El hotelito rural
Irene quería un menú especial durante su estancia en nuestro hotel rural, y esa es nuestra especialidad: los menús "especiales"
Hoy quiero hablarles de mi hotel. Tengo un hotelito rural construido adaptando una antigua casona en el campo. A primera vista es un hotel como otro cualquiera. Tiene un nombre oficial, como todos los hoteles, y con ese nombre aparece en las guías turísticas y en las agencias de viajes. A primera vista, un hotel rural como tantos. De hecho, tenemos muchos clientes para los que solo somos eso. Un hotel rural, tranquilo, agradable, con spa, rutas por el campo, caballos, cicloturismo,… Lo típico. La única diferencia es que algunos clientes, de vez en cuando, sin que nadie se lo ofrezca, piden un menú especial. Entonces se le invita a mi despacho, la dirección del hotel, y juntos seleccionamos el menú que desea. Procuramos que cada cliente consiga todo lo que quiera, siempre que sea posible, y la verdad es que somos muy adaptables a los gustos de los clientes. No hacemos ninguna publicidad de nuestros menús especiales en ningún sitio. La única forma de saber que existe es que alguien que ya los ha probado te hable de ellos. Lo único que no incluimos en el menú especial son las cosas que son ilegales directamente. Lo demás es negociable. Y el boca a boca funciona estupendamente.
Nuestros menús especiales no son baratos. Al contrario. Hay que tener una pequeña fortuna para disfrutarlos. Y eso precisamente es lo que mantiene abierto y funcionando el hotel. Y el precio depende de lo que se pida. Hoy voy a contaros algun caso curioso de menú que nos pidieron los clientes. Por supuesto, no daré ningún nombre, ni siquiera el del hotel.
El primer caso que recuerdo ahora mismo fue el de una mujer que pidió a la recepcionista un menú especial. La recepcionista la pasó a mi despacho.
— Me informan de que desea usted un menú especial. ¿Le importaría decirme quien le ha hablado de ellos?
— Me lo dijo mi amiga, que había estado aquí y decía que los había probado. Preferiría no decir su nombre.
— ¿Qué sabe usted de nuestros menús especiales?
— Casi nada. Sólo que pueden darme casi cualquier cosa que no sea ilegal.
— Dígame con que sueña.
— Mis sueños son muy extraños. Apenas me atrevo a contarlos.
— No se preocupe. Estamos acostumbrados a que nuestros clientes nos cuenten sus sueños. A veces podemos ayudarles y a veces no, pero siempre les garantizamos confidencialidad absoluta.
— Pues verá usted: yo sueño muchas veces con que conozco un hombre que me hipnotiza y me obliga a tener relaciones sexuales de todas clases con él y con otras personas en contra de mi voluntad. Después, sueño que cuando me despierto no recuerdo nada.
— ¿Y a usted le gustaría que se cumpliera este sueño?
— Si, pero no exactamente así. Me gustaría que se cumpliera, pero después recordar lo que hubiera pasado.
— ¿Le gustaría especificar más lo que le obligan a hacer?
— No. Precisamente lo que me excita es pensar que me pueden hacer cualquier cosa sin que yo me pueda negar.
— Muy bien, pero tendrá que firmarme una autorización para que tengan cualquier relación sexual forzada con usted eximiéndonos de responsabilidad. Si hay algo que quiera limitar puede hacerlo constar en ese documento.
— Vale. Lo firmaré. No quiero ninguna restricción, excepto que no me hagan ningún daño permanente ni me dejen ninguna marca permanente.
— De acuerdo entonces. Creo que podremos complacerla. Esta noche sentaremos en su mesa del hotel a un caballero muy agradable. Le recomiendo que charle con él un rato y se deje llevar sin miedo. Es una persona de absoluta confianza. ¿Desea que le carguemos a su tarjeta el precio del menú? Se lo cargaremos como una estancia de larga duración en el hotel, por supuesto. También puede pagar en metálico.
— Prefiero pagar en metálico.
Nuestra clienta era una mujer atractiva, de unos cuarenta y tantos años. Al llegar la hora de la cena, sentamos en la mesa a Juan. Juan es uno de mis amigos. No se dedica profesionalmente al sexo, pero forma parte de un grupo de personas con características especiales que tengo localizadas y a las que no les disgusta una buena relación sexual o tienen gustos extraños. Juan en concreto es psicólogo clínico y se da bastante maña con la hipnosis. Le hemos explicado lo que quiere nuestra clienta mostrándole una foto de ella sacada del sistema de seguridad y le ha parecido estupendo.
Los dos cenaron juntos charlando. Al principio Irene (la llamaremos Irene) estaba un poco tensa. Pero Juan es un profesional y consiguió que se fuera relajando con su charla. Se dio cuenta de que ella era una ejecutiva que tenía que controlar continuamente muchas personas en una gran empresa, por lo que le apetecía a veces dejarse controlar, pero no había encontrado la forma hasta ahora. Le habló de la hipnosis y le propuso hipnotizarla como experimento, explicándole que era psicólogo y sabía hacerlo. En ningún momento mencionó las relaciones sexuales ni el menú que ella había pedido. Ella le siguió el juego y se dejó acompañar hasta la salita de su suite, en la que Juan la sentó en un sillón y empezó a hipnotizarla.
Al cabo de diez minutos ya la tenía en trance profundo. Juan le dio instrucciones específicas para que cumpliera todas las órdenes que le dieran sin dudar y sin discutir. Le dijo que todo lo que hiciera a partir de ese momento y todo lo que le hicieran la iba a hacer disfrutar enormemente y que cuando la despertara, recordaría todo lo que había pasado durante toda la noche.
Nosotros habíamos despejado el ala del hotel en que se encontraba. No fue difícil. En ese momento solo había una pareja en una habitación sencillita y le ofrecimos una suite en otra zona por el mismo precio diciéndoles que era para hacer tareas de mantenimiento. Llenamos el ala del hotel de personas de mi grupo de “contactos especiales” con diferentes disfraces.
Una vez que Juan tuvo a Irene preparada, empezó diciéndole que hacía mucho calor, que era mejor que se desnudase. Irene pareció titubear. Juan le insistió.
— Hace mucho calor. Estas sudando. Nadie te ve.
Irene se desnudó ya sin titubeos. La verdad es que para su edad tenía un cuerpazo. Era evidente que se cuidaba. A continuación Juan le dijo:
— A partir de ahora vas a llamar amo o ama a cualquier persona que te de órdenes. Ahora me vas a coger y me vas a hacer una felación perfecta. ¿Sabes hacerlo?
— Si, amo.
Irene empezó a acariciar a Juan suavemente por encima del pantalón. Poco a poco se lo fue bajando, dejando su pene al aire. Juan estaba excitadísimo de pensar lo que iba a pasar a continuación. Irene fue lamiendo su pene de arriba a abajo, hasta llegar a los testículos, y empezó a morderlos suavemente. Después se los metió en la boca y los fue chupando alternativamente con fuerza. Juan se sintió en el cielo. Luego Irene fue subiendo de nuevo por el pene hasta el glande y empezó a chuparlo, metiéndose cada vez un trozo más grande en la boca. Fue aumentando el ritmo hasta conseguir que Juan tuviera una corrida espectacular y luego se tragó todo lo que salía de ese pene. Había dejado a Juan casi sin fuerzas. El la preparó para el siguiente paso:
— Aquí tienes un uniforme de camarera del hotel. Póntelo y ve a limpiar las otras cuatro habitaciones de esta ala del hotel. Después vuelves aquí. No puedes ponerte ropa interior. Recuerda que tienes que complacer a todos los clientes que te encuentres para que estén contentos con el hotel.
El uniforme que le habíamos preparado era similar al que usaban las camareras del hotel, pero la falda era tan corta que se le veía el pubis y parte del trasero sin agacharse. El escote era tan grande también que asomaban los pezones. Irene se lo puso sin dudar y se fue empujando un carro de limpieza que habíamos dejado en la puerta de la habitación. La seguimos discretamente. Llegó a la primera habitación del pasillo. Entró, limpió los muebles, hizo la cama, y cuando entró en el baño se encontró que había un hombre en la ducha. Se disculpó:
— Perdone, señor. No sabía que había nadie en la habitación.
— No te preocupes. No te vayas. Ya que estás aquí puedes ayudarme, que no llego para enjabonarme bien por todo el cuerpo. Ven aquí y enjabóname tú.
Irene cambió de tono inmediatamente.
— Sí, amo.
Se acercó a él, cogió la esponja que le tendía, la llenó de gel y empezó a enjabonarlo lentamente por todo el cuerpo, suavemente. Él la dejó hacer y cuando ya estaba enjabonado por completo, le cambió la esponja por una manopla y le dijo:
— Enjabóname mejor el pene, que quiero tenerlo muy limpio.
´ Ella empezó a acariciarle el pene suavemente con la manopla. Poco a poco fue subiendo la intensidad. El le decía:
— Tienes que hacer que suba, para limpiarlo bien a todo lo largo.
Pero el pene seguía flácido, pese a que ella se esforzaba todo lo posible. Por fin el se volvió a medias y le dijo:
— vas a tener que estimularme la próstata si queremos que se levante.
Ella no lo dudó ni un instante. Le hizo apoyar una pierna en el borde de la bañera, comenzó a lubricarle el ano con el mismo jabón que estaba usando y finalmente, poco a poco, le metió el dedo en el trasero y empezó a moverlo para estimular la próstata del hombre al tiempo que seguía acariciando su pene con la otra mano. El efecto fue casi fulminante. El pene se levantó como si tuviera un resorte y, poco después, comenzó a eyacular con una fuerza que llegó a la pared de enfrente en la bañera. Él casi se desmaya. Ella terminó de limpiarle el pene y después siguió limpiando la habitación como si no hubiera pasado nada.
Después pasó a la habitación siguiente. Allí no había nadie, pero mientras estaba limpiando llegaron cinco hombres y le dieron una sábana de plástico.
— extiéndela bien por el suelo.
— Si, amo, contestó ella sin dudarlo —y extendió la sabana en el centro de la habitación.
— Ahora arrodíllate en medio y sácate la ropa — ella lo hizo inmediatamente.
Los cinco hombres la rodearon y empezaron a masturbarse lentamente. A Irene le dieron un cuenco grande para que lo sostuviera cuando le avisaran. Ella lo dejó en el suelo.
— Ahora acarícianos y chúpanos por turnos.
Irene empezó una rueda de masturbaciones y mamadas a los cinco hombres, que se iban excitando cada vez mas. Por fin uno de ellos le dijo:
— Para. Colócate el cuenco debajo de la barbilla y estate quieta —ella lo hizo.
El hombre que se lo había dicho se corrió en poco tiempo apuntando a la cara de Irene. El semen le resbaló por la cara y fue cayendo en el cuenco poco a poco. A continuación, uno detrás de otro, todos los hombres se fueron corriendo en la cara y el cuenco de Irene. Por fin el primero le dijo:
— Eso que tienes en el cuenco es un alimento muy valioso que no debe desperdiciarse, así que bébetelo ahora mismo.
Irene empezó a beber y hasta lamió el cuenco hasta dejarlo limpio.
—Ahora termina de limpiar la habitación y pasa a la siguiente.
Irene recogió la sábana de plástico y pasó a la habitación siguiente. Ya iba sin uniforme, porque no le habían ordenado que se vistiera. Al llegar a la habitación se encontró que en el centro había una mesa bastante alta y en la habitación al menos veinte personas, tanto hombres como mujeres. Una de ellas le ordenó:
— Túmbate sobre la mesa, cierra los ojos y no los abras hasta que te lo ordenemos —Irene obedeció.
En cuanto cerró los ojos sintió como infinidad de manos empezaban a acariciar su cuerpo, con toques tan leves que a veces parecía que no la estuviesen tocando, pero no había ninguna duda, porque eran muchísimas manos y las sentía. Sentía cada leve caricia. El contacto de tantas manos se fue haciendo cada vez más intenso; sentía como se excitaba cada centímetro de su piel. Las manos estaban acariciándola por todas partes, incluido el pubis, la vulva, el trasero, que habían dejado expuesto tras separarle las piernas con suavidad. Algunos dedos empezaron a penetrarla por todos sus agujeros durante un instante para volver a salir: vulva, ano, boca e incluso las orejas. Su excitación subió hasta donde no había estado nunca y por fin estalló en un orgasmo como no recordaba ninguno igual. Una voz le susurró al oído:
— Cuando oigas cerrarse la puerta abre los ojos, levántate y sigue con tu trabajo.
Todos se marcharon, y el último cerró la puerta tras él dando un portazo. Irene se levantó y continuó limpiando desnuda, como si no hubiera pasado nada. Cuando terminó, pasó a la habitación siguiente. Estaba vacía. Empezó a limpiarla. Cuando estaba terminando entró un hombre mayor. Podría haber sido su padre perfectamente. El hombre la miró y le dijo:
— ¿Qué hace usted aquí?
— Estoy limpiando la habitación, señor. Pero si lo desea me marcharé y volveré luego.
— ¿Por qué estas limpiando desnuda?
—Porque me ordenaron quitarme el uniforme en otra habitación y nadie me dijo que me lo pusiera, señor.
— Eres una niña mala. No deberías ir desnuda por ahí. Te mereces un castigo. Ven aquí.
En cuanto recibió una orden, cambió el tratamiento.
— Si, amo.
— Acércate a esa mesa y apoya el cuerpo en ella, pero sin levantar los pies del suelo. Échate hacia adelante. Voy a darte el castigo que mereces.
—Si, amo.
Él cogió una vara que tenía junto a la mesilla y comenzó a golpearle el trasero con ella. Primero suavemente. Ella soltaba un gemido cada vez que la golpeaba. Los golpes se hicieron más fuertes. Ella gemía también cada vez más fuerte. Finalmente él dejó de golpearla y acercó un dedo a su vulva. Lo introdujo poco a poco y comprobó que estaba chorreando, literalmente. No le entraba un dedo, le entraban tres sin problemas. Entonces el se bajó los pantalones y le introdujo el pene de un golpe. Ella soltó un gemido más fuerte aún. Empezó a bombear con todas sus fuerzas. El hombre jadeaba. Irene se fue excitando y cuando sintió que un chorro de leche le corría por dentro ella se corrió también. El hombre le ordenó:
— Vuelve a la otra habitación, ponte el uniforme y sigue con tu trabajo — ella obedeció.
Irene volvió a la habitación donde había dejado el uniforme para ponérselo. Juan estaba allí. Mientras ella se vestía, Juan le dijo:
— A partir de ahora sólo yo seré tu amo y sólo me obedecerás a mí.
— Si, amo.
— A partir de ahora te negarás a tener relaciones sexuales con nadie excepto yo, y si alguien lo intenta te resistirás a no ser que te amenace, pero sin gritar y sin hacerte daño. Y ahora sigue con tu trabajo.
— Sí, amo.
Irene se dirigió a la habitación siguiente y comenzó a limpiarla. Cuando estaba limpiándola llegaron dos individuos sucios, malencarados y se acercaron a ella.
— Ven aquí, palomita, que te vamos a dar lo tuyo.
— Lo siento, señor, pero no puedo relacionarme con los clientes.
— Te he dicho que vengas, zorra.
Irene no se movió. Ellos se le acercaron:
— Te vamos a dejar muy contenta.
— Dejenme, quiero irme.
Irene se dirigió a la puerta pero uno de los hombres la cogió de un brazo y la tiró sobre la cama. El otro se fue hacia ella y le sujetó los brazos. El primer hombre intentó separarle las piernas. Como no llevaba ropa interior, no tenía mucho problema para desnudarla. Intentó mantener las piernas cerradas. El hombre le dio un bofetón y le enseñó una navaja.
— ¿Quieres que te destroce la cara?
Irene dejó de resistirse. El hombre le separó las piernas y se la folló rápidamente sin ningún miramiento. Después pasó a sujetarle él los brazos mientras el otro se la follaba también. Irene se corrió las dos veces, pese a su negativa. Por fin los dos hombres se fueron. Irene se levantó, arregló la cama y volvió a su habitación.
Cuando llegó a su habitación, Juan estaba en ella.
— ¿Has terminado ya de limpiar las cuatro habitaciones?
— Sí, amo.
— Entonces ven aquí para que te de tu paga. Ponte en la cama a cuatro patas.
— Sí, amo.
Juan cogió un bote de lubricante y con él empezó a estimular la zona del ano de Irene. Le fue metiendo el dedo poco a poco, sintiendo como el esfínter se estiraba. Cuando el dedo entraba y salía con facilidad probó con un segundo dedo y, por fin, cuando ya estaba bien dilatado, la penetró de un golpe de pene con todas sus fuerzas e inició una cabalgada rápida y potente sobre su trasero. Ella gemía como una loca. Él le estrujaba los pechos con las dos manos al tiempo que la penetraba por detrás cada vez más rápido. Por fin explotó en un orgasmo que le llenó a ella el vientre de leche e hizo que ella también se corriera. Después la ayudó a tumbarse, esperó a que su respiración se normalizara y le dijo:
— Tu menú está terminando. Ahora no te lavarás. Te dormirás como estás y cuando te despiertes por la mañana ya no estarás bajo hipnosis, pero recordarás perfectamente cada detalle de lo que te ha pasado esta noche. Yo no voy a decirte como vas a sentirte por lo que ha pasado. Eso depende de ti, pero recordarás cada detalle de lo que ha pasado durante mucho tiempo. Para siempre, a no ser que desees olvidarlo. Si quieres volver a contactar conmigo puedes hacerlo a través del director del hotel.
Irene estaba manchada de los jugos de muchos hombres, y de los suyos propios, tenía moratones en las muñecas y en las nalgas, pero se durmió inmediatamente.
A la mañana siguiente, cuando Irene bajó a desayunar, el director la estaba esperando junto al comedor. Se había puesto un vestido de manga larga que le tapaba las muñecas por donde la había sujetado dejándole marcas.
— ¿Estuvo a su gusto el menú de anoche, señora?
— Estuvo delicioso, —dijo con picardía Irene al director.
— Entonces esperamos que recomiende a sus amigos nuestro menú especial.
— No lo dude ni un momento. Además, estoy segura de que yo también volveré a venir para probar nuevos platos del menú.
— Estaremos encantados de recibirla.
Irene se marchó después del desayuno, aunque no fue la última vez que vino. Y también vinieron algunos de sus amigos mas adelante.