El incestuoso verano de un seminarista (1)

El joven bisexual, en vacaciones del seminario, inicia una larga marathòn de sexo con su primo y su tía.

Nací y me crié en una pequeña ciudad de los Altos de Jalisco, una región de México famosa por la "hombría" de sus varones –de ahí es el prototípico charro de las películas de Jorge Negrete- y la belleza de sus mujeres. Famosa también por su orgulloso apego a la tradición, a la fe católica, eje de la vida social, y a la familia más típica y pacata como "base de la sociedad". Mi padre, mis tíos, mis abuelos, los varones de dilatada familia tenían tierras y ganados y su orgullo era ser charros. Las mujeres eren de misa diaria y su orgullo era ser buenas mujeres católicas... aunque siempre, lo verán, hay una oveja negra en toda familia. Estudié la preparatoria en un internado de curas en Guadalajara y ahí escuché hablar del sexo por vez primera. Mis compañeros de habitación estaban permanentemente obsesionados con el tema y me contagiaron la obsesión. Los torneos de chaquetas se volvieron cosa cotidiana, aunque me abstuve, por miedo, por prejuicios, de acompañarlos en sus expediciones a los puteros de la ciudad. Al cumplir 18 ingresé al seminario conciliar de Guadalajara y, casi al final del primer año de estudios, pasé de la masturbación con mi mano a masturbar y ser masturbado. El cómplice de esas actividades fue mi primo José Antonio ("Toño"), así bautizado en honor del jefe de la Falange Española. A ambos, a mi al menos, nos gustaban las mujeres, pero en ese ambiento opresivo y timorato, una mano amiga...rrote, era la cumbre del éxtasis. Al llegar julio, regresamos a nuestro pueblo y ahí, una noche dimos el siguiente paso que, inesperada y deliciosamente, nos llevó a una deliciosa y continuada locura incestuosa y salvaje. El primer sábado de ese verano. Un 4 de julio, festividad del odiado enemigo, por cierto, Toño y yo nos quedamos solos en casa de sus padres. Los padres y hermanos de Toño (Julián de 26 años y Mariana, de 20) habían salido a no se que evento religioso hoy olvidado, y mi primo y yo nos quedamos jugando y hablando de sexo, hasta que nos empezamos a vestir con la ropa de su hermana. Mariana era una bellísima joven, comprometida en matrimonio con el hijo de uno de los mas poiderosos rancheros de la comarca, y Toño y yo estábamos empalmadísimos con sus pantaletitas y sus faldas. Ella era muy alta, medía casi 1.70, diez o doce centímetros menos que nosotros y, delgados como éramos, las falditas, los bodys, las blusas, nos caían relativamente bien. Por fin, enormemente excitados y temiendo la vuelta de mis tíos, nos metimos a la tina para bañarnos, pero ahí,. desnudos y calientes, con el antecedente de las puñetas compartidas, la cosa se puso peor y, no se cómo, nos empezamos a tocar. Fue él quien dijo "siendo agujero, aunque sea de caballero". Creo que yo estaba más caliente que él porque accedí a ser penetrado primero y fui enculado con ayuda de la espuma del jabón. Honestamente me gustó, me gustó por el nivel de excitación, por la calentura de los cuerpos jóvenes, por lo prohibido de las circunstancias. Ni siquiera eyaculó: no sabíamos nada, me metió la verga y la dejó inmóvil, quieta dentro de mi, hasta que le dije que ya estaba bien y entonces lo sacó. Es un milagro que haya podido meterlo, aunque sin duda contribuyeron mi disposición y ayuda. Cuando me la sacó yo tenía una erección descomunal y la suya distaba de haberse apaciguado. Se puso en posición y estaba yo por metérsela cuando la puerta del baño se abrió y apareció mi tía Mago. Yo alcancé a echarme hacia atrás, pero no tan rápido que no fuera casi obvio lo que Toño y yo hacíamos. Margarita se sentó en el excusado, frente a la tina: -Niños –dijo-. Llegué hace veinte minutos porque tenía un negocio que arreglar con mi hermanita. Y llevaban tanto tiempo aquí, y haciendo ruidos tan raros, que decidí entrar a ver qué maldades estaban haciendo... ¿es que son maricones? -No tía -pude decir luego de tragar gordo-. Siempre nos han gustado las niñas, pero las niñas no existen ni quieren darnos nada. -No tía –completó Antonio-. Nos calentamos y sin saber cómo llegamos a esto. Es la primera vez... y la última. ¿No le dirás a nuestros padres, verdad? -Además, está el seminario, y el celibato y todo eso- completé. -No lo volveremos a hacer, ¿nos guardarás el secreto? –repitió Toño. Margarita siempre había sido la tía consentidora, la que nos cuidaba, además de la oveja negra de la familia. Tenía 29 años, once menos que mi madre, la que le seguía en edad de los seis hermanos García, una pudiente familia de la ciudad de Vieyra. Nació por un descuido de los abuelos y se casó muy joven debido a un embarazo inesperado. Estaba divorciada y vivía en una casa heredada de mis abuelos sin dar golpe: la pensión del exmarido y la herencia paterna le permitían dedicarse a no hacer nada, aunque muchas veces, de niños, nos cuidaba. La queríamos mucho y era nuestra confidenta. Y era muy guapa: mis fantasías favoritas, desde dos o tres años atrás, consistían en que mi querida tía Mago me desvirgaba, me terminaba de criar, me hacía su hombre. Delgada y de anchas caderas, de fuertes piernas y redondos pechos, ojos negros como la pena y cara de muñeca, era un manjar y, según supe luego, medio puta o puta y media. Medía 1.66 y sus medidas (se las tomamos en su momento) eran 94-62-93: un cromo. -No, no se los diré –dijo Margarita-, pero tenemos que hablar seriamente ustedes y yo. Aunque de momento les voy a hacer un favor, para que salgan pronto del baño, pues no se pueden quedar así. Párense –ordenó. Ahí estábamos los dos, jóvenes garañones de 18 años y cerca de 1.80 de estatura, parados, con tremendas erecciones y ella, con su vaporoso vestido de algodón se acercó a nosotros, tomó mi verga con la derecha y la de Toño con la izquierda y nos masturbó. No se Toño, pero yo veía estrellas. Su suave mano acariciaba y exprimía con gran precisión, para mi deleite, hasta que alcancé el primer orgasmo verdadero de mi vida. Luego dijo. -Ahora enjuáguense y vístanse rápido. Lo hicimos, mientras yo pensaba: "Se lo pido, se lo tengo que pedir, debo decirle que es mi más ferviente anhelo, que la quiero mía". Sin duda Toño pensaba algo parecido, algo acorde a nuestras largas charlas sobre el tema. Salimos a la sala con nuestras pijamas. Mago nos esperaba leyendo y cuando nos vio, nos encaró: -Así que les urge tener sexo... -Mi cuerpo me lo exige todos los días, y todos los días me gasto, me desperdicio pensando en mujer –le dije. -Yo, punto más que lo mismo –dijo Toño. -Pero está el seminario –le dije-. En realidad, no quiero ser cura, pero mamá y abuela se infartarían si se los digo -. En todas las genereciones, la familia había dado tres o cuatro curas. Incluso contábamos entre nuestros antepasados a dos obispos. -Yo, en la prepa, di besos y toqué chichis, pero aquí las chavas son dificilísimas. Aunque quieren, no se dan permiso. Aunque estén ansiosas, aunque su cuerpo les pida más, no se dejan ir más allá –dijo Toño. -No me queda mas que aceptar el celibato –le dije-, o desquintarme con una prostituta, lo que me sería horrible. No había mucho que añadir a este monólogo a dos voces, así que nos quedamos callados, mientras Mago nos veía largamente. Yo también la veía, su bella figura y sus imantados pechos, cuya redondez, cuyos erectos pezones se mostraban claramente tras la ligera tela del vestido: pensé "no trae brassiere". Finalmente, dijo: -Pues sí. Parece que mis niños se han convertido en hombres. Hubo otro largo silencio y preguntó: -Así que piensan en mujeres... ¿a qué mujeres querrían tener? -A muchas, tía –dije yo, después de pensarlo-, pero, con tu perdón, tu eres la primera de mi lista. -Y de la mía –añadió rápidamente Toño-, desde hace dos años que fuimos a Puerto Vallarta... -Tenías un biquini tan breve... –interrumpí. -Y te veías tan guapa... -Y te queremos tanto... Nos callamos otra vez, hasta que ella empezó a reírse fuerte, muy fuerte. Otra vez teníamos los pitos bien parados, abultando la tela de las pijamas. -Vaya, pues, qué cosa. Qué valientes y osados mis niños... y a mi en mi repertorio si me falta pervertir a dos adolescentes... a mis queridos sobrinos, pero ¿son conscientes del peligro? -Si... –dije. -Nadie, nunca, sabría nada-, completó Toño, tan aterrorizado como yo: ¡iba a pasar! -Pues bien, niños queridos, echen un volado para ver quien será el primero. Gané el volado y Mago dijo: -Toño querido: metete otra vez a la tina. Llénala, espérame ahí, en el agua tibia, sin ver ni oír, en lo que termino con Juan Diego. Trata de pensar en ovejitas, en partidas de ajedrez o en los números primos a partir del 2. Toño se fue y Mago, con su vaporoso vestido, se acercó a mi y me besó. Nuestras bocas y cuerpos embonaron perfectamente. Sentí a través de la franela su fuerte y duro cuerpo, y creí que me moría: mi tía amada, la mujer de mis sueños, estaba en mis brazos. Me desabotonó la camisa y me sacó el pantalón mientras mis manos exploraban sus curvas, la suavidad de su piel, la dureza de sus músculos, su nuca, el cuello. No traía ropa interior, o más bien dicho, se la había quitado mientras nosotros terminábamos de bañarnos y mi mano, bajo su vestido, sentía sus duras nalgas. Me sentó en una silla del comedor y me acarició la verga muy despacito. Se quitó el vaporoso vestido con un solo movimiento, dejando frente a mi sus grandes y firmes pechos y la abierta herida de su sexo: no hacían falta más preparativos, pues mi verga estaba tan firme como una verga puede estarlo y su sexo escurría perfumados fluidos. Yo la veía como un creyente a su dios, como un náufrago a sus salvadores. La vi inclinarse sobre mi sin soltar mi miembro, la vi colocar mi cabecita en la anhelada entrada de su vagina y mi pene, mi cuerpo entero sintió un choque de placer inexplicable. Comprendí la obsesión por el sexo y me juré que viviría para ese placer, para buscarlo y tenerlo. Sería un servidor de venus... me lo juraba mientras ella me acogía en su cálida vagina, mientras ese músculo divino se abría, se amoldaba a los delicados tejidos de mi pene. Mago bajó sobre mí hasta que mi verga toda estuvo dentro de ella, hasta que fuimos uno. Me abrazó llamándome "niño querido" y, sin moverse, me dio un largo beso. Luego empezó a moverse despacito, muy despacito hasta hacerme alcanzar mi orgasmo, hasta hacerme ver estrellas, tras lo cual se quedó muy quieta sobre mi, abrazada a mi. Al salirse dijo "hay que limpiar todo, limpiar bien" y ante mi sorpresa y júbilo se arrodilló, puso su cabeza entre mis piernas y pasó su áspera y mojada lengua sobre mi pene semierecto, pringado de sus fluidos y los míos. Así recibí la primera mamada de mi vida, porque al sentir su lengua mi verga se endureció otra vez y mi amada tía se aplicó a ella, mientras yo gozaba y la veía, mientras yo sufría y la amaba, hasta que se bebió mis últimos jugos. Entonces se paró, brillante de sudor, magnífica en su desnudez, y me dijo: -Limpia todo bien, muy bien, con algo que mate el olor de lo que se ha hecho y luego date una ducha rápida en el baño de tus primos: yo todavía tengo que hacer. Y la vi subir las escaleras rumbo al baño, rumbo a la verga de Toño. Y sentí el doloroso aguijón de los celos. Pero también me sentí hombre, me supe nuevo, listo para mi nueva vida. Ella iba a media escalera, meneando sus nalgas portentosas, cuando le dije: -Te amo tía, soy tu esclavo. Te amo... Ella volteó hacia mi, me guiñó el ojo y siguió subiendo. Limpié y me duché en chinga, como Mago me había ordenado y, otra vez en pijama, esperé sentado en la sala a que bajaran Toño y la divina mujer que amaba, que ahora quería tener para siempre. Bajó desnuda, recién bañada y se vistió delante de mi. Pronto llegó Toño, con su pijama. -Queridos míos –nos dijo ella-. Yo se que querrán que se repita siempre, pero no es posible, por mi bien y por el suyo. Una mañana de sábado, de cada dos sábados, cuando Larissa se quede con su padre, si yo les hablo podrán visitarme y repetiremos esto, pero ustedes tienen que buscarse chicas de su edad o amantes en otro lado, para que sean capaces de amar. Ahora suban a su habitación. No se si Toño durmió, pero yo pensé toda lo noche, o buena parte de ella, en lo que había hecho y en mi juramento. A la mañana siguiente nos despertó mi tío Toribio porque iríamos a desayunar fuera, pero le dijimos que preferíamos quedarnos en casa. Ya solos, hice a Toño partícipe de mi juramento y ya que éramos hermanos de leche, debíamos ser también hermanos de sangre, y bajamos por un cuchillo para abrirnos heridas en los brazos y mezclar nuestra sangre. Luego dijimos que no podíamos esperar quince días cada vez para volver a tocar el cielo y que efectivamente tendríamos que buscar otras mujeres. Decidimos lanzarnos sobre nuestras queridas primitas Rosario y María Guadalupe, que tenían nuestra edad. Juramos también abandonar la infame religión de nuestros padres que nos vedaba el gozo. No la fe en Dios ni en Jesucristo, pero si la moral puritana e infame que nos habían imbuido. Y abandonarla total, radical y definitivamente.