El hotelito
Dominacion al límite.
EL HOTEL
Me decidí y fui a verla a su hotel; yo era reacio, ya que la relación con mi novia estaba pasando unos malos momentos y aunque Sonia me atraía mucho, no creía lo más conveniente para mí lo que pasó, pero lo hice.
Ella estaba a 200 kilómetros, me llamó y fui a encontrarme con mis fantasías; era tarde, las once de la noche cuando cogí el coche y poco más de una hora después estaba llamando a su puerta. Ella acababa de llegar de cenar, vestía un traje chaqueta gris claro, con pantalón ajustado, me hizo pasar dándome la espalda y sin siquiera mirarme me dijo que me desnudara. Aquel aplomo y seguridad en sí misma me desarmaron, pensé que pasaríamos una velada tranquila, hablando, poniendo las cosas en claro y quizás teniendo sexo, pero aquello me dejó estupefacto; solo me dio tiempo a esbozar un "pero", ya que se dio la vuelta y sin previo aviso me soltó una bofetada que me hizo girar la cara y casi caer al suelo.
La sorpresa me dolió más que el golpe en sí; me repitió que dejara mis efectos personales sobre la mesa y me quitara toda la ropa; indeciso, atemorizado y a la vez excitado, me plegué a sus deseos; dejé mi cartera, mi teléfono, mis llaves, el reloj y el tabaco sobre la mesa y me desnudé, abandonando mi ropa en el suelo. Ella desplazó con un pie la ropa debajo de la cama y me pidió que le entregase la alianza que me había regalado mi novia; me negué, me entró el pánico, ella se acercó, me abrazó y me besó en el cuello. " Como quieras ", me dijo.
Se deslizó detrás de mí y sin darme tiempo a saber que pasaba me esposó las manos a la espalda y de un empujón me lanzó sobre la cama, donde caí de bruces; se sentó sobre mi espalda y me esposó de igual manera los tobillos, quedando yo indefenso ante las acometidas que a buen seguro me iba a propinar. Con mis brazos entre sus muslos, cogió mi dedo y tiró de la alianza hasta que ésta quedó en la palma de su mano.
Se levantó de mi espalda y me tiró al suelo, según ella el sitio donde debería estar; a pesar de que traté de debatirme, me fue imposible. Intenté soltar mis ataduras, revolverme por el suelo, ella me miraba divertida jugando con mi anillo; se colocó sobre mi cuerpo, atrapándolo entre sus pies para que no me diese la vuelta y se sentó sobre mi estómago.
Me dijo que no tenía escapatoria, que al haber acudido a ella, a aquella habitación, había aceptado ser suyo para siempre, y me advirtió que mejor sería que colaborase; dicho esto comenzó a abofetearme con fuerza. A cada torta la cabeza se me giraba a un lado y a otro, notando cómo se me iban encendiendo las mejillas; me mordía los labios para no maldecir lo que me estaba pasando, pero no había remedio. Se giró sobre mi estómago, quedando de espaldas a mí y me cogió el pene, diciendo que si con aquella "cosita" tenía que darle placer, estaba la cosa muy cruda, por lo que comenzó a apretarlo y golpearlo con la mano.
Se levantó cuando se cansó de golpearme y se acercó a mis objetos personales; cogió el reloj Rolex y me dijo que ya no me interesaría el tiempo, así que se lo guardó en el bolso, sacó todo el dinero de mi cartera y también se lo guardó, cogió mi teléfono y se acercó a mi, dejando mi cabeza entre sus pies.
Lentamente fue bajando hasta quedar sentada en mi cara; mis mofletes quedaron atrapados por sus muslos y mi boca pegada a su entrepierna. Se quitó la chaqueta y abrió su blusa blanca, dejando mostrar su sujetador de color azul que en otro momento me volvió loco y entonces marcó; el terror en mi cara la hizo sonreir. Escuché cómo hablaba con mi novia mientras jugaba con mi anillo y le decía que no era muy bueno en la cama, pero que le gustaba; imaginé la cara de Marisa, su rabia al oírlo, me derrumbé, estaba todo perdido.
" Tranquilo, ya te he liberado de nuestro problema ", me dijo y a partir de ese momento me entregué; puso el teléfono en el suelo y con uno de sus zapatos lo machacó sistemáticamente hasta quedar hecho un amasijo inservible. " Vamos a lo nuestro ".
Fue desnudándose, sentada en mi cara, mientras me decía cómo iba a estructurar nuestra relación, pues me quería para ella a todas horas; " Se que te debes encontrar abatido, cosa que me importa una mierda, pero trataré de ser benevolente hoy ", me decía con sorna. Su sexo aplastó mi boca mientras ataba una cinta al anillo que había quedado en el suelo y acto seguido se metió la alianza en el coño, dejando la cinta hacia fuera. Se acomodó en mi cara, metiendo mi nariz entre sus labios vaginales y ordenándome que le lamiese el ano.
Lo estuve haciendo un buen rato, hasta que se sacó el anillo y me lo dio a limpiar con la boca; se giró y se lo metió en el culo, haciendo que ahora le lamiese el coño y mi nariz quedase apretada contra su ano. " Sé que te gusta mucho que me siente en tu cara, así que voy a pasar largas horas de esta manera ", me decía mientras gemía de placer. Yo estaba hundido.
Se levantó y volvió a meterse el anillo en el coño, se acercó a mi polla y la meneo un poco y subiendo a horcajadas sobre mi vientre se penetró, cabalgándome a ritmo frenético; yo sentía la alianza dentro de ella rozar con mi polla mientras el placer me recorría el cuerpo. No podría aguantar mucho más, ella lo sabía, así que provocó mi orgasmo; me derramé en su interior, con miedo a dejarla embarazada. " No creas que soy tonta, no me quedaría preñada de un gusano como tú ", me dijo; supuse que tomaba precauciones. Se adelantó sobre mi cuerpo hasta dejar su sexo de nuevo en mi boca y me hizo lamerlo entero, limpiando todo rastro de mi propio semen; como ya estaba excitada, mis lamidas le provocaron a su vez un intenso orgasmo que también regaló a mi boca..
Con las rodillas flaqueándole se levantó y me soltó las esposas de los tobillos, para que pudiese caminar, pero no las de las muñecas, y me llevó al aseo, donde me hizo meter en la bañera; " Te voy a bautizar como mi nuevo perro ", me dijo mientras entraba también. Me hizo quedar de rodillas y ella se subió de pie a mis muslos, colocando su sexo sobre mi cabeza, y comenzó a orinar; el líquido elemento bañó mi cuerpo por completo, impregnando mi pelo, mi pecho, y cuando terminó bajó de mis muslos y me hizo agacharme. Había tenido la precaución de dejar el tapón puesto, de manera que todas la orina quedase allí almacenada, y entre insultos, patadas y vejaciones me lo hizo beber todo.
Me dejó allí tirado y se fue al dormitorio, regresando a los pocos segundos con mi cartera en la mano; comenzó a escudriñarla y fue sacando todas las fotos que tenía de mi novia y las fue rompiendo en pedacitos y tirando a la taza del retrete. Cuando ya no quedó ninguna viva se sentó y comenzó a hacer sus necesidades, advirtiéndome que algún día tendría que pasar por eso, pues me quería para todo tipo de servicio. Observé en silencio aquella acción, pensando que a pesar de la vejación y el sufrimiento, me gustaba. Al terminar, tiró de la cadena como si no hubiese pasado nada y se metió de nuevo a la bañera, me puso boca arriba y se sentó en mi cara; se estuvo duchando de aquella manera tan cómoda, haciendo que a ratos me costase respirar debido a su peso, sus nalgas que me envolvían y el agua que se colaba hacia mi cara.
Una vez aseada, bueno, aseados los dos, nos dirigimos de nuevo a la habitación y me hizo arrodillar en el suelo con el pecho apoyado en la cama; por el rabillo del ojo pude observar como se estaba ciñendo un arnés a la cintura; yo era virgen por aquel entonces y la idea de sentir desgarrado mi culo me hizo temblar, pero ya no era dueño de mis actos. Se sentó en la cama y me mostró el dildo, que no era de gran tamaño, aunque a mí me pareció monstruoso, me hizo lamer el anillo y me lo metió en el culo, con la cinta asomando por fuera; se arrodilló entre mis piernas y poco a poco, tras lanzar un poco de saliva en mi ojete, comenzó a presionar, y cuando logró meter la punta, ya todo fue más fácil. Me dolió mucho, parecía que me desgarraba por dentro, pero aún más me dolía la humillación de sentirme penetrado por una mujer.
Cogiéndome por la cadera, clavando sus uñas en mi carne, comenzó a meter y sacar el dildo de mi culo, alternando los empujones suaves con los violentos, destrozando el poco orgullo que me quedaba; me dejé hacer, imposibilitado para reaccionar de ninguna de las maneras, y ella, entre espasmos y jadeos, alcanzó un segundo orgasmo. Se derrumbó sobre mi espalda y me susurró al oído que ya era suyo.
Se quitó el arnés y se tendió en la cama, abrió las piernas y atrapó mi cabeza entre ellas, teniendo que regalarle una nueva lamida para limpiarla. Dormimos así, con mi cara entre sus piernas.
Al día siguiente al despertar volví a lamerla, a sacarle otro orgasmo y a limpiarla; yo estaba dolorido, con los miembros entumecidos. Se levantó y me soltó, me lanzó la ropa a la cara y me despidió, metiéndose en el baño. Me quedé tonto, me vestí y me fui, y cuando cerraba la puerta me dijo que recordara que me llamaría en breve .