El hotelito (9)

No pegué ojo en toda la noche; los párpados se me cerraban, las articulaciones me dolían por la forzada posición que tuve que adoptar.

EL HOTELITO 9

No pegué ojo en toda la noche; los párpados se me cerraban, las articulaciones me dolían por la forzada posición que tuve que adoptar, la mandíbula me molestaba por mantenerla abierta toda la noche y además debía tener el cuidado de no apretar con los dientes la polla de Jaime, pues sabía que si se despertaba por el dolor que pudiese provocarle, las consecuencias serían graves para mí.

Pero al fin terminó la noche y las primeras luces del alba me trajeron la esperanza de acabar con aquel suplico; sin embargo pasarían algunas horas hasta que la pareja se despertase. Jaime dormía boca arriba, tranquilo, con la cabeza de Sonia apoyada en su pecho, abrazados los dos, y sobre las once de la mañana se despertaron; fue él el primero en abrir los ojos y sonreir al verme con un rictus de dolor en mi rostro, con su polla metida en mi boca. Al verme aquella verga comenzó a incrementar su tamaño hasta llenar mi cavidad bucal; me hizo señas para que comenzara a lamerla suavemente, con cuidado de no despertar a Sonia, pero ésta también abrió los ojos a los pocos segundos. Se despedazaron y se besaron.

Como suele pasar por las mañanas, uno se levanta con ganas de orinar y claro, teniendo su verga en mi boca, Jaime lo tuvo fácil; Sonia me advirtió que no dejase escapar ni una sola gota, puesto que si las sábanas se mojaban tendría problemas el resto del día. El cálido liquido dorado comenzó a manar, la verdad es que sin presión, despacio, con lo que me dio tiempo a ir tragando sin demasiada dificultad, cerrando mis labios alrededor de su tronco y abrir mi garganta para que su orina pasara a mi estómago tranquilamente. Cuando terminó ella repitió la misma operación, agarrando mi cabeza por las orejas y aplastando mi cara en su entrepierna, sellando mis labios entorno a su coño que descargó su meada a presión. Tuve muchas dificultades para evitar que nada saliese de mi boca, pero lo conseguí al final, apurando mi gaznate ante tal embestida.

Se relajaron unos momentos, pero ella pronto pidió marcha; Jaime me soltó las manos y tobillos y me hicieron tumbar en la cama, boca arriba, con la cabeza a los pies de la cama. Sonia se tumbó sobre mí, en un 69, atrapando mi cara entre sus muslos; mi boca quedó bajo su pubis y mi nariz pegada a su sexo, apretando los muslos entorno a mis mejillas y Jaime se colocó encima. Apuntó su polla hacia aquel sexo húmedo y deseoso de la embestida y comenzó a follarla lentamente; sus testículos descansaron sobre mis párpados y mi nariz actuó de estimulante, ya que cada vez que entraba y salía su polla, rozaba con dicho apéndice. Tras unos segundos de acomodo, sentí como los labios de mi Dueña se posaban sobre mi polla y me regalaba una felación que me llevó en poco s segundos a olvidar todo lo que me estaba pasando, rindiéndome a su maestría con los labios y la lengua; marcó el ritmo de sus contracciones con mi placer y mantuvo dicho control hasta que ella obtuvo su orgasmo, momento en el que ordenó a Jaime que me la metiese en la boca y se derramara en mi garganta. En el momento en el que él le solicitó permiso para eyacular, Sonia aceleró sus caricias en mi pene y me hizo eyacular también en su boca, algo que me llenó de placer.

Aquella mañana habían decidido ir a la playa, por lo que sus planes para mí no me gustaron demasiado; en un momento me levantaron de la cama y me llevaron hasta la bañera del dormitorio. Primero me ataron las manos juntas y las fijaron a la pieza que sujeta el teléfono de la ducha, en lo alto de la pared; Jaime acercó el palo de una escoba que puso entre mis piernas y lo metió en mi ano, apoyando el otro extremo en el suelo de la bañera; ataron el extremo de una cuerda a la base de mis testículos y el otro a mis tobillos, con un nudo del que fueron tensando, de manera que mis rodillas se fueron flexionando y el palo entrando más en mi interior. Lo ajustaron de manera que no pudiese levantarme porque me estiraría de mis huevos y el palo se mantuviese bien metido en mi cuerpo. Remataron mi situación introduciéndome en la boca unas bragas de Sonia y tapándola con cinta adhesiva; cuando todo estuvo a su gusto, abrieron el grifo del agua fría, que impactaba directamente en mi cara y se fueron a la playa.

Estuve toda la mañana en remojo en aquella posición, cansada por cuanto me encontraba en cuclillas, penetrado por la rígida madera y con los ojos cerrados y la boca tapada; regresaron a la hora de comer, me habían tenido así casi tres horas en los cuales me había arrugado como una pasa. Se metieron en la bañera, tras desnudarse, y se dedicaron a asearse; Sonia se colocó sobre mí, con mi cabeza entre sus piernas, y fue descargando su peso haciendo que el palo se introdujese forzadamente en mi culo. Atrapó mi nariz en su sexo y se duchó y enjabonó; no me permitía respirar, solamente breves segundos cada minuto.

Colgó el teléfono de a ducha en su sitio y con sus dedos abrió mis párpados, obligándome a mantener los ojos abiertos, mientras caía el agua tibia sobre ellos, pero hizo que Jaime la enjabonara, de manera que una mezcla de jabón y agua fue a mis globos oculares. Quise cerrarlos, pero ella no me lo permitía, con lo que pronto comenzaron a ponerse muy rojos, más cuando ella le pidió que orinara sobre ellos. Hasta a Jaime le pareció algo excesivo, pero no tuvo opción a la réplica; el escozor fue en grado superlativo, me zarandeé hacia los lados, tratando de escapar a aquella cruel tortura, pero no tuve forma de evitarlo. La verdad es que solo fueron unas cuantas gotas las que me hicieron sufrir de aquella manera, pero las suficientes como para mantenerme cegado un buen rato.

Al final salieron de la ducha, me dejaron allí mientras ella se ponía algo de ropa y él iba a preparar la comida; cuanto todo estuvo dispuesto me sacaron y me llevaron al salón; me arrancaron la cinta adhesiva de la boca y me sentaron en el suelo, con la cabeza apoyada en el asiento de la silla que ocuparía Sonia. Su culo ocupó toda mi cabeza y estuve lamiéndola mientras degustaba la comida central del día.