El huracán Francine
Sarah no le contestó. Se sentía extrañamente bien allí, tendida al sol en la rejilla, en biquini y sintiendo el aire por todo el cuerpo. Sí, realmente la sensación era orgásmica.
–¿Os gusta? –Dijo Mike orgulloso y con satisfacción de propietario.
–¿A que es fantástico? –añadió la rubia, guapa y curvilínea Carol henchida de orgullo por la propiedad de su novio.
–¡Es estupendo!, ¿no es así? –pregunta John a su asombrada novia, la morena, un poco tetona y muy agradable Sarah.
–Es..., es... –titubea ella sin encontrar la palabra adecuada–. ¡No tengo palabras! ¡Qué bonito!
–Es un catamarán Lagoon treinta y nueve, de casi doce metros de eslora, seis ochenta de manga, uno cuarenta de calado. –Sarah desconectó de lo que decía del barco su dueño para observarlo con atención. Blanco, con un gran treinta y nueve en el casco, una especie de visera, un alto mástil metálico con varios cables, un puesto de conducción a la derecha, las popas rebajadas para entrar bien si te bañas en alta mar–. Me costó trescientos mil dólares. Tiene un amplio salón arriba, en el puente; dos camarotes, dotado de las mejores comodidades para vivir en él, y además es muy marinero.
Se veía un amplio espacio detrás de lo que parece un salón cubierto,... Cuando John le dijo que su amigo de toda la vida, Mike, les invitaba a un crucero en su barco, nunca imaginó que este fuese tan bonito. La perspectiva de pasar una semana mecidos por las olas y el viento se le presentó muy apetecible. Pese a que Mike no le acababa de agradar, cosa que sí ocurría con su nueva amiga Carol; aunque no les hubiera visto muchas veces desde que saliera en serio con John, había intimado bastante con ella.
–¡Subid a bordo, chicos! –La exclamación de Mike sacó a Sarah de sus pensamientos y, desde el pantalán, uno a uno fue subiendo al barco por la pasarela.
Ya en el interior, Sarah pudo apreciar el espacio de lo que Mike llamaba “bañera”, y desde él observar los dos cascos de la embarcación, el puesto de mando con su timón y unas pasarelas que llevan a la parte delantera, mientras el dueño del barco seguía contando las cualidades de su barco, casi en exclusiva para ella, pues por lo que la morena sabía, Carol había navegado varias veces con su novio, y John al menos una vez también. Solo ella era novata en el barco, bueno en éste y en cualquiera pues nunca antes había estado navegando.
A través de una puerta corredera se accedía a un amplio salón, o así lo pensó Sarah, con una mesa en el centro rodeada por un banco y unas sillas. En el lado izquierdo, o de estribor como aprendería más tarde, había lo que parecía un puesto de trabajo con una pantalla y varios dispositivos más que ella no conocía, luego supo que se llamaba mesa de mapas.
–Mira, Sarah, la cocina –dijo la rubia Carol señalando a la derecha de la entrada–. ¿No es coqueta?
–Bastante, parece muy completa –Sarah observó con detenimiento–. ¿Prepararemos la comida en el barco? Pensaba que en un yate no había cocina y se llevaba todo frío o en todo caso se calentaba.
–Claro –respondió Mike sonriendo–. Tiene de todo, además añadí un congelador para complementar la nevera, está bajo el banco. También hay dos depósitos de agua dulce de más de trescientos litros cada uno.
–Conociendo a Mike –añadió John–, tendremos provisiones y bebidas suficientes para un regimiento.
–Pues claro, acaso lo dudabas –dijo el dueño del barco antes de soltar una risotada.
A ambos lados del salón, se veían unos escalones.
–¿Adonde van esos escalones? –preguntó Sarah.
–A los camarotes claro, hay uno en cada casco, a popa –explicó Mike, a la morena Sarah le sacaba un poco de quicio el uso repetitivo que el dueño del barco hacía de la palabra claro, así que le lanzó una mirada envenenada–, y un cuarto de baño a proa. Si cierras las puertas, tienes total intimidad para hacer lo que quieras –añadió el dueño del barco guiñando un ojo–. Vosotros ocupáis el de babor, Carol y yo el de estribor. Bajad vuestras cosas y acomodaros.
Sarah bajó un par de escalones, abrió la puerta, alzó una especie de trampilla y descendió. Un pequeño pasillo desembocaba en el camarote, básicamente una enorme cama, con algún armario y estante para el equipaje. John vino con las maletas que habían traído y pasaron un rato colocando la ropa en los armarios.
–Se tiene que follar bien en esta cama, ¿no crees?
–Parece cómoda, pero nos oirán.
–Y qué importa eso, seguro que nosotros les oímos a ellos. –La voz de John denotaba un poco de irritación. Su novia a veces le sacaba de quicio con sus dudas–. Pensaba que querías ser más liberal, esas cosas no te molestarían.
–Y estoy en ello, John –contestó ella también irritada.
El hombre no quiso seguir con la discusión apenas comenzada, estaba seguro de que en un ambiente relajado, y el crucero seguro que lo creaba, conseguiría por fin que Sarah accediera a mejorar el sexo entre ellos abriéndose a nuevas experiencias como dejarse penetrar analmente, sexo lindante con el sado y a abrirse a otras variantes con la participación de otras personas.
Una vez colocado el equipaje, Sarah se dirigió a proa de su casco. El servicio consistía en un original espacio con bañera, lavabo e inodoro, más los correspondientes armarios. El espejo del servicio la devolvió su propia imagen, una morena treintañera de pelo corto, facciones agradables, con el pecho un poco grande para su metro sesenta, buen tipo de curvas de guitarra por las amplias caderas. En ella destacaba unos ojos verdosos herencia paterna. La expresión de la chica del espejo era de cierta ansiedad; John y ella habían hablado mucho de las oportunidades del crucero, pero no estaba convencida, su inseguridad natural.
–Chicos, si habéis acabado, subid al puente –escuchó a Mike llamándoles.
Sarah y John subieron al puente, allí se encontraba Carol sentada en el banco y Mike estaba de pie y sostenía una hoja con un plano. La morena miró un instante de más a la chica valorando de nuevo su amistad, ¿qué vería en ella esa chica de cuerpo perfecto, rubia natural, muy guapa aunque en su cara no brillasen unos ojos azules sino marrones desluciendo un tanto su belleza de cuerpo de modelo, para ser una amiga incondicional?
–¿Estáis bien instalados? –preguntó Mike a la pareja. Sin esperar respuesta prosiguió–. Esta es nuestra ruta. Partimos de aquí, Nasau Yacht Haven, donde estamos ahora. Luego navegaremos un poco al noreste para salir al Océano Atlántico por encima de la isla Harbour, luego viraremos hacia el sur por la parte atlántica del archipiélago. Cada día haremos unas ciento cincuenta millas, que en tiempo es de entre ocho a doce horas de navegación, dependiendo del viento. Tengo pensado fondear cada día en una de las islas para pasar la noche. Dentro de cuatro días arribamos al puerto de Stella Maris Marina en la isla de Long Island. Allí haremos una parada más larga para rellenar tanques y reponer provisiones. Luego volveremos por el lado caribeño navegando hacia el norte de vuelta a Nasau.
–¿No es un poco largo? –preguntó John.
–En absoluto, las etapas pueden parecerlo, pero como vamos con mucho tiempo, podemos parar las veces que queramos. Tengo pensado que las comidas las hagamos también fondeados, por lo que no navegaremos más de cinco o seis horas seguidas. Además, en cualquier momento podemos cambiar de planes por alguna circunstancia que nos salga al paso.
–¿Algo nos obligaría a cambiar? –dijo Sarah con cierto temor.
–Si, a veces hay elementos incontroladas. El parte de tiempo anuncia buen clima para los próximos siete días, pero se ha formado una tormenta tropical, Francine, en el Atlántico. La previsión mala es que puede crecer a huracán de Categoría 1, la buena es que su trayectoria pasa a muchas millas de nuestro camino, por el sur de Cuba en dirección a México. Pero no está de más tomar precauciones.
Los cuatro se quedaron mirando el mapa con el rumbo previsto. Y todos pensaron lo mismo: buena compañía, buen clima, buen barco, seguro que disfrutaban... en todos los sentidos.
–Si no hay nada más, vamos a zarpar. Ya tengo el permiso para salir del puerto, el rumbo está comunicado a la autoridad, y el barco está a punto. John, vete a proa a soltar la amarra; Carol, la de popa; voy a arrancar los motores.
El aludido bajó al muelle para soltar la amarra de proa, luego volvió al barco. Carol hizo lo propio con la de popa. Mientras tanto Mike se sentó en el puente de mando y activó los motores. Sarah veía toda la maniobra sintiéndose un poco inútil. Cuando todos estuvieron a bordo, el dueño del barco aceleró y el catamarán salió de su punto de atraque. Bien gobernado por su capitán, el ágil velero fue circulando lentamente entre el resto de embarcaciones rumbo a la bocana del puerto, por donde salió a mar abierto diez minutos después de abandonar su amarre.
–Aún estaremos un rato a motor hasta que nos hayamos separado unas millas del puerto antes de desplegar las velas –comunicó Mike a sus compañeros–. No podemos ir a vela tan cerca del puerto.
Los minutos pasaban lentamente, Sarah se limitó a dejarse mecer por el movimiento del barco y a observar cómo se iban distanciando de la costa, “a la aventura” pensó, “o mejor dicho: a lo desconocido o a lo buscado ¿quien sabe?” .
–Ya verás lo espectacular que es largar las velas –dijo Carol a Sarah, ambas sentadas en el amplio banco de la bañera.
–¿Largar las velas? –preguntó Sarah con extrañeza.
–Me olvidaba que nunca has estado en un barco –dijo Carol–. Verás que los términos marineros son muy bonitos. Largar velas significa que las velas se despliegan, entonces navegaremos con el viento.
–Carol, Sarah ¿queréis ayudar a John a quitar la funda de la vela mayor? –preguntó Mike a ambas mujeres.
–Por supuesto, ven Sarah.
Los tres subieron al techo del puente. Carol le dijo a Sarah cómo quitar la funda que recogía la vela mayor sobre la botavara de aluminio. Una vez hecho eso, recogieron la funda y la bajaron a la bañera, donde John la guardó en un compartimento.
–Ven Sarah, vamos a ver cómo se despliegan las velas desde la rejilla de proa, te prometo que es espectacular. –Ambas mujeres subieron al casco de estribor y, agarrándose a la pasarela se dirigieron a la rejilla de proa–. Ven, túmbate aquí, pero antes quítate el vestido y nos quedamos en biquini –dijo la rubia haciendo lo que decía. La morena la imitó y ambas se tendieron en la rejilla, boca arriba.
–¿Qué va a pasar ahora? –preguntó Sarah.
–Mike va a apagar los motores; este barco de recreo de lujo está pensado para ser manejado solo por una persona, así que todo está mecanizado. Por eso Mike activará el motor eléctrico que tira de la cuerda, que llaman driza, para izar la vela mayor –explicó Carol–. Luego fijará la botavara a un lado y otro en función del viento, todo desde el puente de mando. Si todo va bien más tarde desplegará la vela de proa, que se suele llamar foque o genovesa. Entonces verás que las velas se hinchan con el viento y el barco coge velocidad.
–No he entendido nada –reconoció Sarah.
–Verás, las velas son triangulares, la mayor es una especie de triángulo rectángulo, uno de los lados cortos es la botavara, el otro el mástil, el motor eléctrico tira de la esquina de arriba de la vela, hasta estirar la vela del todo –explicó Carol con paciencia.
–Entonces es cuando el viento nos impulsa.
–No exactamente. Mike te lo explicaría mejor pero has de saber que no siempre el viento va en la dirección que querrías para moverte mejor, sino que te viene por un lado o por el otro, de lado completamente o hasta de frente, y cambiando la posición de la base de la vela, se consigue que el viento te impulse hacia donde quieres ir. Es un poco complicado aún para mí que he navegado unas cuantas veces en este velero.
Tal como Carol había explicado, los motores se pararon cuando su novio cerró el contacto. Luego este pulsó un botón en el cuadro de mandos y, poco a poco, la parte superior de la vela mayor fue subiendo hasta desplegarse por completo. Para decepción de Sarah, que esperaba que el viento la hinchara enseguida, eso no ocurrió. Sin embargo, cuando desde el control Mike manipuló los mandos, la botavara giró sobre el mástil y la vela empezó a hincharse. El barco empezó a moverse movido por el viento, y la velocidad aumentó. A continuación Mike pulsó otro mando y la vela triangular de proa, el foque como la había llamado Carol, se fue desplegando girando sobre el cable en que estaba recogida, el extremo interior quedó sujeto al mismo lado que la vela mayor por un cabo. La vela quedó flameando hasta que el cabo del extremo libre se tensó, momento en que la vela se hinchó y contribuyó a empujar el barco que empezó a ganar velocidad.
–¡Yupiiii! –gritó Carol sintiendo el viento en la cara. Luego dijo a Sarah–. ¡Esto es casi tan fuerte como un orgasmo!
Sarah no le contestó. Se sentía extrañamente bien allí, tendida al sol en la rejilla, en biquini y sintiendo el aire por todo el cuerpo. Sí, realmente la sensación era orgásmica.
–Sarah, quítate el sujetador del biquini, verás que sensación en el pecho.
–No sé, Carol ¿y si se queman las tetas?
–No seas mojigata, verás que bien te lo pasas.
A regañadientes, la morena imitó a la rubia, y ambas se pusieron en topless tendidas en la rejilla. Realmente la sensación del aire en las tetas era agradable, tuvo que reconocer Sarah para sus adentros.
–John, ahora que la veo mejor, Sarah está muy buena –dijo Mike al aludido en el puesto de mando–. Tiene unas tetas más bonitas que las de Carol. Estaré encantado de darles lo que se merecen.
–Realmente eres un burro –rio John–. No sé si lo del intercambio, la orgía o el trío será posible. Me ha prometido que va a ser liberal y lo intentará, pero no las tengo todas conmigo. ¡A veces es tan retrógrada! Figúrate que aún no me ha dejado que la penetre analmente.
–Aun así lo intentaremos, todo sea por atender a un buen amigo –añadió Mike con una gran sonrisa.
La mañana transcurrió rápidamente. El viento era favorable y la navegación resultó veloz. A mediodía habían virado al sur, antes de lo previsto, por lo que Mike decidió echar el ancla en la playa de un islote para hacer una parada y almorzar. Así lo comunicó a su tripulación e hizo un poco más tarde. Luego él y Carol hicieron la comida.
–¿Alguien quiere una copa de champán? –preguntó Mike con la botella en la mano cuando acababan la comida en la mesa del puente.
–Sabes que sí, tonto –respondió Carol sonriéndole.
–Deja que la abra John, es un especialista –añadió Sarah mirando a su novio. Mike le pasó la botella algo agitada a su amado.
John quitó el alambre y con la mano extrajo un poco el tapón. La presión hizo que el corcho saltara solo cuando no lo agarraba, y de la velocidad que tomó, impactó con mucha fuerza en los instrumentos de la mesa de mapas.
–¡John, ten cuidado! –dijo Mike acercándose a la mesa de mapas. Tras un instante exclamó–: ¡Joder, te has cargado la radio!
–¿Y eso es grave? –preguntó Sarah con temor.
–Para la navegación no, sigo teniendo el GPS, el radar y el ordenador con las cartas –comentó un desazonado Mike–, pero nos has dejado sin comunicación, el móvil no funciona en medio del mar y no tengo teléfono satélite.
–¿No sería mejor acercarnos a un puerto y que la reparen? –preguntó Carol.
–No es grave, aun cuando naufragáramos en alguna de las más de seiscientas islas del archipiélago, seríamos encontrados. Pero me fastidia un poco –respondió Mike, para añadir–. Seguiremos con el plan previsto, no os preocupéis chicos.
Acabada la comida tras el desastre del tapón, Mike propuso descansar un poco antes de reanudar la marcha. Carol y él desaparecieron tras la puerta de su camarote. Sarah quiso acabar de recoger y fregar, mientras John la esperaba sentado en la mesa. Al cabo de poco tiempo, desde el camarote de estribor les llegó a ambos el inconfundible sonido de una pareja follando.
–Parece que Mike y Carol no pierden el tiempo –comentó John con picardía.
–Recoger todo no es perder el tiempo –replicó Sarah un poco molesta.
–No me refería a lo que estás haciendo, cariño –dijo John conciliador–, sino que se acaban de ir al camarote y ya están en marcha. ¿No te apetece que hagamos lo mismo cuando acabes?
–Vale, espera que enseguida acabo –añadió Sarah contemporizando.
Dos minutos más tarde, una morena en biquini y agarrada de la mano por su novio, desaparecía tras las escaleras cerrando la puerta tras ellos. Una vez en el pasillo, John hizo parar a Sarah para besarla y de ese modo empezar. La mujer se dejó hacer, para luego responderle. Así, besándose, entraron en el camarote y se dejaron caer sobre la cama, con ella debajo. El hombre se lanzó sobre el sujetador del biquini para liberar los pechos y acariciarlos, lo que hizo que la mujer empezara a jadear bajo la acción.
–Parece que John y Sarah están follando –dijo Carol en su camarote, tendida junto a Mike tras el polvo–, por el ruido que hacen se lo están pasando bien.
–Espero que disfruten –comentó su novio–. A ver si Sarah se calienta lo suficiente para intentar algo con ella, le prometí a John que le ayudaríamos a liberarla de sus prejuicios.
–¿Quieres que te la caliente? En la rejilla de proa puedo trabajármela un poco.
–Claro que sí, pero no te pases. No se trata de forzarla. John quiere cambiarla y que sea una mujer liberal, pero no a costa de lo que sea. Ya sabes que es mi mejor amigo; lamentaría mucho molestarle.
A media tarde, los cuatro estaban en el puente, y Mike les comunicó que levaban anclas para navegar hasta casi la puesta de sol si no llegaban antes a la isla en la que pensaba fondear. Así que John, ayudado por Carol fue a levar las anclas en las proas de los cascos. Al cabo del rato, el veloz velero estaba otra vez navegando con sus velas desplegadas al viento. Nuevamente Carol le dijo a Sarah que la acompañara a la rejilla a echarse al sol acariciadas por el aire de la marcha.
Debido al incidente de la radio, Mike no se enteró del comunicado oficial de las autoridades navales de las Islas Bahamas, que decía que la tormenta tropical Francine se había convertido en un huracán de Fuerza 2 y su rumbo había variado en las últimas horas, tomando la dirección noreste y atravesaría Cuba por el sur de la isla por lo que su rumbo le llevaría al archipiélago, estando previsto que el ojo del huracán lo alcanzara en las siguientes cuarenta y ocho horas. Las autoridades navales ordenaban que todas las embarcaciones se guarecieran en el primer puerto a su alcance.
–Sarah, os escuchamos antes, ¿lo pasaste bien? –preguntó Carol interesada.
–También nosotros os oímos –dijo la aludida poniéndose colorada.
–Chica, no hace falta que te sonrojes, todos somos adultos y estas cosas son normales. –Carol esbozó una sonrisa.
–Ya sé, y trato de ser liberal y no pensar en ello, pero me cuesta.
–Pues tienes que relajarte. Para ser liberal tienes que tener algunas cosas claras.
–¿Como cuáles?
–Como tu relación con tu hombre. Fíjate en nosotros, Mike y yo, a veces nos hemos acostado cada uno con otra persona, e incluso hemos hecho algunos intercambio de parejas, un par de tríos y hasta una vez participamos en una orgía.
–¡Qué fuerte! –exclamó Sarah con incredulidad.
–Para nada –respondió Carol–. Lo que te quiero decir es que cada uno de nosotros, Mike o yo misma, puede follar con un tercero pero siempre tenemos claro que será sólo sexo, y nuestra relación está al margen.
–No acabo de entenderlo.
–Es fácil, pero admito que cuesta un poco –respondió Carol dubitativa–. Imagina que, por ejemplo, me gusta John, y quiero follar con él. Por supuesto que él también tendría que querer follar conmigo. Pues bien, nos buscamos, follamos y luego cada uno se va por su lado, yo vuelvo con Mike, John contigo y ya está. No quiero decir que lo olvide, pero algo así. Se trata de pasar un buen rato y disfrutarlo, pero sabiendo que tu cariño está en otro lado.
–Suena fácil tal como lo cuentas –dijo Sarah dudosa–. Pero ¿no te acabas implicando? ¿No sufre tu relación con Mike?
–En absoluto. Ambos estamos de acuerdo en ampliar nuestras experiencias, y eso es ya un buen punto de partida, pues si uno de nosotros no estuviera de acuerdo, sería un problema –explicó Carol–. Y respecto a lo primero, imagino que en algún momento se puede dar, supongo que es lo que les pasa a los actores.
–No sé, John quiere que ampliemos nuestro mundo sexual, sé que quiere intentar un intercambio o un trío. –Sarah parecía dispuesta a hacer confidencias.
–¡Y qué te impide hacerlo?
–No sé, supongo que yo misma.
–Pues empieza por algo. Por ejemplo, sé que le gustas a Mike y que éste querría acostarse contigo –dijo Carol preparando el terreno–. Empieza con él. Date una oportunidad de follar con otro hombre.
“Follar con otro hombre, tener una aventura pasajera”, pensaba Sarah. “Sí, pero ¿aquí, en este barco tan pequeño? Por otro lado, Mike parece bueno pese a que no me convenza demasiado, y es amigo de John ¿se lo contarán todo? ¿Le importaría a mi novio?”
–¿No te molestaría? –preguntó Sarah tras un breve silencio.
–Claro que no, ya te he dicho que no es la primera vez que follaría con otra.
–¿Y tendría que dejarte a John?
–Eso podría ser pero depende de él –añadió Carol–. Y a ti tampoco tendría que molestarte. Si me prometes que no te molesta si lo intento con tu novio. Si te molesta, no pasa nada.
“La tengo en el bote, consentirá y estoy convencida de que Mike cumplirá con creces”, pensaba Carol, “así yo podré follar con John y todos contentos, especialmente él”.
–Es que… –titubeó Sarah. Y tras un instante se decidió–. De acuerdo. Si John quiere follar contigo no me molestaré, como a ti no te molestará si Mike folla conmigo. “Ya está, ya me he lanzado”, pensó “ahora o nunca”.
–Esa es mi morena –dijo Carol y, acercando la cara a Sarah le dio un beso en los labios. Ella se sorprendió, pero se dejó hacer; luego cayó en la cuenta de lo mucho que le había gustado.
Mike, desde el puesto de mando advirtió el gesto entre las mujeres y, además, vio que Carol le guiñaba un ojo. El camino estaba abierto. “Vía libre”, pensó “esta noche será”.
–Sarah ¿quieres llevar un rato el timón? –gritó Mike para que le oyeran las mujeres en la proa.
–Anda, ve –le dijo Carol–. Es divertido tener tú el mando.
Sarah se levantó de la rejilla y, andando por la pasarela de estribor, llegó a la bañera.
–Ven al puente de mando –indicó Mike.
–¿Qué tengo que hacer?
–Lo primero es sentarte en el sillón del capitán. –Mike se apartó dejando libre el sillón de mando, Sarah se sentó en él–. También puedes dirigirlo estando de pie. ¿Ves la rueda del timón?, con él puedes llevar el barco en la dirección que desees. Vamos, agárralo con fuerza.
Sarah se puso de pie y agarró el timón como si fuera el volante de un coche, de repente notó que el timón quería moverse por sí mismo. Mike se puso detrás de ella, La mujer podía sentir el cuerpo del hombre en su espalda. El dueño del barco fue señalando los mandos.
–Si este barco fuera a motor, manejando el timón podrías ir a babor o a estribor, estas palancas controlan los motores para darles más o menos potencia –explicó Mike–. Pero estamos navegando a vela, el viento es nuestra fuerza de impulso y es muy caprichoso, fíjate en la vela mayor. –Sarah la miró–. El palo horizontal, la botavara, está por encima de nuestras cabezas, eso es porque el viento lo estamos recibiendo desde atrás por estribor, la vela cambia el sentido de la fuerza del viento en la dirección de avance, pero hay una componente que trata de hacer virar el barco. Esa componente la anulamos con el timón. A más fuerza del viento, más giro del timón. ¿Lo entiendes?
–Si –contestó Sarah, incómoda al sentir cierta dureza contra su culo.
–Pues esto es lo que tienes que hacer, fíjate en la brújula que indica el rumbo, tienes que mantenerlo en los trescientos grados en que está, moviendo el timón a un lado u otro según nos desviemos del rumbo –Mike soltó las manos de Sarah–. De todas formas estaré a tu lado durante un rato y luego te mandaré a John para ayudarte. ¿entendido?
–De acuerdo, entonces yo tengo el mando.
–Así es –La polla de Mike seguía presionando el culo de Sarah, pero ésta no se retiró. Luego le dijo al oído:– me gustaría follar contigo esta noche –La mujer asiente “esta noche será” se dice a sí misma.. Por fin, tras un buen rato en el que el dueño del velero vio que la mujer era capaz de controlar el barco, se retiró no sin antes restregar bien su verga, como anunciando sus intenciones.
La tarde transcurrió con una navegación tranquila. Mike se hizo de nuevo con el mando al final de la tarde para dirigir al velero a cierta isla que él conocía para fondear y hacer noche. Mientras los hombres hacían la maniobra de fondeo, las mujeres prepararon la cena, que esta vez iban a tomar en la bañera.
Carol había organizado la cena de forma que Mike y Sarah estuvieran todo el rato sentados en el banco de popa mientras ella y John iban y venían. De esa forma, se favorecía la formación de unas nuevas parejas. Mike se aprovechó del momento y trató de atraer a Sarah. Esta que estaba bastante receptiva por su intención de darse una oportunidad con el dueño del barco le dejó hacer.
En un momento dado, al final de la cena, Carol propuso un baño, John dijo que sí, pero Mike y Sarah rehusaron. Los primeros se pusieron los bañadores y se lanzaron al agua, incluso desapareciendo de la vista de los otros, instante en que Mike se decidió a atacar. Sin mediar palabra, acercó su cabeza a la de ella para besarla. Sarah, sorprendida, se dejó hacer y luego respondió al morreo del hombre, si bien con cierta timidez. Él, seguro de su conquista, siguió con el beso al tiempo que se hacía con los pechos, posando sus manos por encima del vestido de ella, lo que pareció agradarla. Finalmente separaron los labios.
–¿Seguimos dentro? –indicó el hombre haciendo presa con sus manos en los pechos de ella y tironeándolos suavemente.
–De acuerdo –Sarah temblaba ligeramente “¿Qué te pasa Sarah, tienes miedo”, pensó, “claro que lo tengo, era fácil decidir esta tarde cuando no era inminente lo que va a pasar ahora. Quiero hacerlo, pero tengo miedo”.
Ambos se levantaron, Mike soltó su presa para asirla por la cintura, atraer la cara de ella y besarla otra vez antes de llevarla al interior, luego se dirigieron al camarote de él.
En el agua, Carol y John no se habían alejado mucho y fueron testigos de la escena.
–Parece que ya está –dijo Carol.
–Eso espero, y que vaya bien –contestó John esperanzado–. ¿subimos al barco y hacemos lo mismo?
–Vamos –contestó Carol con lascivia.
Ambos subieron por la escalerilla del casco de estribor mientras sentían cierto movimiento en el camarote, en la bañera se dieron en primer beso y, cogidos de la mano, entraron en el puente para dirigirse al casco de babor. Como acababan de bañarse en el mar, se dirigieron a la ducha. En ella, John le quitó el biquini a Carol mientras esta, de espaldas a él, accionaba el grifo para quitarse la sal del mar. Mientras la mujer se mojaba el pelo, el hombre se quitaba el bañador y, con el asta elevada, la restregaba por el culo mientras posaba las manos en las tetas y pegaba su cuerpo a la espalda de ella. La rubia se dejó hacer mientras el agua caliente y otra cosa hacían arder sus cuerpos. John se dedicó a besar el cuello de la mujer y esta puso una mano en el sexo de cada uno de ellos.
Luego Carol se dio la vuelta y el hombre apuntó su verga al centro del coño y, con el agua chorreándoles, la penetró con suavidad. La mujer abrió las piernas, dejó el peso en la derecha y enroscó la izquierda en las del hombre. El movimiento de los dos fue acompasado, lento al principio con embestidas suaves y luego de ritmo más vivo. Boca en boca una vez sí y otra no, polla dentro y casi fuera del coño, John sujetaba el cuerpo de Carol mientras esta se pellizcaba los pezones.
John era un buen amante y sabía controlarse, Carol también, pero decidió que quería correrse, así que al cabo de unos minutos de jadeos, el novio de Sarah sintió cómo la mujer se arqueaba presagiando su orgasmo, y aumentó el ritmo de las embestidas, de forma que cuando la novia de Mike se corrió, él la siguió al poco. Finalmente se tuvieron que apoyar en la pared del servicio, el hombre cerró el grifo y acercó las toallas.
Al cabo del rato, Carol decidió que John se quedara en el camarote esperando a su novia mientras ella subía al puente y salía a la bañera a tomar el aire.
Cuando Carol iba a salir al aire libre, vio que Sarah estaba sentada en el banco de la bañera, casi desnuda, mirando al mar y con los ojos enrojecidos.
–¿Qué ha pasado? Creía que ibas a follar con Mike –preguntó Carol. “¿nos habremos pasado un poco y la hemos presionado demasiado antes de tiempo” se preguntó a sí misma.
–Y eso quería –contestó Sarah con ojos vidriosos–. Pero no he podido. Me he bloqueado, se me fue el calentón y no podía ni mojarme.
Sarah se echó a llorar, Carol se sentó junto a ella y la abrazó.
–Tranquila, no pasa nada –dijo con tono cariñoso para calmarla–. Seguro que lo conseguirás, solo date tiempo.
Ambas estuvieron un buen rato abrazadas, Sarah sollozaba de vez en cuando, Carol callaba pero acariciaba el pelo a su amiga. Por fin la primera se calmó.
–Ve a dormir, seguro que mañana te encontrarás mejor –dijo Carol haciendo que Sarah se levantara. Luego la llevó a su camarote, donde John dormía plácidamente. La mirada que Carol sorprendió en su amiga la preocupó, seguro que tendrían una pelea cuando despertara, pero no podía hacer otra cosa que dejarla con su novio.
El huracán Francine seguía su curso rumbo a la península de la Florida tocando tierra cubana durante esa noche.
El día siguiente fue extraño. Al alivio del estado de disgusto de Sarah no contribuyeron ni que John estuviera dormido ni que antes de poder conciliar unas pocas horas de sueño inquieto tuviera que oír en el silencio ventoso de la noche cómo Mike saciaba su calentón con Carol. A la mañana siguiente apareció con ojeras, cansancio y sin ganas de hablar con nadie. Su novio salió del camarote confundido porque Sarah no había querido ni hablar con él y solo cuando Carol le comentó lo que no había pasado compendió. Intentó hablar con ella, pero esta le rehuía, y para no amargar la travesía decidió dejarla sola con sus pensamientos.
Mike le ofreció llevar otra vez el timón y trató de ser amable con ella, pero Sarah declinó la oferta y se fue a tomar el sol a la rejilla. Se pasó casi todo el tiempo allí, tomando el sol, escuchando música con su reproductor digital o simplemente dormitando, cuando no sollozando y siempre con los ojos rojos.
Por su parte John se sentía apesadumbrado, pues había insistido en hacer la travesía con sus amigos y esperaba que su novia pudiera hallar la manera de liberarse de sus prejuicios y abrirse a nuevas experiencias. Mike le había contado exactamente lo que sucedió y él había tratado de hablar de nuevo con Sarah, pero esta no quiso escucharle. Únicamente aceptaba que Carol la hiciera compañía, pero sin hablar.
Por otra parte, Mike estaba un poco preocupado, el viento había aumentado su fuerza y en el cielo las nubes cerraban el paso al sol, y solo navegaban con la vela mayor. No es que no lo esperase, pues había calculado que con el Francine al sur de su posición y a varios cientos de kilómetros el viento sería algo más fuerte pero, incomunicado como estaba y sin poder recibir informes meteorológicos, cabía la posibilidad de que el huracán hubiera variado su rumbo y le ponía inquieto no saberlo.
Hicieron la pausa de rigor para la comida, preparada por John, en la que Sarah casi no probó bocado y llegaron a la isla donde tenía pensado pasar la noche antes de la hora estimada y con lluvia. Además, empezaba a haber marejada y la isla donde habían echado el ancla ofrecía poco abrigo.
Carol habló por la tarde largo y tendido con Sarah, y esta, en la cena preparada por los dos hombres, trató de comportarse mejor que en la comida, pero casi inmediatamente que acabaron, se fue al camarote a dormir, dejando a sus tres compañeros de travesía. Afortunadamente se durmió, como comprobó John cuando fue tras ella solo quince minutos después, y pese al balanceo del barco, más acusado que la noche anterior. Y de los ruidos que hicieron en el camarote Mike y Carol follando.
Por la noche, Francine había pasado la isla de Cuba y se dirigía hacia Tampa, donde tocaría tierra cuarenta horas después.
Por la mañana, Mike comprendió que Francine había aumentado a huracán y había tomado un rumbo que lo hacía peligroso para ellos, pues los vientos eran demasiado fuertes para navegar a vela y el mar estaba grueso con olas por encima de los dos metros y llovía con insistencia. Como la isla en la que estaban fondeados no ofrecía buen abrigo, luego de consultar las cartas de la zona decidió que debían buscar mejor refugio. Reunió a sus amigos en el puente.
–Creo que el huracán ha cambiado su rumbo y nos está afectando más de lo que creía –dijo para empezar–. Estamos incomunicados y no recibimos partes meteorológicos, por lo que no sé por dónde anda, pero lo cierto es que el viento y las olas me dicen que no está muy lejos. La situación es grave.
–¿Cómo de grave? –inquirió John preocupado.
–El viento puede arreciar y la mar ponerse muy gruesa, no nos echaría a pique, pero sería muy incómodo. Tenemos que movernos lo antes posible para encontrar un abrigo mejor –Mike sacó un mapa–. Hay una isla a treinta millas al oeste que tiene una buena bahía para protegernos, será suficiente puesto que está del otro lado del huracán; el puerto más cercano está a más de cien millas. Navegaremos con los motores y, ya que puede ser peligroso, debemos tener puestos los chalecos salvavidas en todo momento. John y yo nos turnaremos en el timón, mientras vosotras os quedáis dentro.
–¿No sería mejor desembarcar en esta isla? –preguntó una asustada Carol.
–No –contestó con seguridad Mike–, no tenemos con qué hacer un refugio y este barco nos ofrece todo lo que necesitamos.
Carol y Sarah ni protestaron, el estado de esta última no había mejorado mucho, pero ante la perspectiva de enfrentarse al huracán, el miedo se sobrepuso a cualquier otro estado. Todos se pusieron los chalecos salvavidas; los hombres por encima de los impermeables. Mike se sentó en el puesto de mando y arrancó los motores, las chicas levaron las anclas y John puso la lona de protección a la vela mayor mientras comprobaba que estuvieran bien fijas todo el aparejo de cubierta. Mike aceleró los motores cuando las chicas estuvieron en el puente y guió al catamarán al mar abierto.
De repente, el barco se empezó a mover como una cometa llevada por el viento. Mike hacía lo imposible por hacerlo navegar en el rumbo que quería, pero, por una parte los motores solo estaban pensados para moverse por el puerto o cuando no hacía viento, siempre a poca velocidad; y por otra parte el oleaje, el viento y la lluvia que, si bien no eran tan grandes como si estuvieran más cerca del ojo del huracán, eran lo suficientemente fuertes como para zarandear al gracioso velero.
Durante una hora, el barco pudo navegar sin más contratiempos que el vaivén constante, constantemente el viento arreciaba y las olas incrementaron su altura, el huracán se había movido un poco hacia el este, acercándose. Y, además, por el mar flotaban arrastrados por las corrientes, restos de los desastres que el huracán provocaba en las islas.
Por eso, en un instante, ocurrió el desastre. Una ola inusualmente alta, y que llevaba el tronco de una palmera de una isla cercana caída por el viento, impactó contra el velero. Sarah, que se había levantado, cayó al no poder sostenerse, y se dio un fuerte golpe en la cabeza, perdiendo el conocimiento. Carol, al verla caer se levantó de donde estaba, y el impacto del tronco sobre el mástil de aluminio del velero, que provocó su rotura, hizo moverse a todo el catamarán. Carol también perdió el equilibrio y cayó, golpeándose la frente con el pico de la cocina, perdió el conocimiento al tiempo que de la herida empezó a manar sangre. La ola siguió su camino y barrió el puente, arrastrando a Mike y a John que, pese a estar bien agarrados, tuvieron que soltarse para no resultar malheridos.
Ambos hombres cayeron al agua y se hundieron; al poco, gracias a los chalecos salvavidas, emergieron para descubrir que el barco se alejaba impulsado por los motores y el viento, evidentemente eran incapaces de alcanzarlo a nado.
–John, tírame el cabo que lleva suelto tu chaleco –vociferó Mike–. Lo ataré al mío y así no nos separaremos pase lo que pase.
–De acuerdo, Mike –gritó un asustado John–, ¡ahí va!
–¡Ya lo tengo! – exclamó Mike.
–¡Sarah, Carol! –chilló John al velero que se alejaba de ellos.
–No pueden oírnos por el viento y las olas, John –dijo Mike en voz muy alta.
–¡Moriremos! –gritó un aterrorizado John.
–¡Calma! Si mantienes la calma no nos pasará nada. Todo lo que tenemos que hacer es mantenernos a flote, el chaleco nos servirá, menos mal que las olas no son demasiado altas –la voz segura de Mike fue calmando a John.
Sarah se despertó con un buen dolor de cabeza. Poco a poco consiguió abrir los ojos y recordar que estaban en medio de una tormenta, seguramente se golpearía y se desmayaría. Si prestaba atención, aún podía oír el ulular del fuerte viento, el ruido que hacían las olas, y la lluvia cayendo con tesón sobre el velero. Pero había algo extraño. El barco estaba quieto, es decir, no se movía.
Por fin abrió los ojos del todo, estaba tumbada boca arriba, cerca de la mesa de mapas. Lentamente se incorporó. Efectivamente, el catamarán estaba inmóvil. Como pudo se incorporó para echar un vistazo al puente. ¡Allí! En el suelo. Carol yacía boca abajo en medio de un charco rojizo “¿sangre?” se preguntó. Tambaleándose se levantó, se quitó el chaleco salvavidas y se acercó a su amiga, temiéndose lo peor. La tranquilizó ver mover regularmente la espalda de la rubia. Debía estar desmayada como ella hasta hacía un momento.
Con gran cuidado le dio la vuelta. Tenía la cara llena de sangre. Seguro que se habría golpeado con algún pico que le habría hecho una herida. La dejó boca arriba para buscar el botiquín. En ese momento daba gracias mentalmente al curso de primeros auxilios que hicieron todos los maestros de su colegio. Mientras caminaba desde la cocina donde estaba Carol tumbada hasta la mesa de mapas, miró por las ventanas del puente. A primera vista el bote estaba quieto; por la proa se veía un bosque de palmeras, a babor y estribor parecía una playa, no se veía bien por la lluvia. Cuando volvió con el botiquín junto a su amiga, observó que por popa parecía que el mar estuviera cerca pero no que tocara al barco. “embarrancados, estamos embarrancados” se dijo, pero dejó estos pensamientos para más tarde.
Agachada junto a su amiga, empapó una gasa grande con agua oxigenada y le limpió la cara de la sangre un tanto reseca. “Realmente es guapa”, pensó para sí mientras le quitaba la costra de las mejillas, de los alrededores de la boca, de la nariz y de los ojos. En la frente tenía un buen corte que era el responsable de la sangre. Empapó otra gasa con agua oxigenada y limpió todo el corte. Por la cantidad de fluido que aparecía, había debido sangrar mucho. Cuando tuvo limpia la herida, observó que la hemorragia ya estaba cortada, así que desinfectó la herida con la povidona yodada, plegó otra gasa e hizo un vendaje que la sostuviera sobre la herida.
Luego, haciendo acopio de toda la fuerza que pudo, levantó el cuerpo inerme de su amiga para llevarlo al banco del puente. Allí le quitó el chaleco salvavidas, luego la camiseta, empapada de sangre, lo mismo que el pantalón corto. El sujetador también parecía rojizo por la sangre, así que se lo quitó, dejando a su amiga en bragas, y desmayada; la acostó sobre el banco. Luego iría al camarote a por ropa.
Con Carol ya atendida, su atención recayó en los hombres ¿qué habría sido de Mike y de John? No se les veía por ningún lado.
–¡John! ¡Mike! –gritó sobre el ulular del viento y el repiqueteo de la lluvia. Pero no obtuvo respuesta. Tampoco Carol despertó. Un poco angustiada por el hecho de estar sola, salvo la inconsciente amiga, y sin saber nada de los hombres, se decidió a bajar a los camarotes a ver si les encontraba. No fue así, tanto el camarote de estribor como el de babor estaban vacíos. La desazón de Sarah iba creciendo por la suerte de ellos. Se decidió a salir del puente, tal vez las hubieran dejado inconscientes y se hubieran aventurado a registrar la isla.
“No seas tonta, Sarah y piensa” se dijo, “si los hombres hubieran estado por aquí no habrían dejado a Carol sangrando. Piensa, debieron caer al agua cuando os desmayasteis”. Esta certeza aumentó la sensación de soledad y añadió otro sentimiento, el de pérdida. “Se habrán ahogado, pobre John”. Sin poderlo evitar, Sarah se echó a llorar desconsolada por la muerte segura de su novio, y muy triste por cómo había sido su último tiempo juntos, el día anterior. El llanto arreció al añadir al sentimiento de pérdida el de tristeza por no haberse arreglado entre ellos y por lo que ocurriera el día anterior.
Mucho tiempo estuvo Sarah llorando y lamentándose por la situación en que se encontraba. Sin embargo, algo nuevo nació en ella, esperanza. Seguía viva y no estaba sola del todo, Carol estaba con ella y tarde o temprano despertaría. Ellas dos estaban vivas y tendrían que sobrevivir y ser fuertes para hacerles el honor a sus novios. Conjurada en esa esperanza, se enjuagó las lágrimas y decidió asomarse por la borda por si en una carambola del destino ella estuviera equivocada y John y Mike no hubieran muerto sino que estuvieran explorando la isla.
Salió a la bañera, todo estaba revuelto; el puente de mando vacío con los mandos apagados. Al mirar hacia arriba desde la silla del capitán vio con horror cómo el mástil estaba roto un poco por encima de la botavara, algunos cables aparecían sueltos pero no se veía rastro de la parte superior del mástil ¿que habría sido capaz de romper el mástil? Sarah no podía ni imaginarse qué pasó; como tampoco la circunstancia que lanzara a los hombres al agua, ¿o no cayeron por la borda? Por eso se asomó a un lado y luego al otro a ver si veía rastros o pisadas que salieran del barco.
Por supuesto, no había pisadas que salieran del barco, encallado en una playa de arena. Claro que con la lluvia que caía cualquier rastro habría sido borrado. No se veía un alma alrededor del barco.
–¿Qué isla será? ¿estará habitada? –se preguntó en voz alta.
Sarah no se atrevió a salir del barco, por un lado no le apetecía salir bajo la lluvia y el viento a explorar, por otro no quería dejar a Carol sola. Así que optó por cerrar la puerta que daba a la bañera, entreabrió alguna de las ventanas y se dirigió a su camarote para buscar ropa con que vestir a su amiga. Abrió la puerta de babor y bajó. Encendió la luz, aparentemente había energía, pero por si acaso se dirigió rápidamente a la habitación, buscó un sujetador, unas bragas, una camiseta y, como no encontró pantalones cortos, una falda. Con todo ello apagó la luz y regresó al puente.
Carol seguía donde la dejó, evidentemente no se había despertado. Así que, para vestirla, primero le quitó las bragas que llevaba puestas. Al quitarlas del todo, como Carol estaba tumbada boca arriba, Sarah pudo ver en primer plano el coño de la rubia. “¡Depilada!” se dijo y, antes de ponerle las bragas limpias se quedó extasiada en la contemplación del sexo de su amiga. Las tetas ya las tenía bien vistas, no en balde habían estado tomando el sol en top less, pero el coño no. El sexo de su amiga no se lo había visto nunca, y tampoco recordaba que ella comentara que lo tenía depilado.
Para ser honesta consigo misma, tuvo que reconocer que se deleitó con la vista. Después fue a lo práctico y se dedicó a vestir a la desmayada. Sarah nunca había pensado y sentido lo sensual que era vestir a una persona. La cantidad de contacto de las manos con la piel de la otra persona. No sin esfuerzo, y pena por cubrir el sexo de Carol, Sarah pasó los pies de la dormida por los correspondientes agujeros en las bragas, y se las subió a su sitio; incluso demorando el acabar de ponerlas, y aprovechando para acariciar el culo. Luego repitió la operación con la falda. Más tarde sentó a la desmayada para ponerle el sujetador con mayor facilidad y, posteriormente, la camiseta.
Orgullosa de su acción, Sarah decidió llevar a su amiga al camarote para echarse un rato a su lado y así descansar, pues la cabeza le seguía doliendo. Antes de caer dormida, le dedicó un último pensamiento a su desaparecido novio, “seré liberal, como tú querías que fuera”, luego cayó dormida.
Carol se despertó con un dolor palpitante en la sien derecha. Abrió los ojos con dificultad. Estaba en su camarote ¡qué raro! No recordaba por qué estaba ahí. En la niebla de su mente, recordaba la tormenta, el camino a un puerto seguro, el barco balanceándose. Lentamente se irguió y se sentó en la cama. Había un cuerpo a su lado.
–¡Sarah! –llamó con voz débil.
–¿Qué? Déjame dormir un poco más –dijo una dormida Sarah rebulléndose en la cama. Sin embargo, la consciencia le vino poco a poco y se dio cuenta de que Carol había despertado. Al poco se sentó también, sintiéndose alegre por no estar sola.
–¿Qué ha pasado? –preguntó una desorientada Carol.
–Pues me temo que estamos varadas.
–¿Varadas?
–Sí, verás. Me he despertado hace un buen rato –Sarah contempló el reloj–. Bueno, más bien hace unas cinco horas. El barco no se movía, he mirado afuera y estamos en una playa, fuera del agua. ¿no notas que el barco no se mueve?
–El barco no, pero mi cabeza sí –contestó Carol.
–Es que algo debió pasar que nos hizo caer –contó Sarah–. Yo me di un golpe y me desmayé, a ti te debió pasar lo mismo pero más grave, tienes una brecha en la sien derecha. Te la limpié y vendé antes de traerte aquí.
–¡Ah, ya entiendo qué hago aquí! ¿Y Mike y John?
–No les he visto por ningún lado –respondió con tono preocupado Sarah antes de contener una lágrima–. Me temo que cayeran al agua mientras estábamos inconscientes.
–¿Se habrán ahogado? –Carol pugnaba por no llorar
–Espero que no, llevaban los chalecos salvavidas y ambos son buenos nadadores –dijo Sarah, antes de añadir con lágrimas en los ojos–. Pero me temo lo peor.
Carol se echó a llorar con profusión de lágrimas y sollozos, lamentos por su novio, maldiciones a los huracanes y los naufragios. Sarah dejó que llorara, entendía la situación y cómo estaba su amiga de desorientada y desesperada. Tal vez el tiempo que llevaba despierta de ventaja sobre su amiga la había hecho más fuerte, eso y la promesa que se había hecho a sí misma de tirar hacia adelante. Lo que no evitó que llorara un poco con ella. Al cabo del rato, viendo que la rubia no se calmaba sino que parecía que arreciaba en su llanto, optó por cortar bruscamente dándole una bofetada. Carol se serenó al momento.
–¿Qué haces? –dijo una muy sorprendida Carol.
–Cálmate y escucha –Sarah se puso muy seria–. Puede que estén muertos, no lo sabemos con seguridad, solo sabemos que están desaparecidos. Pero nosotras estamos vivas, y pretendo que sigamos estándolo. Tenemos unas cuantas cosas que hacer, si nos dedicamos a ellas, no digo que los olvidemos, pero ya habrá tiempo de llorarles cuando seamos rescatadas; así que ahora escúchame.
–Dime –dijo una atenta Carol, la voz autoritaria que había usado Sarah surtió el efecto de captar toda su atención.
–Tú conoces el barco mejor que yo, hemos de saber si tenemos energía, y las reservas de agua; tenemos que hacernos ver por cualquiera que pase cerca de aquí para que dé parte a las autoridades y puedan rescatarnos. Tal vez vigilar por turnos, por si vemos aparecer algún avión en el cielo o algún barco en el horizonte. Tenemos que explorar esta isla por si encontramos algo que nos diga dónde estamos o nos sirva de utilidad. Recuerda lo que dijo Mike: podemos naufragar en alguna de las más de seiscientas islas del archipiélago, que acabarán encontrándonos; eso es lo que pretendo, que nos encuentren.
–A ver, déjame pensar –Carol hizo una pequeña pausa–. En el puente de mando o en la mesa de mapas debe haber una pistola de señales, lanza una bengala al aire para señalar nuestra posición en caso de emergencia, tendríamos que usarla si viéramos cualquier nave o navío. Si tenemos energía seguro que con el GPS y los mapas sabremos donde estamos.
–No creo que los tengamos, algo golpeó el mástil y lo rompió, las antenas o lo que fuera que hubiera en lo alto se ha perdido.
–¡Qué mala pata! De todas formas, saber dónde estamos y no poderlo decir a nadie es inútil –Carol se calló durante un momento–. La energía, Mike instaló baterías auxiliares y las baterías se cargan con los motores en marcha.
–No creo que los podamos poner en marcha si estamos fuera del agua, con suerte funcionarían, pero los estropearíamos.
–Sí, pero creo que también se instaló un generador autónomo en el casco de babor, tendré que buscarlo.
–De momento con eso nos vale –dijo Sarah–. Tenemos tareas que hacer, pero antes ¿tienes hambre?
–Sí.
–Entonces vente al puente, prepararé algo de comer.
Ambas mujeres salieron del camarote. Carol se dirigió primero al servicio para verse en el espejo. El aspecto que observó no le gustó, con una venda en la frente, ojerosa y débil. Sarah tuvo que ayudarla para subir la escalera al puente, donde se sentó en el banco.
–¿Donde crees que estamos? –preguntó Carol.
–No lo sé, supongo que en una isla deshabitada.
–¿Por qué lo dices?
–Porque cuando miré antes afuera, vi un pequeño bosquecillo de palmeras y el mar detrás –contestó Sarah–. Sigue habiendo energía, la cocina se enciende.
Carol y Sarah dieron buena cuenta de las salchichas que esta frió, junto con una botella de vino. Fuera el viento seguía soplando con fuerza y la lluvia caía con insistencia. La luz ambiental fue disminuyendo, señal de que el día se acababa.
–Sarah ¿es tuya la ropa que llevo puesta?
–Sí. La tuya estaba muy manchada por la sangre que echaste y te tuve que cambiar.
–¿Me desnudaste?
–Claro, si no ¿cómo te iba a cambiar la ropa? –la voz de Sarah reflejaba perpejidad.
–¿Te gusté desnuda? –disparó la pregunta una divertida Carol.
–¡Qué preguntas! Si ya te he visto todo el cuerpo antes.
–Todo no –sonreía Carol.
–¿A qué te refieres? –respondió Sarah poniéndose colorada.
–Tu cara me lo dice ¡Ja, Ja, Ja! –rió Carol–. ¿Has visto lo bien que tengo depilado el coño?
–¡Ah, eso! –dice Sarah intentando disimular.
–Ya veo, te ha gustado ¿no?
–¡No!, bueno sí.
–Es permanente, me depilé con láser; me gusta tener el coño sin pelos, es tan suave –Carol hizo una pequeña parada en su discurso, no quería avanzar por ese camino–. Pero me parece que está anocheciendo, y mi cabeza me duele
–¡Espera!, antes de irnos a dormir hay que comprobar las reservas.
–¡Es verdad!, voy a hacerlo –Carol se acercó a la mesa de mapas, pulsó algunos mandos y miró unos indicadores–. Los instrumentos dicen que hay como tres cuartas partes de los depósitos de agua, que será unos quinientos litros. También hay más de medio depósito de combustible de los motores, nos vendrá bien para el generador. Las baterías están a poco menos de la mitad de su capacidad, creo que nos dará para esta noche.
–Parece que andamos bien de todo.
–Pero tenías razón, el GPS no funciona, es decir no se comunica con los satélites y no me puede señalar nuestra posición, no podemos saber dónde estamos.
–Bueno, eso no importa ahora. Vayámonos a la cama.
Sarah comprobó que la puerta de la bañera estuviera bien cerrada, desierta o no, no quería posibles visitas extrañas. Luego se dirigió al botiquín para darle un analgésico a Carol. Seguida por esta, bajó los escalones de estribor. Como hacía buen tiempo, la rubia simplemente se quitó la camiseta, la falda y el sujetador, se lavó los dientes y se metió en la cama. Sarah, un poco más vergonzosa, solo se quitó el sostén y el pantalón antes de lavarse los dientes y meterse en la cama.
–Mañana comprobaré el generador –dijo Carol.
–¡Bien, así me gusta! Verte positiva –añadió Sarah–. Si mejora un poco el tiempo, exploraremos la isla.
–Como quieras, Sarah. ¡Buenas noches!
–¡Buenas noches, Carol!
Sarah cerró los ojos, pero un pensamiento de cruzaba la mente, estaba sola con Carol; y los sentimientos de la tarde, sobre todo los que experimentó fugazmente tras ver a su amiga desnuda aunque inconsciente, le impedían dormir. Por su parte, Carol, una vez aliviada el dolor de cabeza por el medicamento, se echó otra vez a llorar por Mike y por la situación en que se encontraban.
Sarah abrió los ojos. Por la claraboya del camarote entraba luz. Debía ser muy tarde. Pero ¿qué es eso? Carol estaba dormida a su lado, con una mano en el pecho de la morena por encima de la camiseta; la mujer se incorporó un poco para ver que su amiga estaba como abrazada a ella desde atrás. Un vértigo surgido desde el interior llenó la mente de Sarah, y su cuerpo reaccionó por sí mismo. Sus pezones se pusieron duros como piedras, el contacto tan íntimo de su amiga la estaba excitando. Se humedeció los labios con la lengua y, súbitamente, sintió el deseo de besar a la mujer que dormía a su lado. No ajeno a todo ello era el pensamiento que había tenido nada más despertarse: habían naufragado, estaban solas, y se había prometido ser liberal y probar otras cosas.
Sin embargo, se contuvo, tenían trabajo que hacer y la prioridad era ser encontradas, si luego venía algo, pues bienvenido. Se deshizo del abrazo de Carol y se levantó tratando de no hacer ruido para no despertarla, pero vio que su amiga abría los ojos.
–Buenos días, Carol ¿cómo está tu cabeza?
–Buenos días, Sarah. Ya no me duele.
–Luego te cambiaré el vendaje de la herida. ¿Desayunamos?
–Espera que me vista primero.
En un buen ambiente entre las dos, ambas eligieron ponerse camisetas y pantalones cortos. El viento parecía amainar y la lluvia no se oía como la noche anterior; por su parte el mar no parecía tener un gran oleaje. Subieron a cubierta y miraron al exterior. Aunque el cielo estaba muy nuboso, a lo lejos parecía haber algún claro, el viento no doblaba las palmeras y la mar aparecía rizada de olas.
–Realmente es una pequeña isla o un islote –exclamó Carol al mirar en derredor por las ventanas.
–Esa fue la impresión que tuve ayer cuando me desperté.
–Dejemos eso de momento, desayunemos, luego planificaremos el día.
Las dos mujeres se retiraron al puente para desayunar. Una vez saciada el hambre, Sarah procedió a curar la herida de Carol. Ésta comprobó las baterías en la mesa de navegación, estaban bajas por lo que decidieron salir a cubierta para comprobar el estado general del barco y arrancar el generador.
Cuando salieron de la bañera hacia la proa por las pasarelas, Carol vio con horror cómo el mástil del barco de su querido Mike había dejado de existir, cuando Sarah se lo contó no había dado mucho crédito pero ahora, a la vista de lo que quedaba, le entró pena por el barco de su novio.
La embarcación, por otro lado, no parecía tan dañada; los cascos estaban en buen estado, el puente de mando parecía no haber sufrido daños, los motores parecían enteros según vio Carol al abrir las trampillas de acceso. El generador no puso reparos al arrancar, Carol decidió tenerlo en marcha una hora para recargar las baterías al sesenta por ciento de la capacidad con idea de ahorrar combustible.
Las mujeres decidieron que ahorrarían agua si no la usaban para lavarse salvo lo imprescindible, así como no usar la iluminación salvo que fuera necesario, de forma que energía y agua duraran bastantes días en previsión de que el rescate tardara.
Carol cogió la pistola de señales, comprobó que tenía una bengala puesta y que tenían otras tres de reserva y decidió con Sarah establecer turnos de vigilancia por si veían algún avión o barco, momento en que la que estuviera de guardia dispararía una bengala para señalar su posición.
Tomadas todas las precauciones, descendieron del barco por las escalerillas de popa para explorar la isla.
Como habían sospechado, la isla era pequeña. Poco más que un islote; con un bosque de palmeras de un centenar de metros de largo por unos cincuenta de ancho, rodeada por una playa de bastantes metros entre el agua y las palmeras. La isla tendría una forma elíptica y el barco estaba varado en una de las playas grandes. No había montículos a los que subir para otear el horizonte. Tampoco ofrecía un puerto natural, ni había señales del paso de personas por allí, por lo que las mujeres supusieron que no debía ser muy visitada, lo que reducía posibilidades de ser rescatadas. Trepar a una palmera era más difícil de lo que parecía y tuvieron que descartarlo.
Al regreso al barco decidieron que el punto de vigía sería el techo del puente, y se turnarían a lo largo del día cada hora. Sarah se ofreció a hacer el primer turno de vigía. Se hizo un parasol para la lluvia, y con unos prismáticos y la pistola de señales al lado, estuvo oteando el horizonte. La lluvia seguía cayendo, pero sin intensidad, y el viento iba amainando, señal de que el huracán habría tocado tierra y se difuminaba.
Sarah pensaba en muchas cosas, en John por supuesto; en haber venido a este crucero, en las esperanzas de que en un ambiente relajado tener otras experiencias que abrieran su mente. Pero también en su bloqueo con Mike, en el huracán y en el naufragio; en la situación actual, ellas dos solas. En lo que la atraía Carol. El tiempo de la guardia se le hizo breve.
A la hora subió su amiga con un termo de café.
–¿Alguna novedad? –preguntó Carol con tono preocupado y triste.
–Nada, no hay nada en el horizonte, ni arriba ni abajo. Es normal, no desesperemos. Llevamos menos de un día varadas, no pretenderás que nos salven en seguida –dijo Sarah para animar a Carol.
–Lo sé, únicamente esperaba que fuera verdad eso que dijo Mike de que en este archipiélago, aunque haya muchas islas y deshabitadas, las posibilidades de ser encontradas son totales.
–Sí, pero hasta que el huracán no se haya disipado por completo y no hagan recuento de barcos, no nos echarán de menos –añadió Sarah–. Pero, cuando nos empiecen a buscar, nos encontrarán en breve. Anda, tomemos un café.
Sarah bajó al puente. Encontró que su amiga había arreglado todo en la hora de guardia. Los restos del desayuno fregados, el puente barrido y fregado, ya no quedaba rastro de la sangre vertida; hasta la cama estaba hecha. No lo habían hablado, pero seguramente dormirían juntas en el camarote de babor. Sarah vio algunas cosas de Carol en el camarote y en el cuarto de baño. Era lo lógico, dormir juntas ahora que estaban ellas solas sin los hombres. Tuvo que respirar a fondo dos veces para que la lágrima que pugnaba por salir de su ojo a cuenta de la pérdida de John no resbalara por su mejilla. Se obligó a cambiar de pensamientos, ya lloraría a su novio cuando fueran rescatadas, ahora tocaba sobrevivir.
Hizo un breve inventario del contenido de la nevera y el congelador. Tenían suficientes víveres para ellas dos durante unos cuantos días, semanas si fuera necesario. La verdad es que, exceptuando la pérdida de los hombres, no estaba mal haber naufragado con Carol. Si le hubieran preguntado eso de “¿a quién te llevarías a una isla desierta?”, ella hubiera contestado lo que ahora era realidad: a Carol; antes no sabría por qué, solo que había congeniado muy bien con ella, ahora añadía una cierta atracción sexual.
De repente aguzó el oído, el viento ululaba algo menos y la lluvia apenas caía, ya se había acostumbrado al sonido de las olas, por eso cayó en la cuenta que estaba escuchando algo distinto. “está llorando” dijo identificando el sonido. Rápidamente salió al puente de mando y de ahí al techo del puente, al punto de vigía. Efectivamente su amiga estaba llorando sin parar.
–¡Carol! ¿Qué pasa? –preguntó
–Na..nada –sollozaba la vigía–. Solo me siento muy sola sin Mike.
–Me tienes a mí –respondió Sarah abrazándola.
Carol arreció el llanto bajo el abrazo de Sarah, que no quiso decir nada para calmarla ni volver a darle una torta como esa mañana. Dejó que su rubia amiga llorara la pérdida de Mike, y ella aguantó las lágrimas por John. Sin querer, empezó a acariciar el pelo de Carol, que lloraba en su hombro.
¿Quién empezó? Ninguna de las dos sabría decirlo. Lo cierto fue que de repente se estaban besando, Sarah sintió un sabor salado en su boca, procedente de las lágrimas de Carol, al tiempo que unas mariposas aleteaban en su tripa durante breves instantes, seguidos de un deseo profundo que se traducía en la dureza de sus pezones y una humedad insólita en su sexo. Por su parte a Carol se le pasó de golpe la tristeza por Mike, todos sus sentidos se dirigieron a Sarah y a lo que nacía entre ellas, básicamente un deseo incontenible de amarse.
Interminable parecía el tiempo que estuvieron labio con labio. El sabor salino desapareció tras un juego de lenguas que mezcló sus salivas. El techo del puente de repente parecía más pequeño y menos cómodo para lo que iban a hacer, Sarah pensó rápidamente en la rejilla, pero recordó a tiempo que estaba rota por efecto del huracán, la mejor opción era la bañera, así que despegó sus labios de los de Carol y, agarrándola de la mano, bajaron por el puesto de mando. No quiso pensar en nada, solo se dejaba llevar.
En la bañera reanudaron el juego de labios y lenguas; cuerpo contra cuerpo, batallando también por quien tenía los pezones más duros pecho contra pecho. Carol se dejaba hacer, en su interior reconocía que la iniciativa era de Sarah, pese a que hacía tiempo que jugaba con la idea de follar con ella y que la idea del crucero la había tenido ella; aunque indujera a John a pensar que era el camino adecuado para introducirla en otras prácticas sexuales como el intercambio. Por eso, y porque aún seguía un tanto trastornada con la desaparición de Mike, no tomaba la iniciativa sino que la dejaba a su amiga.
Sarah no se cansaba de besar a Carol, quería alargar el momento, eternizarlo. Pero nada es permanente, pronto quiso más de ella, así que separó sus labios y echó mano a los bajos de la camiseta para sacársela por la cabeza y así dejar el torso en sujetador; que procedió a quitar rápidamente tras desabrocharle los corchetes y sacarle la prenda por los brazos. Libre el pecho de la rubia, Sarah se hizo con él tomándolo al asalto con su boca y sus manos. Para estar más cómodas, la morena empujó a su amiga al banco de popa de la bañera, sentándose en él una al lado de la otra. Carol se dejaba hacer, exhalando un jadeo cada vez que la lengua de Sarah se entretenía con un pezón, o cuando esta jugaba con aquel en medio de los dientes; o cuando los oprimía o pellizcaba con los dedos. Sarah aplicaba a la otra mujer lo que le gustaba que John le hiciera, suponiendo acertadamente que a su amiga le gustaba.
El juego con los pechos de Carol no acababa de saciar la sed de sexo de Sarah pero esta quiso avanzar más en el cuerpo de la primera, así que la hizo tumbar para poder quitarle primero el pantalón corto y luego las bragas con la colaboración de ella. Finalmente tuvo a la vista el coño perfectamente depilado y, luego de una mirada lujuriosa al mismo, Sarah lo atacó con toda su alma lengua en ristre. No tenía experiencia con otra mujer, sólo conocía su propio sexo y las maneras en que los hombres lo habían tratado, y se aplicó en darle el mejor trabajo que podía al sexo húmedo de su amiga. Lo penetró con la lengua y con hasta tres dedos, jugó con ellos en su interior, masajeó el clítoris con la lengua, los labios y lo pellizcó; constantemente abría los carnosos labios mayores para repasar con la lengua arriba y abajo, deteniéndose en el botón superior.
Con semejante tratamiento a su sexo, la rubia no hacía más que jadear de gusto. Aunque notaba la inexperiencia de su amiga, el cariño y las ganas que ponía en lo que le estaba haciendo suplían toda falta. Cuando Sarah hundía la cara en su coño, ella asía la cabeza para guiarla. Lógicamente, tanto trabajo dio sus frutos, Carol abrió cada vez más las piernas, abandonó la cabeza, sus pezones amenazaban con saltar de su pecho, la respiración se hacía más y más agitada, las manos agarraban con fuerza los cojines del banco. Inevitablemente se corrió, su cuerpo se tensó cuando sintió las oleadas de placer provenientes de su sexo. Jadeó, gritó. Sarah no paraba pese a que Carol así se lo pedía. Finalmente, aquella paró, pero ésta continuó por inercia su corrida hasta que se empezó a calmar.
Sarah contemplaba el espectáculo de Carol corriéndose, de los últimos estertores del placer supremo. Cuando vio que su amiga se relajaba, se desnudó quitándose la camiseta, los pantalones, el sostén y las bragas y tendiéndose al lado. La rubia la besó con mucho cariño y procedió a devolverle el trato.
Dos días tardaron en ser rescatadas. Durante el resto de aquel día, Carol y Sarah pasaron la mayor parte en la cama, excepto los ratos de comer y dormir, conociendo sus cuerpos a fondo. El día posterior amaneció sin lluvia, con grandes claros en los que el Sol asomaba y con poco viento, señal de que el huracán se había disipado. Ese día ambas mujeres hicieron la vigilancia, en parte mirando el cielo y el mar, y en parte mirándose una a la otra cuando no se tocaban.
Al reanudarse los vuelos que atravesaban el espacio aéreo de las islas, ya por la tarde vieron un avión en las alturas que, luego lo supieron, cubría el trayecto entre La Florida y Sudáfrica. Al verlo venir, dispararon una bengala con la pistola de señales. En el avión un pasajero que observaba el archipiélago desde diez mil metros de altura vio la bengala y llamó a la azafata para indicárselo, ésta lo comunicó a los pilotos de la aeronave, los cuales se pusieron en contacto con las autoridades aéreas de las Bahamas.
Al atardecer de ese día, un helicóptero de rescate se acercó a la isla a verificar el informe de los pilotos de la línea aérea. Cuando Sarah oyó el batir de las hélices del helicóptero, lanzó otra bengala al aire, lo que orientó definitivamente al servicio de salvamento a su posición. La aeronave sobrevoló el catamarán varado y aterrizó a veinte metros en la playa. Dos tripulantes descendieron y se acercaron al barco. Carol y Sarah les aguardaban al lado de la embarcación.
–¡Buenas tardes! Teniente Kerry del servicio de guardacostas –se presentó el primer tripulante–. ¿Qué les pasó?
–Buenas tardes, teniente –saludó Carol–. Nos alegra muchísimo verles. Fuimos atrapados por el huracán hace cuatro días en otra isla, tratamos de llegar a puerto pero fuimos arrastradas a este islote, nuestros compañeros se caerían al agua, pues no sabemos nada de ellos. Llevamos dos días aquí.
–Vengan, nos vamos, las llevaremos a un hospital.
Carol y Sarah siguieron a los hombres al helicóptero, se montaron en él, los tripulantes las sentaron en los asientos de la aeronave, les pusieron los cinturones de seguridad y el aparato despegó rumbo al hospital. Cuando llegaron se encontraron con la sorpresa de encontrar a Mike y John, habían sido rescatados después de estar varias horas en el agua y alcanzar la isla hacia la que se dirigían cuando cayeron al agua. El encuentro tuvo tantas lágrimas que casi se ahogan en ellas.
Epílogo:
–Chicos, os propongo un juego –dijo Sarah un año después del naufragio y otra vez de crucero en el renovado catamarán de Mike.
–¿Cual es? –respondieron las voces de Mike, Carol y John en la quietud de una noche caribeña con el barco fondeado cerca de una pequeña isla.
–Juguemos a las cartas, el que gane se desnuda y se le venda los ojos, si es una de nosotras, uno del resto tiene que comerle el coño y la que pierda adivinar quien se lo está comiendo; pero si es uno de vosotros, uno del resto se la tiene que mamar y el que ha perdido tiene que adivinar quien le está mamando ¿Jugamos?