equivocada.

  • ¡Por favor! Déjame ir, no diré nada de lo que pasa aquí, pero por favor...

La sargento López ni si inmutó. Comenzó a palpar la cara interna de los muslos de Karol. Esos muslos esbeltos, suaves que provocaban tanto placer al ser besados, ahora estaban siendo manoseados por una agente carcelaria con cuerpo de reina de belleza.

La sargento fue subiendo poco a poco sus manos. Karol respiraba agitada, nerviosa, pero esta vez era un tipo nervios diferente. En un momento, la captora hizo llegar sus manos a la entrepierna de Karol, tocó por primera vez los labios de su conchita. Esa conchita perfectamente depilada.

López comenzó a acariciar suavemente la intimidad de su prisionera. Con la yema de sus dedos frotaba la suave piel, muy delicadamente, sin prisas. Karol se sentía incómoda. Una hermosa mujer estaba acariciando su intimidad sin mostrar el menor pudor. La reclusa volteaba la cara, tratando de llevar su mente lejos de ese lugar, tratando de ignorar las sensaciones que le producía la masturbación de que era víctima.

En eso, Karol cayó en la cuenta en un aspecto que no había notado antes. Pudo ver fijamente los ojos de la sargento López. Unos ojos color miel claro, pero perdidos en la nada. Como un autómata. En esos pensamientos estaba, cuando comenzó a sentir cómo la sargento pasó de frotar sus labios, a introducir un dedo dentro de su vagina.

  • MMMM. Gimió tímidamente Karol, al sentir como su captora comenzaba a meter su dedo índice.

Las caricias previas habían hecho efecto. Si bien la chica no estaba plenamente lubricada, el dedo de la sargento se introducía sin ocasionarle molestias.

  • MMMM, Nou; déjeme, por favor.

Karol renegaba. Su captora no reaccionaba. Seguía con la mirada fija, metiendo rítmicamente su dedo en la conchita de su víctima.

  • Ahhh. Mmmm. Noo, por favor, ahhhh.

La sargento seguía metiendo su dedo, cada vez más rápido. Adentro, afuera. Karol respiraba agitadamente, con la boca abierta halando bocanadas de aire. Adentro, afuera. La sargento metió un segundo dedo, y de inmediato un tercero.

  • AHHHHH, ahhhh, mmmmm. Por favor.

El sonido de la concha mojada de Karol, siendo masturbada por la sargento, inundaba la sala.

  • Ahhhh, mmmm.

La sargento López acercó su boca a uno de los pechos de su víctima, y comenzó a succionar uno de sus pezones. Al mismo tiempo que pasaba su otra mano hacia atrás, y comenzaba a introducir un dedo en el culito de la reclusa.

  • AHHHHHYYY, ahhhh, nooo, por ahí no, ahhh.

La sargento seguía firme en sus acciones, ahí estaba penetrando con tres dedos la conchita de su presa, mando una de sus tetas y con otro dedo en su culito. Las sensaciones de Karol iban en aumento. No lo deseaba, pero estaba disfrutando del manoseo que le daban.

  • MMMMMMMM, ahhhhii, por favor, ahh, no. ahh. Karol cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, con la boca abierta para tragar más aire. Sentía que su orgasmo estaba cerca, no deseaba su violación, pero deseaba el orgasmo.

Cuando estaba a punto de acabar, la sargento López paró en frío. Sacó sus dedos de los agujeros de la chica, los que salieron muy mojados por los flujos. Karol abrió los ojos como platos.

  • Ahhhh, pero... mmm, yo....

Karol no sabía que pasaba, estaba a punto de acabar y de la nada la dejaban. Sus sentimientos eran encontrados, por un lado, estaba siendo violentada, pero por otro las caricias de su captora habían hecho efecto y deseaba al menos un momento de alivio, después de la violación del alcaide y de su manoseo.

Mientras la reclusa trataba de asimilar lo que estaba pasando, la sargento terminó de vestirse. Desató las esposas del tubo de la ducha y las colocó a espaldas de Karol. Con el mismo semblante robótico con que estuvo en todo momento, la sargento tomó del brazo a la chica y la condujo por un largo pasillo hasta llegar a una celda.

Le quitó las esposas y la empujó dentro de la celda para luego cerrarla con llave. La celda era un cuarto minúsculo de 3 x 3 metros con nada más que un catre y un agujero en la esquina del piso.

Ahí quedó Karol, desnuda, recientemente violada, humillada, lacerada, manoseada y con un orgasmo frustrado entre las piernas. Se sentó en el catre con las piernas cruzadas, abrazándoselas con los brazos, y con la cabeza baja.

Instantes más tarde, apareció nuevamente la sargento López, le arrojó un uniforme de prisionero color naranja por entre los barrotes de la celda, y sin mediar palabra se retiró. Karol tomó el uniforme tipo overol y se lo puso de inmediato, notó que no le habían dado ropa interior, pero poco le importó; quería tapar su desnudez.

Se acostó sobre el maloliente catre, y poco a poco se fue quedando dormida.

Un fuerte sonido de sirena y una fortísima luz roja dentro de la celda despertaron a Karol de su sueño. Pegó un brinco al escuchar el estridente sonido, tapándose los oídos y confundida por la acción de la luz intermitente. No sabía cuánto tiempo había dormido; pudieron ser días o sólo minutos.

La sirena paró de sonar y al momento entraron al pasillo otros dos guardias. La chica volvió a sentir miedo. Durante su sueño había cultivado la esperanza de que todo fuera una pesadilla, y que despertaría en su casa, en su grande y cómoda cama. Pero no era un sueño.

Estos guardias eran de mayor edad que los dos que la habían llevado a la oficina del alcaide. Eran altos y fornidos, sin llegar a tener una marcada musculatura. Sus años de experiencia adicionales en el reclusorio, les habían enseñado a estos y a otros guardias lo que estaba permitido, y todas las libertades que podían tomarse según las órdenes del superior, y las órdenes de Él.

  • ¿Esta es la nueva? Preguntó el guardia de mayor edad.

  • Sí, llegó hace poco. Él la mandó. Según las órdenes... "TRATAMIENTO NIVEL MEDIO" para ella.

  • Jaja, de acuerdo.

Karol los escuchaba hablar, y aunque no entendía al 100% lo que decían, si sabía lo que significa. Más sufrimiento para ella. Los guardias abrieron la celda.

  • Hola ricura. Dijo uno de ellos, mientras la reclusa se encogía sobre el catre.

  • ¿Qué quieren de mí? Por favor, tengo derechos, necesito llamar a alguien. No pueden tenerme encerrada aquí.

  • Calma, muñeca. Comentó el otro guardia. - Todo a su tiempo. Además, es hora de tu desayuno.

Karol no había notado lo hambrienta y deshidrata que estaba. Hasta que el guardia mencionó el desayuno, no había escuchado el rugido de su estómago.

  • Camina! Dijo uno de los guardias, mientras la empujaba con la macana.

La llevaron por otro pasadizo de la prisión. En un momento, atravesaron un largo pasillo desde donde podía verse el área común de presos. Karol vio por primera vez a más reclusas, todas con sus uniformes naranjas, unas lo tenían roto, otras se habían remangado la parte superior del overol. Había reclusas encogidas en el piso, unas lloraban, otras sentadas sobre unas mesas, unas pocas fumando, unos pequeños grupos conversando...

Karol pensó que la llevarían con las demás reclusas, pero no fue así. Llegaron a un área de la prisión muchos más limpia y elegante que la pocilga donde había estado. Una enorme puerta de doble hoja de roble rojo se abrió y ahí metieron a empujones a la reclusa. Los guardias cerraron la puerta detrás de ella.

Adentro del salón había una enorme sala, exquisitamente decorada. Sentados en un sofá negro de cuero, estaba el alcaide de la prisión, junto con otro señor de unos 60 años, finamente vestido con un traje a la medida.

Al ver al alcaide, Karol intentó salir corriendo, pero la puerta estaba con llave.

  • Ahhh, ahí está mi preciosa reclusa nueva. Comento el alcaide en tono burlón.

  • Por favor, no sé qué hago aquí, yo soy inocente.

  • Oh, por favor, deja ya eso. Quiero presentarte a mi amigo, uno de los máximos benefactores de este "centro de rehabilitación". El señor Fernández.

Karol guardó silencio. - Verás putita, mantener un centro como este requiere mucha inversión privada. Y de vez en cuando, nuestros inversores nos visitan para... "relajarse".

  • Nouuu, nouu por favor. Karol sabía perfectamente a qué se refería el alcaide.

  • Jajaj, y bien, mi querida putita; ya que la última cogida que te di fue tannn deliciosa, invité al señor Fernández para que probara tus talentos. Jajaja, ahora, ¡diviértanse!, ¡trátalo bien!

  • Nooo, no voy a hacer nada. ¡Está loco!

  • ¡NO TE LO ESTOY PIDIENDO PUTA DE MIERDA! Gritó iracundo el alcaide, mientras señalaba la picana eléctrica que había usado antes.

Karol retrocedió con miedo, aún recordaba los dolorosos toques eléctricos que había sufrido antes.

  • Esta bien, está bien, por favor no me haga daño.

El alcaide se sentó en un lujoso sillón de cuero con finos acabados de madera. Y con un ademán, invitó a Karol a acercarse al señor Fernández.

Karol se acercó al invitado de forma tímida. Este se acercó a ella, y viendo el miedo lentamente se inclinó sobre el oído de la reclusa, y de la forma más inaudible posible, como contándole un secreto, le murmuró unas palabras...

Los ojos de Karol se abrieron como platos mientras buscaba la mirada del Sr. Fernández. Como buscando una confirmación a lo que éste le había dicho hacía unos minutos. Tímidamente, Karol afirmó con la cabeza.

El Sr. Fernández tomó asiento nuevamente; poniéndose cómodo, con los brazos extendidos en el respaldar del sofá, y las piernas cruzadas.

Karol respiró profundo.

  • ¿Quiere que me desnude, Señor?

  • Sí, hazlo. Lentamente.

Karol se puso de espaldas al visitante. Lentamente comenzó a bajar el cierre frontal de su overol. Conforme éste bajaba, iba dejando al descubierto la blanca piel de Karol. El canalillo entre sus tetas fue dejando paso a su esbelto abdomen. Pasó por su sensual ombligo hasta detenerse justo al inicio de su conchita.

Deslizó el overol por la parte de arriba de su cuerpo, dejando al descubierto su suave espalda, adornada por su hermosa cabellera castaña. Luego, y sin doblar las piernas se inclinó completamente para bajar la prenda hasta sus tobillos; dejando al visitante una vista perfecta de su culito parado y su conchita depilada.

Karol tiró el overol a un lado con el pie, lentamente se volteó hacia el Sr. Fernández, mostrándose completamente desnuda ante él. Se arrodilló y gateó hasta el visitante de la forma más sensual que pudo. El Sr. Fernández, al ver que su presa se acercaba, abrió las piernas para dejarle vía libre.

La chica comprendió lo que debía hacer. Con sus manos desabrochó el cinturón del Sr. Fernández, y abrió el cierre del pantalón. Volteando la cara, metió su mano entre sus piernas y sacó su pene. Un escalofrío recorrió su espalda al tener la verga del visitante entre sus manos. Tragó saliva, y tímidamente lo introdujo en su boca.

El Sr. Fernández cerró los ojos e inclinó la cabeza al sentir los suaves labios de la chica apretando su verga. Karol comenzó a chupar, tímidamente introducía la verga del visitante dentro de su tierna boquita. La saliva de la chica comenzaba a escurrir por la verga, mientras esta continuaba chupando sin parar.

El Sr. Fernández tomo a Karol por el cabello, y comenzó a guiar la mamada que le estaban dando. La cabeza la chica comenzó a subir y bajar mientras el pene del visitante se introducía cada vez más al fondo de su boquita.

  • Ohh si, chúpalo. Tienes una boquita deliciosa.

Karol sacó la verga de su boca, y comenzó a masturbarlo con su mano derecha, mientras pasaba su lengua por los huevos. Los lamía, humedeciéndolos más con su saliva.

  • Cómetelos.

Karol tomó con su otra mano los huevos y los introdujo en su boca. Primero uno, y luego el otro. Los chupó, jugando con ellos dentro de su boca, uno a uno, mientras su otra mano seguí haciéndola una paja al visitante.

El Sr. Fernández se puso de pie, tomó con las dos manos la cara de la chica y comenzó a cogerle la boca. Su verga entraba y salía a un ritmo frenético de la garganta de Karol, que no podía hacer más que tratar de seguir el ritmo. Su violador dio tres estocadas fuertes, y acabó derramando tres chorros de espeso semen en lo más profundo de su garganta.

  • OHhhhhhhh Síii. Gritó extasiado el captor.

Sin perder su erección, tomó a Karol de la cabellera, y la arrojó sobre un diván.

  • Ahora, abre las piernas.

Karol obedeció. Llevó las rodillas hasta su torso, lo más que pudo, ayudándose con las manos en la parte trasera de las rodillas. Desde esa posición dejaba a completa disposición de su violador su conchita y su culito. El Sr. Fernández lamió tres de sus dedos, y comenzó a pasarlos por la conchita de la reclusa, restregando los fluidos que ya comenzaban a emanar de la cuevita de Karol.

El visitante tomó su verga erecta con una mano, y apuntó directo a la vagina de la reclusa. De una sola embestida, su verga perforó la intimidad de la chica arrancando un gemido seco de parte de ésta.

  • Ahhh. Mmmm. Gimió Karol, pero sin quejarse del todo.

El visitante comenzó a penetrarla rítmicamente. De forma lenta, pero constante, su falo erecto se habría paso por los pliegues húmedos de su intimidad. La fricción de sus penetraciones era calmada por los jugos que lubricaban el miembro invasor.

Karol comenzó a gemir; desviando la mirada para evitar la vergüenza que sentía. El Sr. Fernández sujetó con sus manos las tetas de Karol; y continuó penetrando a su víctima. De forma violenta su verga desaparecía dentro de la conchita empapada de la chica, sólo para volver a aparecer en un mete-saca que estaba haciendo efecto en las sensaciones de la reclusa.

El cuarto estaba inundado de olor a sexo. Sólo se escuchaba el chapoteo que ocasionaba la violenta penetración; y el constante golpeteo de los huevos del visitante en las nalgas de la chica.

Las lágrimas de Karol rodaban por sus mejillas. No quería, pero su cuerpo reaccionaba al acto. En ese momento, el Sr. Fernández se separó la chica, y se sentó en el diván.

  • Quiero que cabalgues mi verga. Ordenó secamente.

Karol se paró de su lugar, y se sentó a horcajadas sobre el visitante. De frente a él, colocó una pierna a cada costado, tomó la verga de este con una mano y lo dirigió a la entrada de su conchita. Lentamente se dejó caer, logrando que el erecto falo se encajara nuevamente en su cuevita.

  • Mmmmm. Gimió ella. - Ahhhh. Exclamaba él.

La chica comenzó a bajar hasta sentir los huevos de su violador. Se quedó así un rato, como acostumbrándose a la sensación que le ocasionaba. Luego comenzó a subir lentamente, sintiendo como la cabeza de aquel miembro acariciaba los pliegues interiores de su intimidad.

Karol comenzó a subir y a bajar. Rítmicamente, comenzó a cabalgar sobre aquella verga. Los jugos vaginales escurrían por la verga de Fernández, y caían en el suelo formando el inicio de un charco. La chica comenzó a acariciarse las tetas, las apretaba, y con sus dedos pellizcaba sus pezones duros.

Los retorcía y estiraba mientras seguía cabalgando. Arqueaba la espalda echando la cabeza hacia atrás. Mientras que el Sr. Fernández la tomaba de las caderas para hacer que la cabalgata fuera más fuerte.

  • Ahhhh si, así puta, cabálgame.

  • MMMMM. Ahhh.

  • ¿Te gusta, puta?

  • Mmmmm.

  • Respóndeme, puta. ¿Te gusta cabalgarme?

  • Mmmm, sí. Sí me gusta.

  • ¿Te gusta mi verga?

  • MMMMM, ahhh.

  • Dilo putita, quiero oírlo.

  • Sí, sí me gusta. Ahhhh.

  • ¿Qué te gusta?

  • Me gusta su verga, ahhh, mmmm.

  • Sí, dilo, recuerda lo que te dije.

  • Sí, mi Señor, me gusta, me gusta mucho su vergota.

  • ¿Te gusta cómo te cojo? ¿Ah? Dilo. Pídeme que te siga cogiendo.

  • Ahh sí, mi Señor. Me encanta como me coge. ¡Siga, por favor! ¡Cójame! ¡Cójame!

  • Ponte en cuatro. Ordenó el Sr. Fernández.

Karol se levantó, sacando la verga de su concha mojada. Se colocó a cuatro patas sobre el piso del salón y paró las nalgas. Fernández se agachó, apuntando su verga a la conchita de su víctima. La sujetó de las caderas y volvió nuevamente a penetrarla.

El sonido del chapoteo volvió a inundar el salón. Mientras Karol comenzaba nuevamente a gemir.

  • Ahhhhh. Sí.

  • ¿Estás disfrutando puta?

  • MMMMMMM, sí mi Señor. AHHHHH qué rico, sí, Ud. coge delicioso.

  • ESA ES MI PUTAAAA!!!!!!!! Gritó Fernández, mientras aceleraba las embestidas que le daba.

Tomó a Karol de la melena, esa preciosa melena castaña; y tiró hacia atrás, haciendo que ésta levantara la cabeza y arqueara la espalda. La verga de su violador estaba haciendo estragos en Karol, quería sentir esa dulce sensación orgásmica, pero por alguna razón no lo alcanzaba.

  • AHHH Sí, putita, voy a acabar. ¡¡Me estas exprimiendo, voy a acabar!!

Fernández se salió de dentro de Karol, tomó a la chica por el cabello e hizo que se hincara delante de él. Apuntó su verga a la cara de ésta, y comenzó a masturbarse enfrente.

Unos pocos movimientos bastaron para que chorros de semen fueran a parar en la cara de Karol. Fernández le había bañado la cara con su corrida. Cuatro chorros de espeso semen fueron a parar a los ojos, las mejillas, la nariz y los labios de la reclusa.

  • AHHHHH, ahhhh, ahh. Sí. Sí.

  • NOOOUUUUUUUUUUU. Gritó Karol asustada, al ver al alcaide de la prisión parado junto a ellos sosteniendo una cámara de video. Este lo había estado grabando todo sin que ella se diera cuenta.

  • JAJAJAJ, putita, eres toda una estrella porno.

  • NOOOOO, POR QUEEEE? Suplicaba Karol mientras las lágrimas comenzaban a correr por su cara, medio limpiando las corridas de Fernández.

  • No es para tanto. Dijo Fernández. -Ahora, chúpamela, quiero que me la dejes limpia.

Resignada, Karol comenzó a chupar nuevamente la verga de Fernández. Mientras el alcaide hacia tomas de acercamiento de la mamada que la chica estaba dando. Cuando terminó, Karol quedó ahí hincada en el suelo.

El Sr. Fernández comenzó a vestirse. Mientras el alcaide guardaba la cámara de video.

  • Y bien, Sr. Fernández ¿Qué le ha parecido nuestra nueva puta? Cuestionó el alcaide.

  • Fenomenal!! Exclamó Fernández. Hace unas mamadas deliciosas.

  • Jajaja, sí, no lo dudo.

Fernández se había terminado de vestir. Estaba terminando de arreglarse la corbata; cuando la conversación entre ambos fue interrumpida.

  • ¿Ya me puedo ir? Preguntó Karol, dirigiéndose a ambos.

  • ¿Irte? Cuestionó el alcaide. ¿Pero si tu estadía aquí recién comienza?

  • Pero él me dijo que, si lo hacía bien, me podría ir de aquí. Recriminó Karol.

  • Sí. Dijo el Sr. Fernández. - Yo te dije que te esforzaras, que me demostrarás que eras una buena puta. Y que, si me complacías en todo, te ibas a poder ir de aquí; pero... ¡nunca dije que te irías de inmediato! ¡JAJAJAJA!

  • ¡¡ ERES UN HIJO DE PUTAAA !!! Gritó Karol mientras se abalanzaba sobre el Sr. Fernández.

[ZZAAAAASSSSS]

  • AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH. Gritó Karol al sentir el dolor de la descarga de la macana eléctrica del alcaide.

Cayó al suelo semi inconsciente. Paralizada y adolorida por la poderosa descarga que había sufrido.

Tirada en el suelo, desnuda, violada, con semen secándose sobre su bello rostro. Karol pudo escuchar como los dos hombres se reían, mientras Fernández salía del salón. Escuchó al alcaide llamar a los guardias, y ordenarles llevarla de vuelta a su celda.

  • Prepárenla para la siguiente fase. Recuerden que ella es especial. Son órdenes de Él, y hay que cumplirlas al pie de la letra...