El ídolo 3: la profesora y mi compañera, mis putas
Después de haber medio violado a mi profesora, la expedición sigue su curso y descubrimos una gigantesca pirámide en mitad de la selva. Allí, un antiguo Dios Maya me nombra su protegido y me entrega a ese par como mis putas.
Al amanecer, me despertó el ruido de Ixcell al levantarse. Zafándome del abrazo de Olvido, salí del saco de dormir y cogiendo un pantalón, me vestí al recordar que la noche anterior y motivado quizás por el alcohol, había medio violado a esa profesora.
La rubia al contemplar que me había despertado, ni se dignó a mirarme y obviándome se puso a preparar el desayuno, sin darse cuenta de la sorpresa que nos tenía preparada esa mañana.
En un principio tampoco yo, advertí que a escasos metros de la hoguera, alguien había dejado frutas y un pequeño cervatillo a modo de ofrenda.
-¡No comprendo!- exclamé al saber que quien lo había dejado allí no podían ser más que los lacandones. Que esos hombres que el día anterior habían robado nuestro equipo hubieran dejado todo eso, era algo que no me entraba en la cabeza. Era como si a su modo, nos estuvieran pidiendo perdón.
Mi exabrupto alertó a la arqueóloga de las viandas y acercándose a ellas, su cara mostró también su extrañeza pero tras pensarlo durante unos instantes, se dirigió a mí diciendo:
-Si hubieses estudiado en vez de andar violando mujeres, comprenderías que por alguna razón nos están reverenciando. Y ya que lo único que hemos hecho ha sido sobrevivir una noche en este lugar, deben vernos como seres superiores dotados con algún poder.
-¿Qué poder? ¡Estamos varados en mitad de la selva!- respondí pasando por alto la pulla que me había lanzado.
Con genuina tranquilidad, peló uno de los mangos que nos habían dejado antes de contestar:
-No tengo ni idea pero sé que no tardaremos en descubrirlo.
Confieso que me deslumbró su serenidad pero aún más su mente porque sin dejarse llevar por el pánico, había buscado una respuesta aceptable a ese cambio de actitud de los indígenas.
“Será una zorra estirada pero tengo que reconocer que sabe de lo que habla”, refunfuñé admirando además lo bella que estaba esa mañana.
Tratando de sacar de mi cerebro la imagen de las piernas de esa rubia, volví a donde seguía durmiendo mi compañera y la desperté. Debido a la resaca, Olvido tardó unos instantes en espabilarse y cuando lo hizo, me sonrió diciendo:
-¿Cómo está la lesbiana? ¿Está escocida?
Su burrada me reveló que al contrario que yo, ella no estaba arrepentida por haber forzado a nuestra jefa. Obviando su comentario, le expliqué lo sucedido y tras escucharme con atención, el único comentario que hizo fue al comerse un plátano y decir lo bueno que estaba.
Descubrimos el ídolo y sufrimos sus consecuencias.
Con el hambre saciada, nos pusimos a preparar nuestro equipo. Como esa mañana íbamos a explorar la cueva que se introducía en la ladera de la pirámide, comprobamos las linternas y sus baterías. Hallándolas en perfecto estado, Ixcell nos ordenó seguirla al interior.
La primera estancia que era la única que veíamos desde el exterior consistía en una cavidad sin ningún tipo de adorno. Eso calmó nuestra inquietud al creer que en contra de nuestras expectativas esa gruta no tendría valor arqueológico más que el de estar ubicada en el interior de esa monumento.
Pero nada más cruzar y vislumbrar la siguiente, pudimos observar que estaba profusamente decorada con símbolos mayas. Pero lo que nos dejó realmente impresionado fue un enorme monolito de más de dos metros en el que habían tallado la imagen del dios Kukulkan. Gracias a haber permanecido siempre en el interior de esa cueva todavía conservaba sus colores y por eso la “serpiente alada” mantenía el esplendor de cuando fue tallada.
-¡Qué maravilla!- exclamó la arqueóloga emocionada.
Dejándose llevar por la emoción de sus ojos brotaron unas lágrimas al contemplar tamaña belleza, tras lo cual, empezó a fotografiar la estancia mientras yo intentaba traducir los mal llamados jeroglificos porque en realidad se trataba de un sistema silábico. Centrándome en los esculpidos en el dintel de la puerta, fui anotando el significado de cada uno pero no fue hasta que había acabado cuando caí en su significado:
-¡Es una amenaza!- grité consiguiendo obtener la atención de mi jefa.
Llegando a mi lado, la arqueóloga leyó:
“Solos los dignos de Kukulcan serán perdonados por perturbar su descanso”
En cuanto acabó, girándose buscó a Olvido con la vista y al no verla se preocupó:
-¿Dónde está esta pendeja?
La respuesta a su pregunta llegó a nuestros oídos cuando desde el fondo de la gruta, oímos gritar a la morena llamándonos. Sin pensar en la maldición cruzamos dos nuevas habitaciones antes de llegar a donde estaba mi compañera. La encontramos en una estancia mucho mayor que las anteriores señalando con la linterna un altar en honor a ese dios.
-Leed- gritó emocionada.
Al revisar el conjunto de grafías, Ixcell las leyó de corrido:
“KuKulcan elige a sus favoritos con gran sabiduría, solos los dignos podrán lucir su emblema mientras los indignos sufrirán su venganza. El poder sobre la vida y la muerte quedará reservado al elegido”.
-¿De qué emblema habla?- pregunté confundido.
La boba de la morena olvidando todas las precauciones y antes de que pudiéramos avisarle cogió del altar un colgante de oro con el rostro de ese dios. Inmediatamente empezó a sufrir convulsiones E Ixcell queriendo ayudar intentó quitarle la joya de sus manos pero por desgracia sufrió las mismas consecuencias.
Sin saber que hacer me las quedé mirando mientras las veía morir ante mis ojos. El dolor que sufrían debía de ser inmenso puesto que sus rostros se retorcían presos del castigo. En ese momento escuché en mi espalda:
-Si no quiere que mueran debe ponerse a KuKulcan en el pecho.
Al girarme, descubrí al jefe de los lacandones mirándome con respeto. Sus palabras me parecieron una locura y así se lo hice saber. No estaba dispuesto a morir por ellas.
-Si han sobrevivido a esta noche, se debe a que uno de ustedes es el elegido. Como podrá comprobar, ninguna de las mujeres ha sido aceptada por mi Dios, luego usted es su predilecto.
Os juro que fueron los estremecedores gritos de las dos los que me hicieron decidirme y temblando de terror, me agaché a coger el colgante. Al agarrarlo, en vez de notar dolor solo fui capaz de percibir que estaba templado y ya más tranquilo me lo colgué del cuello.
De improviso, vi que se iluminaba toda la gruta y aunque os parezca una mera alucinación, me vi de frente con KuKulkan. Nuevamente aterrorizado, esperé mi final pero entonces esa gigantesca serpiente con la cabeza repleta de plumas me habló:
-Cinco siglos mi pueblo ha esperado un líder que le haga resurgir de sus cenizas. Sabiéndote digno, te ordeno que recuperes su antiguo esplendor.
Sin ser todavía consciente de los designios de ese Dios, KuKulkan desapareció y con el la luz que iluminaba la gruta, dejándome solo con las dos mujeres y con el indígena que permanecía arrodillado a mis pies.
- Halach uinik, su pueblo le espera.
Al escuchar que se refería a mí usando el título que los mayas daban a su rey, me percaté también que me había hablado en ese idioma que llevaba teóricamente desaparecido casi medio milenio. Si ya de por sí eso era imposible, aún más el que yo lo comprendiera como si fuera mi lengua materna. Aturdido como estaba, estuve a punto de acompañarle fuera pero entonces recordando a las dos mujeres, le pedí que me ayudara.
Fue entonces cuando me contestó:
-Si es su deseo que vivan, tóquelas. Con ello, el aliento de la serpiente las sanará.
Haciéndole caso, agachándome a su lado las toqué y como por arte de magia, ambas se recobraron recordando lo que había pasado. Asustadas por lo que habían soportado pero sobre todo por lo que habían visto, me miraron con terror al temer que una `palabra mía haría volver su sufrimiento.
Su miedo me quedó claro cuando quise ayudarlas a levantarse y la propia Olvido se retiró asustada. Incluso la jefa de la expedición rehuyó mi contacto y viendo que ya se acostumbrarían salí de la cueva.
En el exterior me llevé una nueva sorpresa porque a la salida de la pirámide, me esperaban unos quinientos lacandones. Sabiendo que solo seguían vivos unos mil, comprendí que la mitad de todo ese pueblo esperaba en silencio mis palabras y dirigiéndome a Uxmal, el jefe, le pregunté cómo era posible.
-Ayer cuando usted entró en la tierra sagrada, llamamos a nuestros hermanos para que vinieran. Solo los viejos y los niños no han podido venir.
Como sabía que esperaban un discurso, me limité a repetir la misión que me había encomendado el dios. Al oírme se echaron a llorar y a reír agradeciendo el favor divino. Fue entonces cuando Ixcell, ya medianamente recuperada, se atrevió a echarme en cara que los mintiera.
La reacción de los indígenas no se hizo esperar y antes de que pudiera intervenir la despojaron de la poca ropa que llevaba y atándola a un poste me preguntaron:
-¿Qué quiere Halach uinik hacer con su ingrata concubina?
Estaba a punto de obligarles a que la desataran cuando la arqueóloga hecha una furia, me gritó que jamás sería mi esclava.
-Darle cincuenta azotes pero que no le quede marca- respondí y dirigiéndome a Olvido, le pregunté mientras dos mujeres lacandonas empezaban a cumplir con el castigo: -¿Aceptas servirme?
Tras unos segundos de indecisión al oír los gritos que pegaba la rubia, la morena se echó a mis pies diciendo:
-Tú me has salvado, tú eres mi dueño.
Su postración dio inicio a la fiesta y mientras en la selva se escuchaban renovados gritos de guerra, uno a uno los miembros de mi pueblo se arrodillaron ante mí reconociéndome como su rey….
Mi primera noche como Halach uinik
Los cánticos se sucedieron sin pausa y mientras las mujeres preparaban la fiesta, Uxmal y un consejo de ancianos me pidieron permiso para ponerme la túnica sagrada. Aceptando de buen grado, descubrí que lejos de ser algo ostentoso consistía en una espléndida camisola blanca muy parecida a la que portaban los lacandones pero confeccionada de un lino espectacular.
Sabiendo que los más viejos llevaban debajo solamente un taparrabos, me desnudé totalmente suponiendo que me entregarían uno. Lo que no me esperé fue ver llegar a Ixcell totalmente desnuda y con la espalda y el trasero enrojecidos portando esa prenda.
-Concubina, cubre la virilidad de tu amo- le ordenó uno de los ancianos.
La pobre arqueóloga sin poderse negar se arrodilló a mis pies pensando que su única función sería ponérmela, pero entonces recibió un nuevo varazo en la espalda y escuchó:
-Límpiala antes con la boca. Nuestro rey debe estar inmaculado para su fiesta.
Por el brillo de sus ojos comprendí que estaba a punto de llorar al saber que se esperaba que me hiciera una felación enfrente de todo el pueblo. Disfrutando del momento separé mis piernas para que facilitar la labor de esa rubia. Ella al advertir que iba a colaborar con semejante felonía, me lanzó una mirada cargada de odio pero viendo que era inevitable, abrió su boca y sacó su lengua para comenzar a despojarla del polvo acumulado durante el día.
Sus lamidas no tardaron en levantar una brutal erección en mi pene. Los presentes empezaron a murmurar sobre mi tamaño y viendo que ya la había embadurnado por completo con su saliva, aproveché para decirle:
-Métetela toda.
Enfurecida por mi orden, separó sus labios y lentamente fue introduciendo mi verga en su garganta. Al sentir que empezaba a sacársela sin haberla terminado de embutir, agarré su cabeza y presionando se la incrusté hasta el fondo. Sin compadecerme de sus arcadas, una y otra vez usé su boca como si su sexo se tratara y cuando estaba a punto de descargar mi semen en su interior, me dirigí a ella, diciéndole:
-Trágate toda mi lefa si no quieres un castigo.
Temiendo que cumpliera mi amenaza, la mujer buscó complacerme imprimiendo a su lengua nuevos bríos e incluso llegando a estimular a la vez con sus manos mis testículos. Su entrega fue el acicate que necesitaba y desbordándome dentro de ella, mi semen se fue directamente a su estómago. Aleccionada mi antigua jefa no cejó en su mamada hasta dejarme seco. Habiendo comprobado que no quedaba nada en mis huevos, supo que había llegado el momento de ponerme el taparrabos y sin levantar la mirada, me colocó esa prenda.
El único vestigio de su antiguo orgullo, llegó a mis oídos mientras los ancianos me ponían la túnica. En ese momento no supe que solo lo había pensado porque lo escuché como si lo hubiese gritado:
-Mataré a este cabrón.
Agachándome donde estaba ella, murmuré en su oído:
-Soy difícil de matar- y actuando como si fuera de mi propiedad, la levanté y lanzándola a los pies de Olvido y ordené a la morena: -Ata a esta furcia. Esta noche le demostraré quien manda, rompiéndole el culo.
Mi compañera asumiendo su papel de concubina y deseando ser mi favorita, agarró a Ixcell de la melena y mientras tiraba de ella, contestó:
-No tendrá queja de mí, me ocuparé personalmente de que esté preparada.
Solté una carcajada al oírla pero sobre todo cuando se la llevó a rastras. Tras lo cual y olvidándome de ambas me uní a la fiesta de mi pueblo, sentándome en un tronco como improvisado trono. Mis nuevos súbditos recibieron mi llegada con alborozo y con canciones me hicieron saber su alegría mientras un nutrido grupo de mujeres empezaba a repartir las viandas entre los presentes.
El banquete consistió en tamales de maíz con frijoles, hongos, venado y mucho pero que mucho balché (para los que no lo sepan es una bebida alcohólica hecha a partir de la corteza del árbol que le da nombre). Tras varios vasos de ese brebaje sagrado, vi aparecer a Olvido vestida al modo lacandón y sentándose a mis pies, puso su cabeza en mi rodilla mostrando a todos que ella era la favorita de Halach uinik.
Muerto de risa, levanté su cara y le dije que estaba preciosa vestida así. Fue entonces cuando me respondió:
-Mi rey soy suya y por lo tanto lacandona, por lo que le pido que me dé un nombre de nuestro pueblo.
Tras pensarlo unos instantes y alzando la voz para que todos lo oyeran, contesté:
-Nombre me has pedido, nombre te doy. A partir de hoy todos te conocerán como Yatzil.
Emocionada porque hubiera escogido un nombre que significa “cosa amada”, puso nuevamente su cabeza en mi rodilla y empezó a llorar. En ese momento y de no haber estado en mi fiesta de coronación, la hubiese hecho el amor allí mismo pero haciendo honor a mi papel, seguí disfrutando durante horas del acontecimiento.
Ya en los estertores de la ceremonia, se acercó Uxmall y me dijo en voz baja:
- Halach uinik, usted es el primero que debe irse. Nadie se moverá de su asiento mientras no lo haga. Hemos preparado una choza para que usted y sus concubinas descansen.
Asumí de inmediato que tenía que marcharme y levantándome del tronco, dejé que el indígena me llevara hasta donde iba a pasar la noche. No tardé en ver que justo en la entrada de la pirámide, habían construido a marchas forzadas una típica vivienda lacandona. De forma circular y con el techo formado con hojas de platanero, era la más grande que había visto.
Al entrar en ella, vi que de alguna forma se habían agenciado un colchón y que a sus pies permanecía amordazada y atada mi antigua profesora. Satisfecho por la imagen, me acerqué a ella y mientras Olvido-Yatzil me desnudaba, me entretuve acariciando su sexo. Ixcell incapaz de moverse, tuvo que soportar mis toqueteos con lágrimas en los ojos y sin poder hablar.
-Quítale la mordaza-, ordené a la concubina.
Mientras la morena se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a la rubia acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no le guardaba rencor pero que ella era la culpable de lo que le había pasado. Totalmente aterrada,al sentir que ya podía hablar me imploró:
-Por favor, no vuelvas a violarme. Te juro que nunca te denunciaré.
Sonreí al escucharla y tirándola sobre el colchón, la contesté:
-Un rey no viola, toma lo que es suyo. Tu destino es servirme y eso harás.
Yatzil sabía en cambio que debía hacer y solo estaba esperando mis órdenes. Cuando le hice la seña, le separó las piernas y comenzó a besarle los pies sin importarle los gritos de su antigua profesora. Descojonado mientras mi concubina cumplía mis deseos, me entretuve acariciando sus pechos. Involuntariamente los pezones de la rubia se erizaron y profundizando en su desesperación, bordeé con mi lengua su aureola.
-No quiero- la escuché decir con su boca pero en su mente descubrí que había despertado su deseo y por eso me entretuve en morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta putita?
-No- me dijo con la respiración entrecortada pero su cerebro empezaba a cambiar.
Mi otra concubina ya estaba a la altura de sus muslos cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Valorando que esa mujer tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis disfruté de su indefensión y forzando su entrega, le pedí a Yatzil que introdujera su lengua en su vagina.
-Os lo ruego, dejadme- gritó descompuesta al sentir que iba a ser incapaz de resistir mucho tiempo sin correrse.
Dejé que durante un minuto, la morena le comiese el coño hasta que pegando un grito no pudo evitar sufrir un largo e intenso orgasmo mientras derramaba su flujo sobre el colchón.
-Ves que no somos tan malos- me reí de ella.
Sin dejarla descansar, le di la vuelta y separando sus dos nalgas, le informé que iba a cumplir mi promesa:
- Hoy romperé este culito- y dejando mi lugar a la morena le ordené que me preparara ese virginal ojete.
Yatzil con un brillo en los ojos que nunca le había visto, se puso entre sus piernas y dando primero un sonoro azote a una de las nalgas de la rubia, le dijo:
-Será mejor que te quedes quieta. Aunque no quieras, nuestro rey tomará lo que es suyo y te aconsejo que te relajes- tras lo cual introdujo un dedo en el rosado ano de la mujer.
Esta lloró y se quejó pero no sé si por la imposibilidad de evitarlo o porque las caricias de la morena le empezaba a hacer efecto pero lo cierto es que cuando Yatzil metió el segundo ningún lamento salió de su garganta. Poco a poco observé que la estirada rubia entraba en calor. Por mi parte el sentirla en mi poder me excitó y cuando comprendí por el movimiento de sus caderas que estaba empezando a gozar, retirando a mi concubina me acomodé entre sus piernas. Tras lo cual, colocando mi pene en la entrada de su ojete, esperé...
La mujer al sentir mi glande, se quedó aterrorizada pero en vez de penetrarla, ordené a Yatzil:
-Pon tu coño en su boca.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de Ixcell pero sin forzarla a que se lo comiera. Satisfecho al ver que estábamos listos, me agarré a las sogas que la tenían inmovilizada y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su ano. La catedrática jadeó al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión tomaba posesión de su trasero.
-¿Quieres que siga?- pregunté sabiendo que me daba igual lo que respondiera.
Sin ser consciente de que eso significaba su entrega, echándose hacia atrás buscó que la penetrara. Su movimiento no por inesperado resultó menos placentero y tirando nuevamente de las sogas, forcé su entrada dolorosamente hasta que sumergí todo mi miembro en el interior de su intestino.
-¡Viólame!- gritó con una mezcla de dolor y placer.
Apiadándome de ella, no quise forzar aún más su ano y esperé a que se relajara, momento que Yatzil aprovechó para presionar la cabeza de la rubia contra su sexo. Ese fue el instante en que todo se desencadenó. Sus barreras cayeron y olvidando su papel de víctima, hizo que su lengua se apoderara del clítoris de la morena mientras yo penetraba su trasero sin piedad. La estirada rubia no tardó en correrse, y con ella, mi concubina. Los jadeos y gemidos de ambas mujeres fueron la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer y agarrando firmemente las cuerdas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñaló su culo impunemente mientras ella se retorcía gritando su sumisión. Disfrutando de mi poder, metí y saqué mi miembro cada vez más rápido, cuando de improviso sentí que mi mente se unía a la de ellas. Fue esa la primera vez que experimenté que el colgante que me regaló KuKulcan servía de amplificador y dominando mi cuerpo, empezó a apoderarse de mí algo que me obligaba a seguir montando a Ixcell sin importarme su destino. Me dio lo mismo que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual.
Al estar atada, su espalda se dobló cruelmente pero el dolor se mezcló con el placer y pegando sonoros aullidos se corrió una y otra vez. Dominada por una lujuria suicida, se retorcía buscando sufrimiento al saber que eso acarrearía de igual forma un gozo sin igual. La propia Olvido-Yatzil sin saber por qué, estaba igualmente dominada por la lujuria y se masturbaba con dedos de las dos manos.
La escena era dantesca, mientras la morena reptaba por el colchón en busca de la boca de Ixcell, yo empalaba a la susodicha. Fue entonces cuando sin dejar de penetrarla, me vi dominado por el placer y explotando en su culo, derramé mi simiente en su interior.
Cayendo agotado, me desplomé sobre el colchón. Tardé un buen rato en recuperarme y cuando lo hice, vi que mi concubina estaba desatando a la mujer, la cual permanecía postrada babeando y con la mirada perdida.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo su estado.
-No ha aguantado tanto placer - contestó la morena y sonriendo, me preguntó: -¿Desea mi rey hacer uso de su favorita?
Recalcando sus palabras y abriendo su boca, se puso a reanimar mi alicaído miembro…
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