El hotelito (8)

Pasó el día entero, la luz del sol que había comenzado calentando la habitación menguaba por minutos, anunciando la noche; lo había pasado francamente mal...

EL HOTELITO 8

Pasó el día entero, la luz del sol que había comenzado calentando la habitación menguaba por minutos, anunciando la noche; lo había pasado francamente mal, empezando por tener embotados los sentidos a causa de mis propios vómitos, con un olor fétido que me envolvía y me hacía estar en un perenne letargo, con la garganta reseca y rasposa, los ojos lacrimosos y la sensación de suciedad. Mi estómago no se había recuperado de tal estado pero lo peor era mi culo; el efecto de las guindillas me estaba matando, me provocaba un escozor picante que lejos de paliar, había mantenido su efecto, alterando mi sensibilidad en la zona y conectando a su vez con mis tripas, a las que no dejaba tranquilas. Además me sentía asfixiado dentro de la bolsa de plástico; por suerte las grapas habían dejado de molestar.

Había albergado la esperanza de que aquello fuera pasajero, pero no, estuve todo el día atado y en aquella incómoda posición; ya era entrada la noche cuando sentí la puerta abrirse, me alegré porque aquello significaba que acabaría mi martirio. Apareció Sonia en el marco de la puerta de la habitación donde me encontraba, seguida de Jaime; ella hizo un gesto de asco al verme y se retiró, dando instrucciones a su amante para que me soltara y me llevase al baño para asearme. Me soltó las muñecas y los tobillos y me ayudó a incorporarme, llevándome hasta el aseo.

Por fin pude quitarme la bolsa, metido en la ducha, y allí mismo evacué mis intestinos, con gran dolor debido al efecto picante, me aseé y salí totalmente desnudo hasta el salón donde Sonia se entretenía destrozando contra la mesita de vidrio el mando de la televisión. Me hizo acercarme de rodillas y sonrió dulcemente, me regaló una caricia en el cuello, ante mi asombro me trató bien; de forma delicada fue quitando las grapas que estaban alojadas en mis labios, tratando de no hacerme daño. Aquello me extrañaba, ya que hasta entonces solo había conocido su faceta más sádica, pero disfruté aquel momento como ninguno. Cuando mis labios estuvieron libres de tan viles metales, me hizo tumbar en el sofá, se levantó la larga falda negra que llevaba y me mostró sus nalgas y sexo desnudos, se colocó sobre mí y se sentó firmemente en mi cara.

Y por supuesto ahí se acabó la dulzura; Sonia le dio a Jaime unos alicates con los que iba a quitar las demás grapas de mi cuerpo, arrancándolas; el dolor se me hizo indescriptible, pero a medida que mi cuerpo sufría las convulsiones provocadas por el dolor, el sexo que tenía en la boca se iba humedeciendo a cada segundo. Cuando ya solo quedaban las grapas que cerraban el capullo de mi polla, Sonia se levantó e hizo que Jaime se echara a un lado, me agarró el miembro y lo frotó. A pesar del dolor, no tardó en alcanzar una erección, es lo que ella buscaba. Las grapas me estiraron la piel con la erección y fueron desgarrando la piel lo que propició que ella misma me las quitara con las uñas fácilmente.

Se colocó justo encima y apoyó su ano en la punta de mi polla; el solo roce ya me hizo ver las estrellas, pero ella siguió apretando, poco a poco, hasta que la tuvo toda dentro de su culo. La presión en mi pene se hizo insoportable, mis muecas de dolor la divertían, pero hizo que su amante alojase su polla en mi boca para amortiguar mis gemidos. De esta manera me estuvo follando un rato, mientras se masturbaba con los dedos, al tiempo que la polla de Jaime se me clavaba en la garganta.

Se levantó y arrastró a Jaime hasta la habitación, pero de manera que yo me arrodillase y en todo el trayecto no sacase su miembro de mi boca, hasta llegar a la cama; allí me hicieron tumbar boca arriba y Sonia se asentó en mi cara, con las piernas bien abiertas y se recostó en la almohada, contra el cabezal de la cama y esperó a que su amante se subiese, se colocase a horcajadas sobre mi pecho y apuntara su polla hacia el coño. Sonia se acomodó un poco hasta dejar bien atrapada mi nariz entre sus nalgas y me dijo que sacara la lengua.

De esta manera la punta de mi lengua fue relamiendo la extensión de su pene cada vez que entraba y salía de Sonia; estuvieron follando un buen rato, a cada empujón mi nariz se enterraba un poco mas en el culo de ella y los testículos de Jaime me golpeaban en la barbilla. Finalmente, cuando ella se lo permitió, se corrió profusamente en su interior, derrumbándose sobre su pecho. Los excedentes de semen que no se alojaron en su coño resbalaron por mis labios y cuando sacó la polla la repasó por ellos; Sonia lo desplazó a un lado y se incorporó sobre mi cara hasta quedar sentada, con las piernas extendidas.

Mientras ella se restregaba en mi cara, impregnándome con el semen de su amante, Jaime estuvo masturbándose, porque en cuanto estuvo de nuevo dispuesto, se colocó detrás de mí, entre mis piernas, separando mis muslos y alzando mis piernas por encima de sus hombros; entonces me penetró, hasta el fondo, de un solo golpe. Mi ano aun estaba dolorido y escocido, por lo que no me fue muy grato recibir aquel trozo de carne palpitante. Me estuvo follando sin parar, duramente, hasta que su orgasmo inundó mis entrañas.

Quedaron los dos tumbados en la cama, rendidos del placer recibido; Jaime me esposó los tobillos a la cama y me ató las manos a la espalda, se tumbó al lado de Sonia y procedieron a dormirse, pero la consigna fue que no podía sacarme su polla de la boca en toda la noche.